Romper con este desconocimiento del conflicto esencial plantea desnaturalizar la
opresión.
Que a IIRSA
(planificada por corporaciones y estados imperialistas a exclusivo beneficio de
su extractivismo-exportador) la aceptemos como desarrollo de UNASUR evidencia
nuestra incomprensión de "que el empobrecimiento extremo que afecta a la
inmensa mayoría de los haitianos y toda la destrucción institucional y
estructural que notaron y plantearon claramente, no pueden ser producto del
azar, sino que son el resultado de décadas de dominación imperialista".
Leer
Comencemos
por averiguar sobre la realidad futura de Sudamérica que se da en:
Centroamérica después de
la Guerra Fría
Por:
Marcelo Colussi (especial para ARGENPRESS.info)
¿Qué es Centroamérica?
Para quienes viven fuera de Centroamérica, ésta representa una región bastante ignorada. Es, salvando las distancias, como el África negra: un área difusa, donde no se conocen con exactitud los países que la integran, y de la que existe una vaga idea del conjunto, siempre en la perspectiva de pobreza, atraso comparativo, condiciones de vida muy difíciles, impunidad y corrupción por parte de los Estados, con dinámicas sociales de alta violencia. Centroamérica, en esta lógica es, sin más, sinónimo de república bananera.
De alguna manera, efectivamente funciona como bloque. Además de los geográficos, existe una cantidad de elementos que le confiere cierta unidad económica, política, social y cultural. Los países que la conforman: Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Belice, Panamá y Costa Rica, con la excepción de este último, presentan los índices de desarrollo humano más bajos del continente, junto con Haití en las Antillas, una de las naciones más indigentes del mundo.
Para quienes viven fuera de Centroamérica, ésta representa una región bastante ignorada. Es, salvando las distancias, como el África negra: un área difusa, donde no se conocen con exactitud los países que la integran, y de la que existe una vaga idea del conjunto, siempre en la perspectiva de pobreza, atraso comparativo, condiciones de vida muy difíciles, impunidad y corrupción por parte de los Estados, con dinámicas sociales de alta violencia. Centroamérica, en esta lógica es, sin más, sinónimo de república bananera.
De alguna manera, efectivamente funciona como bloque. Además de los geográficos, existe una cantidad de elementos que le confiere cierta unidad económica, política, social y cultural. Los países que la conforman: Guatemala, Honduras, Nicaragua, El Salvador, Belice, Panamá y Costa Rica, con la excepción de este último, presentan los índices de desarrollo humano más bajos del continente, junto con Haití en las Antillas, una de las naciones más indigentes del mundo.
El área es muy pobre; si bien cuenta con muchos recursos naturales, su historia la coloca en una situación de postración y atraso muy grande. Básicamente es agroexportadora, con pequeñas aristocracias vernáculas –herederas en muchos casos de los privilegios feudales derivados de la colonia– que por siglos han manejado los países con criterio de finca. Entrado ya el tercer milenio y luego de las feroces guerras de las últimas décadas, nada de esto ha cambiado sustancialmente. Los productos primarios siguen siendo la base de la economía, tanto para la subsistencia (maíz y frijol) como para la generación de divisas en el extranjero: café, azúcar, frutas tropicales, maderas; recientemente palma africana destinada a la producción de agrocombustibles. En los últimos años se dieron tenues procesos de modernización, instalándose en toda la zona terminales industriales maquiladoras aprovechando la barata y poco o nada sindicalizada mano de obra. Por lo general los capitales comprometidos son transnacionales, no representando esta industria del ensamblaje un verdadero factor de desarrollo a largo plazo. En épocas recientes, con distintos niveles pero, en general, como común denominador de toda la región, se han ido incrementando los llamados negocios "sucios": lavado de narcodólares, y tráfico de estupefacientes. De hecho, hoy la zona es un puente obligado de buena parte de la droga que, proviniendo del sur, se dirige hacia los Estados Unidos. Esto ha dinamizado las economías locales, sin favorecer a las grandes masas obviamente, permitiendo el surgimiento de nuevos actores económicos y políticos ligados a actividades ilícitas, tolerados por los respectivos Estados, y a veces manejándolos desde su interior.
La
población de toda la región es mayoritariamente rural; prevalece un campesinado
pobre, que combina el trabajo en las grandes propiedades dedicadas a la
agroexportación con economías primarias de autosubsistencia.
La
tenencia de la tierra se caracteriza por una marcada diferencia entre grandes
propietarios –familias de estirpe aristocrática, en muchos casos con siglos de
privilegios en su haber, descendientes directos de los conquistadores españoles
de cinco siglos atrás– y campesinos con pequeñas parcelas (de una o dos
hectáreas, o menos incluso) que, con primitivas tecnologías, apenas si consiguen
cubrir deficitariamente sus necesidades.
En toda la región hay presencia de población indígena, siendo Guatemala el país que presenta mayor porcentaje al respecto: alrededor de dos terceras partes –de hecho, la nación latinoamericana con mayor presencia de habitantes de etnias no europeas. En este caso particular –esto no se da con similar énfasis en los otros países del istmo– ello crea una dinámica social desvergonzadamente racista, siendo los mayas los grupos más excluidos y marginados en términos económicos, políticos y sociales. Similar fenómeno se repite con las minorías indígenas a lo largo de toda Centroamérica. Corresponde mencionar que también hay presencia de población negra, de ascendencia africana (los antiguos esclavos traídos a la fuerza a estas tierras como mano de obra semi-animal), pero no en un porcentaje particularmente alto como ocurre en las islas del Caribe.
La migración interna desde el campo hacia las ciudades en búsqueda de mejores horizontes, agravado ello por las devastadoras guerras internas registradas estas últimas décadas que forzaron a numerosos pobladores a marcharse de sus lugares de origen, constituye un fuerte elemento de las dinámicas sociales de todas las repúblicas centroamericanas, lo cual da como resultado el crecimiento desmedido y desorganizado de sus capitales y de las ciudades principales. Producto de ello es la alta proliferación de populosos barrios urbano-periféricos, sin servicios básicos, con poblaciones que sobreviven a partir de pobres economías subterráneas: comercio informal, niñez trabajadora, invitación a la delincuencia.
En términos generales (Costa Rica es la excepción) la situación de las mujeres es de gran desventaja respecto a la de los varones. Siguiendo pautas tradicionales, el número de embarazos es muy alto: con un promedio urbano de 5 (vale agregar que hay una alta mortalidad infantil), subiendo más en áreas rurales. Las tasas de analfabetismo, de por sí altas, se acentúan en las mujeres. Y su participación en la vida política es baja.
La situación medioambiental de todo el istmo es preocupante. Como consecuencia de la falta de planificaciones a largo plazo, de rapiñas de recursos naturales y de Estados corruptos que toleran todo tipo de saqueo, la zona muestra un marcado deterioro en sus aspectos ecológicos: desacelerada pérdida de bosques, falta de agua potable, polución generalizada. Ello crea una alta vulnerabilidad que, ante la ocurrencia de cualquier evento natural considerable –de los que la región lamentablemente posee muchos: zona sísmica, de paso de huracanes, con profusa actividad volcánica– los transforma en enormes catástrofes sociales.
En toda la región hay presencia de población indígena, siendo Guatemala el país que presenta mayor porcentaje al respecto: alrededor de dos terceras partes –de hecho, la nación latinoamericana con mayor presencia de habitantes de etnias no europeas. En este caso particular –esto no se da con similar énfasis en los otros países del istmo– ello crea una dinámica social desvergonzadamente racista, siendo los mayas los grupos más excluidos y marginados en términos económicos, políticos y sociales. Similar fenómeno se repite con las minorías indígenas a lo largo de toda Centroamérica. Corresponde mencionar que también hay presencia de población negra, de ascendencia africana (los antiguos esclavos traídos a la fuerza a estas tierras como mano de obra semi-animal), pero no en un porcentaje particularmente alto como ocurre en las islas del Caribe.
La migración interna desde el campo hacia las ciudades en búsqueda de mejores horizontes, agravado ello por las devastadoras guerras internas registradas estas últimas décadas que forzaron a numerosos pobladores a marcharse de sus lugares de origen, constituye un fuerte elemento de las dinámicas sociales de todas las repúblicas centroamericanas, lo cual da como resultado el crecimiento desmedido y desorganizado de sus capitales y de las ciudades principales. Producto de ello es la alta proliferación de populosos barrios urbano-periféricos, sin servicios básicos, con poblaciones que sobreviven a partir de pobres economías subterráneas: comercio informal, niñez trabajadora, invitación a la delincuencia.
En términos generales (Costa Rica es la excepción) la situación de las mujeres es de gran desventaja respecto a la de los varones. Siguiendo pautas tradicionales, el número de embarazos es muy alto: con un promedio urbano de 5 (vale agregar que hay una alta mortalidad infantil), subiendo más en áreas rurales. Las tasas de analfabetismo, de por sí altas, se acentúan en las mujeres. Y su participación en la vida política es baja.
La situación medioambiental de todo el istmo es preocupante. Como consecuencia de la falta de planificaciones a largo plazo, de rapiñas de recursos naturales y de Estados corruptos que toleran todo tipo de saqueo, la zona muestra un marcado deterioro en sus aspectos ecológicos: desacelerada pérdida de bosques, falta de agua potable, polución generalizada. Ello crea una alta vulnerabilidad que, ante la ocurrencia de cualquier evento natural considerable –de los que la región lamentablemente posee muchos: zona sísmica, de paso de huracanes, con profusa actividad volcánica– los transforma en enormes catástrofes sociales.
Si bien toda Latinoamérica es, desde inicios del siglo XX, zona de influencia estadounidense, en el caso de América Central esto es groseramente más notorio. Sus presidentes llegan a tales con el beneplácito de la embajada norteamericana (llamada simplemente "la Embajada", lo cual dice mucho del panorama general). El imperio del norte, aunque es reconocido en su papel de amo dominante, no deja de ser al mismo tiempo foco de atracción de todas las poblaciones: de las clases altas, en tanto centro de referencia política y cultural; de las masas empobrecidas, como vía de salvación económica. De hecho el ingreso de divisas a partir de las remesas que cada mes envían los familiares emigrados (mano de obra barata y no calificada en los Estados Unidos) constituye para toda el área una de las principales fuentes de sobrevivencia (en algunos países, y dependiendo de circunstancias coyunturales, ocupa el primer lugar).
En tal sentido, dado que juega este papel de punto de referencia obligado en las lógicas cotidianas y de largo plazo, Norteamérica es un elemento decisivo para entender la historia, la coyuntura actual y el futuro del istmo centroamericano.
Centroamérica y la Guerra Fría
Los países que actualmente conforman la región centroamericana fueron colonias de España, con excepción de Belice, que fue un enclave británico. Hacia principios del siglo XIX, con la fiebre libertaria que barrió el continente, consiguen su independencia de la metrópoli. Pero rápidamente comenzaron sus problemas. Originalmente constituyeron una unidad, continuando su status de Capitanía General de la época colonial, donde reunidos conformaban un todo con Guatemala como capital. Al poco tiempo de constituida, se disolvió la Unión Centroamericana, dando lugar a los Estados que actualmente existen en la zona.
Formalmente independientes de España, en realidad nunca se constituyeron plenamente en repúblicas soberanas con proyectos nacionales propios. Ya hacia fines del siglo XIX eran, en mayor o menor medida, partes del círculo de interés geoestratégico que los Estados Unidos comenzaban a trazar. Desde ese entonces son –como se dice tan habitualmente– su "patio trasero".
Las aristocracias nativas siempre estuvieron alineadas con el poderoso del norte; se dio ahí un proceso de acomodamiento recíproco: oligarquías que producían a bajos costos productos para el mercado norteamericano, y que simultáneamente abrían las puertas a las inversiones estadounidenses para el saqueo de las riquezas nacionales. Al mismo tiempo –esto marcó la historia de todo el siglo XX– estos países aportaban mano de obra barata, siempre en situación migratoria ilegal, para los trabajos menos calificados en los Estados Unidos.
En todo el subcontinente latinoamericano, Centroamérica fue quedando relegada como la región más pobre, con estructuras más ligadas a la colonia, con un funcionamiento económico-social de corte quasi feudal, mientras otros países, también ex colonia españolas, seguían modelos de desarrollo industrial.
La injerencia política de Washington en la región fue notoria; más aún: desvergonzada, desde el '900 en adelante. Salvo Costa Rica –que merece un tratamiento aparte, siendo por ello la "Suiza centroamericana"– la historia política del istmo estuvo marcada por dictaduras militares a granel, siempre con Washington de por medio. Invasiones, complots y maniobras desestabilizadoras se pueden contar por docenas. La CIA hizo su debut de fuego con una campaña de acción encubierta en Guatemala, en 1954.
En esta lógica, sobre el horizonte de esa historia de explotación, pobreza e intervención extranjera, y a partir de la esperanza que abriera la Revolución Cubana de 1959, entre las décadas de los '60 y los '70 comienzan a generarse movimientos armados como reacción ante tal estado de cosas. Guatemala primero, luego Nicaragua, posteriormente El Salvador, desarrollaron expresiones guerrilleras que, paulatinamente, fueron creciendo. En Nicaragua, como Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), hacia 1979, terminaron por tomar el poder desplazando a la dictadura más vieja de Centroamérica: la de la familia Somoza, tristemente célebre por su crueldad, comenzando la construcción de una experiencia socialista y antiimperialista. En El Salvador, hacia fines de los '80, estuvieron a punto de hacer colapsar al gobierno. En Guatemala –el movimiento guerrillero más viejo del área y el segundo de toda Latinoamérica, luego del colombiano– fueron juntando fuerzas llegando a tener una presencia nacional.
Estas expresiones políticas, –de acción armada, con presencia fundamentalmente entre la población campesina– además de representar sin dudas el descontento histórico de las masas paupérrimas, fueron elemento constitutivo también de la lucha ideológica y militar que marcó buena parte de la segunda post guerra del siglo XX: la Guerra Fría. Guerra a muerte entre dos proyectos de vida, entre dos modelos de desarrollo y de concepción del mundo; guerra que se libró en numerosos frentes, y en la que Centroamérica fue un campo de batalla de gran importancia.
El bloque socialista se involucró fuertemente; Cuba, por su cercanía, fue el punto de referencia más cercano. Preparación política, ideológica y militar estuvieron presentes desde el inicio de estos movimientos, apareciendo Moscú siempre vigente como una instancia importante en esa dinámica entablada. Por el otro lado, como respuesta a estos proyectos de transformación social, las oligarquías locales, con sus respectivas Fuerzas Armadas, y la presencia omnímoda de la Casa Blanca en tanto referencia última, descargaron todo el peso represivo del caso para evitar que esas iniciativas revolucionarias pudieran crecer.
A las propuestas de cambio social levantadas por estos movimientos (en Nicaragua, incluso, habiendo llegado a adueñarse del poder, y comenzando efectivamente el proceso de transformación), le siguieron brutales represiones. Campañas de "tierra arrasada" en Guatemala, los "contras" en Nicaragua, guerra sucia en El Salvador, las bases de los contras en la región de la Mosquitia hondureña, y en su momento también en Costa Rica, ningún rincón del área centroamericana escapó a la maquinaria bélica. La zona se puso al rojo vivo. El discurso militarizado inundó la vida cotidiana.
La guerra nuclear de los misiles soviéticos y estadounidenses que nunca llegaron a dispararse se libró, entre otras formas, a través de las guerras de guerrillas y las tácticas contrainsurgentes en las montañas de Centroamérica. Los muertos, claro está, fueron centroamericanos.
Y ahora: ¿más de lo mismo?
La Guerra Fría terminó. El bloque soviético ya no existe. Los ideales socialistas, aquellos que pusieron en marcha a los movimientos guerrilleros, hoy están, si no desechados totalmente, al menos en proceso de observación (¿en terapia intensiva?). De todos modos las causas estructurales que motivaron aquellas respuestas armadas por parte de los grupos más avanzados políticamente en los distintos países de América Central, aún persisten. En Nicaragua incluso, donde uno de esos grupos fue poder y manejó el país por espacio de una década con un proyecto transformador, las causas profundas generadoras de pobreza –aunque ya no esté la familia Somoza – persisten. De aquel cambio iniciado en su momento, hoy ya casi nada queda, pese a que regresó a la presidencia el otrora comandante guerrillero Daniel Ortega.
Mucho ha cambiado en estos últimos años, desde la caída del muro de Berlín en adelante. Pero las razones que dieron lugar al surgimiento del socialismo como visión contestataria del mundo, como forma de lucha contra las injusticias sociales, aún se mantienen.
La Guerra Fría que se expresó en Centroamérica a través de las guerras que desangraron sus países por años, ya es parte de la historia; pero las secuelas de esas guerras ahí están todavía, y seguirán estando por mucho tiempo.
En realidad, terminada la gran puja entre los dos modelos en disputa con el triunfo de uno de ellos y la desaparición del otro, no se resolvieron los problemas de fondo que mantuvieron enfrentadas a esas dos cosmovisiones. Terminó la guerra de estos años, pero no su motor. A partir de ese final en concreto se siguieron las agendas de paz de diversas regiones del planeta, América Central entre ellas. Agendas que, en todo caso, no hablan tanto de los procesos de superación de diferencias en los espacios locales donde los conflictos se expresaban abiertamente (como en Oriente Medio, o en el África subsahariana), sino de la necesidad y/o conveniencia de las potencias –Estados Unidos a la cabeza– de eliminar zonas calientes, problemáticas. A su vez las guerrillas firmaron la paz, en realidad, porque no tenían otra salida ante el nuevo escenario abierto. Como se dijo burlescamente: se pasó de Marx a Marc’s: métodos alternativos de resolución de conflictos. La idea de lucha de clases salió de la discusión… ¡pero no de la realidad! Las políticas neoliberales amarradas a esas agendas de pacificación profundizaron las contradicciones e injusticias históricas de la región.
Decir que Centroamérica entró en un período de paz es, cuanto menos, equivocado. Quizá: exagerado, pues oculta la realidad cotidiana. Desde ya, el hecho de no convivir diariamente con la guerra es un paso adelante. Hoy siguen muriendo niños de hambre, o mujeres en los partos sin la correspondiente atención, pero ya nadie muere en una emboscada, pisando una mina, de un cañonazo. Esto no es poco. Pero si se mira el fenómeno a la luz del análisis histórico es evidente que las guerras vividas en la región tienen como su causa el hambre, la desprotección, la exclusión en definitiva. Y esto no ha cambiado. Sin vivir técnicamente en guerra, la zona sigue siendo de las más violentas del mundo. Nuevos actores (crimen organizado, narcotráfico, pandillas juveniles), sobre la base de un transfondo de inequidades históricas que nunca se modificó, son los elementos que hacen de la región un lugar problemático, difícil, complejo.
¿Qué le espera ahora a Centroamérica?
Como primera tarea, resolver los problemas inmediatos derivados de los conflictos armados: los materiales, los psicológicos, los culturales. Desde hace algunos años, dependiendo de los tiempos en cada caso, se está trabajando sobre ello. Sin embargo, la magnitud de lo invertido para la reconstrucción post bélica es inconmensurablemente menor a lo que se destinara a las guerras, por lo que las heridas y las pérdidas no parecen poder superarse con gran éxito de seguirse esta tendencia. No ha habido –ya pasó el tiempo para ello– un equivalente al plan Marshall europeo para reactivar las economías. Se contó con apoyos de la comunidad internacional, pero no mucho más grandes que los que podrían haber llegado luego de cualquier catástrofe natural. En definitiva, no hubo un genuino proceso de reconstrucción sobre nuevos parámetros: todo siguió no muy distinto a lo que siempre fue y las ayudas no sirvieron para poner en marcha ninguna transformación de base.
Pacificada el área (o, al menos, sin el fragor de las guerras declaradas que se vivieron años atrás), la estructura económica no ha tenido ningún cambio sustancial: no se modificó la tenencia de la tierra, no se salió de los modelos agroexportadores, no comenzó ningún proceso sostenible de modernización industrial. Las grandes mayorías continúan siendo mano de obra no calificada, barata, con escasa o nula organización sindical. En otros términos: más de lo mismo.
En el plano de lo político y cultural las cosas no han cambiado especialmente. Sigue predominando la impunidad. Ese es el elemento principal que define la situación general luego de los conflictos bélicos sufridos. Las aristocracias se han reposicionado luego de este período, sin mayores inconvenientes en el mantenimiento de sus privilegios. En Nicaragua retornaron abiertamente al control del poder, luego de la primavera sandinista –que terminó siendo más bien, por diversos motivos, un borrascoso temporal, y la nueva llegada al gobierno de un equipo que levanta las banderas del sandinimo no tiene nada que ver con el proyecto revolucionario de la década de los 80 del siglo pasado. En Guatemala han tenido que compartir algunas cuotas de poder, a su pesar sin dudas, con las fuerzas armadas que le cuidaron sus fincas años atrás, quienes devinieron ahora nuevos ricos con el manejo de las economías "calientes": narcotráfico, contrabando, crimen organizado.
En toda la región centroamericana la pauta dominante sigue siendo la impunidad. Luego de las atrocidades a que dieron lugar las guerras cursadas, no ha habido juicios a los responsables de tanto crimen, de tanta destrucción. Incluso muchos de los asesinos de guerra siguen detentando cargos públicos sin la menor vergüenza. La millonaria indemnización fijada por la Corte Internacional de Justicia (17.000 millones de dólares) contra Washington como monto a resarcir a Nicaragua por los daños de guerra ocasionados por haber financiado a la Contra durante casi una década, quedaron en el olvido. De hecho, su anulación fue una de las primeras medidas tomadas por el gobierno de Violeta Barrios viuda de Chamorro al asumir luego de la partida de los sandinistas en 1990. Y si en Guatemala, luego de años de espera, se llegó a condenar a la cabeza visible de las políticas de tierra arrasada que enlutaron a esa nación en los años 80, el general José Efraín Ríos Montt, los factores de poder del país hicieron que dos días después de emitida la condena dieran marcha atrás con la misma. En otros términos: terminadas las guerras internas, la impunidad sigue siendo lo dominante.
La construcción de la paz como proceso sostenible e irreversible no es, hasta el momento, un hecho indubitable. Mientras no se revise seriamente la historia, no se comiencen a mover las causas estructurales que están a la base de los enfrentamientos armados y no se haga justicia contra los responsables de los crímenes de guerra –como pasó, por ejemplo, en Europa con la jerarquía nazi– es imposible pacificar realmente las sociedades. Hay, como es el caso actual, algunos paños de agua fría, pero las heridas profundas que ocasionaron el odio y las posiciones irreconciliables no podrán desaparecer si no se abordan con seriedad esas agendas pendientes. La violencia galopante que se vive en la zona –criminalidad, persistencia de escuadrones de la muerte, delincuencia callejera, linchamientos en algunos casos, todo lo cual convierte a la región en una de las zonas más peligrosas del planeta– son expresiones de esa historia no elaborada. Puede haber "agendas de la paz", pero no se vive realmente en paz.
Los países que actualmente conforman la región centroamericana fueron colonias de España, con excepción de Belice, que fue un enclave británico. Hacia principios del siglo XIX, con la fiebre libertaria que barrió el continente, consiguen su independencia de la metrópoli. Pero rápidamente comenzaron sus problemas. Originalmente constituyeron una unidad, continuando su status de Capitanía General de la época colonial, donde reunidos conformaban un todo con Guatemala como capital. Al poco tiempo de constituida, se disolvió la Unión Centroamericana, dando lugar a los Estados que actualmente existen en la zona.
Formalmente independientes de España, en realidad nunca se constituyeron plenamente en repúblicas soberanas con proyectos nacionales propios. Ya hacia fines del siglo XIX eran, en mayor o menor medida, partes del círculo de interés geoestratégico que los Estados Unidos comenzaban a trazar. Desde ese entonces son –como se dice tan habitualmente– su "patio trasero".
Las aristocracias nativas siempre estuvieron alineadas con el poderoso del norte; se dio ahí un proceso de acomodamiento recíproco: oligarquías que producían a bajos costos productos para el mercado norteamericano, y que simultáneamente abrían las puertas a las inversiones estadounidenses para el saqueo de las riquezas nacionales. Al mismo tiempo –esto marcó la historia de todo el siglo XX– estos países aportaban mano de obra barata, siempre en situación migratoria ilegal, para los trabajos menos calificados en los Estados Unidos.
En todo el subcontinente latinoamericano, Centroamérica fue quedando relegada como la región más pobre, con estructuras más ligadas a la colonia, con un funcionamiento económico-social de corte quasi feudal, mientras otros países, también ex colonia españolas, seguían modelos de desarrollo industrial.
La injerencia política de Washington en la región fue notoria; más aún: desvergonzada, desde el '900 en adelante. Salvo Costa Rica –que merece un tratamiento aparte, siendo por ello la "Suiza centroamericana"– la historia política del istmo estuvo marcada por dictaduras militares a granel, siempre con Washington de por medio. Invasiones, complots y maniobras desestabilizadoras se pueden contar por docenas. La CIA hizo su debut de fuego con una campaña de acción encubierta en Guatemala, en 1954.
En esta lógica, sobre el horizonte de esa historia de explotación, pobreza e intervención extranjera, y a partir de la esperanza que abriera la Revolución Cubana de 1959, entre las décadas de los '60 y los '70 comienzan a generarse movimientos armados como reacción ante tal estado de cosas. Guatemala primero, luego Nicaragua, posteriormente El Salvador, desarrollaron expresiones guerrilleras que, paulatinamente, fueron creciendo. En Nicaragua, como Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), hacia 1979, terminaron por tomar el poder desplazando a la dictadura más vieja de Centroamérica: la de la familia Somoza, tristemente célebre por su crueldad, comenzando la construcción de una experiencia socialista y antiimperialista. En El Salvador, hacia fines de los '80, estuvieron a punto de hacer colapsar al gobierno. En Guatemala –el movimiento guerrillero más viejo del área y el segundo de toda Latinoamérica, luego del colombiano– fueron juntando fuerzas llegando a tener una presencia nacional.
Estas expresiones políticas, –de acción armada, con presencia fundamentalmente entre la población campesina– además de representar sin dudas el descontento histórico de las masas paupérrimas, fueron elemento constitutivo también de la lucha ideológica y militar que marcó buena parte de la segunda post guerra del siglo XX: la Guerra Fría. Guerra a muerte entre dos proyectos de vida, entre dos modelos de desarrollo y de concepción del mundo; guerra que se libró en numerosos frentes, y en la que Centroamérica fue un campo de batalla de gran importancia.
El bloque socialista se involucró fuertemente; Cuba, por su cercanía, fue el punto de referencia más cercano. Preparación política, ideológica y militar estuvieron presentes desde el inicio de estos movimientos, apareciendo Moscú siempre vigente como una instancia importante en esa dinámica entablada. Por el otro lado, como respuesta a estos proyectos de transformación social, las oligarquías locales, con sus respectivas Fuerzas Armadas, y la presencia omnímoda de la Casa Blanca en tanto referencia última, descargaron todo el peso represivo del caso para evitar que esas iniciativas revolucionarias pudieran crecer.
A las propuestas de cambio social levantadas por estos movimientos (en Nicaragua, incluso, habiendo llegado a adueñarse del poder, y comenzando efectivamente el proceso de transformación), le siguieron brutales represiones. Campañas de "tierra arrasada" en Guatemala, los "contras" en Nicaragua, guerra sucia en El Salvador, las bases de los contras en la región de la Mosquitia hondureña, y en su momento también en Costa Rica, ningún rincón del área centroamericana escapó a la maquinaria bélica. La zona se puso al rojo vivo. El discurso militarizado inundó la vida cotidiana.
La guerra nuclear de los misiles soviéticos y estadounidenses que nunca llegaron a dispararse se libró, entre otras formas, a través de las guerras de guerrillas y las tácticas contrainsurgentes en las montañas de Centroamérica. Los muertos, claro está, fueron centroamericanos.
Y ahora: ¿más de lo mismo?
La Guerra Fría terminó. El bloque soviético ya no existe. Los ideales socialistas, aquellos que pusieron en marcha a los movimientos guerrilleros, hoy están, si no desechados totalmente, al menos en proceso de observación (¿en terapia intensiva?). De todos modos las causas estructurales que motivaron aquellas respuestas armadas por parte de los grupos más avanzados políticamente en los distintos países de América Central, aún persisten. En Nicaragua incluso, donde uno de esos grupos fue poder y manejó el país por espacio de una década con un proyecto transformador, las causas profundas generadoras de pobreza –aunque ya no esté la familia Somoza – persisten. De aquel cambio iniciado en su momento, hoy ya casi nada queda, pese a que regresó a la presidencia el otrora comandante guerrillero Daniel Ortega.
Mucho ha cambiado en estos últimos años, desde la caída del muro de Berlín en adelante. Pero las razones que dieron lugar al surgimiento del socialismo como visión contestataria del mundo, como forma de lucha contra las injusticias sociales, aún se mantienen.
La Guerra Fría que se expresó en Centroamérica a través de las guerras que desangraron sus países por años, ya es parte de la historia; pero las secuelas de esas guerras ahí están todavía, y seguirán estando por mucho tiempo.
En realidad, terminada la gran puja entre los dos modelos en disputa con el triunfo de uno de ellos y la desaparición del otro, no se resolvieron los problemas de fondo que mantuvieron enfrentadas a esas dos cosmovisiones. Terminó la guerra de estos años, pero no su motor. A partir de ese final en concreto se siguieron las agendas de paz de diversas regiones del planeta, América Central entre ellas. Agendas que, en todo caso, no hablan tanto de los procesos de superación de diferencias en los espacios locales donde los conflictos se expresaban abiertamente (como en Oriente Medio, o en el África subsahariana), sino de la necesidad y/o conveniencia de las potencias –Estados Unidos a la cabeza– de eliminar zonas calientes, problemáticas. A su vez las guerrillas firmaron la paz, en realidad, porque no tenían otra salida ante el nuevo escenario abierto. Como se dijo burlescamente: se pasó de Marx a Marc’s: métodos alternativos de resolución de conflictos. La idea de lucha de clases salió de la discusión… ¡pero no de la realidad! Las políticas neoliberales amarradas a esas agendas de pacificación profundizaron las contradicciones e injusticias históricas de la región.
Decir que Centroamérica entró en un período de paz es, cuanto menos, equivocado. Quizá: exagerado, pues oculta la realidad cotidiana. Desde ya, el hecho de no convivir diariamente con la guerra es un paso adelante. Hoy siguen muriendo niños de hambre, o mujeres en los partos sin la correspondiente atención, pero ya nadie muere en una emboscada, pisando una mina, de un cañonazo. Esto no es poco. Pero si se mira el fenómeno a la luz del análisis histórico es evidente que las guerras vividas en la región tienen como su causa el hambre, la desprotección, la exclusión en definitiva. Y esto no ha cambiado. Sin vivir técnicamente en guerra, la zona sigue siendo de las más violentas del mundo. Nuevos actores (crimen organizado, narcotráfico, pandillas juveniles), sobre la base de un transfondo de inequidades históricas que nunca se modificó, son los elementos que hacen de la región un lugar problemático, difícil, complejo.
¿Qué le espera ahora a Centroamérica?
Como primera tarea, resolver los problemas inmediatos derivados de los conflictos armados: los materiales, los psicológicos, los culturales. Desde hace algunos años, dependiendo de los tiempos en cada caso, se está trabajando sobre ello. Sin embargo, la magnitud de lo invertido para la reconstrucción post bélica es inconmensurablemente menor a lo que se destinara a las guerras, por lo que las heridas y las pérdidas no parecen poder superarse con gran éxito de seguirse esta tendencia. No ha habido –ya pasó el tiempo para ello– un equivalente al plan Marshall europeo para reactivar las economías. Se contó con apoyos de la comunidad internacional, pero no mucho más grandes que los que podrían haber llegado luego de cualquier catástrofe natural. En definitiva, no hubo un genuino proceso de reconstrucción sobre nuevos parámetros: todo siguió no muy distinto a lo que siempre fue y las ayudas no sirvieron para poner en marcha ninguna transformación de base.
Pacificada el área (o, al menos, sin el fragor de las guerras declaradas que se vivieron años atrás), la estructura económica no ha tenido ningún cambio sustancial: no se modificó la tenencia de la tierra, no se salió de los modelos agroexportadores, no comenzó ningún proceso sostenible de modernización industrial. Las grandes mayorías continúan siendo mano de obra no calificada, barata, con escasa o nula organización sindical. En otros términos: más de lo mismo.
En el plano de lo político y cultural las cosas no han cambiado especialmente. Sigue predominando la impunidad. Ese es el elemento principal que define la situación general luego de los conflictos bélicos sufridos. Las aristocracias se han reposicionado luego de este período, sin mayores inconvenientes en el mantenimiento de sus privilegios. En Nicaragua retornaron abiertamente al control del poder, luego de la primavera sandinista –que terminó siendo más bien, por diversos motivos, un borrascoso temporal, y la nueva llegada al gobierno de un equipo que levanta las banderas del sandinimo no tiene nada que ver con el proyecto revolucionario de la década de los 80 del siglo pasado. En Guatemala han tenido que compartir algunas cuotas de poder, a su pesar sin dudas, con las fuerzas armadas que le cuidaron sus fincas años atrás, quienes devinieron ahora nuevos ricos con el manejo de las economías "calientes": narcotráfico, contrabando, crimen organizado.
En toda la región centroamericana la pauta dominante sigue siendo la impunidad. Luego de las atrocidades a que dieron lugar las guerras cursadas, no ha habido juicios a los responsables de tanto crimen, de tanta destrucción. Incluso muchos de los asesinos de guerra siguen detentando cargos públicos sin la menor vergüenza. La millonaria indemnización fijada por la Corte Internacional de Justicia (17.000 millones de dólares) contra Washington como monto a resarcir a Nicaragua por los daños de guerra ocasionados por haber financiado a la Contra durante casi una década, quedaron en el olvido. De hecho, su anulación fue una de las primeras medidas tomadas por el gobierno de Violeta Barrios viuda de Chamorro al asumir luego de la partida de los sandinistas en 1990. Y si en Guatemala, luego de años de espera, se llegó a condenar a la cabeza visible de las políticas de tierra arrasada que enlutaron a esa nación en los años 80, el general José Efraín Ríos Montt, los factores de poder del país hicieron que dos días después de emitida la condena dieran marcha atrás con la misma. En otros términos: terminadas las guerras internas, la impunidad sigue siendo lo dominante.
La construcción de la paz como proceso sostenible e irreversible no es, hasta el momento, un hecho indubitable. Mientras no se revise seriamente la historia, no se comiencen a mover las causas estructurales que están a la base de los enfrentamientos armados y no se haga justicia contra los responsables de los crímenes de guerra –como pasó, por ejemplo, en Europa con la jerarquía nazi– es imposible pacificar realmente las sociedades. Hay, como es el caso actual, algunos paños de agua fría, pero las heridas profundas que ocasionaron el odio y las posiciones irreconciliables no podrán desaparecer si no se abordan con seriedad esas agendas pendientes. La violencia galopante que se vive en la zona –criminalidad, persistencia de escuadrones de la muerte, delincuencia callejera, linchamientos en algunos casos, todo lo cual convierte a la región en una de las zonas más peligrosas del planeta– son expresiones de esa historia no elaborada. Puede haber "agendas de la paz", pero no se vive realmente en paz.
El papel jugado por los Estados Unidos sigue siendo el mismo: hegemónico, dominador total para la región. Incluso se da el caso paradójico en que, terminadas las guerras locales, la gran potencia se permite impulsar programas de apoyo a las víctimas de toda esa crueldad que ellos mismos fomentaron. Valga decir que no por sentimientos de culpa precisamente, sino como parte de la misma estrategia de dominación de siempre, actualizada hoy, y adecuada a las circunstancias correspondientes.
Los distintos movimientos revolucionarios signatarios de los procesos de paz que se siguen en el área (la URNG en Guatemala, el FMLN en El Salvador, el FSLN en Nicaragua) –que en todo caso, preciso es decirlo, siguieron procesos prácticamente impuestos por la comunidad internacional– una vez pasados a la lucha política desde el plano civil no han podido elaborar estrategias de impacto para las mayorías, estando en estos momentos lejos de constituirse en alternativas con posibilidades reales de generar cambios profundos, más allá que puedan ocupar la administración central del país, como el caso salvadoreño. El caso del sandinismo, viniendo de un proceso donde sí detentaron el poder político, nos confronta con una debilidad de propuesta programática que –todo pareciera indicar– más allá de declaraciones oficiales, ya no tiene ninguna relación con la vena revolucionaria de décadas atrás.
Para las poblaciones pobres, marcharse a los
Estados Unidos a trabajar en cualquier cosa y acumular algunos dólares, sigue
siendo la meta dorada.
Como una herencia novedosa que deja el final de la Guerra Fría en el área centroamericana –proceso que en realidad se extiende a toda Latinoamérica, pero que en la zona adquiere ribetes muy marcados– es la proliferación de iglesias evangélicas fundamentalistas. Nacidas como estrategia política encubierta de los Estados Unidos para oponerse a la creciente Teología de la Liberación católica de los '60 y los '70 con su "opción por los pobres", estos grupos inundaron la región llevando un mensaje de desinterés por lo terrenal y de total apatía política. Hoy, a partir de una dinámica de autonomía que fueron adquiriendo, representan un factor de alta incidencia en la vida cotidiana de las comunidades de todos los países del istmo, repitiendo siempre aquellos patrones de proyecto vital: no preocuparse, dejar todo en manos de dios. Su incidencia es alta: se calcula en no menos de un tercio de la población total.
Centroamérica participa hoy de los procesos de integración en bloque que imponen los Estados Unidos en su estrategia continental. Ahí están el Tratado de Libre Comercio (TLC) o el Plan Puebla-Panamá, preparando el camino para tratados bilaterales entre la potencia del norte y los distintos países. En esta lógica se inscribe el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y Estados Unidos, (CAFTA, por sus siglas en inglés).
El ex presidente George Bush hijo anunció en su momento que el CAFTA constituye una prioridad de primera línea para su administración. El valor global de las relaciones comerciales entre la economía norteamericana y la centroamericana es de unos 20.000 millones de dólares anuales, cifra que no representa, precisamente, una cantidad como para ser considerada "prioridad de primera línea". ¿Por qué esta decisión de Washington entonces?
Este acuerdo de libre comercio con Centroamérica pretendió ser el punto focal principal de cara al objetivo de crear el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), acuerdo que nunca llegó a ponerse en marcha, pero que se vio reemplazado operativamente por tratados bilaterales, los cuales, en definitiva, cumplen el mismo papel. La implementación del ALCA se le complicó a la Casa Blanca por diversos motivos de protesta política, fundamentalmente por la lucha de la sociedad civil (sindicatos, grupos de oposición, partidos de izquierda) contra un acuerdo leonino, lesivo de los intereses de los trabajadores y atentatorio contra el medio ambiente. En esa geoestrategia hemisférica de Washington, Centroamérica se convierte así en territorio de expansión natural del Tratado de Libre Comercio (que ya vincula a Canadá, Estados Unidos y México). Estando la región amarrada ahora por el Plan Puebla-Panamá, cuyas inversiones cobran sentido en el marco jurídico de un TLC que subordine las legislaciones nacionales de cada uno de los países centroamericanos al acuerdo supranacional con los Estados Unidos que estimule y garantice los intereses de las empresas transnacionales que operan en el área –la inmensa mayoría estadounidenses–, el CAFTA pasa a ser así una pieza de gran importancia en su "patio trasero".
Buena parte del tráfico de bienes derivado de los tratados de libre comercio de países latinoamericanos con Estados Unidos, tiene que pasar por la región mesoamericana. Por lo tanto el CAFTA es un paso vital para expandir el acuerdo continental. Sin el endoso de dirigentes empresariales y funcionarios de los gobiernos centroamericanos, los tratados de libre comercio que subordinan las débiles economías latinoamericasnas a los dictaods de las corporaciones estadounidenses sería prácticamente imposible. Todo indica que las eventuales ganancias derivadas de un tal mecanismo de concertación económica no representan verdaderos beneficios para todos sino que, una vez más, hipotecan el bienestar de los pueblos en favor del gran capital, en especial el norteamericano. Es decir: aunque con términos nuevos, más de lo mismo.
La vulnerabilidad de los países centroamericanos y la propensión al vasallaje de sus actuales gobiernos (infame herencia histórica que nos condena, malichismo mediante), son reconocidos por funcionarios de la misma Casa Blanca como elementos que favorecen esa estrategia expansionista del "paso a paso", para debilitar la oposición que en su momento se hiciera al ALCA en el bloque regional del Sur que encabeza Brasil, y al mismo tiempo favorecer la posición estadounidense en las negociaciones multilaterales de la ronda de Doha, que se llevan a cabo en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Sin ambages el otrora Representante de Comercio de Estados Unidos Robert Zoellick pudo subrayar que el CAFTA es el mejor escudo del que dispone la industria textil norteamericana para sobrevivir a la competencia de China, eliminadas las tarifas en ese sector desde el año 2004 bajo el Acuerdo Multifibras de la Organización Mundial de Comercio.
En resumida síntesis, el CAFTA consiste en nueve temas puntuales de negociación: 1) Servicios: todos los servicios públicos deben estar abiertos a la inversión privada, 2) Inversiones: los gobiernos se comprometen a otorgar garantías absolutas para la inversión extranjera, 3) Compras del sector público: todas las compras del Estado deben estar abiertas a las transnacionales, 4) Acceso a mercados: los gobiernos se comprometen a reducir, y llegar a eliminar, los aranceles y otras medidas de protección a la producción nacional, 5) Agricultura: libre importación y eliminación de subsidios a la producción agrícola, 6) Derechos de propiedad intelectual: privatización y monopolio del conocimiento y de las tecnologías, 7) Subsidios, "antidumping" y derechos compensatorios: compromiso de los gobiernos a la eliminación progresiva de barreras proteccionistas en todos los ámbitos, 8) Política de competencia: desmantelamiento de los monopolios nacionales, 9) Solución de controversias: derecho de las transnacionales de enjuiciar a los países en tribunales internacionales privados.
Una vez más, analizando lo que allí está en juego, todo parece indicar que para los pobres y por siempre postergados banana countries (para el grueso de sus crónicamente pobres poblaciones, obviamente) habrá más de lo mismo.
La nueva industria extractivista que las potencias occidentales, con Washington a la cabeza, están desarrollando a pasos agigantados en todo el continente –y por supuesto también en el istmo centroamericano– en afanosa búsqueda de recursos imprescindibles para su expansión (petróleo, minerales estratégicos para las tecnologías de punta y la industria militar, agua dulce para consumo humano o para la generación de energía hidroeléctrica, biodiversidad de las selvas tropicales), en realidad no cambia la estructura de base en cuanto a dependencia y subdesarrollo. En todo caso, modificando externamente la forma de despojo, la relación de subordinación se mantiene inalterable. El rosario de bases militares estadounidenses que acordonan la región deja ver cuál es el verdadero interés de Washington para Centroamérica: un botín que seguirá expoliando con beneplácito de las burguesías locales, en muchos casos socios menores en esa rapiña. O sea: más de lo mismo.
Como una herencia novedosa que deja el final de la Guerra Fría en el área centroamericana –proceso que en realidad se extiende a toda Latinoamérica, pero que en la zona adquiere ribetes muy marcados– es la proliferación de iglesias evangélicas fundamentalistas. Nacidas como estrategia política encubierta de los Estados Unidos para oponerse a la creciente Teología de la Liberación católica de los '60 y los '70 con su "opción por los pobres", estos grupos inundaron la región llevando un mensaje de desinterés por lo terrenal y de total apatía política. Hoy, a partir de una dinámica de autonomía que fueron adquiriendo, representan un factor de alta incidencia en la vida cotidiana de las comunidades de todos los países del istmo, repitiendo siempre aquellos patrones de proyecto vital: no preocuparse, dejar todo en manos de dios. Su incidencia es alta: se calcula en no menos de un tercio de la población total.
Centroamérica participa hoy de los procesos de integración en bloque que imponen los Estados Unidos en su estrategia continental. Ahí están el Tratado de Libre Comercio (TLC) o el Plan Puebla-Panamá, preparando el camino para tratados bilaterales entre la potencia del norte y los distintos países. En esta lógica se inscribe el Tratado de Libre Comercio entre Centroamérica y Estados Unidos, (CAFTA, por sus siglas en inglés).
El ex presidente George Bush hijo anunció en su momento que el CAFTA constituye una prioridad de primera línea para su administración. El valor global de las relaciones comerciales entre la economía norteamericana y la centroamericana es de unos 20.000 millones de dólares anuales, cifra que no representa, precisamente, una cantidad como para ser considerada "prioridad de primera línea". ¿Por qué esta decisión de Washington entonces?
Este acuerdo de libre comercio con Centroamérica pretendió ser el punto focal principal de cara al objetivo de crear el Area de Libre Comercio de las Américas (ALCA), acuerdo que nunca llegó a ponerse en marcha, pero que se vio reemplazado operativamente por tratados bilaterales, los cuales, en definitiva, cumplen el mismo papel. La implementación del ALCA se le complicó a la Casa Blanca por diversos motivos de protesta política, fundamentalmente por la lucha de la sociedad civil (sindicatos, grupos de oposición, partidos de izquierda) contra un acuerdo leonino, lesivo de los intereses de los trabajadores y atentatorio contra el medio ambiente. En esa geoestrategia hemisférica de Washington, Centroamérica se convierte así en territorio de expansión natural del Tratado de Libre Comercio (que ya vincula a Canadá, Estados Unidos y México). Estando la región amarrada ahora por el Plan Puebla-Panamá, cuyas inversiones cobran sentido en el marco jurídico de un TLC que subordine las legislaciones nacionales de cada uno de los países centroamericanos al acuerdo supranacional con los Estados Unidos que estimule y garantice los intereses de las empresas transnacionales que operan en el área –la inmensa mayoría estadounidenses–, el CAFTA pasa a ser así una pieza de gran importancia en su "patio trasero".
Buena parte del tráfico de bienes derivado de los tratados de libre comercio de países latinoamericanos con Estados Unidos, tiene que pasar por la región mesoamericana. Por lo tanto el CAFTA es un paso vital para expandir el acuerdo continental. Sin el endoso de dirigentes empresariales y funcionarios de los gobiernos centroamericanos, los tratados de libre comercio que subordinan las débiles economías latinoamericasnas a los dictaods de las corporaciones estadounidenses sería prácticamente imposible. Todo indica que las eventuales ganancias derivadas de un tal mecanismo de concertación económica no representan verdaderos beneficios para todos sino que, una vez más, hipotecan el bienestar de los pueblos en favor del gran capital, en especial el norteamericano. Es decir: aunque con términos nuevos, más de lo mismo.
La vulnerabilidad de los países centroamericanos y la propensión al vasallaje de sus actuales gobiernos (infame herencia histórica que nos condena, malichismo mediante), son reconocidos por funcionarios de la misma Casa Blanca como elementos que favorecen esa estrategia expansionista del "paso a paso", para debilitar la oposición que en su momento se hiciera al ALCA en el bloque regional del Sur que encabeza Brasil, y al mismo tiempo favorecer la posición estadounidense en las negociaciones multilaterales de la ronda de Doha, que se llevan a cabo en el seno de la Organización Mundial del Comercio (OMC). Sin ambages el otrora Representante de Comercio de Estados Unidos Robert Zoellick pudo subrayar que el CAFTA es el mejor escudo del que dispone la industria textil norteamericana para sobrevivir a la competencia de China, eliminadas las tarifas en ese sector desde el año 2004 bajo el Acuerdo Multifibras de la Organización Mundial de Comercio.
En resumida síntesis, el CAFTA consiste en nueve temas puntuales de negociación: 1) Servicios: todos los servicios públicos deben estar abiertos a la inversión privada, 2) Inversiones: los gobiernos se comprometen a otorgar garantías absolutas para la inversión extranjera, 3) Compras del sector público: todas las compras del Estado deben estar abiertas a las transnacionales, 4) Acceso a mercados: los gobiernos se comprometen a reducir, y llegar a eliminar, los aranceles y otras medidas de protección a la producción nacional, 5) Agricultura: libre importación y eliminación de subsidios a la producción agrícola, 6) Derechos de propiedad intelectual: privatización y monopolio del conocimiento y de las tecnologías, 7) Subsidios, "antidumping" y derechos compensatorios: compromiso de los gobiernos a la eliminación progresiva de barreras proteccionistas en todos los ámbitos, 8) Política de competencia: desmantelamiento de los monopolios nacionales, 9) Solución de controversias: derecho de las transnacionales de enjuiciar a los países en tribunales internacionales privados.
Una vez más, analizando lo que allí está en juego, todo parece indicar que para los pobres y por siempre postergados banana countries (para el grueso de sus crónicamente pobres poblaciones, obviamente) habrá más de lo mismo.
La nueva industria extractivista que las potencias occidentales, con Washington a la cabeza, están desarrollando a pasos agigantados en todo el continente –y por supuesto también en el istmo centroamericano– en afanosa búsqueda de recursos imprescindibles para su expansión (petróleo, minerales estratégicos para las tecnologías de punta y la industria militar, agua dulce para consumo humano o para la generación de energía hidroeléctrica, biodiversidad de las selvas tropicales), en realidad no cambia la estructura de base en cuanto a dependencia y subdesarrollo. En todo caso, modificando externamente la forma de despojo, la relación de subordinación se mantiene inalterable. El rosario de bases militares estadounidenses que acordonan la región deja ver cuál es el verdadero interés de Washington para Centroamérica: un botín que seguirá expoliando con beneplácito de las burguesías locales, en muchos casos socios menores en esa rapiña. O sea: más de lo mismo.
Conclusión
Ante todo este panorama, los escenarios a futuro que se vislumbran para la región no son muy alentadores por cierto. Pasó la Guerra Fría, pasaron los conflictos armados locales, las sociedades se desangraron, los países sufrieron enormes pérdidas materiales.... pero no cambiaron su estatus de "bananeros". El área sigue siendo la más pobre de América, estando entre las más pobres del mundo. Los procesos de paz, a veces, pueden funcionar como mordaza para la búsqueda de la justicia. Los procesos de integración impuestos por Washington no se ven como oportunidades para un desarrollo genuinamente armónico y equilibrado para todos. Las democracias se muestran más bien raquíticas, y la impunidad y la corrupción siguen dominando lo cotidiano. Y quizá lo peor: no se ven alternativas ciertas a todo esto. Al menos, no destacan propuestas sólidas desde el campo de las izquierdas.
Lo que sí se van dibujando como alternativas antisistémicas, rebeldes,
contestatarias, son los grupos (en general movimientos campesinos e indígenas)
que luchan y reivindican sus territorios ancestrales. De hecho, en el informe
"Tendencias Globales 2020 – Cartografía del futuro global", del consejo Nacional
de Inteligencia de los Estados Unidos, dedicado a estudiar los escenarios
futuros de amenaza a la seguridad nacional de ese país, puede leerse: "A
comienzos del siglo XXI, hay grupos indígenas radicales en la mayoría de los
países latinoamericanos, que en 2020 podrán haber crecido exponencialmente y
obtenido la adhesión de la mayoría de los pueblos indígenas (…) Esos grupos
podrán establecer relaciones con grupos terroristas internacionales y grupos
antiglobalización (…) que podrán poner en causa las políticas económicas de los
liderazgos latinoamericanos de origen europeo. (…) Las tensiones se manifestarán
en un área desde México a través de la región del Amazonas". Para enfrentar esa
presunta amenaza que afectaría la gobernabilidad de la región poniendo en
entredicho la hegemonía continental de Washington y afectando sus intereses, el
gobierno estadounidense tiene ya establecida la correspondiente estrategia
contrainsurgente, la "Guerra de Red Social" (guerra de cuarta generación, guerra
mediático-psicológica donde el enemigo no es un ejército combatiente sino la
totalidad de la población civil), tal como décadas atrás lo hiciera contra la
teología de la liberación y los movimientos insurgentes que se expandieron por
toda Latinoamérica.
Hoy, como dice el portugués Boaventura Sousa Santos refiriéndose al caso colombiano en particular y latinoamericano en general, "la verdadera amenaza no son las FARC. Son las fuerzas progresistas y, en especial, los movimientos indígenas y campesinos. La mayor amenaza [para la estrategia hegemónica de Estados Unidos] proviene de aquellos que invocan derechos ancestrales sobre los territorios donde se encuentran estos recursos [biodiversidad, agua dulce, petróleo, riquezas minerales], o sea, de los pueblos indígenas".
Aunque suene a pesimista, hoy por hoy todo muestra que, en la coyuntura actual al menos, la historia no ha cambiado. De todos modos confiemos en lo que dicen los ancianos mayas: que pronto vendrán tiempos de renacimiento para los ahora excluidos. Ojalá no se equivoquen.
Bibliografía: (…) Fuente: http://www.argenpress.info/2014/03/centroamerica-despues-de-la-guerra-fria.html
El
desafío de instalar en la agenda pública qué
revisar de nuestras conductas y porqué es explicado por la respuesta a quienes
verbalizan el sentido común dominante y dominador.
Respuesta
del Comité Democrático Haitiano en Argentina a
Agustín
Rossi y “Lula” Da Silva
Durante la última semana del mes de febrero, aparecieron en diferentes medios de
prensa dos artículos sobre Haití. El primero es una reflexión del ex presidente
del Brasil, Luiz Ignacio “Lula” Da Silva, el otro es de Santiago Rodríguez a
partir de algunas declaraciones realizadas por el actual ministro de Defensa de
Argentina, Agustín Rossi, luego de su reciente visita al país caribeño. Simple
coincidencia o no, esto no es lo más importante de estos dos artículos, sino que
han golpeado de la misma manera la dignidad del pueblo haitiano. Y esto es
inaceptable. En efecto, por razones no reveladas estos dos dirigentes políticos
sudamericanos decidieron, a escasos meses del décimo aniversario de la
imposición de la Misión de las Naciones Unidas para la Estabilización de Haití (MINUSTAH),
defenderla con una prepotencia casi idéntica a la que suele caracterizar a los
dirigentes del imperialismo norteamericano cuando deciden en cualquier momento
invadir ciertos países y derrocar gobiernos que no son de su agrado.
Inaceptable, también, porque tanto Da Silva como Rossi, ni siquiera mencionaron las violaciones sexuales a niñas, mujeres y jóvenes haitianos por parte de soldados de la MINUSTAH. Incluso, si uno lee atentamente el texto de Da Silva, pareciera que el cólera que ya causó más de 9.000 muertos y más 600.000 personas infectadas fuera un fenómeno natural como el terremoto que nos golpeó el 12 de enero de 2010. Lo que es grave, puesto que varios científicos demostraron que esta enfermedad fue introducida en Haití por soldados de Nepal, miembros de la MINUSTAH. Tampoco mencionaron las dos Resoluciones del Senado Haitiano exigiendo el retiro gradual de la MINUSTAH y dando como plazo último el mes de mayo próximo. Lo mismo podemos decir cuando ignoraron por completo las múltiples movilizaciones del pueblo haitiano y sus organizaciones durante estos casi diez años en contra de la MINUSTAH y las represiones por su parte a las mismas.
Inaceptable, también, porque tanto Da Silva como Rossi, ni siquiera mencionaron las violaciones sexuales a niñas, mujeres y jóvenes haitianos por parte de soldados de la MINUSTAH. Incluso, si uno lee atentamente el texto de Da Silva, pareciera que el cólera que ya causó más de 9.000 muertos y más 600.000 personas infectadas fuera un fenómeno natural como el terremoto que nos golpeó el 12 de enero de 2010. Lo que es grave, puesto que varios científicos demostraron que esta enfermedad fue introducida en Haití por soldados de Nepal, miembros de la MINUSTAH. Tampoco mencionaron las dos Resoluciones del Senado Haitiano exigiendo el retiro gradual de la MINUSTAH y dando como plazo último el mes de mayo próximo. Lo mismo podemos decir cuando ignoraron por completo las múltiples movilizaciones del pueblo haitiano y sus organizaciones durante estos casi diez años en contra de la MINUSTAH y las represiones por su parte a las mismas.
Francamente, nos cuesta creer y considerar que se trata de una equivocación. Pensamos que pretenden ocultar la verdad para no reconocer terribles errores como así también el carácter neocolonial de esta Misión denominada de Estabilización. Un nombre que es simplemente un eufemismo para disfrazar o enmascarar la ocupación de Haití. Si uno repasa con seriedad todo lo que ocurrió en Haití desde junio de 2004 hasta nuestros días, no le puede caber duda alguna de que Haití ha sido colocado bajo tutelaje de la ONU. La intromisión de la llamada Comunidad Internacional a través de la MINUSTAH en los asuntos internos del país es de tal evidencia, gravedad y magnitud, que incluso determinó con prepotencia los resultados tanto de la elección presidencial de 2006 donde salió “electo” René Garcia Préval como los de la última de 2010-2011 donde dicha Comunidad nos impuso a Michel Joseph Martelly. Están las declaraciones del diplomático brasileño Ricardo Seitenfus (ex representante de la OEA en Haití) para confirmar lo que quedó claro hace ya bastante para la inmensa mayoría del pueblo haitiano en cuanto a las nefastas consecuencias de la ocupación de Haití por la MINUSTAH. Y con tantas pruebas de intromisión y violaciones a los derechos humanos, a la soberanía y el derecho a la autodeterminación del pueblo haitiano, es evidente que estos dos artículos no pueden tapar el sol.
Pero como el ex presidente brasileño, Da Silva y el ministro de Defensa argentino, Agustín Rossi, no son imperialistas y no representan a países imperialistas cabe, entonces, preguntar: ¿por qué reflexionaron y plantearon de esta manera la situación en Haití? Sinceramente no pensamos que es por falta de información acerca de los atropellos y el verdadero rol de la MINUSTAH. Tampoco podemos desconocer que son dirigentes con sensibilidad social y formación más que suficiente para aprehender los sufrimientos de un pueblo. A nuestro entender tienen suficiente bagaje político e intelectual para comprender que el empobrecimiento extremo que afecta a la inmensa mayoría de los haitianos y toda la destrucción institucional y estructural que notaron y plantearon claramente, no pueden ser producto del azar, sino que son el resultado de décadas de dominación imperialista, de la exacerbación de la dependencia de Haití con respecto al imperialismo yanqui como así también de las traiciones de varios haitianos que se autoproclaman defensores del campo popular. Además, sin lugar a dudas, deben conocer la historia nefasta de la primera ocupación militar norteamericana (1915-1934) que transformó a Haití en una perfecta neocolonia de los Estados Unidos Inclusive, no pueden ignorar la historia del apoyo norteamericano a la terrible dictadura de la familia Duvalier (1957-1986) como así tampoco la historia de los golpes de Estado que han ocurrido en Haití bajo la batuta de la CIA norteamericana, el Pentágono, etc. Tampoco pueden desconocer que desde el 2010 el verdadero mandamás en Haití es el ex presidente norteamericano, Bill Clinton.
Conscientes de esta realidad y sin negar también
la existencia de lo que en muchas ocasiones se denominan razones de Estado,
pensamos que el nefasto contenido y enfoque de estos dos artículos, se debe a
una subestimación del pueblo haitiano por parte de estos dirigentes
sudamericanos -tal como lo podemos constatar en todos aquéllos que son
prisioneros de los esquemas propios del pensamiento moderno occidental, de la
llamada modernidad occidental-. Una modernidad que pretende determinar cómo los
pueblos deben vivir y organizarse, y que siempre menospreció al pueblo haitiano.
Una «modernidad» que permanentemente sostiene una visión paternalista y lastimosa sobre el pueblo haitiano. Es, quizás, por eso que ellos se han atribuido el derecho de decidir que la MINUSTAH no puede retirarse hasta acabar con su tarea, salvo decisión contraria de la ONU y no a partir de la decisión del pueblo haitiano. Y esto es así, pues en ningún momento hicieron ni siquiera una sola mención de la opinión del pueblo haitiano sobre la MINUSTAH, de sus organizaciones populares, etc., etc. Ignoraron completamente este aspecto; sin embargo, es el más importante de la crisis que pretenden solucionar o ayudarnos a solucionar. En este contexto, al continuar con este tipo de planteos y de política, afirmamos sin temor a equivocación que van a seguir llevando agua de vez en cuando a barrios carenciados -tal como lo consignó el ministro Rossi-. También, la MINUSTAH seguirá contribuyendo para que el 1% de la población pueda seguir concentrando en sus manos más del 75% de toda la riqueza del país y las empresas capitalistas puedan seguir pagando salarios de hambre a los obreros haitianos y el 70% de la población activa seguirá sin trabajo.
¿Cómo dirigentes tan importantes en sus respectivos países no pueden admitir que el pueblo haitiano es el único capaz de solucionar tan espantosa crisis? ¿Cómo no pueden comprender que el imperialismo no se combate sólo en Venezuela sino también en Haití? Y esto más allá de las enormes diferencias existentes entre estos dos procesos políticos.
Ahora bien, hay otras preguntas que nos
gustarían hacer tanto al ex presidente Da Silva como al ministro Rossi. ¿Cómo no
pueden ver en la MINUSTAH un instrumento de dominación? ¿Por qué la presentan
como Misión de ayuda? ¿Por qué ocultan u olvidan de mencionar cómo comandos
norteamericanos secuestraron al presidente Aristide el 29 de febrero de 2004
para luego depositarlo en África? ¿Por qué no dicen cuáles fueron las tropas que
desembarcaron y ocuparon Haití luego del derrocamiento de Aristide? ¿Por qué no
revelan quiénes elaboraron la Resolución 1542 votada en el Consejo de Seguridad
para crear e imponer la MINUSTAH? Les hacemos estas simples preguntas porque los
dos manifestaron su interés por el pueblo haitiano y afirmaron que no lo quieren
abandonar. Además se las hacemos, porque no queremos hacer ningún tipo de juicio
de intención de sus declaraciones, solamente queremos llamarles la atención
sobre una política que golpea la dignidad del pueblo haitiano y que no sirve
para luchar de manera coherente en contra del imperialismo.
Una política que
excluye al pueblo haitiano no sólo como sujeto histórico capaz de destruir este
orden neocolonial, sino que lo coloca en una posición no relevante en sus
esquemas de análisis. Es totalmente nefasta.
Una verdadera ayuda, según nuestro entender, ha de comenzar por estudiar la historia de Haití. Una historia que no se puede analizar únicamente con las categorías del pensamiento occidental moderno si tenemos en cuenta que aquélla lo cuestionó y planteó varios otros y diferentes elementos de civilización.
En este marco, nos parece importante recordar la respuesta de Ricardo Seitenfus durante una entrevista a la siguiente pregunta:
-¿Qué impide la normalización del caso de Haití?
-“Durante doscientos años, la presencia de tropas extranjeras se ha alternado con los dictadores. Es la fuerza la que define las relaciones internacionales y nunca el diálogo con Haití. El pecado original de Haití, en el escenario mundial es su liberación. Los haitianos cometieron lo inaceptable en 1804: un crimen de lesa majestad para un mundo atribulado. Occidente era entonces un mundo colonialista, esclavista y racista que basaba su riqueza en la explotación de las tierras conquistadas. El modelo revolucionario haitiano asustó a las superpotencias. Estados Unidos no reconoció la independencia de Haití sino en 1865 y Francia exigió el pago de un rescate para aceptar la liberación. Desde el principio, la independencia estuvo comprometida y obstaculizado el desarrollo del país.
Una verdadera ayuda, según nuestro entender, ha de comenzar por estudiar la historia de Haití. Una historia que no se puede analizar únicamente con las categorías del pensamiento occidental moderno si tenemos en cuenta que aquélla lo cuestionó y planteó varios otros y diferentes elementos de civilización.
En este marco, nos parece importante recordar la respuesta de Ricardo Seitenfus durante una entrevista a la siguiente pregunta:
-¿Qué impide la normalización del caso de Haití?
-“Durante doscientos años, la presencia de tropas extranjeras se ha alternado con los dictadores. Es la fuerza la que define las relaciones internacionales y nunca el diálogo con Haití. El pecado original de Haití, en el escenario mundial es su liberación. Los haitianos cometieron lo inaceptable en 1804: un crimen de lesa majestad para un mundo atribulado. Occidente era entonces un mundo colonialista, esclavista y racista que basaba su riqueza en la explotación de las tierras conquistadas. El modelo revolucionario haitiano asustó a las superpotencias. Estados Unidos no reconoció la independencia de Haití sino en 1865 y Francia exigió el pago de un rescate para aceptar la liberación. Desde el principio, la independencia estuvo comprometida y obstaculizado el desarrollo del país.
El mundo nunca ha sabido cómo tratar a Haití y así que terminó haciendo caso omiso de ella. Comenzaron 200 años de soledad en el escenario internacional. Hoy en día, la ONU aplica ciegamente el capítulo 7 de su carta, y despliega sus tropas para imponer su operación de paz, lo que no resuelve nada, es peor. Quieren hacer de Haití un país capitalista, una plataforma de exportación para el mercado de Estados Unidos, eso es absurdo. Haití tiene que volver a ser lo que es, es decir, un país predominantemente agrícola, imbuido del derecho consuetudinario. El país es continuamente descrito en términos de su violencia. Pero sin Estado, el nivel de violencia es mínimo, y alcanza aún una fracción de la de América Latina. Hay elementos en esta sociedad que han impedido que la violencia se extienda más allá” .
Para nosotros, no cabe la menor duda que nuestra historia plasmó en la realidad la visión del esclavizado, sus sufrimientos, su forma de concebir el mundo, la vida misma, puesto que ese ser humano comprendió que para su completa liberación no podría quedarse prisionero de la modernidad occidental que le negaba hasta su propia naturaleza humana. Así, la revolución haitiana no es hija de la revolución francesa, es fundamentalmente el resultado de un largo proceso de lucha durante más de 300 años de esclavitud que empezó prácticamente desde que los esclavizados fueron arrancados de África y depositados como bestias en el Caribe. Los cimarrones entendieron que su libertad, su verdadera libertad, dependía únicamente de ellos, de su capacidad para luchar, vencer y destruir el orden colonial. Entendieron que su libertad no podía ser un regalo como tampoco producto de la lástima de sus verdugos. Esto les costó sangre, mucha sangre y sacrificios enormes, pero supieron escribir una de las páginas más gloriosas de la historia humana en busca de la verdadera libertad. Es esta maravillosa historia que la MINUSTAH está pisoteando, y esto es inadmisible desde cualquier punto de vista que aboga a favor de la libertad, de la liberación, en contra de la explotación del hombre por el hombre. Como el pueblo haitiano que actualmente enfrenta en las calles a la MINUSTAH es heredero de esta historia, les decimos - plenamente convencidos de su capacidad de resistencia y dignidad- que rechazará y derrotará lo oprobioso. Si 300 años de esclavitud no pudieron someter indefinidamente a estos esclavizados, creemos que diez años de MINUSTAH tampoco podrán con sus verdaderos herederos ni torcer definitivamente el rumbo de nuestra historia.
Henry Boisrolin
Coordinador del Comité Democrático Haitiano en Argentina Fuente: http://www.argenpress.info/2014/03/respuesta-del-comite-democratico.html
El
pueblo de Haití comparte con Argentina y los otros pueblos de Nuestra América a
experiencias, aprendizajes y desafíos emancipadores. Consideremos:
a.
"Una política que excluye al pueblo haitiano no sólo como sujeto histórico capaz
de destruir este orden neocolonial, sino que lo coloca en una posición no relevante en sus
esquemas de análisis. Es totalmente nefasta".
Porque la política
del gobierno CFK criminaliza la protesta social. Esta política de Estado
"apunta
a varios objetivos al mismo tiempo. Por un lado, frenar
el conflicto social, acallando, disciplinando, atomizando y domesticando las
disidencias. Por otro, correr el eje de la injusticia denunciada por
diferentes sectores movilizados hasta plantear que lo que está sucediendo es un
"delito", una "amenaza para el orden legal", una "violación a la ley",
deslegitimando la lucha. Esa operación mediática y política sobre la opinión
pública es más
intensa cuanto más lejos se está de querer resolver la situación que dio origen
a la protesta".
Leer
b.
"No cabe la menor duda que nuestra historia
plasmó en la realidad la visión del esclavizado, sus sufrimientos, su forma de
concebir el mundo, la vida misma, puesto que ese ser humano comprendió que para
su completa liberación no podría quedarse prisionero de la modernidad occidental
que le negaba hasta su propia naturaleza humana".
Es fundamental
apreciar las disputas por territorios en toda la Argentina y Nuestra América
debido a instalar el cuestionamiento al modelo que es, esencialmente, extractivo exportador o de
apoderamiento y mercantilización de los bienes comunes naturales.
José Correa,
dirigente de la recientemente
conformada organización Insurgencia,
tendencia interna del PSOL de Brasil, sostiene:
(…)7 Cambios en la relación entre la sociedad y la biosfera: la gran aceleración de la crisis ecológica
(…)7 Cambios en la relación entre la sociedad y la biosfera: la gran aceleración de la crisis ecológica
En las últimas décadas ocurrió una enorme subversión en las relaciones entre
la “sociedad” y la “naturaleza”: el impacto acumulativo de la actividad
humana sobre la biosfera del planeta creció al punto de desestabilizar los
principales ciclos biofisicoquímicos de la Tierra. Cualquier esfuerzo de
aplicar el materialismo histórico exige hoy incorporar el análisis de las
ciencias de la Tierra y de la ecología para comprender las condiciones de
existencia materiales de la humanidad.
(…)
La
percepción del impacto humano sobre los procesos del Sistema Tierra genera
la idea de fronteras planetarias. La transgresión de una o más fronteras
planetarias desencadenaría cambios abruptos, no lineales, en sistemas de
escala continental o planetaria. Tres fronteras ya fueron cruzadas: la
pérdida de biodiversidad por la extinción de especies; el cambio climático
por el calentamiento global (que debería ser estabilizada en 350 partes por
millón de CO2 o equivalente, pero ya alcanza 400 ppm); el enorme
desequilibrio del ciclo de nitrógeno por la agricultura y ganadería
industriales produciendo vastas zonas muertas en los ríos y mares.
Caminan en la misma dirección
el manejo de agua, el uso de la tierra, la tala de bosques, la
desertificación, la destrucción del ozono y la acidificación de los mares.
La imposibilidad del crecimiento económico ilimitado cuestiona también el imaginario socialista. No se puede imaginar más un futuro donde prioridades no tienen que ser definidas y decisiones no tendrán que tomarse, estos es, imaginar la desaparición de la política. Las decisiones deben ser tomadas desde hoy. Es emblemático que en el Foro Social Mundial de 2009, en Belém, tuviésemos de un lado a los indígenas reivindicando el fin de las represas y de otro a los sindicalistas de la CUT cargando una maqueta de la Hidroeléctrica de Belo Monte, presentada como desarrollo. Estaba en juego la ruptura de la ideología de progreso como desarrollo de las fuerzas productivas y la necesidad de adopción de otra relación con la naturaleza, la biodiversidad, los ecosistemas y los territorios. Pero lo mismo se da en TIPNIS, en Bolivia, en Yasumi en Ecuador, en Conga en Perú, en Notre-Dame-des-Landes en Francia, en Heathrow en Inglaterra. Leer
c.
"Quieren
hacer de Haití un país capitalista, una plataforma de exportación para el
mercado de Estados Unidos, eso es absurdo. Haití tiene que volver a ser lo que
es, es decir, un país predominantemente agrícola, imbuido del derecho consuetudinario".
José
Correa
prosigue
respecto a nuestro continente:
El curso extractivista de las mega-obras de infraestructura las más de las
veces no son portadoras de progreso, sino de regresión social y ambiental.
Si las poblaciones de India o de África demandan expansión de las fuerzas
productivas o redistribución de la riqueza, en muchos casos es necesario
decrecer: en el uso del automóvil, de los combustibles fósiles y
fertilizantes industriales, en el consumo global de energía, en la expansión
de las mega-ciudades, en el uso de materias-primas, en los residuos
producidos. La sociedad de crecimiento desenfrenado, de la obsolescencia
planificada y de la descartabilidad debe ser dejada atrás como un momento de
locura de la humanidad.
Pero
el capitalismo no ayudará a superar el sistema vigente. El campesinado
continúa siendo un componente central en cualquier proyecto de superación
del capitalismo. Y Mariategui tenía razón: en nuestro continente los pueblos
indígenas y las poblaciones tradicionales acosadas por la expansión del
capital son centrales para la constitución de un bloque alternativo de
poder, cargando una sensibilidad socio-ambiental muy importante.
El diálogo con los pueblos indígenas produce una serie de conceptos que
están entre los más útiles para la izquierda contemporánea: el buen vivir,
“traducción” del quechua Sumak
Kawsay, como alternativa al
consumismo; la defensa de
estados plurinacionales como alternativa a los estados nacionales y a un
soberanismo ciego ante el chauvinismo nacionalista; la revalorización de la
disputa en defensa de lo común, de los “bienes comunes”, que no son bienes,
sino relaciones sociales de colaboración y cuidado; etc.
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