viernes, 14 de agosto de 2015

Necesidad de ver qué Estado falsifica la democratización social.

 Es indagar cómo la versión K del PJ afianzó la gobernabilidad de
la constante concentración y transnacionalización  económica.
Es tener en cuenta el desarrollo del capitalismo en Nuestra América y situar el surgimiento de los gobiernos progresistas en respuesta a la ruptura popular con el neoliberalismo. Algunos resultan del triunfo electoral de partidos de izquierda (Uruguay y Brasil) y otros de insurrecciones populares.
El gobierno K se ubica entre los segundos y para adentrarnos en cómo construyó amplio consenso reflexionemos sobre:
Maristella Svampa:: Argentina, una década después del
«que se vayan todos» a la exacerbación de lo nacional-popular*.
(...)El peronismo como hegemonía
Varias hipótesis recorrían el escenario político en los primeros años del siglo xxi argentino. Para algunos, era previsible que las formas políticas que se multiplicaron a partir de diciembre de 2001 no podrían sostener un eterno estado de efervescencia y fracasarían en su intento de recomposición política desde abajo. Como hemos señalado, parte de ese fracaso se debió tanto a la tentación hegemonista de la izquierda clasista como a la escasa aspiración de construir una nueva institucionalidad estatal que expresaba el ethos autonomista.
Aun así, en medio de la crisis, pocos auguraban una rápida recomposición política desde arriba. Aunque el sistema político partidario no había estallado, frente a la aguda crisis de representación se apuntaba a un cierto recambio de las elites políticas. Esto no sucedió finalmente, pero tanto el colapso de la coalición gobernante en 2001 (la alianza entre la tradicional Unión Cívica Radical y sectores progresistas) como la resolución posterior de la crisis fortalecieron la hipótesis de que el peronismo es el único partido político que puede asegurar gobernabilidad, en medio de una sociedad atravesada por múltiples conflictos. Sin embargo, en los primeros años del nuevo siglo, bien podía pensarse que mucha agua había corrido bajo el puente peronista y que el neoliberalismo había dejado marcas indelebles en la memoria militante de los argentinos. Más simple: parecía inconcebible que luego del notable giro neoliberal del peronismo en los años 90, que se tradujo en una profunda crisis de la militancia política y en un gran desdibujamiento en términos de contracultura política, éste pudiera
reactualizar y potenciar los componentes nacional-populares, visibles en la revaloración del Estado, la centralidad del líder y el rearmado de un aparato militante (sindical, social, político y cultural).
En contraste con Eduardo Duhalde y su fórmula «default más represión», Néstor Kirchner, el presidente inesperado, propuso una fórmula viable y atractiva que combinaba el reciente progresismo latinoamericano con apelaciones tradicionales (pragmatismo político, concentración de poder, subordinación de los actores al líder, entre otros), en un contexto económico favorable. Cabe observar en retrospectiva que, desde el retorno a la institucionalidad democrática, en 1983, el peronismo gobernó 20 sobre 28 años, y que ha sido sucesivamente neoliberal –en los 90, bajo las dos gestiones de Carlos Menem–, progresista y tendencialmente nacional-popular –desde 2003, con Néstor Kirchner como presidente– y exacerbadamente nacional-popular desde 2008 –bajo la presidencia de Cristina Fernández de Kirchner–. Como afirma Juan Carlos Torre, en realidad el peronismo es un sistema político en sí mismo, pues reúne a la vez gobierno y oposición. Un ejemplo reciente ilustra lo dicho: en las primeras elecciones generales primarias, realizadas en agosto de 2011, las corrientes que se reivindican dentro del campo peronista reunieron en total 70% de los votos válidos emitidos. 50,4% votó por la actual presidenta, anticipando su reelección. Este fenómeno tiene su contracara también en la creciente división de la oposición, tanto dentro del peronismo más conservador, de los sectores de derecha, como en la volatilidad de los proyectos alternativos de centroizquierda. En 2011, el único triunfo que la oposición puede mostrar como incontestable es la reelección del jefe de gobierno de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Mauricio Macri, quien se perfila como el candidato de los sectores de derecha para las elecciones de 2015.

Por primera vez en la historia argentina, el partido peronista (en su versión kirchnerista) gobernará por 12 años consecutivos, algo que ni el mismísimo Juan D. Perón logró, ya que gobernó entre 1946 y 1955, año en que fue derrocado por un golpe militar. Mucho menos podía esperarse tal continuidad en los años 70, cuando la inestabilidad institucional y la violencia política eran parte del clima de época.
Nuevamente, y mucho más que otros populismos latinoamericanos, el peronismo probó ser capaz de contener las más diversas corrientes político-ideológicas en su seno, así como volvió a dar pruebas de una gran productividad política. No es extraño entonces que, debido a una combinación de lógica política y estrategia adaptativa, propia de la amplitud y la plasticidad de su marco ideológico, las mismas personas que fueron fervorosamente neoliberales en una etapa pudieran devenir nacional-populares en la siguiente. Con los años, el éxito económico del gobierno y la posterior ampliación de un sistema de alianzas en clave nacional-popular (no sólo desde el sindicalismo tradicional, sino también desde el ámbito de la cultura y la educación, y la nueva militancia política juvenil), con la consiguiente reducción y simplificación del espacio político, terminaron por ensanchar las espaldas del proyecto político gubernamental, con ingentes bases provenientes de las clases medias urbanas. Asimismo, por primera vez en su historia, desde el poder, el peronismo parecería superar la oposición entre pueblo y cultura, entre masas e intelectuales, que tanto ha sobrevolado como maldición sobre anteriores experiencias nacional-populares.
En el orden de los «populismos realmente existentes», la actualización de lo nacional-popular, realizada a través de la profundización de los antagonismos y la activación de estructuras de inteligibilidad binarias, se halla más cerca de las clásicas versiones organicistas de la hegemonía que de una visión pluralista. No obstante, aunque la matriz nacional-popular puede reclamar hegemonía (asentada sobre todo en una construcción cultural-mediática), se muestra incapaz de aglutinar y contener todos los frentes de conflicto y todas las formas de expresión de lo popular. La explosión de una conflictividad ligada a las políticas de mercantilización de las tierras, en la que se mezclan fenómenos como la urbanización forzada con la concentración de la tierra, la expansión del agronegocio y la minería transnacional, revelan algo más que el costado «débil» del gobierno: en realidad, estas políticas forman parte del sistema de dominación; son sostenidas y promovidas desde el aparato estatal y marcan la profundización de una lógica de desposesión, en una perturbadora continuidad con lo sucedido en los años 90.
Una particularidad que afianza la construcción hegemónica es que, en el campo de las luchas, la coexistencia actual entre modelos de desarrollo diferentes (industrial/servicios; agronegocio/minero) se expresa a través de una gran desconexión: así, existen pocos puentes entre las actuales luchas sindicales y las disputas por la tierra y el territorio. Entre otros,
uno de los factores que agrava la desconexión es la acentuación de una retórica nacional-popular, en clave desarrollista, que potencia los rasgos corporativos de los sindicatos y acentúa la incomprensión hacia aquellos sectores que cuestionan los modelos minero y de agronegocio. En este marco, no es casual que los sectores intelectuales kirchneristas y la nueva juventud política militante tiendan a mantener «blindado» el discurso frente al carácter nodal de estas problemáticas, negando la responsabilidad gubernamental respecto de la lógica de desposesión que caracteriza determinadas políticas de Estado, y a subrayar, en contraste, el peso de las políticas sociales y la revitalización de institutos laborales, como la negociación colectiva, entre otros.(…)
*Este artículo es copia fiel del publicado en la revista Nueva Sociedad No 235, septiembre-octubre de 2011, ISSN: 0251-3552. 
Maristella Svampa: socióloga. Es investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (Conicet) de Argentina, profesora de la Universidad Nacional de La Plata (unlp) y directora del Programa de Estudios Críticos del Desarrollo (pecs).
Podemos sopesar otra manera en que el gobierno K garantiza la seguridad jurídica de los grandes capitales locales e imperialistas son los aparatos clientelares. Son los que hacen posible las satrapías predominantemente del Partido Justicialista. Ya presidentes, los K los ampliaron y reforzaron.
 Alberto Bonnet señala: "El kirchnerismo no constituyó un emergente de la insurrección, sino una respuesta restauradora proveniente del propio orden establecido. Para que se entienda bien este punto, podemos comparar las salidas que encontraron los procesos de ascenso de las luchas sociales y de crisis del neoliberalismo en los casos argentino y boliviano. Los Gobiernos de Evo Morales fueron un emergente del proceso previo de resistencia contra el neoliberalismo. El mismo Evo era un campesino indígena y dirigente cocalero que había desempeñado un rol decisivo dentro de ese proceso de resistencia (en la “guerra del gas”, sin ir más lejos); la organización política que le permitiría el ascenso al poder (el MAS) se había gestado en el interior de dicho proceso" Sin embargo también Evo Morales hizo a:

El Estado clientelar
25 de octubre de 2014

Por Raúl Prada Alcoreza (Rebelión)

Ciertamente es una metáfora hablar del Estado clientelar, lo mismo que dijimos cuando tratamos el Estado rentista[1]; lo hacemos para ilustrar las características que conllevan los gobiernos populistas, llamados hoy gobiernos progresistas. Características que trasladan desde la forma de gobierno a la forma de Estado estas adecuaciones políticas[2]. Llamamos entonces Estado clientelar a esa forma de gobierno, persistente y reiterada, que conforma una relación de dominación afectiva entre gobernantes y gobernados.  Los gobiernos populistas, extendidos en los llamados gobiernos neo-populistas,  orientan sus capturas institucionales y no institucionales a la conformación de clientelas; es decir, de grupos, estratos sociales, incluso masas populares, dependientes del mito del caudillo, dependientes de las dadivas del caudillo y de su gobierno, que los sitúa en la condición degradante de  víctimas y dramáticos demandantes de favores. En otras palabras, esta relación clientelar es también una relación corrosiva, una relación que se mueve en los circuitos de la economía política del chantaje; en pocas palabras, de la corrupción.


Es humillante el espectáculo clientelar expandido a nivel nacional de la ejecución del “Bono Juancito Pinto”. Colas de padres acompañando a sus hijos, recibiendo el bono de oficiales del ejército, reducidos a oficiales de asistencia social. Esto es no sólo formar clientelas, es decir poblaciones rehenes del poder, sino corromper a las poblaciones, ahora de niños. No se atiende la calamitosa situación de la educación; se la vea por donde se la vea, ya sea sólo como educación, al estilo tradicional, o como educación descolonizadora. La formación de niños, niñas, adolescentes, es desafortunada. No sólo por mallas curriculares retrasadas, en relación a los avances de las ciencias, sino porque ni si quiera estas se cumplen. Profesores, en su mayoría, mal preparados para enseñar, incluso sin vocación, pues acudieron a las normales con el objeto de tener un sueldo de por vida garantizado. Escuelas sin bibliotecas adecuadas, ni hablar de salas de internet apropiadas; niños, niñas, adolescentes, atiborrados de tareas sin sentido. Nuestros jóvenes salen, en su mayoría mal preparados para la formación superior. Esta situación calamitosa se prefiere encubrir con el demagógico espectáculo inconsolable de estas relaciones clientelares, que aparecen de una manera singularmente extraviada, en la efectuación del “Bono Juancito Pinto”.
El Estado clientelar, así como el Estado rentista, es un Estado destructivo de la cohesión social, Estado asentado en la economía política del chantaje. Estamos tentados a decir es un Estado aparente, pues corresponde a una de las formas de la simulación; empero, sabemos que todo Estado, como institución imaginaria de la sociedad, lo es.  Es un Estado como todo Estado que captura fuerzas; empero, a diferencia del Estado-nación clásico, si se puede hablar así, si incluso existe un Estado-nación promedio, hipertrofia las relaciones clientelares convirtiéndolas en primordiales en la reproducción del poder. Hablando en el lenguaje de la ciencia política, con la que no estamos de acuerdo; pero, ayuda al objetivo de ilustrar, no forma ciudadanos, correspondan a la figura de las pretensiones universales liberales, correspondan a las ciudadanías complejas, extendidas, plurinacionales, sino forma dependientes, asistidos, forma esclavos emociónales, enamorados dramáticamente del mito del caudillo. Esto es ciertamente vergonzoso. Es este espectáculo triste el que se presenta como logro de la revolución cultural descolonizadora.
En el Estado clientelar todos juegan no solamente a esta dependencia afectiva sino también al bluff. Se entregan títulos a los bachilleres, se entregan títulos a los profesores, incluso de postgrados, sin que estos cartones sean respaldados por una formación sólida. Se decreta que ya estamos en el Estado plurinacional, cuando lo que efectivamente ocurre es la consolidación del Estado-nación. Se manejan indicadores estadísticas en su forma relativa, sin atender a los datos absolutos, menos a sus valores conmensurados de acuerdo al valor real, mucho menos a lo que significan en términos de la estructura económica. Se habla de una victoria electoral contundente, sin evaluar el contraste abismal entre las últimas elecciones y las anteriores; se perdió el entusiasmo, el contenido político, que todavía se mantenía hasta las elecciones del 2009; sin ver la decadencia política del periodo; comprendiendo la última gestión, peor de la que viene. Todos prefieren ilusionarse; es decir, adormecerse, para no atender lo que efectivamente acaece.

Ciertamente esto no es sostenible a largo plazo; sobre arenas deleznables no se construye nada que dure;  con madera carcomida no se sostiene nada que dure. No solamente es una decadencia, no solamente se ha entierrado el cadáver del “proceso de cambio”, sino que se asiste al hundimiento de un gobierno progresista, acompañado por abundantes flores de sepelio, los cuantiosos votos de despedida.

Como dijimos, la anterior gestión de Evo Morales Ayma no corresponde, de ninguna manera, al Estado Plurinacional Comunitario y Autonómico, como establece la Constitución; corresponde al Estado-nación consolidado. No vamos a repetir toda la argumentación, nos remitimos a los escritos que tratan el tema; lo que interesa es comprender cómo se consolida este Estado-nación subalterno[3].

Los Estado-nación subalternos son, en su mayoría, estados que nacen de la guerra de la independencia o de las guerras de liberación nacional; son estados que no pierden la referencia con la colonialidad, pues la continúan en las condiciones de la república. Los estallidos sociales, vinculados a levantamientos indígenas, a luchas campesinas, a rebeliones proletarias, a sublevaciones e insurrecciones populares, tratan de “nacionalizar” sus estados, por así decirlo, usando un término manejado, primero por Sergio Almaraz Paz, luego por Marcelo Quiroga Santa Cruz; lo logran, en parte, a partir de las nacionalizaciones económicas; empero, no logran desprenderse de su herencia colonial.  No se trata solamente de la condición de dependencia, tampoco solo de la condición de subalternidad, sino de la estructura misma del Estado-nación.  En el orden mundial, emergido de la revolución industrial, orden universal consolidado en la posguerra, los Estado-nación forman parte de la composición de poder del orden mundial, del Imperio, además de formar parte del sistema-mundo capitalista. Entonces los Estado-nación subalternos nacen con una herencia colonial, que los hace ilegítimos históricamente, por así decirlo, también nacen con la crisis estructural política y social, que no logran resolverla. No logran resolver la crisis múltiple del Estado,  a pesar, por el lado conservador y oligárquico, de buscar resolverla con las guerras anti-indígenas;  a pesar, por el lado popular, buscar resolverla con nacionalizaciones y democratizaciones. Los regímenes populistas, por cierto más legítimos que los regímenes conservadores, incluso los regímenes liberales,  si bien logran consensos amplios de la población, además de encaminarse a procesos de modernización, que no pueden ser sino masivos y de inclusión, no pueden romper con la herencia colonial, no pueden tampoco romper con el orden mundial, el imperio, ni el sistema-mundo capitalista; son parte componente. Cuando las convocatorias logradas y los consensos que las acompañan pasan del periodo de entusiasmo, recurren a sustituir este decaimiento con la irradiación de relaciones clientelares, basadas en relaciones afectivas con el pueblo. La legitimidad política se la suelda con la legitimidad afectiva.

El problema aparece cuando el único recurso que queda es ampliar las relaciones clientelares, convirtiendo a la sociedad en rehén del caudillo o del partido populista. Es el momento cuando todo lo que había de democrático en la revolución nacional se convierte en todo lo contrario, en un régimen autoritario, que recurre al mito del caudillo, al chantaje de la relación afectiva. En estas condiciones no se puede hablar de democracia; se trata de una experiencia política del drama popular, donde el pueblo se convierte en el espejo plural de la imagen del caudillo. Ha perdido toda libertad, toda iniciativa, toda capacidad creativa, mucho más, esta exento de toda posibilidad de crítica. Los regímenes populistas apuestan a esta complicidad afectiva para preservarse en el poder. Comparando lo que aconteció con la revolución nacional de 1954-1964 y lo que acontece con la revolución democrática y cultural de 2006-20014, se puede observar que las relaciones clientelares se han extendido mucho más de lo que pudo hacerlo el Movimiento Nacionalista revolucionario (MNR) de ese periodo. Se puede hablar, aunque sea metafóricamente, de un Estado clientelar.    
[1] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Critica de la Economía política generalizada. http://pradaraul.wordpress.com/2014/09/09/critica-de-la-economia-politica-generalizada/
[2] Revisar de Raúl Prada Alcoreza Las mallas del poder. http://pradaraul.wordpress.com/2014/10/20/las-mallas-del-poder/
[3] Ver de Raul Prada Alcoreza: Cartografías histórico-políticas. Dinámicas moleculares; La Paz 2013.
Podemos preguntarnos cómo  coinciden gobiernos tan distintos en sus orígenes. Busquemos hipótesis mediante el siguiente análisis:
El Estado rentista y las políticas monetaristas
1 de septiembre de 2014

Por Raúl Prada Alcoreza (Rebelión)
 Aclaración
Ciertamente no se puede hablar teóricamente del Estado rentista; conceptualmente no hay tal Estado; el Estado es el Estado-nación, en sentido moderno. El Estado es el campo burocrático, núcleo del campo político; es la institución imaginaria de la sociedad. El instrumento administrativo y político de la acumulación de capital. Hablar de Estado rentista es como elevar a la condición política institucional total a un conjunto de políticas económicas, procedimientos y prácticas vinculadas al sistema tributario, de impuestos y de renta. Estas políticas, procedimientos y prácticas, incluso técnicas administrativas, yendo más lejos, concepción económica rentista, no hacen un Estado. Es pues inapropiado hablar de Estado rentista, lo mismo que hablar de estados canallas o de estados fracasados, que es un uso ideológico, calificador, del conservadurismo académico norteamericano; sin embargo, hay que distinguir el uso teórico de los conceptos, es decir, la práctica conceptual, del uso “ideológico” de los términos y las palabras. Los mismos nombres pueden dejar de ser conceptos para adquirir un carácter más superficial, de uso operativo en el lenguaje práctico. Cuando se habla de Estado rentista se hace hincapié en un uso operativo del término, se remarca el perfil rentista de la economía de un Estado dado. Se está hablando entonces de su forma económica, si se quiere, arriesgando un poco, de su estructura económica; empero, el Estado, aunque sea una institución imaginaria de la sociedad, sostenida materialmente  por el campo burocrático, por el campo político y por el campo institucional, no puede reducirse a un perfil económico determinado.  El Estado sigue siendo el Estado-nación, vale decir, la malla institucional que administra, que legisla, que define estrategias y políticas, que atraviesa las redes y estructuras sociales. Es pues una improvisación discursiva, con pretensiones teóricas, hablar de Estado rentista, mucho más si se habla de los términos descalificadores de “Estado canalla” y de “Estado fracasado”.   
Se trata entonces de una política rentista sostenida por una economía extractivista. Ahora bien, ¿se puede hablar de economía extractivista? Ciertamente cuando lo hacemos nos referimos a la economía capitalista, a su sistema integral, que llamamos sistema-mundo capitalista, cuya geopolítica divide centros y periferias del sistema-mundo, estableciendo una división del trabajo, donde los centros acumulan y concentran capital, en tanto que las periferias trasfieren recursos naturales, en las condiciones impuestas de los términos de intercambio desiguales, sufriendo el despojamiento y la desposesión. Cuando usamos economía extractivista lo hacemos también operativamente para remarcar el carácter intenso, expansivo y demoledor del ciclo del capitalismo vigente, dominado por el capital financiero, capital que impone una acumulación especulativa, sostenida por la acumulación originaria reiterada del despojamiento y desposesión de los recursos naturales. Entonces ¿cuál es la caracterización apropiada de los países periféricos, cuyo perfil económico es más próximo al modelo primario exportador? ¿Economías dependientes? La dependencia es consecuencia de una subordinación económica a la división del trabajo mundial, impuesta colonialmente por la geopolítica del sistema-mundo. No dejan de ser economías capitalistas, partes componentes de la economía-mundo capitalista. La caracterización no puede sostenerse aisladamente, sino en relación a esta articulación al sistema-mundo.
En realidad, el perfil económico, más que definirse como rentista, se conforma estructuralmente como modelo extractivista; el rentismo es un efecto de esta forma de articulación de la explotación de recursos naturales a la producción mundial, si se quiere, al modo de producción capitalista mundial. Ninguna economía nacional está aislada del sistema-mundo, forman parte del sistema, son lo que son en la medida que están integradas al sistema-mundo capitalista.

Cuando se critica la opción extractivista de los gobiernos, la administración rentista de los ingresos, por el concepto de transferencia y comercialización de recursos naturales, no se debe olvidar esta integración y la articulación de las economías nacionales a la economía-mundo capitalista.
Si bien, en el mejor de los casos, esta problemática puede ser asumida emancipadoramente, contando con la decisión consensuada por parte de la población y el pueblo del país de referencia, la realización efectiva de esta salida depende de lo que acontezca en el ámbito de las relaciones del país con el sistema-mundo; de los efectos en el sistema-mundo por la decisión autónoma tomada por el país, así como de los efectos de las decisiones tomadas en el sistema-mundo respecto del país. Esto no quiere decir que se tenga que renunciar a nada; al contrario; de lo que se trata es de proseguir sobre la base de intervenciones autónomas en este ámbito de relaciones inter e infra mundo.

Que un gobierno progresista se haya entrampado en el círculo vicioso de las políticas monetaristas tiene que ver con la debilidad de este gobierno, de sus políticas de Estado, ocasionando poco impacto en el ámbito de relaciones con el sistema-mundo, a pesar de los discursos altisonantes. Esta actitud, a pesar de quererla justificar con discursos “antiimperialistas”, que no hacen mella en el imperio,
habla de la inconsecuencia del gobierno progresista en cuestión.

En lo que viene usaremos el término Estado rentista figurativamente, no tanto metafóricamente, aunque parezca lo mismo, pues la metáfora, que también es figura, tiene connotaciones mayores en la producción de sentido.
El Estado rentista será una figura operativa para remarcar el carácter pasivo de las políticas económicas, en contraste con el carácter dinámico de políticas económicas activas, vinculadas a inversiones productivas.

Gubernamentabilidad rentista

A modo de ejemplo, para ilustrar gráficamente, de una manera pedagógica, podríamos decir que el Estado rentista es el Estado que alquila, concesiona, transfiere temporalmente, fragmentos geográficos y geológicos de su territorio a las empresas capitalistas. Así como se decía que, cuando los terratenientes alquilaban o rentaban sus latifundios a empresas capitalistas para que las exploten de una manera capitalista, se trataba de una clase ociosa, que vive y se reproduce de su renta, también podríamos decir lo mismo del Estado rentista; es un Estado ocioso.

Ciertamente éste es un ejemplo muy simple; sin embargo, puede servir de entrada al tema. Se comenzó a hablar de Estado rentista a partir de la renta percibida por los países petroleros, principalmente árabes; especialmente abastecedores de la energía fósil de los centros industriales del sistema-mundo capitalista. Se comenzó a usar el denominativo de Estado rentista a partir de la crisis del petróleo y de la conformación de la OPEP; toda una corporación internacional de estados petroleros, cuyo principal objetivo es intervenir en la definición de los precios del petróleo. Sin embargo, a pesar de este nacimiento, circunscrito a los países petroleros, se puede extender la acepción a los países que generan su economía a partir de la exportación de materias prima; es decir, la transferencia de recursos naturales a los centros industriales del sistema-mundo capitalista. Por lo tanto, perciben una renta por este concepto, renta que depende de los precios de las materias primas en el mercado internacional. Entonces
su economía no solamente puede llegar a definirse como modelo primario exportador, sino que termina adquiriendo el perfil de una economía rentista. Una economía moldeada por este flujo de la renta, la misma que se obtiene, aplicando impuestos y tributaciones al comercio de los hidrocarburos y minerales. Es decir, la renta se obtiene por la venta de las materias primas en el mercado internacional; se trata pues de un ingreso “externo”, en gran parte ajeno a la economía “interna” y al mercado interno del país. Esta relación entre las estructuras económicas “internas” y las estructuras y circuitos “externos” ocasiona deformaciones perturbadoras y duraderas en la economía del país. La economía del país se adormece, pierde dinamismo, se amolda a la recepción de la renta. Las distorsiones son mucho más graves cuando la renta es grande, cuando ocupa la proporción más grande de los ingresos económicos. Cuando el cuadro de los indicadores macroeconómicos es configurado fundamentalmente por la economía rentista. Las distorsiones no se quedan en el plano económico, sino que llegan al campo social, también afectándolo y deformando sus composiciones, sus relaciones y las estructuras de cohesión.
La economía rentista es pues una decisión política, no sólo por las características de consolidación del Estado rentista, sino por las políticas efectuadas a nivel gubernamental; entonces, el efecto deformador vuelve a alcanzar al campo político, cerrando el círculo. El gobierno promueve políticas económicas, incluso políticas de Estado, es decir, estratégicas, de largo aliento, que preservan la condición rentista del Estado y el país. Ya no se trata solamente de un país dependiente, de la manera como se analiza la dependencia desde la teoría de la dependencia, sino de un país condicionado por la economía rentista; un país anclado en el adormecimiento de la renta. Aunque sus estadísticas muestren crecimiento económico; estas variaciones positivas numérica no expresan otra cosa que incremento en los flujos cuantitativos de la renta; no implican transformaciones económicas, menos transformaciones económicas y sociales. Lo que los economistas llaman desarrollo. 

El Estado rentista no solamente corresponde al modelo económico extrativista; es decir, a una economía basada en la transferencia de sus recursos naturales, lo que lo hace dependiente, sino corresponde, en cuanto al carácter de los ingresos, a una economía adormecida, estancada en el círculo vicioso de la absorción de la renta. No importa si su economía crece cuantitativamente,  debido al aumento de las exportaciones o al incremento de los precios de las materias primas, lo importante es el cuadro de distribución de la renta y las maneras de absorción de este ingreso.
La tendencia es a absorber la renta de una manera no productiva, aumentando el gasto público, incluso el gasto social; pero, en este caso, el gasto social seleccionado prioritariamente tiene alcance coyuntural; no se efectúan inversiones sociales de impacto estructural. Ocurre como si la economía rentista, condicionara las estructuras ociosas de su propia reproducción. 
En lo que respecta a los actores de la economía rentista, éstos se aparecen tanto en los perfiles políticos neoliberales así como en los perfiles políticos populistas; la diferencia radica en que los primeros aceptan los términos de intercambio impuestos por el orden mundial, en tanto que los segundos buscan modificar los términos de intercambio. El recurso más consecuente para conseguirlo son las nacionalizaciones. No hay que olvidar que las nacionalizaciones no son requisito suficiente para salir de la economía extrativista y del Estado rentista; pueden más bien afirmarlo, si es que no se trastocan las estructuras de la dependencia y del rentismo, sino se abandona el modelo extractivista, sino, como se dice comúnmente, se industrializa; empero, enfocando la industria prioritariamente al mercado “interno” y no al mercado “externo”. Si se da lugar este último caso, la orientación más al mercado “externo”, se pueden generan deformaciones parecidas a la economía rentista, aunque con otras características y en otro contexto.

Se define el modelo administrativo y político del rentismo como deformación exógena en la economía endógena;  esta deformación aparece representada cuando se cuantifican los efectos de las rentas “externas” en los indicadores macroeconómicos, así como en la estructura sectorial. No es del todo acertada esta definición, pues la noción de rentismo quedaría incompleta si no se toma en cuenta el campo político, sobre todo el núcleo gubernamental. Es indispensable saber cómo se gestionan y distribuyen las rentas, cómo se dan y funcionan los mecanismos de reproducción de la economía extractivista y del Estado rentista.

Los ingresos provenientes de las rentas de los hidrocarburos son ajenos a la estructura económica propia, sobre todo a la estructura productiva.  Esos ingresos tienen su origen en el mercado internacional, conforman y realizan su valor por el procedimiento de compra y venta de los recursos hidrocarburíferos. Esta es una de las características de los estados petroleros rentistas.

Otras características son también rotundas.
  • Una de las afectantes, en sentido subjetivo, es la propagación de una “mentalidad” rentista. Las tendencias económicas y políticas responden a esta lógica extractivista y a la vez rentista; el comportamiento es depredatorio, contaminante y destructivo, además de tener un alcance coyuntural. Olvidan que la renta es la cuantificación de la concesión geográfica y geológica, que es la obtención de un ingreso dependiente del comercio de los recursos naturales no-renovables. La perspectiva de la inversión productiva y de largo plazo desaparece de la estrategia de estas políticas rentistas;  la estrategia económica se reduce a formar parte del flujo de rentas derivadas de los hidrocarburos.
  • Otra característica de esta economía rentista radica en su vulnerabilidad y dependencia  respecto de los vaivenes del mercado de las materias primas.
  • La tercera característica de la economía rentista tiene que ver con los problemas de absorción de la renta hidrocarburíferas por parte de las economías nacionales involucradas. Lo que acontece entonces es la salida por el despilfarro, ocasionando ineficiencia en el manejo y administración de los recursos,  repercutiendo en el fenómeno de la inflación.
En resumen, el Estado rentista  se circunscribe a componer el cuadro de la distribución de las rentas de los hidrocarburos; este cuadro de distribución coadyuva a la pretendida legitimación buscada, por motivos políticos. Se persigue el logro de la legitimación o, por lo menos, de la aceptación social, por medio de designación de partidas destinadas a los servicios sociales, en el mejor caso, a la inversión social, que contemple la construcción de infraestructuras de salud, en el peor caso,  destinadas al acrecentamiento de la burocracia.(...) Leer

 
Podemos prever que los países de Nuestra América con gobiernos neoliberales anticipan hacia dónde el sistema-mundo capitalista precipita a todos los pueblos del continente. Veamos primero la exitosa lumpen burguesía estatal (predominantemente del PJ) y cómo los K profundizaron la corrupción: "factor de dominio de la burguesía, y de desmoralización y desorganización de la clase obrera".
Pero porqué la envergadura de la corrupción y de sus nexos con el crimen organizado, Rolando Astarita nos aclara sobre: "la íntima relación entre las llamadas “burguesías nacionales” (y los gobiernos “nacionales y populares”) con el capital financiero internacional."

Por último atendamos qué Gilberto López y Rivas dice desde México y nos permite aplicar el concepto de desvío de poder al PJ como principal partido de estado:
"A lo largo de los trabajos del Tribunal Permanente de los Pueblos, el concepto desvío de poder contribuyó a comprender lo que ocurre en nuestro país y a tipificar los actos criminales que han cometido reiteradamente los gobiernos neoliberales. Este desvío es definido como:
a) el uso faccioso del derecho y los poderes del Estado para favorecer los intereses de los grandes capitales trasnacionales, así como para perseguir y afectar las garantías de los pueblos;
b) la aplicación de una ingeniería constitucional e institucional dolosa que configura un estado de guerra social permanente y ocupación interna, una situación estructural, sistemática y de largo plazo por la que el edificio jurídico del Estado se abre a las corporaciones, mientras se cierran los canales legales a la población, que se ve obstaculizada en sus anhelos de justicia por las mismas entidades que deberían defenderla;
c) la violencia, despojo, fragmentación y devastación como programa de gobierno;
d) el abandono por parte del Estado de su deber primordial de velar por el interés general de la sociedad para satisfacer los intereses de corporaciones y grupos particulares;
e) el ejercicio institucional y estructural por parte del Estado como guardián de los intereses privados para facilitar la mundialización capitalista, utilizando su capacidad coercitiva contra toda discrepancia u oposición al modelo".
Corrupción y capitalismo (2)
8 de mayo de 2013
Por Rolando Astarita
 (…)Hoy podríamos hablar de lumpen burguesía estatal para significar esa capa de altos funcionarios del estado, que no sólo recibe plusvalía bajo la forma de salario, sino también se apropia de otra tajada en tanto intermedia y habilita el enriquecimiento, o la formación, de nuevos capitalistas, sin transformarse por eso en explotadora directa del trabajo. Por lo general, estos sectores acumulan en los mercados financieros internacionales (bonos, acciones, depósitos en cuentas externas), o en propiedad residencial (en Miami, por caso). Tienen una lógica especulativa, que ni siquiera es la del prestamista que gana en el circuito “dinero – más dinero”; aquí es “dinero que surge de la nada” y se reproduce de la nada, para blanquearse y fundirse luego con el capital financiero internacional. Se trata de una lumpen burguesía estatal y financiera, que no pasa al estatus de capitalista productivo; es una especie particular de parásito, un tipo humano desfachatado y dilapidador sin límites, habituado a realizar todo tipo de fraudes y engaños, en combinación con fracciones del capital privado, interno o externo. Es curioso cómo un amplio abanico de la izquierda K (peronismo de izquierda, militantes y ex militantes del PC, intelectuales estilo 6,7,8 y similares) disimulan, o incluso justifican, con las más diversas excusas, la existencia de este fenómeno.
Corrupción, clase obrera y movimientos sociales
Si bien los marxistas rechazamos la idea de que la corrupción es la principal causa del atraso económico, o de los sufrimientos de la clase trabajadora, en el socialismo siempre existió una aguda conciencia de sus efectos negativos sobre la clase obrera y los movimientos revolucionarios, o incluso democrático reformistas. La preocupación ya estaba en Marx y Engels. Por ejemplo Marx, en carta a Liebknecht del 11 de febrero de 1878, decía que la clase obrera inglesa había sido “la más corrompida desde 1848 y había terminado por ser el furgón del gran partido Liberal, es decir, lacayos de los capitalistas. Su dirección había pasado completamente a manos de los corrompidos dirigentes sindicales y agentes profesionales”. Marx y Engels también estaban convencidos de que la clase obrera británica se beneficiaba de la explotación que realizaba Gran Bretaña en el resto del mundo, lo que daba lugar a un “proletariado burgués” (carta de Engels a Marx del 7 de octubre de 1858). Y Marx se refirió incluso al rol negativo de las cooperativas obreras sostenidas por el gobierno prusiano; en carta a Engels, del 18 de febrero de 1865, decía que “el apoyo del gobierno real prusiano a las sociedades cooperativas… carece de valor alguno como medida económica, pero en cambio extiende el sistema de la tutela, corrompe a un sector de los obreros, y castra el movimiento”.
La idea de que la corrupción es un factor de dominio de la burguesía, y de desmoralización y desorganización de la clase obrera, también está presente, incluso de manera más aguda, en Lenin y en Trotsky. Este último, por ejemplo, llegó a decir que la burocracia sindical “es la columna vertebral del imperialismo británico”, y “el principal instrumento de la opresión del estado burgués”; pensaba que en los países atrasados el capitalismo creaba “un estrato de aristócratas y burócratas obreros”, y que los sindicatos se transformaban (era el caso de México) “en instituciones semiestatales” que asumían “un carácter semitotalitario” (véase Trotsky, 1977). En un texto de los años 1920 sostenía que la burguesía norteamericana, como antes había hecho la británica, “engorda a la aristocracia obrera para mantener maniatado al proletariado” (1975, p. 67).
Todo esto es aplicable a la actualidad argentina (y sospecho, a la actualidad de la mayoría de los países capitalistas). Históricamente, la clase dominante -a través del capital privado, o del estado- ha buscado dividir, desmoralizar, desorganizar a los movimientos sociales o críticos. Es conocida la historia de los sindicatos. Hoy la burocracia sindical es socia del capital y del estado, a través de múltiples conexiones, como el manejo de obras sociales, la administración del ingreso de trabajadores a las empresas, la participación directa en negocios capitalistas, con colaboración, o no, de instancias estatales, y otras vías. La burocratización trae aparejadas, inevitablemente, las prácticas burguesas y represivas al interior de las organizaciones obreras.
Pero el mal se extiende también a los movimientos de desocupados, a organismos defensores de derechos humanos, y de cualquier tipo. Por ejemplo, actualmente las cooperativas de desocupados opositoras del gobierno K son discriminadas en la asignación de recursos, en tanto las adictas son recompensadas de múltiples formas. De esta manera, se consolida un sistema de tutelaje y corrupción de dirigentes sociales, a cargo del estado. Los casos son muy conocidos, y no hace falta abundar en ello. Señalemos también el rol de la corrupción para convertir a intelectuales críticos en apologistas del sistema, o defensores de alguna fracción de la clase dominante. En esta vena, es frecuente encontrar esos sujetos en los cuales, y al decir de Marx, “el charlatanismo en la ciencia y el acomodo en la política son inseparables”. Como es costumbre, estos intelectuales “progres” dirán -sesudamente, faltaba más- que no hay que denunciar esta corrupción porque “le hace el juego a la derecha” o porque “desprestigia a los sindicatos, a los movimientos sociales, o a la política”. Según esta tesis, no habría que denunciar la corrupción y la represión de la burocracia sindical, aunque son principales factores del debilitamiento de los sindicatos, para no debilitar a los sindicatos. Y lo mismo se aplicaría al resto de las organizaciones; y a ellos mismos. Es, por supuesto, un razonamiento absurdo (aunque acomodaticio). Los marxistas son conscientes de que la emancipación de la clase obrera no se logrará ocultando los problemas y las contradicciones. La crítica debe ir hasta la médula, y el principio de toda crítica es el rigor.
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Corrupción y capitalismo (1)
2 de mayo de 2013

Por Rolando Astarita

(…)En cuanto Argentina, todo indica que buena parte del dinero proveniente de la corrupción sale del país y se integra a las tenencias de argentinos en el exterior, que algunos calculan en unos 202.000 millones de dólares. Posiblemente, sólo una pequeña fracción vuelve al país. Un ejemplo sería la compra de la gráfica Ciccone por el oscuro Old Fund (no es casual que los legisladores hayan estatizado la empresa sin averiguar el origen de esos fondos).

Vinculación con el capital financiero
Lo anterior demuestra la íntima relación entre las llamadas “burguesías nacionales” (y los gobiernos “nacionales y populares”) con el capital financiero internacional. No sólo porque la colocación en activos financieros internacionales es un destino favorito de muchos fondos, sino también por la misma naturaleza de las operaciones involucradas en hacer “productivos” los flujos de dinero sucio. Es que entre el atesoramiento de los flujos líquidos, y su lanzamiento al circuito de acumulación, debe mediar el lavado. Como es conocido, el lavado es el proceso por el cual el dinero recibido por una acción criminal, que no ha pagado impuestos, etc., se convierte en dinero aceptable legalmente, borrando las vinculaciones con su origen. Puede realizarse al interior del país, o en el exterior, y se realiza de diversas maneras, que involucran, en diferentes grados, la colaboración del Estado y del sistema bancario. Por ejemplo, se montan negocios que mueven mucho líquido; la mafia norteamericana, por caso, operaba con restaurantes, lavanderías y similares para blanquear dinero. Naturalmente, los órganos de recaudación y fiscalización, hacen “la vista gorda”. También se lava dinero mediante la confección de facturas apócrifas. Otra forma de lavado se da cuando los gobernantes aumentan sustancialmente, año tras año, sus declaraciones patrimoniales, en la seguridad de que la Justicia no averiguará sobre el asunto, o desestimará cualquier denuncia. Apuntemos que todas estas operaciones implican sumas destinadas a actividades improductivas; desde ese punto de vista, y contra lo que afirma Chang, se trata de un factor negativo para el desarrollo de las fuerzas productivas.
A su vez, cuando se trata del blanqueo en el exterior, es imprescindible la cooperación de las instituciones financieras internacionales, tanto para abrir cuentas, como para mover el dinero. Es que una de las operaciones más usuales consiste en mover el dinero muchas veces entre diferentes países y cuentas, a fin de que se pierda su rastro. Dado que en la actualidad el sistema financiero está altamente conectado, el dinero puede ser transferido a través de muchas jurisdicciones en cuestión de minutos. Los lavadores de dinero explotan la complejidad de estas interconexiones, así como las diferencias entre las leyes nacionales sobre lavado de dinero. Evidentemente, no es posible el lavado de esas siderales sumas de dinero sin el concurso de grandes bancos de las principales potencias. Al respecto, existen múltiples investigaciones y denuncias. Por ejemplo, Global Witness ha denunciado muchas veces la renuencia de los grandes bancos de EEUU a rechazar fondos sospechosos. Un caso representativo es lo sucedido con el HSBC. Según Global Witness, entre 2007 y 2008 la sucursal de México introdujo 7.000 millones de dólares en EEUU, que solo podían provenir de los negocios de la droga. En 2012 un subcomité del Senado de EEUU llegó a la conclusión de que el HSBC había permitido a lavadores de dinero, traficantes de drogas y terroristas mover sus dineros a través del sistema financiero estadounidense. La Justicia probó que por lo menos había lavado 880 millones de dólares para el cartel de Sinaloa, y fue condenado a pagar 1.900 millones de dólares en multas.
Global Witness también ha dado una lista de otros bancos que operan en grandes centros financieros y hacen negocios con funcionarios corruptos de Nigeria, Angola, Turkmenistán, Liberia, Guinea Ecuatorial y República del Congo. A su vez, en 2011 un estudio realizado por las autoridades reguladoras del sistema financiero británico encontró que los bancos de Gran Bretaña sistemáticamente no realizaban los controles anti lavado, en especial cuando se trataba de cuentas sospechosas. El sistema también colabora para que capitalistas de todo el mundo estén a salvo de los impuestos de sus países. Por ejemplo, en 2011 los miembros de la Delegación Florida de la Cámara de Representantes sostuvieron que, debido a las leyes de privacidad vigentes en el país, habría depósitos de no residentes en instituciones financieras estadounidenses por unos 1,3 billones de dólares. Indudablemente, con la extensión de las relaciones mercantiles, “todo se vuelve venal y adquirible” (Marx), y afecta incluso a las almas más puras y santas: en 2012 el economista Gotti Tedeschi, al frente del banco del Vaticano (el Instituto para las Obras de la Religión), encontró que detrás de algunas de las cuentas cifradas del banco se ocultaba dinero sucio de empresarios, políticos y jefes de la mafia. Entre estos últimos, estaba Matteo Denaro, jefe de jefes de la Cosa Nostra. Como vemos, no se trata solo de los paraísos fiscales, o de Suiza.
En cualquier caso, y con lo visto en este punto, se hace insostenible el argumento “nacional” de que la corrupción contribuye a las fuerzas “progresistas antiimperialistas”. Más bien parece tratarse de un intento de fracciones de burguesías atrasadas, y sus agentes y representantes, de insertarse en la mundialización financiera. Desde el punto de vista de la acumulación global, los fondos que salen del país -que no se destinan a ampliar la infraestructura productiva, la obra pública, etc.- constituyen una sangría de excedente.
Acumulación “primitiva”, corrupción y la deidad del dinero
La persistencia y extensión de la corrupción, y sus conexiones con el crimen, obligan a pensar en las razones del fenómeno. Como hemos señalado antes, desde el punto de vista de la teoría marxista, la explotación del trabajo y la acumulación de lo producido, no exigen, necesariamente, el fraude y la corrupción. Tampoco se puede sostener que las grandes orientaciones económicas son regidas por la corrupción, como piensa una parte del progresismo izquierdista argentino (véase aquí). Esta tesis (aunque aplicada sólo al menemismo) constituye el reverso de la que sostiene que “el” problema del país es la corrupción. (…)
Pero también la envergadura que adquiere la corrupción debería vincularse a la extensión y profundidad de las relaciones mercantiles y capitalistas. Nunca debería perderse de vista que la sociedad capitalista tiende a la mercantilización de todas las relaciones. Por eso, en última instancia, las virtudes y la decencia, incluidos votos de parlamentarios, y sentencias judiciales, se compran y venden, como cualquier otra mercancía. Detrás de las promesas de “nos preocupamos por la gente”, está el contenido de toda política burguesa (esto es, de toda política que defiende la propiedad privada y la explotación). Y el dinero, la encarnación misma del valor y del poder social, es el centro de la atracción. “La triste esclavitud en que el dinero mantiene al burgués se trasluce claramente en el mismo lenguaje de la burguesía. Es el dinero el que da valor al hombre. … Quien tiene dinero es respetable, figura en la “mejor clase de gentes”, escribía Engels en una de sus obras juveniles (1981, p. 513). Y por la misma época Marx, inspirado en Shakespeare, anotaba que “el dinero es la deidad visible que se encarga de trocar todas las cualidades generales y humanas en lo contrario de lo que son, la confusión y la inversión general de las cosas…. el dinero es la ramera universal, la alcahueta universal de los hombres y los pueblos” (1987, p. 643).
Ante esta “deidad-ramera-alchahueta” todo se sacrifica. ¿Qué importa que no se hagan obras para evitar inundaciones? ¿Qué importa que se desvíen fondos destinados a mejorar los ferrocarriles? ¿Qué importa que se utilicen subsidios para afianzar mi poder? ¿Qué me importan los muertos por inundaciones, por accidentes ferroviarios? ¿Qué me importa la gente sin trabajo ni recursos? ¿Qué me importa todo esto, si yo me enriquezco de la noche a la mañana? ¿Qué me importa si “el dinero convierte la lealtad en felonía, el amor en odio y el odio en amor, la virtud en vicio y el vicio en virtud, el siervo en señor y al señor en siervo, a la estupidez en talento y al talento en estupidez”? Ésta es la civilización burguesa “en acto”; y es la razón última de la corrupción generalizada.
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Elecciones
6 de junio de 2015

Por Gilberto López y Rivas  (La Jornada)
Este domingo tendrá lugar un proceso electoral intermedio en el contexto del mayor desastre nacional en la historia del México postrevolucionario: las ejecuciones extrajudiciales cotidianas se elevan ya a una cifra cercana a los 150 mil muertos en una década; las desapariciones forzadas, ese recurrente crimen de Estado y lesa humanidad, se estiman en más de 40 mil casos, mientras la práctica de la tortura no cesa, y los desplazamientos internos y externos rondan el medio millón de personas. Ayotzinapa mostró al mundo el contubernio entre crimen organizado y crimen de Estado, entre delincuencia y clase política, entre delito e impunidad. Ha quedado al descubierto la red de corrupciones y complicidades que como cascada viene desde la cúspide del poder: el Presidente de la República, su gabinete, el Congreso de la Unión, jueces, magistrados, funcionarios electorales, entornos familiares, vinculaciones corporativas, mutuas protecciones y favores, así como fueros castrenses intocados en una guerra social interna.
Asimismo, nunca antes el ejercicio de la soberanía ante el poder imperialista estadounidense, y sobre la política económica, control de los recursos naturales y estratégicos para el desarrollo y bienestar de la nación, había sido tan erosionada, con las injerencias de fondo de las agencias militares, policiales y de inteligencia de nuestros buenos vecinos, así como con las reformas estructurales y leyes reglamentarias que han aniquilado los fundamentos y la esencia misma de la Constitución de 1917. Considerar las exploraciones y explotaciones mineras y petroleras de compañías privadas nacionales y extranjeras como preferentes sobre cualquier otro uso de la tierra significa, en los hechos, una felonía a lo establecido en el artículo 27 constitucional, así como una entrega sin condiciones al capital trasnacional del territorio del país y sus recursos. Representa también una desposesión agraria de enormes proporciones que está provocando resistencias de dimensiones también históricas, que la clase política pretende minimizar.
A lo largo de los trabajos del Tribunal Permanente de los Pueblos, el concepto desvío de poder contribuyó a comprender lo que ocurre en nuestro país y a tipificar los actos criminales que han cometido reiteradamente los gobiernos neoliberales. Este desvío es definido como: a) el uso faccioso del derecho y los poderes del Estado para favorecer los intereses de los grandes capitales trasnacionales, así como para perseguir y afectar las garantías de los pueblos; b) la aplicación de una ingeniería constitucional e institucional dolosa que configura un estado de guerra social permanente y ocupación interna, una situación estructural, sistemática y de largo plazo por la que el edificio jurídico del Estado se abre a las corporaciones, mientras se cierran los canales legales a la población, que se ve obstaculizada en sus anhelos de justicia por las mismas entidades que deberían defenderla; c) la violencia, despojo, fragmentación y devastación como programa de gobierno; d) el abandono por parte del Estado de su deber primordial de velar por el interés general de la sociedad para satisfacer los intereses de corporaciones y grupos particulares; e) el ejercicio institucional y estructural por parte del Estado como guardián de los intereses privados para facilitar la mundialización capitalista, utilizando su capacidad coercitiva contra toda discrepancia u oposición al modelo.
Presento esta apretada sinopsis de la trágica realidad nacional porque en frecuentes análisis y exhortos sobre la sacralidad del ejercicio ciudadano del voto y los argumentos chantajistas sobre que la nulidad y el abstencionismo hacen el juego a la derecha, no se toman en cuenta estas violencias de Estado ni la naturaleza criminal y entreguista del mismo; tampoco se asume el grado de descomposición de la clase gobernante y la crisis terminal de los partidos políticos. Se parte de un análisis formal y atemporal de la democracia representativa, sin profundizar críticamente en la historia de los últimos procesos electorales; se pasan por alto las reacciones nada autocríticas de las dirigencias partidistas frente al fraude sistemático, persistente y multiforme. En particular, no se examina hasta qué punto la corrupción estructural de la izquierda institucionalizada ha llegado a penetrar prácticas, formas y contenidos de agrupamientos políticos que se autoafirman la esperanza de México; no se indaga sobre el tipo de democracia tutelada que imponen los poderes fácticos y los gobiernos trasnacionalizados, despojada de toda posibilidad de cambio real y basada sólo en la alternancia de partidos que una vez en el poder, son asimilados a la maquinaria de la actual forma de dominación capitalista.

El subcomandante Moisés, vocero actual del EZLN, durante el seminario El pensamiento crítico frente a la hidra capitalista, afirmó que su organización no llama a no votar ni tampoco a votar: “Como zapatistas que somos lo que hacemos, cada que se puede, es decirle a la gente que se organice para resistir, para luchar, para tener lo que se necesita…Lo que nos interesa es conocer más de cómo resistimos y enfrentamos las muchas cabezas del sistema capitalista que nos explota, nos reprime, nos desprecia y nos roba… Nosotros entendemos que hay quienes creen que sí van a poder cambiar el sistema con votar en las elecciones. Nosotros decimos que está cabrón porque es el mismo mandón el que organiza las elecciones, el que dice quién es candidato, el que dice cómo se vota y cuándo y dónde, el que dice quién gana, el que anuncia y el que dice si fue legal o no. Las soluciones las hace el pueblo, no los líderes, no los partidistas. Y no es que lo estamos diciendo porque se escucha bonito. Es porque ya lo vimos en la realidad, es porque ya lo hacemos. Nosotr@s zapatistas decimos que no se le debe tener miedo a que el pueblo manda. Es lo más sano y juicioso. Porque el pueblo mismo va a hacer los cambios que verdaderamente necesita. Y sólo así va a existir un nuevo sistema de gobernar”.
Votar para entregar nuestra representación en una clase política repudiada por el pueblo es acción de un día. Organizarse para construir o fortalecer poder popular desde abajo es un quehacer de toda la vida.

  

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