domingo, 15 de noviembre de 2015

Necesidad de deliberar sobre qué Estado se expresa en el balotaje y qué significa el FpV.


Es situar el ataque a las izquierdas en el empeño K de desplazar
 
la centralidad del debate sobre 

los privilegios del poder económico e imperialista.
 
Evaluemos en qué politización y debate nos hallamos:

La izquierda frente al balotaje
13 de noviembre de 2015

En el clima de gran politización que rodea al balotaje, el debate en la izquierda se intensifica entre los partidarios de votar a Scioli o en blanco. Esta polémica ha diluido la convocatoria inicial a posponer cualquier discusión sobre el kirchnerismo. 
Por Claudio Katz.
Los seguidores de Stolbizer que promueven el apoyo a Macri han quedado fuera de estas controversias y de cualquier pertenencia al progresismo. La discusión gira en torno a Scioli, que es visto en forma unánime como un exponente del viraje conservador. Salta a la vista la responsabilidad del gobierno en este curso. Las limitaciones políticas del oficialismo, las ataduras al PJ, los fracasos económicos y el autismo frente al hartazgo social explican este escenario.
 
El perfil derechista de Scioli ha quedado ratificado con la difusión de un gabinete que incluye varios represores (Casal, Berni, Granados). El candidato lanzó también nuevas advertencias contra los piquetes y propuestas de inclusión del ejército en la lucha contra el narcotráfico. Sus principales interlocutores son los capitalistas de IDEA, los bancos del Council of America, los contratistas de Eurnekian y los viejos adversarios de Clarín. Un ex funcionario del FMI es promovido como embajador de gran porte (Blejer) y un autorizado vocero de la coalición oficialista propicia el rápido arreglo con fondos buitres (Urtubey).
 
Los progresistas que votan a Scioli no ignoran estos datos. Simplemente consideran que la otra alternativa es peor. Reconocen que ambos candidatos forman parte del establishment pero estiman que “no son lo mismo”.
En muchas discusiones esa distinción se torna bizantina. Es evidente que Scioli y Macri no representan las mismas similitudes que Larreta y Micheti, ni las diferencias que separan a Cristina de Carrió. Pero en Argentina estas variedades mutan con vertiginosa celeridad.
Basta observar la transformación del elenco de ex menemistas y ex aliancistas que puebla el FPV y el PRO, para notar ese grado de conversión. Scioli agradeció recientemente a Menen su padrinazgo político y Macri no disimula su entusiasmo con las privatizaciones de los 90.
Esa comunidad de antecedentes se extiende al propósito compartido de gobernar con ajustes, devaluaciones y tarifazos. La mimetización de ambos candidatos con las propuestas de Massa confirma esa afinidad. Macri prepara un gobierno con jefes del justicialismo (De la Sota) y acuerdos con los jerarcas sindicales (Moyano). Scioli promete puestos a todos los derechistas que perdieron el tren del PRO.

 

Mayores similitudes que diferencias

Los dos bandos ya vislumbran acuerdos parlamentarios para gobernar sin la mayoría automática que tuvo el kirchnerismo. Esa convergencia en el Congreso fue anticipada por las coincidencias que alcanzaron oficialistas y opositores en la Legislatura porteña. Se suele remarcar las iniciativas gubernamentales que no votó el macrismo en el Parlamento (YPF, Ley de Medios, matrimonio igualitario). Pero se habla poco de las medidas regresivas que suscribió junto al kirchnerismo (anulación de la ley cerrojo a los acreedores, cambios en las ART).
Los parecidos se verifican en la campaña electoral. Durante la primera parte de la disputa Scioli y Macri compartieron frivolidades y evasivas. Luego se embarcaron una competencia de inconsistentes promesas sin financiación (bajar ganancias, pagar el 82%, reducir el IVA, generalizar la asignación universal). En la semana final siguen el libreto de los publicistas. Scioli repite la campaña del miedo que utilizó Dilma en Brasil y Macri reparte sonrisas y mensajes dulcificados.
El progresismo que vota a Scioli reconoce estas semejanzas, pero no registra que invalidan la expectativa de completar lo que “dejó pendiente el kirchnerismo”. El universo sciolista ha taponado todos los resquicios para nacionalizar el comercio exterior, atenuar el imperio de la soja, controlar la depredación de minerales o introducir alguna reforma impositiva.
 
Sus votantes desde la izquierda igualmente remarcan el peligro macrista, subrayando que no hay lugar para la “indiferencia” del voto en blanco. Pero esta opción no implica neutralidad. Supone un mensaje de resistencia contra el ajuste que preparan ambos candidatos.
 
En todos los debates se resalta cuál sería el mejor escenario para confrontar con esa agresión. Como nadie conoce el futuro sólo existen presunciones. En el terreno económico se supone que Macri implementará un shock y su adversario optará por el gradualismo. Pero el pasaje de un curso a otro ha sido muy frecuente en distintos gobiernos.
Todos los jugadores del mercado avizoran la proximidad de fuertes ajustes en las tarifas, los subsidios y el tipo de cambio, cualquiera sea el triunfador. El ritmo de ese apriete es desconocido por los propios candidatos. Comparten una estrategia de atemperar la devaluación con endeudamiento, pero esa conjunción dependerá de variables que ninguno maneja.
El argumento represivo que se esgrime para votar a Scioli es más impactante, pero menos consistente a la luz de la mano dura que exhibe el motonauta. Las mayores amenazas provienen en los hechos de la acción conjunta de oficialistas y opositores ensayaron durante el desalojo del Parque Indoamericano. Los policías federales de Berni y los municipales de Montenegro coordinan ese tipo de operaciones conjuntas.
Un eventual triunfo de PRO no presenta las connotaciones fascistas que justificarían la opción por el mal menor. Macri no es Pinochet. El balotaje también difiere del antecedente francés que opuso a un xenófobo (Le Pen) con un derechista clásico (Chirac). Macri se asemeja más bien a este segundo contendiente.
El PRO se esfuerza por ocultar los rostros cavernícolas de su coalición. Ha consolidado una formación retrógrada en un paradójico contexto de centroizquierda. El macrismo asciende en un clima muy distante del gorilismo que prevaleció durante los cacerolazos y la disputa con los agro-sojeros.
 
La derechización mayoritaria de la dirigencia política no coincide con el estado de ánimo de la sociedad. El PRO elude esta contradicción propagando hipócritas mensajes de tolerancia. Especialmente Vidal se ha calzado un disfraz de monja sensibilizada por el sufrimiento popular.
 
Algunos votantes de Scioli suponen que mantendrá, al menos, la política cultural del kirchnerismo. Contraponen esta continuidad con el giro retrógrado que avizoran en su rival. Pero la estética de Pimpinella, Tinelli y Montaner -que precipitó los últimos lamentos de Carta Abierta- no augura esa preservación. El motonauta es un consumado conservador que espera el momento oportuno para restaurar los valores clásicos de las clases dominantes.

 

Dilemas externos y basamentos sociales

La política exterior es ciertamente un terreno de significativas diferencias entre ambos contendientes. Macri prepara un acelerado realineamiento con Estados Unidos e Israel junto a un drástico alejamiento de Cuba y Venezuela. Scioli propone mantener el status quo, mientras apuntala un giro pro-mercado que a mediano plazo convergería con el sendero de su rival.
El eventual privilegio de tratados de libre comercio sobre el MERCOSUR es un proceso más complejo con infinidad de intereses en juego, que ningún presidenciable abordará al inicio de su gestión.
 
Muchos promotores del voto en blanco consideran que las diferencias de política exterior que separan a Scioli de Macri son irrelevantes. Suponen que todos los procesos latinoamericanos transitan por el mismo curso regresivo y no reconocen la existencia de dinámicas radicales en Cuba, Venezuela o Bolivia.
 
Con esa mirada tampoco distinguen a los gobiernos que promueven el capitalismo (lulismo, kirchnerismo) de las administraciones que enuncian proyectos socialistas. Equiparan las políticas de expansión del consumo de los primeros con las estrategias favorables al empoderamiento popular de los segundos. Este equivocado enfoque conduce a soslayar las serias consecuencias regionales de un triunfo de Macri.
 
¿Pero el reconocimiento de esos efectos justifica el voto a Scioli? Si la pertenencia a la izquierda se redujera a desenvolver acciones de solidaridad con el ALBA correspondería una respuesta afirmativa. Pero esas iniciativas constituyen sólo un aspecto de la acción política.
 
La construcción de la izquierda en Argentina se asienta principalmente en la batalla por las reivindicaciones inmediatas de la población. Cualquiera que haya participado en alguna experiencia militante significativa conoce la centralidad de estas demandas. En el escenario actual estas urgencias implican preparar la resistencia contra el ajuste de Macri o Scioli.
 
No es la primera vez que la izquierda debe lidiar con un conflicto de prioridades. Las conveniencias diplomáticas externas y las exigencias de la lucha política interna no siempre transitan por el mismo carril. Las tensiones entre ambas esferas fue un rasgo permanente del siglo XX. Las necesidades de estado del “bloque socialista” frecuentemente chocaban con las estrategias revolucionarias de la izquierda en numerosos países. No existe una receta universal para lidiar con esta contradicción pero conviene aprender del pasado.
 
La mayoría de los partidos comunistas solía colocar en primer lugar las consideraciones geopolíticas y en segundo término lo requerido en el plano interno. Razonaban como cancilleres y no como militantes. Esta experiencia enseña que nuestro mejor aporte a los procesos radicales de la región será el reforzamiento de una opción de la izquierda en el país.
 
El apoyo a Scioli es también justificado por el perfil social de sus adherentes. Se contrapone ese basamento popular con el elitismo porteño del Macri. Este contraste retoma una tradición del peronismo. Los cimientos más plebeyos de Luder, Menen o Duhalde aportaban en el pasado el gran argumento de voto contra el radicalismo.
Pero ese supuesto de eternidad justicialista entre los desamparados fue desmentido por Alfonsín y por la Alianza. El peronismo ya no cuenta con la identificación popular inmediata que mantuvo durante mucho tiempo. Por esa razón afronta periódicos naufragios electorales. Estos temblores ilustran la erosión de sus viejos pilares. El fundamento sociológico popular para sostener a Scioli es un artificio.
 
La divisoria de votantes por clases sociales ha perdido la nitidez del pasado. Esta mutación salta a la vista en la Capital Federal y fue visible en la primera vuelta de la elección presidencial. El PRO se impuso en los viejos bastiones del peronismo. Una fuerza derechista reinventada con globitos, evasión y moralismo hipócrita le arrebató al justicialismo la gobernación de Buenos Aires, muchas intendencias y localidades, manejadas por el PJ desde el 83 (como Jujuy).
La pugna Scioli-Macri no expresa contraposiciones sociales, ni choques entre antagonistas. Sólo el mecanismo del balotaje crea esa ficción. La confrontación de la Unión Democrática con Perón no será resucitada el próximo 22 de noviembre. Tampoco habrá recreación de la pelea inicial del PT con la derecha brasileña o del desafío que introdujo Syriza en Grecia, antes de la capitulación de Tsipras.

 

Conductas y resentimientos

El voto a Scioli es asumido por muchos sectores de la izquierda como una acción autodefensiva. Consideran que es la forma de preservar la organización popular. ¿Pero esa resistencia se prepara apuntalando al motonauta?
Hay dos peligros en ciernes. La obvia amenaza que representa Macri y el desengaño que puede generar Scioli. Si esta última decepción provoca rabia por abajo, el enfado se extenderá a todos los auspiciantes de su candidatura. Pero los atropellos del sciolismo también podrían potenciar la resignación. Frecuentemente el giro conservador de los gobiernos arrastra a los pueblos y generaliza el desánimo o la apatía.
 
El ejemplo de Brasil está a la vista. Dilma ganó asustando con el ajuste de su rival y gobierna aplicando esos recortes, en un clima de desmoralización popular.
La definición de la izquierda frente al balotaje tiene más importancia política que numérica. En la primera vuelta el FIT obtuvo el cuarto lugar con 800.000 votos (un millón para diputados). Es un caudal llamativo pero no inclina la balanza. Los seguidores de Massa son los árbitros de la elección. El voto en blanco podría ser significativo pero no alcanzará porcentajes determinantes.
 
Esta opción fue utilizada hace muy poco por el kirchnerismo en la Capital Federal frente a la definición entre Lousteau y Larreta. Rechazar ambas candidaturas fue una decisión lógica a la luz del alineamiento posterior de ambas figuras con Macri. El peronismo porteño no ha recibido sin embargo por esa actitud, el alud de críticas que actualmente recae sobre la izquierda.
Según las encuestas una porción mayoritaria de los votantes del FIT optará por la boleta en blanco. Este comportamiento es natural entre electores que aprobaron un mensaje de impugnación del trío (ahora dúo) del ajuste.
La izquierda simplemente mantiene sus banderas previas. Si convocara al sostén de Scioli sería vista como otro agrupamiento de panqueques, que salta de una lista a otra según las conveniencias del momento. A pocos años de su creación el FIT ha resuelto no suicidarse.
Pero incluso si decidiera apoyar a Scioli, lo ocurrido en la primera vuelta ha demostrado cuán vulnerada está la fidelidad del electorado. En las coyunturas de gran viraje los votantes desbordan la ingeniería electoral. Por eso socavaron el armado para favorecer al oficialismo a través de las PASO.
 
Es importante registrar el significado del giro en curso. Si Scioli pierde en el balotaje quedará ratificado el hastío con el gobierno kirchnerista y con la gestión del gobernador de Buenos Aires. Ninguna campaña por el voto útil puede disimular esa disconformidad. Hay fastidio con la situación de los hospitales, las escuelas y las localidades inundadas de la provincia.
 
En lugar de comprender esta realidad, varios intelectuales del peronismo ya preparan sus dardos contra la izquierda si el oficialismo es derrotado. Algunos incluso suponen que “los trabajadores reprocharán al FIT” una eventual victoria de Macri. Esa tortuosa deducción oculta que el único culpable de ese desenlace sería el kirchnerismo.
El resentimiento en gestación con la izquierda también anticipa un despecho más extendido hacia toda la población. Ciertos oficialistas sugieren que nadie los entendió (“les dimos todo y ahora nos votan en contra”). Reivindican con fervor las elecciones victoriosas (“el pueblo nunca se equivoca”) y se irritan con los resultados adversos (“la sociedad perdió el rumbo”). Entre los pecados de la izquierda no figuran estos devaneos.

 

Estrategias y lenguajes

La postura frente al balotaje es un peldaño de las estrategias en disputa. Todos se preparan para el día siguiente del desenlace electoral. Especialmente el kirchnerismo anticipa su política ulterior. Aceita una corriente propia bajo el férreo liderazgo de Cristina, asentada en bloques parlamentarios ampliados y en una desaforada ocupación de cargos antes de abandonar el estado.
El desmesurado protagonismo de CFK durante la campaña apunta a consolidar ese espacio en desmedro explícito de Scioli. Cristina prepara todos los cañones para influir dentro o fuera del partido justicialista.
La izquierda puede converger con el bloque K o trabajar por una construcción propia y contrapuesta a ese alineamiento. Son dos cursos de acción muy distintos, que inducen a posturas diferentes frente a la segunda vuelta.
Obviamente el sostén de Scioli desde la izquierda favorece el primer camino. Crea un empalme inmediato con todas las consignas actuales del kirchnerismo (“hay dos modelos”, “no da lo mismo”, “avanzar por lo que falta”).
 
Pero este acompañamiento obstruye la apertura de un rumbo alternativo en plena crisis del peronismo. No es muy sensato socorrer al kirchnerismo cuando es cuestionado por la población. Este auxilio potencia la canalización del descontento por parte del PRO.
 
Lo ocurrido con Nuevo Encuentro debería ser aleccionador. Sabatela se aproximó con cautela al oficialismo pero terminó subordinado a Cristina. Su grupo votó a libro cerrado todas las leyes que envió el Ejecutivo, avaló al PJ y aceptó a los barones del Conurbano. Coronó finalmente esta regresión secundando a Aníbal Fernández y perdiendo el bastión de Morón.
Esta involución ilustra como el mal menor desemboca en capitulaciones mayores. Se baja una bandera tras otra. Primero había que sostener a Randazzo, luego al proyecto y ahora a Scioli. La derecha recupera terreno con estas incongruencias que vacían al progresismo de políticas propias. Si la izquierda repite esa conducta obtendrá los mismos resultados.
Al cabo de una década de intensa cooptación estatal se han afianzado los razonamientos exclusivamente centrados en modelos, políticas y gobiernos. La gravitación de la acción callejera es ignorada o aludida con puros formalismos.
Con esa mirada se atribuye a la gestión de Néstor y Cristina las conquistas obtenidas como resultado de la rebelión popular del 2001. También se supone que con “Macri se perderán derechos” y con “Scioli se mantendrán las conquistas”, como si la lucha fuera un ingrediente irrelevante en ambos escenarios. Recuperar la primacía de la resistencia es una meta insoslayable cualquiera sea el desenlace del balotaje.
 
La embrionaria presencia del FIT es útil para retomar ese objetivo. Ese frente ha servido, además, para introducir temas e ideales de la izquierda en la contienda electoral. Su postura frente al balotaje intenta reforzar una construcción explícitamente diferenciada del justicialismo. Difunden los mensajes anticapitalistas que el progresismo olvida, ignora o rechaza.
 
En su configuración actual de tres organizaciones trotskistas, el FIT bloquea la ampliación del frente diverso que se necesita para forjar una izquierda popular. Pero esa limitación coexiste con la disposición a la lucha que requiere el momento actual.
De hecho el FIT ocupa el lugar que dejaron vacantes otras formaciones. La centroizquierda anti-K quedó deglutida por los partidos que alimentaron al macrismo y el progresismo K sepultó las viejas rebeldías de la J.P.
Las posibilidades de la izquierda suelen reaparecer en contextos inusuales a través de vertientes imprevistas. Mantener una actitud abierta contribuye a registrar el surgimiento de variantes distintas a la propia. Esta tendencia ha sido captada por todos los participantes del debate sobre el balotaje que adoptan una actitud fraternal.
Otros pensadores han retomado, en cambio, acusaciones heredadas de la noche de los tiempos. Es tan absurdo afirmar que el “voto en blanco es un voto por el imperialismo”, como desconocer que intenta confrontar con dos candidatos estrechamente vinculados a la embajada estadounidense. Incluso si fuera un gran error debería ser objetado con el lenguaje que la izquierda recuperó luego de la pesadilla stalinista.
Equivocar el enemigo es más grave que fallar en una decisión electoral. La izquierda se construye junto a los militantes de todas las corrientes y se destruye haciendo buena letra con los popes del justicialismo.

*Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI. 
Su página web es: 
www.lahaine.org/katz Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article11030
 
 
Prestemos atención que -con motivo del balotaje- se ha explicitado( aún más que en masacres, asesinatos y desapariciones forzadas) la oposición del FpV no sólo a los intereses populares en resistencia al extractivismo sino también a la independencia de la clase trabajadora, de los movimientos sociales y de las izquierdas.
 
 

El debate por el voto en blanco y una deriva peligrosa

14 de noviembre de 2015
El kirchnerismo puro no ha vacilado en señalar al FIT -y otras fuerzas que llaman a votar en blanco- como carentes de estrategia, sin perspectivas histórica, como simplemente testimonial que apenas logran superar el 3% de los votos, y que además lo festejan con entusiasmo. Sin embargo esta izquierda sería ahora la responsable de la derrota. Una notable paradoja. 
Por Eduardo Lucita.
El resultado de la primera vuelta electoral provocó una verdadera tormenta en el FpV y el peronismo todo, sus aliados y compañeros de ruta. El derrotismo y el pesimismo campea en las filas kirchneristas. A tal punto que el aire del tiempo es que el macrismo ganó las elecciones, cuando en realidad las ganó el FpV, eso sí por una muy pobre diferencia.
Pasada la desorientación inicial han lanzado una campaña de recuperación del voto, más que nada basada en la demonización del macrismo que si bien acertada en muchos aspectos, es tan burda y carente de solidez argumental que es bastante ineficiente. Si además esto va acompañado por la desesperación por ubicar gente adicta en el aparato del Estado, el combo es perfecto.
 
El kirchnerismo “puro” se siente derrotado, ese sentimiento sobrevivirá aún cuando Scioli resultara el ganador de la segunda vuelta –algo que no debe descartarse a priori- porque saben mejor que nadie que el sciolismo no es la continuidad del cristinismo y que los votos que estarían consiguiendo son votos desesperanzados, votos del mal menor, más por rechazo que por convicción. Saben que la estrategia de cercarlo para condicionar su gobierno fracasó luego de la debacle en Prov. de Bs. As., que la representación parlamentaria propia es menor a la esperada y que frente a un liderazgo débil como el que presumiblemente encarnaría Scioli los que mandaran a futuro no son otros que la Liga de Gobernadores y la estructura del PJ.

En este marco han comenzado a buscar culpables. No se trata del clásico pase de facturas en su interior, esto forma parte ya del folklore del peronismo, aunque muchas veces en estos enfrentamientos los muertos los ponen otros. Sino que buscan culpables afuera y la izquierda real -la que está en todos los conflictos sociales y que ha logrado una representación institucional histórica- aparece como la figura ideal. Lo que por otra parte se inscribe en la tradición anti izquierdista del peronismo tradicional.
 
El kirchnerismo puro, como también sus aliados del desvencijado y descompuesto Partido Comunista, del nacionalismo de izquierda e intelectuales marxistas “independientes”, no han vacilado en señalar al FIT y otras fuerzas que llaman a votar en blanco, como carentes de estrategia, sin perspectivas histórica, como simplemente testimonial que apenas logran superar el 3% de los votos, y que además lo festejan con entusiasmo. Sin embargo esta izquierda sería ahora la responsable de la derrota. Una notable paradoja.
 
Ocultan que el FIT en la categoría Diputados, con el apoyo de otros partidos y grupos de izquierda que aún no lo integran y que debieran integrarse –lo que es un verdadero déficit a superar- ha logrado el 5%, que en algunas capitales (Mendoza, Salta, Córdoba) promedió el 10% y que en algunos cordones industriales obtuvo guarismos superiores.

A ninguno de esos sectores se les ocurre hacer un balance real de estos años y del por qué de la derrota. A ninguno se le ocurre preguntarse por qué este tipo de gobiernos, como también lo fue el alfonsinismo, que se asumen como la dirección política de una burguesía nacional inexistente, terminan siempre pavimentándole el camino a la derecha. Porque coincidimos en que el macrismo es la derecha más recalcitrante y el enemigo principal, pero el sciolismo no le va en saga y junto con el massimo son la encarnadura del actual giro conservador.

Tampoco está en sus planes hacer un análisis histórico y preguntarse porque desde los años ’50 del siglo pasado todo ciclo expansivo de la economía nacional termina en ajuste cambiario y fiscal. O reconocer que es la lógica del capital que, ante la falta de transformaciones estructurales reales, impone el ajuste –más o menos gradual o de shock, según en qué tiempo consigan el financiamiento que buscan los dos candidatos- que solo puede ser frenado por la resistencia de los ajustados.

En este ejercicio de buscar culpables se declama que un triunfo del macrismo sería una punta de lanza contra los procesos populares abiertos en América latina. Sería casi el inicio de su retroceso. Es seguro que reorientarían la política exterior hacia la alianza del pacífico, Pero podrían preguntarse sobre qué bases y por cuánto tiempo un gobierno del sciolismo sería diferente. Un triunfo del macrismo podría verse también como un resultado de ese retroceso, que ya inició en muchos países de la región hace rato, incluso hace más de dos años se viene discutiendo en las izquierdas latinoamericanas sobre la reversibilidad de estos procesos. El propio Lula acaba de decir en la Asamblea General de CLACSO que “…hay cierto olor a retroceso” en la región.

Se completa la argumentación afirmando que “El voto en blanco es un voto por el imperialismo”. Es innegable que el kirchnerismo ha latino-americanizado la política exterior y ha establecido relaciones privilegiadas con una serie de países de la región que se diferencian claramente de los que integran la pro-imperialista Alianza del Pacífico. Este no es un tema menor como tampoco lo es que el FIT no sólo no lo ve sino que tampoco lo considera. Pero de esta constatación no puede deducirse a la ligera que votar en blanco es un voto por el imperialismo. Una mirada de este tipo rememora a los viejos PC y su relación de sometimiento, cuando subordinaban la lucha de clases en cada país a las necesidades geopolíticas de la URSS, aquella traicionera política “del socialismo en un solo país”.
 
Queda la sensación de que el debate por el balotaje y el voto en blanco es en este caso sólo una excusa para preparar el terreno para acusar a la izquierda y así eludir la responsabilidad del propio kirchnerismo y sus aliados en los resultados electorales.
 
Quienes así piensan recuperan viejos métodos estalinistas propios de la época del los ’60 del siglo pasado, para acusar a los que en esta coyuntura sostenemos el voto en blanco, particularmente al trotskismo. Tal vez no son conscientes de los demonios que pueden desatar. Ellos que acusan de falta de responsabilidad a la izquierda son verdaderos irresponsables. Porque ¿cuánto faltará para que nos acusen de agentes de la CIA? Es lo que lógicamente se desprende cuando se dice “votan por el imperialismo”. Es más podrían habilitar el regreso de “ni yanquis ni marxistas”.
 
Hay posiblemente otra cuestión más pedestre: no soportan que la izquierda anticapitalista real que hoy encarna el FIT, aunque en realidad es más amplia que éste, tenga una recepción social que es más que proporcional a la representación institucional alcanzada.
Finalmente, que representa hoy el voto en blanco. Es un voto de rechazo a la encerrona derechista en que han colocado al país. Un rechazo que prepara las condiciones para resistir el ajuste que se viene. Pero encierra también una posibilidad que va más allá del próximo 22N, la de constituir un polo anticapitalista amplio, que lidere las luchas contra el ajuste, que promueva la independencia política de los trabajadores y las clases subalternas y ponga en debate las transformaciones necesarias para que el país no recaiga una y otra vez en las crisis y encerronas a las que por suerte los anticapitalistas no nos acostumbramos.
Los tiempos por venir echaran luz sobre estas cuestiones
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Examinemos los doce años de gobierno en  acuerdo con la Organización Política La Caldera, su caracterización del momento actual y su propuesta:
 

Nuestra posición ante el ballotage
14 de noviembre de 2015
 
Desde la Organización Política La Caldera llamamos a votar en blanco en el ballotage del próximo 22 de noviembre. Compartimos en este documento los fundamentos de nuestra posición  y un aporte al debate que atraviesa al campo popular ante esta inédita coyuntura y el próximo periodo político.
 
¿Un giro a la derecha? 
 
Candidatos a presidente que expresan en su trayectoria y en su cultura política opciones de centroderecha y derecha, han sacado el 95% de los votos en las elecciones generales de octubre. Y ahora el ballotage…
 
La noche del 25 de octubre puso blanco sobre negro un fuerte cansancio social con el kirchnerismo. El 34% de Macri y el 21% de Massa tienen en común un fuerte contenido antikirchnerista. Y si bien en este sentimiento hay presentes elementos progresivos como el rechazo a la corrupción, el narcotráfico e incluso la apropiación privada del Estado, también es cierto que esos votos (ni hablar los candidatos que los reciben) tienen elementos claramente regresivos. Aún cuando esos elementos no han sido del todo explicitados en el discurso de Cambiemos, sí se manifestaron en las confrontaciones llevadas a cabo por la fuerza social que representa, en el 8N, el 18F, etc.
¿Se han derechizado entonces la “opinión pública” y los partidos políticos? En realidad, la derrota kirchnerista no es un rayo en cielo sereno. Expresa una tendencia regresiva, si bien no exenta de contradicciones, que debemos recapitular.
 La constitución del kirchnerismo como fuerza política
 
La recomposición de la gobernabilidad luego de la crisis de 2001-2002 se dio primero de la mano de la reactivación económica bajo la conducción estatal por un sector del PJ que integró a diversas corrientes progresistas y, de manera subordinada, a importantes sectores populares (destacándose sobre todo algunas corrientes del movimiento piquetero y organismos de derechos humanos). El núcleo histórico de la clase dominante en Argentina pagó un precio por esa recomposición de la gobernabilidad: con el control del poder ejecutivo y legislativo el kirchnerismo libró una batalla sostenida por controlar todos los espacios estatales con una doble finalidad: impulsar algunos cambios en la matriz neoliberal heredada de los años 90, así como ubicarse como fuerza política por derecho propio, capaz de garantizar la continuidad y la estabilidad del nuevo ciclo de acumulación.
 
Esas modificaciones fueron importantes: se destacan la transferencia de renta agraria hacia la industria, las paritarias, la Asignación Universal por Hijo, las estatizaciones (de las AFJP, parcial de YPF, etc.), derechos civiles como el matrimonio igualitario, y leyes democratizantes como la Ley de Medios. Sin embargo, el kirchnerismo no puso en cuestión el carácter capitalista dependiente de nuestro país, dando continuidad a aspectos claves de la reestructuración neoliberal, mientras profundizó las actividades extractivistas. Más de 150.000 millones de dólares pagados en la fraudulenta deuda externa, casi 200.000 millones fugados al exterior, degradación ambiental, consolidación de la precarización laboral y de la vida. Pero, aún más importante, el kirchnerismo instaló como política de Estado una estrategia de cooptación y marginalización del poder independiente de lxs trabajadorxs. 
 
La política del kirchnerismo reactivó el crecimiento económico, que tuvo como principal motor al sector del agro debido al boom de las commodities. A su vez, el nuevo tipo de cambio instaurado por la devaluación de Duhalde y la transferencia de renta agraria a la industria mejoraron la competitividad de la producción industrial, que también experimentó un ascenso que implicó una mejora en los niveles de empleo.
 
En términos políticos esto se expresó en el intento del kirchnerismo de construir un bloque de poder incorporando a las fracciones débiles de la burguesía industrial, la burocracia sindical y (de forma subordinada) las organizaciones populares que aceptaran encolumnarse detrás de un proyecto que plantea al Estado como interventor de la economía para garantizar la rentabilidad de los distintos sectores de la producción y como mediador activo de la relación entre el capital y el trabajo. Esta propuesta de desarrollo de un "capitalismo nacional" (que no logró superar los niveles de extranjerización de la propiedad sobre los medios de producción) se basó en el incentivo a la inversión privada, en la que el Estado no jugó un rol activo y planificador más que como garante de la rentabilidad, y mucho menos empoderó a las organizaciones de trabajadorxs para ejercer ese rol. Sin embargo, dio margen al Estado para dar a la clase trabajadora una serie de importantes concesiones que le permitió al gobierno gozar de altos niveles de consenso.
 
En esta década larga fue quedando cada vez más claro que la participación del sujeto obrero y popular sólo es admisible para el kirchnerismo bajo su conducción política, es decir, si le es “leal”, en una una versión remozada del clásico principio peronista, según el cuál el movimiento obrero es “la columna vertebral”, pero jamás la cabeza.
La iniciativa obrera y popular independiente tuvo así un marco desfavorable, que sólo pudo fructificar en los casos en que las organizaciones supimos condensar fuerzas en extremo en territorios específicos. En estos casos pudimos avanzar en una construcción contrahegemónica y prefigurativa de nuevas relaciones sociales,un importante piso de independencia de clase y un reaseguro organizativo de ese avance, pero no logró articularse como un proyecto político alternativo.
 
Los vaivenes de la hegemonía kirchnerista
El kirchnerismo intentó construir su propia tropa, dar la "batalla cultural" contra el neoliberalismo por el sentido común o la subjetividad popular, establecer un marco de alianzas en el plano nacional e internacional, y realizar modificaciones pro-industrialistas y mercado-internistas sin romper con el esquema de acumulación neoliberal. Tuvo sus momentos de gloria, como en el 2005 al pasar a conducir el PJ y derrotar el ALCA o en el 2010 con los actos del Bicentenario y el 54% de votos a Cristina en 2011. Pero en verdad nunca logró estructurar de manera definitiva una nueva fuerza capitalista hegemónica con arraigo popular.
 
El crecimiento económico tuvo motivos coyunturales (altos precios de los bienes primarios exportables, amplia disposición de bienes de capital post 2001, default, devaluación...) que a partir del 2007 fueron agotándose, sin ser reemplazados por otros más que parcialmente. Dos de los intentos claves a los que apostó, suba de retenciones y control de capitales, para dar una salida que podía ser progresiva a aquella encerrona, en caso de enlazarse con otras medidas mayores y movilizaciones de masas, terminaron en duras derrotas tras el conflicto de la 125 en el 2008 y los cacerolazos del 2012.
 
El repliegue de la lucha popular debido a la recomposición de la hegemonía política de la burguesía y su institucionalidad, junto con el agotamiento de la fase de ascenso económico con el surgimiento de la crisis internacional, trajeron a un primer plano de la lucha política las pujas entre las distintas fracciones de la burguesía para mejorar sus situaciones particulares. En este marco se da la progresiva configuración de una oposición por derecha al kirchnerismo. Esta fue pasando de una actitud defensiva irascible, a una progresiva reconstitución de su poder histórico, retomando iniciativa propia y la recuperación de cierta organicidad como fuerza social. Al día de hoy van llegando a cierta división del trabajo planificada y coherente entre sus cuadros orgánicos en el plano político-partidario (alianza CAMBIEMOS) en sus thinks thanks nacionales e internacionales (fundación Pensar, CEMA, IDEA, etc.), en sus frentes de la sociedad civil (como el Foro de Convergencia Empresarial, la coordinación entre La Nación y Clarín como en la SIP, Expoagro, etc.) su inserción y dirección estructural en áreas claves del estado como el poder judicial, etc.
 
Las movilizaciones anti kirchneristas en 2008 y en 2012, van marcando el ritmo de la reconstitución de la fuerza social históricamente dominante en nuestro país y su hegemonía sobre cada vez capas más amplias de la sociedad.
 
Pero, hay que remarcar, esos resultados y esa tendencia regresiva no fueron resultado mecánico de una desfavorable correlación de fuerzas, sino más bien resultado de la apuesta estratégica del kirchnerismo a un “capitalismo nacional” que debiera ser, en su visión, motorizado por la reinversión de las distintas fracciones del capital en alianza con un Estado cerrado a toda participación popular democrática y protagonismo de lxs trabajadorxs.
 
Los sectores populares autónomos no hemos sido abstencionistas ante esos grandes combates. Con el conflicto “del campo” buscamos formas de unidad en la lucha por quebrar el lock out patronal agrario, mientras el gobierno se negó a desplegar formas progresivas de autoorganización y acción directa popular. Otro tanto pasa con la política proactiva de la RNMA ante la Ley de Medios y siguen los ejemplos. En última instancia, el gobierno confrontaba con sectores del capital concentrado (iba “por todo”) para luego negociar en mejores condiciones, reconstruyendo siempre formas de entendimiento con sectores de esa patronal y de la burguesía en general, al tiempo que disciplinaba a un movimiento popular expectante y ajeno a esas negociaciones.
 
Allí podemos ver el reiterado y frustrado intento de Cristina de institucionalizar un Pacto Social que consolidara la gobernabilidad capitalista en Argentina, a cambio del compromiso del empresariado de reinvertir sus enormes ganancias y aceptar la regulación estatal, así como del compromiso de la dirigencia de los sindicatos de aceptar techos salariales y no cuestionar el poder patronal en las fábricas.
 
En el 2008 el conflicto por las retenciones hizo saltar por los aires el armado de ese Pacto Social, tras el estado de guerra con las patronales agrarias y la negativa rotunda de los industriales de llegar a ningún compromiso hasta que el gobierno cediera ante el agro. A la dura derrota del gobierno le siguió su recomposición política en base a audaces medidas (estatizaciones, AUH, leyes democratizadoras, etc.) y una tendencia a la desinversión empresaria y fuga de capitales.
 
En el 2011 Cristina propuso una nueva versión del pacto social: la sintonía fina. Incrementar la regulación e intervención estatal en todos los planos, en busca de garantizar un buen ritmo de la acumulación de capital, así como un sostén del empleo -precario-. Así vino el cepo al dólar, las trabas a las importaciones, el uso de las reservas, el mantenimiento de los subsidios, el incremento de planes sociales. La renta agraria y las reservas financiaban esa acumulación de capital (industria, empleo, planes sociales). En este marco de tironeos la mayor parte de la burguesía se negó a hacer un pacto social bajo este gobierno, y así también crecientes sectores del movimiento obrero. Entre los paros generales y los cacerolazos el pacto social que pretendía el gobierno era ilusorio. Aunque claramente los cacerolazos fueron, por masividad y respaldo orgánico burgués, quienes marcaron el tono y la tendencia de este último período.
 
Mientras tanto, la crisis mundial que se extiende desde el 2008 hizo bajar los precios de las materias primas (y la renta agraria), a la par que el Mercosur se degradó con la subordinación respectiva de Argentina y Brasil a las manufacturas de China. El agro se estancó junto a la industria y las reservas se evaporaron, mientras seguimos pagando las deudas religiosamente. De conjunto, la tendencia global del período marca una crisis del neoliberalismo que se expresa en fuerzas políticas que, en el gobierno -apenas- moderan ese neoliberalismo (Syriza es sólo el más trágico de estos ejemplos).
 
Las experiencias más avanzadas a nivel estatal a nivel mundial (la de los países del ALBA), afectados también por la caída del precio de sus bienes exportables, mostraron un redistribucionismo desde arriba, limitadas formas de democratización estatal y la emergencia de formas de propiedad públicas y colectivas de distinto tipo, que no logran proyectarse hasta el punto de cambiar la matriz de acumulación, que sigue basada en un neodesarrollismo extractivista basada en la asociación del capital internacional con los nuevos gobiernos de esos países. Es así que a pesar de la crisis neoliberal en estos últimos años los países que promueven el libre comercio subordinado a los EEUU han sido más dinámicos que el sector del ALBA y el Mercosur.
En esta difícil situación vemos que las corrientes más progresivas que planteamos una ruptura cualitativa con el régimen político y económico dominante, nos mantenemos en una etapa de acumulación de fuerzas, sin llegar a mover el amperímetro de la política de masas, salvo en luchas puntuales.
Las elecciones de 2015 y el fin de ciclo
 
Con cuatro años de estancamiento económico, Scioli lanzó su campaña proponiendo una "mejora" del modelo, sin precisar problemas ni soluciones. La ausencia de una perspectiva de salida a la actual crisis económica, que empalmó con un cansancio con el modo político kirchnerista (soberbia, corrupción, etc.) devinieron en una extendida necesidad de “un cambio” que Scioli no supo expresar políticamente.
 
La alianza Cambiemos, por su parte, no hizo hincapié en su programa, sino más bien en la construcción de una identidad capaz de aglutinar a todos los sectores que desean un cambio. Un mensaje de optimismo y esperanza que contrasta con la fatiga con el kirchnerismo. Centrado en ese deseo genérico de “cambio” logró canalizar a un 34% del electorado, concentrado en amplias capas medias del campo y la ciudad e incluso con llegada a sectores populares.
 
Por supuesto, que no publiciten su programa de gobierno no significa que no lo tengan. Se trata de “volver al redil”, subordinarse aún más al capital “occidental”, hacerle caso al FMI, acatar las cortes judiciales yanquis, liberalizar la economía, eliminar buena parte de los impuestos a la renta agraria, y cambiar el alineamiento regional e internacional hacia los países que mantienen TLC con EEUU.
Ahora bien, más allá de sus promesas electorales, no podemos esperar de Scioli un programa muy diferente. Con el agotamiento de las reservas del Banco Central y las presiones devaluatorias de la burguesía es dificil que se prolongue el stand-by que viene realizando el kirchnerismo, tirando la pelota del ajuste al próximo gobierno. Sin duda tendrá que devaluar y recurrir al financiamiento externo para normalizar la situación del mercado cambiario y recuperar el nivel de reservas, lo que implicará de por sí un ajuste a los salarios y de mínima un arreglo con los fondos buitres (cuando no un acercamiento a los organismos internacionales de crédito, que exigirán mayores medidas de recorte y austeridad). En el frente externo es posible que no se dé un realineamiento con el imperialismo yanqui, sino que mantenga la política del kirchnerismo de jugar a dos puntas, manteniendo el intercambio con otras potencias como Rusia y China. Sin embargo, no podemos sembrar ilusiones sobre lo que estas relaciones representan en términos de superación de la dependencia del capitalismo argentino: el propio intercambio con China ha debilitado los procesos de integración regional y nos sigue condenando al rol de productores de materias primas.
Macri propone también una modernización estatal, basada en su gestión en CABA - que es sin embargo una gestión mediocre en el distrito con mayor renta per cápita del país y una deuda en aumento - oponiendo este modelo al pobre funcionamiento y las malas condiciones que presenta la educación y la salud pública en Provincia de Buenos Aires y muchas provincias del interior. Se presenta como un gestor eficiente guiado por la lógica de la rentabilidad empresaria, a costa de la intensificación de los ritmos de trabajo, montandose sobre la fuerte desmoralización que existe en el sector público de la Provincia de Buenos Aires, con escasez de recursos y sobreocupación del personal por los bajos salarios, que no afecta sólo a lxs trabajadorxs del sector, sino al conjunto de la población que depende de los servicios públicos estatales. Eso representa un desafío en el próximo periodo, enfrentar tanto la desmoralización como el avance de la lógica mercantil en el sector estatal, oponiendole una óptica de clase que permita disputar de conjunto, trabajadorxs y usuarixs, las políticas públicas en los distintos sectores del estado. 

Lxs trabajadorxs ¿convidadxs de piedra?
 
Siendo más de dos tercios del padrón electoral, lxs trabajadorxs no podemos hacer pesar nuestro número en la defensa de nuestros intereses de clase. Los principales candidatos representan opciones pro capitalistas dirigidas por capitalistas. Entre las corrientes que propugnamos una alternativa anticapitalista no hemos construido aún capacidad de intervenir exitosamente en el plano político-electoral. El Frente de Izquierda y de los Trabajadores ha conquistado un piso respetable (si bien aún minoritario) de casi un millón de votos (3.5%) y han ganado referencia mediática y social. Pero no ha redundado en una unidad política desde las bases, en la estructuración de una fuerza inserta y con capacidad movilización a nivel de masas, que es, a nuestro entender, una de las tareas primordiales de la etapa.
 
En gran medida producto de nuestras propias debilidades y errores, las fuerzas políticas capitalistas subsumen dentro suyo a la mayor parte de lxs trabajadorxs, dividiendo a nuestra clase tras dos proyectos burgueses. Hubo un voto útil que jugó a favor de Cambiemos, un voto anti kirchnerista, sin mayores determinaciones. Es un voto independiente que fortalece a la derecha liberal, pero que no lo hace pensando en respaldar un ajuste o una agenda conservadora. Un voto que percibe el enfrentamiento del kirchnerismo con otros sectores de la clase dominante como un enfrentamiento que le es ajeno y que no soluciona sus problemas cotidianos.
 
El voto a Scioli es un voto defensivo y moderado, cada vez menos convencido en “el modelo” y cada vez más resignado al "mal menor”. Muchxs compañerxs plantean que el voto a Scioli es un voto contra la ofensiva conservadora que avanza en Latinoamérica, expresada en particular por el PRO en nuestro país. Un voto que sirva para elegir a un presidente que no vuelva atrás en las mejoras en las condiciones de vida experimentadas durante esta década.

Nuestra política de cara al ballotage. 

De nuestra parte, creemos que un voto a Scioli no es un freno a la ofensiva conservadora. En cambio, tendrá un claro mensaje social de aceptación y adaptación a la tendencia regresiva que el kirchnerismo viene traccionando en favor de la recomposición de la hegemonía burguesa. Depositar en Scioli un voto de confianza desde la izquierda es, a nuestro entender, una manera de fortalecer el giro conservador del escenario político, subsumiendo incluso a las corrientes más radicalizadas, y debilitando ideológica y subjetivamente a las masas bajo la hipótesis de que no es la correlación de fuerzas construida en las últimas décadas la que configura nuestras condiciones de lucha y la posibilidad de avanzar en nuestras reivindicaciones, sino el favor del gobierno de turno. 
Este escenario coloca a las corrientes que apostamos por el desarrollo de la autoactividad de nuestra clase y la construcción de poder popular ante el riesgo de la marginalidad o la adaptación. Entendemos que el llamado al voto en blanco, en este duro contexto, es la táctica más útil para instalar y visibilizar una alternativa política independiente que rechaza el programa político de ajuste de ambos candidatos; y eventualmente, si fuera una opción electoral con cierta masividad, puede también expresar ese rechazo en el resultado electoral, anticipando el ciclo de luchas que deberá enfrentar el próximo gobierno. 
 
Por supuesto el criterio del mal menor tampoco puede ser rechazado a priori. El frente antifascista y el frente democrático suponen tener como aliados a sectores reformistas e incluso liberales, en ciertas ocasiones. Pero en esta elección no nos enfrentamos al ascenso del fascismo ni a una dictadura. La adaptación a la lógica infinita del mal menor, en cambio, ha tenido severas consecuencias a lo largo de la historia. Menem prometiendo la revolucion productiva y el salariazo era el mal menor frente a Angeloz y su lapiz rojo del recorte; De la Rúa con sloganes progresistas era el mal menor frente al conservador Duhalde; en Brasil organizaciones sociales como el Movimiento Sin Tierra se jugaron por el mal menor de Dilma frente al candidato del ajuste neoliberal, y el ajuste neoliberal lo terminó aplicando Dilma, pero con la legitimidad del movimiento popular. Esto hipoteca la credibilidad de las organizaciones anticapitalistas, confundiendo y desmoralizando a la base social que pretendemos organizar y proyectar en una alternativa política autónoma de la clase.
 
Como dice Antonio Gramsci, "todo mal resulta menor en comparación con otro que se anuncia mayor y así hasta el infinito. La fórmula del mal menor, del menos peor, no es sino la forma que asume el proceso de adaptación a un movimiento históricamente regresivo, movimiento cuyo desarrollo es guiado por una fuerza audazmente eficaz, mientras que las fuerzas antagónicas (o mejor los jefes de las mismas) están decididas a capitular progresivamente, por pequeñas etapas y no de un solo golpe (lo que tendría un efecto psicológico condensado y podría hacer nacer una fuerza competidora activa contraria a la que pasivamente se adapta a la “fatalidad” o reforzarla si ya existe)”.
 
Ahora bien, aún cuando la correlación de fuerzas sigue siendo desfavorable, las organizaciones que buscamos un cambio social tenemos una experiencia acumulada cada vez más asentada, con raíces en la clase. Ante el rechazo popular a “volver a los noventa” y el agotamiento del modelo kirchnerista, hay una mayor predisposición a buscar otras alternativas. Forjar este camino y señalar ese horizonte es una tarea inmediata de las organizaciones populares más radicales. En particular la nueva izquierda anticapitalista -aún minoritaria- lleva en el corazón y en su capacidad de autorreflexión y autocrítica esa capacidad.

En la construcción de una fuerza social revolucionaria...
 
Como OP La Caldera en esta elección votamos en blanco. Comprendemos este voto como un momento táctico en la tarea estratégica de aportar a la construcción de una fuerza social revolucionaria. 
Por encima y más allá del voto importa la claridad en la necesaria independencia de clase. La discusión respecto a qué votar en el ballotage esté siendo parte de un apasionado debate en los ámbitos de la vida cotidiana, así como en muchas organizaciones populares. Y es bueno que aprovechemos estas discusiones para intercambiar visiones y profundizar debates, dialogando respetuosamente con aquellas tendencias que pueden optar por otras tácticas en este contexto, puesto que la construcción de una hegemonía socialista dentro del campo popular requiere aprovechar cada coyuntura para avanzar dialécticamente junto a la clase.  
 
De nuestra parte, venimos intentando construir una tendencia que combine claridad estratégica con carnadura de masas, con movimientos y agrupaciones conscientes enraizados en construcciones colectivas de base, capaz de activar y catalizar la organización desde abajo, acompañado de la elaboración de una perspectiva de transformación social palpable, viable y deseable para el conjunto del pueblo trabajador. 
 
Como sabemos, gane Macri o gane Scioli, la clave para parar el ajuste y la represión será la organización popular. Aún más, debemos apuntar a tomar la inciativa nosotrxs, en todos los niveles. Para ello, es necesario fortalecer la unidad de las organizaciones independientes y en lucha.  Allí están lxs compañerxs de la Red Nacional de Medios Alternativos, como Antena Negra TV y el resto de las organizaciones que lo componen; la Campaña Nacional contra las Violencias y la Campaña por el Derecho al Aborto; la Asociación Gremial de Trabajadorxs Cooperativistas, Autogestivxs y Precarizadxs; la Corriente Político-Sindical Rompiendo Cadenas; el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. Debemos proyectar nuestras valiosas luchas y organizaciones a una escala mayor, en frente único de la clase.
 
Este 22, votamos en blanco, pero con la convicción de que la tarea central por delante es organizarnos por millones y proyectar nuestra organización en una alternativa política autónoma de lxs trabajadorxs y el pueblo. Todxs hacemos y haremos falta. Debatamos fraternalmente y apuntemos los cañones al futuro:

La mano viene jodida. Que el voto no nos divida.
Iniciativa popular. Unidad para luchar.
¡A forjar la alternativa de clase, desde abajo y a la izquierda!

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