Es situar el ataque a las izquierdas en el empeño K de desplazar
la centralidad del debate sobre
los
privilegios del poder económico e imperialista.
Evaluemos en qué politización y debate nos
hallamos:
La izquierda frente al balotaje
13 de noviembre de 2015
13 de noviembre de 2015
En
el clima de gran politización que rodea al balotaje, el debate en la izquierda
se intensifica entre los partidarios de votar a Scioli o en blanco. Esta
polémica ha diluido la convocatoria inicial a posponer cualquier discusión sobre
el kirchnerismo.
Por
Claudio Katz.
Los
seguidores de Stolbizer que promueven el apoyo a Macri han quedado fuera de
estas controversias y de cualquier pertenencia al progresismo. La discusión gira
en torno a Scioli, que es visto en forma unánime como un exponente del viraje
conservador. Salta a la vista la responsabilidad del gobierno en este curso. Las
limitaciones políticas del oficialismo, las ataduras al PJ, los fracasos
económicos y el autismo frente al hartazgo social explican este escenario.
El perfil
derechista de Scioli ha quedado ratificado con la difusión de un gabinete que
incluye varios represores (Casal, Berni, Granados). El candidato lanzó también
nuevas advertencias contra los piquetes y propuestas de inclusión del ejército
en la lucha contra el narcotráfico. Sus principales interlocutores son los
capitalistas de IDEA, los bancos del Council of America, los contratistas de
Eurnekian y los viejos adversarios de Clarín. Un ex funcionario del FMI es
promovido como embajador de gran porte (Blejer) y un autorizado vocero de la
coalición oficialista propicia el rápido arreglo con fondos buitres (Urtubey).
Los
progresistas que votan a Scioli no ignoran estos datos. Simplemente consideran
que la otra alternativa es peor. Reconocen que ambos candidatos forman parte del
establishment pero estiman que “no son lo mismo”.
En muchas discusiones esa distinción se torna bizantina. Es evidente que Scioli y Macri no representan las mismas similitudes que Larreta y Micheti, ni las diferencias que separan a Cristina de Carrió. Pero en Argentina estas variedades mutan con vertiginosa celeridad.
Basta
observar la transformación del elenco de ex menemistas y ex aliancistas que
puebla el FPV y el PRO, para notar ese grado de conversión. Scioli agradeció
recientemente a Menen su padrinazgo político y Macri no disimula su entusiasmo
con las privatizaciones de los 90.
Esa
comunidad de antecedentes se extiende al propósito compartido de gobernar con
ajustes, devaluaciones y tarifazos. La mimetización de ambos candidatos con las
propuestas de Massa confirma esa afinidad. Macri prepara un gobierno con jefes
del justicialismo (De la Sota) y acuerdos con los jerarcas sindicales (Moyano).
Scioli promete puestos a todos los derechistas que perdieron el tren del PRO.
Mayores similitudes que diferencias
Los dos
bandos ya vislumbran acuerdos parlamentarios para gobernar sin la mayoría
automática que tuvo el kirchnerismo. Esa convergencia en el Congreso fue
anticipada por las coincidencias que alcanzaron oficialistas y opositores en la
Legislatura porteña. Se suele remarcar las iniciativas gubernamentales que no
votó el macrismo en el Parlamento (YPF, Ley de Medios, matrimonio igualitario).
Pero se habla poco de las medidas regresivas que suscribió junto al kirchnerismo
(anulación de la ley cerrojo a los acreedores, cambios en las ART).
Los
parecidos se verifican en la campaña electoral. Durante la primera parte de la
disputa Scioli y Macri compartieron frivolidades y evasivas. Luego se embarcaron
una competencia de inconsistentes promesas sin financiación (bajar ganancias,
pagar el 82%, reducir el IVA, generalizar la asignación universal). En la semana
final siguen el libreto de los publicistas. Scioli repite la campaña del miedo
que utilizó Dilma en Brasil y Macri reparte sonrisas y mensajes dulcificados.
El
progresismo que vota a Scioli reconoce estas semejanzas, pero no registra que
invalidan la expectativa de completar lo que “dejó pendiente el kirchnerismo”.
El universo sciolista ha taponado todos los resquicios para nacionalizar el
comercio exterior, atenuar el imperio de la soja, controlar la depredación de
minerales o introducir alguna reforma impositiva.
Sus votantes
desde la izquierda igualmente remarcan el peligro macrista, subrayando que no
hay lugar para la “indiferencia” del voto en blanco. Pero esta opción no implica
neutralidad. Supone un mensaje de resistencia contra el ajuste que preparan
ambos candidatos.
En todos los
debates se resalta cuál sería el mejor escenario para confrontar con esa
agresión. Como nadie conoce el futuro sólo existen presunciones. En el terreno
económico se supone que Macri implementará un shock y su adversario optará por
el gradualismo. Pero el pasaje de un curso a otro ha sido muy frecuente en
distintos gobiernos.
Todos los
jugadores del mercado avizoran la proximidad de fuertes ajustes en las tarifas,
los subsidios y el tipo de cambio, cualquiera sea el triunfador. El ritmo de ese
apriete es desconocido por los propios candidatos. Comparten una estrategia de
atemperar la devaluación con endeudamiento, pero esa conjunción dependerá de
variables que ninguno maneja.
El argumento
represivo que se esgrime para votar a Scioli es más impactante, pero menos
consistente a la luz de la mano dura que exhibe el motonauta. Las mayores
amenazas provienen en los hechos de la acción conjunta de oficialistas y
opositores ensayaron durante el desalojo del Parque Indoamericano. Los policías
federales de Berni y los municipales de Montenegro coordinan ese tipo de
operaciones conjuntas.
Un eventual
triunfo de PRO no presenta las connotaciones fascistas que justificarían la
opción por el mal menor. Macri no es Pinochet. El balotaje también difiere del
antecedente francés que opuso a un xenófobo (Le Pen) con un derechista clásico
(Chirac). Macri se asemeja más bien a este segundo contendiente.
El PRO se
esfuerza por ocultar los rostros cavernícolas de su coalición. Ha consolidado
una formación retrógrada en un paradójico contexto de centroizquierda. El
macrismo asciende en un clima muy distante del gorilismo que prevaleció durante
los cacerolazos y la disputa con los agro-sojeros.
La
derechización mayoritaria de la dirigencia política no coincide con el estado de
ánimo de la sociedad. El PRO elude esta contradicción propagando hipócritas
mensajes de tolerancia. Especialmente Vidal se ha calzado un disfraz de monja
sensibilizada por el sufrimiento popular.
Algunos
votantes de Scioli suponen que mantendrá, al menos, la política cultural del
kirchnerismo. Contraponen esta continuidad con el giro retrógrado que avizoran
en su rival. Pero la estética de Pimpinella, Tinelli y Montaner -que precipitó
los últimos lamentos de Carta Abierta- no augura esa preservación. El motonauta
es un consumado conservador que espera el momento oportuno para restaurar los
valores clásicos de las clases dominantes.
Dilemas externos y basamentos sociales
La política
exterior es ciertamente un terreno de significativas diferencias entre ambos
contendientes. Macri prepara un acelerado realineamiento con Estados Unidos e
Israel junto a un drástico alejamiento de Cuba y Venezuela. Scioli propone
mantener el status quo, mientras apuntala un giro pro-mercado que a mediano
plazo convergería con el sendero de su rival.
El eventual
privilegio de tratados de libre comercio sobre el MERCOSUR es un proceso más
complejo con infinidad de intereses en juego, que ningún presidenciable abordará
al inicio de su gestión.
Muchos
promotores del voto en blanco consideran que las diferencias de política
exterior que separan a Scioli de Macri son irrelevantes. Suponen que todos los
procesos latinoamericanos transitan por el mismo curso regresivo y no reconocen
la existencia de dinámicas radicales en Cuba, Venezuela o Bolivia.
Con esa
mirada tampoco distinguen a los gobiernos que promueven el capitalismo (lulismo,
kirchnerismo) de las administraciones que enuncian proyectos socialistas.
Equiparan las políticas de expansión del consumo de los primeros con las
estrategias favorables al empoderamiento popular de los segundos.
Este
equivocado enfoque conduce a soslayar las serias consecuencias regionales de un
triunfo de Macri.
¿Pero el
reconocimiento de esos efectos justifica el voto a Scioli? Si la pertenencia a
la izquierda se redujera a desenvolver acciones de solidaridad con el ALBA
correspondería una respuesta afirmativa. Pero esas iniciativas constituyen sólo
un aspecto de la acción política.
La
construcción de la izquierda en Argentina se asienta principalmente en la
batalla por las reivindicaciones inmediatas de la población. Cualquiera que haya
participado en alguna experiencia militante significativa conoce la centralidad
de estas demandas. En el escenario actual estas urgencias implican preparar la
resistencia contra el ajuste de Macri o Scioli.
No es la
primera vez que la izquierda debe lidiar con un conflicto de prioridades. Las
conveniencias diplomáticas externas y las exigencias de la lucha política
interna no siempre transitan por el mismo carril. Las tensiones entre ambas
esferas fue un rasgo permanente del siglo XX. Las necesidades de estado del
“bloque socialista” frecuentemente chocaban con las estrategias revolucionarias
de la izquierda en numerosos países. No existe una receta universal para lidiar
con esta contradicción pero conviene aprender del pasado.
La mayoría
de los partidos comunistas solía colocar en primer lugar las consideraciones
geopolíticas y en segundo término lo requerido en el plano interno. Razonaban
como cancilleres y no como militantes. Esta experiencia enseña que nuestro mejor
aporte a los procesos radicales de la región será el reforzamiento de una opción
de la izquierda en el país.
El apoyo a
Scioli es también justificado por el perfil social de sus adherentes. Se
contrapone ese basamento popular con el elitismo porteño del Macri. Este
contraste retoma una tradición del peronismo. Los cimientos más plebeyos de
Luder, Menen o Duhalde aportaban en el pasado el gran argumento de voto contra
el radicalismo.
Pero ese supuesto de eternidad justicialista entre los desamparados fue desmentido por Alfonsín y por la Alianza. El peronismo ya no cuenta con la identificación popular inmediata que mantuvo durante mucho tiempo. Por esa razón afronta periódicos naufragios electorales. Estos temblores ilustran la erosión de sus viejos pilares. El fundamento sociológico popular para sostener a Scioli es un artificio.
Pero ese supuesto de eternidad justicialista entre los desamparados fue desmentido por Alfonsín y por la Alianza. El peronismo ya no cuenta con la identificación popular inmediata que mantuvo durante mucho tiempo. Por esa razón afronta periódicos naufragios electorales. Estos temblores ilustran la erosión de sus viejos pilares. El fundamento sociológico popular para sostener a Scioli es un artificio.
La divisoria
de votantes por clases sociales ha perdido la nitidez del pasado. Esta mutación
salta a la vista en la Capital Federal y fue visible en la primera vuelta de la
elección presidencial. El PRO se impuso en los viejos bastiones del peronismo.
Una fuerza derechista reinventada con globitos, evasión y moralismo hipócrita le
arrebató al justicialismo la gobernación de Buenos Aires, muchas intendencias y
localidades, manejadas por el PJ desde el 83 (como Jujuy).
La pugna
Scioli-Macri no expresa contraposiciones sociales, ni choques entre
antagonistas. Sólo el mecanismo del balotaje crea esa ficción. La confrontación
de la Unión Democrática con Perón no será resucitada el próximo 22 de noviembre.
Tampoco habrá recreación de la pelea inicial del PT con la derecha brasileña o
del desafío que introdujo Syriza en Grecia, antes de la capitulación de Tsipras.
Conductas y resentimientos
El voto a
Scioli es asumido por muchos sectores de la izquierda como una acción
autodefensiva. Consideran que es la forma de preservar la organización popular.
¿Pero esa resistencia se prepara apuntalando al motonauta?
Hay dos
peligros en ciernes. La obvia amenaza que representa Macri y el desengaño que
puede generar Scioli. Si esta última decepción provoca rabia por abajo, el
enfado se extenderá a todos los auspiciantes de su candidatura. Pero los
atropellos del sciolismo también podrían potenciar la resignación.
Frecuentemente el giro conservador de los gobiernos arrastra a los pueblos y
generaliza el desánimo o la apatía.
El ejemplo
de Brasil está a la vista. Dilma ganó asustando con el ajuste de su rival y
gobierna aplicando esos recortes, en un clima de desmoralización popular.
La definición de la izquierda frente al balotaje tiene más importancia política que numérica. En la primera vuelta el FIT obtuvo el cuarto lugar con 800.000 votos (un millón para diputados). Es un caudal llamativo pero no inclina la balanza. Los seguidores de Massa son los árbitros de la elección. El voto en blanco podría ser significativo pero no alcanzará porcentajes determinantes.
La definición de la izquierda frente al balotaje tiene más importancia política que numérica. En la primera vuelta el FIT obtuvo el cuarto lugar con 800.000 votos (un millón para diputados). Es un caudal llamativo pero no inclina la balanza. Los seguidores de Massa son los árbitros de la elección. El voto en blanco podría ser significativo pero no alcanzará porcentajes determinantes.
Esta opción
fue utilizada hace muy poco por el kirchnerismo en la Capital Federal frente a
la definición entre Lousteau y Larreta. Rechazar ambas candidaturas fue una
decisión lógica a la luz del alineamiento posterior de ambas figuras con Macri.
El peronismo porteño no ha recibido sin embargo por esa actitud, el alud de
críticas que actualmente recae sobre la izquierda.
Según las
encuestas una porción mayoritaria de los votantes del FIT optará por la boleta
en blanco. Este comportamiento es natural entre electores que aprobaron un
mensaje de impugnación del trío (ahora dúo) del ajuste.
La izquierda
simplemente mantiene sus banderas previas. Si convocara al sostén de Scioli
sería vista como otro agrupamiento de panqueques, que salta de una lista a otra
según las conveniencias del momento. A pocos años de su creación el FIT ha
resuelto no suicidarse.
Pero incluso
si decidiera apoyar a Scioli, lo ocurrido en la primera vuelta ha demostrado
cuán vulnerada está la fidelidad del electorado. En las coyunturas de gran
viraje los votantes desbordan la ingeniería electoral. Por eso socavaron el
armado para favorecer al oficialismo a través de las PASO.
Es
importante registrar el significado del giro en curso. Si Scioli pierde en el
balotaje quedará ratificado el hastío con el gobierno kirchnerista y con la
gestión del gobernador de Buenos Aires. Ninguna campaña por el voto útil puede
disimular esa disconformidad. Hay fastidio con la situación de los hospitales,
las escuelas y las localidades inundadas de la provincia.
En lugar de
comprender esta realidad, varios intelectuales del peronismo ya preparan sus
dardos contra la izquierda si el oficialismo es derrotado. Algunos incluso
suponen que “los trabajadores reprocharán al FIT” una eventual victoria de
Macri. Esa tortuosa deducción oculta que el único culpable de ese desenlace
sería el kirchnerismo.
El
resentimiento en gestación con la izquierda también anticipa un despecho más
extendido hacia toda la población. Ciertos oficialistas sugieren que nadie los
entendió (“les dimos todo y ahora nos votan en contra”). Reivindican con fervor
las elecciones victoriosas (“el pueblo nunca se equivoca”) y se irritan con los
resultados adversos (“la sociedad perdió el rumbo”). Entre los pecados de la
izquierda no figuran estos devaneos.
Estrategias y lenguajes
La postura
frente al balotaje es un peldaño de las estrategias en disputa. Todos se
preparan para el día siguiente del desenlace electoral. Especialmente el
kirchnerismo anticipa su política ulterior. Aceita una corriente propia bajo el
férreo liderazgo de Cristina, asentada en bloques parlamentarios ampliados y en
una desaforada ocupación de cargos antes de abandonar el estado.
El
desmesurado protagonismo de CFK durante la campaña apunta a consolidar ese
espacio en desmedro explícito de Scioli. Cristina prepara todos los cañones para
influir dentro o fuera del partido justicialista.
La izquierda
puede converger con el bloque K o trabajar por una construcción propia y
contrapuesta a ese alineamiento. Son dos cursos de acción muy distintos, que
inducen a posturas diferentes frente a la segunda vuelta.
Obviamente
el sostén de Scioli desde la izquierda favorece el primer camino. Crea un
empalme inmediato con todas las consignas actuales del kirchnerismo (“hay dos
modelos”, “no da lo mismo”, “avanzar por lo que falta”).
Pero este
acompañamiento obstruye la apertura de un rumbo alternativo en plena crisis del
peronismo. No es muy sensato socorrer al kirchnerismo cuando es cuestionado por
la población. Este auxilio potencia la canalización del descontento por parte
del PRO.
Lo ocurrido
con Nuevo Encuentro debería ser aleccionador. Sabatela se aproximó con cautela
al oficialismo pero terminó subordinado a Cristina. Su grupo votó a libro
cerrado todas las leyes que envió el Ejecutivo, avaló al PJ y aceptó a los
barones del Conurbano. Coronó finalmente esta regresión secundando a Aníbal
Fernández y perdiendo el bastión de Morón.
Esta
involución ilustra como el mal menor desemboca en capitulaciones mayores. Se
baja una bandera tras otra. Primero había que sostener a Randazzo, luego al
proyecto y ahora a Scioli.
La derecha recupera terreno con estas incongruencias que vacían al progresismo
de políticas propias. Si la izquierda repite esa conducta obtendrá los mismos
resultados.
Al cabo de
una década de intensa cooptación estatal se han afianzado los razonamientos
exclusivamente centrados en modelos, políticas y gobiernos. La gravitación de la
acción callejera es ignorada o aludida con puros formalismos.
Con esa mirada se atribuye a la gestión de Néstor y Cristina las conquistas obtenidas como resultado de la rebelión popular del 2001. También se supone que con “Macri se perderán derechos” y con “Scioli se mantendrán las conquistas”, como si la lucha fuera un ingrediente irrelevante en ambos escenarios. Recuperar la primacía de la resistencia es una meta insoslayable cualquiera sea el desenlace del balotaje.
Con esa mirada se atribuye a la gestión de Néstor y Cristina las conquistas obtenidas como resultado de la rebelión popular del 2001. También se supone que con “Macri se perderán derechos” y con “Scioli se mantendrán las conquistas”, como si la lucha fuera un ingrediente irrelevante en ambos escenarios. Recuperar la primacía de la resistencia es una meta insoslayable cualquiera sea el desenlace del balotaje.
La
embrionaria presencia del FIT es útil para retomar ese objetivo. Ese frente ha
servido, además, para introducir temas e ideales de la izquierda en la contienda
electoral. Su postura frente al balotaje intenta reforzar una construcción
explícitamente diferenciada del justicialismo. Difunden los mensajes
anticapitalistas que el progresismo olvida, ignora o rechaza.
En su
configuración actual de tres organizaciones trotskistas, el FIT bloquea la
ampliación del frente diverso que se necesita para forjar una izquierda popular.
Pero esa limitación coexiste con la disposición a la lucha que requiere el
momento actual.
De hecho el
FIT ocupa el lugar que dejaron vacantes otras formaciones. La centroizquierda
anti-K quedó deglutida por los partidos que alimentaron al macrismo y el
progresismo K sepultó las viejas rebeldías de la J.P.
Las
posibilidades de la izquierda suelen reaparecer en contextos inusuales a través
de vertientes imprevistas. Mantener una actitud abierta contribuye a registrar
el surgimiento de variantes distintas a la propia. Esta tendencia ha sido
captada por todos los participantes del debate sobre el balotaje que adoptan una
actitud fraternal.
Otros
pensadores han retomado, en cambio, acusaciones heredadas de la noche de los
tiempos. Es tan absurdo afirmar que el “voto en blanco es un voto por el
imperialismo”, como desconocer que intenta confrontar con dos candidatos
estrechamente vinculados a la embajada estadounidense. Incluso si fuera un gran
error debería ser objetado con el lenguaje que la izquierda recuperó luego de la
pesadilla stalinista.
Equivocar el
enemigo es más grave que fallar en una decisión electoral. La izquierda se
construye junto a los militantes de todas las corrientes y se destruye haciendo
buena letra con los popes del justicialismo.
*Economista, investigador del CONICET, profesor de la UBA, miembro del EDI.
Su página web es: www.lahaine.org/katz Fuente: http://www.anred.org/spip.php?article11030
Prestemos atención que -con motivo del
balotaje- se ha explicitado( aún más que en masacres, asesinatos y
desapariciones forzadas) la oposición del FpV
no sólo
a los intereses populares en resistencia al extractivismo sino también a la
independencia de la clase trabajadora, de los movimientos sociales y de las
izquierdas.
El debate por el voto en blanco y una deriva peligrosa
14 de
noviembre de 2015
El kirchnerismo puro no ha vacilado en señalar al FIT -y otras fuerzas que
llaman a votar en blanco- como carentes de estrategia, sin perspectivas
histórica, como simplemente testimonial que apenas logran superar el 3% de los
votos, y que además lo festejan con entusiasmo. Sin embargo esta izquierda sería
ahora la responsable de la derrota. Una notable paradoja.
Por
Eduardo Lucita.
El resultado
de la primera vuelta electoral provocó una verdadera tormenta en el FpV y el
peronismo todo, sus aliados y compañeros de ruta. El derrotismo y el pesimismo
campea en las filas kirchneristas. A tal punto que el aire del tiempo es que el
macrismo ganó las elecciones, cuando en realidad las ganó el FpV, eso sí por una
muy pobre diferencia.
Pasada la
desorientación inicial han lanzado una campaña de recuperación del voto, más que
nada basada en la demonización del macrismo que si bien acertada en muchos
aspectos, es tan burda y carente de solidez argumental que es bastante
ineficiente. Si además esto va acompañado por la desesperación por ubicar gente
adicta en el aparato del Estado, el combo es perfecto.
El
kirchnerismo “puro” se siente derrotado, ese sentimiento sobrevivirá aún cuando
Scioli resultara el ganador de la segunda vuelta –algo que no debe descartarse a
priori- porque saben mejor que nadie que el sciolismo no es la continuidad del
cristinismo y que los votos que estarían consiguiendo son votos desesperanzados,
votos del mal menor, más por rechazo que por convicción. Saben que la estrategia
de cercarlo para condicionar su gobierno fracasó luego de la debacle en Prov. de
Bs. As., que la representación parlamentaria propia es menor a la esperada y que
frente a un liderazgo débil como el que presumiblemente encarnaría Scioli los
que mandaran a futuro no son otros que la Liga de Gobernadores y la estructura
del PJ.
En este marco han comenzado a buscar culpables. No se trata del clásico pase de facturas en su interior, esto forma parte ya del folklore del peronismo, aunque muchas veces en estos enfrentamientos los muertos los ponen otros. Sino que buscan culpables afuera y la izquierda real -la que está en todos los conflictos sociales y que ha logrado una representación institucional histórica- aparece como la figura ideal. Lo que por otra parte se inscribe en la tradición anti izquierdista del peronismo tradicional.
En este marco han comenzado a buscar culpables. No se trata del clásico pase de facturas en su interior, esto forma parte ya del folklore del peronismo, aunque muchas veces en estos enfrentamientos los muertos los ponen otros. Sino que buscan culpables afuera y la izquierda real -la que está en todos los conflictos sociales y que ha logrado una representación institucional histórica- aparece como la figura ideal. Lo que por otra parte se inscribe en la tradición anti izquierdista del peronismo tradicional.
El
kirchnerismo puro, como también sus aliados del desvencijado y descompuesto
Partido Comunista, del nacionalismo de izquierda e intelectuales marxistas
“independientes”, no han vacilado en señalar al FIT y otras fuerzas que llaman a
votar en blanco, como carentes de estrategia, sin perspectivas histórica, como
simplemente testimonial que apenas logran superar el 3% de los votos, y que
además lo festejan con entusiasmo. Sin embargo esta izquierda sería ahora la
responsable de la derrota. Una notable paradoja.
Ocultan que
el FIT en la categoría Diputados, con el apoyo de otros partidos y grupos de
izquierda que aún no lo integran y que debieran integrarse –lo que es un
verdadero déficit a superar- ha logrado el 5%, que en algunas capitales
(Mendoza, Salta, Córdoba) promedió el 10% y que en algunos cordones industriales
obtuvo guarismos superiores.
A ninguno
de esos sectores se les ocurre hacer un balance real de estos años y del por qué
de la derrota. A ninguno se le ocurre preguntarse por qué este tipo de
gobiernos, como también lo fue el alfonsinismo, que se asumen como la dirección
política de una burguesía nacional inexistente, terminan siempre pavimentándole
el camino a la derecha. Porque coincidimos en que el macrismo es la derecha más
recalcitrante y el enemigo principal, pero el sciolismo no le va en saga y junto
con el massimo son la encarnadura del actual giro conservador.
Tampoco está
en sus planes hacer un análisis histórico y preguntarse porque desde los años
’50 del siglo pasado todo ciclo expansivo de la economía nacional termina en
ajuste cambiario y fiscal.
O reconocer
que es la lógica del capital que, ante la falta de transformaciones
estructurales reales, impone el ajuste –más o menos gradual o de shock, según en
qué tiempo consigan el financiamiento que buscan los dos candidatos- que solo
puede ser frenado por la resistencia de los ajustados.
En este
ejercicio de buscar culpables se declama que un triunfo del macrismo sería una
punta de lanza contra los procesos populares abiertos en América latina. Sería
casi el inicio de su retroceso. Es seguro que reorientarían la política exterior
hacia la alianza del pacífico, Pero podrían preguntarse sobre qué bases y por
cuánto tiempo un gobierno del sciolismo sería diferente. Un triunfo del macrismo
podría verse también como un resultado de ese retroceso, que ya inició en muchos
países de la región hace rato, incluso hace más de dos años se viene discutiendo
en las izquierdas latinoamericanas sobre la reversibilidad de estos procesos. El
propio Lula acaba de decir en la Asamblea General de CLACSO que “…hay cierto
olor a retroceso” en la región.
Se completa
la argumentación afirmando que “El voto en blanco es un voto por el
imperialismo”. Es innegable que el kirchnerismo ha latino-americanizado la
política exterior y ha establecido relaciones privilegiadas con una serie de
países de la región que se diferencian claramente de los que integran la
pro-imperialista Alianza del Pacífico. Este no es un tema menor como tampoco lo
es que el FIT no sólo no lo ve sino que tampoco lo considera. Pero de esta
constatación no puede deducirse a la ligera que votar en blanco es un voto por
el imperialismo. Una mirada de este tipo rememora a los viejos PC y su relación
de sometimiento, cuando subordinaban la lucha de clases en cada país a las
necesidades geopolíticas de la URSS, aquella traicionera política “del
socialismo en un solo país”.
Queda la
sensación de que el debate por el balotaje y el voto en blanco es en este caso
sólo una excusa para preparar el terreno para acusar a la izquierda y así eludir
la responsabilidad del propio kirchnerismo y sus aliados en los resultados
electorales.
Quienes así
piensan recuperan viejos métodos estalinistas propios de la época del los ’60
del siglo pasado, para acusar a los que en esta coyuntura sostenemos el voto en
blanco, particularmente al trotskismo. Tal vez no son conscientes de los
demonios que pueden desatar. Ellos que acusan de falta de responsabilidad a la
izquierda son verdaderos irresponsables. Porque ¿cuánto faltará para que nos
acusen de agentes de la CIA? Es lo que lógicamente se desprende cuando se dice
“votan por el imperialismo”. Es más podrían habilitar el regreso de “ni yanquis
ni marxistas”.
Hay
posiblemente otra cuestión más pedestre: no soportan que la izquierda
anticapitalista real que hoy encarna el FIT, aunque en realidad es más amplia
que éste, tenga una recepción social que es más que proporcional a la
representación institucional alcanzada.
Finalmente,
que representa hoy el voto en blanco. Es un voto de rechazo a la encerrona
derechista en que han colocado al país. Un rechazo que prepara las condiciones
para resistir el ajuste que se viene. Pero encierra también una posibilidad que
va más allá del próximo 22N, la de constituir un polo anticapitalista amplio,
que lidere las luchas contra el ajuste, que promueva la independencia política
de los trabajadores y las clases subalternas y ponga en debate las
transformaciones necesarias para que el país no recaiga una y otra vez en las
crisis y encerronas a las que por suerte los anticapitalistas no nos
acostumbramos.
Los tiempos por venir echaran luz sobre estas cuestiones.
Los tiempos por venir echaran luz sobre estas cuestiones.
Examinemos
los doce años de gobierno en acuerdo con la
Organización Política La Caldera, su caracterización del
momento actual y su propuesta:
Nuestra posición ante
el ballotage
14 de noviembre de 2015
14 de noviembre de 2015
Desde la
Organización Política La Caldera llamamos a votar en blanco en el ballotage del
próximo 22 de noviembre. Compartimos en este documento los fundamentos de
nuestra posición y un aporte al debate que atraviesa al campo popular ante esta
inédita coyuntura y el próximo periodo político.
¿Un giro a la derecha?
Candidatos a presidente que
expresan en su trayectoria y en su cultura política opciones de centroderecha y
derecha, han sacado el 95% de los votos en las elecciones generales de octubre.
Y ahora el ballotage…
La noche del 25 de octubre puso blanco sobre negro un fuerte cansancio social con el kirchnerismo. El 34% de Macri y el 21% de Massa tienen en común un fuerte contenido antikirchnerista. Y si bien en este sentimiento hay presentes elementos progresivos como el rechazo a la corrupción, el narcotráfico e incluso la apropiación privada del Estado, también es cierto que esos votos (ni hablar los candidatos que los reciben) tienen elementos claramente regresivos. Aún cuando esos elementos no han sido del todo explicitados en el discurso de Cambiemos, sí se manifestaron en las confrontaciones llevadas a cabo por la fuerza social que representa, en el 8N, el 18F, etc.
¿Se han derechizado entonces la “opinión pública” y los partidos políticos? En realidad, la derrota kirchnerista no es un rayo en cielo sereno. Expresa una tendencia regresiva, si bien no exenta de contradicciones, que debemos recapitular.
La constitución del
kirchnerismo como fuerza política
La recomposición de la
gobernabilidad luego de la crisis de 2001-2002 se dio primero de la mano de la
reactivación económica bajo la conducción estatal por un sector del PJ que
integró a diversas corrientes progresistas y, de manera subordinada, a
importantes sectores populares (destacándose sobre todo algunas corrientes del
movimiento piquetero y organismos de derechos humanos). El núcleo histórico de
la clase dominante en Argentina pagó un precio por esa recomposición de la
gobernabilidad: con el control del poder ejecutivo y legislativo el kirchnerismo
libró una batalla sostenida por controlar todos los espacios estatales con una
doble finalidad: impulsar algunos cambios en la matriz neoliberal heredada de
los años 90, así como ubicarse como fuerza política por derecho propio, capaz de
garantizar la continuidad y la estabilidad del nuevo ciclo de acumulación.
Esas modificaciones fueron
importantes: se destacan la transferencia de renta agraria hacia la industria,
las paritarias, la Asignación Universal por Hijo, las estatizaciones (de las
AFJP, parcial de YPF, etc.), derechos civiles como el matrimonio igualitario, y
leyes democratizantes como la Ley de Medios. Sin embargo, el kirchnerismo no
puso en cuestión el carácter capitalista dependiente de nuestro país, dando
continuidad a aspectos claves de la reestructuración neoliberal, mientras
profundizó las actividades extractivistas. Más de 150.000 millones de dólares
pagados en la fraudulenta deuda externa, casi 200.000 millones fugados al
exterior, degradación ambiental, consolidación de la precarización laboral y de
la vida. Pero, aún más importante, el kirchnerismo instaló como política de
Estado una estrategia de cooptación y marginalización del poder independiente de
lxs trabajadorxs.
La política del kirchnerismo
reactivó el crecimiento económico, que tuvo como principal motor al sector del
agro debido al boom de las commodities. A su vez, el nuevo tipo de cambio
instaurado por la devaluación de Duhalde y la transferencia de renta agraria a
la industria mejoraron la competitividad de la producción industrial, que
también experimentó un ascenso que implicó una mejora en los niveles de empleo.
En términos políticos esto se
expresó en el intento del kirchnerismo de construir un bloque de poder
incorporando a las fracciones débiles de la burguesía industrial, la burocracia
sindical y (de forma subordinada) las organizaciones populares que aceptaran
encolumnarse detrás de un proyecto que plantea al Estado como interventor de la
economía para garantizar la rentabilidad de los distintos sectores de la
producción y como mediador activo de la relación entre el capital y el trabajo.
Esta propuesta de desarrollo de un "capitalismo nacional" (que no logró superar
los niveles de extranjerización de la propiedad sobre los medios de producción)
se basó en el incentivo a la inversión privada, en la que el Estado no jugó un
rol activo y planificador más que como garante de la rentabilidad, y mucho menos empoderó a las organizaciones de trabajadorxs para ejercer ese rol. Sin embargo,
dio margen al Estado para dar a la clase trabajadora una serie de importantes
concesiones que le permitió al gobierno gozar de altos niveles de consenso.
En esta década larga fue quedando cada vez más claro que la participación del sujeto obrero y popular sólo es admisible para el kirchnerismo bajo su conducción política, es decir, si le es “leal”, en una una versión remozada del clásico principio peronista, según el cuál el movimiento obrero es “la columna vertebral”, pero jamás la cabeza.
La iniciativa obrera y popular independiente tuvo así un marco desfavorable, que sólo pudo fructificar en los casos en que las organizaciones supimos condensar fuerzas en extremo en territorios específicos. En estos casos pudimos avanzar en una construcción contrahegemónica y prefigurativa de nuevas relaciones sociales,un importante piso de independencia de clase y un reaseguro organizativo de ese avance, pero no logró articularse como un proyecto político alternativo.
Los vaivenes de la hegemonía
kirchnerista
El kirchnerismo intentó
construir su propia tropa, dar la "batalla cultural" contra el neoliberalismo
por el sentido común o la subjetividad popular, establecer un marco de alianzas
en el plano nacional e internacional, y realizar modificaciones
pro-industrialistas y mercado-internistas sin romper con el esquema de
acumulación neoliberal. Tuvo sus momentos de gloria, como en el 2005 al pasar a
conducir el PJ y derrotar el ALCA o en el 2010 con los actos del Bicentenario y
el 54% de votos a Cristina en 2011. Pero en verdad nunca logró estructurar de
manera definitiva una nueva fuerza capitalista hegemónica con arraigo popular.
El crecimiento económico tuvo
motivos coyunturales (altos precios de los bienes primarios exportables, amplia
disposición de bienes de capital post 2001, default, devaluación...) que a
partir del 2007 fueron agotándose, sin ser reemplazados por otros más que
parcialmente. Dos de los intentos claves a los que apostó, suba de retenciones y
control de capitales, para dar una salida que podía ser progresiva a aquella
encerrona, en caso de enlazarse con otras medidas mayores y movilizaciones de
masas, terminaron en duras derrotas tras el conflicto de la 125 en el 2008 y los
cacerolazos del 2012.
El repliegue de la lucha popular debido a la recomposición de la hegemonía política de la burguesía y su institucionalidad, junto con el agotamiento de la fase de ascenso económico con el surgimiento de la crisis internacional, trajeron a un primer plano de la lucha política las pujas entre las distintas fracciones de la burguesía para mejorar sus situaciones particulares. En este marco se da la progresiva configuración de una oposición por derecha al kirchnerismo. Esta fue pasando de una actitud defensiva irascible, a una progresiva reconstitución de su poder histórico, retomando iniciativa propia y la recuperación de cierta organicidad como fuerza social. Al día de hoy van llegando a cierta división del trabajo planificada y coherente entre sus cuadros orgánicos en el plano político-partidario (alianza CAMBIEMOS) en sus thinks thanks nacionales e internacionales (fundación Pensar, CEMA, IDEA, etc.), en sus frentes de la sociedad civil (como el Foro de Convergencia Empresarial, la coordinación entre La Nación y Clarín como en la SIP, Expoagro, etc.) su inserción y dirección estructural en áreas claves del estado como el poder judicial, etc.
Las movilizaciones anti
kirchneristas en 2008 y en 2012, van marcando el ritmo de la reconstitución de
la fuerza social históricamente dominante en nuestro país y su hegemonía sobre
cada vez capas más amplias de la sociedad.
Pero, hay que remarcar, esos
resultados y esa tendencia regresiva no fueron resultado mecánico de una
desfavorable correlación de fuerzas, sino más bien resultado de la apuesta
estratégica del kirchnerismo a un “capitalismo nacional” que debiera ser, en su
visión, motorizado por la reinversión de las distintas fracciones del capital en
alianza con un Estado cerrado a toda participación popular democrática y
protagonismo de lxs trabajadorxs.
Los sectores populares
autónomos no hemos sido abstencionistas ante esos grandes combates. Con el
conflicto “del campo” buscamos formas de unidad en la lucha por quebrar el lock
out patronal agrario, mientras el gobierno se negó a desplegar formas
progresivas de autoorganización y acción directa popular. Otro tanto pasa con la
política proactiva de la RNMA ante la Ley de Medios y siguen los ejemplos. En
última instancia, el gobierno confrontaba con sectores del capital concentrado
(iba “por todo”) para luego negociar en mejores condiciones, reconstruyendo
siempre formas de entendimiento con sectores de esa patronal y de la burguesía
en general, al tiempo que disciplinaba a un movimiento popular expectante y
ajeno a esas negociaciones.
Allí podemos ver el reiterado
y frustrado intento de Cristina de institucionalizar un Pacto Social que
consolidara la gobernabilidad capitalista en Argentina, a cambio del compromiso
del empresariado de reinvertir sus enormes ganancias y aceptar la regulación
estatal, así como del compromiso de la dirigencia de los sindicatos de aceptar
techos salariales y no cuestionar el poder patronal en las fábricas.
En el 2008 el conflicto por
las retenciones hizo saltar por los aires el armado de ese Pacto Social, tras el
estado de guerra con las patronales agrarias y la negativa rotunda de los
industriales de llegar a ningún compromiso hasta que el gobierno cediera ante el
agro. A la dura derrota del gobierno le siguió su recomposición política en base
a audaces medidas (estatizaciones, AUH, leyes democratizadoras, etc.) y una
tendencia a la desinversión empresaria y fuga de capitales.
En el 2011 Cristina propuso
una nueva versión del pacto social: la sintonía fina. Incrementar la regulación
e intervención estatal en todos los planos, en busca de garantizar un buen ritmo
de la acumulación de capital, así como un sostén del empleo -precario-. Así vino
el cepo al dólar, las trabas a las importaciones, el uso de las reservas, el
mantenimiento de los subsidios, el incremento de planes sociales. La renta
agraria y las reservas financiaban esa acumulación de capital (industria,
empleo, planes sociales). En este marco de tironeos la mayor parte de la
burguesía se negó a hacer un pacto social bajo este gobierno, y así también
crecientes sectores del movimiento obrero. Entre los paros generales y los
cacerolazos el pacto social que pretendía el gobierno era ilusorio. Aunque
claramente los cacerolazos fueron, por masividad y respaldo orgánico burgués,
quienes marcaron el tono y la tendencia de este último período.
Mientras tanto, la crisis
mundial que se extiende desde el 2008 hizo bajar los precios de las materias
primas (y la renta agraria), a la par que el Mercosur se degradó con la
subordinación respectiva de Argentina y Brasil a las manufacturas de China. El
agro se estancó junto a la industria y las reservas se evaporaron, mientras
seguimos pagando las deudas religiosamente. De conjunto, la tendencia global del
período marca una crisis del neoliberalismo que se expresa en fuerzas políticas
que, en el gobierno -apenas- moderan ese neoliberalismo (Syriza es sólo el más
trágico de estos ejemplos).
Las experiencias más
avanzadas a nivel estatal a nivel mundial (la de los países del ALBA), afectados
también por la caída del precio de sus bienes exportables, mostraron un
redistribucionismo desde arriba, limitadas formas de democratización estatal y
la emergencia de formas de propiedad públicas y colectivas de distinto tipo, que
no logran proyectarse hasta el punto de cambiar la matriz de acumulación, que
sigue basada en un neodesarrollismo extractivista basada en la asociación del
capital internacional con los nuevos gobiernos de esos países. Es así que a
pesar de la crisis neoliberal en estos últimos años los países que promueven el
libre comercio subordinado a los EEUU han sido más dinámicos que el sector del
ALBA y el Mercosur.
En esta difícil situación vemos que las corrientes más progresivas que planteamos una ruptura cualitativa con el régimen político y económico dominante, nos mantenemos en una etapa de acumulación de fuerzas, sin llegar a mover el amperímetro de la política de masas, salvo en luchas puntuales.
Las elecciones de 2015 y el
fin de ciclo
Con cuatro años de
estancamiento económico, Scioli lanzó su campaña proponiendo una "mejora" del
modelo, sin precisar problemas ni soluciones. La ausencia de una perspectiva de
salida a la actual crisis económica, que empalmó con un cansancio con el modo
político kirchnerista (soberbia, corrupción, etc.) devinieron en una extendida
necesidad de “un cambio” que Scioli no supo expresar políticamente.
La alianza Cambiemos, por su
parte, no hizo hincapié en su programa, sino más bien en la construcción de una
identidad capaz de aglutinar a todos los sectores que desean un cambio. Un
mensaje de optimismo y esperanza que contrasta con la fatiga con el kirchnerismo.
Centrado en ese deseo genérico de “cambio” logró canalizar a un 34% del
electorado, concentrado en amplias capas medias del campo y la ciudad e incluso
con llegada a sectores populares.
Por supuesto, que no
publiciten su programa de gobierno no significa que no lo tengan. Se trata de
“volver al redil”, subordinarse aún más al capital “occidental”, hacerle caso al
FMI, acatar las cortes judiciales yanquis, liberalizar la economía, eliminar
buena parte de los impuestos a la renta agraria, y cambiar el alineamiento
regional e internacional hacia los países que mantienen TLC con EEUU.
Ahora bien, más allá de sus promesas electorales, no podemos esperar de Scioli un programa muy diferente. Con el agotamiento de las reservas del Banco Central y las presiones devaluatorias de la burguesía es dificil que se prolongue el stand-by que viene realizando el kirchnerismo, tirando la pelota del ajuste al próximo gobierno. Sin duda tendrá que devaluar y recurrir al financiamiento externo para normalizar la situación del mercado cambiario y recuperar el nivel de reservas, lo que implicará de por sí un ajuste a los salarios y de mínima un arreglo con los fondos buitres (cuando no un acercamiento a los organismos internacionales de crédito, que exigirán mayores medidas de recorte y austeridad). En el frente externo es posible que no se dé un realineamiento con el imperialismo yanqui, sino que mantenga la política del kirchnerismo de jugar a dos puntas, manteniendo el intercambio con otras potencias como Rusia y China. Sin embargo, no podemos sembrar ilusiones sobre lo que estas relaciones representan en términos de superación de la dependencia del capitalismo argentino: el propio intercambio con China ha debilitado los procesos de integración regional y nos sigue condenando al rol de productores de materias primas.
Macri propone también una modernización estatal, basada en su gestión en CABA - que es sin embargo una gestión mediocre en el distrito con mayor renta per cápita del país y una deuda en aumento - oponiendo este modelo al pobre funcionamiento y las malas condiciones que presenta la educación y la salud pública en Provincia de Buenos Aires y muchas provincias del interior. Se presenta como un gestor eficiente guiado por la lógica de la rentabilidad empresaria, a costa de la intensificación de los ritmos de trabajo, montandose sobre la fuerte desmoralización que existe en el sector público de la Provincia de Buenos Aires, con escasez de recursos y sobreocupación del personal por los bajos salarios, que no afecta sólo a lxs trabajadorxs del sector, sino al conjunto de la población que depende de los servicios públicos estatales. Eso representa un desafío en el próximo periodo, enfrentar tanto la desmoralización como el avance de la lógica mercantil en el sector estatal, oponiendole una óptica de clase que permita disputar de conjunto, trabajadorxs y usuarixs, las políticas públicas en los distintos sectores del estado.
Lxs trabajadorxs ¿convidadxs
de piedra?
Siendo más de dos tercios del
padrón electoral, lxs trabajadorxs no podemos hacer pesar nuestro número en la
defensa de nuestros intereses de clase. Los principales candidatos representan
opciones pro capitalistas dirigidas por capitalistas. Entre las corrientes que
propugnamos una alternativa anticapitalista no hemos construido aún capacidad de
intervenir exitosamente en el plano político-electoral. El Frente de Izquierda y
de los Trabajadores ha conquistado un piso respetable (si bien aún minoritario)
de casi un millón de votos (3.5%) y han ganado referencia mediática y social.
Pero no ha redundado en una unidad política desde las bases, en la
estructuración de una fuerza inserta y con capacidad movilización a nivel de
masas, que es, a nuestro entender, una de las tareas primordiales de la etapa.
En gran medida producto de
nuestras propias debilidades y errores, las fuerzas políticas capitalistas
subsumen dentro suyo a la mayor parte de lxs trabajadorxs, dividiendo a nuestra
clase tras dos proyectos burgueses. Hubo un voto útil que jugó a favor de
Cambiemos, un voto anti kirchnerista, sin mayores determinaciones. Es un voto
independiente que fortalece a la derecha liberal, pero que no lo hace pensando
en respaldar un ajuste o una agenda conservadora. Un voto que percibe el
enfrentamiento del kirchnerismo con otros sectores de la clase dominante como un
enfrentamiento que le es ajeno y que no soluciona sus problemas cotidianos.
El voto a Scioli es un voto
defensivo y moderado, cada vez menos convencido en “el modelo” y cada vez más
resignado al "mal menor”. Muchxs compañerxs plantean que el voto a Scioli es un
voto contra la ofensiva conservadora que avanza en Latinoamérica, expresada en
particular por el PRO en nuestro país. Un voto que sirva para elegir a un
presidente que no vuelva atrás en las mejoras en las condiciones de vida
experimentadas durante esta década.
Nuestra política de cara al ballotage.
De nuestra parte, creemos que un voto a Scioli no es un freno a la ofensiva conservadora. En cambio, tendrá un claro mensaje social de aceptación y adaptación a la tendencia regresiva que el kirchnerismo viene traccionando en favor de la recomposición de la hegemonía burguesa. Depositar en Scioli un voto de confianza desde la izquierda es, a nuestro entender, una manera de fortalecer el giro conservador del escenario político, subsumiendo incluso a las corrientes más radicalizadas, y debilitando ideológica y subjetivamente a las masas bajo la hipótesis de que no es la correlación de fuerzas construida en las últimas décadas la que configura nuestras condiciones de lucha y la posibilidad de avanzar en nuestras reivindicaciones, sino el favor del gobierno de turno.
Nuestra política de cara al ballotage.
De nuestra parte, creemos que un voto a Scioli no es un freno a la ofensiva conservadora. En cambio, tendrá un claro mensaje social de aceptación y adaptación a la tendencia regresiva que el kirchnerismo viene traccionando en favor de la recomposición de la hegemonía burguesa. Depositar en Scioli un voto de confianza desde la izquierda es, a nuestro entender, una manera de fortalecer el giro conservador del escenario político, subsumiendo incluso a las corrientes más radicalizadas, y debilitando ideológica y subjetivamente a las masas bajo la hipótesis de que no es la correlación de fuerzas construida en las últimas décadas la que configura nuestras condiciones de lucha y la posibilidad de avanzar en nuestras reivindicaciones, sino el favor del gobierno de turno.
Este escenario coloca a las corrientes que apostamos por el desarrollo de la autoactividad de nuestra clase y la construcción de poder popular ante el riesgo de la marginalidad o la adaptación. Entendemos que el llamado al voto en blanco, en este duro contexto, es la táctica más útil para instalar y visibilizar una alternativa política independiente que rechaza el programa político de ajuste de ambos candidatos; y eventualmente, si fuera una opción electoral con cierta masividad, puede también expresar ese rechazo en el resultado electoral, anticipando el ciclo de luchas que deberá enfrentar el próximo gobierno.
Por supuesto el criterio del
mal menor tampoco puede ser rechazado a priori. El frente antifascista y el
frente democrático suponen tener como aliados a sectores reformistas e incluso
liberales, en ciertas ocasiones. Pero en esta elección no nos enfrentamos al
ascenso del fascismo ni a una dictadura. La adaptación a la lógica infinita del
mal menor, en cambio, ha tenido severas consecuencias a lo largo de la historia.
Menem prometiendo la revolucion productiva y el salariazo era el mal menor
frente a Angeloz y su lapiz rojo del recorte; De la Rúa con sloganes
progresistas era el mal menor frente al conservador Duhalde; en Brasil
organizaciones sociales como el Movimiento Sin Tierra se jugaron por el mal
menor de Dilma frente al candidato del ajuste neoliberal, y el ajuste neoliberal
lo terminó aplicando Dilma, pero con la legitimidad del movimiento popular. Esto
hipoteca la credibilidad de las organizaciones anticapitalistas, confundiendo y
desmoralizando a la base social que pretendemos organizar y proyectar en una
alternativa política autónoma de la clase.
Como dice Antonio Gramsci,
"todo mal resulta menor en comparación con otro que se anuncia mayor y así hasta
el infinito. La fórmula del mal menor, del menos peor, no es sino la forma que
asume el proceso de adaptación a un movimiento históricamente regresivo,
movimiento cuyo desarrollo es guiado por una fuerza audazmente eficaz, mientras
que las fuerzas antagónicas (o mejor los jefes de las mismas) están decididas a
capitular progresivamente, por pequeñas etapas y no de un solo golpe (lo que
tendría un efecto psicológico condensado y podría hacer nacer una fuerza
competidora activa contraria a la que pasivamente se adapta a la “fatalidad” o
reforzarla si ya existe)”.
Ahora bien, aún cuando la
correlación de fuerzas sigue siendo desfavorable, las organizaciones que
buscamos un cambio social tenemos una experiencia acumulada cada vez más
asentada, con raíces en la clase. Ante el rechazo popular a “volver a los
noventa” y el agotamiento del modelo kirchnerista, hay una mayor predisposición
a buscar otras alternativas. Forjar este camino y señalar ese horizonte es una
tarea inmediata de las organizaciones populares más radicales. En particular la
nueva izquierda anticapitalista -aún minoritaria- lleva en el corazón y en su
capacidad de autorreflexión y autocrítica esa capacidad.
En la construcción de una
fuerza social revolucionaria...
Como OP La Caldera en esta
elección votamos en blanco. Comprendemos este voto como un momento táctico en la
tarea estratégica de aportar a la construcción de una fuerza social
revolucionaria.
Por encima y más allá del voto importa la claridad en la necesaria independencia de clase. La discusión respecto a qué votar en el ballotage esté siendo parte de un apasionado debate en los ámbitos de la vida cotidiana, así como en muchas organizaciones populares. Y es bueno que aprovechemos estas discusiones para intercambiar visiones y profundizar debates, dialogando respetuosamente con aquellas tendencias que pueden optar por otras tácticas en este contexto, puesto que la construcción de una hegemonía socialista dentro del campo popular requiere aprovechar cada coyuntura para avanzar dialécticamente junto a la clase.
De nuestra parte, venimos
intentando construir una tendencia que combine claridad estratégica con
carnadura de masas, con movimientos y agrupaciones conscientes enraizados en
construcciones colectivas de base, capaz de activar y catalizar la organización
desde abajo, acompañado de la elaboración de una perspectiva de transformación
social palpable, viable y deseable para el conjunto del pueblo trabajador.
Como sabemos, gane Macri o
gane Scioli, la clave para parar el ajuste y la represión será la organización
popular. Aún más, debemos apuntar a tomar la inciativa nosotrxs, en todos los
niveles. Para ello, es necesario fortalecer la unidad de las organizaciones
independientes y en lucha. Allí están lxs compañerxs de la Red Nacional de
Medios Alternativos, como Antena Negra TV y el resto de las organizaciones que
lo componen; la Campaña Nacional contra las Violencias y la Campaña por el
Derecho al Aborto; la Asociación Gremial de Trabajadorxs Cooperativistas,
Autogestivxs y Precarizadxs; la Corriente Político-Sindical Rompiendo Cadenas;
el Encuentro Memoria, Verdad y Justicia. Debemos proyectar nuestras valiosas
luchas y organizaciones a una escala mayor, en frente único de la clase.
Este 22, votamos en blanco,
pero con la convicción de que la tarea central por delante es organizarnos por
millones y proyectar nuestra organización en una alternativa política autónoma
de lxs trabajadorxs y el pueblo. Todxs hacemos y haremos falta. Debatamos
fraternalmente y apuntemos los cañones al futuro:
La mano viene jodida. Que el voto no nos divida.
Iniciativa popular. Unidad
para luchar.
¡A forjar la alternativa de
clase, desde abajo y a la izquierda!
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