jueves, 11 de junio de 2015

La Presidenta,como los presidenciables, coinciden con Gropocopatel y Monsanto.


  ¿A qué país miran? El de acumulación gran capitalista mediante la agricultura industrial.
 

Tratemos de averiguar significados e implicancias.
 
Bolivia: Impactos de los transgénicos.
Aportes para analizar el tema más allá de la coyuntura
Por Elizabeth Peredo y Bishely Elías
"Nos parece importante analizar el tema desde sus diferentes implicaciones, no solamente por los cuestionamientos que levanta la tecnología de semillas transgénicas por la alteración de los principios de la vida al manipular los códigos genéticos... Sino también por sus consecuencias relacionadas con las prácticas agrícolas asociadas a la producción de alimentos o de especies en base a semillas transgénicas."
En Bolivia, a raíz de la aprobación de la Ley de Promoción Productiva, ha entrado en un renovado debate el uso de los productos transgénicos. Hay quienes nos oponemos a su uso recogiendo nuestra larga lucha contra los acuerdos de libre comercio basados en la doctrina pro capitalista de convertir todo en mercancía. Hay quienes argumentan que los mismos no son necesariamente dañinos y que podrían ofrecer alternativas para responder a la creciente demanda de alimentos y así constituirse en una alternativa a la crisis alimentaria mundial, porque sus cultivos ofrecen mayor productividad a menor costo.
 
Nos parece importante analizar el tema desde sus diferentes implicaciones, no solamente por los cuestionamientos que levanta la tecnología de semillas transgénicas en razón de alterar los principios de la vida al manipular los códigos genéticos de una especie determinada –lo cual podría motivar un cuestionamiento incluso de carácter ético- y por tanto la duda de si esta tecnología podría afectar en sus consecuencias la salud humana, innegable impacto que no debemos ocultar. Sino también por sus consecuencias relacionadas con las prácticas agrícolas asociadas a la producción de alimentos o de especies en base a semillas transgénicas; consecuencias vinculadas con el uso de los recursos naturales, el uso de la tierra y el uso del agua, así como el uso de elementos usualmente unidos a su producción que vale la pena mencionar para contribuir a un análisis y debate proactivo.
 
Se ha dicho ya que el uso de productos transgénicos puede incorporar una mayor presión sobre la tierra pues al ser cultivos de mayor productividad se tiende a un uso más intensivo de la tierra y sus componentes, así como del agua y por tanto a una ampliación de la frontera agrícola. Es decir, que de hecho se ejerce una mayor presión sobre la capacidad de la tierra para la producción, siendo que ésta necesita de ciclos de descanso para seguir produciendo.
 
Los transgénicos incrementan en su producción el uso de agrotóxicos nocivos para la salud. Se ha documentado en varios estudios que el uso de cultivos transgénicos activa notablemente la utilización de agrotóxicos. Un informe producido por el Organic Center[1] y citado por el Grupo ETC hace poco, afirma que luego de haber estudiado 13 años de cultivos transgénicos de soya, maíz y algodón en EEUU –país de larga tradición en el uso de cultivos transgénicos- se han incrementado el uso de pesticidas en general por 143,3 mil toneladas en los primeros 13 años de uso comercial, en comparación a la cantidad de pesticida que se hubiera aplicado en ausencia de este tipo de semillas. Esto se debe -según el mismo informe- a la aparición y rápida propagación de malezas resistentes al glifosato.
La asociación “semilla transgénica – glifosato”, es una enorme preocupación ya que, de acuerdo a numerosos estudios, además de los riesgos a la salud y/o enfermedades por el contacto directo, se tienen efectos tóxicos directos sobre la fertilidad del suelo y se provoca contaminación en el agua superficial y subterráneas. En Argentina, por ejemplo, se ha demostrado la disminución de una variedad de especies anfibias así como la reducción la absorción de micronutrientes esenciales para los cultivos, la fijación de nitrógeno y la vulnerabilidad hacia enfermedades de las plantas[2] por lo que el uso de este tipo de agrotóxicos debe ser motivo de análisis.
 
Según Julio Prudencio, en Bolivia[3] el uso de agrotóxicos se ha incrementado en 306% en los últimos años y la forma y cantidad de aplicación es cada vez más intensiva. Esto podría implicar mayores riesgos y efectos también a la salud humana, pues se ha comprobado que los alimentos elaborados con transgénicos, contienen residuos de agrotóxicos hasta 200 veces más altos que los elaborados con cultivos que no lo son[4].
Es fundamental la conciencia sobre el uso de este tipo de semillas y su relación con el uso creciente de agrotóxicos como el glifosato, así como de los posibles efectos que se pueden generar en la capacidad de la tierra para la producción y en la salud de la población. Esta información debe ser relevante para contribuir a cualquier regulación y por tanto control sobre la oferta y la demanda de alimentos y responder a las necesidades de nuestros productores.
Los cultivos transgénicos ya están en Bolivia, se dice que el 92% de la soya es transgénica (“Bolivia: Desarrollo del Sector Oleaginoso 1980-2010”) y de acuerdo a los mismos productores (ANAPO)[5] el 30% del total de la producción “es consumida en harina, aceite y torta de soya”, los representantes del sector mencionan que “Hoy en día en el país hay 48 variedades de soya transgénica cultivadas en Santa Cruz y una parte en Tarija”, por lo que pareciera inminente su expansión. Además, conociendo la realidad rural, se puede intuir que el ahorro económico y la productividad de los transgénicos solo será vista por los productores con capacidad de crédito e inversión que pueden comprar el paquete tecnológico, no necesariamente por los pequeños productores que además sufren de los efectos negativos del “contagio” ya que el área que se rocía con glifosato pierde la vegetación con el consecuente incremento futuro de la frontera agrícola.
 
Lo que entra en juego es por tanto no solamente la soberanía alimentaria o la calidad de las semillas, sino también las consecuencias asociadas a los cultivos transgénicos en el uso de la tierra y por el uso de agrotóxicos y por tanto el derecho a la salud, el cuidado de la biodiversidad y el cuidado de la naturaleza. En fin, entra en juego la relación con la tierra y las semillas, el origen de la vida. Hay mucho para decir en este tema y seguirá siendo motivo de argumentos y debate, pero lo más importante será, hoy y siempre, ser consecuentes con los principios a los que nos adscribimos en la defensa de la vida y la soberanía de nuestros pueblos.
 

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Transgénicos
"Spain is different"


Por Esther Vivas (Público.es)
Trasgénicos, sí o sí. No nos dejan opción, parece. La Comisión Europea así lo impuso la semana pasada cuando decidió aprobar, pese al rechazo de la mayor parte de países miembros, el cultivo de un nuevo maíz transgénico en Europa: el TC1507 del grupo Pioneer-DuPont. Los votos en contra de 19 países, de un total de 28, en el Consejo de Ministros de la Unión e incluso el rechazo mayoritario del Parlamento Europeo de poco sirvieron. La Comisión argumentó que la mayoría contraria alcanzada en el Consejo, al no ser cualificada, era insuficiente para dar carpetazo a la propuesta. Así funciona la Comisión, que usa dicho mecanismo para imponer medidas impopulares. ¿Quién manda en Europa? ¿Los ciudadanos o los lobbies? 

La Unión Europea, de hecho, permite ya el cultivo de transgénicos. En concreto, el del maíz MON810 de Monsanto. Un maíz modificado genéticamente, al que se le introduce el gen de una bacteria que le lleva a producir una toxina, conocida como Bt, que lo hace resistente al taladro, permitiendo combatir esta plaga. Sin embargo, muchos de los países miembros, como Francia, Alemania, Austria, Grecia, Irlanda, Polonia, Italia, Hungría..., lo prohíben. Informes científicos advierten de su impacto en el medio ambiente y señalan claras incertidumbres en la salud, entre otras cuestiones. Prima, en dichos países, el principio de precaución: si las consecuencias de un acto pueden ser negativas e irreversibles, no se lleva a cabo hasta que se adquieran los conocimientos científicos necesarios para evitarlas.

Amistades peligrosas
Sin embargo, como dirían en tiempos del generalísimo Francisco Franco, "Spain is different". El Estado español es el único país de la Unión Europea que cultiva maíz transgénico a gran escala, sobre todo en Aragón y Catalunya. Se calcula que aquí se siembra el 80% de la producción de toda Europa, según datos de 2009 del Servicio Internacional de Agrobiotecnología (ISAAA). Y eso, sin tener en cuenta los campos experimentales. ¿Por qué? Su cultivo empezó en 1998, bajo el gobierno de José María Aznar y el Partido Popular (PP), y con la producción de la variedad de maíz transgénico Bt176 de Sygenta, que en 2005 fue prohibida por sus efectos negativos en el ecosistema. Desde entonces, la producción por excelencia es la de maíz transgénico MON810. Los vínculos estrechos entre industria biotecnológica, principal promotora de los Organismos Genéticamente Modificados (OGM), y las instituciones públicas explican el porqué. Amistades peligrosas para el bien común.
 
La dinámica de puertas giratorias, paso de la empresa privada al gobierno y viceversa, ha estado al orden del día tanto en las administraciones del PP como del PSOE. La actual Secretaria de Estado de Investigación Desarrollo e Innovación, en el Ministerio de Economía, Carmen Vela fue presidenta de la Sociedad Española de Biotecnología (SEBIOT), con una apuesta clara por los cultivos transgénicos. En el anterior gobierno del PSOE, Cristina Garmendia, ministra de Ciencia e Innovación, antes de ocupar este cargo fue la presidenta de ASEBIO, el principal lobby protransgénico en el Estado, con empresas como Monsanto, Bayer, Pioneer-DuPont entre sus miembros. Queda claro a quienes benefician las medidas que se toman en dichos departamentos. Y estos no son los únicos ejemplos. Hay muchos más, como deja claro el informe Las malas compañías. ¿Quién decide la política del Gobierno sobre transgénicos? de Amigos de la Tierra.
 
El Estado español, se ha convertido en la puerta de entrada de los transgénicos en Europa. Incluso los cables filtrados por Wikileaks dejaron constancia de ello al destapar como el Secretario de Estado de Medio Rural Josep Puxeu, en 2009, llegó a pedir al embajador de Estados Unidos que "mantuvieran la presión" sobre la Unión Europea en favor de los OGM. La alianza entre ambas administraciones es clave en la defensa de los intereses de compañías como Monsanto. 
 
El gobierno, asimismo, no escatima recursos en subvencionar la investigación sobre cultivos y alimentos transgénicos, a la que destina 60 veces más dinero que al estudio sobre agricultura ecológica, a pesar de que esta última genera 25 veces más empleo que la primera, según datos de Amigos de la Tierra. Y cuando se trata de dar cifras sobre el número de hectáreas cultivadas no duda, año tras año, en anunciar "nuevos récords". Aunque estas cifras chocan con las proporcionadas por organizaciones agrarias y ecologistas, y obtenidas de las Comunidades Autónomas, que las sitúan en niveles incluso inferiores a las del 2008, con un total de 70 mil hectáreas cultivadas frente a las 137 mil que indica el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Las organizaciones acusan al gobierno de dar datos falsos. El discurso anti-transgénicos parecería estar calando, y por eso se producirían menos transgénicos, muy a pesar de algunos.
 
Contaminación, abejas y más herbicidas
El impacto de los transgénicos lo podemos situar en tres niveles: sobre el medio ambiente, la salud y a nivel político. 

La coexistencia entre cultivos transgénicos y convencionales y ecológicos
 se ha demostrado imposible. A pesar de que la administración fija una distancia mínima entre ambos, ésta o resulta insuficiente o a veces incluso ni se cumple. La contaminación se puede producir en diferentes etapas de la cadena: desde la semilla, a través de la polinización, vía el transporte, en el almacenaje o durante el procesado. Varios casos han sido ya denunciados. Esta situación ha conducido al abandono del cultivo de maíz, en especial el ecológico, y diversas variedades han sido contaminadas sin remedio. Entre los años 2004 y 2005, la producción de maíz ecológico en el Estado español disminuyó un 42% y en Aragón, donde más se conrean transgénicos, un 69%.
 
El impacto especialmente en abejas, pero, también, en otros insectos claves para la polinización como abejorros, mariposas, avispas... es una realidad. En concreto, el maíz transgénico Bt desprende una toxina que no solo acaba con la plaga del taladro sino que en ocasiones puede afectar asimismo a estos otros insectos. Desde finales de los años 90, y como indica Greenpeace, se ha observado un declive muy importante de la población de abejas a causa tanto de los cultivos transgénicos como del uso de plaguicidas químicos que las matan. ¿Si las abejas desaparecen quien polinizará los cultivos?
 
Los defensores de los transgénicos afirman que estos reducen el uso de pesticidas químicos. Nada más lejos de la realidad. El maíz Bt, por ejemplo, al desprender por si mismo una toxina que acaba con determinados gusanos se convierte en, lo que algunos autores llaman, un "maíz insecticida". Evidentemente, no se debe de aplicar un pesticida a dicho cultivo porqué la misma planta ya lo desprende las 24 horas del día. A parte hay que contar, como señala GRAIN, las resistencias que los gusanos pueden generar con tantas toxinas en estos monocultivos y la aparición, en consecuencia, de plagas secundarias que necesitan ser tratadas con más productos químicos. 

Lo mismo sucede con los transgénicos tolerantes a herbicidas, que incorporan un gen que permite fumigarlos con un solo herbicida, de tal modo que la planta, al ser resistente al mismo, no se ve afectada a diferencia de todo aquello que la rodea. El herbicida más utilizado es el Roundup de la multinacional Monsanto, y su compuesto principal el glifosato. La extensión a gran escala de estos cultivos, en particular la producción de soja transgénica a nivel mundial, ha implicado un mayor uso de estos herbicidas.
En Argentina, por ejemplo, treinta años atrás el cultivo de soja era casi inexistente, actualmente, en cambio, más de las mitad de sus tierras agrícolas son monocultivos sojeros. Si en 1995, se utilizaban ocho millones de litros de glifosato para dichos campos, hoy suman más de 200 millones, según GRAIN. Saquen cuentas. A parte, la extensión masiva de este cultivo ha generado la aparición de casi dos docenas de plantas resistentes a estos herbicidas. Lo que ha obligado a usar más agrotóxicos para combatirlas. El caso de Estados Unidos, como indica GRAIN, lo deja claro: los agricultores que, en 2011, cultivaron sus campos con semillas transgénicas necesitaron un 24% más de herbicidas, para combatir las "malas hierbas" resistentes al mismo, que quienes sembraron cultivos convencionales.

Salud en juego
Otro de los temas más controvertidos es el impacto de los transgénicos en la salud de las personas. Muchos dicen que son inocuos, que han sido suficientemente testados y que no implican ningún riesgo para nuestra salud. Desde administraciones públicas pasando por departamentos universitarios hasta comités científicos defienden dicha posición. Sin embargo, a menudo se obvian los intereses ocultos tras dichas afirmaciones. Los tentáculos de la industria biotecnológica son muy alargados. Incluso empresas como Bayer y Syngenta, al frente de la industria transgénica, cuentan ya con cátedras propias: la Cátedra Bayer CropScience en la Universidad Politécnica de Valencia y la Cátedra UAM-Syngenta de Fertilizantes de Micronutrientes en la Universidad Autónoma de Madrid. Queda claro a qué intereses responde su trabajo, divulgación e investigaciones universitarias.

Informes científicos independientes señalan el impacto negativo que pueden tener los transgénicos en nuestra salud: nuevas alergias, resistencia a antibióticos, disminución de la fertilidad, daños en órganos internos, etc., según recoge Greenpeace. "Los riesgos sanitarios a largo plazo de los OMG presentes en nuestra alimentación o en la de los animales cuyos productos consumimos no se están evaluando correctamente", sentencia dicha organización. Tan pronto como estos informes críticos ven la luz, múltiples son los intentos para desacreditarlos y difamar a sus autores. Hay muchos intereses en juego por parte de empresas como Monsanto, Bayer, DuPont, Syngenta. Abundante dinero a ganar o a perder en función del dictamen de la opinión pública. Para estas empresas se trata de una "guerra" donde todo vale. Las campañas de desprestigio a quiénes ponen sus verdades absolutas en cuestión es buena prueba de ello. 

El caso del Dr. Gilles-Éric Séralini, que ha liderado uno de los estudios críticos con mayor repercusión mediática a nivel internacional, ha sido tal vez el mejor ejemplo. Su equipo de investigación, en la Universidad de Caen, Francia, hizo público, en septiembre de 2012, las conclusiones de una investigación científica que ponía en evidencia los efectos nocivos a largo plazo del maíz transgénico NK603 y del pesticida Roundup en experimentos con ratas, las cuales a lo largo del ensayo desarrollaron enormes tumores y enfermedades renales y hepáticas. La ofensiva contra este estudio no se hizo esperar e incluso la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria se posicionó en su contra, Agencia, por cierto, con vínculos estrechos con la industria biotecnológica y cuya independencia deja mucho que desear. También, en noviembre de 2013, la revista científica Food and Chemical Toxicology, que había divulgado dicho informe, se retractó de su publicación. ¿Casualidad? La organización GMWatch señalaba, con datos esclarecedores, la ofensiva de la industria biotecnológica para controlar estas publicaciones. 

Más allá de estos informes científicos, hay, tristemente, múltiples evidencias, documentadas en primera persona y en todo el mundo, del negativo impacto en la salud humana del cultivo de transgénicos y el uso sistemático de herbicidas con glifosato. La experiencia de Sofía Gatica, fundadora de Madres de Ituzaingó y merecedora de un Premio Nobel Alternativo, es un buen ejemplo. Sofía Gatica perdió una hija no más nacer a causa de una repentina parada de riñón. Un hecho que la llevó a investigar las causas y descubrió cómo las fumigaciones con glifosato sobre los campos sojeros alrededor de su barrio, Ituzaingó, en la ciudad de Córdoba, Argentina, eran las responsables. Su trabajo, puerta a puerta, la llevó, junto a otras mujeres afectadas, a destapar decenas de casos de enfermos de cáncer, malformaciones en niños, problemas respiratorios y de riñón, leucemia... Un estudio epidemiológico realizado en la zona confirmó sus temores: el agua que tomaban estaba contaminada con pesticidas y numerosos niños tenían tóxicos en su sangre. Muchas Sofías Gatica son las que sufren las consecuencias de las prácticas de multinacionales como Monsanto. Aunque el dolor afecte a menudo a los más débiles es imposible acallarlo.

Concentración empresarial

Más allá del impacto en el medio ambiente y en la salud, otro de los efectos negativos de los transgénicos se da a nivel político, en lo que concierne al control de las semillas, la esencia de la vida, y otros insumos agrícolas (la genética del ganado, los plaguicidas y fertilizantes químicos, etc.). Hoy, unas pocas multinacionales como Syngenta, Bayer, BASF, Dow, Monsanto y DuPont controlan el 60% de las semillas que se comercializan y el 76% de los agroquímicos que se aplican a los cultivos, como indica el informe Los gigantes genéticos hacen su cártel de la caridad del Grupo ETC. Vemos cómo los mismos que hacen negocio patentado las simientes son los que también se lucran comercializando los pesticidas químicos que se emplean en la agricultura "moderna". 
 
La concentración empresarial aumenta, y tiene consecuencias. Por poner un caso, el precio de las semillas en Estados Unidos, entre 1994 y 2000, aumentó más que cualquier otro insumo agrícola, doblando su costo en relación al precio que los agricultores obtenían por las cosechas, según el Grupo ETC. Monsanto, por ejemplo, es la empresa más grande de semillas del mundo y es a la vez la cuarta mayor productora de pesticidas.

Algunos dirán que las reflexiones aquí vertidas son tendenciosas, pero sería bueno recordar que el posicionamiento dominante, político, mediático y científico, en relación a los transgénicos es un discurso único servido en bandeja por la industria biotecnológica y transgénica. Unas compañías que destinan millones de euros a ensalzar las virtudes de los OMG, que compran estudios, cátedras y departamentos universitarios supuestamente objetivos y que establecen relaciones estrechas con los políticos de turno. La información es poder. Para que no haya dudas: no se trata de oponerse a los avances científicos. Ni mucho menos. Lo que necesitamos es fomentar una ciencia independiente de los intereses de las grandes empresas y al servicio del bien común.

La información es poder. Aquí la tienen, lean y juzguen.

* Artículo en Público, 22/02/2014.
 
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Argentina: Semillas, corporaciones y un proyecto cuestionado

9 de junio de 2015
Por Darío Aranda
El Gobierno enviará al Congreso un texto de nueva ley de semillas. Monsanto, los transgénicos, el modelo agropecuario y la advertencia de campesinos y organizaciones sociales.
El Gobierno anunció hace quince días la firma de un Decreto de Necesidad y Urgencia (DNU) para regular el cobro de regalías de la empresa Monsanto. Medida consensuada con la Asociación de Semilleros de Argentinas (ASA), que nuclea a las grandes empresas del sector. Pero esta semana explicó que no habrá decreto y, en base al mismo texto, se redactó un proyecto de ley que será enviado al Congreso Nacional. Desde 2012, el Gobierno intenta aprobar una nueva legislación de semillas, muy resistida por organizaciones sociales, campesinas y académicas. “Es un acto más del Gobierno hecho a la medida de las grandes corporaciones que hoy definen la situación económica, social, ambiental y alimentaria de Argentina”, denunciaron una veintena de organizaciones sociales, campesinas y cátedras universitarias.
 
Monsanto
La Presidenta viajó a Estados Unidos en junio de 2012 a una reunión del Consejo de las Américas, donde se reúne el establishment económico de ese país. Anunció en transmisión en directo la instalación de la mayor planta de maíz transgénico de Monsanto en Malvinas Argentinas (Córdoba). “Hace unos instantes estuve con Monsanto, que nos anunciaba una inversión muy importante en materia de maíz (…) Y además estaban muy contentos porque Argentina hoy está, digamos, a la vanguardia en materia de eventos biotecnológicos”.
Como parte de la misma política, dos meses después, el Ministerio de Agricultura aprobó una nueva soja transgénica de la empresa. Anunciada como una “nueva generación”, llamada “RR2 Intacta”, que es resistente al herbicida glifosato y también sería resistente a insectos.
El 21 de agosto de 2012, la gacetilla de prensa del Ministerio de Agricultura tituló con una cita del vicepresidente de Monsanto, Pablo Vaquero: “Trabajamos con un Gobierno que ha abierto el diálogo”. La gacetilla oficial hacía propia la publicidad de Monsanto y resaltaba las supuestas bondades de la semilla: “Esta nueva tecnología permitirá contribuir a una mayor producción y a mejorar el medio ambiente”. El ministro de Agricultura, Norberto Yauhar, celebró: “Es un día muy especial para Argentina, porque vamos por una segunda generación de soja. La biotecnología es una herramienta para el crecimiento sustentable”.
El Estado no hizo estudios propios para certificar la bondades de la nueva semilla y los expedientes de aprobación son confidenciales.
En paralelo, Monsanto comenzó a firmar contratos con productores para que éstos acepten el pago de “regalías extendidas” por la “tecnología” que llevaría la nueva semilla. Hecho no contemplado por la actual ley de semillas. Implica el pago, luego de la cosecha, de doce dólares por tonelada de soja.
El Gobierno dejó hacer.
El marzo de 2015, las cuatro entidades de la Mesa de Enlace (Federación Agraria, Sociedad Rural, CRA y Coninagro) emitieron un comunicado en repudio a la actitud de la multinacional. “La empresa Monsanto pretende incluir unilateralmente una cláusula abusiva, arbitraria y compulsiva en los contratos de compra-venta de soja, por la cual los compradores (acopiadores, exportadores, industrias transformadoras) podrían retener un importe en concepto de regalías, alterando reglas, usos y costumbres del comercio de granos”, denuncia el escrito de las entidades rurales más cercanas al agronegocios.
Aclaran que están de acuerdo en el pago de “la tecnología y las mejoras genéticas”, pero consideran que el sistema impulsado por Monsanto es “inaceptable”, violatorio de la Ley de Semillas (20.247) y lo define como “inconsulto, engorroso, inaplicable, incontrolable y podría avanzar sobre los derechos de los productores”.
 
Ley-Decreto-Ley
En 2012 el Gobierno intentó avanzar con una nueva ley de semillas. Mantuvo reuniones con la poderosa ASA (Asociación Semilleros Argentinos), referentes de la Mesa de Enlace y sectores del agronegocios como Aapresid (Asociación de Productores de Siembra Directa). Nunca se convocó a los movimientos campesinos, organizaciones sociales ni a sectores de la academia críticos al avance empresario sobre el agro.
Federación Agraria filtró uno de los borrador de proyecto de ley y arreciaron las críticas de sectores campesinos y organizaciones sociales. Se la bautizó “ley Monsanto). Incluso desde sectores del mismo Gobierno (el Movimiento Evita) actuaron para frenar el proyecto.
No hubo nueva ley.
El 19 de mayo pasado, en un acto público y con gacetillas oficiales, el Jefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y el ministro de Agricultura, Carlos Casamiquela, informaron que a la brevedad se firmaría un DNU (Decreto de Necesidad y Urgencia) que contemplaba el pago de la “tecnología” al momento de comprar la semilla y no post-cosecha (como estipulaba Monsanto en los contratos con productores). También creaba un fondo económico para fomentar la biotecnología “nacional” y un registro para que los pequeños productores puedan continuar con el “uso propio” (utilizar las semillas obtenidas de la cosecha, una práctica tan antigua como la agricultura).
Carlos Casamiquela destacó “el consenso alcanzado entre el Estado y los diversos actores”, al resaltar que “la modernización del sistema de pago”.
Los medios cercanos al Gobierno lo presentaron como una acción para frenar a Monsanto y silenciaron las críticas campesinas. Los diarios que publicitan el agronegocios fueron en la misma línea, pero destacaron que ASA (donde están las grandes semilleras) había dado el visto bueno y que, en definitiva, Monsanto cobraría por su tecnología. La multinacional explicitó su acuerdo con los dichos del Jefe de Gabinete respecto a la promoción de la biotecnología y al reconocimiento de la “propiedad intelectual” de las semillas. Pero adelantó que seguirá adelante con los contratos con productores y el pago de regalías extendidas.
El 23 de mayo, en Clarín Rural (uno de los espacios insignia del agronegocios), el jefe del suplemento, Héctor Huergo, argumentó que la industria semillera “sufre un grave deterioro” por el “uso propio” (utilización de las semillas obtenidas de la cosecha) y afirmó que “Monsanto se inmoló” al introducir su nueva soja (“RR2 Intacta”). Huergo, un gran lobista de las empresas, celebró el anuncio del Gobierno porque “reivindica la importancia del reconocimiento de la propiedad intelectual”. Pero redobló la apuesta: “La pregunta que conviene hacerse es que, tratándose de algo tan trascendente, por qué intentar resolverlo con un DNU en lugar de enviar al Congreso un proyecto de ley”.
El mismo día, pero desde La Nación Campo, el editorialista Cristian Mira fue el mismo sentido: “El conflicto revela la debilidad estructural que tiene el país por no elaborar una ley de semillas que reemplace a una norma que tiene más de 40 años y demostró su caducidad ante la transformación tecnológica. La industria de semillas, para continuar con las inversiones en mejora genética y eventos biotecnológicos, insiste en que necesita un reconocimiento a la propiedad intelectual de sus materiales. Éste es el consenso entre empresas nacionales y las multinacionales”.
El 4 de junio, Aníbal Fernández señaló que no se firmará ningún decreto. Sino que se optó por un proyecto de ley. Un día después, el secretario de Agricultura, Gabriel Delgado, confirmó en el programa de cable Bichos de Campo que se enviará un proyecto al Congreso. Explicó que tendrá el mismo contenido que contemplaba el Decreto de Necesidad y Urgencia, y resaltó que fue “consensuado con todos los actores del sector”.
Delgado, el funcionario de Agricultura más cercano a las empresas transgénicas, remarcó que “las más altas autoridades políticas” determinaron que, con el mismo mismo texto del decreto, se opte por un proyecto de ley. Y señaló que este mes será enviado al Congreso Nacional.
 
Otro campo
Una veintena de organizaciones nucleadas en la “Campaña contra la Nueva Ley Monsanto de Semillas” emitieron un comunicado. “No se atrevan a tocar nuestras semillas”, es el título y denuncia que el DNU-Proyecto de Ley es “un acto más del gobierno hecho a la medida de las grandes corporaciones que hoy definen la situación económica, social, ambiental y alimentaria de Argentina”.
Entre las organizaciones firmantes figuran la Red Nacional de Acción Ecologista, Asociación Campesina del Valle de Conlara (San Luis), Amigos de la Tierra, Abogados Ambientalistas, GRAIN, Frente Popular Darío Santillán, y las Cátedras de Soberanía Alimentaria de la Universidad del Comahue y de Luján. Puntualizan que la semilla de soja transgénica que originó la disputa es el primer eslabón de una política que busca la “apropiación de los bienes comunes de la naturaleza” y cuestionan que un derecho básico (el uso de semillas de la cosecha anterior) se intente legislar como si fuera un privilegio de unos pocos.
“Estos ‘eventos biotecnológicos’ sobre los que estas empresas reclaman derechos de propiedad son una apropiación de los saberes ancestrales que provienen de 10.000 años de agricultura”, denuncian y desmienten que, para el DNU o el proyecto de ley, haya habido “consenso” (como argumentó el Gobierno): “Es solo el consenso del agronegocio para seguir imponiendo sus pretensiones”.
Exigen la apertura de un debate amplio y público, en el que se privilegien los intereses de la población por sobre el de las corporaciones, rechazan los derechos de propiedad intelectual sobre las semillas, y proponen el fomento de semillas nativas y criollas como base de la soberanía alimentaria.
También sentaron postura, en comunicados por separado, el Movimiento Nacional Campesino Indígena (MNCI), el Movimiento Campesino Liberación (MCL) y la Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT). “La disputa es función social o su subordinación al capital financiero transnacional”, tituló el MNCI. Cuestionó que no se debata sobre la naturaleza y la función de las semillas, alertó que “subordinar la agricultura a la tecnología de las corporaciones no es sólo grave para los sectores populares, sino que condiciona a todos los actores de la producción agropecuaria” y denunció que “ceder a la presión de las corporaciones y aceptar la propiedad intelectual sobre semillas es retroceder en soberanía”.
Reivindicó que el uso propio de semillas es un “derecho inalienable” para los campesinos, indígenas y agricultores familiares; y para ejercerlo “no necesitamos estar en ningún tipo de registro, ni ser tratados como excepciones a ninguna normativa”.
La Unión de Trabajadores de la Tierra (UTT, en el Frente Popular Darío Santillán) rechazó la posibilidad de un decreto o ley a medida de Monsanto y recordó que el Gobierno dejó sin presupuesto a la agricultura familiar (a fines de 2014 había comprometido 1500 millones anuales pero no fueron asignados). “El Agronegocio puede convivir con algunos subsidios y acciones simbólicas hacia la agricultura familiar y campesina. Pero nosotros discutimos y proponemos un modelo distinto de producción agropecuaria, tecnología, producción y transmisión de conocimiento, utilización y relación con los bienes naturales, trabajo rural, comercialización, distribución y consumo. Un modelo de soberanía popular”.
José Luis Livolti, del Movimiento Campesino Liberación, afirmó que el DNU o el proyecto de ley son la forma de reconocer la propiedad intelectual de grandes empresas sobre las semillas. “Monsanto está agradecida”, denunció. Y exigió una convocatoria amplia, “un debate nacional con todos los actores” sobre dos temas: una ley que proteja las semillas originarias y criollas, y una “nueva institucionalidad” que ponga en manos del Estado la comercialización externa de granos y carnes, pilar de un modelo agropecuario base a la agricultura familiar y la soberanía alimentaria.
 
El modelo
La soja abarcaba seis millones de hectáreas en 1996, cuando Felipe Solá (secretario de Agricultura de Carlos Menem) autorizó la primera soja transgénica de Argentina, de la empresa Monsanto, con uso de glifosato. En 2003 ya había 12 millones de hectáreas con el cultivo. En la actualidad llega hasta las 22 millones de hectáreas, el 60 por ciento de la tierra cultivada del país tiene un solo cultivo: soja transgénica.
El Plan Estratégico Agroalimentario (PEA), impulsado por el Gobierno, fue presentado en 2011 por la Presidenta. Propone aumentar un 60 por ciento la producción granaria (entre otros cultivos, soja y maíz transgénicos), llegar a 2020 con 160 millones de toneladas de granos. Lo que implica, según el mismo PEA, incluir al modelo de agronegocios 11 millones de hectáreas (que hoy están en manos de campesinos e indígenas).
Desde 1996, la Comisión Nacional de Biotecnología (Conabia) aprobó 31 eventos transgénicos (maíz, soja y algodón). El 77 por ciento de ellos (24) tuvieron luz verde durante el kirchnerismo. Las empresas favorecidas fueron Monsanto (12 semillas transgénicas), Syngenta (siete), Pioneer-Dupont (cuatro), Dow Agrosciences (cuatro), Bayer (dos) y Nidera y Basf (una cada empresa). En algunas casos, las semillas aprobadas son compartidas por dos compañías.
El último transgénico aprobado fue la soja de la multinacional Dow Agrosciences. No sólo le permite el uso de glifosato, sino también de los muy cuestionados agroquímicos 2-4D y glufosinato de amonio.
El Gobierno anunció la nueva soja transgénica el 17 de abril, Día Internacional de la Lucha Campesina.
La Vaca  Fuente: http://www.biodiversidadla.org/Principal/Secciones/Noticias/Argentina_Semillas_corporaciones_y_un_proyecto_cuestionado

  

¿Qué Estado puede garantizar la acumulación gran capitalista?

El autoritario delictivo y en eso se especializó el PJ.
Desde 1983 hasta hoy el Partido Justicialista se fue afirmando como partido de estado al concretar el «desvío de poder». Desde México, Gilberto López y Rivas señala:
"A lo largo de los trabajos del Tribunal Permanente de los Pueblos, el concepto desvío de poder contribuyó a comprender lo que ocurre en nuestro país y a tipificar los actos criminales que han cometido reiteradamente los gobiernos neoliberales. Este desvío es definido como:

  1. el uso faccioso del derecho y los poderes del Estado para favorecer los intereses de los grandes capitales trasnacionales, así como para perseguir y afectar las garantías de los pueblos;
  2.  la aplicación de una ingeniería constitucional e institucional dolosa que configura un estado de guerra social permanente y ocupación interna, una situación estructural, sistemática y de largo plazo por la que el edificio jurídico del Estado se abre a las corporaciones, mientras se cierran los canales legales a la población, que se ve obstaculizada en sus anhelos de justicia por las mismas entidades que deberían defenderla;
  3. la violencia, despojo, fragmentación y devastación como programa de gobierno;
  4. el abandono por parte del Estado de su deber primordial de velar por el interés general de la sociedad para satisfacer los intereses de corporaciones y grupos particulares;
  5. el ejercicio institucional y estructural por parte del Estado como guardián de los intereses privados para facilitar la mundialización capitalista, utilizando su capacidad coercitiva contra toda discrepancia u oposición al modelo". Leer
Desde un país hermano de Nuestra América también nos aportan a enfocar la realidad argentina que el liderazgo CFK tapa y los candidatos presidenciales callan:
El modelo de dominación clasista en la República Dominicana
10 de julio de 2013
Por Narciso Isa Conde (Rebelión)
En el contexto del actual sistema capitalista mundial, después de tres décadas de imposición de la estrategia neoliberal del gran capital transnacional y local en este escenario, no es difícil apreciar a grandes rasgos lo acontecido en nuestra sociedad: 
1) La burguesía transnacional es cada vez más determinante en el país y en toda la isla, ahora con mayor predominio de su facción financiera-especulativa (la deuda externa de RD representa la mitad del PBI y compromete el 40% del Presupuesto Nacional) y de su vertiente minero- energética y de apropiación del territorio (el país está casi totalmente concesionado: para extracción de riquezas naturales, toma de fuentes de agua y de biodiversidad, ocupación de terrenos con vocación turísticas, bosques, valiosas zonas urbanas, infraestructuras viales…) 
2) La acumulación y reacumulación, el reordenamiento del proceso de apropiación y concentración capitalista por esa vía, ha contado con la complicidad y la asociación de importantes facciones de la gran burguesía dependiente y de la partidocracia, que bajo la protección del Estado corrompido y la impunidad que éste auspicia, han generado procesos de enriquecimiento privado en gran escala y a gran velocidad, los que se suman y entrecruzan con los fabulosos narco-negocios y las tratativas dolosas de los grandes carteles privados de la construcción. 
Así, la burguesía transnacional ha incrementado su control sobre el territorio nacional y sobre la dinámica económica del país, empobreciendo brutalmente la sociedad de los/as de abajo y creando desigualdades escandalosas. 
La gran burguesía dependiente, sus grupos y familias tradicionales, han ampliado su fortuna en forma espectacular. 
La parte superior de la partidocracia y de la llamada “clase política”, se ha convertido en una facción neo-capitalista asociada parcialmente a sectores de la gran burguesía privada, pero con fuerza propia y grandes atesoramientos aquí y en el exterior. En ese orden son evidentes las mayores ventajas obtenidas dentro de ese latrocinio por la cúpula del PLD y dentro de ella por el sector leonelista, sin descargar del pillaje y la rapiña a las elites del PRSC, del PRD y grupos satélites. 
Las formas y vertientes de acumulación, los métodos empleados, las operaciones realizadas y los medios de que disponen, le imprimen a esos sectores dominantes y al modelo que auspician ciertas particularidades cada vez más potenciadas. La impronta delictiva que los llevado a imponer sus intereses y operaciones por encima de toda normativa formal-legal, o a acomodar la Constitución y las leyes a sus ambiciones, los ha convertido definitivamente en una variante de la lumpen dominación capitalista, mezcla de facciones del lumpen imperialismo, la lumpen burguesía dependiente y la lumpen burocracia civil y militar del país. 
Es preciso destacar que en el ejercicio de la gestión de Estado de las últimas dos décadas, ha sobresalido en esa prácticas de acumulación capitalista el grupo de poder conformado por Leonel Fernández al interior del Estado, del partido y del capitalismo privado, hasta conformar una verdadera corporación político-económica; aprovechando en forma aventajada la progresiva conversión del PLD en un partido-estado con fuertes rasgos autoritarios y centralistas y fuertes dotes empresariales. 
Esa condición fue a la vez aprovechada óptimamente para fraguar un régimen político muy peculiar, una especie de dictadura institucionalizada.

Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=170907


Desde Chile nos interpelan a realizar la propuesta desde abajo y a la izquierda

Hoy estamos frente a una tarea histórica: la desmercantilización de la sociedad
10 de junio de 2015
Por Vinculación Puente Alto (Rebelión)
En los ámbitos de la crisis del sistema educacional y la emergencia de la movilización social, se abre hoy una oportunidad inédita en Chile. No sucedió en las movilizaciones por los “raspapases” (pasas escolares para el transporte público) del 2001, ni en la movilización de los pingüinos de 2006, ni en las multitudinarias movilizaciones por educación gratuita y de calidad de 2011. Pero hoy, 2014, la posibilidad de encontrarse, organizarse y movilizarse en conjunto entre Estudiantes y Profesores está ante nosotras y nosotros.
Las antidemocráticas y anticientíficas propuestas del Gobierno, tanto respecto a la Reforma Educacional como al Proyecto de Ley para el Desarrollo Profesional Docente, genera no sólo la oportunidad sino la necesidad de que el movimiento estudiantil y el de los trabajadores de la educación converjan en la demanda por una transformación estructural del sistema educacional en Chile.
 
Esta transformación no sólo transporta la demanda de un proyecto, de una meta radicalmente distinta un sistema educacional gratuito, de calidad y democrático, sino a procedimientos radicalmente novedosos: no ya hecho entre cuatro paredes, en comisiones conformadas por tecnócratas gubernamentales, sino desde los actores mismos, profesoras, profesores y estudiantes; no ya desde instituciones cooptadas y clientelizadas, sino a partir de una profundización del trabajo de base.
Además, la potencia de la demanda por educación gratuita, de calidad y democrática, conlleva el horizonte transformador de la sociedad: la desmercantilización no sólo en el ámbito de la educación, sino también en la salud, la previsión social, el transporte público, la vivienda, el arte y la cultura.
 
Todo esto contrasta con un sistema económico, político y social antidemocrático, privatizador, elitista, que se basa en la explotación y el endeudamiento; el descrédito y deslegitimidad de la “clase política”, su deterioro generalizado; los escándalos de corrupción y enriquecimiento ilícito; la bancarrota moral de las instituciones como el Parlamento, los Partidos Políticos, el Gobierno y las Fuerzas Armadas; gracias a los múltiples casos que ejemplifican este deterioro: Penta, Soquimich, Caval, Luksic, Angelini, Aguas Andinas, Martelli, Peñailillo y la campaña de Bachelet, Municipalidades y el negocio de la basura, las colusiones de las Farmacias, la Ley de Pesca, las sanciones internacionales por la violación a los derechos humanos en las comunidades mapuche, los criminales y represivos protocolos de las Fuerzas Armadas, el entramado de relaciones entre sectores políticos y sectores del gran empresariado, etc., etc.
 
Sin embargo, esta situación de bifurcación entre, por un lado, un horizonte social transformador, democrático, antimercantilista, y por otro, unastatus quo neoliberal, pone al descubierto una profunda asimetrías de poder entre los actores de cambio y los continuadores del modelo, entre el pueblo trabajadores y las elites explotadoras, entre los movimientos sociales y las instituciones, entre las organizaciones de izquierda y los partidos neoliberales (modernizadores como la Nueva Mayoría o conservadores como la Alianza).
 

Hoy estamos frente a una tarea histórica: la desmercantilización de la sociedad. Pero esta tarea y oportunidad que se nos presenta, sólo podrán ser realizadas a partir de la convergencia de todas las demandas, movilizaciones y actores, y la ruptura con la clase política, sus instituciones y su proyecto. El movimiento estudiantil y de trabajadores de la educación deben mostrar el camino de esta convergencia. Y las organizaciones de izquierda han de profundizar la convergencia hacia la multisectorialidad, junto a los trabajadores (profesionales, obreros, técnicos y de servicio, artistas, etc.) y pobladores (vecinas, vecinos, organizaciones comunitarias, jubilados, etc.). (...) Leer

¿Qué economía pueden arreglar la Presidenta y Soros a puerta cerrada?


La de acumulación gran capitalista que implica
 
biocombustibles vs. alimentos; fracking vs. agua y pago de 'deuda' vs. derechos humanos.
 
 
(...)El financista George Soros se convirtió en el cuarto mayor tenedor de acciones de YPF al adquirir más de 8 millones de acciones de la petrolera. Invirtió en la operación 450 millones de dólares. La potencialidad de la compañía a partir de sus recursos no convencionales, con Vaca Muerta a la cabeza, despertó el interés de este histórico y polémico administrador de fondos de inversión, quien ponderó las oportunidades de negocios que ofrece la empresa a mediano plazo por encima de los supuestos riesgos que implica el litigio con los fondos buitre. (...)
En 2006, durante una gira del entonces presidente Néstor Kirchner por Nueva York, El magnate le anunció allí que desembolsaría 500 millones de dólares para producir bioteanol en el país. La relación con el Gobierno fue buena desde entonces. (...) Leer
 
Desde México nos aclaran sobre la criminalidad de la acumulación gran capitalista.

La devastación y el despojo que nos traerá el fracking[1]
Por Juan José Morales
Una faceta del fracking —que el gobierno oculta celosamente— y que fue mencionada durante la conferencia que el pasado sábado dictó el físico Tulio Arroyo Marroquín, especialista en cuestiones energéticas, en el planetario Ka’ Yok’ de Cancún, es que los pozos una vida útil brevísima, de apenas tres años. Tras ese lapso, su producción decae hasta volverlos improductivos, y es necesario perforar otros en diferente lugar, y luego otros, y otros más, y así en una cadena interminable que devasta el terreno y lo inutiliza para cualquier otra actividad productiva.
Porque no hay que olvidar que ese procedimiento de fractura hidráulica empleado para extraer gas atrapado en las formaciones geológicas de pizarras, esquisto o lutitas, exige el uso de enormes cantidades de agua a la cual se añaden casi 60 sustancias químicas diversas, muchas de ellas altamente tóxicas y contaminantes.
Como señaló Arroyo, y como muestra la experiencia de la producción mediante fracking en Estados Unidos y Canadá, tras el primer año de operación, el rendimiento de los pozos cae en un 40%, al cabo del segundo año, la disminución es del 65%, y al tercer año ya están agotados, de modo que hay que abandonarlos y pasar a otra zona para perforar más, y luego a otra, y así sin cesar, de modo que el terreno se va llenando con pozos abandonados y desechos peligrosos. En cambio, los pozos petroleros se mantienen en producción durante años e incluso pueden ser revitalizados cuando se reduce mucho el flujo.
Para tener una idea de lo que lo anterior significa en cuanto a devastación ambiental, basta señalar que, según estimaciones de la Secretaría de Energía, para extraer sólo el 12% del gas de los yacimientos de lutitas en México, habría que perforar más de un cuarto de millón de pozos. O un millón si se desea obtener la mitad del gas. Son realmente cantidades exorbitantes, totalmente reñidas con la protección y conservación del medio ambiente.
Pero lo peor de todo, es que esa devastación no la realizarán las compañías petroleras en terrenos de su propiedad, sino en los de otras personas.
En efecto, las leyes secundarias de la llamada reforma energética establecen que el gobierno está facultado para rentar a las petroleras las tierras de cualquier propietario bajo figuras jurídicas conocidas como “servidumbre legal, ocupación y afectación superficial”. O, para decirlo con otras palabras: todo propietario de tierras, quiera o no, podrá ser despojado de sus tierras y obligado a ponerlas en manos de esas empresas extranjeras. Cuando le sean devueltas, arruinadas por la contaminación y por la misma actividad de la maquinaria y los equipos, ya no servirán para nada.
Todavía hay más: en el colmo del cinismo y la desvergüenza, este destructor método de extracción de gas, el fracking o fractura hidráulica, quedó catalogado en las leyes secundarias de la llamada reforma energética como “energía limpia”, junto con la energía hidráulica.
Por supuesto, esa clasificación no fue un simple error o un acto ingenuo de los legisladores, sino algo deliberado, pues al poner al fracking en tal categoría, se le puede brindar tratamiento especial en forma de facilidades para su realización, exenciones fiscales e incluso subsidios.
Y aquí cabe subrayar que esta clasificación del fracking como “energía limpia”, fue impulsada por el llamado Partido Verde Ecologista de México, junto con el PRI, el PAN y el Panal. Con ello, el membrete del tucán demostró una vez más que es sólo un apéndice del PRI, que su ecologismo no es más que simulación y que en realidad la defensa y protección del medio ambiente le importan un bledo.
Si finalmente, la banda de legisladores que aprobó semejante atentado a la naturaleza se sale con la suya, las perspectivas son de una verdadera catástrofe ecológica ahí donde se realice este tipo de explotación.
[1] Publicado en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Lunes 28 de julio de 2014 Leer
Desde España nos precisan aún más qué significa el predominio de la acumulación gran capitalista por sobre las necesidades e intereses de los pueblos.
 
 
La burbuja del fracking
Septiembre de 2014
 
Algunas explotaciones abren más de 1.000 pozos anuales para sortear el declive.
Por Manuel Peinado Lorca [1], director de la Cátedra de Medio Ambiente de la Universidad de Alcalá. Revista El Ecologista nº 82.
En el actual debate sobre el "fracking" se está obviando una cuestión esencial: la insostenibilidad económica a corto plazo de un negocio ruinoso sostenido por una burbuja financiera surgida de Wall Street.
En este artículo intentaré resumir los argumentos que he expuesto con mayor extensión en un libro [2] y que sustentan mi hipótesis de que el"fracking" [*], además de los riesgos ambientales y sanitarios que lo rodean, presenta las características de la burbuja financiera creada por las hipotecas subprime y su versión hispana del ladrillo.
Me centraré en el gran protagonista de la independencia energética norteamericana: el shale gas [*], esto es, el gas natural no convencional [*] (GNNC), pero aunque ponga el foco en él, los planteamientos y los factores implicados son también de aplicación al caso del petróleo no convencional, aunque su producción sea infinitamente menor que la del gas.
Barriles de papel
En EE UU el propietario de un terreno posee también los derechos del subsuelo. Esa propiedad genera unos derechos que el tenedor puede ceder, arrendándolos, a una empresa que desee explotarlos. Como ocurre con las hipotecas, las pólizas de arrendamiento tienen un valor como activos financieros [*], lo que quiere decir que las entidades bancarias pueden utilizarlos como garantía fiduciaria a la hora de acudir al mercado interbancario (o al correspondiente banco central) para obtener efectivo. Además, los activos se negocian en los mercados una vez empaquetados y después de que hayan sido calificados por las agencias de rating. Obviamente, lo que interesa a la banca es que los activos conformados con las pólizas tengan el mayor valor fiduciario posible, de la misma forma que durante la pasada década lo que interesaba era que el suelo y las hipotecas tuvieran la máxima valoración, aunque luego se demostrara que los paquetes hipotecarios calificados con la máxima nota por la agencias estaban infestados de hipotecas basura.
La ceremonia de la confusión
Un recurso [*] es la cantidad total de un hidrocarburo que, mediante estimaciones técnicas, se supone que existe en un área determinada. Una reserva [*] es la fracción del recurso que se puede recuperar de manera rentable con las condiciones económicas actuales y utilizando las tecnologías existentes. Lo que sistemáticamente hacen los departamentos publicitarios de la industria y la banca es confundir deliberadamente recursos y reservas para manipular al alza el valor de sus activos.
La diferencia real entre reservas y recursos tiene un componente legal importante y es que aquéllas tienen un valor como activos, por lo que están sujetas a las mismas reglas de auditoría y control de los organismos reguladores que cualquier otro valor que cotice en Bolsa, de manera que inflar las reservas para utilizarlas como activos es un delito. El problema se soslaya cuando las transacciones financieras se realizan en los desregulados mercados OTC [*], un tipo de mercado paralelo, extrabursátil, en el que se negocian instrumentos financieros directamente entre las partes.
Un demoledor –y lamentablemente desconocido– informe elaborado en 2006 por el Senado estadounidense decía que los dos principales mercados internacionales energéticos, NYMEX e ICE Futures, controlados desde Wall Street, operan al margen de la supervisión de la agencia federal independiente CFTC, encargada del control de las bolsas de valores. Liberados del supervisor gracias a la desregulación del mercado energético que se aprobó en tiempos de Bush y Cheney, los mercados OTC se han convertido en un patio de Monipodio global donde toda especulación encuentra cómodo asiento.

Descorchando botellas de cava
La productividad inicial (PI) de un pozo es la tasa de producción más alta de toda su vida operativa y, generalmente, se alcanza el primer mes después de la perforación. La PI de un yacimiento o de los diferentes yacimientos que componen un campo es la media de las PI de los pozos que soportan. Haciendo un símil, se puede decir que el "fracking" produce en un estrato de lutitas [*] –rocas sedimentarias compuestas por partículas del tamaño de la arcilla y del limo–un efecto similar al que se provoca al agitar una botella de cava. Cuando se quita el tapón, el contenido sale a chorros, luego a borbotones y rápidamente cesa, lo que significa que su PI es extraordinaria. Empero, solo un porcentaje muy pequeño de los pozos de un campo presentan PI superiores a la media (figura 1).
Figura 1. Productividad inicial (PI) de los tres principales campos estadounidenses de GNNC.
El eje de abscisas indica el porcentaje acumulado de pozos ordenados de menor a mayor PI. La distribución es la típica de los campos de lutitas, con una PI muy alta en unos pocos pozos (en Haynesville, por ejemplo, solo un 2% de los pozos presentan PI > 20 Mpc/d [3]) y la inmensa mayoría con PI mucho más bajas (media para Haynesville: 8,2 Mpc/d). A, B, C: datos de los campos Haynesville, Barnett y Marcellus, respectivamente.
En contraposición, la eficiencia de recuperación (ER) de los campos de GNNC es muy baja: solamente se pueden recuperar un 6,5% de las reservas, un porcentaje ridículo cuando se compara con la ER de los yacimientos convencionales (75-80%). Ese es un elemento esencial de la trama. Cuando se perfora por primera vez un pozo, la producción es extraordinaria. Después de la explosión inicial, la producción cae en picado hasta que, pasado el tercer año, los pozos producen un 80-90% menos y dejan de ser rentables aunque se mantengan abiertos para alimentar el espejismo de las reservas inacabables. Siete años después serán abandonados.
 
Un tobogán imparable
La tasa de declive es el ritmo al que decrece la producción de un pozo, de un yacimiento o de un campo a medida que avanza su vida productiva. En el caso de las lutitas, unos y otros presentan aceleradas tasas de declive que, representadas en forma de curva, se asemejan a las pendientes extremadamente empinadas de un tobogán (figura 2).
Figura 2. Curvas típicas de declive para los pozos de gas Haynesville (A), Barnett (B) y Marcellus (C).
Aquí no hay franquicias
La industria energética estadounidense se empeña en presentar todos los campos de GNNC como si fueran franquicias con producción homogénea y uniforme en todo el campo. Al sostener que todos los pozos de un campo –y hay campos del tamaño de la mitad de España– tienen una producción uniforme, distorsiona escandalosamente los datos a su favor. Además de ocultar el acelerado declive de los pozos, se encarga de que la publicidad y los medios den una cobertura desproporcionada a los pozos con mayores PI para que se tenga la falsa impresión de que esa es la productividad de todos los pozos del campo y de que así se mantendrá durante muchos años.
Sin embargo, como puede verse en la tabla 1, las tres cuartas partes de la producción proceden de los cuatro primeros campos. Los dos siguientes añaden un 12% más, hasta completar el 88% de la producción. Los restantes 24 campos de gas no convencional actualmente operativos completan la producción total del país. También puede verse cómo la disparidad entre los campos es extraordinaria.
 
La interminable cinta de correr
Convenientemente manipulados, los parámetros que acabo de mencionar se convierten en una herramienta clave para entender que el funcionamiento operativo en los campos de GNNC puede compararse con una cinta de correr. Para sostener el crecimiento y enmascarar el declive en la producción que daría al traste con el valor de los activos, el negocio del "fracking" requiere incesantes programas de perforación. En otras palabras, tal y como sucede con las estafas piramidales, los campos de lutitas dependen en gran medida de la expansión perpetua: conforme crece la producción, se necesitan más pozos y capital simplemente para compensar el escaso rendimiento y los fuertes declives que los caracterizan. Si se detienen las perforaciones, el negocio se derrumba.
 
Cómo se infla la burbuja
El análisis de los datos estadísticos oficiales procedentes de los 65.000 pozos de "fracking" operativos en EE UU en 2012 demuestra que los costes de producción en la mayoría de ellos son muy superiores a los precios actuales del gas y que el mantenimiento de la producción requiere cada vez mayor número de perforaciones y la entrada de capital a raudales para sostenerla (columnas 9, 10 y 11 en latabla 1). En números redondos y probablemente conservadores, por cada dólar que la industria obtiene vendiendo un determinado volumen de GNNC, se gasta al menos dos en producirlo. Pese a ello, lo que a todas luces es un negocio ruinoso continúa expandiéndose por EE UU y comienza a exportarse a otros países. ¿Por qué está ocurriendo esto? ¿Por qué ese empeño en seguir perdiendo dinero a espuertas año tras año?
En la burbuja urdida en la Gran Manzana que está en el origen de la actual recesión subyacía la idea básica e imposible de toda burbuja: había un recurso infinito cuyo valor no dejaría nunca de aumentar. El recurso, llámese suelo o llámese gas, crea a su alrededor todo un universo de activos financieros que pasan de mano en mano generando beneficios hasta que alguien pincha la burbuja. Como acabamos de ver, las estimaciones de la industria derivan de la corta vida productiva de los pozos que se proyecta como si se tratara de una producción a largo plazo. Los operadores, apoyados por potentes agencias publicitarias, enseñan unos resultados de explotación espectaculares obtenidos de las PI de unos cuantos pozos y extrapolan esos resultados a yacimientos enteros todavía no probados.
El procedimiento es siempre el mismo. Cuando se descubre un posible yacimiento, comienza el frenesí de los alquileres de tierras. A este le sigue un auge de perforaciones centrado en las zonas más productivas. Lo que hacen los creativos analistas financieros es aplicar curvas hiperbólicas a los datos iniciales de producción y pronosticar una vida media de los pozos de unos cuarenta años. Con esos datos en mente y los contratos de arrendamiento en la mano, Wall Street está haciendo lo mismo que hizo con las hipotecas basura: desarrollar sofisticados productos de ingeniería financiera.
Las transacciones financieras basadas en los alquileres de terrenos se han convertido en una actividad más rentable que perforar para obtener GNNC con los actuales costes. Las grandes multinacionales energéticas están acaparando derechos de arrendamiento para añadirlos a sus reservas de barriles de papel y compensar así el declive de sus reservas reales con objeto de inflar artificialmente el precio de las acciones y mantener su propia solvencia, algo que la mayoría no hubiese podido hacer sin las fantasiosas reservas adicionales procedentes de las lutitas. El objetivo no es vender gas sino vender alquileres de terrenos y empresas enteras con derechos de explotación convenientemente inflados por las estimaciones hiperbólicas. Empaquetar derechos de alquiler resultó ser un negocio tan rentable como lo fue empaquetar hipotecas.
La avaricia está rompiendo el saco: como la exportación de hidrocarburos está prohibida en EE UU desde el siglo pasado, el exceso de oferta de gas hizo que, a partir de 2008, se desplomaran los precios domésticos. En enero de 2012, los precios del gas natural [*] cayeron por debajo de los tres dólares por cada mil pies cúbicos (kpc). Los costes medios por pozo de explotación eran entonces de unos 4-6 dólares por kpc, por lo que los operadores sufrían pérdidas importantes, pero debían seguir perforando para cumplir con sus obligaciones crediticias con los bancos.
Como se trata de mantener los datos de producción inflados para que las acciones de las petroleras y los derivados de Wall Street se mantengan al alza, hay que perforar nuevos pozos. Eso supuso abrir 7.200 nuevos pozos en 2012; como el coste medio de perforar un pozo ronda los seis millones de dólares, las compañías invirtieron 42.000 millones simplemente para enmascarar la disminución en la producción. Ese mismo año, el GNNC estadounidense generó ventas comerciales por valor de 33.000 millones. Parece un negocio ruinoso, pero no lo es: entre el pistoletazo de salida de 2009 y 2011, el entramado financiero ligado al gas de lutitas movió 135.000 millones de dólares (figura 3).
Figura 3. Relaciones entre las transacciones financieras y los precios del gas en Estados Unidos. La línea anaranjada indica la evolución de los precios del gas natural, que se desplomaron a partir de 2008 debido al exceso de oferta provocado por las expectativas desatadas por la especulación del GNNC.
Así las cosas, los bajos costes del gas están cobrándose su precio con los pequeños y medianos operadores de GNNC, que tienen que vender sus activos, principalmente títulos de arrendamiento, para evitar la bancarrota. Perforar, perforar y perforar, ese es el destino de las operadoras atrapadas por las deudas bancarias. La deuda del sector casi se ha duplicado en los últimos cuatro años, mientras que los ingresos se han incrementado en tan solo un 5,6%, según un análisis realizado con una muestra de 61 pequeños y medianos operadores de "fracking", cuya carga financiera alcanzó 163.600 millones dólares en el primer trimestre de 2014. Los bancos, que están ingresando grandes sumas por las transacciones y fusiones de las compañías de GNNC y por los intereses de los préstamos, siguen calificando a las explotaciones de "fracking" como una buena opción de compra para los inversores.
En resumen, que la banca obtiene de todo ese trasiego estos beneficios: a) gracias los activos obtiene dinero a bajo interés en el interbancario o en el banco central, dinero que luego presta a intereses más altos o utiliza en otras actividades financieras lucrativas; 2) préstamos a los operadores, de los que obtiene intereses siempre superiores a los que tiene que pagar en el interbancario y que tienen arruinado al sector; 3) venta de activos financieros; 4) cobro de comisiones por todas las operaciones generadas. Exactamente lo mismo que en el caso de las hipotecas basura, pero ahora partiendo de barriles de papel, que pasan a ser nuevas fichas en el casino del capitalismo global.
Lo de siempre: la banca siempre gana. Visto el éxito de las subprime, Wall Street quiere expandir urbi et orbi el "fracking", ese nuevo maná. (…) Leer
 
 
De modo que es prioritario que la mayoría de nosotros cuestione al crecimiento económico vigente o a la acumulación gran capitalista de riquezas y poder. Este juicio adquirirá capacidad de transformación emancipatoria si, a la vez,  descubrimos la centralidad del trabajo para el progreso del sistema. Reflexionemos sobre:

Crítica de la tesis de la financiarización
diciembre de 2008
 
 Por Rolando Astarita
 
Desde hace años se ha ido consolidando en círculos de la izquierda una caracterización del capitalismo actual como de hegemonía del capital financiero por sobre el capital productivo. Por eso se habla de la etapa actual como la etapa de la financiarización. Se piensa que la crisis, y los problemas y padecimientos que sufren los pueblos, se deben en lo esencial a este dominio del capital financiero, y al parasitismo asociado al mismo. También se considera que el crecimiento del capitalismo norteamericano en los últimos años fue sólo hinchazón de capital ficticio y especulativo; y que la economía mundial estuvo, en el último cuarto de siglo, en crisis abierta o larvada.
El propósito de este trabajo es demostrar que si bien la tesis de la financiarización se basa en algunos hechos reales, los presenta de forma unilateral y deformada, para sacar conclusiones equivocadas. Comenzamos sintetizando las ideas centrales de la financiarización. Luego presentamos nuestra crítica, y por último sacamos algunas conclusiones.
 
La tesis de la financiarización
 
Aunque lo más representativo de la tesis de la financiarización son los escritos reunidos en Chesnais (1996), aquí vamos a tomarla tal como circula en textos y discursos de la izquierda y del campo progresista en Argentina, en especial de las facultades de Ciencias Sociales. Más que un análisis de textos y matices particulares, nos interesa abordar sus líneas de pensamiento fundamentales.
 
En lo esencial la tesis afirma que la producción gira, a partir del triunfo de la reacción neoliberal, en torno a las necesidades y exigencias del capital financiero. “Lo financiero” comprende a los accionistas, los tenedores de capital dinero, los fondos de inversiones, los bancos, las aseguradoras de riesgo y similares. Las finanzas habrían tomado las riendas de mando a partir del “golpe” de fines de la década de 1970, con la suba de las tasas de interés, y desde entonces el capital financiero se habría convertido en la fracción dominante de la clase capitalista, subordinando al capital industrial y comercial a su imperio. De manera que, según la financiarización, lo financiero controla a la sociedad; las instituciones financieras han reunido los recursos líquidos disponibles, y el poder capitalista se concentra en ellas. Todas las actividades empresariales se rigen según criterios de la rentabilidad inmediata, por encima de criterios productivos. Los accionistas exigen a los gerentes maximizar el valor bursátil de las empresas, y hacen prevalecer el imperativo de la rentabilidad por sobre cualquier otra necesidad social. Debido a que los gerentes son remunerados según la valoración bursátil de las empresas, tienden a alinearse con los intereses de los accionistas. Para maximizar los beneficios en el corto plazo, reestructuran empresas, echan trabajadores, cierran sectores no rentables y eliminan capacidad productiva. La acumulación capitalista ya no se funda en una inversión que maximice la producción, sino que la haga rentable aun a costa de frenarla. Por el mismo motivo las corporaciones implementan el re-engineering, que es concentrar las actividades empresarias en las actividades en donde tienen ventajas. Asimismo se trasladan a países que ofrecen mejores condiciones de explotación; avanzan en la flexibilización y precarización del trabajo, y hostigan a los sindicatos. Por eso la financiarización es la causa de que desaparezcan las responsabilidades sociales, laborales o medioambientales. Además, la dirección y dinámica del desarrollo no dejan lugar a dudas. Por todos lados avanza esta hegemonía financiera. Los fondos líquidos se convierten en propietarios de múltiples empresas; y lo financiero impone su lógica al punto que todo el que invierte en la producción reclama rendimientos iguales a los que se obtienen en los mercados financieros y bursátiles.
 
Lo anterior se combina con la idea de que se entró en una larga etapa de estancamiento capitalista, no sólo porque los criterios financieros van en contra de la producción, sino también porque la mayor parte del excedente va a parar a las finanzas. La mejora de las ganancias de las últimas décadas, en lo sustancial, fue sólo para el sector financiero, parasitario y enemigo de la producción. La suba de las tasas de interés, se afirma, significa una punción permanente de plusvalía, y queda menos para la reinversión productiva. Por otra parte, la mayor parte del excedente la retienen los accionistas, y en consecuencia bajan los beneficios retenidos por las empresas que podrían destinarse a la inversión. Las consecuencias son que se debilita el crecimiento, se desestabiliza la macroeconomía y los Estados pierden el poder de regular. El capital financiero se convierte así en un tapón que reprime y condiciona cualquier solución de la crisis.
 
Además, las ganancias del capital son ficticias, porque provienen de la valorización especulativa –sin base en la acumulación “real”– de acciones y de otros títulos financieros. El capital productivo está dominado por el parasitismo, y el capital ficticio es un puro costo para el capital industrial y comercial. Algunos teóricos también piensan que el crecimiento del capital ficticio ha sostenido una demanda artificial, y que de no haber existido ésta, el capitalismo habría caído en una profunda depresión. Según otros defensores de la tesis del estancamiento del capitalismo, el crecimiento del crédito es una prueba de que el sistema capitalista está estancado a nivel global. En términos generales, y según la tesis de la financiarización, la contradicción dominante –y en muchos casos, la central– de la sociedad actual es la que existe entre las finanzas y los pueblos; o entre las finanzas y el sector productivo. Si bien se reconoce que en el fondo de la pirámide de exacción de plusvalía los que más sufren son los trabajadores, se considera que los males sociales se acabarían en buena medida si los pueblos pusieran límites al capital financiero.
 
Qué es el capital financiero
 
Si bien el término capital financiero es muy utilizado en la izquierda, no existe un acuerdo general sobre qué se entiende precisamente por el mismo. En la tradición marxista, además, la noción ha tenido diversas interpretaciones. La expresión “capital financiero” prácticamente no se encuentra en la obra de Marx, como señala Harvey (1990); Marx se refirió preferentemente al capital dinerario para denotar el capital que se presta a interés. En Lenin y Hilferding el término se utiliza para designar la fusión entre los bancos y la industria, con predominancia del primero. Pero Lenin y Hilferding se basaban en una situación que era común en Alemania, pero no en Estados Unidos y Gran Bretaña. Posteriormente por capital financiero se entendió a los bancos, financieras, fondos de inversión y similares, compañías de seguros, más los prestamistas –tenedores de grandes sumas de capital dinero– y los holdings, que son los capitales que dominan un amplio espectro de empresas de diferentes ramas y actividades, a través del control de paquetes accionarios. Frecuentemente también se incluye dentro del capital financiero a los accionistas. Si bien éste es un buen punto de partida para elaborar la cuestión, pensamos que son necesarias algunas precisiones.
 
En primer lugar hay que distinguir entre el capital dinerario que se presta a interés, del capital dedicado a lo que Marx llamaba “el tráfico del dinero” (1999, t. 3, p. 343). El capital dedicado al tráfico de dinero está compuesto por el capital que se separa del capital global y se autonomiza, y cuya función consiste en llevar adelante operaciones monetarias “para toda la clase de los capitalistas industriales y comerciales” (ídem, p. 403). Se trata de las operaciones técnicas de pago y cobro de dinero; conservación de tesoros monetarios; saldo de balances; manejo de cuentas corrientes, movimientos internacionales de dinero, operaciones cambiarias, y similares. A ello hay que sumar las funciones de recibir y conceder créditos; organizar operaciones como colocación de acciones o bonos; preparar fideicomisos y actuar como fideicomisarios, etc. En todos los casos son empresas que reciben una tasa de ganancia que, en promedio, debe igualar a la tasa de ganancia de cualquier otro capital, obedeciendo al impulso de la igualación de la tasa de ganancia entre las diferentes actividades. Los beneficios de este capital por lo tanto deben distinguirse cuidadosamente del interés. La ganancia de un banco de depósitos, por ejemplo, no proviene del interés, sino de la diferencia entre las tasas activas y pasivas (esto es, de las tasas a las que presta y de las tasas a las que toma depósitos). Su tasa de ganancia está determinada por la ratio entre la suma de los beneficios y el capital invertido, siendo este último lo invertido en instalaciones, máquinas y otros insumos de oficina, y fuerza de trabajo. Si se trata de un banco de inversión, su ganancia provendrá de las comisiones que cobre por colocar títulos de deuda y acciones de primera emisión de empresas; o títulos del Estado, y operaciones del mismo tipo. Lo mismo sucede con un corredor de bolsa; su ganancia principal proviene de las comisiones que cobra por operar en la bolsa.

Los capitalistas dinerarios que prestan dinero, en cambio, reciben un interés por sus préstamos, que por lo general es menor que la tasa de ganancia. Este interés está determinado por la oferta y demanda de fondos en los mercados de capitales y monetarios. El interés significa una punción sobre la tasa de ganancia del capital, y tiende a moverse en sentido inverso al de la tasa de ganancia. Cuando la tasa de ganancia es alta, y los negocios se desarrollan con normalidad, la tasa de interés suele ser baja; cuando la tasa de ganancia se debilita, y se dificulta la realización del capital mercancía, la tasa sube. Es por esto que en momentos de crisis la tasa de interés puede afectar negativamente, y de manera muy fuerte, a la tasa de ganancia. El capital a préstamo aparece entonces como el capital enfrentado al capital productivo. De aquí que surja la impresión de que la suba de la tasa de interés es la responsable de la caída económica.
 
Marx pensaba que había una división sociológica dentro de la clase capitalista, entre los capitalistas dinerarios y los capitalistas productivos, y que los primeros podían enfrentarse, hasta cierto punto, con los segundos. Ésta es una de las razones por las cuales los teóricos de la financiarización sostienen que el capital financiero –identificado ahora con el capital dinerario que se coloca a interés– es responsable de la tendencia al estancamiento del modo de producción capitalista, desde fines de la década de 1970, y comienzos de la década de 1980.
Si bien Marx arrancó su explicación del interés de la división sociológica dentro de la clase capitalista apuntada, pensamos que es necesario matizar la idea de que los prestamistas constituyen una capa “exclusiva” de capitalistas puramente dinerarios. Es que existen muchas empresas productivas que colocan sus excedentes líquidos a tasa de interés. Esto se debe a que permanentemente en el proceso de acumulación del capital se generan excedentes de dinero que deben esperar para volver a invertirse. Entre éstos figuran los fondos de amortización del capital fijo; y los flujos de caja diarios con los que se afrontan los pagos periódicos del capital circulante. Por eso surgen miles de ofertas de capital dinero que provienen de la producción, o del comercio, y buscan valorizarse colocándose a préstamo. De manera que la distinción entre el capitalista dinerario y el capitalista industrial o comercial, pierde nitidez. El propio Marx destacó que el capital dinerario proviene de múltiples fuentes:
 
Por lo demás, es un error considerar que los recursos de los que dispone el moderno sistema bancario (actualmente el sistema financiero de conjunto) son solamente los recursos de los ociosos. En primer lugar está una parte del capital que los industriales y los comerciantes tienen momentáneamente desocupado en la forma de dinero, como reserva monetaria o como capital que aún se ha de invertir; vale decir capital ocioso, pero no capital de los ociosos. En segundo lugar, la parte de los réditos y ahorros de todos, permanentes o transitoriamente destinada a la acumulación. (Marx, 1999, t. 3, p. 781).
 
Teniendo en cuenta estas mediaciones, podríamos considerar entonces que las instituciones financieras y el capital de préstamo de conjunto forman parte de lo que comúnmente se conoce como capital financiero. Los fondos que salen del ciclo productivo conformarían, durante el tiempo que están colocados a interés, una parte del capital financiero.
La cuestión se hace más complicada cuando consideramos el capital invertido en acciones, y a los accionistas.[1] En algunos pasajes Marx ha asociado de forma bastante estrecha al capital accionario con una especie de capital dinero a préstamo, y a los dividendos con el interés.[2] Esto porque el poseedor de acciones no necesariamente está involucrado en la función de capitalista, y en este sentido se acerca al capitalista dinerario. Sin embargo esta circunstancia no nos parece suficiente para considerar al capital accionario, tomado como totalidad, como parte del capital financiero. En primer lugar porque las acciones dan derechos a participar en las ganancias de las empresas a través de los dividendos, y éstos no mantienen una relación inversa con la tasa de ganancia, como sucede con el interés. Cuando aumentan las ganancias de las empresas, aumentan los dividendos, y viceversa; por eso durante una crisis los dividendos tienden a desaparecer. La cuestión es importante porque desde este punto de vista no existe el tipo de tensión que se advierte entre la tasa de ganancia neta y el interés. Sí existe una cierta oposición entre las ganancias retenidas por las empresas y los dividendos distribuidos a los accionistas, esto es, entre la plusvalía destinada a la reinversión, y la plusvalía que en principio puede gastarse como rédito. Pero es una oposición de naturaleza distinta de la que existe entre ganancia e interés.
 
Además, y más importante, es que las acciones pueden valorizarse, dando lugar a ganancias de capital. Esta valorización puede ser puramente ficticia. Sin embargo no todo incremento del precio de las acciones es ficticio, porque puede corresponderse con un incremento del capital real que subyace a la acción. Por ejemplo, la suba del precio de las acciones de Microsoft a lo largo de las últimas décadas no se debe sólo –ni tal vez principalmente– a un crecimiento del capital ficticio, sino a una acumulación real de capital. Por eso, cuando una empresa destina una parte de la plusvalía a acrecentar el capital, la acción puede valorizarse porque mejoran las perspectivas de ganancias a futuro. Esto explica también que no siempre la no distribución de dividendos por parte de las empresas es castigada por los accionistas con ventas de títulos y bajas de sus precios. Volveremos sobre estas cuestiones luego, pero lo importante aquí es que ésta es otra característica que distingue al capital accionario del capital a interés. El prestamista, a diferencia del accionista, no obtiene ningún beneficio con la valorización de la empresa cuando ésta acumula capital. 
 
Por otra parte la situación del accionista no siempre es la de mero propietario del capital, ya que pasado cierto umbral de la tenencia del paquete accionario –normalmente el 5%– empieza a tener un papel en el directorio de la empresa, y puede involucrarse en el capital en funciones. Y cuando un grupo de accionistas controla el paquete mayoritario conduce la empresa, y ya no puede decirse que se trata de capital financiero opuesto al capital en funciones. A su vez los directores de empresas normalmente poseen participaciones en los paquetes accionarios y son remunerados regularmente mediante el pago de más acciones. De la misma manera un holding tiene participación en la conducción de muchas empresas a través del control de porciones importantes de paquetes accionarios –supongamos, entre el 15 y 35%– y en cada una de ellas desempaña el rol de capital en funciones. He aquí otro motivo por el cual es equivocado considerar al capital accionario de conjunto como parte integrante del capital financiero.
 
Por lo tanto, y en base a lo discutido hasta aquí, consideraremos como capital financiero a los capitales que operan en el manejo del dinero y del crédito; al capital dinero que se presta a interés; y al capital dinero que se invierte en carteras, pero no alcanza a participar en la gestión de las empresas. Como puede advertirse, la línea divisoria entre capital en funciones y el capital financiero es, en ciertos aspectos, bastante ambigua. La razón última de esta ambigüedad se debe a que la división entre el capital dinero y el capital en funciones se da en el marco de una unidad, que consiste en que ambos se nutren de la plusvalía, esto es, de la explotación del trabajo humano. No hay una muralla entre ambos tipos de capitalistas, porque son diferentes formas que adopta el capital.
 
Economía capitalista, ¿crecimiento ficticio?
 
La idea de que el crecimiento de Estados Unidos, o de la economía mundial, en el último cuarto de siglo, ha sido puramente especulativo y sin sustento en la producción, registra un aspecto de la realidad, a saber, que Estados Unidos está fuertemente endeudado, y que el crédito y las deudas han tendido a crecer en todo el mundo. Sin embargo no es cierto que no haya habido desarrollo de la “economía real”. Presentamos al respecto algunos datos concluyentes.[3]
 
Entre 1982 y 2008 el PNB de Estados Unidos creció, en términos reales, un 125%; entre 1982 y 1991 lo hizo un 35% y entre 1991 y 2008 un 66%. La inversión privada fija no residencial en términos reales subió, entre 1991 y 2008 (tomando la inversión del primer trimestre, anualizada) un 150%. La producción industrial de conjunto –que comprende manufactura, minería, industrias de electricidad, gas y agua– entre 1980 y 2005 creció el 90%. La producción manufacturera creció entre 1990 y 2006 el 68%, siempre en términos reales. La producción de bienes durables lo hizo en un 135%. Entre 1990 y 1999 la producción de maquinaria industrial creció el 132%. La de vehículos de motor y otros equipos el 60%; la de electrónica y equipos eléctricos el 300%. La capacidad de toda la industria creció, entre 1990 y 2006, un 64%; la de la manufactura lo hizo el 73%.[4] La productividad por hora en la manufactura creció el 90%. Entre 1990 y 2000 se advierte un sostenido aumento de la composición del capital, que se refleja en el aumento del consumo de capital fijo de las corporaciones por un 87,5%. Entre 2002 y 2006 se debilitó, aunque creció de todas formas otro 16,7%.
El crecimiento de Estados Unidos debería, a su vez, ponerse en relación con la evolución más general de la economía capitalista mundial. Si bien es cierto que Japón está prácticamente estancado desde 1990, y que los países europeos crecieron a tasas bajas,[5] la economía capitalista global se ha expandido El producto bruto mundial creció entre 1989 y 1998 a una tasa anual del 3,2%; y entre 1999 y 2008 al 4,4%.[6] Los países en desarrollo crecieron al 3,8% en el primer período, y al 6,5% en el segundo. Los industrializados lo hicieron al 2,7% y 2,6%. Si bien la inversión se debilitó en los países adelantados durante el último decenio, globalmente la tasa de inversión se mantuvo relativamente alta. La inversión como porcentaje del producto bruto mundial fue del 22,3% entre 1986 y 1993; y del 22,4% entre 1994 y 2001. En Estados Unidos fue del 18,8 y 19,6% para esos períodos, y en los países asiáticos en desarrollo del 31,4 y 32,4%. La formación de capital fijo creció en los países industrializados a una tasa anual del 3,4% entre 1989 y 1998, y del 2,6% entre 1999 y 2008. En Estados Unidos lo hizo al 4,6 y 2,2% en cada uno de los períodos.
 
En términos más generales hay que destacar que el modo de producción capitalista se extendió en los últimos 25 años a China y el sudeste de Asia, a los territorios que ocupaban los regímenes stalinistas en el centro y este de Europa, a los Balcanes, y a la ex Unión Soviética. En muchas de estas economías hubo una fuerte acumulación capitalista. El volumen del comercio mundial creció a una tasa anual del 6,7% entre 1990 y 1999; y del 7% entre 2000 y 2007. La mundialización del capital implicó también una fuerte expansión de los movimientos de capitales. El promedio anual de los flujos de capitales privados desde y hacia los países subdesarrollados fue, entre 2000 y 2007, de US$ 216.000 millones.
 
Estos datos nos llevan a rechazar la idea de que la economía de Estados Unidos, o la economía mundial, están estancadas desde hace 30 años. Es debido a este crecimiento que se puede decir que la crisis iniciada en 2007 es una crisis de sobreproducción capitalista. Hay crisis porque las fuerzas productivas se han desarrollado y entran en contradicción con las relaciones sociales de producción, esto es, con la propiedad privada del capital y con la lógica que gobierna la acumulación, la tasa de ganancia. Si no hubiera existido expansión de la producción, la dinámica de la crisis sería más parecida a las crisis precapitalistas, o a las crisis en los sistemas de propiedad estatizada; éstas eran crisis de carencias, debidas a la baja producción. Las crisis de sobreproducción son lo opuesto.
 
Crecimiento capitalista, del crédito y las finanzas
 
Algunos defensores de la tesis de la financiarización sostienen que la mejor prueba de que el sistema capitalista ha estado estancado durante los últimos 25 ó 30 años es el crecimiento del crédito a nivel mundial durante ese período. Plantean que el desarrollo del sector financiero y crediticio es contradictorio con la acumulación capitalista; si crece el sistema crediticio, no puede aumentar la acumulación de capital “real”.
El problema con este planteo es que desconoce que al desarrollarse la acumulación capitalista se desarrolla también el crédito, y que éste es una palanca de la acumulación.
...no hay que olvidar... que el propio sistema de crédito es, por una parte, una forma inminente del modo de producción capitalista, y por la otra una fuerza impulsora de su desarrollo hacia su forma última y suprema posible (Marx, 1999, t. 3, p. 781).
En otras palabras, el crecimiento del crédito es consustancial al desarrollo de los mercados y de la producción capitalista. Al extenderse la circulación, se expande el crédito que surge del comercio, y se generan nuevos instrumentos de crédito que permiten ampliar y profundizar los canales comerciales.
 
También al desarrollarse la producción aumenta el giro del capital, con lo cual aumenta la necesidad de financiamiento. Asimismo crece la masa de capitales que deben permanecer por períodos más o menos largos en estado líquido, destinados a la amortización.
Pero además, con la internacionalización de la economía se potencian las necesidades de financiamiento transnacional. Con ello crecen los bancos y otras entidades financieras dedicadas al movimiento global de capitales. Al profundizarse los mercados nacionales, aumentan las transacciones en divisas, y crecen los instrumentos financieros de todo tipo para estas operaciones. Surgen también infinidad de instrumentos para intentar protegerse –y especular– frente a variaciones de los tipos de cambio, de los precios de las materias primas, de las tasas de interés, etc.
 
A su vez, al aumentar el volumen de las inversiones, se demandan mayores sumas para el financiamiento de grandes emprendimientos. Una obra como el túnel por debajo del Canal de la Mancha no puede hacerse sin movilizar y centralizar enormes masas de crédito. Por todo estono existe desarrollo de las fuerzas productivas sin crecimiento del crédito. Tampoco puede haber mundialización del capital sin mundialización del sistema financiero. Por eso es una utopía pensar, como hacía Proudhon, que es posible acabar con el crédito sin acabar con la relación social subyacente, la propiedad privada del capital. Pero esto es lo que pretenden hacer muchos reformistas modernos cuando piensan que los males del capitalismo podrían acabarse suprimiendo el capital de préstamo y las finanzas.
 
Dado que el crédito deriva de la naturaleza del capital, se comprenderá entonces que su crecimiento en los últimos años no es el producto, en lo esencial, de algún “golpe de Estado” del neoliberalismo, sino de la expansión del capital. Esto se puede advertir cuando se analizan las tendencias de largo plazo del sistema. Por ejemplo, desde 1950 a 1982 la participación del sistema financiero en el PNB de Estados Unidos aumentó casi un 40%; pasó de representar el 11,4% del PNB al 15,9%. Esta época se conoce como de dominio del keynesianismo. Luego, en el período de dominio neoliberal, de 1982 a 2007, la participación del sistema financiero en el PNB creció otro 30%, pasando del 15,9 al 20,7%. No se aprecia por lo tanto un cambio de tendencia con la llegada del neoliberalismo, sino una continuidad dentro de la misma línea. Otros datos disponibles parecen apuntalar esta conclusión. A medida que se pasa a países de más altos ingresos, o que el ingreso crece en un país, los bancos centrales pierden importancia relativa, y aumenta el peso de la actividad bancaria y de otras instituciones financieras. Desde la década de 1960 se advierte en los países desarrollados un aumento de las ratios crédito privado bancario /PNB; del crédito privado bancario y de otras instituciones financieras/PNB; y de los pasivos líquidos/PNB. También crece en importancia relativa el mercado accionario y los mercados de bonos; aumentan las ratios capitalización del mercado de capitales/PNB y la de emisión de acciones/PNB.[7] En Estados Unidos la deuda no consolidada de entidades privadas no financieras como ratio del PNB ha crecido a una tasa de casi el 3% anual a lo largo de los últimos 50 años. De 1900 a 1939 había crecido anualmente un 1% más rápido que el PNB; durante la Segunda Guerra mundial esta ratio cayó, pero luego volvió a aumentar rápidamente.
 
Lo mismo sucede cuando se analizan países en los que, en principio, nadie habla de “dominio del neoliberalismo”. El crédito tiende a crecer a la par del desarrollo capitalista. El caso más ilustrativo es China, donde el agregado monetario M2, que comprende billetes en circulación, depósitos a la vista y otros depósitos bancarios como porcentaje del PNB pasó del 32% en 1978 al 186% en 2004. Y la ratio créditos/PNB pasó del 51,5% en 1978 al 130% en 2004 (Liping He, 2005). También creció el mercado accionario, surgieron firmas que operan en títulos, empresas de inversión, mercados de futuros para commodities y mercados de descuento de documentos. Si bien estos mercados e instituciones financieras no terminaron de consolidarse, la tendencia hacia su fortalecimiento de largo plazo parece clara, en tanto siga desarrollándose la acumulación capitalista. Algo similar puede decirse de otros países subdesarrollados. La idea de que el crecimiento relativo del sistema crediticio es un índice del estancamiento del capitalismo no puede explicar estas realidades.
 
Naturalmente, Marx era consciente de esta relación entre el crédito y la expansión de la acumulación del capital, así como de su naturaleza contradictoria
… es precisamente el monstruoso desarrollo del sistema crediticio durante la época de prosperidad, vale decir también el enorme incremento en la demanda de capital en préstamo y la facilidad con que la oferta se pone a su disposición en tales períodos, lo que produce la escasez de crédito durante el período de estancamiento (Marx, 1999, t. 3, p. 581).   
El calificativo de “monstruoso” denota una carga negativa, porque el crédito también brinda oportunidades para la especulación desenfrenada, e impulsa la sobreacumulación del capital. Por eso mismo se trata de un fenómeno contradictorio. El capitalismo no se desarrolla sin que se desarrolle el sistema de crédito, y por esto mismo encierra el potencial de contradicciones explosivas, ya que es un mecanismo amplificador y transmisor de las crisis: 
...la banca y el crédito se convierten asimismo en el medio más poderoso para impulsar la producción capitalista más allá de sus propios límites, y en uno de los vehículos más eficaces de las crisis y de las estafas (ídem, p. 782).
Es ésta naturaleza contradictoria la que se pierde de vista en el pensamiento usual sobre la financiarización.
 
La punción del interés sobre la ganancia
 
Partidarios de la tesis de la financiarización sostienen que desde el inicio de la reforma neoliberal la tasa de interés ha ejercido una punción permanente sobre los beneficios de las empresas productivas, y en particular la manufactura. El fenómeno habría sido importante en Estados Unidos, y sería una prueba casi definitiva del dominio del capital financiero sobre el capital productivo.
A pesar de la popularidad de esta idea, los datos no parecen avalarla. El peso de los intereses aumentó ciertamente a partir de los inicios de la década de 1960, después de haber permanecido extremadamente bajo desde 1940. Sin embargo la tendencia “se aplanó” desde hace tiempo, y en la década de 2000 la presión de los intereses sobre las ganancias no fue mayor que en 1970, cuando primaba el keynesianismo.
Para esta discusión hemos calculado la ratio beneficio neto/beneficio bruto de las corporaciones. El beneficio neto es el beneficio sin intereses, y el beneficio bruto es el beneficio incluidos los intereses. Por lo tanto a menor ratio mayor peso de los intereses sobre las ganancias de las empresas, y viceversa. El resultado (en base a las estadísticas del BEA) que obtuvimos fue el siguiente:
 
La idea del monopolio en la financiarización
 
Otra de las ideas de la financiarización dice que el sector financiero tiene un poder inmenso sobre el resto del capital, debido a que las instituciones financieras concentran los fondos destinados al crédito, y subordinan a los capitalistas industriales y comerciales. Por lo tanto las instituciones financieras estarían ubicadas un escalón por encima del resto de los capitales. Se trata de una versión modificada de la tesis que encontramos en los autores clásicos del imperialismo. Hilferding y Lenin pensaban que la centralización del crédito en manos de los bancos permitía que un puñado de monopolistas financieros subordinara y controlara las operaciones industriales y comerciales de toda la sociedad.
 
En la actualidad la concentración del crédito en manos de las instituciones financieras, dicen algunos teóricos de la financiarización, posibilita que los financistas, en combinación con los Bancos Centrales de los países más poderosos, y los organismos internacionales (FMI, Banco Mundial), impongan tasas de interés elevadas y/o condiciones de crédito que implican una fuerte punción negativa sobre la ganancia del capital industrial o comercial. Se trata de la tesis del predominio del monopolio, aplicada a las tasas de interés. Un puñado de grupos financieros habría anulado la competencia en los mercados de capitales y monetarios, y el fenómeno sería planetario.
 
Pero la realidad es que las tasas de interés, y más en general las condiciones de los préstamos, no pueden ser establecidas a voluntad por ningún grupo de banqueros o financistas. Puede darse ese fenómeno en algún mercado particular, y durante algún lapso de tiempo, pero no es ni puede ser una característica permanente en el capitalismo actual. La razón es la misma que explica por qué no han podido establecerse, con carácter general, precios de monopolio en la industria o el comercio, y tiene que ver con el carácter contradictorio de la dinámica capitalista. Es que si por un lado existe el impulso a la centralización de capitales, por otra parte aumenta de forma constante el número de capitales individuales que entran en competencia:   
El incremento del capital social se lleva a cabo a través del incremento de muchos capitales individuales. Presuponiendo que no varíen todas las demás circunstancias, los capitales individuales –y con ellos la concentración de los medios de producción– crecen en la proporción en que constituyen partes alícuotas del capital global social. Al propio tiempo, de los capitales originarios se desgajan ramificaciones que funcionan como nuevos capitales autónomos. (…) con la acumulación del capital crece en mayor o menos medida el número de los capitalistas (Marx, 1999, t. 1, p. 777).
En las diversas ramas de la economía y países constantemente aparecen nuevos capitales que entran en competencia, a la par que otros, incluso muy grandes, pierden terreno. Algunos consiguen posiciones muy fuertes; pero esto no los salva de tener que enfrentar la competencia. Esto, que se aplica al capital industrial y comercial, también rige para el capital dinerario, y para los bancos y otras instituciones financieras.
Siempre están surgiendo fuentes de capital líquido que se ofrecen en los mercados monetarios y de capitales, que no pueden ser controladas por ningún trust mundial de financistas. Los flujos monetarios se ofertan a través de infinidad de instituciones y canales. De la otra parte miles de demandantes de créditos ejercen su presión. Y a medida que avanzó la globalización capitalista fueron mayores y más variadas estas fuentes de ofertas y demanda. Por eso la idea de que los precios de los préstamos de capital se pueden establecer a voluntad, no tiene fundamento. La tasa de interés se determina por la competencia, por la oferta y demanda de capital, que dependen de la velocidad de rotación de los capitales y de los ciclos de acumulación. Esto explica por qué durante las crisis tiende a aumentar la presión de la tasa de interés; explica también por qué no se verifica la tesis del “golpe de Estado permanente” de las finanzas sobre la ganancia del capital productivo. Cuando el gobierno de Venezuela cobró al gobierno argentino, en 2008, una tasa anual de interés del 15% en dólares por un préstamos, no lo hacía por un “dictado” de algún centro de decisiones financiero internacional, sino simplemente porque respondía a las leyes del mercado.
 
Además, el capital industrial y comercial tiene el poder económico suficiente para hacer “valer sus derechos” frente a las instituciones financieras, y los prestamistas dinerarios. Desde esta perspectiva se explica lo sucedido en los últimos años en los países más industrializados, donde –según la tesis de la financiarización– el capital financiero ejercería de manera más plena su “dictadura” sobre el resto del capital. Pues bien, desde fines de la década de 1980 el sector corporativo no financiero de los países del G-7 pasó de ser tomador neto de préstamos de otros sectores, a ser un prestador neto. Este fenómeno se acentuó en la década del 2000, y se manifestó en lo que se llamó el “exceso de ahorro” de las corporaciones, esto es, de beneficios no distribuidos descontados los gastos de capital. En 2003-2004 este exceso de ahorro alcanzó la cifra de US$ 1,3 billones para el G-7, que representaba el 2,5% del PNB, un máximo histórico para estos países. La acumulación de cash como porcentaje del total de activos era dos veces más alta en 2001-2004 que en 1996-2000 para las empresas no financieras de Canadá, Japón, Gran Bretaña y Estados Unidos. Este exceso de ahorro se debió al aumento de las ganancias y a la debilidad de la inversión, en particular en Estados Unidos y Alemania.[8]. Lo cual a su vez posibilitó el incremento de las ganancias retenidas por las corporaciones, a pesar de los altos dividendos pagados. Es lo que Marx llamaba una coyuntura de “plétora del capital”, como hemos recordado en otros trabajos. Lo importante para lo que nos ocupa es que este exceso de ahorro permitió a las empresas no financieras bajar considerablemente su nivel de endeudamiento. Dado que el sector corporativo no financiero tuvo excedentes financieros desde 1990 –alcanzó su nivel más alto en 2004– se comprende que haya habido una fuerte colocación de estos excedentes en los mercados financieros. Así las corporaciones no financieras pudieron financiarse en base a los flujos de dinero generados internamente. Pero entonces no se comprende cómo es que el sector financiero podría haber impuesto una tasa de interés en base a un control monopólico del mercado. Lógicamente la alta provisión de cash debió de generar una fuerte independencia con respecto al capital financiero. Es un hecho que la toma neta de préstamos por parte del sector no financiero se mantuvo extremadamente débil desde fines de los noventa. Es difícil entonces sostener que la crisis financiera que estalló en 2007 estaría marcando el fin de una era de “dictadura de las finanzas sobre el capital productivo”.
 
¿Ganancias financieras sistemáticamente más altas?
 
Uno de los argumentos centrales de la financiarización es que el sector financiero ha obtenido, a lo largo de los últimos 25 años, y gracias a su poder monopólico, tasas de ganancia sistemáticamente más altas que el sector industrial y comercial. Ya hemos discutido que no puede hablarse de imposición monopólica. Sin embargo, sí parece comprobarse que las instituciones financieras, por lo menos en Estados Unidos y algunos países industrializados, han estado entre los sectores que han gozado de tasas de ganancia más altas. Pero nuevamente este fenómeno parece obedecer a las leyes más generales del capitalismo, y no debería dar lugar a pensar en algún régimen de acumulación particular.
 
Recordemos en primer lugar que en el modo de producción capitalista la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia opera a través de constantes desequilibrios. En los sectores que están en expansión, y en los que el cambio tecnológico es intenso, tienden a ser más frecuentes las ganancias extraordinarias. Esto atrae capitales hacia esos sectores; lo cual a su vez muchas veces termina generando sobreproducción, alta especulación y cracks masivos y profundos. Esta “ley” se aplica también a las empresas del sector financiero. Durante períodos más o menos largos esta rama de la economía puede gozar de altas tasas relativas de rentabilidad, como sucede con cualquier otro sector que esté en expansión. Pero si la tasa de rentabilidad es muy alta, otros capitales empiezan a fluir al sector, y en el mediando plazo la tasa de rentabilidad baja. Con frecuencia esta baja se produce por medio de violentas crisis que arrastran a la desvalorización masiva a los capitales, como está ocurriendo en la actualidad. Crisis que siguen, invariablemente, a la sobreexpansión de la rama.
 
El hecho es que el sector financiero en los países industrializados estuvo en expansión en los últimos años por las razones que ya hemos señalado cuando discutimos la relación entre la expansión de la acumulación capitalista (y su mundialización), y la dinámica del crédito y las finanzas. Por este motivo los beneficios del sector financiero han tenido una tendencia alcista en las últimas dos décadas en Estados Unidos, donde el ingreso neto de los bancos (antes de provisiones) pasó del 0,8% del PNB en 1979 al 1,7% en 2003. Sin embargo la suba de los beneficios del sector financiero durante los noventa no fue general ni permanente en los países capitalistas desarrollados. Subieron en Francia, pero cayeron en Italia; y en Alemania y Gran Bretaña parecen haber fluctuado, sin una tendencia definida. Globalmente los beneficios de las corporaciones financieras en Europa estuvieron aplanados o fueron declinantes en la década de 1990. Según el FMI (del que tomamos esta información) la competencia entre instituciones financieras no bancarias parece haber comprimido los márgenes. En cuanto a Japón, constituye un caso especial, porque se registra un aumento de la rentabilidad bancaria debido a la influencia de la banca pública, que intermedió una creciente masa de fondos en la década de 1990, y estuvo fuertemente subsidiada. Los bancos privados sin embargo sufrieron quebrantos por la crisis y los créditos incobrables. Luego, desde inicios de la década del 2000, los beneficios de las corporaciones financieras subieron en Europa y Estados Unidos. Pero esto se explica por la ley económica, ya que la mejora de los beneficios se vinculó al alza del ciclo económico. Y también hubo una menor participación de la distribución de dividendos, en particular en los países europeos, reflejando una presión de los mercados para que los bancos fortalecieran sus ratios de capital.
Si concentramos la atención en Estados Unidos, donde las ganancias del sector financiero habrían sido más altas en términos relativos, podemos comprobar que de todas maneras no fueron sistemáticamente más altas que las de otros sectores que estuvieron en expansión. Para este estudio hemos tomado las estadísticas de ganancias y expansión de las 500 empresas más importantes que registraFortune. Se comprueba que los sectores más dinámicos han variado a lo largo de los últimos 20 años. Por ejemplo, a comienzos de la década de 1990 las ramas de mayor crecimiento eran las de servicios de salud, y alta tecnología (software y hardware). Luego, entre 1995 y 1997 las empresas proveedoras de equipos de perforación, acompañando la suba de los precios de petróleo. Hacia el final de la década la delantera la tenían las tecnológicas. En 2001 y 2003 el liderazgo pasó a empresas constructoras de viviendas, y financieras hipotecarias; pero también tuvieron altos desempeños farmacia, computación (como Dell), y petroleras. Los indicadores sobre beneficios también muestran que el sector financiero estuvo entre los de más alto rendimiento, pero no ocupó una posición exclusiva. Obsérvese los siguientes cuadros, donde seguros, títulos y bancos componen estrictamente el sector financiero.

 

Rédito, pluscapital y financiarización

 
Otra idea muy difundida entre los partidarios de la financiarización es que la acumulación del capital se estanca debido a que una parte cada vez mayor de la plusvalía total se destina a los accionistas, a través del pago de dividendos –que se gastan como réditos–, y no se retiene para aumentar el capital productivo.
Nuevamente tenemos que decir que esta idea refleja un elemento cierto de la realidad, a saber, que el rédito constituye una parte importante de la plusvalía, y ha sido creciente. Sin embargo de aquí no se puede deducir mecánicamente una tendencia al estancamiento. Como vimos, hubo una acumulación de capital relativamente importante. ¿Cómo es posible entonces que haya habido desarrollo de las fuerzas productivas si aumentó la parte del rédito en la plusvalía total? Para responder a esta pregunta debemos volver a los factores que regulan la acumulación, que en absoluto se reducen a la división entre rédito y pluscapital (la parte de la plusvalía que se acumula).
En primer lugar, porque si crece la tasa de plusvalía puede aumentar la parte del rédito en la masa del plusvalor, sin que se vea afectado el pluscapital. Hemos visto, en anteriores trabajos, que en Estados Unidos la tasa de plusvalía aumentó en los últimos años. Por lo cual pudo haberse producido un aumento de la plusvalía distribuida como rédito, sin haberse visto afectada la acumulación.  
En segundo lugar, si aumenta la productividad del trabajo, el mismo capital variable pone en movimiento más trabajo y el mismo capital constante se presenta en más medios de producción, suministrando más elementos formadores de valor.
Por ende si el valor del pluscapital se mantiene incambiado, e incluso si disminuye, se opera una acumulación acelerada. No sólo se amplía materialmente la escala de la reproducción, sino que la producción de plusvalor se acrecienta más rápidamente que el valor del pluscapital (Marx, 1999, t. 1, p. 748).
En todo esto interviene la ciencia como potencia del capital. Por supuesto, a su vez, dada la masa de plusvalía, la magnitud de la acumulación depende de cómo se divida el plusvalor entre el fondo de acumulación y el fondo de consumo para el capitalista, o sea, entre el pluscapital y el rédito. Siempre la masa de plusvalor que es posible transformar en capital es mayor que la parte del plusvalor transformada efectivamente en capital. Pero por las razones que hemos visto, el simple aumento de la parte dedicada a pluscapital no indica necesariamente un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, ni una acumulación más intensa. Por ejemplo, en los países asiáticos de rápido crecimiento –típicamente Corea del Sur– la parte del rédito sobre el total de la plusvalía parece haber sido sistemáticamente más pequeña que en Estados Unidos; también la proporción de la inversión sobre el producto bruto ha sido más alta durante las últimas décadas. Sin embargo, y debido a que buena parte de esa inversión se realizaba en un marco tecnológicamente más atrasado, el desarrollo de las fuerzas productivas no fue proporcional a las altas tasas de acumulación. Esto se tradujo en menores avances de productividad, y en menor valor agregado por hora de trabajo en la manufactura, que en los países adelantados.
Por otra parte no entendemos por qué el aumento de la proporción del rédito en la masa de plusvalía debiera dar pie para hablar de un “nuevo” modo de acumulación en Estados Unidos, o en otros países adelantados. Es que con el desarrollo de la producción capitalista hay una tendencia a que aumente la parte de la plusvalía que se reparte como rédito y se dedica al consumo:
Cuanto más desarrollada está la producción capitalista en un país, cuanto más rápida y masiva sea la acumulación, cuanto más rico sea dicho país, y más colosal por consiguiente, el lujo y el derroche, tanto mayor será la diferencia (ídem, p. 730).
Lo que Marx llamaba los “gastos de representación del capital”, el lujo y el despilfarro, son propios de un régimen que se basa en la explotación del trabajo ajeno, y crece cuando crecen las fuerzas productivas. Es algo inherente al capitalismo; comprende a sus fracciones industrial, comercial y dineraria o financiera. No hay que postular la existencia de un régimen de acumulación especial para entender este proceso.
 
Accionistas y ejecutivos de empresas, carácter de clase
 
La relación entre los accionistas y los directorios de las empresas constituye otro de los pilares de la tesis de la financiarización. Los accionistas favorecerían políticas de corto plazo, y al actuar así se enfrentarían a los directorios de las empresas, representantes del capital productivo, interesados en inversiones de largo plazo y con mayor conciencia de los problemas sociales. Por eso los directorios conformarían una “tecnoestructura”, sin carácter de clase definido.[9]
Esta visión es alentada por directores de empresas, y altos funcionarios del capital. Por ejemplo Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial –cuya asamblea anual se realiza en Davos y reúne a parte de lo más encumbrado de la burguesía mundial– sostiene que los directivos de las empresas no sólo deben servir a los accionistas, sino garantizar la prosperidad de las empresas a largo plazo, y cuidar de los intereses de los trabajadores y la sociedad. La gestión empresarial debería centrarse en lo que llama “valores profesionales” y principios éticos, y no en la maximización de la ganancia. En el mismo sentido se han incorporado en algunos países legislaciones acerca de estas responsabilidades. Por ejemplo en Gran Bretaña se aprobó la Companies Act 2006 que habla de la “responsabilidad social” de los directorios, y los insta a tener en cuenta el impacto de sus resoluciones en la comunidad y el medio ambiente, y a tomar en consideración el interés de los trabajadores.
Sin embargo, y a pesar de las buenas intenciones proclamadas, los problemas del capitalismo no provienen de la falta de convicciones morales de los ejecutivos, ni de la ausencia de leyes adecuadas, sino de las relaciones sociales objetivas en las que están inmersos los actores sociales, y que constituyen el sustento material de las normas morales y de las estructuras políticas y jurídicas. Como explicó alguna vez Marx, aunque los capitalistas a nivel individual puedan tener las mejores intenciones, la lucha competitiva los obliga a valorizar incesantemente el capital. El que no logra cumplir con este cometido desaparece a mediano o largo plazo. Y a medida que se extienden los mercados y entran más y más capitales en competencia, se exacerba esta exigencia. Las crisis, y las tendencias bajistas de los precios, actúan como otros factores que empujan en la misma dirección. Tal vez los directorios de las empresas puedan tener más conciencia que los accionistas de las tensiones sociales que derivan del hambre de plusvalía, pero esto no impide que en definitiva las necesidades del capital se impongan por sobre los imperativos éticos de la “responsabilidad social”. Por otra parte el comportamiento de los millones de patrones medios y pequeños en todo el mundo, que precarizan el trabajo, pagan salarios miserables e imponen condiciones laborales espantosas, está regido por la misma lógica que anima a los accionistas y, como veremos en seguida, también a los directores de empresas. Por eso lo que hacen los accionistas no constituye un rasgo distintivo del accionista en cuanto tal, sino de todo capitalista. La búsqueda de la ganancia no es el resultado de que haya accionistas, ni de que éstos encarnen al capital financiero, sino del hecho de que prima la relación capitalista.
Yendo ahora específicamente al caso de los ejecutivos de empresas, éstos son, ante todo, funcionarios del capital. Éste se valoriza por medio de la explotación del trabajo asalariado, y el capitalista que encarna al capital en funciones “debe” actuar en consonancia. Los directores de empresas no son filántropos interesados en la producción de valores de uso, sino capitalistas abocados a la explotación del trabajo asalariado. Su función no es “técnica”, sino social.
Frente al capitalista financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero trabajador como capitalista, es decir, como explotador del trabajo ajeno. El salario que reclama y obtiene por ese trabajo es exactamente igual a la cantidad de trabajo ajeno apropiada, y depende directamente –en la medida en que se somete al esfuerzo necesario de la explotación– del grado de explotación de dicho trabajo, pero no del grado del esfuerzo que le cuesta esa explotación, y que puede derivan, a cambio de un módico pago, hacia un director (Marx, 1999, t. 3, p. 495).  
En consecuencia su carácter de clase no está en el limbo, es determinado y es capitalista. Entre directores y accionistas hay una hermandad esencial, y sólo dentro de esta hermandad se producen tensiones, como dentro de cualquier clase social. La teoría neoclásica ha hecho de estas tensiones y conflictos el eje de extensas disquisiciones, que se resumen en la problemática –estrictamente burguesa– de la relación entre principal y agente. Esto porque los neoclásicos procuran que los directorios respondan a los intereses de los accionistas, y no a los suyos propios. Inversamente, muchos críticos reformistas del capitalismo están preocupados porque consideran que los directores son trabajadores de buenas intenciones, sometidos a los perversos fines de los parásitos accionistas. Aunque por distintas vías, y con objetivos opuestos, ambas corrientes confluyen para colocar una problemática que debería ser secundaria –cómo se dividen tareas y se reparten el botín dos tipos de explotadores– en el centro de la escena.
Pero por otra parte se incurre en una visión ingenua si se piensa que los integrantes de los directorios de las empresas surgen de la nada, por generación espontánea. Los directorios de las empresas son seleccionados por los accionistas, que esperan que actúen como capitalistas. Y aun cuando se trate de ejecutivos de origen humilde, son condicionados para que se comporten encarnando al valor en valorización. Marx señalaba esta circunstancia con respecto al capital que devenga interés. Éste, cuando concede crédito a un hombre sin fortuna en su carácter de industrial o comerciante, lo hace confiando en que actuará como capitalista. “Se le concede crédito en cuanto capitalista potencial” (ídem, p. 774). Lo mismo sucede cuando un grupo de accionistas elige a un buen “cuadro de conducción” para que se siente en el directorio de la empresa. De esta manera el sistema recluta gente capaz, provenientes de otros estratos de la sociedad, y se fortalece.[10] Naturalmente, además, la mayoría de los directores se reclutan entre las altas esferas de la clase dominante; y en muchos casos son los propios grandes accionistas quienes asumen ese papel (véase ejemplos concretos más abajo). Por lo demás, la función esencial de las altas escuelas de negocios y de los postgrados en administración de empresas, es garantizar la formación y provisión de cuadros ideológica y políticamente preparados para responder a las necesidades del capital. El carácter de clase de los integrantes de los directorios de empresas está determinado entonces no sólo por la posición objetiva que ocupan, explotadores del trabajo ajeno y apropiadores de plusvalía, sino también por su trayectoria de clase. Se incorporan a la clase capitalista, comparten sus objetivos, se educan según sus criterios básicos, viven de la plusvalía y casi invariablemente pasan a compartir la propiedad, como accionistas.
 
Ganancias de CEOs y accionistas en los directorios
 
Los accionistas poseen el capital, y reciben dividendos, o sea una parte de la plusvalía; y participan de los beneficios que derivan de la valorización de ese capital. Los directorios de las empresas reciben otra parte de la plusvalía, generalmente identificada con la ganancia empresaria, acorde con el grado de explotación de los trabajadores.[11] En la actualidad las remuneraciones de los directorios de las empresas comprenden normalmente salarios, más bonificaciones en dinero por aumento de la rentabilidad o ingresos de las empresas, más opciones de compra de acciones condicionadas a las futuras subas de su valor, más otro tipo de beneficios, como atención médica, uso de aviones privados, etc. De conjunto conforman fabulosos ingresos. Por ejemplo, según la revista Fortune, en 2007 los CEOs de las 500 empresas más importantes de Estados Unidos promediaron un ingreso cada uno de US$ 10,5 millones, lo que equivalía a 344 veces el salario de un trabajador americano promedio. Forbes hace un cálculo un poco distinto (las discrepancias pueden deberse a las valoraciones de las ganancias provenientes de la suba de las acciones) y concluye que los CEOs de las 500 empresas principales se llevaron US$ 12,8 millones cada uno. A la vista de estas cifras no podemos sino recordar a Marx cuando decía que en el fondo hay una intención apologética al presentar a la ganancia del empresario no como plusvalor, sino como salario del capitalista por el trabajo realizado (véase Marx, 1999, t. 3, p. 497).
A esos salarios habría que agregar las sumas que reciben cuando “son retirados” de sus cargos, lo que se llama “el paracaídas de oro”. Al retirarse de Exxon el señor Lee Raymond se llevó la bonita suma de US$ 357 millones; y Robert Nardelli US$ 210 millones al dejar Nabisco. Todo lo cual ha generado la discusión sobre qué poder habría que darle a los accionistas para impedir estos “excesos”. En Estados Unidos los accionistas se quejan porque sus ejecutivos ganan dos veces más que en Gran Bretaña o Alemania, y cuatro veces más que en Corea del Sur o Japón. Tienen todo el derecho a sentirse esquilmados e indignados. Una situación que ya Marx contemplaba:
Sobre la base de la producción capitalista se desarrolla en las empresas por acciones una nueva estafa con el salario administrativo, al aparecer, junto al verdadero director (manager) y por encima de él, una serie de consejeros de administración y supervisión para quienes, en realidad, la supervisión y la administración son un mero pretexto para esquilmar a los accionistas y enriquecerse (Marx, 1999, t. 3, p. 498).  
Beneficios fabulosos, estafas a los accionistas, enriquecimiento sin límites. Es la historia de los grandes fraudes que terminaron en las bancarrotas de Enron, Parmalat, WorldCom, y otras grandes corporaciones. Estamos en el polo opuesto de la tesis de la financiarización. Pero no se trata de defender ahora al accionista “explotado” por los directorios, sino de poner en evidencia la común naturaleza de clase de ambos sectores.
Por otra parte la idea de que los accionistas no se involucran en la gestión, y que directorios independientes de los accionistas garantizarían un capitalismo “sano”, no se sostiene cuando se analiza la articulación concreta entre accionistas y directorios.
Para verlo, tomemos el caso de Carl Icahn, quien se ha convertido hoy en el epítome del capital financiero depredador, enemigo del capital “productivo”. Nuestro propósito aquí no es, por supuesto, pintar con color de rosa a este filibustero de Wall Street, sino mostrar cómo lo que hace Icahn es, con alguna exageración, lo mismo que hace cualquier otro capitalista.
Carl Icahn es actualmente propietario del 90% del paquete accionario del grupo inversor American Real Estate Partners. Su patrimonio personal rondaría los US$ 10.000 millones, una fortuna que amasó casi desde la nada especulando en Wall Street y lanzando ofertas hostiles sobre empresas, con el fin de hacerlas rentables. Es que Icahn se dedica a comprar acciones hasta tener el poder suficiente para cambiar ejecutivos, e imponer sus planes de baja de costos y valorización de las corporaciones en las que entra. A lo largo de su vertiginosa carrera ha tomado el control, o posiciones de control, en empresas como Nabisco, Texaco, TWA, Phillips Petroleum, Blocbuster, Western Union, ImClone Systems, Revlon, Time Warner, Motorola.
Analicemos algunos casos en los que actuó Icahn para sacar luego conclusiones.
Tomemos primero el caso de Time Warner, la empresa de medios más grande del mundo. En agosto de 2005 Icahn poseía el 3% del paquete accionario, y lanzó una oferta de compra de las acciones de Time Warner, con el objetivo de controlar la empresa, dividirla y hacerla más rentable. Pero la propuesta no logró el apoyo de otros accionistas, o de grandes inversores institucionales. Finalmente Icahn y el directorio llegaron a un acuerdo, por el cual se retiraba la oferta de compra, y Warner hacía algunas de las cosas que recomendaba Icahn para bajar costos y elevar la rentabilidad.  Aquí lo interesante es que la posición de los accionistas no fue única, y que el propio directorio –y así lo explicaron analistas de Wall Street– consideró que las medidas de Icahn en absoluto eran descabelladas. Es que la empresa estaba sufriendo la fuerte competencia de Yahoo y Google, y de todas maneras debía encarar reformas racionalizadoras. La presión de Icahn sólo expresaba, tal vez de manera exagerada y un poco más brutal que de costumbre, una demanda que surgía de la misma relación capitalista. Algo similar ocurrió en Motorola, una empresa en la que representantes de Icahn integran el directorio. Las exigencias del accionista de bajar costos y mejorar el control de gestión estuvieron muy relacionadas a que la empresa enfrentaba una fuerte competencia; por ejemplo de Apple en telefonía celular.  
Otro caso ilustrativo es lo sucedido con Yahoo, en la que Icahn también disponía una parte del paquete accionario. A comienzos de 2008 Icahn atacó al directorio porque éste se negaba a vender la empresa a Microsoft, que ofrecía comprarla. Pero aquí no actuaba como un mero accionista en abstracto, sino como agente de una empresa “productiva”. Se trataba de una puja en esencia entre capitalistas “productivos”, y no específicamente de un enfrentamiento entre el sector financiero y productivo.
Tomemos ahora el caso de Blockbuster, donde Icahn desde 2005 tiene el control sobre tres miembros del directorio. Aquí está desempeñando un rol activo de capitalista “en funciones”, no simplemente de “capitalista financiero”. Lo mismo sucede en otras empresas en las que Icahn ha sentado ejecutivos en los directorios, como ImClone Systems, de biotecnología, o en el caso ya citado de Motorola. Apuntemos que, por otra parte, las acciones de muchas de estas empresas no han tenido grandes desempeños con la gestión de Icahn. Lo que normalmente hace Icahn es lo que al día de hoy –fines de 2008– están haciendo miles de empresas en todo el mundo, acosadas por la crisis: racionalizar, bajar costos, echar empleados, cerrar las secciones menos rentables.
 

La lógica de la ganancia y la sobreacumulación

 
De la idea de que los directores están interesados esencialmente en la expansión de las empresas, se desprende que si los accionistas fueran neutralizados se abriría el terreno para un desarrollo capitalista mucho más vigoroso y sano que el actual. De ahí también que se sostenga que la concentración de las tenencias de acciones en un grupo, o en una familia, favorezca la instalación de un capitalismo más humano y productivo, y con menos crisis.
Empecemos reconociendo que, por supuesto, es una realidad que para valorizar el capital las empresas deben desarrollar las fuerzas productivas, esto es, la capacidad de producir valores de uso. Sin embargo el problema que enfrenta el modo de producción capitalista es que la producción acrecentada de valores de uso termina entrando en contradicción con las condiciones de la valorización; lo que desemboca en la sobreacumulación de capital y la crisis. Por este motivo la historia del capitalismo está llena de ejemplos de sobreacumulación y crisis, con empresas “sanamente dirigidas por grupos familiares” y financiadas con intereses bajos. Por caso, en algunos países asiáticos de crecimiento rápido, como Corea del Sur, los bancos estatales de desarrollo otorgaron durante años créditos subsidiados a los grandes conglomerados y empresas. De esta forma aumentaban el flujo de inversión por encima de las ganancias retenidas por las empresas. La renovación de los créditos se condicionaba a que las empresas cumplieran con parámetros de competitividad exportadora; las empresas, a su vez, buscaban mantener el aflujo de ese financiamiento preferencial debido a las ganancias diferenciales que embolsaban a medida que acumulaban capital. Pero esta política llevó a dificultades para enfrentar la lucha competitiva en los mercados mundiales, a la sobreexpansión y el endeudamiento, y a la crisis de sobreproducción de fines de la década de 1990.  Finalmente las empresas tuvieron que subordinar sus estrategias a la ley de hierro de la valorización. Un caso ejemplar es la historia de Doosan, que llegó a ser un gigante en el mercado coreano de bebidas –cerveza, wisky– en la década de 1980. Para hacer frente a un boom de la demanda, en esa época la empresa, a igual que otras compañías coreanas, se endeudó fuertemente a fin de aumentar la capacidad instalada. Todo el énfasis estuvo en la capacidad. Pero en los años siguientes padeció un duro ataque de la competencia, y tuvo necesidad de reducir los costos de manera urgente. En 1996, esto es, antes del estallido de la crisis en Corea, Doosan estaba virtualmente en bancarrota. Hubo que vender secciones y empresas del grupo para hacerse de cash, y se produjo un giro hacia la producción de bienes industriales e ingeniería. A partir de 1998 la dirección de la compañía comenzó a instrumentar programas de innovación de procesos, mejoras de perfomance y control de gastos, y a prestar mucha atención a los balances. Aumentaron las ganancias y la capitalización bursátil, la empresa participó en privatizaciones coreanas y devino global. Esto giro no lo impuso alguna ofensiva de accionistas, sino las presiones del mercado, la lógica implacable de la competencia. Muchas otras corporaciones pasaron por experiencias similares.
También en Japón las bajas tasas de interés de los últimos años impulsaron a las empresas, en especial las exportadoras, hacia la sobrecapacidad y excesiva acumulación; la historia terminó en la recesión de 2008. El modelo japonés de financiamiento bancario tampoco había impedido que la economía se metiera en un largo estancamiento durante casi toda la década de los noventa.
Como puede verse, las tendencias a la sobreacumulación y las crisis, y los ajustes que les siguen, no son causadas por algún espíritu maligno que anime a los accionistas, sino derivan de las contradicciones propias de la economía capitalista. Naturalmente, tampoco los accionistas impiden que se produzca la sobreacumulación de capital, como lo demuestra la actual crisis de Estados Unidos y otros países adelantados. Los accionistas que han perdido fortunas con las caídas de las bolsas y el quiebre de empresas, se quejan de que los directivos, en muchos casos, llevaron a las compañías a la sobreexpansión. Sin embargo, en pleno auge, el que no apostaba a seguir creciendo corría el riesgo de perder la carrera competitiva frente a las empresas rivales. Ésta es una contradicción que recorre a todos los capitales, que nadie en el mediano o largo plazo pueda evitar.
Por otra parte, la “plétora del capital” que hubo en los últimos años en Estados Unidos y otros países del G-7 no se explica por una dictadura del capital financiero sobre el capital industrial y comercial –como si este último quisiera invertir y el capital financiero se lo impidiera absorbiendo el excedente– sino por las contradicciones de la acumulación; específicamente por la alta relación capital / trabajo a que se había llegado. El razonamiento común dice que la inversión era débil porque el capital financiero se imponía, pero la realidad es que el capital financiero crecía porque la inversión era débil. Sucede lo que apuntaba Marx, que “en el sistema crediticio moderno el capital que devenga interés se adecua a las condiciones de la producción capitalista” (Marx, 1999, t. 3 p. 773). En la sociedad precapitalista sucedía al revés, ya que la usura se adhería al modo de producción como un parásito, succionándolo y dejándolo en la miseria, sin generar otra cosa que “la decadencia económica y la corrupción política” (véase ídem, pp. 769 y 770). Los teóricos de la financiarización, transportan esta imagen desde los tiempos antiguos o medievales a la sociedad moderna, pasando por alto las distintas condiciones históricas y sociales en que se articula la relación entre el sistema de crédito y financiero, y el capital industrial y comercial. 
 

El rol del mercado accionario   

 
Por otra parte también es un hecho que miles de empresas familiares continúan saliendo a la bolsa para expandirse, en especial cuando desean devenir globales. Un comportamiento que no se puede explicar desde la óptica de la financiarización. ¿Por qué empresas controladas por familias buscarán someterse a la dictadura de los accionistas, y renuncian a sus altruistas objetivos de ampliar su capacidad productiva en base al cash propio, o al empréstito bancario? La respuesta a esta pregunta está en lo que vimos antes. Cuando recaudan capital colocando acciones las empresas no se someten a ninguna dictadura extraña a su naturaleza capitalista. Y el mercado accionario constituye una magnífica fuente de recursos dinerarios para que el capital acreciente su poder.
La anterior afirmación da pie para aclarar algunas confusiones que reinan en torno a los mercados accionarios. Comúnmente se piensa que los mercados bursátiles son una especie de casino, cuya única función es que un grupo de especuladores traten de ganar con operaciones de corto plazo, a costa de otros especuladores; o desplumando a los advenedizos que se aventuran en terreno desconocido.
Pero si esto fuera así, no se podría entender la persistencia de los mercados bursátiles a lo largo de la historia del capitalismo. Ni la trascendencia que se da a las alzas y bajas de los precios de las acciones. ¿Por qué preocuparse por una simple “timba”? ¿Para qué gastar dinero en mantener todo ese andamiaje de gasto improductivo?
 
La respuesta pasar por comprender que el mercado accionario cumple un rol muy importante en el capitalismo, ya que permite conciliar las perspectivas de largo plazo de las inversiones, con la necesidad de los inversores de poder volver rápidamente a la liquidez. Es que si no existiera el mercado bursátil, el inversor que coloca su dinero para la construcción de, por ejemplo, una planta que amortizará en 50 o más años, debería renunciar a la liquidez por todo ese tiempo. Si esto fuera así, sería muy difícil conseguir inversores. La división entre el mercado bursátil primario y secundario permite solucionar ese problema. En el mercado primario se realiza la oferta inicial, y el dinero que se recauda va a la empresa para financiar sus inversiones de capital real. En el mercado secundario, que empieza a funcionar inmediatamente después de la colocación inicial, el inversor puede vender y volver a la liquidez, sin que se afecte la inversión realizada por la empresa. De ahí que cuanto más líquido sea un mercado bursátil, mayores posibilidades habrá para el financiamiento de las empresas, y más seguridades tienen los inversores de poder volver a la liquidez en caso de necesidad.
 
Por este motivo si bien los mercados bursátiles constituyen un campo privilegiado para la especulación y las estafas, dada la posibilidad de valoraciones ficticias de los títulos, cumplen un rol central para canalizar flujos dinerarios hacia la acumulación de capital. Por otra parte permiten un más rápido traslado de capitales hacia las ramas que están en expansión, y por eso contribuyen a que opere la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia. También la existencia de mercados bursátiles desarrollados facilita procesos de centralización de capitales –adquisiciones y fusiones de empresas– y el rápido financiamiento de empresas que están en expansión y necesitan invertir sumas mayores que las que provienen del flujo de ingresos propio.    
   

El capital ficticio

 
Como hemos explicado en otros trabajos, el capital ficticio se compone básicamente de los títulos públicos, y de la porción de valorización de acciones y otros activos financieros que no se corresponde con el crecimiento del capital real. Los títulos públicos no representan capital, sino un derecho a percibir una parte de los impuestos que recaude el Estado. Las valoraciones del capital accionario pueden ser puramente especulativas, sin que cambie el capital subyacente.[12] Algunos defensores de la tesis de la financiarización otorgan una gran trascendencia al crecimiento del capital ficticio que se registra en las últimas décadas. Sin embargo, siendo una realidad del capitalismo contemporáneo, opinamos que le dan una importancia desmedida al asunto.
Empecemos con una de las ideas más difundidas, la que sostiene que el crecimiento del capital ficticio ha generado un poder de compra adicional que ha sostenido la demanda agregada. La tesis parece atractiva a primera vista, pero cuando se examina con algún detenimiento, se comprueba que no se sostiene. Por empezar porque la masa de títulos públicos –un componente clave y en crecimiento del capital ficticio total– no puede generar ningún poder de compra nuevo. El pago de intereses significa simplemente el traslado de un poder de compra desde el que paga impuestos al tenedor del título que cobra el cupón. De manera que lo que gasta luego el prestamista del Estado es equivalente a lo que no gasta el que paga impuestos. Por esta vía no se genera poder de compra nuevo. En cuanto a la valorización ficticia de las acciones, tampoco puede generar un mayor poder de compra global. Si alguien tiene una acción que vale US$ 50, y dos meses después la vende a US$ 60, habrá lógicamente aumentado su poder de compra en US$ 10, y podrá consumir o invertir un 20% más. Pero eso sucede a nivel individual, porque en términos de totalidad no se ha generado un mayor nivel de compra; quien ha adquirido la acción a US$ 60 ahora ha renunciado a ejercer un poder de compra en el mercado de bienes por un valor equivalente. Sí se puede afirmar que la suba del precio de las acciones genera el llamado “efecto riqueza”, esto es, que los tenedores de acciones se sienten más ricos, y pueden estar inclinados a atesorar menos. Pero esto es muy distinto a afirmar que la demanda se incremente debido al aumento del precio de las acciones.
 
Esta última idea sólo se puede sostener al precio de acabar con la teoría del valor trabajo. Según esta teoría el valor sólo es generado por el trabajo humano, y a un valor generado en la producción le debe corresponder, en promedio, un valor equivalente por el lado de la demanda. El valor no puede incrementarse con maniobras especulativas, ni con compras o ventas de papeles. Por supuesto la teoría burguesa pretende que el valor se crea gracias a las extremadas habilidades de los ejecutivos y financistas; pero lo que hace esta gente es apropiarse de trabajo ajeno no pagado, y pasarse mutuamente plusvalías. En este último sentido las operaciones de trading en los mercados financieros –comprar y vender en el corto plazo, buscando hacer diferencias– simplemente pueden significar transferencias de fortunas de unas manos a las otras. Por este motivo tenía razón Marx cuando relativizaba la importancia de las alzas o bajas puramente especulativas de los títulos. Señalaba que cuando se producen de manera independiente del movimiento de valor del capital real que representan, la riqueza global del país es exactamente de la misma magnitud, tanto antes como después de la desvalorización o del aumento del valor (véase Marx, 1999, t. 3, p. 603).
 
Por otra parte es correcto decir que existen ganancias ficticias, esto es, que figuran sólo en los libros contables. Pero precisamente por eso en la sociedad burguesa hay conciencia de que se trata de ganancias que no se han “concretado”. Por ejemplo, muchas veces se permite que los bancos contabilicen en sus activos títulos a valores nominales que son mucho más altos que sus valores de mercado. Se trata de artilugios que pueden posponer durante algún tiempo la admisión de la “amarga verdad”, que el valor del activo no existe. Generalmente se hace esto con la esperanza de que el precio del título se recomponga; pero si esto no sucede el banco deberá asumir las pérdidas, realizar las rebajas contables correspondientes y aprovisionar capital de sus ganancias no distribuidas. No hay manera de eludir esta ley de gravedad de los mercados, como lo demuestra la actual crisis financiera. Lo mismo sucede con respecto a las ganancias ficticias que contabiliza en su haber la clase capitalista cuando suben especulativamente los títulos.
En cuanto a la idea de que el capital ficticio es “puro costo” para el capital industrial y comercial, y que la valorización especulativa de las acciones es una muestra del dominio del capital financiero sobre el capital productivo, tampoco parece tener mucho sustento en la práctica. Por lo general sucede lo contrario, ya que el aumento del precio de las acciones mejora las condiciones de financiamiento de las empresas. Por un lado porque les permite hacer nuevas emisiones para ampliar su capital; éste es el aspecto que registra Keynes, y que luego formalizó en perspectiva neoclásica Tobin con su famosa relación q. Y por otra parte se reducen los costos de financiamiento del capital industrial y comercial, en la medida en que los títulos son entregados como colaterales de préstamos. Por estas razones cuando ocurren derrumbes bursátiles empeoran las condiciones de financiamiento. Pero según la financiarización la reacción de los capitalistas industriales y comerciantes debería ser la inversa, de mejora de las perspectivas, ya que la caída de los títulos estaría indicando un debilitamiento de la “dictadura” que las finanzas ejercen sobre ellos. Esto no es lo que sucede en la realidad; nadie puede demostrar que la inversión productiva mejora cuando se hunden las bolsas de valores.

 

A modo de conclusión: neoliberalismo, interpretaciones alternativas

 
Lo desarrollado en este trabajo permite comprender por qué tampoco podemos coincidir con la caracterización del ascenso del neoliberalismo como un asalto del sector financiero a los puestos de mando del capital. Pensamos que lo que se llamó la política neoliberal fue mucho más que eso. Fue el ascenso de la reacción de toda la clase capitalista, apoyada en amplios sectores de las clases medias, contra los trabajadores y las capas populares más empobrecidas de los pueblos –por ejemplo los campesinos pobres– para restablecer la rentabilidad y fortalecer las posiciones del capital frente a los explotados. Los ataques a los derechos sindicales; las políticas “de ajustes” que implicaban bajas de salarios; las legislaciones para la flexibilización laboral; la caída de derechos laborales de larga data; la caída o supresión de subvenciones a desocupados; el empobrecimiento de los pensionados y jubilados; las ofensivas contra los inmigrantes, entre otras medidas que se tomaron en prácticamente todo el mundo, beneficiaron a la burguesía de conjunto.
 
También otras medidas que apuntaron a mejorar las ganancias fueron apoyadas por toda la burguesía. Por ejemplo las privatizaciones de empresas estatales, incluidas las de los regímenes stalinistas, significaron someter de manera más plena a la ley del valor a fuerzas productivas más amplias. En ellas participaron capitales industriales y comerciales de todo tipo; no encontramos elementos para decir que favorecieron sólo, ni principalmente, al sector financiero. De la misma manera la ofensiva por reducir impuestos y desfinanciar al “Estado keynesiano de bienestar” fue apoyada por toda la burguesía, y fue llevada adelante en beneficio del capital de conjunto.
 
Como es sabido, la ofensiva económica fue acompañada de la reacción política, cultural e ideológica, con el liderazgo y apoyo del capital global. Las dictaduras militares que asolaron a los países latinoamericanos en la década de los setenta y ochenta fueron apoyadas por las burguesías de estos países, y no sólo por el capital financiero. Lo mismo podemos decir del sustento que tuvieron Reagan en Estados Unidos y Tatcher en Gran Bretaña. La reacción contra medidas progresistas, que se habían logrado en las fases de ascenso de los movimientos populares y reivindicativos, tuvo amplio consenso en las clases acomodadas y medias. Por ejemplo, la reacción contra la discriminación positiva, que favorecía a las minorías raciales o sexuales. De la misma manera tuvo amplia aceptación la consigna “que gane el mejor y el más fuerte”, los que tienen más oportunidades; que lógicamente beneficia a los más ricos. Tampoco el rechazo a los movimientos críticos, a las culturas contestatarias, y el resurgimiento de movimientos xenófobos y racistas, así como la exaltación de los valores conservadores burgueses. No pretendemos hacer aquí un recuento exhaustivo de todo lo que significó la reacción neoliberal, sino señalar simplemente algunos de sus rasgos salientes, con el objetivo de mostrar que se trató de algo mucho más profundo que el mero asalto de las finanzas y la imposición de tipos de interés altos durante algunos años, a principios de los ochenta.
 
El capital industrial o comercial no fue “sojuzgado” por el capital financiero desde fines de la década de los setenta. El trabajo, de conjunto, sí fue subsumido de forma más completa al capital, sin distinciones de fracciones dentro de éste. Éste ha sido el sentido más profundo del ascenso del neoliberalismo en los últimos 30 años. El neoliberalismo ha sido la expresión política e ideológica de la orientación de fondo que ha tomado la clase capitalista a nivel mundial. Orientación que responde a la división central de la sociedad actual, la que se da entre el capital y el trabajo.  
 
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