domingo, 14 de septiembre de 2014

Qué economía puede haber sobre la base instaurada con dictadura genocida.


Se comprueba con la deKada donde los bancos son de los pocos ganadores y hay aumento de la deuda externa.
Examinemos cómo nuestra condena a pagadores seriales se basa en la vigencia de:

 

La herencia de la dictadura militar
25 de marzo de 2011


 

Por Mario Rapoport *
A partir del golpe de Estado del 24 de marzo 1976 se produjeron profundos cambios en la estructura económica argentina, que terminaron por conformar un nuevo modelo económico basado en la acumulación rentística y financiera, la apertura externa irrestricta, comercial y de capitales, y el disciplinamiento social. La dictadura militar se propuso restablecer la hegemonía del mercado en la asignación de recursos, restringir la participación del Estado y abrir la competencia de los productos nacionales con los extranjeros, aunque ello significara sacrificar la industria local. En una primera etapa, de 1976 a 1978, se implementó un plan de ajuste ortodoxo, con devaluación, liberación de precios, congelamiento de salarios, facilidades para las importaciones, cese de la promoción de exportaciones industriales. En esta cuestión fue de vital importancia la reforma financiera de 1977, que ubicó al sector de las finanzas en una posición hegemónica en términos de absorción y reparto de los recursos. El nuevo Régimen de Entidades Financieras iniciaba un rumbo cuyo norte apuntaba a la liberalización del mercado interno y a una mayor vinculación con los mercados mundiales.
El terrorismo de Estado impidió toda resistencia social a la transformación regresiva de la economía. Las elites agropecuarias, los grandes grupos económicos y financieros locales, y los intermediarios de las finanzas y el comercio internacionales fueron los beneficiarios inmediatos y de largo plazo de estas políticas.
Una segunda etapa comenzó en diciembre de 1978, con la aplicación de la “tablita cambiaria”, que consistía en devaluaciones programadas inferiores a la inflación. Estas apreciaron el peso, agravaron el cierre de las industrias nacionales, imposibilitadas de competir con los productos importados, e impulsaron una gran salida de divisas, a causa de los déficit comerciales y de servicios, como los intereses pagados al capital extranjero y el turismo al exterior. Esos déficit se cubrieron con ingresos de capitales y crearon la enorme deuda externa que ya en 1981 produjo una primera crisis de graves consecuencias por la elevación de las tasas de interés internacionales.
De todas las medidas económicas tomadas en aquella época, el país heredó varias que no han sido hasta ahora modificadas, algunas de las cuales, incluso, se profundizaron en los años ’90. Las dos principales son la Ley de Entidades Financieras Nº 21.526, sancionada en 1977, y la Ley de inversiones extranjeras Nº 21.382, ambas nacidas como decretos de la dictadura militar.
La primera de ellas comenzó a regir desde la aplicación de otra medida que autorizaba al Banco Central a restituir a las entidades financieras la facultad de captar depósitos por cuenta propia y fijar las tasas de interés activas y pasivas, sobre la base de la garantía de los depósitos otorgada a esas entidades. La Ley Nº 21.526 establecía un nuevo régimen según el cual el Banco Central tendría la facultad de superintendencia mientras se valoraba la libre competencia como el medio idóneo para lograr un sistema más eficiente.
Los efectos de estos cambios con la legislación que los profundizó durante el menemismo produjeron localmente el predominio de las finanzas especulativas sobre la producción, en consonancia con la necesidad de los países centrales y las grandes corporaciones de colocar sus superávit de liquidez y obtener mayores rentabilidades aprovechando la diferencias entre las tasas de interés locales y las internacionales.
También, como señala un trabajo reciente del Cefid/ar, dio como resultado una notable extranjerización de los bancos, la concentración de los depósitos en los bancos privados –pero sobre todo en los extranjeros–, un sistema crediticio determinado por el mercado sin ninguna orientación pública, el predominio en la asignación de créditos a corto plazo y la ausencia de préstamos para el desarrollo.
Esta ley constituyó sin duda una de las causas principales que provocaron la crisis del 2001 y, aunque los cambios económicos posteriores introdujeron modificaciones regulatorias que morigeraron sus consecuencias, los rasgos estructurales del sistema permanecen incólumes, especialmente la estructura crediticia. Sólo la acción de la banca pública es la que ha permitido suplir en parte estos problemas, pero todavía se hace necesaria una nueva ley que suplante la anterior.
En cuanto a la ley de inversiones extranjeras, produjo una liberalización de la entrada de capitales externos en el país, restringiendo al mínimo las áreas prohibidas para este tipo de inversiones y asegurando un trato igualitario a las inversiones extranjeras y a las nacionales. Esto acentuó el proceso de desindustrialización, porque ese capital no se ubicó en sectores industriales y, además, como la ley no obligaba a la reinversión de utilidades no se tradujo en una radicación local de las ganancias empresariales.
El gobierno de Menem liberalizó aún más esta norma al establecer que los inversores pueden colocar sus capitales sin aprobación previa y repatriar sus utilidades en cualquier momento. Una consecuencia posterior fue la aceptación de la intervención de instituciones internacionales como el Ciadi, que obliga a resolver los conflictos derivados de ese tipo de inversiones en juzgados del exterior, transgrediendo principios cardinales de la política exterior argentina, como las doctrinas Calvo y Drago.
Esta ley debe igualmente modificarse. Para ello existe un proyecto de los diputados Basteiro y Rivas en la cual se establecen nuevas normas regulatorias que restringen, por un lado, la radicación de capital extranjero a áreas claves de la actividad productiva, de los servicios y de la seguridad nacional y, por otro, establecen la necesidad de integrar esas inversiones a un plan estratégico de desarrollo industrial diversificado, priorizando el empleo de personal de nacionalidad argentina y determinando condiciones más estrictas para la repatriación de capitales.
Para culminar, la herencia de la dictadura no termina allí; paradójicamente una de las resoluciones que tomó Martínez de Hoz, porque afectaba sus propios intereses, fue la supresión del impuesto a la herencia, una decisión que ahora acaba de revertirse en parte en la provincia de Buenos Aires.
El país ha avanzado enormemente de un modelo rentístico financiero en lo económico y de exclusión en lo social a un modelo productivo e inclusivo, pero eso no se refleja todavía en el cambio de instituciones creadas durante la dictadura militar, una realidad que hay que reparar con urgencia, porque si las políticas son diferentes la persistencia de la instituciones constituye un palenque donde puede aferrarse de nuevo el fantasma del neoliberalismo.
* Economista e historiador.
Investigador superior del Conicet.

Sigamos profundizando en el compromiso K con el neoliberalismo implícito en el ufanarse de condenarnos a pagadores seriales y en oponerse a los cambios en las leyes dictatoriales:

Economía › temas de debate: reforma de la ley de entidades financieras

El huevo de la serpiente
5 de octubre de 2009

 

Una vez que concluya el tratamiento del proyecto de ley de Servicios Audiovisuales, el Gobierno podría avanzar con una reforma financiera. Los especialistas analizan por qué es indispensable revertir la desregulación heredada de la dictadura y el menemismo.
Producción: Tomás Lukin


Un pilar del neoliberalismo

Por Cecilia Allami *
La Ley de Entidades Financieras constituyó la base jurídica de la Reforma Financiera de 1977, uno de los principales pilares del programa económico de la última dictadura militar. A nivel discursivo, esta reforma se basaba en las supuestas virtudes del mercado como mecanismo asignador de recursos y fijador de precios, y condenaba al mismo tiempo la intervención estatal en el sistema financiero. Según se argumentaba, la liberalización financiera mejoraría la competitividad del sector e incrementaría el ahorro y la inversión, fomentando así el desarrollo económico al liberar recursos de su estado de “represión”. De esta forma, en un contexto de liberalización creciente del mercado internacional de capitales, la nueva orientación desarticuló los instrumentos de intervención estatal característicos del modelo de industrialización por sustitución de importaciones vigentes hasta el momento, como el control de las tasas de interés o el crédito subsidiado. Este proceso tendió a profundizarse durante la década de 1990 a partir de la introducción de las normas de regulación prudencial de Basilea y la modificación de la Carta Orgánica del Banco Central, resultando en una transformación radical de la estructura del sistema financiero.
Así, entre 1977 y 2008 la cantidad total de entidades financieras cayó de 723 a 84. El número de bancos públicos –que abarcaban casi la totalidad del territorio nacional y manejaban una alta proporción de depósitos y créditos– se redujo a más de la mitad en el mismo período, observándose un particular debilitamiento de la banca provincial que fue en gran parte privatizada. Por su parte, el número de entidades extranjeras creció sostenidamente. Este fenómeno de concentración no sólo se circunscribió a la reducción absoluta del número de bancos, sino que también se verificó en términos de la creciente concentración de los activos y pasivos en pocas entidades. Simultáneamente, este esquema estimuló la conformación de conglomerados financieros, es decir, la participación de un grupo económico en más de un segmento de la intermediación financiera.
A su vez, estas transformaciones determinaron fuertes cambios en la estructura regional y sectorial del crédito. En líneas generales, los bancos han asignado recursos hacia los sectores que les han asegurado una mayor rentabilidad en el corto plazo. A partir de la década de 1990, el crédito a los sectores productivos se ha contraído considerablemente, priorizándose los préstamos para consumo. Asimismo, el acceso al crédito de las pymes se vio restringido por las altas tasas de interés, la desaparición de fuentes de financiamiento y los cambios en las regulaciones. Adicionalmente, una menor proporción de los préstamos estuvo destinada al interior del país, impactando negativamente en el desarrollo regional. En términos macroeconómicos, la desregulación del mercado financiero local y la cuenta de capital –que favorecieron la vigencia de altas y volátiles tasas de interés– generaron una significativa ciclicidad en el sector externo y potenciaron la fragilidad e inestabilidad de la economía.
Si bien los sucesivos gobiernos modificaron parcialmente algunos artículos de la Ley de Entidades Financieras, su espíritu se mantuvo inalterado durante más de 30 años. El resultado a largo plazo fue la concentración, privatización y extranjerización de un sistema financiero que no ha cumplido adecuadamente su rol de canalizar recursos hacia la actividad productiva. Es por esto que un plan integral de desarrollo debe incorporar una reformulación del marco regulatorio de los mercados financieros, con el propósito de recuperar instrumentos de política económica esenciales. En particular, es necesario identificar sectores estratégicos y desarrollar herramientas específicas para orientar el crédito a inversiones de mediano y largo plazo. En esta línea, y con el objetivo de reducir las disparidades regionales, debería considerarse la necesidad de financiamiento de las pymes del interior del país, ya que son las que más dificultades encuentran a la hora del acceso al crédito. A largo plazo, la reforma debería contemplar mecanismos tendientes a lograr un desarrollo económico y social más equitativo y equilibrado.
Un aspecto clave para el éxito de cualquier iniciativa de reforma es la firme voluntad política del Gobierno, dado que se verían afectados sectores que cuentan con un gran poder dentro de la actual estructura económica. Asimismo, el objetivo de que el crédito se oriente efectivamente hacia los fines previstos exige mecanismos eficientes de asignación y monitoreo del destino de los recursos. En definitiva, la ley vigente no es consistente con un Estado que debe participar activamente en los mercados financieros, favoreciendo el desarrollo productivo y limitando la especulación.
* Investigadora docente de UNGS.


La ley de la selva

Por Rodrigo López *
Entre las leyes vigentes de la dictadura pocas estorban tanto para el desarrollo nacional como la Ley de Entidades Financieras de 1977. Si bien desde entonces ha sufrido modificaciones menores, los puntos centrales se mantienen firmes. A diferencia de países como Brasil y Chile, últimamente tan mentados por nuestra derecha pop, la ley argentina en vez de señalar expresamente qué operaciones tienen permitidas los bancos comerciales concede “todo aquello que esta ley no prohíbe”, dando ventajas exclusivas a los bancos comerciales, siendo los únicos habilitados para captar depósitos del público a la vista. En la configuración del sistema, esto implica que dejamos de tener banca especializada (aconsejable para organizar el desarrollo) para pasar a tener un sistema de banca universal liderada por los bancos comerciales.
En nombre del “libre mercado” la reforma del gobierno de facto liberalizó la tasa de interés y flexibilizó la apertura de nuevas entidades financieras, con el expreso objetivo de que las tasas alcanzaran valores reales positivos y elevados, lo cual es letal para la industria, sobre todo para las pymes. El argumento esgrimido era fomentar el ahorro y que el mercado se encargara de seleccionar la orientación del crédito. El resultado fue la crisis bancaria de 1980, que sería la primera de una conocida lista. Tal filosofía toma el crédito como un bien de mercado, plausible de ser determinado por un precio de mercado, cuando en realidad se trata de un bien público, tanto porque se nutre con la agregación del ahorro de los ciudadanos como porque su uso repercute en la economía de toda la población. La moneda y las reservas provienen del trabajo argentino, no es justo que sean apropiadas por algunos, pues sus consecuencias afectan al resto. La regla de “el que llega primero gana” de la corrida de 2001 aún es recordada por muchos pequeños ahorristas argentinos.
Los bancos no son una empresa cualquiera. La explicación intuitiva es que los ahorristas depositan en los bancos los ahorros y éstos a su vez los prestan a terceros. Luego tales préstamos se multiplican a través del mecanismo de creación de dinero bancario. Pero en la realidad el orden es el inverso. El otorgamiento de los préstamos expande la economía posibilitando la aparición de ahorros. A partir de la ley de 1977 tal mecanismo es mutilado. Los bancos son cada vez más concentrados y dirigen sus créditos a grandes empresas (muchas de ellas extranjeras) o a las actividades más lucrativas en el corto plazo, las cuales suelen ser créditos personales y demás líneas para el consumo. La compra de bienes suntuarios en su mayoría importados no permite generar la sinergia prestamos-depósitos, impidiendo la potencialidad expansiva del crédito en el proceso económico. En momentos de especulación tiene lugar otra variante, que es el crédito para la lisa y llana compra de moneda extranjera. En este caso, no sólo se alejan recursos para la producción y se limita la expansión señalada, sino que a la postre se ejerce una presión sobre un precio nodal como el tipo de cambio.
Una reforma podría establecer resguardos para evitar que el sistema financiero se siga atrofiando. Garantizar créditos para pymes, instituir una banca pública de desarrollo y reducir parte de los créditos para consumos suntuosos mejorarían el desempeño de largo plazo (desarrollo), mientras que controlar maniobras que alientan la crisis cambiaria como los préstamos que se sacan con el solo fin de comprar dólares y especular (pedir) una devaluación podrían ser neutralizadas.
La reforma de 1977 vino a abolir la de 1973, que se nutría de las reformas de 1946 y 1949. En los gobiernos peronistas citados el crecimiento estaba orientado al mercado interno, lo cual requería asegurar la canalización de los ahorros nacionales a la inversión productiva local, fomentando la expansión industrial, el pleno empleo, y evitando con controles cambiarios las crisis de balanza de pagos.
La reforma de la dictadura vino a completar un programa de políticas que llevaron a la desindustrialización del país y el comienzo de la pesada deuda externa que sigue perforándonos el bolsillo. Por ironías del destino, a los militares les tocó cumplir el bicentenario de la creación del Virreinato del Río de la Plata (1776) y, a juzgar por la entrega de los resortes de la economía al extranjero y la sujeción política de la población nativa, parecen haber estado a la altura de las circunstancias.
El período abierto en 2003 dio buenos pasos al recuperar para la Nación los ahorros apropiados por las AFJP y permitir canales populares de dirección del crédito a través de cajas cooperativas. Pero resta terminar la obra. Los argentinos deberíamos poder llegar al 25 de Mayo de 2010 con la Plaza de Mayo sin vallado y que éste se establezca en el sistema financiero para disponer los canales del desarrollo nacional y no los de la fuga, el vaciamiento y la crisis, porque el bicentenario que vamos a festejar es el de la Revolución no el de la colonia.
* Investigador Cefid-AR y CCC Floreal Gorini.
Fuente: http://www.pagina12.com.ar/diario/economia/2-132928-2009-10-05.html

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