Todos expandieron y expanden
extractivismos o sea
ecogenocidios.
Subordinan a los países a ser expoliados por
el sistema mundo capitalista que, por centralizarse en la acumulación
oligopólica de riquezas y poder, ha maximizado su criminalidad e irracionalidad
como lo prueba el acaparamiento territorial para monocultivos transgénicos de
agrocombustibles.
Biocombustibles en Bolivia:
tensiones entre los sueños exportadores
y las realidades nacionales
7 de junio de 2007
Por
Eduardo Gudynas
Pocos días atrás, en un encuentro
celebrado en La Paz, y convocado por la Cámara de Industria,
Comercio, Servicios y Turismo de Santa Cruz (CAINCO) y del
Instituto Boliviano de Comercio Exterior (IBCE), se subrayó la
importancia de los biocombustibles en Bolivia. La obtención de
combustibles a partir de cultivos como caña de azúcar o soja,
aseguraría importantes ingresos de exportación, generaría
empleos, y hasta serviría para revitalizar comunidades rurales
Ventajas de ese tipo también se han invocado en otros países de América Latina. En resumen, se proclama que los biocombustibles permitirían enfrentar el cambio climático, serían una alternativa frente a un petróleo muy caro, y desencadenarían una nueva revolución agrícola en América Latina. Esas potencialidades son alentadoras, y nadie quisiera perderse esos negocios, y por esa razón más o menos las mismas iniciativas están en marcha en otros países.Pero en todos esos casos también se han lanzado alertas. Se están publicando nuevos estudios que indican que el uso de cultivos como caña de azúcar o soja para obtener combustibles tienen limitaciones energéticas, y generan impactos sociales, económicos y ambientales muy importantes. Otros cuestionan los supuestos beneficios energéticos, mientras que hay muchas incertidumbres comerciales. Por lo tanto, es necesario preguntarse si tiene sentido para un país como Bolivia privilegiar los cultivos para obtener combustibles. ¿Servirán para mejorar la calidad de vida de las familias rurales? ¿Encierran un conflicto con la producción de alimentos?
Agroindustria, combustibles y exportaciones
Para responder a estas preguntas es necesario comenzar por reconocer que las actuales propuestas de biocombustibles se basan específicamente en cultivos a gran escala como la soja o caña de azúcar. Por lo tanto es indispensable usar el término “agrocombustibles” para diferenciarlos de otras fuentes de bioenergía, y para dejar en claro que su materia prima son cultivos que también sirven como alimentos. El uso de la palabra “biocombustible” esconde esa dependencia de los cultivos alimentarios, la que justamente es una cuestión central en países como Bolivia.
Clarificado ese punto,
es
necesario recordar que la demanda por alimentos para consumo
nacional es muy importante en América Latina, ya que se siguen
enfrentando serios problemas de subnutrición. Más de 59 millones
de personas enfrentaban la subnutrición en 2001-03, según la
FAO. Entretanto, la producción agropecuaria ha crecido, y se ha
enfocado cada vez más en exportar sus productos hacia otros
mercados, superando los 80 mil millones dólares.
Ha tenido lugar un profundo
proceso de reestructura volcado hacia los monocultivos de gran
escala y las agroindustrias. Bolivia ha transitado ese camino,
ya que su producción agropecuaria ha crecido a una tasa media de
3.2% entre 1996 y 2005 (un poco por encima del promedio
latinoamericano). Las exportaciones agropecuarias y forestales
pasaron de 111,8 millones de dólares en 2000 a 172 millones de
dólares en 2005. Sin embargo, la producción de alimentos per
capita apenas creció 1,1% en 1996-2005, y Bolivia todavía
enfrenta altísimos niveles de subnutrición: 23% de la población
en 2001-03 según la FAO. En otras palabras, la agropecuaria
creció, se exportó más, pero el país permanece con graves
problemas de acceso a la alimentación.
Es evidente que una parte
sustancial de ese crecimiento de la producción fue orientado a
las exportaciones, y posiblemente el ejemplo mas conocido es el
sector sojero.
La producción de
agrocombustibles refuerza ese patrón de desarrollo en sus puntos
básicos: se basa en monocultivos y en una producción de gran
escala, y está atada a las exportaciones. Sus actores
principales son grandes agricultores y empresas
comercializadoras. En tanto ese comercio exterior ofrece mayores
rentabilidades, se vuelve mucho más atrayente que cultivar
alimentos para un mercado interno con menor poder de compra.
Es así que la promoción de agrocombustibles orientados a la exportación contribuirá a generar las tensiones con la producción de alimentos. Este no es un problema potencial que eventualmente podría surgir en el futuro, sino que ese tipo de oposición ya está operando en el continente, y los agrocombustibles las acentuarán. Bolivia junto a otros cuatro países representan los cuatro casos mas agudos de esa problemática: las exportaciones de agroalimentos son un alto porcentaje de sus exportaciones totales (mas del 25%) pero a la vez tienen altos niveles de subnutrición (mas de 10%). En efecto, Bolivia junto a Guatemala, Honduras, Paraguay y Nicaragua, sufren la paradoja de ser grandes exportadores de agroalimentos mientras dentro de sus fronteras hay mucha gente con problemas de alimentación.
Inseguridad alimentaria, ambiente y desplazamiento social
El camino basado en agroindustrias
de exportación pasa a dominar las estrategias de producción
rural, se expande, y por lo tanto se reduce la producción
destinada al mercado interno. La canasta de alimentos producidos
localmente se encoge, y en algunos casos se deben importar
alimentos. Incluso en grandes productores agroalimentarios como
Argentina, la alta rentabilidad que ofrecen las exportaciones
terminó promoviendo cultivos como la soja, pero a costa de
reducir otras actividades orientadas al mercado interno, como la
ganadería lechera.
En el caso de países como Bolivia,
el destinar superficies significativas a los agrocombustibles no
resuelve los problemas de alimentación, sino que aumentará la
presión sobre los usos del suelo, y en algunos casos generará
todavía más vulnerabilidad ante los vaivenes climáticos.
Recordemos que esa fragilidad ha quedado en evidencia por los
serios problemas climáticos que recientemente vivió el país,
atrapado por un lado en lluvias e inundaciones en las tierras
bajas del oriente, y por otro lado por sequías y heladas en las
zonas andinas.
Eso desembocó en una reducción
estimada en 11 % en la producción de papa, arroz, y otros
cultivos claves para alimentación; el producto estrella de las
exportaciones, la soja, se reduciría en un 13%, según el reporte
de la misión de FAO que visitó Bolivia el pasado abril. El
frágil balance se ha roto, y se deberán importar alimentos
básicos, como arroz y papas. Frente a esta variabilidad
climática, el país necesitaría contar con reservas de tierra
dedicadas a producir suficientes alimentos como para contar con
márgenes suficientes que le permitan superar futuros
contratiempos climáticos.
Tampoco se pueden olvidar los
impactos sociales. Los agrocombustibles de exportación se basan
en cultivos de gran escala, que terminan desplazando a los
pequeños y medianos campesinos. En otros países ese proceso se
ha dado bajo dos formas: en unos casos se compran las tierras, y
en otros casos se establecen contratos de producción que atan al
campesino a consorcios agroindustriales, perdiendo la capacidad
de tomar decisiones sobre su propia tierra, sufriendo de escasos
márgenes de rentabilidad y en muchos casos endeudándose. La
generación de empleo rural es muy limitada, ya que los cultivos
de gran escala se basan en la mecanización donde se reemplaza la
mano de obra humana por máquinas.
Tierras disponibles y acumulación de impactos
En varios países se justifica la
apuesta a los agrocombustibles apuntando que hay un amplio
territorio disponible sobre el cual se puede avanzar. Con ese
argumento se intenta responder al cuestionamiento de la
oposición entre agrocombustibles y alimentos, ya que habría
“espacio” suficiente para lograr ambos propósitos. El ejemplo
más conocido es Brasil, donde el presidente Lula ha señalado que
cuenta con 200 millones de hectáreas de pasturas en las cuales
se puede cultivar caña de azúcar.
En Bolivia, en el encuentro del
IBCE y CAINCO se invocó la disponibilidad de 15 millones de has
aptas según el Plan del Uso del Suelo (PLUS). Expansiones
agrícolas de tal envergadura tienen un enorme impacto ambiental;
intentar ese camino significará una sucesión de efectos
ecológicos negativos posiblemente en el oriente y amazonia de
Bolivia. A juzgar por los hechos observados en otros países, se
podría desencadenar la acumulación de residuos de agrotóxicos,
acidificación de suelos, emisión de contaminantes en las
prácticas de quemas, pérdida de biodiversidad, etc.
Podría plantearse la urgencia de asumir los costos sociales y ambientales de tal expansión si ella fuera para atender las necesidades de seguridad alimentaria nacional, pero en este caso son para alimentar los automóviles de estadounidenses, europeos o japoneses. Son evidentes las tensiones con las metas de preservación de las áreas naturales.El crecimiento de la agricultura exportadora está detrás del avance de la frontera agropecuaria en varios países; por ejemplo, en Brasil, la sojización ha transformado completamente la ecorregión de Cerrado, y se pronostica que los agrocombustibles desencadenarán un nuevo aumento de la superficie de la caña de azúcar con muchos impactos ambientales, incluyendo nuevas amenazas sobre los bosques. La evidencia disponible para los países vecinos, como Argentina, Brasil, Perú y Colombia, en todos los casos indica que la expansión de cultivos para combustibles no es inocua y está aumentando la presión ambiental.
En paralelo a esa advertencia
ambiental, cabe preguntarse por qué no se aprovecha en la
actualidad una parte de esas supuestas tierras “ociosas” para
producir alimentos para consumo nacional. La respuesta es
sencilla: no es considerada lo suficientemente rentable por las
empresas agropecuarias. Esto deja al desnudo que los objetivos
empresariales en juego no están comprometidos con los esfuerzos
para solucionar los problemas de suficiencia alimentaria, y que
por el contrario apuntan a conseguir un nicho en las
exportaciones hacia los países industrializados.
Necesidades y balances energéticos
En esta discusión también se deben
contemplar los aspectos energéticos. Es posible entender la
necesidad de agrocombustibles en aquellos países que tienen un
importante déficit energético, o que no tienen hidrocarburos, y
por lo tanto necesitan generar sus propios combustibles para no
depender de importar un petróleo cada vez más claro (como es el
caso de Chile o Uruguay).
Pero ese no es el caso de Bolivia, ya que el país cuenta con muchos recursos hidrocarburíferos. Las dificultades nacionales no están en la disponibilidad de esos energéticos, sino en su extracción, procesamiento y distribución dentro del país. Las supuestas bondades ecológicas de estos combustibles también están en discusión. Es cierto que las mezclas con bioetanol y biodiesel al ser utilizadas en motores de combustión tienen menores emisiones de algunas sustancias, pero no en otras, y además su poder energético es menor lo que hace aumentar el consumo de combustibles. Por lo tanto el balance del impacto ambiental neto todavía se discute.
En cuanto al balance energético
para obtener estos biocombustibles también está en discusión. Es
muy común apelar al ejemplo del combustible logrado de la caña
de azúcar, que entrega 8 a 10 veces la energía que se consumió
en su cultivo y producción. Este balance haría que los
agrocombustibles fueran imbatibles como fuente de energía. Pero
los nuevos estudios, que sobre todo están orientados a la soja y
maíz, arrojan resultados muy diversos y contradictorios: así
como se registran balances positivos hay otros que señalan que
son negativos, debido al alto consumo de energía en el cultivo,
transporte y procesamiento. Existe un creciente consenso en que
estos agrocombustibles de primera generación no arrojan márgenes
suficientemente atractivos, y se deberá esperar a las próximas
tecnologías basadas en el aprovechamiento de la celulosa.
Más allá de toda esta discusión,
podría entenderse que se deben iniciar tareas de investigación y
desarrollo de un sector propio de agrocombustibles para Bolivia.
Es una forma de no quedar rezagados no dependientes de
tecnologías extranjeras. Pero eso es muy distinto a plantear ese
tipo de cultivos como una opción productiva principal.
Razones nacionales y razones económicas
Por razones como las ilustradas en este artículo, sea desde el camino de las políticas agrícolas y alimentarias, como desde las energéticas, se suman los argumentos que indican que no tiene sentido embarcarse en presentar a los agrocombustibles como una opción de desarrollo destacada ni privilegiada. No representan una solución para la mayor parte de los problemas rurales, y en realidad son una nueva forma de acentuar las clásicas formas de inserción internacional de América Latina: vender recursos naturales con poco procesamiento, dejando en nuestros suelos sus impactos ambientales y sociales, quedar en manos de transnacionales que comercializan el producto, y depender de los vaivenes de las demandas de los países del norte.
A pesar de la evidencia de
importantes impactos negativos y los problemas envueltos en
obtener agrocombustibles, esta moda sigue avanzando a buen paso.
Eso hace que sea necesario preguntarse por qué se insiste en
este tipo de estrategia. La respuesta es sencilla: es un buen
negocio. En un contexto de un petróleo caro, los ingresos que se
obtienen por las exportaciones de agrocombustibles se vuelven
enormes. Además, las perspectivas futuras también son
ventajosas, ya que los países industrializados anuncian una
demanda que no dejará de crecer en los próximos años.
Muchos gobiernos terminan apoyando
estas estrategias por diversas causas; desde compartir la fe en
las exportaciones agrícolas como uno de los motores del
desarrollo (Brasil), a nutrir los cofres estatales mediante
impuestos a las exportaciones de productos agrícolas
(Argentina). Este buen negocio descansa en una ilusión: desde el
punto de vista macroeconómico las exportaciones agroindustriales
son muy positivas, ya que mejoran la balanza comercial y
aseguran el ingreso de divisas.
Por esta razón las exportaciones
de agrocombustibles son atractivas. Pero para las economías
locales, en especial las de los pequeños y medianos productores,
pueden llegar a ser muy negativas; también se acumulan
externalidades ambientales que la economía tradicional no
valora. Finalmente, desde el punto de vista de la economía
política es una estrategia riesgosa que no resuelve los
problemas mas urgentes de la alimentación ni genera un genuino
desarrollo.
Es así que hay muchos aspectos
negativos que no han sido considerados, y que deben contemplarse
para evaluar con mucho más cuidado el camino que se seguirá.
Además, las prioridades siguen estando en asegurar la
alimentación a toda la población. En las circunstancias
actuales, una mirada nacional sobre los agrocombustibles debe
sopesar las posibles ganancias exportadoras, y los posibles
perjuicios sociales, económicos y ambientales; debe atender
tanto a los probables ingresos por exportación, como a los
gastos en que deberá incurrir el Estado para cubrir las demandas
de agricultores desplazados, deterioro de la oferta alimentaria
o preservar la biodiversidad; debe
recordar que el país posee recursos energéticos enormes, pero
ostenta la dramática paradoja de ser un importante
agroexportador mientras una proporción significativa de su
población no recibe una alimentación adecuada.
Eduardo Gudynas es analista de
información en CLAES (Centro Latino Americano de Ecología
Social), un centro de investigación y promoción del desarrollo
sostenible en América Latina. El presente artículo fue preparado
especialmente para Bolpress. Informaciones adicionales se pueden
encontrar
aquí.
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