domingo, 24 de febrero de 2019

El capitalismo ilusionó ser el sistema de las democracia, libertad e igualdad.

Pero qué economía lo rige nacional e internacionalmente: la centrada en
privilegiar el lucro oligopólico sea como sea.
Preguntémonos cómo la democracia naturalizó tanto la obediencia debida como la creencia en las elecciones entre los diversos de abajo y silenció e invisibilizó las crecientes expropiaciones de la gran burguesía local e imperialista. Con la ayuda del profesor Rolando Astarita ejemplifiquemos la función de los relatos K vs. la realidad de que, como todo capitalismo y sobre todo el dependiente, creció infringiendo derrota económica, social e ideológica a la clase de los trabajadores.

“Profundizar el modelo” después de Kirchner

31 de octubre de 2010
 Por Rolando Astarita
Una de las primeras cuestiones que se definieron desde las altas esferas del Gobierno a horas de la muerte del ex presidente Kirchner, fue el propósito de “profundizar el modelo”. Por modelo se entiende, en lo esencial, la política económica “industrialista”, aplicada desde 2003. Es pertinente preguntarse entonces cuáles son hoy sus condiciones de evolución.
Crecimiento basado en el tipo de cambio alto
A partir de 2002 el tipo de cambio real alto fue clave para la estrategia del desarrollo “industrialista”; primero en el gobierno de Duhalde, y luego en los gobiernos de los Kirchner. El tipo de cambio real multilateral entre 2002 y 2009 fue, en promedio, un 30% más alto que en el promedio de los últimos 30 años. El cambio abrupto de precios relativos, ingresos y rentabilidades producido con la crisis de 2001, explica mucho de lo que sucedió en los años que siguieron. Recordemos que a mediados de 2002 los salarios estaban, en dólares, a un 25% del nivel de diciembre de 2001. Esa caída de salarios estuvo en el centro de la recuperación de la acumulación.
Pero la baja de salarios se combinó con otros tres factores, por lo menos. En primer lugar, los equipos industriales se habían renovado, relativamente, durante los noventa. En este respecto, hay que dejar de lado la idea, muy difundida en ciertos ámbitos del progresismo, de que durante la época menemista solo hubo especulación y parasitismo. La verdad es que en esos años aumentó la productividad industrial; también lo hizo la relación de capital por obrero (autores de la CEPAL han subrayado esta cuestión). En otras palabras, las empresas que sobrevivieron a las quiebras, renovaron sus equipos, se modernizaron, y también racionalizaron las plantillas (lo que produjo un aumento significativo de la desocupación). En segundo término, como producto lógico de la crisis, en 2002 había gran capacidad ociosa, lo que habilitaba a que hubiera un rápido incremento de productividad, por caída de costos fijos, a medida que avanzara la recuperación de la demanda. En tercer lugar, las tarifas de servicios públicos quedaron congeladas, y los precios de muchos bienes no transables se rezagaron. En 2002 la tasa de inflación fue del 41%, pero los precios de salud, educación y vivienda aumentaron en promedio el 10%.
Todos estos factores se conjugaron entonces para que la ecuación de costos de las empresas, en particular de las productoras de bienes transables, diera un vuelco dramático en los meses que siguieron a la caída del gobierno de De la Rúa, dado que hubo una fuerte recuperación de la demanda en los sectores que producen bienes que compiten con importaciones. A su vez, la recuperación de la ocupación, y del gasto de plusvalía en consumos postergados durante la crisis, dieron impulso al crecimiento. (…) 
 
¿Qué significa “profundizar el modelo”?
Por lo explicado, podemos decir que el crecimiento con tipo de cambio alto no tiene secretos. La ciencia de esta “alta política económica” reside en el aumento de la tasa de plusvalía, que se logra por la caída de salarios vinculada a la devaluación de la moneda.
Por lo tanto es consustancial al “modelo” que los salarios se mantengan relativamente bajos. Los salarios del sector privado formal (representaría aproximadamente el 30% de la fuerza laboral) están, en términos reales, un 10% por encima de 2001, y muchos capitalistas se están quejando. Necesitan mantenerse competitivos vía aumento de la plusvalía absoluta, la intensidad del trabajo, y reducción de la canasta de bienes de los asalariados. Pero hay límites a lo que pueden conseguir por esta vía, debido a que la recuperación de la ocupación ha fortalecido el poder de negociación del trabajo (aunque sea por la vía indirecta, de la burocracia sindical). En consecuencia, la variable de ajuste más “a mano” pasa por mantener precarizada a una parte sustancial de la fuerza de trabajo. El 36,5% de la fuerza laboral, según el INDEC, está precarizada. Miles de pequeñas y medianas empresas se benefician de esta situación, que representa un recorte de costos para el capitalismo argentino de conjunto (incluido el capital “nacional, popular y democrático”). En 1990 el sector del trabajo precarizado representaba el 25% de la fuerza laboral, y en 2002 el 38,5%. Puede verse entonces que su participación no bajó de manera significativa en los últimos años, a pesar de la recuperación económica. Incluso el Estado emplea una gran cantidad de trabajadores precarizados, a través de contratos basura, o de empresas subcontratistas. ¿Qué significa en este sentido “profundizar el modelo”?
Teniendo en cuenta lo anterior, puede entenderse también que el crecimiento pueda ser muy alto, pero no cambien las características más esenciales de las estructuras atrasadas y dependientes del capitalismo argentino. Después de siete años de aplicar “el modelo productivista”, no hubo aumento de productividad vía tecnología; no aumentó la relación capital / trabajo; no aumentó de ninguna manera cualitativa la participación de las manufacturas en el PBI; la balanza comercial industrial sigue siendo deficitaria; no hubo incremento del trabajo con alto valor agregado (lo que en el marxismo se llama trabajo complejo). ¿Qué significa entonces “profundizar el modelo” en relación a estas relaciones que no han variado con respecto a los noventa?

Paradójicamente, uno de los sectores que continuó a toda marcha su expansión, fue el cerealero y en particular el sojero. En 2010 la soja aportaría ingresos a Argentina por 20.000 millones de dólares. De conjunto el sector agrario impulsa la inversión, a la par que una parte de la renta se reinvierte en el sector inmobiliario urbano. La sojización entonces no se ha detenido porque en el fondo ha sido beneficiosa para el modelo de acumulación. Cabe preguntarse por lo tanto qué significa profundizar el modelo con respecto a este rubro.
En cuanto a las inversiones en infraestructura, a lo largo de estos años de fuerte crecimiento se han mantenido relativamente débiles. Las tarifas de gas y electricidad están entre las más bajas del mundo, y esto estimula la demanda, ya que los trabajadores y sectores medios tienen más dinero disponible para comprar alimentos o bienes de consumo durables. Pero una situación así no dura indefinidamente. La ley del valor trabajo, y la lógica de la valorización del capital, terminan imponiéndose. La baja rentabilidad lleva a la caída de las inversiones, y por lo tanto de la producción. Las reservas argentinas de gas en 2010 están en 7,8 años, mientras que a fin de la década de los noventa se ubicaban en 30 años. La matriz energética argentina está basada en el gas. Las reservas de petróleo en 2009 eran de 11 años, en tanto en 1998 eran de 34,8 años. Hoy Argentina importa energía. Ya en 2010 hubo cortes de suministro energético, y todo el mundo reconoce que hay que aumentar la inversión en el sector; lo que implica hablar de rentabilidad y tarifas. Algo similar puede decirse del transporte, en especial el ferroviario. La falta de inversión en los ferrocarriles afecta de conjunto la productividad de la economía (los granos, por ejemplo, se mueven en su mayoría con unos 100.000 camiones). Es posible que ciertos acuerdos políticos con el gremio de camioneros también traben la canalización de recursos hacia la revitalización de los ferrocarriles. En cualquier caso, también en el terreno de las inversiones en infraestructura energética, transporte, logística y similares, es necesario preguntarse ¿qué significa profundizar el modelo? ¿Seguir sin invertir en los ferrocarriles, por ejemplo? ¿Acaso que sigan bajando las reservas de gas o petróleo?
Por último, la pregunta que se deriva de lo expuesto ya la hemos formulado, pero vale la pena reiterarla: ¿cómo sigue este programa de crecimiento basado en el tipo de cambio alto, en la actual coyuntura? La apreciación del real, y el alto precio de la soja y el maíz, ayudan a mantener el superávit externo, pero éste se ha venido achicando. Casi el 90% del crecimiento de las exportaciones en los últimos 12 meses se deben a la soja, el maíz, minerales y automóviles. Las exportaciones de automóviles están destinadas mayoritariamente a Brasil; también de acero. De conjunto la industria argentina sigue teniendo problemas para insertarse competitivamente en el mercado mundial. En este respecto, las limitaciones de una estrategia de desarrollo capitalista articulada meramente en el tipo de cambio alto y la súper explotación del trabajo, se revelan insalvables.
Ironías de la historia
Con lo anterior no queremos decir que la economía argentina esté a las puertas de algún estallido económico (por lo menos en la medida en que no se desate alguna crisis política aguda, por ejemplo por la sucesión en el liderazgo del partido Justicialista), sino que subsisten los problemas y las contradicciones estructurales, propias de un capitalismo dependiente y atrasado. Una economía que está creciendo al 9% anual no pasa a una crisis en un mes.
Pero también hay que ubicar el crecimiento de la economía argentina en las tendencias más generales de las últimas décadas. En casi todos los países durante los ochenta y parte de los noventa las burguesías llevaron adelante programas “de ajuste”, esto es, aumentaron la explotación del trabajo. Aperturas comerciales, privatizaciones, flexibilidad y precarización laboral, estuvieron a la orden del día. Con contradicciones y tensiones, toda la burguesía latinoamericana participó o estuvo de acuerdo en esos programas. No se trató de una imposición de la CIA o Washington (como gusta presentar el asunto la propia clase dominante criolla),sino de una actuación según la lógica de sus intereses, que no da muestras de revertirse en algún sentido profundo.
Esa recomposición de las condiciones de explotación, más la expansión de la demanda mundial, generaron las condiciones para la expansión del consumo y la inversión en el continente. Siguiendo esta lógica, los gobiernos “izquierdistas” actuales (pensemos en Lula, Bachelet, Mujica o Tabaré) se convierten en garantes de un rumbo económico apoyado, en líneas generales, por el FMI, el Banco Mundial o el establishment económico mundial y el capital internacionalizado. Puede haber diferencias de grado, matices o peleas por el hecho de que tal gobierno favorezca a tal o cual fracción, pero nada que se salga de esos carriles. En Argentina, las diferencias de programas económicos entre un Lavagna, Prat Gay, González Fraga, Boudou o Lousteau, para mencionar algunos de los economistas más referenciados, son de matices. No hay mucho más que eso. Y la mayoría del pueblo hoy votaría alternativas políticas que incluirían ideas más o menos acordes. Por eso, ni las burguesías locales, ni los organismos y gobiernos del “primer mundo”, tienen como estrategia el golpe de Estado hoy. ¿Para qué iban a tener esta estrategia, si el negocio de la explotación marcha muy bien? (mi posición en este punto es opuesta al análisis de marxistas nacionalistas, como Atilio Borón; o al de intelectuales nacionalistas de izquierda, como Alcira Argumedo).
Es fundamental tener en cuenta la íntima imbricación entre las burguesías y gobiernos latinoamericanos, y el capital mundializado. Los capitales que se fugan al exterior, son colocados en activos financieros; de manera que los intereses de estos capitalistas no difieren, en sustancia, de los que defiende el capital más mundializado y líquido. A su vez, los inversores extranjeros se asocian con los capitalistas locales, para explotar la mano de obra. La estatal Petrobrás recoge 70.000 millones de dólares en los mercados internacionales; es todo un símbolo de los tiempos. Como también lo es la propia trayectoria de los Kirchner, y de muchos ex montoneros que están ahora en el gobierno. En los noventa los Kirchner apoyaron las privatizaciones, entre ellas la de YPF. Lo obtenido con esas privatizaciones no fue reinvertido productivamente en la provincia de Santa Cruz, sino colocado en el sistema financiero internacional.

El default de la deuda argentina, aplaudido por casi todo el Congreso en 2001, no desmiente la tesis de la confluencia de intereses de fondo. En el mismo establishment económico del primer mundo (incluido el presidente Bush) había acuerdo en la necesidad de reestructurar la deuda, con quita incluida. No es un fenómeno infrecuente en la historia del capitalismo; sucede cuando el deudor es insolvente. Luego, la discusión acerca de cuánto era la quita, fue un tema de regateo. Nadie puso en cuestión el problema de fondo, a saber, que la deuda (que había servido para financiar las fugas de capitales de la propia burguesía) debía pagarse con plusvalía arrancada al trabajo. Luego de la quita, el gobierno argentino cumplió religiosamente, y los tenedores de bonos ganaron fortunas. El aplauso de Hillary Clinton al gobierno argentino, es todo un símbolo de que aquí nada se rompió.
También es expresiva la trayectoria del actual secretario de la presidencia, Oscar Parrilli. Este señor fue el informante por el menemismo en la Cámara baja, cuando se decidió, en 1993, la privatización de las jubilaciones. Hoy jura dar la vida por profundizar el “modelo” kirchnerista. En Parrilli toma cuerpo y se singulariza la evolución de toda una fracción política. Observemos también que durante años las dos principales AFJP (y orientadoras del resto del mercado) en Argentina fueron estatales: banco Nación y banco Provincia de Buenos Aires. Como tales funcionaron durante todo el gobierno de Kirchner. Cuando los fondos de las jubilaciones se estatizan, permanecen sin embargo invertidos en los mercados de capitales. De la misma manera, en los 2000, el gobierno de los Kirchner vuelve sobre algunas privatizaciones, pero solo en aquellas ramas que no resultan de interés para el capital privado, debido a su baja rentabilidad. En cualquier caso, las condiciones laborales no mejoran para los trabajadores estatales de conjunto; y continúan los negocios con empresas subcontratistas, como lo pusieron en evidencia los recientes episodios en ferrocarriles.
Al margen de alguna particularidad (más o menos corrupción de tal o cual personaje, etc.), el fenómeno es general. Muchos ex guerrilleros  y militantes de izquierda uruguayos, argentinos, chilenos, brasileños, etc., son hoy cuadros del gerenciamiento del Estado y de los negocios capitalistas. Para decirlo con una metáfora, si en los ochenta y noventa las reformas pro capital avanzaron 100 kilómetros hoy, con el crecimiento, se puede retroceder 10 kilómetros (bajar un tanto la desigualdad del ingreso, mejorar salarios). De esta manera se consolida casi todo lo avanzado, pero además, ideológicamente, se es “de izquierda y progresista” apoyando al “modelo”. En este respecto, el éxito del neoliberalismo es casi completo. Sus enemigos de ayer cumplen hoy su programa fundamental. Si a los montoneros o tupamaros de los 70 se les hubiera presentado una película de los gobiernos de los 2000, hubieran dicho, sin dudarlo un instante, que se trataba de gobiernos de la derecha. Más significativo aún, en los 70 en Argentina los militantes de izquierda eran asesinados por las bandas paramilitares, con las que colaboraban los burócratas sindicales. En los 2000 asistimos al espectáculo de ex revolucionarios abrazándose con los asesinos de ayer, y amparando a las patotas sindicales más siniestras.
Ironías de la historia, pero en el fondo existe un fuerte condicionamiento económico. Por supuesto, en todo esto puede encajar muy bien la reivindicación, superficial y brumosa, de un pasado heroico.Profundizar el modelo entonces significa continuar en esta línea profunda.
Tendencia en América Latina
De manera más específica, lo sucedido en Argentina constituye una particularización de la tendencia económica en América Latina durante la última década. Es que en los años 2000 la expansión de la acumulación en China, India, Brasil y otros países del tercer mundo, elevó la demanda de materias primas. Este viento a favor, aunado a lo que ya hemos explicado, impulsaron las economías. Entre 2003 y 2008 el crecimiento promedio en la región fue del 5,5%; en 2010 será del 5%. América Latina es exportadora neta de materias primas, y se vio beneficiada con el alza de los precios y de la demanda. La mayoría de los países pasaron a tener superávit en sus cuentas corrientes, y realizaron transferencias en términos reales. Por eso en casi todo el continente bajó la relación deuda/PBI y deuda/exportaciones. No es de extrañar que la crisis financiera apenas tocara a América Latina; no se trata de un “éxito singular” del modelo K.
Como producto del crecimiento, hubo también una reducción bastante significativa de la pobreza en América Latina. Unos 40 millones de personas habrían salido de la pobreza. En la fase expansiva del ciclo económico, es natural que se asistan a estos fenómenos (algo que explica Marx en el capítulo 23 del t. 1 de El Capital). La tesis “catastrofista”, que quiere ver una caída en términos absolutos, y permanente, del ingreso de los trabajadores y sectores populares, sencillamente es equivocada. La reducción de la pobreza de Argentina desde el 2002 al 2008, se ubica en este marco.
Al mismo tiempo, en casi todos los países latinoamericanos se redujo un tanto la desigualdad de la distribución del ingreso (CEPAL); aunque la región sigue estando a la cabeza a nivel mundial. El desempeño de Argentina en este plano, entre 2000 y 2010, también es mediocre (ya nos referimos a esto en otra nota del blog). Y como resultado del crecimiento, la desocupación se redujo en América Latina, pero manteniéndose relativamente alta; en la actualidad está en un promedio del 8%. El trabajo en negro y precarizado es alto en casi todos lados.
En conclusión, es necesario tener presentes estas tendencias para el análisis de la economía argentina. Combinadas con los problemas que se asocian a la política de crecimiento basada en el tipo de cambio alto, muestran los límites y las condiciones en que se puede desenvolver la prometida “profundización del modelo” en los próximos tiempos.

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Fuga de capitales, dólar y modelo K

31 de octubre de 2011

 Por Rolando Astarita
Esta nota es continuación y actualización de la que escribí hace un año, en la que discutía cuestiones vinculadas al crecimiento basado en el tipo de cambio alto (“Profundizar…” ). Decía entonces que el tipo de cambio alto había sido clave para la estrategia de desarrollo “industrialista”, desde mediados de 2002. Básicamente porque la devaluación posterior a la ruptura de la Convertibilidad había significado una fuerte caída de los salarios -en términos de dólar y poder adquisitivo-, con la consiguiente mejora de las condiciones competitivas del capitalismo argentino. Sostenía también que a la redistribución regresiva del ingreso se habían sumado equipos industriales renovados durante los 90; una elevada capacidad ociosa; y el congelamiento de tarifas de servicios. Todo esto se conjugó para elevar la tasa de rentabilidad, en particular de las empresas productoras de bienes transables. Además, el ciclo alcista de los precios de los alimentos, y en particular la soja, dieron un poderoso oxígeno extra al crecimiento, habilitaron ganancias extraordinarias al agro (suba de la renta de la tierra), y una constante inyección de recursos al Estado.

Sin embargo, señalaba en aquella nota, no había habido un desarrollo sustentado en la inversión de equipos y la tecnología. Esto es, no estábamos ante un aumento de la competitividad con bases sólidas. Por eso, en 2010 ya se evidenciaba el desgaste del “modelo”: el superávit comercial se achicaba; la inflación erosionaba la competitividad del tipo de cambio; y el gobierno se enfrentaba a la disyuntiva de devaluar, o de retrasar el tipo de cambio a fin de frenar la inflación. Pero en este último caso, caería aún más la competitividad. Escribíamos: “Si el gobierno promueve una depreciación de la moneda, acelera la inflación, con poca ganancia en competitividad. Si por el contrario, retrasa el tipo de cambio, agrava los problemas de competitividad, acercándose a un escenario parecido al de los noventa. De hecho, hoy algunos sectores industriales empiezan a quejarse de que con este tipo de cambio no pueden competir. Es posible que de prolongarse esta situación, hacia fin de 2011 el tipo de cambio real vuelva a estar al nivel de la Convertibilidad. Aunque la situación internacional es distinta de la existente en los noventa, principalmente por la suba de la demanda mundial de materias primas”.

A pesar de las señales que estaba dando la economía, muchos defensores del modelo K de crecimiento siguieron afirmando que “el modelo tiene bases sólidas”, y que solo los ciegos “catastrofistas de izquierda”, o la derecha golpista, podían encontrar algún problema serio. La idea dominante en este sector es que, en tanto haya estímulos de demanda, la inversión crecerá más o menos automáticamente. Una tesis que se ha mantenido contra viento y marea.
Fuga de capitales
También en una nota anterior, de septiembre de 2010 (ver aquí), decíamos que en Argentina se mantenía una de las características típicas del atraso, que una parte muy importante de la plusvalía se volcaba al consumo suntuario, la inversión inmobiliaria, o iba al exterior. Con respecto a esto último, señalábamos que las inversiones de argentinos en el exterior obedecían a una lógica de valorización financiera, y que los rendimientos de esas inversiones se reinvertían en el exterior, de manera que representaban una importante sangría en términos netos del excedente. La contrapartida de esta salida era que la inversión en plantas, equipos e infraestructura productiva, si bien había mejorado en algún punto del PBI con respecto a los 90, continuaba siendo relativamente débil. Por eso concluíamos que “hay un fuerte crecimiento (del PBI), y cierto aumento de la participación de la inversión con respecto a los niveles promedio de los noventa, pero sin que pueda hablarse de algún cambio estructural. Una parte fundamental del excedente sigue saliendo del país; aunque a diferencia de la década de los noventa, ahora esa salida está financiada por el superávit de cuenta corriente. La salida de capitales sigue poniendo en evidencia la estrecha vinculación de la clase capitalista argentina con el capital mundializado, particularmente con el capital financiero”.

Naturalmente, los defensores del “modelo productivo” siguieron mirando para otro lado. Pero los hechos son testarudos, y las cosas siguieron complicándose, hasta llegar a la actual coyuntura. En los últimos tres meses el Banco Central ha vendido más de 4100 millones de dólares. Según la consultora Ecolatina, la formación de activos externos del sector privado se incrementó de un ritmo promedio mensual de 300 millones de dólares en el período enero 2003 a marzo 2008 a 1.500 millones por mes entre abril 2008 y junio 2010. El marco de esta fuga de capitales es una macroeconomía en la que las señales del desgaste del “modelo” son inocultables. El superávit comercial pasó de más del 4% del PBI en 2007 a aproximadamente el 2%. Las reservas del Banco Central bajaron desde más de 52.500 millones de dólares a fines de 2010, a 47.580 millones hoy; esto a pesar de que tomó préstamos de bancos europeos. Las reservas de libre disponibilidad (las que exceden la base monetaria, y con las que el Gobierno paga deuda externa), se evaporaron. El crecimiento de los depósitos bancarios se ha frenado, y las tasas de interés han subido al 15% para los minoristas (estaban al 10%) y hasta el 20% para los grandes depositantes. ¿Esto también formará parte del “modelo productivo”?
En cualquier caso, y ante este panorama, es evidente que la disyuntiva de 2010 que comentábamos, se ha hecho más aguda. Destaquemos que si bien la crisis internacional ha jugado un rol en la fuga de capitales -debido a la devaluación del real, y la desaceleración de la demanda internacional- no alcanza a explicarla. Después de todo, otros países latinoamericanos han estado recibiendo capitales a causa de la crisis internacional, por lo que su problema es el opuesto del argentino: procuran evitar la apreciación de sus monedas. En Argentina, en cambio, la apuesta de muchos grandes inversores, y también de ahorristas pequeños y medianos, es que el precio del dólar finalmente va subir.
Desarrollo desigual y dependiente, y tipo de cambio
Tal vez una de las cuestiones más importantes es entender que la disyuntiva descrita -devaluar o retrasar más el tipo de cambio- se inscribe en un movimiento de largo plazo de la economía argentina, en la que se alternaron los períodos de tipo de cambio alto y bajo, pautados por crisis que marcaron la transición de un período al otro. Por eso, más allá del análisis de la coyuntura inmediata, nos interesa mostrar cómo existe una cierta lógica en estos movimientos, que está vinculada al desarrollo de las fuerzas productivas -en particular, al nivel de productividad- y a las variaciones de la rentabilidad e inversión de los sectores vinculados a la producción de bienes transables (sustitución de importaciones y exportables) y de bienes no transables (en lo que sigue resumo algunas de las ideas que presento en Economía política de la dependencia y el subdesarrollo).

Si se toma como punto de partida 1974 -inicio de la crisis final de la estrategia de sustitución de importaciones-, se advierte que  desde 1977 y hasta comienzos de 1981 rigió un tipo de cambio real bajo (moneda apreciada); que en la década de 1980 y hasta comienzos de 1991, el tipo de cambio fue alto (moneda depreciada); durante la Convertibilidad la moneda se apreció; y a partir de 2002 se vuelve a un tipo de cambio alto, aunque con tendencia paulatina a la apreciación desde 2003, hasta llegar al actual escenario. Aclaramos que cuando hablamos de moneda apreciada nos referimos a un tipo de cambio cercano al nivel de paridad de poder de compra con los países adelantados (en particular, con EEUU). Esto significa que, en promedio, y a igual que sucede con la mayoría de las economías atrasadas, la moneda argentina tiende a ubicarse en un nivel por debajo de la paridad de poder de compra. Esta depreciación de la moneda en términos reales obedece, desde el punto de vista de la ley del valor trabajo, a problemas estructurales, que tienen que ver, principalmente, con la baja productividad de la industria argentina.

Dada su baja productividad relativa, una manera que tiene la industria de ganar competitividad en el mercado mundial es a través del tipo de cambio real alto, que implica bajos salarios en términos de la moneda mundial (dólar o euro). Sin embargo, debido a los impulsos inflacionarios que derivan de este régimen cambiario, a mediano plazo casi inevitablemente se generan las condiciones para la reversión hacia el tipo de cambio bajo. Y son estas variaciones bruscas del tipo de cambio, las que generan cambios también bruscos y profundos en las tasas de rentabilidad de los sectores productores de bienes transables y los productores de bienes no transables; y con ellos, de sus tasas de crecimiento e inversión. Con tipo de cambio alto, los sectores productores de transables aumentan su rentabilidad, lo que lleva aparejado el aumento de inversiones en el sector; pero baja la rentabilidad y la inversión en los sectores de no transables. A su vez, con la moneda apreciada, los sectores transables ven disminuidas sus ganancias, y los de no transables las incrementan, y con ella la inversión y el crecimiento. El resultado es que se asiste a un desarrollo desigual, profundamente desestructurado. Los cambios bruscos de la rentabilidad de los sectores debilitan las inversiones de largo plazo, fundamentales para superar el subdesarrollo. Los diferenciales de productividad se acentúan, porque ora un sector, ora el otro, sufre períodos más o menos prolongados de baja rentabilidad y por lo tanto de baja inversión y renovación tecnológica.
En los 90, por ejemplo, en tanto en teléfonos, o producción y transporte de electricidad, se realizaban inversiones y se expandían, muchas industrias productoras de transables, en especial intensivas en mano de obra -textiles, calzado, etc.-, languidecían. De la misma manera, el parque industrial se renovaba parcialmente, pero el sector productor de máquinas herramientas trabajaba con un 50% de capacidad ociosa, promedio. En los 2000, por el contrario, sectores de productores de bienes exportables, o sustitutos de importaciones, prosperaron; pero amplios sectores productores de servicios, o energético, se retrasaron. Significativamente, la balanza energética pasó a ser deficitaria, luego de haber tenido superávit en los 90 y buena parte de los 2000.

Este crecimiento desestructurado se refleja entonces en la situación cambiante del sector externo, y las dinámicas de precios. Los períodos de tipo de cambio alto, posteriores a una devaluación, dan lugar a mejoras rápidas y sustanciales de la balanza comercial (o en la balanza de cuenta corriente). Los productores de transables con ventajas competitivas naturales -ejemplo, el sector productor de granos- obtienen plusvalías extraordinarias, bajo la forma de ganancias extraordinarias, o alta renta agraria. Eventualmente, en una coyuntura de altos precios internacionales de las materias primas, una parte de la renta puede captarse con impuestos y destinarse a subvencionar industrias proveedoras de insumos y servicios, a los efectos de sostener el tipo de cambio real alto. En estos períodos el crecimiento industrial se caracteriza por ser principalmente extensivo -esto es, empleador de mano de obra- y la renovación tecnológica relativamente débil. La competitividad del sector transable es alta, pero porque está asentada en una alta explotación del trabajo (salarios bajos, precarización del empleo, etc.), y en la contención de los precios de insumos y servicios esenciales.
Erosión del tipo de cambio “competitivo”
No es de extrañar entonces que a mediano plazo la ventaja competitiva se erosione, en la medida en que los precios de los bienes no transables y los salarios, especialmente de los sectores sindicalizados, buscan recuperar el terreno que han perdido con la devaluación. Por eso, a mediano o largo plazo, las falencias y contradicciones estructurales no pueden superarse con meros remedios monetarios. No se trata de conspiraciones de los golpistas, como he escuchado de boca de algún intelectual K de Carta Abierta, sino de las leyes de la acumulación (y la explotación) capitalista. La cuestión de fondo es que la debilidad de la inversión -y del despliegue de la investigación y desarrollo- no permite superar el atraso y ganar competitividad genuina a la industria. Hoy, en Argentina, la balanza comercial industrial es fuertemente deficitaria (en las manufacturas de origen industrial, por unos 20.000 millones de dólares), luego de casi una década de crecimiento “industrialista” K. El problema puede agudizarse bruscamente si algunos de los socios comerciales deprecia su moneda; como acaba de suceder con Brasil.

En consecuencia, las presiones inflacionarias, que tienen origen cambiario, no dejan de acentuarse. Los sectores productores de no transables no invierten si no mejoran los precios relativos, y en el mediano o largo plazo, los precios de servicios y otros insumos comienzan a subir. Si además, el gobierno ha mantenido tarifas congeladas, a costa de crecientes subsidios, es probable que aparezcan déficit fiscales crecientes. La monetización del déficit (esto es, cubrirlo con emisión), da lugar a mayores presiones inflacionarias, acrecentando la desconfianza hacia la moneda nacional. En definitiva, las presiones inflacionarias terminan erosionando la competitividad cambiaria. Al crecer la desconfianza, se potencia el flujo de fondos hacia el dólar o el euro. El ahorro (más precisamente, atesoramiento) ocurre en moneda extranjera. Al caer los depósitos en moneda nacional, los bancos elevan las tasas de interés, para detener la sangría. Lo cual no es precisamente un estímulo para la inversión productiva. Todos estos factores no dejan de empujar hacia la devaluación.

Devaluaciones, inflaciones y reversiones cambiarias
Pero la devaluación de la moneda no es una solución sencilla, ya que puede dar lugar a nuevas devaluaciones, que eventualmente desembocan en altas inflaciones (o hiperinflaciones). Lo cual es insostenible, como lo demuestra la experiencia argentina de los 80 y principios de los 90. Es que con alta inflación los salarios bajan en términos reales -es inevitable que pierdan la carrera con los precios- pero también con una moneda en constante pérdida de valor se embotan los mecanismos del mercado. Entonces es imposible comparar los tiempos de trabajo. Por eso, en el extremo, la economía se dolariza. El dólar pasa a ser moneda no sólo de atesoramiento, sino también medida de valor y medio de pago (los contratos se fijan en dólares, etc.). Se generan así las condiciones para la reversión hacia la moneda “fuerte”.
El anclaje del tipo de cambio está en la lógica del proceso, ya que se busca fijar la variable que ha estado en el origen del impulso inflacionario, y restablecer la disciplina del mercado, tanto sobre los capitales menos productivos, como -y principalmente- sobre los trabajadores. Es por esta razón que las razones que lleva a los períodos de apreciación de la moneda se incuban en las fases de crecimiento que se sostienen en el tipo de cambio alto. Algo de esto se ve en el panorama actual; la apreciación del peso de los últimos años está en la mecánica del crecimiento de los 2000. Sin embargo, hoy la economía argentina no está ante un escenario de crisis aguda, al estilo de lo ocurrido en 2001. Pero dicho esto, también hay que decir que el panorama se ha agravado. Desde hace muchos meses el gobierno ha venido retrasando el tipo de cambio para frenar la inflación, esto es, ha aplicado una receta típica de la década de 1990. Pero por esto en los últimos tiempos se ha apreciado la moneda; con lo cual se debilitó uno de los pilares del “modelo”, el tipo de cambio alto. Por eso también, en los hechos, ha comenzado a establecerse otra paridad entre el peso y el dólar, a través del mercado no oficial (o negro).
Esta dicotomía -atraso del tipo de cambio oficial, depreciación de la moneda en el paralelo- es otra expresión de las disyuntivas que enfrenta el “modelo K”. Paralelamente, los subsidios a industrias productoras de servicios y similares (eléctricas, transporte, pero también forestal y agroalimentaria), no han dejado de aumentar. En 2010 el Estado transfirió unos 48.000 millones de pesos a las empresas, un 45% más que en 2009. Y sólo en los primeros seis meses de 2011, alcanzaron 32.366 millones de pesos, un 73% más que en igual período de 2010. El “ajuste” significaría un aumento de las tarifas, esto es, un caída del poder adquisitivo de los salarios, en primer lugar. Pero también agregaría presión a los impulsos devaluatorios.

Subrayamos: en estas condiciones, una devaluación se descargaría sobre los trabajadores, bajando los salarios. Aunque puede dar lugar a una agudización de las luchas salariales.
Por eso la propia clase dominante es reacia a aplicar este remedio. Pero por otra parte, el actual esquema ha comenzado a hacer agua.

En conclusión, lo que está sucediendo hoy en Argentina -fuga de capitales, depreciación de hecho de la moneda- refleja que el crecimiento de los 2000 no ha permitido superar las estructuras del atraso y la dependencia. Negar esta realidad hablando sobre el “modelo de matriz diversificada y acumulación con inclusión social”, equivale a marearse con palabrerío vacío.
Pudimos constatar cómo la política mediática, artística, científica, escenográfica e histórica de gobiernos K-PJ distorsionó la realidad de su 'modelo'. Es decir, extrañó y extraña a las grandes mayorías de percibir que el modelo K se basó en una distribución regresiva. En efecto, la recuperación económica del bloque dominante en 2002 se establece gracias a la gran transferencia desde los bolsillos de trabajadores a las arcas de la burguesía por devaluación y pesificación asimétrica que hizo al modelo del dólar alto, extensa precarización e informalidad laboral y salarios del sector formal por debajo de la canasta familiar. También los millonarios subsidios fueron transferencias desde los de abajo hacia los de arriba para que tuviesen alta rentabilidad.
En fin, no se diferencia de Macri en lo esencial de la política económica al gestionar ambos el capitalismo local, claro que en distintas etapas de Argentina, Nuestra América y el mundo.  Volvamos a qué nos explica el profesor Rolando Astarita:

La crisis y el tipo de cambio en perspectiva
31 de agosto de 2018

Por Rolando Astarita
En esta nota quiero presentar la actual suba del tipo de cambio (desde fines de agosto de 2017 al día de hoy el dólar pasó de costar $17,6 a $38) en perspectiva, y destacar algunas de las consecuencias de la crisis en curso.
Alternancia de tipos de cambio real altos y bajos
En las últimas cuatro décadas, por lo menos, en Argentina se ha asistido a una marcada alternancia de períodos de tipo de cambio real alto y tipo de cambio real bajo (sobre tipo de cambio real, aquí). A grandes trazos, podemos decir que bajo el ministerio de Martínez de Hoz (1976-1981) se asistió a un período de tipo de cambio bajo. Pero entre 1980 y 1981 el déficit de cuenta corriente, en términos de PBI, llegó casi al 6%. Esta situación llevó a una fuerte crisis cambiaria a comienzos de 1981 (entre enero de ese 1981 y enero de 1982 el dólar pasó de de $2038 a $10.300). Se pasó entonces a un período de tipo de cambio alto, que permitió mejorar la situación externa. Sin embargo, la espiral de devaluaciones y subas de precios y salarios desembocó en la hiperinflación. Y la hiperinflación legitimó, ante la opinión pública, la Convertibilidad. Básicamente consistía en utilizar el tipo de cambio fijo como ancla para frenar la inflación. El peso entonces se apreció, afectando negativamente al sector externo. Así, en 1994 y luego en 1998 la balanza de cuenta corriente tuvo déficits superiores al 4% del PBI; y entre 1998 y 2001 el déficit anual promedio fue del 3%. De conjunto, entre 1991 y 2000 el déficit promedio de la cuenta corriente fue de 8470 millones de dólares anuales.
La situación terminó en el estallido de la Convertibilidad y la fuerte depreciación del peso (el dólar pasó de $1 en diciembre de 2001 a $3,8 en junio de 2002). Dado que los precios subieron, en 2002, un 42%, se asistió a una fuerte mejora del tipo de cambio real. El índice del tipo de cambio real multilateral pasó de 69,2 en diciembre de 2002 a 198,8 en junio de 2002 (BCRA). Por eso, a partir de 2002 la balanza de cuenta corriente tuvo superávit. En promedio, el superávit de cuenta corriente fue, entre 2001 y 2010, de 5800 millones de dólares anuales. Aunque fue decreciente: de un pico de más del 8% del PBI en 2002, la cuenta corriente pasó a cero en 2009, junto a una apreciación paulatina del tipo de cambio. Y desde 2008 la balanza de cuenta corriente fue deficitaria, y en escala creciente, hasta llegar al 5% del PBI a fines de 2017. Paralelamente, el peso se apreció en términos reales: el índice promedio del tipo de cambio real multilateral entre 2002 y 2007 fue 160,2; entre 2008 y 2017 el índice fue 111,62; en diciembre de 2015 fue 85,1; en diciembre 2017 estuvo en 87,1 (datos BCRA). Según Ieral, de Fundación Mediterránea, el índice del tipo de cambio real multilateral (contra dólar, real, euro, yuan) promedio de los últimos 20 años fue 118,02; en noviembre de 2015 era 75,45 y en febrero de 2018 era 96,36 (https://www.cronista.com/economiapolitica/El-tipo-de-cambio-multilateral-es-28-mas-competitivo-que-cuando-asumio-Macri-20180301-0090.html).
La suba actual del tipo de cambio real –vía la fuerte depreciación nominal del peso- configuraría así una transición hacia un nuevo período de tipo de cambio real alto. El índice del tipo de cambio real multilateral se ubicaría, en agosto de 2018, en 112.
Tendencia de largo plazo y debilidad estructural
Estas oscilaciones se inscriben, a su vez, en una tendencia de largo plazo a la depreciación, en términos reales, del peso. Entre 1913 y 1988 la moneda argentina se habría depreciado un 80% con respecto al dólar y la libra. Esto es, una tasa promedio de aproximadamente el 1% anual (Froot, K. A. y K. Rogoff, 1986, “Perspectives on PPP and Long-Run Real Exchange Rates”, NBER, Working Paper, Nº4952).
En otras notas, y en libros publicados (Valor, mercado mundial y globalización, y Economía política de la dependencia y el subdesarrollo) argumenté por qué la tendencia a largo plazo a la depreciación obedece a problemas estructurales, principalmente la baja productividad global de la economía argentina. Básicamente, la industria argentina compite en el mercado mundial vía salarios bajos en términos del dólar o el euro; esto es, con tipo de cambio real alto.
A su vez, la alternancia de períodos de tipo de cambio alto y bajo tiene que ver con la dinámica que introduce la competitividad por medio del tipo de cambio alto. Es que si bien el tipo de cambio real alto mejora la competitividad, da impulso a procesos inflacionarios que generan las condiciones para reversiones hacia el tipo de cambio bajo. Esto ocurre principalmente cuando los gobiernos buscan frenar la inflación anclando el tipo de cambio; lo cual lleva a la apreciación en términos reales de la moneda. Pero en la medida en que esa apreciación no es expresión de un desarrollo de las fuerzas productivas (esto es, de productividad lograda en base a tecnología y expansión del trabajo productivo, por sobre el trabajo improductivo), la inserción de la economía nacional en el mercado mundial es deficiente. Lo cual se traduce en los déficits de la cuenta corriente, que siempre están en la raíz de las crisis cambiarias.
En particular, si estos déficits son sostenidos con inversiones externas de cartera, se dan todas las condiciones para que se produzcan reversiones bruscas de los movimientos de capitales, con las lógicas consecuencias en el tipo de cambio. Típicamente, esos capitales especulativos son atraídos por la perspectiva de alta rentabilidad en los mercados financieros (véase, por ejemplo, la operación de carry trade, aquí), y salen cuando advierten que la situación se vuelve peligrosa (especialmente cuando la relación déficit de cuenta corriente /PBI supera ciertos umbrales).
El valor del peso, tipo de cambio y ley económica
Lo anterior se vincula a una cuestión que he discutido recientemente en este blog (en relación a la llamada teoría monetaria moderna, aquí y ss.), a saber: que el valor de la moneda nacional –o sea, su relación de convertibilidad con otras monedas- tiene su anclaje en las leyes de la economía. Esto se debe a que el tipo de cambio vincula dos equivalentes de tiempos de trabajos sociales, nacionalmente determinados. Están determinados porque se asientan en diferentes niveles de productividad, según países.
De ahí que el mercado mundial deba analizarse como una totalidad articulada de espacios de valor nacionales, en los que rigen distintas productividades medias. Pero por esta misma razón las variaciones de los tipos de cambio inciden en qué tanto de los tiempos de trabajo empleados nacionalmente son generadores de valor en otro espacio nacional, o en el mercado mundial. Por ejemplo, con un tipo de cambio a paridad de poder adquisitivo (o sea, tipo de cambio real igual a la unidad) 10 horas de trabajo de una empresa con baja productividad no son “competitivas” en otro espacio nacional en que la productividad media sea más elevada. Por eso, ese mismo trabajo pasa a ser “competitivo” con un tipo de cambio por encima del nivel a paridad de poder adquisitivo. Pero esto se logra a costa de que una hora de trabajo en el país atrasado tecnológicamente se traduce en menos de una hora de valor generado en el espacio nacional que tiene alta productividad. Y esta cuestión no se puede superar con ingenierías monetarias o financieras. Aunque, inversamente, medidas económicas estúpidas –como ha sido la política del BCRA con las Lebac- pueden agravar, y mucho, la crisis (véase aquí). Pero la causa última de la crisis cambiaria siempre es la debilidad de la acumulación de capital, de la inversión productiva.

La lógica de la crisis capitalista
Dado entonces el fracaso de la inserción productiva en la división internacional del trabajo –insistimos, debilidad que se expresa fundamentalmente en el déficit de la balanza de bienes y servicios; a lo que se suma la deuda externa- la reversión desde un tipo de cambio real bajo se produce por vía de una violenta crisis. Esta se dispara con la salida en manada de los capitales que habían entrado atraídos por los altos rendimientos financieros, a lo que se suman los que buscan protegerse de la desvalorización del peso y de los activos nominados en pesos. Frente a esto, el gobierno típicamente vende reservas –esto es, financia de hecho la salida de los capitales- y sube la tasa de interés, reproduciendo la lógica de la especulación parasitaria. Lo cual agrava la crisis, al acentuar la recesión y la acumulación meramente financiera. Es que no hay economía que pueda funcionar cuando las empresas descuentan cheques pagando una tasa real (en pesos) de más del 50%.
Por supuesto, sobre este movimiento se monta la especulación, profundizando la suba del tipo de cambio y la caída de los activos financieros nominados en moneda nacional. De conjunto, la economía entra entonces en una serie de movimientos caóticos. Sin embargo, el problema de fondo no es la especulación (como pretende la diputada Carrió, con su habitual superficialidad), sino los factores “reales” a los que nos hemos referido.
En este marco se comprende que la crisis repercuta en una fuerte desvalorización de capitales. Y la caída del salario: en términos del dólar, por la suba del tipo de cambio, y en términos del peso, porque los precios suben a mayor ritmo. Ya en estos momentos convenios colectivos que pueden haber cerrado con alzas anuales de salarios del 25% o 30% (y son los menos) quedarán rápidamente desactualizados frente a una inflación que apunta largamente a ubicarse por encima del 30%.
La crisis, además, mete presión sobre el trabajo, tanto por el aumento de la desocupación, como por la amenaza de ir a la desocupación. A lo que se suman los despidos de estatales, que ya se están produciendo (ahora mismo el Ministerio de Agroindustria acaba de despedir 600 trabajadores; y por todos lados no se están renovando contratos laborales). Por eso, al calor de la crisis las cámaras empresarias piden rediscutir condiciones de trabajo, leyes laborales, o jubilaciones. Todo apunta entonces a lo mismo: la suba del tipo de cambio significa una gigantesca transferencia de riqueza (en rigor, de valor) desde el trabajo al capital. Es la esencia de toda crisis. No hay que abrigar falsas ilusiones. Nunca el capitalismo salió de una crisis mejorando las condiciones laborales o salariales de la clase obrera.
De esta manera, se regeneran las condiciones para que en algún momento se produzca la recuperación económica. Aunque sin que por ello se supere el subdesarrollo y el atraso. Así hasta la próxima crisis.
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La crisis y el tipo de cambio en perspectiva
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Argentina: tipo de cambio y desarrollo deformado
5 de septiembre de 2018

Por Rolando Astarita
En la nota anterior (aquí) planteé que en las últimas décadas, en Argentina, asistimos a una alternancia de períodos de tipo de cambio real alto y bajo, que fueron mediados por profundas crisis cambiarias y financieras. En esta nota se relacionan estas alternancias con un desarrollo económico profundamente deformado (la presentación completa se puede encontrar en los capítulos 10 y 11 de Economía política de la dependencia y el subdesarrollo, Universidad Nacional de Quilmes, 2013).

Condiciones de partida
Para empezar, digamos que la acumulación de capital –o, para simplificar, la inversión- está determinada, en lo esencial, por las perspectivas de ganancia de los capitalistas. A lo que se suma el “clima de negocios” (para usar una expresión keynesiana), que en términos marxistas podemos resumir en las condiciones generales –sociales y políticas- que garanticen la explotación de la fuerza de trabajo.

La tasa de ganancia, a su vez, depende positivamente de la participación de los beneficios en el producto (un Proxy de la tasa de plusvalía); del producto por trabajador; y negativamente de la relación capital constante / trabajo. En símbolos, siendo B: beneficios; K: capital constante; Y: producto (medido a moneda constante); L: trabajo, será B/K = tasa de ganancia (de nuevo, un Proxy a la tasa de ganancia “a lo Marx”), de manera que: B/K = (B/Y) (Y/L) (L/K).
Debido a que se trata de un país subdesarrollado, donde la productividad es baja en relación a los promedios internacionales (a excepción del sector sojero y cerealero, y algunas industrias particulares), este capitalismo sostiene la tasa de ganancia a través de la intensificación de los ritmos de producción, de una alta relación B/Y, y bajos salarios en términos de la moneda mundial.
Tipo de cambio y tasas de ganancia
Por otra parte, la tasa de ganancia de las diferentes ramas está influenciada por los precios relativos entre los bienes transables (BT; son los bienes que se exportan o importan); y los bienes no transables (BNT, típicamente servicios, por ejemplo transporte, educación, salud y similares). Esto es, las evoluciones de la tasa de ganancia están directamente influenciadas por las variaciones del tipo de cambio real. En este punto es necesario precisar que la influencia del tipo de cambio real (TCR) sobre la rentabilidad es de una naturaleza cualitativamente distinta a la que ejerce sobre la rentabilidad de los sectores productores de BT y BNT de los países adelantados. Esto se debe a que, como dijimos en la nota anterior, el tipo de cambio conecta un espacio nacional de productividad relativamente más baja con el espacio de valor mundial o los espacios de valor de países adelantados. Más precisamente, el tipo de cambio influye directamente en el costo del capital fijo (equipos, tecnología), con alto componente importado; y, lógicamente, en los ingresos en términos de la moneda nacional que reciben las empresas.
De ahí que la incidencia del TCR sobre las tasas de ganancia de los sectores productores de BT y BNT será compleja. En principio, y dada la influencia en los precios relativos, una suba (baja) del TCR aumenta (baja) la tasa de ganancia de los sectores productores de BT y baja (aumenta) la tasa de ganancia de los sectores productores de BNT. Si se tiene en cuenta el agro (de alta productividad), debe agregarse que el TCR alto tenderá a traducirse en un aumento de la renta agraria. Esta influencia también se hará sentir, lógicamente, en los costos salariales (sube el componente B/Y). En particular, porque el TCR significa salarios depreciados en términos de la moneda mundial.
Por otra parte, debido a que la suba del TCR aumenta el costo de importación de equipos, su aumento incide negativamente en la rentabilidad de las empresas que dependen de la importación de tecnología (componente L/K de la tasa de ganancia). Esto implica la posibilidad de desfases temporales importantes y de efectos de retardo en la evolución de la tasa de rentabilidad, en la medida en que los equipos se desgastan y hace falta reponerlos, o es necesario avanzar tecnológicamente para mantener en condiciones mínimas de competitividad a las empresas.
Por eso el crecimiento sustentado meramente en un TCR alto (algunos llegan a hablar de un “modelo de desarrollo”) tiene constricciones de mediano y largo plazo en tanto no exista un fuerte proceso de inversión en tecnología, investigación y desarrollo e inversiones en infraestructura. A su vez, el TCR bajo tiende a favorecer a las empresas productoras de BNT. El TCR bajo también puede favorecer la renovación tecnológica; y decididamente influye en los patrones de consumo de la clase media y de la burguesía (importación de bienes de lujo; turismo al exterior, etcétera). De conjunto, y dadas las dificultades en la balanza comercial y de bienes y servicios, el TCR termina siendo insostenible, dando lugar a las crisis cambiarias que deprecian violentamente la moneda, revirtiendo hacia el tipo de cambio alto.
Crecimiento desarticulado
Por lo explicado más arriba, la tasa de ganancia de cada uno de los sectores será función del nivel salarial (en moneda nacional y en moneda mundial); de la relación capital/trabajo; de la productividad y del TCR. Dado que la tasa de ganancia gobierna la inversión, y dado que las fuertes variaciones del TCR inciden directa y violentamente en las tasas de rentabilidad, se entiende que el crecimiento de la economía sea extremadamente desarticulado. La participación de los sectores productores de BT y BNT puede variar bruscamente al compás de las variaciones del TCR, y de los precios relativos que acarrean. El crecimiento desarticulado repercute en el progreso tecnológico general; que a su vez debilitará la tasa de ganancia y las perspectivas de inversión.
En este cuadro incide, por otra parte, la tasa de interés y las entradas, o salidas, de capitales de cartera (inversiones especulativas), que buscan realizar rápidas ganancias aprovechando las oscilaciones del tipo de cambio y de los precios de los activos financieros. Estos movimientos de los capitales especulativos pueden contribuir a apreciaciones relativamente artificiales del tipo de cambio; y generalmente actúan como disparadores de las crisis cambiarias. En cualquier caso, constituyen un factor que potencia las distorsiones de la economía.
Precisemos una vez más que, por lo desarrollado, las valoraciones del capital invertido pueden sufrir bruscas modificaciones debidas a las variaciones del tipo de cambio. Y estas variaciones del TCR pueden alterar bruscamente las condiciones de transformación de valor generado en el espacio nacional, en valor mundial. Un tipo de cambio cercano al nivel de paridad de poder adquisitivo mejora las condiciones en que la plusvalía se transforma en valor mundial. Un TCR alto empeora las condiciones de transferencia del plusvalor, pero alivia la restricción externa, al permitir la obtención de divisas para efectuar esa transferencia. Esta contradicción es inherente a la inserción de la economía subdesarrollada en el mercado mundial.
En conclusión, existe una lógica en la alternancia de tipos de cambio real alto y bajo en Argentina en los últimos años, que van de la mano de ciclos de crecimiento extremadamente desigual entre sectores, y el estallido periódico de crisis cambiarias y financieras. Es de destacar que la dinámica repetida de estas crisis potencia el atraso tecnológico relativo. Los cambios bruscos de la rentabilidad de los sectores debilitan la acumulación de capital, que es la clave para superar el atraso. Por eso también se profundizan los desequilibrios estructurales; los diferenciales de productividad se acentúan porque ora un sector, ora el otro, sufre períodos más o menos prolongados de baja rentabilidad e inversión. A su vez, las crisis cambiarias y financieras periódicas imponen mayores costos, y el crecimiento de la deuda (en particular la externa) tiende a ser estructural. Esta dinámica agudiza el desarrollo desigual, propio de la misma dialéctica de producción de valor en espacios nacionales diferenciados por niveles de productividad. En definitiva, si bien no hay estancamiento permanente (como pretende alguna crítica de izquierda demasiado simplista), hay desarrollo desigual y deformado de las fuerzas productivas, con procesos convulsos –potenciados por la especulación financiera y monetaria-, retroalimentación de los desequilibrios, reversiones bruscas y agudas contradicciones.
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Argentina: tipo de cambio y desarrollo deformado
Recapitulemos con el profesor Rolando Astarita: "la fuga de capitales es la expresión de una lógica de la clase dominante nativa. Esto es, los capitales no salen porque lo ordene alguna potencia colonial, sino porque la burguesía argentina lo considera conveniente para sus intereses. Por eso el fenómeno abarca a poseedores de capital dinero de todos los colores, desde convencidos ultraliberales hasta patriotas en dura lucha contra la patria financiera.

En segundo término, dado que el centro de los problemas del desarrollo es la no inversión, se explica que las crisis no sean del tipo de las que ocurren en los países capitalistas industrializados".

Según Rolando Astarita: "se plantean tres preguntas claves. La primera es acerca de qué se hace con el excedente. La plusvalía, ¿termina en una cuenta en Suiza, o en Panamá, etcétera, o se reinvierte productivamente? La segunda se refiere a quién produjo esa plusvalía. Pregunta que nos lleva al “espinoso asunto” de la explotación del trabajo. Y la tercera pregunta es quién decide qué se hace con el excedente. Pregunta que interpela a la propiedad privada del capital. De ahí la alternativa que va a la raíz del problema: deben ser los mismos productores –los que generan el excedente- los que decidan qué se hace con él. Pero para esto, hay que desarmar el poder del capital".

Crisis, fuga del excedente y deuda externa

6 de octubre de 2018
Por Rolando Astarita
En notas anteriores (por ejemplo, aquí, aquí, aquí) hemos planteado que una de las razones de la debilidad de la economía argentina, y sus recurrentes crisis, es que buena parte del excedente (o sea, de la plusvalía) no se invierte productivamente; y que en una proporción elevada, sale del país. Esto es, a diferencia de lo que sostienen muchos neoliberales, la dificultad central no es la supuesta falta de ahorro, sino la inversión (en términos de Marx, la acumulación de capital).

En otros términos, mientras la historia neoliberal hace eje en bajar la “absorción” (compuesta por el consumo, el gasto estatal y la inversión) para equilibrar el sector externo, el enfoque que defendemos plantea la centralidad de la acumulación del capital (o de la inversión). Tengamos presente que en Marx la acumulación de capital, o sea, la reinversión de la plusvalía para reproducir en escala ampliada la producción, es la clave del desarrollo de las fuerzas productivas en el sistema capitalista (más en general, sobre el excedente y el enfoque de los clásicos, aquí). En Keynes,  Kalecki y muchos poskeynesianos, aunque no en el keynesianismo bastardo, la inversión también juega el rol central del crecimiento En particular, en Argentina, la debilidad de la inversión es la causa de la baja productividad de la economía, lo que a su vez está en la base del desarrollo deformado (o desarticulado) de la economía, las crisis cambiarias recurrentes y las periódicas recesiones (véase, por ejemplo, aquí, aquí).

La fuga de capitales en cifras
La fuga de capitales en los últimos años ha sido un elemento decisivo de la actual crisis. Tengamos en cuenta que entre 2016 y agosto de 2018 la acumulación de activos externos en billetes, por parte de residentes en Argentina, fue de 46.133 millones de dólares (BCRA, Mercado de Cambios).Si se tiene en cuenta, además de la acumulación en billetes, las inversiones directas de residentes (sector privado no financiero) en el exterior y otras inversiones, el acumulado de formación de activos en el exterior fue de 54.916 millones de dólares. Dado que el PBI actual (segundo trimestre de 2018), medido al tipo de cambio $38/us$, es de unos 430.000 millones de dólares, la fuga de capitales bajo el gobierno Cambiemos equivale a, aproximadamente, el 13% del producto. A su vez, el déficit agregado de cuenta corriente entre 2016 y junio de 2018 fue de 63.872 millones de dólares (Indec). O sea, entre fugas de capitales y déficit de cuenta corriente sumaron 118.788 millones de dólares.

Por otra parte, la inversión extranjera directa acumulada, en el período 2016- agosto 2018, fue de solo 16.405 millones de dólares. La inversión de cartera, en cambio, fue de 81.466 millones de dólares. Esto es, cinco veces superior a la directa. El correlato de esa inversión de cartera fue el incremento del endeudamiento. La deuda externa pasó de 167.412 millones de dólares en diciembre de 2015, a 261.483 millones en junio de 2018. Esto significa que se se incrementó en 94.701 millones de dólares, un 56% de aumento. De manera que la economía se mantuvo en base a endeudamiento. Todo apunta a lo mismo: la extrema debilidad de la acumulación productiva.

De las Lebac a las Leliq
 En las últimas semanas el Banco Central ha contenido (al menos parcialmente) la salida de capitales en base a tasas de interés cada vez más elevadas. Con el agregado de que el desarme de las carteras de Lebac (sobre el crecimiento explosivo de las Lebac, aquí) tiene como contrapartida el crecimiento explosivo de las Leliq (Letras de Liquidez del Banco Central). Las Leliq son letras a 7 días, y en estos momentos están pagando una tasa del 73% anual. En lo fundamental, son utilizadas por los bancos para integrar los encajes. Tengamos presente que el Central elevó los encajes al 44% sobre el total de los depósitos, y le permite a los bancos integrar esos encajes con Leliq (también con Nobac, Notas del Banco Central). Con eso el Central busca que los bancos capten depósitos, por los cuales pagan una tasa anual del 40%, aproximadamente, por depósitos a 30 días. O sea, los bancos disponen del bonito negocio de cobrar 73% de interés al Central y pagar el 40% a los ahorristas. Por supuesto, las tasas “vuelan”. Por ejemplo, el costo promedio de un adelanto de cuenta corriente –un instrumento de financiamiento común de las empresas- se ubica, en la primera semana de octubre, en el 79% anual (información de La Nación). Esto es, en medio de la recesión, con las ventas y la producción derrumbándose, la tasa de interés, en términos reales (descontada la inflación), es de por lo menos el 35%.
Pero además, dado que el stock de estos títulos es de unos 434.000 millones de pesos, con una tasa del 73%, el Banco Central pagaría intereses por unos 317.000 millones de pesos (¿no era que el Central ya no iba a emitir?). Esto es, el gobierno desarma la bomba de las Lebac armando la bomba Leliq.
La otra deuda en fuerte crecimiento es la que toma el gobierno mediante las Letes (Letras de Tesorería). Las Letes son de corto plazo, están exentas de impuestos, y se emiten en pesos y dólares. A fin de desarmar las Lebac, el gobierno permitió suscribir con Lebac en pesos las Letes en dólares. Por eso el 70% de su demanda viene de los inversores (entre ellos hay inversores institucionales, por ejemplo la Anses) que desarman sus carteras de Lebac. Las Letes en dólares a 210 días pagan una tasa del 4%; su stock, en agosto, era de unos 14.100 millones de dólares. A lo que se suma, naturalmente, la nueva deuda contraída con el FMI.
Debilidad estructural
Como ya hemos planteado en notas anteriores, la fuga de excedente no es un fenómeno nuevo en Argentina. Por caso, entre 2002 y agosto de 2018 la formación de activos externos del sector privado no financiero fue de 158.592 millones de dólares. De estos, 103.676 millones corresponden al período 2002 – 2015; y 54.916 millones, como vimos, al período del gobierno de Macri.
De todas maneras, durante buena parte de la primera década de los 2000 esa salida de plusvalía pudo ser financiada con el superávit de la balanza de bienes y servicios. El tipo de cambio alto primero, y la suba de los precios de las materias primas, después, fueron decisivos para que esto ocurriera.
Sin embargo, no se superó el carácter atrasado del capitalismo argentino. De hecho, la inversión en términos del PBI se mantuvo en los mismos promedios que en los 1990 –la década de la supuesta “acumulación financiera”-, y muy lejos de los niveles asiáticos (Corea del Sur o China, por caso). Una expresión de esta debilidad es la baja participación de Argentina en las exportaciones mundiales: apenas el 0,3% del total (0,4% de participación en las importaciones, promedios 2010-2016, datos WTO, 2017).
En ese marco, a partir de 2010 el balance de cuenta corriente pasó a ser deficitario. En los seis años que van desde 2010 a 2015, el déficit acumulado de cuenta corriente fue de 49.026 millones de dólares. En ese lapso la inversión extranjera directa fue de 56.930 millones de dólares. Y hubo una salida de capitales por 41.987 millones de dólares. Este desequilibrio se manifestó en la continua caída de las reservas internacionales. A partir de este punto, la dinámica del elevado endeudamiento que alentó el gobierno de Macri solo podía desembocar en una nueva crisis desde el momento en que comenzara la retirada de los capitales especulativos, y se cortara el crédito.
Algunas conclusiones
A partir de lo expuesto, agreguemos algunas observaciones finales. En primer lugar, la fuga de capitales es la expresión de una lógica de la clase dominante nativa. Esto es, los capitales no salen porque lo ordene alguna potencia colonial, sino porque la burguesía argentina lo considera conveniente para sus intereses. Por eso el fenómeno abarca a poseedores de capital dinero de todos los colores, desde convencidos ultraliberales hasta patriotas en dura lucha contra la patria financiera.
En segundo término, dado que el centro de los problemas del desarrollo es la no inversión, se explica que las crisis no sean del tipo de las que ocurren en los países capitalistas industrializados. Estas últimas se caracterizan por la sobreproducción y sobreacumulación (o sobreinversión) de capital. La crisis argentina típica tiene por base la falta o debilidad de la inversión. Por eso suele estallar por el lado externo.
En tercer lugar, al poner el eje en la no inversión y la salida de plusvalía, se evidencia que las soluciones al atraso, la dependencia y las crisis recurrentes no pasan por recetas del tipo “imprimir todo el dinero que haga falta”, como pretenden algunos partidarios del keynesianismo bastardo. Tampoco sosteniendo la demanda en base a déficit financiado con deuda creciente. Este tipo de experimentos solo preparan el estallido de renovadas crisis.
En cuarto lugar, desde el enfoque que defendemos, el crecimiento de la deuda externa es, en lo fundamental, un producto de la salida de excedente. De hecho, la deuda externa ha servido para financiar la fuga de capitales. Con esto no pretendemos negar que la deuda agrave los problemas de la acumulación, y sea también un causal de salida del excedente. Lo que queremos enfatizar es que no se trata de un factor autónomo, como pretende buena parte de la izquierda “radical”. Planteo, este último, que abona la creencia de que los problemas del capitalismo argentino se podrían solucionar con reformas, del tipo “no pagar la deuda”, sin afectar de alguna manera sustancial las relaciones sociales de producción.
En quinto lugar, los déficits recurrentes en el sector externo, y la tendencia a superarlos vía tipo de cambio alto (baja de salarios, empeoramiento de las condiciones laborales) constituyen otra manifestación de la debilidad del capitalismo argentino. De ahí que la salida de la crisis que propone el capital (y el FMI lo expresa) pase siempre por aumentar la explotación del trabajo. En particular, en el actual cuadro recesivo –disminución del consumo, de la inversión, de la actividad industrial- los salarios están “en caída libre”, atenazados por las devaluaciones, la alta inflación y la creciente desocupación.
En sexto lugar, sostener el tipo de cambio por medio de altísimas tasas de interés, además de debilitar más la inversión, acelera las condiciones para que la crisis cambiaria y la recesión deriven en una crisis financiera de proporciones. Esta ocurre cuando los bancos no pueden recuperar los créditos concedidos, se multiplican las quiebras y se desvalorizan masivamente los capitales. Estas dinámicas son características del desarrollo de la crisis y siempre agravan la situación de la clase trabajadora y los sectores populares.
Por último, se plantean tres preguntas claves. La primera es acerca de qué se hace con el excedente. La plusvalía, ¿termina en una cuenta en Suiza, o en Panamá, etcétera, o se reinvierte productivamente? La segunda se refiere a quién produjo esa plusvalía. Pregunta que nos lleva al “espinoso asunto” de la explotación del trabajo. Y la tercera pregunta es quién decide qué se hace con el excedente. Pregunta que interpela a la propiedad privada del capital. De ahí la alternativa que va a la raíz del problema: deben ser los mismos productores –los que generan el excedente- los que decidan qué se hace con él. Pero para esto, hay que desarmar el poder del capital.
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Agreguemos otra pregunta que es esencial para desarmar el poder del capital: ¿continuar o cambiar de raíz al modo capitalista de producción?. La última es la de los pueblos y nos interpela a erradicar los extractivismos haciendo posible el involucramiento de una creciente mayoría en las luchas de los diversos de abajo por la justicia social, ambiental y de género.


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