sábado, 21 de febrero de 2015

A qué mundo tiende China, lo prueba su capitalismo en expansión ocupando países y continentes.


   Esta comprobación exige abajo construir el Nunca Más al

Consenso de Beijing disfrazado de cooperación sur-sur.
 
Consideremos cómo China se incorpora a la acumulación gran capitalista que se basa en el crecimiento de la desigualdad social y de la explotación laboral. Sobre todo triunfa en maximizarlas.

China: un socio para no imitar
26 de diciembre de 2014
Por Claudio Katz
(…)Pero a principios de los 90 se implementó una orientación distinta. Comenzaron las privatizaciones en gran escala, la generalización de normas capitalistas de gestión y la formación de una clase de grandes empresarios con exponentes directos en los organismos dirigentes.
Este nuevo esquema comenzó con inversiones destinadas al mercado interno y se afianzó privilegiando las exportaciones. En la última década se acrecentó la apropiación privada de las grandes empresas, en un escenario de creciente desigualdad y precarización del empleo.
La principal transformación social generada por esta reconversión ha sido el surgimiento de una clase capitalista local, asociada a las empresas transnacionales y promotora de una ideología neoliberal. La gravitación de este sector en las altas esferas del régimen político se verifica en el pragmatismo de esta conducción. La tradición maoísta de la revolución cultural es rechazada y los empresarios son bienvenidos dentro del partido. El pensamiento de Marx y Confucio son combinados, en función de las necesidades políticas de cada momento (Xie, 2009).
En esta segunda etapa varios rasgos clásicos del capitalismo han quedado incorporados a la economía china. Hay competencia, beneficio, explotación y acumulación. La desigualdad aumenta a un ritmo más acelerado que en el resto de la región y los niveles de explotación se ubican por encima de Corea, Taiwán o Singapur.
(…) Leer
 
Apreciemos que China con EE.UU. impulsan el capitalismo mundializado y compiten en empobrecer a los países periféricos tanto por desindustrializarlos como por vaciarlos de recursos estratégicos amenazando sus respectivas supervivencias.

¿Del Consenso de Washington al Consenso de Beijing?
30 de marzo de 2014
China se ha consolidado durante las últimas décadas como la segunda economía y el principal productor de manufacturas del planeta. 
 
Por Ariel M. Slipak
Adicionalmente a esta expansión económica, el país oriental viene incrementando su poderío militar y áreas de influencia política en el globo. 
Expone una relación simultáneamente tensa en lo geopolítico y simbiótica en lo económico con EE.UU., su primer destino de exportaciones y de quien es su principal prestamista.  
 
El crecimiento exponencial de su sector fabril, la acelerada tasa de urbanización y las crecientes necesidades alimenticias de una población que supera los 1300 millones de habitantes han llevado a que la provisión de productos básicos como minerales, alimentos e hidrocarburos resulte una cuestión estratégica.
 
En este contexto, China ha resultado el socio comercial de América Latina cuya relación comercial muestra los mayores índices de crecimiento durante la última década en detrimento de EE UU y Europa. Al mismo tiempo se muestra como uno de los emisores de IED más dinámicos hacia la región. China –que se ubica entre los tres principales destinos de exportaciones de Brasil, Chile, Perú, Colombia Argentina, Uruguay y Venezuela– es presentado por la mayoría de los gobiernos del Cono Sur y organismos como CEPAL como un socio estratégico con quien es posible entablar relaciones de mutuo beneficio y cooperación. Sin embargo, un análisis  detallado de los flujos de intercambio comercial mantenidos con aquel país exponen, por el momento, una profundización de la inserción de América Latina como proveedor global de productos primario-extractivos con reducido contenido de valor agregado a partir del incremento de las relaciones comerciales con China. 
Al mismo tiempo la IED recibida por los países de América Latina y Caribe del gigante asiático se orienta casi exclusivamente al aseguramiento estratégico de productos básicos por parte de aquel país o bien a actividades logísticas o financieras que sirvan de apoyo a la extracción productos primaros.
 
China se presenta en la región como una economía emergente, un país con el cual los de América Latina podrán entablar relaciones simétricas a partir de la cooperación sur-sur. Sin embargo, resultaría de suma importancia en la región que los gobiernos locales internalicen que China ya no se trata de una economía emergente, sino de una potencia económica.
 
 
 
Ejemplifiquemos en qué consiste el sometimiento de Argentina a China.

 
La nueva dependencia y el tuit presidencial
7 de febrero de 2015

 

Por Maristella Svampa (*)
El viaje de negocios a China por parte de una comitiva gubernamental y el desafortunado tuit de la Presidenta para con sus anfitriones me llevaron a recordar un concepto maldito, el de “dependencia”, y otro más a la moda, que remite a la “dramaturgia de la resistencia y la dominación”.
Elaborado a mediados de los años 60 en América Latina, el concepto de dependencia implicaba el reconocimiento de relaciones de dominación entre países centrales y periféricos, y en el interior de éstos, entre clases sociales. La idea de dependencia surgía de un diagnóstico asociado a las nuevas formas de penetración del capital internacional concentrado en las economías de la periferia, situación que ponía fin a las experiencias populistas-desarrollistas y conllevaba un reposicionamiento de la burguesía local en su vinculación con los capitales monopólicos. Como afirmaba el brasileño Theotonio dos Santos, la dominación externa “es impracticable” si no hay articulación entre intereses dominantes de los centros hegemónicos y los intereses dominantes en las sociedades dependientes. En ese contexto, las llamadas “burguesías nacionales” pasaron a ser más acotadamente “burguesías locales”.
La teoría de la dependencia tuvo un impacto enorme, pero también fue víctima de su propio éxito, ya que su vertiginosa divulgación generó numerosos malentendidos, apropiaciones caricaturescas y feroces críticas, provenientes de todo el espectro político-ideológico. Pero en realidad, sus hipótesis siguen en pie, aun si allí donde se equivocaron los dependentistas es en creer que sólo había dos opciones, la alternativa del estancamiento económico o la salida revolucionaria, sin prever que las dictaduras militares que irían imponiéndose en los 70 en el Cono Sur harían las alianzas necesarias –con la burguesía local y el capital internacional– para articular represión y autoritarismo con crecimiento económico, como bien analizaría el gran sociólogo Guillermo O’Donnell.
Dejemos la historia de la teoría aquí y volvamos al inquietante escenario que hoy configura la nueva relación con China, país del cual ya se habla como futuro nuevo Hegemón. Lejos de la autodefinición de “país en desarrollo”, China constituye hoy una gran potencia económica, con un ascenso vertiginoso y una diversificada presencia a nivel global. Según el Consejo Nacional de Inteligencia de los Estados Unidos, para el año 2030 Asia habrá superado a América del Norte y a Europa combinadas en términos de poder global, basada en PIB, población, gasto militar e inversión tecnológica. En este marco, China tiene una presencia cada vez mayor en América Latina, tal como lo muestra la intensificación de los intercambios comerciales: hoy China es el principal destino de las exportaciones de productos primarios de muchos países de América Latina y, asimismo, China es la principal fuente de importación de productos manufacturados para toda la región. Para Argentina la balanza comercial ya es deficitaria, en un intercambio que con los años se torna cada vez más desigual…
También la presencia de los capitales chinos en la región es cada vez mayor. Por ejemplo, en Argentina están presentes en el sector de hidrocarburos (recordemos la adquisición del 50% del grupo Bridas por parte de la China National Offshore Oil Company, pero también el caso de Sinopec, la petrolera estatal china (que se asoció a YPF en Vaca Muerta); la compra de Nidera les aseguró el control de las semillas y su desembarco en el negocio de los transgénicos; cuenta con inversiones en minería y pronto en la construcción de represas, además del ingente negocio de los ferrocarriles y otros importantes rubros, a lo que se suman los préstamos tan promocionados por el Gobierno. Como sostienen muchos especialistas, más allá de la celebración oficialista, este tipo de inversiones no tiende a desarrollar capacidades locales ni actividades intensivas en conocimiento o encadenamientos productivos. Por el contrario, la localización de las empresas chinas tiende a potenciar las actividades extractivas en detrimento de aquéllas con mayor valor agregado, lo cual genera un efecto reprimarizador de las economías de América Latina y nos coloca a las puertas de una “nueva dependencia”.
Esta nueva dependencia puede asumir formas vernáculas entre inquietantes y brutales. Van tres botones de muestra. Primero, una estación espacial está construyéndose en la provincia de Neuquén con trabajadores chinos, cuyo convenio –por cincuenta años– fue aprobado por el Senado en diciembre último e implica una cesión de soberanía. Se trata de un enclave extranjero, donde el Estado argentino no puede entrar, ni ver ni controlar. Segundo, hace unas semanas, ante la crisis hídrica de la zona, la empresa minera MCC, de origen chino, que explota el yacimiento de Sierra Grande chantajeó literalmente al gobierno rionegrino con la suspensión del 75% de los 450 trabajadores para obtener el caudal de agua que requieren para la explotación y el transporte de hierro (la empresa consume el 23% del agua disponible). Tercero, las nuevas formaciones ferroviarias chinas no llegan de la mano de la reactivación de los talleres ferroviarios, como se esperaba. Todo lo contrario: los trabajadores de Emfer (una empresa ubicada en la localidad de San Martín, antes propiedad del Grupo Cirigliano, que vendió al monopolio chino CSR, proveedor de los vagones comprados por el Gobierno) aparecen claramente amenazados.

Parecería ser que China viene no sólo con capitales y préstamos, sino también con trabajadores propios y más reglas de intercambio desigual. En consecuencia, lejos de una relación de cooperación Sur-Sur, estamos asistiendo a la consolidación de nuevas y vertiginosas relaciones asimétricas entre Argentina y China, que marcarían un pasaje del Consenso de las Commodities (exportación de productos primarios a gran escala) a lo que ahora el economista Ariel Slipak propone denominar como “Consenso de Beijing” (China como polo hegemónico). (…)
*Socióloga y escritora.

 
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UAC Unión de Asambleas Ciudadanas Contra el Saqueo y la Contaminación
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