viernes, 25 de enero de 2019

I. Apreciemos qué país se decide en las disputas de territorios, cuerpos y mundos.


 Instalarlas en la agenda pública 
 es el desafío clave
abajo y a la izquierda. 

Antes es perentorio erradicar de nosotros a la "grieta" (o el bipartidismo implícito) que bloquea la deliberación de los pueblos sobre esos problemas fundamentales.

 Introduzcámonos en cómo funciona y para qué:


El círculo vicioso del bipartidismo
29 de diciembre de 2018
 
Por Mario R. Fernández (Rebelión)
 
 
Los procesos electorales nunca han sido ni muy limpios ni muy participativos en los países occidentales, ni en el resto de los países del mundo, pero en el período que va desde la Primera Guerra Mundial hasta fines de los años 70 había opciones. Para principio de los años 80 del siglo 20, justamente después de la crisis económica de 1981 y antes de la caída de la Unión Soviética y de sus países satélites en Europa, los ricos, sus corporaciones y sus servidores más directos buscaron acrecentar sus espacios impulsando un proyecto suyo antiguo; el neoliberalismo económico. El proyecto neoliberal les permitiría ampliar el saqueo al tiempo que se presentaba como una innovación, aunque falsa, y se concretaba gracias al trabajo de agencias secretas y de una propaganda excepcional que había sido desarrollada por décadas en los Estados Unidos. El papel que juega la propaganda es fundamental porque penetra el sistema político electoral, los conceptos y valores sociales y la vida diaria en Norteamérica, Europa, América Latina e incluso en otras regiones del mundo.

Se implementa una “americanización” mundial en lo que respecta a la política y como se practican las campañas, se presentan los partidos e incluso cuales son los temas a tratar entre políticos.

La americanización termina con el pensamiento crítico y la racionalidad, que es remplazado con un discurso impuesto en los gestores de la política que es a-histórico, individualista, e incluso ególatra y petulante. Se imponen crecientemente temas banales, no relevantes a las realidades nacionales, y aumenta el desprecio y la burla por quienes intentan o levantan una voz disidente. Hoy el contenido principal de la política oficial no es ni siquiera la economía, sino es simplemente justificar la fuerza militar imperialista y defender la corporación como indispensable, al tiempo que se halaga en el discurso y en la práctica a la riqueza y a los ricos. Por más de treinta años las campañas electorales en la mayoría de los países occidentales son un costoso y grotesco show, que incluye desde ridículos y falsos debates entre candidatos hasta bufonadas con sus familias y partidarios donde fingen un júbilo que no sienten para que así los veamos desde la televisión.
Impera en el mundo occidental ese monstruo de dos cabezas, el bipartidismo político, que ha dominado toda la historia política de los Estados Unidos y la historia política del siglo 19 en el resto de occidente, hoy casi universal. Vivimos la falsa contienda entre demócratas o republicanos, liberales o conservadores, que no son sino dos mafias con diferentes nombres, símbolos y colores, que se retroalimentan para seguir engañando pero que representan un patrón único, los ricos y sus instituciones. El bipartidismo, como una fuerza centrífuga, se ha ido tragando todo lo demás, desde liberales de izquierda, social demócratas, verdes, variantes de nacionalismos, y hasta partidarios y partidos que fueron de la izquierda marxista y no marxista que, en su mayoría han ido a parar en el lado liberal de este dualismo artificial. Se ha dado también un salto al lado conservador y a su prójimo, él fascismo.

Los social demócratas, que eran los más importantes en Europa y nacieron en el siglo 19 como reformadores de un sistema explotador y criminal, incluso aunque apoyaron las guerras imperialistas, fueron referente de la clase trabajadora hasta la década de los 80 del siglo 20. Por ejemplo en Europa, Francois Mitterrant que gobernó Francia desde 1981 hasta 1995, su gobierno resultó que los socialistas franceses como él aceptaron el neoliberalismo y se conformaron solo con el nombre de socialistas para seguir engañando e igual fue durante el reinado de Felipe González en España que desde 1982 hasta 1995 convirtió a su partido Socialista Obrero Español, en un partido liberal que fue gracias al Estado de Bienestar Social impuesto por la constitución española en 1978, que le garantizó respaldo popular. Para que decir del destino que le dieron la mayoría de sus líderes y partidarios desde 1991 al Partido Comunista Italiano, vigilado por años por los servicios secretos imperialista, este partido pasó por diferentes nominaciones hasta llegar a ser el partido Demócrata para parecerse más a su par de Estados Unidos. Mientras que las centrales sindicales europeas perdieron toda lealtad con la clase trabajadora con diferentes excusas, quedando solo algunos sindicatos en la lucha reivindicativa. También han reaparecido engendros más fascistas en todos los países, incluso algunos son gobiernos como en Polonia, Ucrania o Hungría que cuentan con el beneplácito de todos los otros “demócratas” europeos.

En lo que respecta a América Latina, a finales de los años 80 muchos de los nuevos liberales fueron los conversos que dejaron de ser herejes de izquierda, estos fueron numerosos en todos los países, pero el epicentro estuvo en Chile donde la mayoría de influyentes ex militantes de la Unidad Popular y de otros grupos más radicales volvieron del exilio purificados. El pueblo chileno creyó que los retornados eran los mismos izquierdistas de antes y así después del fin de la dictadura cívico-militar cuando las elecciones fueron posibles, muchos votantes les dieron su apoyo a estos nuevos liberales agrupados en la Concertación y después Mueva Mayoría, que además ganaron gran parte del poder político desde 1990. Lo primero que hicieron estos conversos fue tratar de desmovilizar el movimiento popular que los apoyó, así lograron con los años domesticar a gran parte del pueblo chileno y defender un neoliberalismo extremo. Estos nuevos liberales chilenos tuvieron desde afuera muchos que los observaron y terminaron admirándolos e imitándolos, este fue precisamente el Frente Amplio de Uruguay que también llegó al poder en el año 2005 con un programa de izquierda que lo abandonó el mismo día que ganó las elecciones generales.

Ambos gobiernos de Chile y Uruguay recibieron o reciben la admiración y la confianza de toda la élite corporativa de Norteamérica y Europa por que cumplen correctamente sus deberes. Algunos despistados todavía llaman a estos liberales chilenos y uruguayos con el epíteto de centro-izquierda sin mayores críticas, en comparación por ejemplo con el gobierno que lideró Cristina Fernández de Kirchner en Argentina, principalmente compuesto de fuerzas peronistas, que fue duramente criticada por altivos izquierdistas, aunque el gobierno de Cristina Fernández desafió en su medida al neoliberalismo y sus instituciones de agio, considerando que estos gobiernos peronistas y sus aliados nunca prometieron hacer la revolución o grandes reformas a diferencia del antiguo discurso incendiario de conversos chilenos y uruguayos.

Latinoamérica todavía es sorprendente a diferencia del resto de occidente, tiene a los gobiernos del ALBA que desafían al imperialismo diariamente en una supervivencia difícil pero e igual viva, incluso aparecen nuevos proyectos como el nuevo gobierno de Andrés Manuel López Obrador en México. También al estilo de golpes que han sufrido muchos líderes populares en la cruel historia de América Latina, Luiz Inácio Lula da Silva y su Partido de los Trabajadores en Brasil, aunque gobernaron en forma ambigua la oligarquía brasileña corrupta y ladrona no los perdonó y al estilo fascista a su líder Lula lo llevaron a la cárcel. De “yapa” la mayoría de los brasileños eligieron como nuevo presidente a Jair Bolsonaro otro engendro que junto a los gobiernos actuales electos por mayoría en Argentina, Chile, Colombia son las nuevas perlas del imperialismo occidental en América Latina, aunque muchos se cuidan de no demostrarle a estos incómodos gobiernos cariño muy afable y abierto por su mala fama de comegentes.

Aquí en Canadá desde que se fundó la Confederación Canadiense en 1867, este país ha vivido en un sistema político que obedece a la oligarquía con sus dos representantes tradicionales en el parlamento federal, estos han sido los liberales y los conservadores que ni siquiera se han dado el trabajo de cambiarse de nombre por 151 años. El bipartidismo canadiense en los años 30 y 40 del siglo pasado como en muchos países del mundo se vio desafiado por fuerzas organizadas de izquierda, que pese a la marcada represión estas fuerzas lograron su espacio político y social e incluso tener representación parlamentaria y municipal y un gobierno local cuando el Partido Progresista-Laborista que era el nombre que usara el Partido Comunista ya que estaba prohibido en ese tiempo, ganó un gobierno municipal en el pueblo minero de Blairmore en Alberta en el año 1933.

Después de la Segunda Guerra Mundial con la implantación del Estado de Bienestar Social, a la oligarquía canadiense se le abrió una oportunidad para perseguir y eliminar la fuerte influencia que tenían anarquistas y marxistas en el movimiento sindical y el movimiento de bases y por lo tanto se coparon las centrales sindicales seguido de purgas y persecuciones contra activistas de izquierda. Logró sobrevivir en la representación parlamentaria un partido socialista-laborista el CCF (Co-operative Commonwealth Federation). Este partido se unió en 1961 a la principal central sindical Canadian Labour Congress y fundaron el NDP (New Democratic Party) este partido socialdemócrata nunca ha sido gobierno federal, aunque si gobierna y ha gobernado varias provincias, pero desde hace algunas décadas su ideología está cada vez más a la derecha, pasando ser hoy otro partido liberal.
También en Canadá han existido gobiernos de extrema derecha tanto federal como gobiernos provinciales, unos de los más recordados fue el de Ralph Klein llamado el Rey, que gobernó la provincia de Alberta desde 1993 hasta el 2006, en su gobierno se eliminaron miles de trabajos públicos, quería privatizar hasta los parques provinciales. Klein como persona era a veces grosero y además era adicto al alcohol, violó casi todos los límites éticos como funcionario público, sin embargo recibió todos los honores del país y cuando falleció el año 2013 fue como duelo nacional, su funeral fue el más concurrido y publicado de un político en toda la historia de Canadá.

Dos de las provincias más importantes de Canadá, Ontario y Québec este año han elegido a gobiernos de extrema derecha, cuyos premieres son Doug Ford y Francois Legault respectivamente. Pero algo poco usual pasó en la última elección provincial de Québec, situación que no se daba desde los años 40 del siglo pasado; una coalición de izquierda llamada Québec solidaire aumentó significa tivam ente su votación logrando más de un 16 por ciento de los votos y 10 parlamentarios electos, la reacción no se hizo esperar, los medios oficiales en Canadá usualmente hacen invisible a cualquier organización de izquierda, pero esto era mucho y notorio, esta vez esta prensa canadiense usó su vocabulario histórico para mencionar que Québec solidaire es extremista y de poco confiar.
El bipartidismo político al servicio de los ricos deja en una posición difícil a una mayoría de los habitantes de un país, aunque para algunos son irrelevantes las decisiones que toma el poder político y están dispuestos a no preocuparse de nada más que su persona o se identifican con la clase dominante, pero la realidad es que estos indiferentes son consecuencia misma de la dominación yla propaganda. Por otro lado están los que ven o pretender ver que se vive en democracia y aceptan lo que está en la mesa. Mientras los que piensan que las respuestas a ciertas situaciones económicas, sociales y geopolíticas tienen como único instrumento para los cambios la política partidista, a estos les va quedando solo salir a la calle en forma masiva juntos con los que están conscientes pero no creen en el sistema político. Las alternativas de Izquierda son la resistencia, aunque en la gran mayoría de los países al parecer nunca alcanzan el tamaño para ser gobiernos y quedan vulnerables a sufrir deformaciones ideológicas. Hay que recordar también que gobiernos elegidos por ser izquierdistas y alternativas como Lenín Moreno en Ecuador en 2017 y Alexis Tsipras en Grecia en 2015, ya que ambos traicionaron completamente sus programas y a sus pueblos y se pasaron con todo al bando de los ricos. También hay situaciones temporales como en Portugal, donde la colaboración de la Izquierda con el gobierno de los “socialistas” se hizo a cambio de algunas resoluciones en favor del pueblo portugués.
La historia de los liberales y él liberalismo como ideología nació en época de la Ilustración, en oposición al conservadurismo, aunque pronto esta filosofía liberal se encontró limitada en su capacidad de desarrollarse y adaptarse a la liberación de los pueblos, en cambio se hizo fiel y obediente a las élites. Estas élites saben que los liberales son indispensables para mantener el engaño de las dos caras, por ejemplo aquí en Canadá los gobiernos liberales en los años 70 apoyaron los golpes de estado y sus programas económicos impuestos por las dictaduras en Chile, Argentina, Uruguay y otros países, pero después de algún tiempo que se consolidaron estos golpes jugaron a defender los derechos humanos de las víctimas de las dictaduras.
Las élites están conscientes que las sociedades se asfixian con gobiernos de extrema derecha o dictaduras fascistas aunque las consideran indispensables en ciertas circunstancias pero también ven la necesidad de recambio, para eso está el bipartidismo. Aunque a estas élites de ricos y poderosos para sentirse protegidos les fascina ver a gobiernos represivos y antisociales como se vive en el presente en América Latina, con los de Brasil, Colombia, Paraguay, Honduras, Chile o Argentina y en Europa con Ucrania, que humillen, que destruyen, que reprimen y que asesinen a sus oponentes e incluso a personas comunes, con el beneplácito de conservadores y liberales de todos los pelajes y apelativos del resto del mundo occidental.
Sumemos al bipartidismo (hoy, la "grieta") la promoción de CFK de la «lectura binaria», de Tecnópolis iluminando la modernidad en su faz justificada por nuestro acostumbramiento a la sociedad de consumo( a su vez 'humanizada' por gobiernos K al ser referencia del modelo de inclusión)  y de Fuerza Bruta que "nos propone quebrar el sometimiento intelectual del lenguaje. Utilizar todos los medios disponibles para operar eficazmente sobre la sensibilidad del espectador. Traerlo a otros territorios donde existen otras leyes más poderosas. Crear un espacio donde la velocidad de los estímulos recibidos supere la reacción intelectual y la emoción llegue antes.
Que el espectador se entregue, sabiendo que forma parte de un hecho artístico, una realidad paralela, etérea, bella, delirante y absolutamente más verdadera que la cotidiana, sabiendo que está siendo conducido a estrellarse contra su propia sensibilidad" Leer
De modo que el autoritario liderazgo de Cristina Fernández y les artistas, fuerzas político sociales e intelectuales K construyeron una gobernabilidad del sistema de saqueo basada en el extrañamiento mayoritario sobre los extractivismos desertificando el país-continente.
Es hora de poner fin a esta impunidad genocida. Tratemos de elucidar porqué focalizar el enemigo en Macri, Clarín y los otros grandes medios nos aparta de la complejidad sistémica que nos subsume en el capitalismo local del mundializado.

Es hora de destapar quiénes y cómo nos dominan. Nos ayuda en este esclarecimiento el ensayo de Horacio Machado Aráoz:
El auge de la Minería transnacional
en América Latina
De la ecología política del neoliberalismo
a la anatomía política del colonialismo.*

Es una versión revisada y modificada de la presentación realizada Seminario
Internacional Luchas por el territorio. Minería, Amazonía y Ecologismo
Popular, Grupo de Ecología Política CLACSO/UNSM, Lima, Perú. 25 al 26 de Junio
de 2009, Lima, Perú.

A modo de introducción:
Auge minero y fantasmática (neo)colonial

Los últimos años del siglo XX fueron escenario de un nuevo ciclo de auge minero metalífero en la vasta geografía latinoamericana. Una vez más, como otras tantas desde 1492, las riquezas de sus cerros y montañas se erigieron como objeto de deseo de una compleja trama de intereses vinculados a las cambiantes expresiones históricas del poder mundial y de sus ramificaciones regionales y locales. La voracidad extractivista se echó a andar; una vez más.
 
De ese tiempo a esta parte, transcurrido ya casi el primer decenio del nuevo siglo, los contornos neocoloniales de dicho proceso se dejan entrever en la conformación fantasmática de sus síntomas (Scribano, 2007; 2008). Un mapeo etnográfico de superficie por cualquiera de las nuevas “localidades mineras” de la región, desde México a la cordillera patagónica chileno-argentina, pasando por Guatemala, Nicaragua, Ecuador, Perú o Bolivia, permite dar cuenta del nuevo paisaje, tan uniformemente monocromático como radicalmente antagónico, que emerge y se conforma en tanto montaje característico del nuevo escenario minero. 
 
  • De un lado, la fenomenología de la “novedad” y el “cambio”, señales “inequívocas” y “evidentes” del “progreso”, alientan y alimentan la fantasía primer-mundista de gobernantes y defensores a ultranza de “la minería”, “madre de industrias” y “motor de desarrollo”: flotas enteras de camiones y máquinas gigantes surcando nuevos caminos, y las infaltables y emblemáticas “4x4” que irrumpen en las cotidianeidades pueblerinas. 
 
La publicidad pro-minera –de los gobiernos y de las empresas– que inunda hasta la saturación el diversificado espacio semiótico de la época: páginas enteras de diarios y revistas, vistosos folletos, programas televisivos y hasta emisoras radiales propias; logos de mineras en cuanta obra “pública” haya en ejecución –desde escuelas, hasta templos, pasando por huertas comunitarias, hospitales y caminos. 
 
El esponsoreo de las empresas que prolifera y se cuela en la vida social, cultural y deportiva de “pueblitos” y regiones “inhóspitas”, “haciendo posible” el florecer de actividades “antes impensadas”. Excéntricos carteles que invitan a “cuidar el ambiente” en nombre de la “minería responsable”; algunos “educando” para “no tirar la basura en la vía pública”, otros anunciando ya la “llegada del futuro”, con la pronta tecnología wi fi en poblaciones apenas familiarizadas con Internet. Obras y cemento que sin mucho ton ni son van revistiendo con aires de “modernidad” el “atraso y la pobreza históricos”.
 
La proliferación del consumo: la llegada de “nuevos negocios” que ofrecen celulares, plasmas y demás artículos de “última tecnología”, implementos para “deportes extremos” y demás novedades de los “pasatiempos posmodernos”; modos y modas que dejan vetustas y a la intemperie la “anacronía” de las formas y los usos locales. Y en las grandes –y no tan grandes– ciudades, selectos foros, seminarios, y “rondas de negocios” mineros que pueblan el calendario de la agenda pública; eventos todos pulcramente organizados en lujosos hoteles, con frondosas mesas de refinado catering; elegantes salones y fascinantes “stands” amablemente atendidos por esbeltas “promotoras”, casi niñas ellas (“concesión” ofrecida a la incorregible mirada falocéntrica –pero eso sí, “discreta”– de los distinguidos habitantes de este “mundo”).

En ellos, renombrados académicos, altos funcionarios y gerentes empresariales por igual e intercambiablemente, lanzan loas al crecimiento de las explotaciones y la expansión de las exportaciones, destacan los aportes de la minería al fisco y resaltan las actividades de apoyo a las comunidades realizadas en nombre de la “responsabilidad social empresaria”. Todo, por supuesto, debidamente protegido y custodiado con guardias de seguridad privada y fuerzas policiales públicas. 

  • Del otro lado, contracara exacta de ese escenario primer-mundista, la “realidad” se presenta bajo las formas de la fenomenología del horror, aquella que deja sus huellas indelebles en cuerpos y territorios marcados por la violencia productiva del orden colonial en pleno proceso de reconfiguración. Nuevas formas de violencia activan así, una vez más, los viejos fantasmas del terror originario y cíclico; imágenes y vivencias que remiten al dolor histórico, a la injusticia inmemorial. Niñas y niños con niveles “astronómicos” de plomo en sangre y con vestigios de mercurio en sus sistemas neurológicos, destinados inexorablemente a engrosar las estadísticas veladas de la población “discapacitada”. Poblaciones enteras con metales pesados corriendo por sus venas; con sus ríos disecados y sus fuentes de agua contaminadas; sus aires saturados de sulfuros y material particulado; cromo, plomo, mercurio, arsénico, cadmio, uranio y otros tantos elementos anegando sus suelos. Enfermedades de la piel y del sistema respiratorio; nuevas y raras afecciones digestivas y neurológicas; el incremento exponencial de casos de cáncer y de las tasas de morbi-mortalidad de las localidades aledañas. Trabajadores mineros –los pocos que “consiguen enganchar”–, con sus historias clínicas “secuestradas” por la patronal; tempranamente “retirados” del mundo del trabajo con enfermedades graves e inhabilitantes; expuestos a la muerte cotidiana, ya por el “mal de altura”, ya por “inusuales fallas” en los sistemas de seguridad. Afecciones a los cuerpos que reflejan las agresiones a sus territorios; violencia material que se suma a la violencia simbólica de las instituciones públicas, organismos de salud y de justicia, que niegan y minimizan sistemáticamente la drástica emergencia de los nuevos trastornos: que “faltan pruebas”; que “se cumplen los estándares legales”; que “puede obedecer a una multiplicidad de otras causas”; que “dan trabajo” y “hacen donaciones”.

    Extensos territorios
    cianurados; paisajes enteros intervenidos, conformados por aguas ácidas, desertificación y pérdida de especies; biodiversidad degradada irreversiblemente; montañas y montañas de escombros, junto a grandes represas de lodo contaminado y gigantescos cráteres que quedarán por cientos de años como “recuerdos de la época”, souvenirs del mañana de las promesas desarrollistas del presente. Los signos vitales de las economías locales que se van extinguiendo; el avance inexorable del “progreso” que deja atrás “tradicionales” economías agrarias y ganaderas; ventas, ya forzadas, ya resignadas, de históricos sembradíos y campos de pastoreos; fundos familiares y comuneros, con ritmo febril, transformados en “pedimentos” y “servidumbres” mineras.

     
El deterioro del agua, del aire y del suelo “convencerá” con los años a los más obcecados campesinos de la “inviabilidad” ineludible de sus economías “en tiempos de globalización”. Las exigencias de “reconversión” y los “programas de capacitación” para la “mano de obra” local que bajan desde los diferentes “ministerios” para “apalancar” la emergencia de las nuevas “competitividades” requeridas por “el mercado”; fomento a las actividades “productivas”, créditos “blandos” y todo, para hacer emerger los nuevos “nichos de mercado” y “oportunidades de negocio”, muchos de ellos unidireccionalmente orientados a montar efímeras “empresas proveedoras” locales para la nueva “actividad estrella”.

 Nuevamente la violencia, material y simbólica a la vez, rondando las áreas mineras: violencia material de la expropiación y el exterminio de las economías locales, que se hace eco y discurso racista, abrevando en los lugares comunes de la vieja y remanida ideología de la modernización para “explicar” el fracaso del progreso, por la incorregible idiosincrasia cultural de “estos pueblos”. Y por si no fuera aún ya demasiado, la violencia soterrada de los nuevos escenarios mineros, se vuelve directa y manifiesta cuando ciertas comunidades o sectores pretenden cambiar sus “destinos”. Poblaciones enteras también perseguidas, amenazadas, criminalizadas y judicializadas; vigiladas y castigadas en nombre de la “ley y el orden”. Líderes y referentes de las organizaciones y movimientos emergentes –mujeres y varones, jóvenes, adultos y ancianos por igual–, acusados de ser los nuevos “terroristas”, enemigos públicos de “nuestras sociedades”.

De las amenazas –concretadas o no–, de la pérdida de sus empleos, al acoso judicial de las empresas y funcionarios; de las prohibiciones a las manifestaciones y las declaraciones de “inconstitucionalidad” de plebiscitos locales y regionales, a los bastones y las balas de fuerzas de seguridad públicas y privadas. Los arsenales clandestinos de armamentos de guerra en depósitos de empresas mineras son también parte del “nuevo paisaje” minero. La exposición de los cuerpos-de-manifestantes a la violencia terminal de carabineros, gendarmes y policías de “gatillo fácil”, tanto como a las legalizadas “guardias blancas” y fuerzas paramilitares al servicio de las empresas, dan cuenta, en fin, del otro lado, de la violencia extrema y multidimensional que habita y circula por los nuevos corredores del territorio regional minero. 

Con sus excedencias semióticas y políticas, con sus –sólo aparentes– contradicciones, ambas visiones constituyen y conforman, en perfecto contraste y complementación, el escenario completo del nuevo paisaje minero que se imprime sobre los contornos socioterriotoriales de la realidad regional contemporánea. Lejos de ser versiones contradictorias y excluyentes, unas “erradas” y otras “verdaderas”, ambas conforman, en su exacta proporción, la naturaleza compleja de la realidad fantasmática del colonialismo de nuestro tiempo.

Fantasías desarrollistas de un lado, fantasmas del horror del otro, dan cuenta de la insoslayable condición de dominación ecobiopolítica que se proyecta sobre los cuerpos y territorios de las poblaciones racializadas, marcadas como “zonas de sacrificio” a ser ofrendadas en el altar del “desarrollo”. En las líneas que siguen realizaremos una, limitada por cierto, aproximación comprensiva a esto que definimos como el escenario neocolonial de la minería transnacional en América Latina. Se procurará, en particular, ensayar un análisis de la ecología política del reciente auge minero en la región, intentando con ello, dar cuenta de la genealogía histórica de su emergencia y de lo que, desde nuestra visión, se avizoran como sus principales manifestaciones y efectos. La ecología política de las reformas mineras que aquí se propone, sitúan a éstas en el centro mismo de la geopolítica del Neoliberalismo; la descubren como parte clave y paradigmática de las implicaciones ecobiopolíticas y geoculturales de las transformaciones socioterritoriales que las reformas neoliberales impulsaron. Así, al concebirla como parte de un proceso de reconversión neocolonial, este análisis nos dará pie para trazar un sucinto esbozo sobre la naturaleza del colonialismo. 

Prosigamos leyendo la parte inicial  del ensayo de Horacio Machado Aráoz. Nos devela:

Mientras el colonialismo alude a los procesos histórico-geográficos de despojo y destrucción material de los pueblos y las culturas no occidentales y a la imposición de un nuevo régimen de relaciones sociales fundado en la explotación sistemática de sus territorios y sus cuerpos, la colonialidad, por su parte, expresa la inscripción de tales procesos en el suelo de positividad de lo real (Foucault, 2002); da cuenta de la eficacia performativa de la episteme moderna, en cuanto régimen de poder-saber que produce la nueva realidad colonial del mundo. Bajo la continua y creciente expansión de la racionalidad mercantil, la episteme moderna –históricamente constituida mediante la progresiva articulación entre Ciencia, Estado y Capital–, se configurará como poderoso aparato semiótico-político de producción de la “verdad”. A través de ella, Occidente emprenderá la conquista total del “mundo”, partiendo en primer lugar, de la conquista/producción colonial de la entidad “Naturaleza”: de la “naturaleza exterior”, como tierra-territorio-recursos naturales, así como de la “naturaleza interior” en tanto sujetos-cuerpos-fuerza-de-trabajo, redefinidos ambos como objetos y medios de producción al servicio de la continua valorización del capital (Leff, 1994).

Ciertamente, la conquista y producción colonial de la “Naturaleza” constituye la más fundamental de todas las fabricaciones coloniales. A través de ella, Occidente sentará las bases epistémico-políticas de la apropiación desigual del mundo, y hará de ésta, un aspecto clave de su dominio político, de su configuración como centro hegemónico de la modernidad. Ahora bien, conviene precisar que ese complejo entramado de poder- saber resultante de la articulación histórica entre Ciencia-Estado- Capital, opera la producción colonial del mundo a través del continuado y diversificado ejercicio sistemático de la violencia. Es la violencia lo que sustenta, en última instancia, la productividad histórica y la eficacia práctica de esa episteme moderna.

La producción colonial del mundo acontece a través de la violencia; es ésta, el medio de producción por excelencia del colonialismo/colonialidad. En efecto, visto desde su trayectoria práctica y sus formas históricas de proceder, el colonialismo/colonialidad consiste, ante todo, en un modo específico de ejercicio de la violencia; una particular forma estructural de administración de la violencia que da lugar a un sistema de dominación de larga duración. Como se puede advertir a la luz de las determinaciones histórico-políticas del “desarrollo” de la minería moderna, en tanto una de sus expresiones más emblemáticas, el sistema de dominación colonial, en su longue durée, supone y se funda en un específico ciclo de violencia.

Esquemáticamente, el ciclo de la violencia colonial consiste en tres grandes fases, caracterizadas por el recurso a una específica forma de aquella: parte de la violencia extrema del terror, le sigue la violencia endémica de la expropiación y, de ésta, pasa a la violencia simbólica del fetichismo. En efecto, tal como puede seguirse, por ejemplo, a través de las Crónicas de Indias y en otros tantos relatos de los procesos históricos de conquista y colonización, en las narraciones de la llamada “acumulación originaria” y en los análisis clásicos de posguerra –desde Du Bois a Frantz Fanon, de Césaire a Said–, el colonialismo adopta, en sus orígenes, la forma de la violencia extrema, la violencia total y desmesurada, productora de lo que Taussig (2002) llama el espacio de muerte, como su condición más propiamente definitoria

A la vez que define la ‘esencia’ del colonialismo, esta penetrante observación, pone de relieve también el límite más profundo de la episteme moderna para vérselas con el colonialismo: al identificar al terror como condición originaria de la confección de la verdad colonial, Taussig nos advierte que la ‘realidad’ del colonialismo es inasible para una ‘racionalidad- que-no-siente’; el terror se inscribe en la materialidad de los cuerpos, en la subjetividad de las emociones y los sentimientos, un terreno completamente desconocido para la razón moderna. Efecto del terror, el colonialismo se hace ‘cuerpo’, corporalidades constituidas desde la percepción y experimentación de una forma de violencia extrema; es, así, ante todo, una determinada forma de sentir y experimentar (vivir) la ‘realidad’ desde, por y a través del miedo. De tal modo, la ‘realidad’ del colonialismo desafía los propios recortes de la racionalidad de Occidente, tan acostumbrada a dejar fuera de lo real aquellos ‘umbrales oscuros’ de los sentimientos, las emociones, aún la propia fuerza de las pasiones, en fin, la de todo aquello que, al no haber pasado por el tamiz civilizatorio del ‘interés’, se presenta como ‘primitivo’. 

Ahora bien, fundado sobre la violencia extrema del terror, una vez instaurado, el colonialismo precisa estabilizarse, normalizarse, fijarse como principio generador de las prácticas sociales desde la misma cotidianeidad de la vida. Es entonces cuando el terror originario arraiga en el (nuevo) mundo, creando una cultura y una economía del terror; esto es, una cultura y una economía basada en la lógica práctica de la expropiación. La violencia extrema del terror va dejando su paso, a medida que se impone, a la violencia endémica de la expropiación; violencia ésta productiva y de la vida cotidiana, donde el colonialismo deja de ser visto como tal y empieza a asumir las formas naturalizadas de la colonialidad. Como forma de violencia colonial, la expropiación es, básicamente, expropiación de los medios de vida, de los medios a través de los cuales emergen y se re-crean las formas de vida. De allí que la expropiación, como forma de violencia productiva, tiene que ver no con el “arrebato” de “algo”, sino con la producción colonial de formas de existencia; formas de vida colonizadas, expropiadas y re-apropiadas, destruidas y re-creadas, desde la lógica práctica del extrañamiento y la puesta-en-disponibilidad por y para el poder colonial. Implica la producción colonial de “formas de vida civilizadas(Castro Gómez, 2000). 
Esa dinámica expropiatoria implica, de hecho, el ejercicio sistemático y de larga duración de una violencia productiva, una violencia inseparablemente semiótica, económica, jurídico-política y militar; una violencia a través de la cual tiene lugar la correlativa producción colonial de “subjetividades”, “naturalezas” y “territorialidades” adaptadas y sujetas a las reglas coloniales de la acumulación sin fin y como fin en- sí-mismo, propia de la gubernamentabilidad del mercado. 

En este punto, la violencia práctica de la expropiación adopta la forma de la violencia simbólica del fetichismo. Acto educativo de la “razón”, la economía moral del fetichismo implica el ejercicio sistemático de una forma de violencia cuidadosamente dirigida a producir la expropiación de lo que sentimos; a reemplazar los sentimientos, las emociones y los deseos por esa única forma de percibir, ver y sentir propiamente moderna/ colonial que es el interés. Así, la eficacia práctica del colonialismo/ colonialidad, descansa, en su cotidianeidad y como forma de dominio de larga duración, en la economía moral del fetichismo.

Es el efecto mágico religioso que produce la mercancía sobre los cuerpos-objeto de expropiación el que opera la creciente colonización del deseo y de las fuerzas 
motivacionales de los sujetos por el “interés”, consagrado así como único principio racional de la acción humana (Smith; Weber). Sin esa fascinación sobrenatural que invierte el estatus y condición de los objetos-portadores-de-valor en “algo sagrado” (motivo de veneración y culto, en Marx; sacrificio, en Simmel) no se podrían entender cómo, desde el interior mismo de las culturas-en-proceso-de-expropiación, se fracturan las resistencias decoloniales y se invierte la dirección de las fuerzas sociales para facilitar ahora la penetración del impulso colonizador.

Es el fetichismo de la mercancía el que, de uno y otro lado del proceso expropiatorio, alimenta esa ansia insaciable de posesión y el que instituye, como primer acto de veridicción, el valor de cambio como “medida-de-todas-las-cosas”. Ese fetichismo produce la integración de la historia del expropiador y el expropiado en la unidad (dialéctica) de la realidad colonial: realidad-historia que, desde la mirada de la razón imperial, motiva y justifica la violencia extrema de la conquista infinita, bajo los presupuestos de la “acción civilizatoria”; y que, desde la perspectiva del colono, reviste el proceso expropiatorio en fantasía colonial, en carrera desenfrenada hacia la meta –por cierto, quimérica– del “progreso”. 

Sin embargo, este “mundo-uno” emergente de la expansión de la razón imperial no logra suprimir absolutamente los disensos; no logra agotar las energías corporales que surgen del dolor, la bronca y la indignación de la expropiación. Frente a ellos, el poder colonial intenta sistemáticamente recluirlos al ámbito renegado de la interdicción, de lo anormal.

Ahora bien, esa última frontera entre lo normal y lo anormal sólo se traza y se sostiene con la fuerza descarnada de la violencia extrema del terror. El colonialismo reposa, en última instancia, en la capacidad omnipresente del uso radical de la violencia extrema. Así pues, para quienes los dispositivos de regulación de las sensaciones resultan estériles, el poder colonial precisa reservarse siempre ese recurso de última instancia, el de la violencia represiva que, cada tanto, emerge con obscena brutalidad, rememorando las escenas del terror originario para aplacar con fuego el dolor social rebelde de los territorios- cuerpos-en-proceso-de-expropiación. 

El trasfondo de esta mirada propuesta respecto a la anatomía política del colonialismo, sobre las formas y los ritmos de su ciclo de violencia, constituye un marco adecuado para intentar un análisis interpretativo- crítico del último resurgimiento minero en América Latina. 


Neoliberalismo o la geopolítica del Imperio. 
Una genealogía del “boom” minero de los noventa 

Mientras que por una parte el capital debe esforzarse por derribar cualquier obstáculo espacial a las relaciones comerciales, es decir, al intercambio, y conquistar toda la Tierra para su mercado, por otra, lucha por aniquilar este espacio mediante el tiempo […] Cuanto más desarrollado es el capital […] más se esfuerza simultáneamente por alcanzar una extensión aún mayor del mercado y por conseguir una aniquilación mayor del espacio mediante el tiempo. Karl Marx, Grundrisse, 1859. 
La formación de los discursos y la genealogía del saber debe ser analizadas no a partir de los tipos de conciencia, de los modos de percepción o de las formas de ideología, sino desde las tácticas y estrategias de poder. Tácticas y estrategias que se desdoblan a través de las implantaciones, de las distribuciones, de los recortes, de los controles de los territorios, de las organizaciones de los dominios que podrían constituir una especie de geopolítica […]. Michel Foucault, “Questions à Michel Foucault sur la Géographie”, 1976. 

Venimos de un proceso de crisis, de una crisis política: terminada la guerra de Vietnam, la gran potencia norteamericana, por querer seguir conservando su hegemonía en el mundo, lo que ha hecho es liberalizar […]. El instrumento surgido se llama el Consenso de Washington, que significó legalizar todo el saqueo posterior: liberalizar la economía, privatizar, abrir las economías a los mercados y ponerlas bajo su control […]. Y en este contexto nos coge a nosotros, con un nuevo gobierno del Perú, con una crisis económica seria, una hiperinflación, un país endeudado y sin credibilidad […]. Y ahí aparece otra figura como una alternativa y es la que exactamente impone todas las medidas neoliberales: cambios constitucionales, cambios legales, la traída de inversiones como el llamado ‘boom’ minero al país, la competencia generada con otros estados para promover inversiones, sobre todo, con enormes facilidades a las empresas multinacionales […]. Entonces estos procesos han significado el saqueo, como durante la colonia y como también durante la república […]. Es el saqueo del proceso neoliberal el que ha llevado a una crisis ambiental en el mundo, hoy llamado calentamiento global Miguel Palacín Quispe, Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas, Lima, junio de 2009. 

El análisis precedente sobre las imbricaciones entre minería, modernidad y colonialismo, ligado a los enfoques de la ecología política, permiten indagar más en profundidad sobre los factores y condiciones que están en las raíces del más reciente ciclo de auge minero en América Latina. En particular, se plantea la pertinencia de analizar la reciente irrupción de la minería transnacional en la región a la luz de las consideraciones realizadas sobre los ciclos de violencia que traza la dinámica histórico-política del colonialismo. En esta perspectiva, no cabe visualizar la irrupción de la minería transnacional en la región como un fenómeno sectorial o geográficamente aislado, ni temporalmente circunscripto a la década de los noventa, sino como parte y producto de un proceso más amplio, vinculado al complejo de transformaciones estructurales desencadenadas a partir de la crisis y recomposición del esquema de dominación y acumulación global ocurrido en el último tercio del siglo XX. Al conectar el auge minero con la geopolítica del neoliberalismo y remontar sus orígenes a la crisis del régimen de acumulación de posguerra, se busca también poner de relieve algunos aspectos no suficientemente destacados de tales procesos, a saber, en primer lugar, la importancia política determinante que la cuestión ecológica en general, y los conflictos ecológico-distributivos en particular, adquirieron en la gestación y manifestación de dicha crisis. Correlativamente, esta mirada permite apreciar en qué medida el neoliberalismo –considerado como expresión de las estrategias de resolución a la crisis sistémica de los setenta ensayadas desde los centros mundiales de poder–, puede ser entendido, en última instancia, como una profunda reorganización socio-territorial de la acumulación a escala global, en tanto dispositivo geopolítico destinado a redefinir las modalidades del imperialismo ecológico, esto es, a reasegurar a los centros mundiales de consumo y acumulación el control, acceso y disposición de los “recursos naturales” claves para la reproducción del sistema.

En tercer término, el enfoque propuesto lleva a resaltar la importancia eco-geopolítica de América Latina en el sistema de acumulación mundial, lo que se manifiesta tanto por su rol en el proceso de luchas desencadenante de la crisis, como luego, en tanto ámbito socio-territorial clave de experimentación y consolidación del Neoliberalismo. Así, la ecología política del boom minero de los noventa lleva a considerarlo como producto resultante de la geopolítica del neoliberalismo. Desde esta visión, tanto el auge minero, como el conjunto de políticas que significaron y permitieron la abrupta radicación del complejo primario-extractivo exportador en la región, deben analizarse como partes y emergentes de la crisis y recomposición del esquema de dominación y acumulación global ocurrido hacia los setenta; crisis que, precisamente, tiene por epicentro –y que, en lo sucesivo, pone como eje clave de las disputas geopolíticas– el dominio y control sobre los “recursos naturales”. La década del setenta marca precisamente la irrupción de la “problemática ambiental” en la agenda política mundial.

Como no ha sido suficientemente profundizado aún, la problemática ecológica en general, y los conflictos ecológico-distributivos en particular, tienen una incidencia políticamente decisiva en la configuración de la crisis definitiva del keynesianismo/fordismo. Si bien James O’Connor –referencia obligada en este punto– ha sido uno de los primeros en vincular directamente la crisis de los setenta a lo que denomina la “segunda contradicción estructural del capital” (1991), un análisis históricogeográfico de esta cuestión, situado desde la periferia del sistemamundo, permite ir más allá del planteo general y ahondar en el rol determinante del imperialismo ecológico como componente necesario del imperativo de la acumulación, y lleva además, a resaltar el papel que, en ese sentido, han jugado América Latina y la “cuestión minera” en el específico proceso de manifestación y resolución ulterior de la crisis del régimen de acumulación de posguerra. En efecto, el extraordinario ciclo de tasas de crecimiento altas y sostenidas verificadas en el mundo en general durante los “años dorados” de la posguerra involucraron un inusitado incremento de las tasas de explotación de los “recursos naturales”, un aumento sustancial de los ritmos de extracción y consumo de bienes y servicios ambientales, así como la aceleración de la producción de desechos y de contaminación en general.

Esa escalada expansionista de la producción y el consumo estuvieron alimentadas por diversas razones políticas, entre ellas, la confrontación geopolítica con el bloque soviético, la competencia intercapitalista entre las potencias occidentales, y la importancia creciente que –especialmente en las sociedades capitalistas–, asumirá por entonces el consumismo, como factor político de contención de las luchas de clase y de la ecuación general de gobernabilidad del sistema. En ese marco, tuvieron lugar también los crecientes esfuerzos desarrollistas e industrialistas esbozados por las economías periféricas, bajo el impulso de los procesos de descolonización formal en África y Asia, y las pretensiones de “soberanía económica” asumidas por diversos regímenes nacional-populistas en América Latina.
Tales intentos implicaron un soterrado cuestionamiento a la división internacional del trabajo históricamente establecida entre potencias industrializadas y economías dependientes proveedoras de materias primas, e involucraron un creciente foco de tensiones en torno al control sobre las fuentes de energía y de bienes primarios estratégicos, poniendo, en lo sucesivo, a los conflictos ecológico-distributivos en el eje de la confrontación Norte-Sur. Surgidas bajo el influjo ideológico-político de los movimientos indigenistas, nacional-populistas y de no-alineados, principalmente, las pretensiones de autodeterminación de los pueblos del “Tercer Mundo”, se plasmarían, en esa etapa, mediante políticas activas vinculadas a la nacionalización de las reservas petroleras, mineras y de recursos no renovables en general, así como de otros sectores clave de la economía (transportes, telecomunicaciones, banca, etc.); el control del comercio exterior; imposición de límites y restricciones a las inversiones extranjeras y al movimiento de capitales; reformas agrarias tendientes a disminuir la concentración interna de la propiedad rural; luchas diplomáticas por el mejoramiento de los términos de intercambio de las materias primas; cartelización y control de la oferta en los mercados energéticos y de materias primas en general, entre las más importantes. 
América Latina tendría un rol destacado en todo este proceso, a través del fortalecimiento de movimientos y procesos revolucionarios, expresado en la irrupción de las revoluciones en Bolivia (1952), Ecuador (1954), Venezuela (1958), Cuba (1959) y Perú (1968), y el impacto de regímenes nacional-populistas emblemáticos, como el Cardenismo en México, Getulio Vargas en Brasil, y el peronismo en Argentina. En el plano mundial, como corolario simbólico de tales reivindicaciones, cabe citar la aprobación de la Resolución 1803 (XVII) de Naciones Unidas acerca de la “Soberanía Permanente sobre los Recursos Naturales” (14 de diciembre de 1962), en la que se consagraba: “el reconocimiento del derecho inalienable de todo Estado a disponer libremente de sus riquezas y recursos naturales en conformidad con sus intereses nacionales, y respeto a la independencia económica de los Estados”; y en la que establecía, además, que “el derecho de los pueblos y las naciones a la soberanía permanente sobre sus riquezas y recursos naturales debe ejercerse en interés del desarrollo nacional y del bienestar del pueblo del respectivo Estado”, afirmando que la violación de tales derechos “es contraria al espíritu y a los principios de la cooperación internacional y a la preservación de la paz”. 

Desde el punto de vista de la “cuestión minera”, los procesos de reivindicación nacional-desarrollista imperantes en la región se plasmarían a través de nacionalizaciones y de políticas de control y regulación al capital extranjero (incremento de gravámenes, restricciones a las importaciones y exportaciones, límites a la repatriación de utilidades, etc.) orientadas tanto a lograr una mayor participación en la renta minera como a redireccionar la actividad hacia el impulso y abastecimiento del desarrollo industrial interno (Thorp y Bertram, 1978; Moussa, 1999; Sánchez Alvabera et al., 1998; Kuramoto, 2000; Campodónico y Ortiz, 2002). Dentro de ese panorama general, las acciones con decisivos impactos globales en este campo serían, con certeza, los intentos del gobierno de Jânio Quadros de impulsar el control nacional de los yacimientos de hierro, usufructuados, por entonces, por compañías británicas y norteamericanas (Saint John Mining Co., Hanna Mining Co., U.S. Steel Co.) y, más aún, la nacionalización del cobre anunciada por Salvador Allende, el histórico 11 de julio de 19712.

Más que otras medidas similares, la trascendencia geopolítica y geoeconómica de la nacionalización del cobre chileno se funda tanto en el hecho de tratarse del insumo mineral intensivo determinante para todos los procesos industriales de la época (en particular, los sectores eléctrico, automotriz y de la construcción), como en que los yacimientos chilenos (Chuquicamata, El Teniente, Salvador y Exótica), –todos controlados por dos empresas norteamericanas, Kennecott Copper Co., Anaconda Mining Co.–, representaban el abastecimiento de casi el 40% del cobre a nivel mundial, a lo largo de prácticamente toda la primera mitad del siglo XX (Caputo y Galarce, 2007; Guajardo, B., 2007; Ffrench Davis y Tironi, 1974). 

En conjunto, esta escalada de las “políticas nacionalistas” de control de los “recursos naturales” generalizadamente aplicadas por el bloque geopolítico de los países del Sur, tuvo una incidencia innegable como desencadenante de la crisis del régimen de acumulación posguerra. Tales políticas, significaron para las principales potencias del Norte y sus grandes conglomerados empresariales, un abrupto encarecimiento de materias primas estratégicas, así como una mayor incertidumbre e inestabilidad en los flujos de abastecimiento. Al afectar los niveles de rentabilidad en el sentido analizado por O’Connor, la crisis “económica” se tornó crecientemente política, mediante su impacto recesivo. Con ello, la “cuestión ecológica” pasó a constituirse en un tema prioritario de la agenda política internacional, fenómeno manifiesto a través de la publicación del Primer Informe Meadows (1971) –sintomáticamente titulado “The Limits to Growth”– y la realización de la “Primera Conferencia de Naciones Unidas sobre el Medio Humano” (Estocolmo, 1972) (Naredo, 2006). 

Es en este marco que caber comprender la naturaleza y profundidad de la crisis capitalista de los setenta: el cuestionamiento y los avances relativos logrados por los países periférico-dependientes en términos de revertir el imperialismo ecológico a través del cual los países centrales subsidiaron históricamente el metabolismo urbanoindustrial de sus poblaciones, pusieron en vilo la continuidad y gobernabilidad del sistema en su conjunto. La crisis, como tal, desnuda en qué medida el dinamismo económico y la “estabilidad política” de los “países centrales” dependió (y depende) de la subalternización de los territorios y poblaciones de los países periféricos. Al poner en cuestión el “reparto desigual” del mundo implicado en el desarrollo geográfico desigual y combinado, propio de la producción y organización capitalista del espacio (Harvey, 2007), las políticas “nacionalistas” de los países periféricos no sólo alimentaron una crisis a nivel del régimen mundial de poder sobre el que se asienta la dinámica de la acumulación capitalista, sino también una crisis de gobernabilidad al interior de las sociedades centrales, las cuales en buena medida resolvían su ecuación de gobernabilidad mediante la exacerbación consumista, “externalizando” su peso ecológico a los países dependientes (Leff, 1994; Martínez Alier, 1995). 
La magnitud de la amenaza de la “escalada nacionalista” en los países del Sur tiene su reflejo proporcional en la violencia restauradora de las políticas neoliberales, precisamente la respuesta que los países centrales, bajo la recomposición del liderazgo imperialista de Estados Unidos, implementarían para “superar” la crisis (Panitch y Gindin, 2004; Ahmad, 2004; Albo, 2004; Harvey, 2004). Visto retrospectivamente, el neoliberalismo significó una vasta reorganización del poder mundial, una redefinición de las estrategias y modalidades de dominación, producidas básicamente a través de la reestructuración de los flujos productivos y comerciales a escala global. El papel clave que en esto tienen las políticas de liberalización –financiera, comercial y territorial– consiste en que de ellas dependen los niveles de movilidad espacio-temporal del capital, de allí ésta resuma la esencia del neoliberalismo3. La liberalización no sólo permitió acelerar el ritmo de circulación del capital (como mecanismo básico de recomposición estructural de la tasa de rentabilidad del sistema), sino que además posibilitó una profunda recomposición de las jerarquías geopolíticas del mundo implícitas en los patrones de la división internacional del trabajo. La extraordinaria capacidad de movilidad adquirida por el capital (compresión espacio-temporal) le otorgó un grado históricamente inédito de poder (capacidad de disposición, sensu Weber) sobre los territorios y las poblaciones.
De tal modo, la liberalización generalizada de la economía permitió al gran capital transnacional –con el imprescindible apoyo legal–institucional y militar de los aparatos estatales de las grandes potencias y las estructuras multilaterales de la gobernanza mundial- reorganizar un nuevo ciclo de acumulación por desposesión (Harvey, 2004). La superación de la crisis emergente de la convergencia entre la primera (incremento de los “costos laborales”) y la segunda contradicción (incremento de los “costos ambientales”) en términos de O’Connor (1991), se superarían a través de un nuevo esquema que impondría la intensificación global de las tasas de explotación, tanto del “trabajo”4 como de la “naturaleza”5. (...)

*Ensayo en el libro Héctor Alimonda (coordinador) La naturaleza colonizada. Ecología política y minería en América Latina Ciccus-Claxo-2011

Constatamos cómo menosprecian nuestra capacidad de debate de las decisiones a tomar para otro país-mundo posible. En efecto, como constancia de la democracia representativa, observamos que la puja electoral se reduce a discutir cuál es el mejor gestor de la gobernabilidad y se elude analizar:


La crisis capitalista argentina y
sus alternativas
11 de septiembre de 2018
Por Sergio Zeta (Rebelión)

Sólo hay una cosa más grande que el amor a la libertad, el odio a quien te la quita
Ernesto “Che” Guevara

Un primer acercamiento a la grave crisis argentina indica que si las mayorías que vivimos o pretenderíamos vivir de nuestro trabajo perdemos es que hay otros que ganan a nuestras costillas. Mientras algunos apuestan al dólar, la mayoría apuesta apenas a comprar fideos. Algunas encuestas lo cuantifican indicando que un 18% de los consultados considera que su situación económica mejoró con el actual gobierno. Muy cerca de ese 20-25% que tradicionalmente ha sido fiel base social de las derechas en la Argentina. En la calle se verifica su contracara, una creciente y mayoritaria pobreza y descontento.
El proyecto de Cambiemos consiste esencialmente en transformar económica, social y culturalmente el país para hacer normal y aceptable una brutal transferencia de riquezas hacia el sector más concentrado de los capitales e insertar el país en forma subordinada al mercado mundial y a la geopolítica diseñada por los EE.UU. Una vez consumados estos pilares, el gobierno imaginaba un futuro venturoso para la gente. Claro que como “gente” califican sólo los de su clase.
Pero la luz al final del túnel se ve cada vez más lejos para el gobierno. Su situación es muy distinta a la que enfrentaron Carlos Menem o Néstor Kirchner, que lograron estabilizar por un tiempo proyectos que -con todas sus diferencias- aparecían como sólidos “proyectos nacionales” con amplio consenso. Mientras que el primero tuvo a su favor una fuerte derrota y confusión popular –en un contexto signado por la caída del muro de Berlín, hiperinflación e importantes huelgas derrotadas- que hicieron aparecer la “normalidad” neoliberal como deseable, el segundo llegó a la presidencia tras esa rebelión popular del 2001 que sumió a las clases dominantes en un temor tal que lo habilitó para repartir sin discusión porciones de la “torta” del capital mientras reconstruía el régimen político-institucional. Simultáneamente, una bonanza económica que se agotó a fines de la primera década del siglo permitió cierta distribución sin afectar intereses del poder económico.
El macrismo, en cambio, enfrenta a un pueblo que -en forma fragmentada y a contragolpe- resiste cada ataque. La crisis se enraíza en las resistencias moleculares a lo largo y ancho del país, en las peleas de lxs estatales y de los pueblos originarios en las provincias, en las multitudes movilizadas por los derechos humanos, por la educación o en la inmensa ola verde feminista, más que en el alza de las tasas de interés en los EE.UU. o la guerra comercial mundial, aunque éstas hayan sido la gota que rebalsó el vaso.
El gobierno despolitiza la crisis como si fuera solo una cuestión económica pasible de ser resuelta “tranquilizando” al mercado para “crear trabajo digno”. Oculta que es falso que sea el capital el que crea el trabajo, sino que son el trabajo y los bienes de la naturaleza -de los que se adueña el empresariado- quienes crean al capital. En esa lucha por adueñarse del trabajo y de los mal llamados “recursos naturales” se encuentra la base de la crisis.
Hay un énfasis excesivo, cuando no interesado, en limitar los análisis a sus aristas económicas y financieras. Nada más nombrado que el déficit fiscal, el endeudamiento o las Lebac. Pero son verdades a medias que, escindidas de la trama de relaciones sociales y de poder contradictorias y antagónicas -es decir, la lucha de clases y de sectores de clase en un país capitalista dependiente como el nuestro-, no alcanzan a explicar la crisis argentina. Es sobre esta trama que las medidas adoptadas por un gobierno mediocre pero pleno de revanchismo y odio de clase profundizaron la crisis al punto de la recesión y la catástrofe.
Crisis, sí ¿pero qué crisis?
Un primer nivel de la crisis es el rápido agotamiento de las expectativas y la bronca contra el gobierno que prometió un “cambio”, ante un horizonte que aparecía ya gris y sin futuro. Sin embargo, el hecho de que no pueda asegurarse un veloz tránsito hacia una rebelión al estilo “2001” no debe adjudicarse a una supuesta “estupidez” o pasividad popular, como hace el “progresismo” para evadir sus propias responsabilidades y presentar el imaginario de un pueblo inerme necesitado de una ayuda salvadora y providencial desde arriba. Por el contrario, día a día los sectores populares salen a la calle y le marcan la cancha al nefasto gobierno de Macri y el FMI, a pesar de una burocracia sindical colaboracionista y de un PJ que, en sus diversas alas y estilos, sustenta la gobernabilidad mientras se postula como recambio sistémico para el 2019.
La Plaza Congreso en la Capital es un buen espejo donde mirarse. Casi no hay día en que no se esté retirando una protesta al tiempo que otra ingresa a la plaza, lo que habla simultáneamente de la fortaleza de un pueblo que no está derrotado pero también de una enorme fragmentación, más allá de ocasiones excepcionales en que una impresionante masividad mantiene vivo al fantasma del “helicóptero”. No son menores los límites de las izquierdas para aportar a la articulación de lo disperso y construir colectivamente proyectos alternativos.
Un segundo nivel de la crisis, más reciente, es el que se da entre lxs ganadores del modelo, en disputa por tajadas del país, así como bajo qué plan estratégico estabilizar dicho reparto. La corrida cambiaria, las idas y vueltas en medidas adoptadas -como las retenciones-, las divergencias públicas en el seno del gabinete y en la alianza gobernante o los cuadernos de la corrupción, son apenas algunas de sus manifestaciones.
Estas divergencias se profundizan ante un gobierno incapaz de disciplinarlos en torno a un plan a futuro y que ni siquiera acierta con lo que va a pasar en lo inmediato. Si sancionó para el 2018 un presupuesto nacional que preveía un dólar a $19,5, una inflación del 15% y un crecimiento del 3,5% ¿qué esperar de sus proyecciones y perspectivas a mediano y largo plazo?
La incapacidad del gobierno se sustenta en un equipo gobernante que refleja la mediocridad de las clases dominantes locales así como en los límites estructurales del capitalismo dependiente argentino. Pero, sobre todo, en no haber podido derrotar a las clases populares a pesar de los golpes asestados y los triunfos parciales.
Fue notoria la alegría del ministro Nicolás Dujovne al anunciar el acuerdo con el FMI. Esperan que este organismo y otros como el Banco Mundial -además de fondos para solventar el creciente pago de intereses de la deuda- aporten el impulso y aval a los planes de reconfiguración económica, social, educativa y laboral, que los préstamos internacionales lubrican y conminan. Esperan poder así disciplinar al pueblo e inspirar confianza a los grupos económicos.
La brutalidad del acuerdo con el FMI -más brutal tras la renegociación en curso- coloca en negro sobre blanco la disyuntiva: o el gobierno y el gran capital derrotan al pueblo o es éste quien les impone una derrota y entierra el acuerdo.
Un tercer nivel de la crisis ya había comenzado a manifestarse desde el 2008 y más claramente desde el 2012. Esto no tiene que ver con la “pesada herencia” de la corrupción, como alega el macrismo, sino con factores estructurales de las crisis en la Argentina capitalista dependiente que permanecieron incólumes durante el gobierno anterior. Si hasta el 2008 parecieron desaparecer fue por la excepcionalidad del enorme salto en la tasa de ganancia empresaria tras la devaluación que golpeó los salarios en el 2002 y del fenómeno, inédito en más de un siglo de que los términos de intercambio entre los productos primarios y los industrializados favorecieran a los primeros, ante la demanda China.
Agotadas esas condiciones excepcionales, al kirchnerismo le resultó imposible seguir con su política de conciliación de clases. Mientras las clases dominantes que reclamaban enfrentar más a fondo y decididamente al pueblo le soltaban la mano, se erosionaban las expectativas de sectores populares que pasaron a esperar un “cambio”.
El macrismo se propuso aplicar las transformaciones de fondo que necesita la cúpula empresarial para superar los límites con que se topa periódicamente el capital en Argentina: una recurrente escasez de divisas y una tasa de ganancia que se niega a crecer ante un pueblo que no se deja explotar como quisieran.
La recurrente falta de dólares bautizada como “restricción externa” no es sólo responsabilidad del capital financiero. La industrialización deformada y dependiente agrava esa escasez con la remesa de ganancias, el pago de patentes, la compra de insumos y de tecnología a las casas matrices, los subsidios y exención de impuestos, la fuga de divisas. La industria automotriz es un caso paradigmático de fabricación de mercancías superfluas para las necesidades populares y para un desarrollo armónico, que agrava la necesidad de divisas para la importación de insumos, maquinarias y autopartes. Esto se aceleró cuando, en la fase neoliberal del capitalismo, las grandes empresas que controlan la economía dejaron de alentar el consumo local para requerir mano de obra barata que produjera para exportar hacia los nichos de alto consumo. Asimismo, el pago “serial” de la deuda se convirtió en política de Estado más allá de supuestos desendeudamientos. Cristina Kirchner reconoció en septiembre de 2013 que habían pagado 173.700 millones de dólares en diez años, a pesar de lo cual la deuda pública al fin de su mandato ya era de 254 mil millones. Esa cifra es hoy de más de 320 mil millones de dólares.
Si el capital nunca tuvo patria, en el capitalismo globalizado menos aún, saqueando y extrayendo su plusvalía donde le convenga para realizarla en cualquier otra zona del planeta.
La integración entre los capitales locales y los internacionales -si bien es una marca de nacimiento en Argentina- pegó un salto en los ’90. Por un lado, a través de la asociación de los capitales locales con los operadores extranjeros en las privatizaciones. Por el otro, con la integración de gran parte de la mediana y pequeña empresa a las redes de los grupos económicos, sea como proveedores o a través de la tercerización. O, como el caso emblemático de la Federación Agraria, integrándose al circuito sojero y convirtiéndose en fiel aliada de la Sociedad Rural.
Teorizar una “grieta” entre un capital financiero y agro-exportador que apoyaría el modelo y un “capital productivo” que busca alternativas no sólo es una visión alejada de la realidad sino incluso funcional a la construcción de “oposiciones” que rápidamente se revelan como continuidades.
El viejo país industrial de intelectuales “nacionales y populares” en busca de un sujeto inexistente se topa con el país real que vino a radicalizar el macrismo, dirigiéndolo hacia la exportación de bienes primarios (agro, petróleo, minería) y de sus derivados industrializados.
Un cuarto nivel de la crisis lo constituye el de la inserción internacional, señalado por el macrismo con la consigna de “volver al mundo”. El kirchnerismo ya había comenzado tal regreso, acordando con el Club de París mediante el pago de 9.700 millones de dólares, así como integrando en el 2008 el G20 a nivel presidencial, ante la imposibilidad de compatibilizar “capitalismo serio” con integración regional. La intención de una inserción mundial independiente no pasó del terreno de las declaraciones diplomáticas al de los hechos, como lo hubiera implicado la creación del anunciado Banco del Sur o la integración a un ALBA regido por la colaboración y complementariedad, desechando una competitividad que sólo ofrece como destino nacional el extractivismo sojero y el fracking de Vaca Muerta. El “progresismo” ubicó a la Argentina en el purgatorio: ni dentro ni fuera del infierno de la sumisión al imperio. En su momento fue un alivio pero, como se sabe, el purgatorio sólo admite una permanencia temporal de las almas en pena.
La “vuelta al mundo” que ofrece el macrismo deviene no sólo importación indiscriminada de mercancías sino apertura a la crisis estructural y civilizatoria del capital. Así, la vocación de “país normal” que enorgullece al macrismo implica que si los EE.UU. castigan a Turquía, sea a la Argentina (mejor dicho, a su pueblo) a quien le salga un moretón.
Resulta falaz la afirmación de que éste es el rumbo único y “normal”. A pocas semanas del fallecimiento del economista marxista Samir Amin, vale la pena revisitar su concepto de “desconexión”. No en el sentido de una imposible autarquía, sino de una desconexión de los valores naturalizados por el capitalismo para asegurar su dominio, valores como, entre otros, el “desarrollo” que impuso como meta EE.UU. en la segunda posguerra para condenarnos al “subdesarrollo” y a seguir sus dictados. Recientemente nos han ascendido a país “emergente”. Pero la alegría no trascendió de los círculos de poder. El camino de la integración de los pueblos latinoamericanos es el que puede aparejar la alegría y bienestar popular.
La triple ofensiva del capital y una necesaria refundación del pueblo trabajador
El capital encara una triple ofensiva sobre el pueblo para salir de su crisis. Por una parte, una ofensiva en los lugares de trabajo para flexibilizar y disciplinar. Trabajadorxs precarixs, tercerizadxs y cada vez más, desempleadxs son parte importante de una clase trabajadora explotada por el empresariado y ninguneada por sindicatos cuyos estatutos lxs excluyen. Miles de jóvenes, la mayoría inmigrantes, son salvajemente explotadxs con nuevas formas de trabajo “uberizadas”, mientras que el sistema no los considera trabajadores sino “emprendedores”, para evitar la conciencia de la explotación y romper lazos solidarios. Millones son lanzadxs a la “incertidumbre” de apechugar como puedan siendo “empresarixs de sí mismxs” para sobrevivir, aunque va creciendo la conciencia de ser trabajadorxs de la economía popular.
Por otra parte, se redobla una ofensiva para reestructurar el proceso de reproducción social del capital, penetrando en las casas, los barrios, las comunidades y cada lugar de la vida cotidiana, afectando especialmente a las mujeres que cumplen un rol preponderante en la reproducción social. El aumento de los femicidios, la negativa a la legalización del aborto o las reformas a la salud y educación (áreas mayoritariamente femeninas), constituyen espacios para nuevos negocios y para un redoblado disciplinamiento y maltrato patriarcal. Muchos sindicatos consideran a estos temas como ajenos al trabajo y acusan -al igual que los empresarios y los gobiernos- de “politizar” la protesta a quienes los asumen. Las mujeres constituyen una indudable vanguardia que no se expresa sólo en la lucha por la legalización del aborto.
En tercer lugar, el capitalismo neoliberal acentúa su carácter colonial y depredador para apropiarse de las riquezas naturales de nuestros países. Los sindicatos no sólo se hacen los desentendidos sino que contraponen falsamente la defensa de “las fuentes de trabajo” con las asambleas socio-ambientales que enfrentan el saqueo y la contaminación del extractivismo. El mismo argumento que utilizó el sindicato petrolero para aceptar la flexibilización laboral en la explotación de la reserva de petróleo y gas no convencional de Vaca Muerta, la segunda mayor del mundo y en donde se concentran gran parte de las esperanzas y proyectos de las clases dominantes. Allí fluyen los dólares mientras el pueblo paga la fiesta con los tarifazos y los pueblos originarios de la Patagonia son expulsados de sus tierras.
No nos encontramos frente a un “plan de ajuste” más, al que responder sectorialmente y de contragolpe, sino ante un plan global de reestructuración del país y de la sociedad que amerita una respuesta alternativa popular de similar tenor.
Se vuelve imperioso entonces encarar colectivamente un debate sobre las estrategias de las izquierdas y los sectores populares, así como las dificultades para comprender que se trata de una pelea simultáneamente anticapitalista, anticolonial y antipatriarcal, en la que la escisión conduce a la derrota.
La pelea por la construcción de alternativas populares no puede desligarse de la imprescindible refundación del pueblo trabajador, combatiendo la fragmentación pero respetando y aprovechando la diversidad.
Necesitamos poner en cuestión las tradicionales formas de lucha y organización que el movimiento obrero utilizó para enfrentar al capitalismo durante gran parte del siglo XX. Por un lado la construcción de poderosas herramientas gremiales para la lucha económico-social y, en forma separada, de grandes partidos para intervenir políticamente frente al sistema. Mantener esta “división de tareas” en el seno del pueblo trabajador fue posible en la situación especial que se vivió desde la segunda posguerra hasta fines de los setenta, cuando se generalizó la ofensiva neoliberal que reconfiguró el sistema capitalista. Durante ese período rigió el llamado “pacto keynesiano” por el cual se institucionalizó el otorgamiento de derechos laborales y sociales a lxs trabajadorxs, así como su derecho a reclamarlos y defenderlos, a cambio de no cuestionar al sistema. En la situación actual estas formas escindidas de acción y organización política y sindical han agotado sus perspectivas históricas y, si bien tienen su grado de utilidad, van acentuando su carácter conservador, incapaces de procesar las transformaciones ocurridas en el capitalismo y en el sujeto del cambio social. Por sobre todo, se plantea la exigencia de repensarlas ante la necesidad de desplegar estrategias revolucionarias que tengan como centro la construcción de un poder popular que necesita superar la escisión entre lo político y lo económico-social.
De la “gloria” a los cuadernos
El macrismo creyó tocar la gloria con la mano tras las elecciones del 2017. Es imposible no suponer que el estallido del affaire de los cuadernos no guarde relación con la intención de frenar -a través de una justicia adicta- el acelerado deterioro del oficialismo desde diciembre de ese mismo año. Mientras los medios masivos denuncian por sobre cualquier otra noticia a la “ruta del dinero K” como el pecado original del que derivan todos los males del país, otros medios resaltan la ruta y las maniobras “M” de un gobierno agónico.
Pero el caso amerita una mirada más compleja. No dudamos de la existencia de las rutas K, M y varias letras más del abecedario. Porque la corrupción es generalizada en esta fase del capitalismo y, gracias a los servicios de inteligencia, todos atesoran los “secretos” de todos para cuando necesiten ventilarlos. No es algo nuevo, vale recordar que el asesinato de José Luis Cabezas -del que el año pasado se cumplieron dos décadas- hizo estallar el caso del dueño de OCA, Alfredo Yabrán, “casualmente” cuando se dirimía la posesión del servicio postal entre grupos económicos. Hoy lo novedoso es la masividad de la fusión entre negocios “legales” e “ilegales”.
La acumulación, en esta fase de capitalismo globalizado, no tiene pruritos en realizarse por la vía que sea, tal como la acumulación originaria se basó en el comercio de esclavos y el saqueo de América. El narcotráfico o la trata de personas son algunas de las actividades más rentables para el capital. La circulación de dinero “sucio” y el lavado se multiplican por doquier. Los Estados asumen la defensa y promoción de estos intereses. Conviene recordar -ahora que el gobierno promueve la instalación de bases yanquis en nuestro país- que la invasión de los EE.UU. a Afganistán multiplicó la producción local de opio.
Los cuadernos de la corrupción resultan funcionales a la batalla geopolítica por el dominio de los recursos naturales y los mercados entre EE.UU y China. No casualmente, una de las empresas denunciadas, Electroingenieria, tenía contratos con China para la construcción de las represas hidroeléctricas Condor Cliff y Barrancosa, que el ministro de energía ya solicitó suspender. Por otra parte el grupo Techint, dirigido por el denunciado CEO Paolo Rocca, viene posicionándose como el principal inversor en Vaca Muerta, después de YPF.
No es posible prever hasta dónde llegará la crisis que detonaron los cuadernos o si el macrismo logrará que su impacto se limite al gobierno anterior, a pesar de estar profundamente implicado el grupo económico del presidente. La justicia juega a su favor, y originalmente el juez Bonadío había decidido investigar las coimas en la obra pública sólo en los años que van del 2008 al 2015 (lo que dejaba fuera de la causa al presidente Macri, ya que IECSA fue adquirida en 2007 por su primo, Ángelo Calcaterra), aunque luego se vio obligado a ampliar el período investigado hasta 2003. Está claro que lo que menos puede esperarse del Poder Judicial es justicia.
La crisis abierta por los cuadernos tiene más de un rumbo posible. O es aprovechada por las izquierdas y el pueblo para denunciar las lacras del sistema capitalista y su democracia liberal levantando una alternativa o será un trampolín para las derechas más rancias. Vale recordar el caso italiano donde tras el proceso judicial del “Mani Pulite” accedió al gobierno Silvio Belusconi o el brasileño donde después del “Lava Jato” uno de los candidatos mejor posicionados resulta ser el militar ultraderechista Jair Bolsonaro. Nadie puede asegurar el desenlace argentino.
Agotamiento y crisis de la democracia representativa
La democracia representativa liberal es cada vez más una herramienta inservible para unos y otros. Por un lado, los pueblos descreen cada vez más de “la política”, con sus ajenas y encumbradas instituciones y sus políticos profesionales. Hace muy poco, fue el Senado el que demostró que su función no es llevar la voz del pueblo sino negarla.
Vale la pena recordar el “que se vayan todos” del 2001. Hay quienes, aún en sectores de las izquierdas, desvalorizan y rechazan ese sentir popular que se transformó en grito y en acción colectiva. No ven que constituye una imprescindible base de apoyo para construir una política emancipatoria, opuesta a la naturalizada y aceptada como única práctica política “democrática”. Cómo señalaba la intelectual mexicana Rhina Roux:
Si la dominación del capital implica sometimiento de la actividad vital humana... la emancipación sólo puede significar liberación del poder hacer, reapropiación del control de la propia vida, autodeterminación... Significa que la lucha contra el capital es, sobre todo, una lucha por construir nuevas reglas de organización de la vida social: por definir las normas que ordenan la convivencia, lo que compete a todos, lo relativo a la res pública. Esta lucha es, necesariamente, una confrontación política [1].
Una lucha por construir nuevas reglas de la vida social, tiene poco que ver con la acción restringida al Estado y regida por los calendarios electorales.
Esta “otra política”, colectiva y desde abajo, que había comenzado a brotar con la rebelión popular, con el kirchnerismo dejó de ser una realidad y una forma de construir política para transformarse en slogan de una política hecha desde arriba, desde funcionarios y políticos profesionalizados. La participación política en los asuntos de la comunidad, en la “vida social” de millones de personas, fue restringida a “marchar” en silencio, un domingo cada dos años hacia las urnas.
Este régimen le está resultando un lastre al propio capital para consolidar su dominación. No les alcanzan ya los límites por los que “el pueblo no gobierna ni delibera”, necesitan una mayor sumisión y no toleran resquicios por lo que pueda colarse la voluntad popular.Neoliberalismo o la geopolítica del Imperio. 
La “lucha contra la inseguridad” se ha convertido en piedra filosofal de los Estados, ya desde el seno de los “progresismos” que, bajo los gobiernos de Dilma Rousseff y de Cristina Fernández, sancionaron sendas leyes “antiterroristas”. La justicia acentúa sus rasgos punitivistas y, cuanto más jóvenes y morochas sean sus víctimas, se vuelve más punitiva. Mientras tanto, los asesinatos de Santiago Maldonado y de Rafael Nahuel permanecen impunes. El vitalicio Poder Judicial va asumiendo funciones de los otros poderes, legislando a través de sus sentencias y/o declaraciones de inconstitucionalidad. Las campañas contra la “corrupción” dirimen disputas políticas y económicas que otrora ameritaban lobbies en el Congreso. Las fuerzas policiales no necesitan de la justicia para aplicar por su cuenta la pena de muerte, con más de cinco mil chicxs asesinados por “gatillo fácil” durante los gobiernos constitucionales, lo que ahora se acelera y adquiere carácter doctrinario, con Patricia Bullrich y el “valiente” asesino por la espalda Luis Chocobar.
Las nuevas subjetividades mercantiles se adueñaron definitivamente de lo electoral: lxs candidatxs ya no requieren militantes sino publicistas y el “ciudadano” se limita a elegir en la góndola de las ofertas electorales, generalmente el producto ofrecido como “menos malo”. Lo nuevo es la profesionalización que ha adquirido esta dinámica electoral, tanto que hasta gran parte de las izquierdas han incorporado sus parámetros, sin disrupciones que desenmascaren a las instituciones e introduzcan en ese terreno individualista lo colectivo y popular. Se da la paradoja de que la “democracia” representativa liberal, cuanto más inútil se revela -tanto para el pueblo como para las clases dominantes- más se enarbola cómo única y final forma de gobierno.
Una primera mirada sobre nosotrxs mismxs constata que gran parte de las izquierdas no resultaron indemnes a la “normalización” de la política que trocó el protagonismo popular por el de los aparatos políticos tradicionales. La búsqueda de la imprescindible unidad cambió de actores y los intentos de articulación con el pueblo trabajador -con sus múltiples componentes y organizaciones- derivó en la búsqueda de algún partido o aparato con quien aliarse. Ya no se buscó politizar la lucha social sino construir en el terreno que el sistema delega a lo político, reino excluyente de los partidos y las instituciones.
El régimen representativo no puede ser mejorado a través de parches que lo hagan más “participativo” o con la introducción de legisladores de izquierda en los parlamentos, aunque sea necesario para el pueblo tenerlos allí. Tampoco profundiza la democracia “social” la introducción de nuevos derechos, cómo se pretendió al reconstruir el régimen tras la rebelión del 2001. Siendo vital luchar por ellos, la “ampliación de derechos” nos ha acostumbrado a pelear por un derecho hoy o a defender otro mañana, con el resultado de hacernos perder la perspectiva de la unidad de las luchas ambientales, antiextractivistas, anticoloniales y antipatriarcales en un proyecto alternativo global y al calor del cual podría ir construyéndose el pueblo trabajador como sujeto de transformación, así como las bases para el poder popular y los procesos constituyentes hacia una nueva democracia.
¿Hacia un recambio sin superación del macrismo?
Se va instalando la necesidad de “una gran Unidad” para derrotar al macrismo en el 2019. Todo político que se precie lo enuncia con tono de sensatez. Pero desplazar a un gobierno no significa que indefectiblemente se modifique el rumbo antipopular.
No sería la primera vez que sucede. Ya la Alianza que desplazó a Carlos Saúl Menem, no sólo fue incapaz de cambiar el rumbo sino que terminó colocando a Domingo Cavallo a la cabeza de la economía. La fantasía de que con sólo desplazar al presidente mejorarían las cosas no duró mucho. Y hoy, lamentablemente, muchos juegan a lo mismo.
No se trata de voluntad, ni siquiera de buenas o malas intenciones, sino de lo que permite (o no) la realidad nacional. En la actualidad un cambio de rumbo no sería factible sin, como mínimo, romper los acuerdos con el FMI e investigar y desconocer la deuda infame. Asimismo, esta vez no se contará con precios extraordinarios de los commodities sino habrá que imponer tributos muy fuertes y retenciones al agronegocio para bajar el precio de la canasta alimentaria. Garantizar energía suficiente y barata necesitará de la reapropiación de las empresas de servicios públicos. Evitar la fuga de divisas exigirá como mínimo el control sobre la banca y el comercio exterior. Transformar de raíz el sistema anti-democrático necesitaría de un proceso constituyente con amplia y democrática participación y debate popular. Y se sabe, la participación popular y cada una de las medidas citadas “desalienta” a los inversores.
¿Qué haría entonces un gobierno de “amplia unidad” que pueda vencer al macrismo pero no pretenda enfrentar al capital? ¿Qué permite suponer que sería capaz de garantizar estas mínimas medidas para hacer efectivo un cambio de rumbo más allá de la retórica?
Tampoco pareciera que el kirchnerismo esté dispuesto a encarar estas medidas afectando intereses de las clases dominantes. La expresión de Cristina durante el debate por la legalización del aborto acerca de no enojarse con la Iglesia así como el pedido de Máximo Kirchner en el Plenario de la Militancia de que “al odio le respondamos con amor” no parecen preparativos para una dura pelea ¿Mera táctica electoral? No. Mucho más probable es que constituyan un emergente de la imposibilidad de un nuevo ciclo progresista en la actual realidad y de los aprestos a ser parte de esa “amplia unidad”.
En un reciente escrito, Claudio Katz pronosticó: “Se perfilan dos escenarios: una regresión controlada o un estallido inmanejable. El primer contexto repetiría lo ocurrido en Grecia y el segundo lo padecido en el 2001” [2].
Para el primer escenario se suceden las aún inconclusas negociaciones entre todos los sectores del PJ. Un acuerdo general es sostener al gobierno hasta el 2019 mientras se va perfilando un candidato de “unidad”. Uno de quienes cuenta con posibilidades es Felipe Solá, con buenos antecedentes para ser candidato de consenso entre los diferentes sectores, aunque se termine dirimiendo en las PASO: fue ministro de Agricultura e impulsor del monocultivo sojero con el menemismo, demostró que no le tembló el pulso para reprimir junto a Duhalde durante la Masacre de Avellaneda en la que fueran asesinados Darío Santillán y Maximiliano Kostecki, fue hombre de Sergio Massa aunque con juego propio y hace muy poco fue nombrado por Cristina como uno de los mejores presidenciables, junto con Agustín Rossi. Otro candidato de “unidad” que se baraja es Roberto Lavagna, quien fuera ministro de economía de Eduardo Duhalde y se prolongara en los primeros tiempos del kirchnerismo.
Resulta probable que Cristina juegue como candidata sólo en el segundo escenario previsto por Katz, situaciones en las que ya ha demostrado su utilidad para las clases dominantes, al desarmar la rebelión popular del 2001. De no darse ese escenario, es muy difícil que sea aceptada por el resto de las alas del PJ.
En cualquiera de los escenarios posibles, el planteo de una “amplia unidad” contra Macri no resulta una palanca para terminar con el macrismo sino que constituye un dispositivo para canalizar el descontento y garantizar la gobernabilidad.
Párrafo aparte merecen las agrupaciones populares que aportan a la gobernabilidad del capital y se aprestan a ser parte de internas de las que pueda surgir tal candidatura unitaria. En especial aquellos que, como los “Cayetanos” (Movimiento Evita, Barrios de Pie y Corriente Clasista y Combativa) reconocen el liderazgo del Vaticano que, con el Papa Francisco (ex Bergoglio, ex Guardia de Hierro) está jugando fuerte en la interna política y sindical peronista.
El aporte de estos sectores a la gobernabilidad es radicalmente diferente al de la CGT, que a lo sumo convoca a medidas aisladas cuando necesita descomprimir y canalizar las broncas en medio de las peleas de aparato. A estas agrupaciones se las ve continuamente en la calle, con compañeras y compañeros librando peleas, algunas muy duras. Pero siempre evitando una toma de posición que pueda molestar al poder o a la Iglesia, como se pudo ver recientemente en el debate sobre el aborto. Uno de sus principales referentes, Juan Grabois, muy cercano al Papa, lo expresó claramente en la revista Crisis:
La lucha sindical dentro del capitalismo, la lucha económica dentro del capitalismo, es la lucha por los intereses económicos de un sector de la sociedad, por la plata, es bien concreta. Se cuenta en pesos. Y después hay otra lucha de las que algunos de nuestros compañeros participan muy abiertamente y lo hacen muy bien, que es la lucha política para ganar las elecciones... Yo creo que eso se resuelve en las urnas. Entonces no hay que pedirle a la calle, a mi criterio, lo que no corresponde a la calle, y eso no quiere decir que la calle no interviene en la política en términos generales, pero la calle no va a cambiar el gobierno [3].
Esa misma lógica, en que el pueblo sólo pelea por alguna mejora, por algunos pesos y la política es el arte de conseguir un lugar en las instituciones del poder, sin transformación de raíz, es la que permite que supongan que ser aceptados en el seno de la CGT constituye un paso hacia la “unidad de los trabajadores”.
La grave situación del país y del pueblo, las dificultades para desarrollar prácticas políticas desde abajo y sortear los dispositivos de gobernabilidad y el “sentido común” sistémico, hacen más urgente abrir un debate colectivo entre las izquierdas para construir desde el pueblo una alternativa superadora.
Alternativa de transformación de una izquierda transformada
Los reiterados llamados a esperar al 2019 no apuntan sólo ni principalmente a sostener a este gobierno agónico. Su mayor peligro es ocultar las tareas que el momento requiere. Porque no se trata sólo de cómo y cuándo debería irse eyectado el macrismo -algo sobre lo que el pueblo no pedirá permiso- sino de qué es lo que necesitamos emprender sin tardanza.
Porque hacer política construyendo una alternativa no puede agotarse en quien ocupa el Estado, aunque la disputa por el poder sea imprescindible. La construcción de poder popular exige mucho más que la construcción de un Partido, de un instrumento electoral o de disputar un gobierno. Requiere que el pueblo se organice, debata y luche por intervenir y decidir cotidianamente en cada aspecto de la vida de la sociedad y la comunidad.
¿Acaso no necesitamos imperiosamente poner ya en pie un amplio movimiento popular de ruptura con el FMI y por el desconocimiento de la deuda externa, para liberarnos de su yugo? O ahora que pretenden arrasar con la educación pública y popular y convertirla en instrumento de adaptación a los requerimientos del sistema, ¿no necesitamos converger en un congreso popular educativo de todos los niveles, que trascienda los sindicatos para insertarse en los territorios y la juventud, hacia un movimiento por la defensa y transformación de la educación pública y popular? ¿No necesitamos similares iniciativas ante cada necesidad para convertirlas en derechos? Y por sobre todo ¿no necesitamos trabajar pacientemente pero sin descanso por una confluencia de todo el pueblo trabajador movilizado, con sus organizaciones y colectivos, en un gran movimiento socialista, feminista, libertario y por una patria Nuestroamericana liberada?
Hay quienes suponen que levantar un proyecto de país y de sociedad que trascienda al capitalismo patriarcal es un lujo para este momento en que la ofensiva está en manos del capital. Pero sin una propuesta más allá de la reacción a contragolpe, indefectiblemente terminará por imponerse la aceptación resignada del ajuste y el neoliberalismo como alternativa al caos.
El gran desafío es si las víctimas de este sistema seremos capaces de construir una alternativa positiva, independiente y radicalmente opuesta al sistema actual, que las izquierdas recuperemos la audacia de abandonar el malmenorismo porque, tal como planteaba Samir Amin, “yendo de menos malo en menos malo, se acaba llegando al final a lo peor”. Los resultados están a la vista.
La paciente construcción del movimiento de mujeres durante décadas, que en los últimos tiempos hizo asambleas conjuntas multitudinarias, movilizó a millones, convocó a intelectuales y artistas, hizo reuniones en los barrios, confeccionó folletos, libros y videos, se viralizó por las redes, polemizó públicamente, impulsó el proyecto de ley por el derecho al aborto libre y gratuito pero fue más allá, reapropiándose de cuerpos, voluntades y deseos, es un gran ejemplo del que necesitamos aprender en todos los terrenos.
La fragmentación de las izquierdas no constituye un buen augurio para estas tareas. Quienes crean que los pueblos no tienen la capacidad de construir soluciones creativas y alternativas poderosas seguirán creyendo en “regresos” triunfales o en Partidos providenciales llamados a dirigir al pueblo. Seguirá, en ese caso, primando la diferenciación permanente. Pero no está determinado que éste sea el rumbo. Creer en el pueblo, en la construcción de su poder, obliga y empuja a aportar colectivamente, más allá de diferencias que, en todo caso, nadie más que el pueblo podrá dirimir.
En las múltiples peleas actuales está surgiendo una nueva generación, muy joven, de luchadoras y luchadores, sin experiencia pero también sin las taras que el progresismo sembró y con las que contaminó generaciones anteriores. Y así como los varones debemos deconstruir el machismo y el patriarcado internalizados, las viejas generaciones militantes debemos deconstruirnos frente a estas nuevas generaciones y experiencias y acompañar, con los valiosos bagajes y aprendizajes acumulados, los nuevos procesos y construcciones, comprendiendo que tenemos mucho por aprender de ellos.
Notas:
[1] Roux, Rhina; Dominación, insubordinación y política, 2002, en https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=80
[2] Katz, Claudio. Otro camino para enfrentar la crisis, 2018. En https://katz.lahaine.org/b2-img/OTROCAMINOPARAENFRENTARLACRISIS.pdf
[3] Grabois, Juan, Adiós al gradualismo y ahora qué, 2018. En https://www.revistacrisis.com.ar/notas/adios-al-gradualismo-y-ahora-que

Sigamos profundizando en el análisis de Sergio Zeta 

2019: alternativas populares y de izquierda más allá(y más acá) de las elecciones
14 de enero de 2019
 
Por Sergio Zeta (Rebelión)
"El pueblo aprendió que estaba solo y que debía pelear por sí mismo
y que de su propia entraña sacaría los medios, el silencio, la astucia y la fuerza"
Rodolfo Walsh, Un oscuro día de justicia, 1973.
 
No hace más de un año, el contundente triunfo en las urnas obtenido por el macrismo lo alentó a imaginarse con suficiente consenso para ajustar y reorganizar la estructura política, económica, social y cultural del país. Pero apenas dos meses después la extendida resistencia popular y un diciembre de lucha contra la reforma previsional resquebrajó esta ilusión, abriendo una crisis económica y política que aún perdura.
Con la misma rapidez con que se fantaseó con una derecha imbatible se la pasó a imaginar presta a abordar helicópteros. Fantasía hermosa que alegraba el corazón pero que venía con trampa: alentaba a dejar de lado las imprescindibles tareas acordes a una nueva realidad en cuanto a organización, la lucha y la construcción de propuestas programáticas alternativas del pueblo trabajador.
El pueblo no fue derrotado en las calles, por eso la victoria electoral macrista no pudo expresarse como avance ilimitado y la lucha popular siguió expresándose en todo el país a lo largo de todo este 2018. Sí, en cambio, sufrimos una derrota cultural, de proyecto, que el macrismo no fue quien causó sino quien la usufructuó. De este modo puede continuar con su ofensiva a pesar de la resistencia que despierta.
La dispersión en el campo popular es grande y quienes construyen política desde coyunturas electorales volátiles, lejos de augurar procesos de largo alcance, suelen ser olvidados en poco tiempo. La unidad popular sólo puede sostenerse sobre nuevos proyectos político-sociales que comprendan a los diversos sectores del pueblo trabajador, sobre nuevas síntesis identitarias plebeyas. No puede levantarse en base a nostalgias más o menos críticas de alternativas capitalistas responsables de la derrota cultural y del proyecto emancipador del pueblo. Ni puede sostenerse sobre una limitada y coyuntural redistribución neodesarrollista que, al toparse con sus límites, no encontró otra vía de superación que hacia su derecha. (ver Féliz, Pinassi, 2017) 
Diciembres distintos y políticas diferentes
Un conocido periodista progresista no pierde oportunidad de criticar a las izquierdas “maximalistas” que, según su decir, en sus pretensiones de conseguirlo todo no logran que el pueblo obtenga nada. Este análisis encubre su propia derrota ante la evidencia de que la lucha por ¨lo posible¨ se traduce en falsas ilusiones para el pueblo trabajador y profundiza su pobreza estructural y la precarización de la vida. Un compañero de una villa en Capital cuenta con preocupación que hace unos años podía elegir una primera marca en fideos, base de su alimentación cotidiana, y ahora sólo puede comprar la más barata que se deshace en la olla. Creo que no hacen falta más palabras. Si bien la alternativa no es menor para quien sólo come fideos esto no debería ser considerado un derecho adquirido, ni peor es nada, ni dignidad. Dejando de lado la pretensión aparentemente “maximalista” de que todos podamos acceder a una alimentación diversa y sana, hoy, tras una breve coyuntura diferente, hasta para comer mejores fideos hay que sacarles a los ricos y obturar los canales de extracción de nuestras riquezas.
Los “minimalistas” se dedican entonces al juego que mejor saben y que más les gusta: prepararse para las elecciones. Festejan entonces cada político o burócrata sindical -desorganizadores seriales de los sectores populares- que se suma al “todos contra Macri”. Fórmula que podría traducirse como “todos para que Macri se vaya recién dentro de un año” que, claro, sería más sincera pero menos atractiva.
Tanto la subordinación a estrategias electorales como sostener la posibilidad de retornar a políticas progresivas que en otros tiempos significaron ciertos avances relativos, provocan desorientación y desmoralización, así como aportan a un desinfle burocrático de las luchas. Un ejemplo de esto es la masiva pelea por la educación en todos los niveles, una de las más fuertes que se libraron este año, que podría haber asestado un potente golpe al gobierno.
No resulta llamativa la actitud de las burocracias políticas y sindicales cuyo universo transcurre en el capullo electoral del que se nutren mientras esperan el 2019. Pero necesitamos preguntarnos ¿hubiéramos podido intentar otro rumbo desde las izquierdas? ¿no hubiera sido necesario impulsar -superando el corporativismo- un Congreso o Cabildo abierto nacional de todos los niveles y de toda la comunidad educativa para debatir que educación necesitamos como pueblo, quien la debe dirigir y cómo luchar para imponerlo, cuando cientos de miles de compañerxs ocupaban las calles, escuelas y Universidades? ¿No hubiera sido un salto político para fortalecer la pelea? ¿Acaso la comunidad educativa de Moreno no nos demostró que era posible articular la escuela con el barrio para potenciar la lucha? ¿No tenemos las izquierdas una inserción para nada despreciable en todos los sectores de la educación como para intentarlo? ¿Acaso eso no hubiera sido hacer política tanto como el presentar candidatos al Parlamento, aunque el sistema sólo clasifique como “política” esta última práctica?
Estas posibilidades resaltan el nefasto rol de la burocracia sindical, que desde las cúpulas de la CGT, las CTA's, como desde el “Frente Sindical para el Modelo Nacional” aportan a encausar la bronca en misas, performances catárticas poco efectivas o en esporádicas protestas sin continuidad ni claros reclamos. Si la posibilidad de que sea “con los dirigentes a la cabeza” llevó a la explosión del “poné la fecha”, se hace cada vez más evidente la necesidad de organización por abajo, para hacer realidad “con la cabeza de los dirigentes”, hacia un sindicalismo de nuevo tipo, no corporativo, clasista, democrático y combativo.
Asimismo, muchas organizaciones territoriales o de economía popular vieron limada su gran potencialidad -demostrada en las calles- por una dirigencia subordinada a la Iglesia y deseosa de sumarse a las internas del PJ.
Las consecuencias se expresaron en un diciembre muy diferente al del año anterior –y a lo que hubiera sido necesario- a tal punto que el ministro Nicolás Dujovne sale a festejar que “nunca se hizo un ajuste de esta magnitud en la Argentina sin que caiga el gobierno”.
El afán de quienes imaginaban helicópteros y ahora fantasean con urnas se agota en alumbrar una boleta sábana de “todos contra Macri”, sin importar que en ese “todos” haya muchos que vienen sosteniendo a Macri y su política. Se olvidan que no toda unidad suma; que las lógicas del capital y el poder empresarial no habilitan cambios de rumbo si no se los enfrenta; que no habrá medidas que atenúen los padecimientos populares si no se rompe con el FMI; que la “unidad” que ahora se postula es similar al “todos contra Menem” que terminó pariendo un De la Rúa y un Domingo Cavallo en su tercera temporada. Y sobre todo, mientras se dice buscar reflejar políticamente las luchas populares, se valora más el aporte de personajes siniestros como Felipe Solá, Luis Gioja, Gildo Insfrán, Ricardo Pignanelli y tantos otros, por sobre los aportes del pueblo, que en las calles protagoniza una persistente lucha y que en su mayoría se siente ajeno –con razón- a los partidos, instituciones y mecanismos “democráticos” que -a 35 años de la dictadura- no resultaron panacea de fin de historia sino herramienta de opresión y padecimientos populares.
Crisis de la “grieta” y crisis de la democracia
Pobre Argentina. Tan lejos de Dios y tan cerca de las elecciones
Alfredo Grande
 El capitalismo al escindir el terreno de la economía y lo social-donde prima la desigualdad y la voluntad popular no cuenta- del terreno de la política, restringe ésta al terreno de lo estatal. La “democracia” representativa liberal consuma esta castración de la política poniendo un signo igual entre hacer política y votar.
Si las viejas izquierdas se fueron adaptando a esta escisión, una de las novedades que introdujo una nueva izquierda en las prácticas políticas -con el zapatismo, las rebeliones populares en Bolivia o la Argentina del 2001, el chavismo popular, etc.- fue la politización de la vida, en tanto “que la política atraviesa el Estado pero claramente excede al Estado (Stratta, 2018). Este “exceso”, terreno primordial de una otra política en tensión con lo aceptable por el sistema, constituye el principal espacio de construcción de poder popular. De allí lo disruptivo de lxs trabajadores que han recuperado y hecho funcionar empresas sin sus patrones; del movimiento feminista al poner en cuestión el rol asignado a las mujeres en la reproducción social y de la fuerza de trabajo; de los movimientos socio-ambientales que defienden el agua y la vida frente al extractivismo; de organizaciones sindicales que como la Federación Aceitera no aceptan otro valor mínimo de la fuerza de trabajo que el “que le asegure alimentación adecuada, vivienda digna, educación, vestuario, asistencia sanitaria, transporte y esparcimiento, vacaciones y previsión” (Yofra, 2017); o sectores docentes que no solo pelean por salario sino ponen en cuestión la educación como reproductora del sistema. Pueblos que han logrado avanzar a la articulación social y política de los sectores de la clase que vive de su trabajo han podido alumbrar experiencias avanzadas aunque incipientes de poder y de proyecto popular alternativo, como las comunas chavistas, los caracoles zapatistas, o el confederalismo democrático kurdo.
Estas experiencias resaltan que “… sólo con presión al Estado no se logra un cambio en las relaciones de fuerza. Por lo tanto, desde esta visión es indispensable, además, disputar el sentido de las creencias y las concepciones que regulan la vida social. La presión al Estado no basta, si no se impugnan al mismo tiempo las ideas que sustentan a la sociedad burguesa.” (Stratta, 2018)
La frustración con la llamada “democracia” crea condiciones para esta impugnación. Pero tras la “normalización” de la política acaecida durante la década kirchnerista, incluso sectores de la nueva izquierda “popular” volvieron a privilegiar al Estado como único terreno de lo político y restringieron lo económico-social a terreno de la mera lucha “que debe expresarse en las elecciones” como supuesta única manera de hacer política de masas.
Los medios resaltan las visiones que dan centralidad a la disputa electoral por el Estado, como la de Hugo Yasky para quien “salvo una provocación sería mejor evitar hacer paros en un año electoral”. Una y otra vez se volverá a machacar que lo electoral es la “madre de todas las batallas”. Todo lo demás parecerá secundario y nadie que pretenda parecer sensato se atreverá a decir -ni a formular políticamente- que hay otras tareas tan o más importantes para los destinos populares. Será necesaria mucha fortaleza política y principalmente, mucha ligazón con los sectores populares, para desarrollar una disputa política en otros terrenos, sin por ello desentenderse de lo estatal.
La primacía de lo electoral desplaza al sujeto protagonista de la política. Asimismo, se desplazan los debates políticos acerca de la educación, la salud, el acceso a la energía, la vivienda, el transporte, la seguridad popular o la soberanía alimentaria. O acerca de la necesidad de romper con el FMI, desconocer la deuda, terminar con el patriarcado, encontrar las vías para una refundación clasista y democrática del movimiento obrero o para el impulso a la integración latinoamericana. Ya no cuenta el pueblo peleando por imponer su política, construir su poder y referenciar liderazgos. El protagonismo pasa a los personajes mediáticos, los políticos profesionales, los aparatos con personería electoral y dinero para costosas campañas publicitarias. Más de 30 años de Encuentros de Mujeres parecen valer menos que un twitt tildando de “machirulo” al presidente. La vital pregunta por la unidad de los diversos fragmentos del pueblo trabajador troca en roscas para construir la unidad del PJ y sumar al “todos contra Macri”. No como discutible y dolorosa opción de segunda vuelta sino como construcción estratégica.
Hay compañeros que suponen -en una visión etapista particular- que el derrotar electoralmente al macrismo de la mano de Cristina puede posibilitar una radicalización del kirchnerismo en tanto se podría empujar a una confrontación con sectores del capital.
Pero es mucho más probable otra hipótesis más realista y menos fundada en el deseo: que en la lucha contra las miserias a las que nos condena el capitalismo patriarcal y colonial surjan sectores que imaginen, proyecten y peleen por imprescindibles transformaciones, mientras el kirchnerismo opere de contención para esterilizar su esfuerzo. No estamos imaginando, ya sucedió en la década pasada.
Nada de esto significa no dar pelea también en el terreno electoral. Pero sin adaptarse a sus mecanismos ni abandonar el protagonismo colectivo popular, sino introduciendo en la realidad el mensaje de los sin voz. Esa voz colectiva que el sistema intenta acallar y que constituye el terreno donde la izquierda puede y debe tallar, aunque eso espante algunos votos “progres”.
El sistema intenta que no nos sintamos parte de una clase social oprimida –diversa pero con intereses similares- sino nos consideremos “ciudadanxs”. Donde el otro ya no sea un posible compañerx sino un potencial límite a nuestra libertad. Para esto, “… las clases no sólo se atomizan, sino que los átomos se reagrupan de tal manera que el concepto de clase llega a parecer poco útil o pertinente para la lucha colectiva ... En el Estado moderno capitalista los ciudadanos son hacinados en todo tipo de agrupamientos: se les clasifica, primeramente y ante todo como familias, pero también como votantes, contribuyentes, inquilinos, padres, pacientes, asalariados, fumadores y abstemios ... Este moldeamiento es una lucha, una lucha por canalizar la acción clasista en las formas fetichizadas de la política burguesa, una lucha por constituir la forma Estado.” (Holloway, 1994)
En nuestros días, “pibes chorros”, “militantes”, “choriplaneros”, “piqueteros”, “sindicalistas”, “mapuches” son constituidos como agrupamientos antagonistas de lxs “ciudadanos”, la “gente” o el falso y nefasto “el que se la gana laburando”. Todo gobierno construye su supuesto antagonista. Cristina Fernández alimentó el huevo de la serpiente construyendo un macrismo a su medida en lo que más tarde Durán Barba denominó “la grieta”. Esta formulación se tornó tan eficaz que forzó a tomar partido, so pena de ser tildado de indiferente o falto de voluntad de poder y bajo la presión de microclimas “progresistas”. Todo otro agrupamiento antagónico, “empresarios-trabajadores”, “izquierdas-derechas”, “pañuelos verdes o celestes”, “pueblo trabajador-imperialismo” devino anacrónico, como argumentó Cristina Fernández en el Foro de Pensamiento Crítico.
Vale aclarar que sostener que la “grieta” necesita deconstruirse como antagonismo no significa considerar que ambos polos sean lo mismo. No se trata de similitud ni de antagonismo, sino de complementariedad, en tanto rostros diferentes del mismo capitalismo patriarcal y alternativamente necesarios para un funcionamiento mínimamente armónico del sistema de explotación y opresión.
Lo nuevo es que la crisis erosiona la credibilidad de la “grieta” y desgasta a ambos contendientes, condición necesaria (aunque no suficiente) para su superación.
Un sobrevuelo por esta crisis permite distinguir la caída en picada de la imagen presidencial, un poder judicial recuperando el descrédito que tuviera en las jornadas del 2001, “cuadernos” que develan una feroz pelea por el negocio energético y los contratos con el Estado, demostrando que no hay inocentes en la articulación entre negocios legales e ilegales de un capitalismo que no puede ser “serio” ni “humano”.
Por el lado del PJ la situación no es mejor, o si se quiere, es peor. Un peronismo “sensato” que vacila entre seguir pegado al macrismo o tomar distancia. Y un Consejo Nacional Justicialista que reagrupa todo en un gran container donde caben “progresistas”, burócratas sindicales, “barones” del conurbano, defensores de empresas transnacionales, represores, unidos no por el amor sino por el espanto de perder su poder territorial si no se prenden a la figura de Cristina.
El salto dado por el “riesgo país” no revela sólo el temor a la incobrabilidad de la deuda sino la desconfianza en la capacidad del gobierno para superar una crisis que pone en cuestión el sistema político institucional, que puede motorizar tanto salidas reaccionarias como una intervención popular que no acepte promesas de “profundización” de la democracia, sino aspire a otra institucionalidad democrática sobre sus escombros.
Esta disputa no tiene final cantado. Ante el fracaso del reformismo progresista y el deterioro de las instituciones “democráticas”, las derechas avanzan con alternativas neofascistas, como en Brasil.
Las izquierdas también tenemos condiciones de sobra para intervenir. A condición de plantarnos contra la ilusión de una inclusión sin conflicto (y cuestionar la idea misma de inclusión). De rechazar una “democracia” que ni es democracia ni es “el mejor sistema posible” (o seguirán siendo las derechas quienes capitalicen su descrédito). De combinar los reclamos inmediatos con perspectivas que vayan a la raíz de los problemas, evitando la soberbia de quienes suponen que estas cuestiones le interesan más a los partidos e intelectuales que al pueblo. De no ponernos en la vereda de enfrente del descreimiento popular en los “políticos”, en tanto “la repolitización que viene... tiene que pasar primero por una despolitización. Una despolitización positiva, un proceso activo en el que hacemos una “limpieza” de una cantidad de creencias y hábitos que hemos adquirido durante la etapa del asalto institucional” (Fernández Savater, 2018).
Construiremos alternativa popular a condición de plantarnos desde las luchas. Pero no sólo desde ellas, sino sembrando ideas y construyendo lazos comunitarios por todos los medios posibles, incluso en las elecciones. Tarea molecular, gris y por mucho tiempo casi invisible, pero más productiva y eficaz que las maniobras electorales “brillantes” que terminan abonando al campo de sectores ajenos al pueblo trabajador.
La izquierda anticapitalista como alternativa electoral tiene límites importantes y encuentra un techo en la autoproclamación. Las organizaciones, colectivos y compañerxs que aún nos consideramos de una nueva izquierda independiente necesitamos -en forma articulada y unitaria al mismo tiempo que abierta- reclamar su apertura real y democrática, no sólo ni principalmente al resto de las izquierdas anticapitalistas y antipatriarcales no trotskistas, sino a todos los colectivos, movimientos y activistas de la extendida izquierda social. Necesitamos una articulación amplia de la nueva izquierda que asimismo pueda debatir el impulso a otras iniciativas y campañas políticas desde abajo y cotidianas, más allá de declaraciones y elecciones.
La Iglesia: una mano tendida a la recomposición institucional del capitalismo argentino
La Iglesia argentina parecía estar contra las cuerdas cuando la lucha de las mujeres conmovió profundamente el país y dotó a los sectores populares de nuevas sensibilidades, renovadas prácticas y lecciones estratégicas.
Sin embargo, lanzó una contraofensiva que le ha permitido mayor injerencia aun en todas las esferas de la política argentina y que apunta a sentar las bases para una recomposición del régimen político y el bipartidismo sobre el que se sostiene la ofensiva del capital.
Esta contraofensiva se hizo evidente con el freno a la legalización del aborto, en los ataques de los autodenominados “provida” contra la Educación Sexual Integral (ESI), en la sentencia a los brutales femicidas de Lucía. Pero también en que el plan de lucha del sindicalismo “combativo” haya devenido en una misa en Luján, en la intervención del Papa Francisco en la recomposición y unidad del PJ, con el beneplácito de Cristina y a través de un amplio espectro de personajes de derecha, como Felipe Solá, José Luis Gioja o Julián Domínguez, del centro-izquierda como Pino Solanas, referentes de movimientos sociales como Juan Grabois, pasando por sindicalistas como Pablo Moyano, Hugo Yasky, Héctor Daer o Aldo Pignanelli. Felipe Solá reconoció el rol jugado por el Papa: “hay una especie de parálisis con lo que está pasando en el país, y esa interpelación a ponernos en movimiento está viniendo de Roma”.
Asimismo, recientemente se conoció un documento de todos los sectores del sindicalismo burocrático junto a la Unión Industrial Argentina (UIA) denominado “Una patria fundada en la solidaridad y el trabajo”, cuya coordinación estuvo a cargo de los obispos Oscar Ojea y Jorge Lugones, considerados los más cercanos al Papa Francisco y cuya redacción final estuvo a cargo de “Scholas Occurrentes”, fundación educativa internacional creada por Francisco y recientemente elogiada por el Banco Mundial.
Los avances eclesiásticos se hacen notorios cuando agrupaciones feministas pasan a aliarse con un representante del Vaticano como Grabois, enemigo del derecho al aborto y defensor de una “cristiana” “aceptación” del capitalismo.
No puede haber confusión acerca del Papa Francisco. Su “teología del pueblo” no tiene nada que ver con la “teología de la liberación”. Mientras el primero se dirige a los poderosos para que “se acuerden de los pobres”, como señaló Francisco en su carta al encuentro de Davos, los segundos alentaban al pueblo oprimido a pelear contra los dueños del poder político y de la riqueza. Solo el malmenorismo y el abandono de toda esperanza de emancipación social y nacional puede confundir a unos con otros, en un escenario en que la lucha por la transformación resulta imprescindible para frenar el tren hacia el abismo.
La campaña por la separación de la Iglesia del Estado se presenta con más dificultades que las previstas pero resulta más imprescindible.
El territorio como construcción de comunidad,
de síntesis política y de proyección alternativa 
Los desafíos de los movimientos territoriales han adquirido nuevos contornos en el transcurso del nuevo siglo. Como señala Fernando Stratta, “... los procesos de acumulación por desposesión, en tanto significan violentos procesos de despojo sobre las poblaciones, generaron nuevas conflictividades, que se observan en diferentes ámbitos de la sociedad: en el trabajo (flexibilización y desregulación laboral), en los territorios (desplazamiento de pueblos originarios), conflictos urbanos (expulsión campesina y periferias de las ciudades), sociales y en los cuerpos (profundización de las violencias de género)”.
Todos estos conflictos se expresan en la falta de escuelas, en la insalubridad (basurales en zonas de viviendas precarias, criaderos de mosquitos, contaminación por plomo, falta de cloacas y de centros de salud de cercanía, etc), zonas urbanas fumigadas con glifosato, creciente mercantilización del deporte y la cultura que las hacen inaccesibles para lxs jóvenes, tarifazos, etc., etc.
Asimismo, “ Esta nueva dinámica de la economía capitalista con centro en las finanzas –caracterizada por la interrelación entre lo formal, lo informal y lo ilegal–, en la medida en que incorpora al crimen como un elemento inherente al proceso de valorización del capital, genera nuevas formas de violencia que se diseminan por el conjunto de la sociedad ”. Nuevamente, es en nuestros barrios donde más se expresa, así como en el accionar de fuerzas complacientes de seguridad con los narcos e impiadosas con nuestros jóvenes.
El resultado es la fragmentación social como consecuencia buscada en la fase neoliberal del capitalismo. Se trata, entonces, de revertir la fragmentación en el campo popular, con herramientas aptas para dar batalla en todos estos terrenos comprendiendo que de fondo, es una misma y sola batalla.
La Cetep ha surgido como herramienta de lucha en muchos territorios. Sin desmerecer su valor y más allá de su conducción, hay que señalar que ha sido construida sobre los moldes y aspirando a ser parte del viejo sindicalismo que, en la nueva situación, muestra sus límites. Asimismo, movimientos territoriales nacidos en los '90 en la vital pelea por trabajo (así asuman la forma de una relación no salarial, de asignación estatal) y contra el neoliberalismo, enfrentan el desafío de renovar y ampliar reclamos y formas organizativas que vayan más allá de los organizados hacia el conjunto del barrio y -más allá de las urgencias- trascendiendo (sin abandonar) la pelea por planes y reparto de comida, evitando un corporativismo despolitizante tal como el de muchos sindicatos que contemplan solo el interés de sus afiliados por sus ingresos; o que ante la complejidad de la situación, se rompa el hilo por lo más delgado y se desaten roces y peleas por recursos entre sectores barriales y organizaciones hermanas. El sentido común que imponen las clases dominantes hace más natural la guerra de “pobres contra pobres” que “pobres contra ricos”. Solo una política que articule los intereses diversos del conjunto de los sectores populares politiza al punto de hacer más natural esta última.
El barrio resulta un espacio imprescindible para la reconstrucción de lazos comunitarios, solidarios, identitarios y cuyo valor es difícil de exagerar al constatar que las peleas más fuertes y persistentes hoy la libran quienes han mantenido o reconstruido esos lazos comunitarios, como los pueblos originarios y las mujeres, sororidad mediante. El territorio resulta el espacio desde donde puede construirse síntesis multisectoriales de la diversidad de problemas que atraviesan al pueblo trabajador y desde iniciativas político-sociales que emanan desde abajo y es posible potenciar y multiplicar, hacia la construcción de potentes movimientos territoriales que, aun cuando necesiten movilizar junto a la Cetep, se distingan de ella en tanto al ampliar las miras disputen proyectos políticos alternativos.
¿Dónde están les compañeres? 
En un texto reciente, Aldo Casas señalaba que “Debemos buscar compañeras y compañeros en esas «otredades» humilladas y marginadas que son las comunidades de pueblos originarios, los colectivos de lucha contra el extractivismo, el pobrerío urbano, los trabajadores que sufren el ajuste y la precarización, en las luchas contra el patriarcado y la violencia de género, etcétera. Nuestro marxismo debe ser capaz de actuar, hablar y pensar con ellos y desde ellos para ayudar a poner de pie una multivariada fuerza social popular capaz de proyectar un nuevo horizonte anticapitalista. Contribuir a imaginar proyectos comunes alternativos y a forjar la voluntad colectiva y revolucionaria de llevarlos a la práctica”. (Casas, 2018)
Parece de perogrullo, pero son muchas las organizaciones populares hermanas que a la hora de buscar compañeres, no buscan allí sino en el kirchnerismo, intentando un diálogo de sordos que cada vez más se demuestra monólogo en el que unos ordenan y el resto tristemente se amolda mientras “surfea” diferencias.
Es claro que un encuentro de media hora con Cristina o Axel Kicillof tendrá más prensa que horas mateando con doñas o jóvenes del barrio. Pero esto último resulta más productivo además de más agradable. Necesitamos ir a hablar, pero no como los evangelistas, porque se puede llevar un mensaje de izquierda como se lleva el mensaje de Dios. Necesitamos dialogar, aprender y enseñar simultáneamente. Diálogo desde donde planificar las próximas movidas, desde donde construir comunidad.
Hay hechos pequeños que sólo son material de anécdotas, pero hay otros que señalan iniciales rumbos de transformación. En las calles constantemente pasan chicas, muy jóvenes, con pañuelos verdes anudados. Esto trasciende la lucha feminista. Hace poco, estando quien escribe en el subte, un hombre le gritó a otro “bolita de m.., por qué no te va a tu país”. Al instante, decenas de mujeres insultaron al agresor hasta hacerlo bajar del subte. En la pelea de las Universidades, en las tomas y clases públicas, las chicas con pañuelo verde también eran vanguardia. En muchas empresas comienzan a organizarse comisiones de mujeres. El país ya no volverá a ser el mismo.
Surge una izquierda social muy extendida y joven, que trasciende en mucho a las orgánicas y que quizás no se dice de izquierda pero tiene prácticas y objetivos que se pueden considerar como tal. Las imprescindibles iniciativas de articulación no pueden entonces limitarse a coordinar organizaciones que, con todo lo valioso que tengan, no resultas suficientes. Necesitamos nuevas formas de encuentro, formaciones políticas conjuntas abiertas, encuentros de debate político, despliegue de iniciativas comunes, construcción de movimientos políticos en diversos terrenos como la educación pública, la soberanía energética o la ruptura del FMI, imprescindibles para la construcción de una nueva alternativa político-social nacida desde abajo, que termine con la escisión entre lo político y social que conduce a valiosxs compañerxs a construir meros aparatos electorales.
Esta nueva generación despierta esperanzas y temores. Esperanza: la nueva generación que nace en las luchas no está infectada por las taras del progresismo y en la que “ir por todo” no es palabrerío hueco sino una realidad. Temor: que tengan que empezar de cero. Me lo enseñó hace poco una compañera joven que me retrucó, cuando hablé de recambio generacional, que no necesitamos un “recambio” sino una integración generacional. Tiene razón, es mucha la experiencia acumulada en nuestro pueblo.
Se cumplen 100 años del asesinato de Rosa Luxemburgo, que ya entonces nos advirtió que la disyuntiva al capitalismo era “socialismo o barbarie”. Lo único en duda de dicha fórmula es si el capitalismo nos reserva un destino de “barbarie” o un holocausto planetario.
En Argentina, el pueblo nunca ha soportado mucho tiempo las cadenas. La feroz dictadura o el neoliberalismo sin máscara de Menem-De la Rua pueden dar fe de ello. Macri y lo que el significa para el pueblo, será entonces derrotado. No con fórmulas de los de siempre sino, como decía Rodolfo Walsh, con la astucia y la fuerza popular.
Referencias
Casas, Aldo (2018). Nuestro Marx y los desafíos del presente. En: https://herramienta.com.ar/articulo.php?id=2883
Féliz, Mariano y Pinassi, María Orlanda (2017). La farsa neodesarrollista y las alternativas populares en América Latina y el Caribe, Buenos Aires, Herramienta.
Holloway, John (1994), Marxismo, Estado y capital, Editorial Tierra del Fuego.
Stratta, Fernando (2018). Movimientos Sociales y Estado. Notas para pensar la construcción de poder popular. En: http://contrahegemoniaweb.com.ar/movimientos-sociales-y-estado-notas-para-pensar-la-construccion-de-poder-popular/