martes, 22 de noviembre de 2016

Los asesinatos de Roberto López y Cristian Ferreyra nos interpelan a percibir qué economía ha conducido y satisface a la gran concentración y transnacionalización capitalista.

Es generalizar la discusión sobre la prioridad de 

organizar propiedades comunales (y no la estatal) para 

garantizar derechos básicos de todos los de abajo.

En procura de ese enfoque esencial a transformaciones sociales radicales reflexionemos sobre:

La actualidad de los bienes comunes
23 de febrero de 2015
Entre lo privado y lo público está lo común y este redescubrimiento de lo común nos conduce a un nuevo encuentro entre lo político, lo económico, lo social y lo natural. La apelación a los bienes comunes es una reivindicación de democracia económica.
Por Luis Enrique Alonso - Economistas Sin Fronteras
20/02/2015
En los últimos años ha surgido en el debate público internacional un interés notable por el tema de los bienes comunes como formas no convencionales de regulación y gestión de la propiedad de los recursos socioeconómicos. Este interés sobrepasa con mucho el ámbito estrictamente académico para entrar en el vocabulario de los movimientos sociales actuales. Se ha introducido el discurso de lo común -en todas sus dimensiones (cívicas, económicas, sociales, antropológicas, etc.)- en el proceso de construcción de unas nuevas identidades reivindicativas que se conecten con transformaciones profundas del mismo concepto de ciudadanía.
Los movimientos indignados han rescatado el discurso de lo común, tratando de encontrar un espacio entre el omnipresente y omnipotente avance de la privatización mercantil global en el ciclo histórico neoliberal y un sector público percibido como burocratizado y distante, cada vez más dependiente de los grandes poderes financieros y gobernado por políticos y técnicos absolutamente sumisos a los dictados de esos poderes mercantiles, presentados como inapelables y máximamente racionalizados.
Pero no sólo en la protesta ha tenido un sitio importante la apelación al procomún y los bienes comunes. Muchas prácticas sociales han recurrido a formas de supervivencia y gestión de sus recursos así como a la creación de espacios de intercambio, que se basan en una filosofía económica popular muy alejada de la de la privatización mercantil al uso y abuso o de la de la formación de bienes públicos estatales: consumos colaborativos, recursos informáticos y contenidos de uso no privativo, formas de intercambio no monetario local y vecinal, usos comunitarios y no mercantiles del territorio y la naturaleza, bancos de tiempo, monedas virtuales o populares, fórmulas avanzadas de crowdfunding y micromecenazgo, nuevas cooperativas de producción y consumo de alimentos y bienes de proximidad, etc.
De esta forma, hemos venido conociendo un buen número de experiencias que, protagonizadas por comunidades ciudadanas activadas, tratan de diseñar vínculos que, como el añorado David Anisi sugirió en su día, no están vinculados fundamentalmente por los precios o por las normas derivadas de la burocracia estatal, sino por los valores de las comunidades reales que se empeñan en resolver colectivamente sus problemas y organizar sus recursos. Es la solución colaborativa de la gente corriente para sus problemas cotidianos, que no pasa por la entrega de su soberanía ni al mercado ni al Estado.
Además, no son pocos los hitos intelectuales que han legitimado el uso del concepto de lo común como forma cooperativa y activa de generación y gestión de recursos. La economía académica ha dado la figura de la Premio Nobel Elinor Ostrom y sus tesis sobre el gobierno racional y plausible de las unidades económicas comunes, demostrando analíticamente la posibilidad de su gestión, frente a la tesis tradicional, extrapolada del clásico trabajo de Garrett Hardin. Esta tesis sobre la tragedia de los bienes comunes, tan utilizada por el neoliberalismo, es una especie de anuncio de una ley inexorable que concluye que lo que es de todos no es de nadie y por lo tanto caerá en el descuido y la ineficacia del que sólo se salvará si se vuelven a establecer derechos de propiedad (individual y privada, por supuesto) sobre los bienes públicos, o comunales.
Los historiadores, como el gran Edward Thompson o el inclasificable Karl Polanyi, nos han hecho el relato de la enorme importancia que las costumbres y modos económicos comunales han tenido en la supervivencia de la humanidad; y, paralelamente, del esfuerzo y la violencia privatista que supuso la primera acumulación histórica de capital, con resultados máximamente pauperizadores y depredadores para las masas (o sea, para “la gente común”). La filosofía política radical de Hard y Negri encuentra, derivada de la noción de lo común, una forma constituyente que, surgiendo de la resistencia, es capaz de conectarse con modos de vida que utilizan su capital intelectual para plantear mapas de necesidades (y deseos) alternativos y emancipadores.
Finalmente, la antropología nos ha legado suficientes testimonios, desde Marcel Mauss a la escuela anti utilitarista actual, sobre la centralidad del don, la gratuidad y los intercambios simbólicos y reales horizontales, como para desmontar cualquier tesis sobre la pretendida esencia mercantil del ser humano y la dominación universal del homo economicus.
En todo caso, aunque con un tono que algunos han tachado de “nostálgico”, en el sentido de que vuelve a resucitar una mentalidad mítica de lo comunal precapitalista, lo cierto es que este tema ha abierto una enorme línea de pensamiento sobre cómo gestionar recursos en ámbitos donde ni la definición de derechos de propiedad privativos y excluyentes ni la estatalización clásica parecen ser ni eficientes ni equitativos: la gestión de recursos naturales, el ámbito de los cuidados, la gestión de los contenidos en las redes informáticas, la creación cultural y las formas propiedad intelectual, la producción y distribución cooperativa, etc.
Lo mismo que en los orígenes del capitalismo histórico un conjunto de cercamientos fue expropiando y convirtiendo en propiedad privada y mercantil los recursos de las comunidades locales históricas, en los últimos años, con la hegemonía neoliberal, hemos asistido a una auténtica política de cercamiento de los bienes públicos, privatizándolos y disolviéndolos en el capital financiero, a la vez que haciéndolos inasequibles para importantes sectores de unas clases medias descendentes, a las que -en una especie de analogía un tanto macabra con el período histórico de expulsión de los comunes- también se las ha expropiado de buena parte de un capital social colectivo que se había formado en la era keynesiana y en sus extensiones.
No es de extrañar, por tanto, que en las movilizaciones sociales en defensa de lo público haya aparecido un fuerte comunitarismo como reivindicación de fondo. Y así, a las demandas de mantenimiento de lo público se une una desconfianza radical de los tipos actuales de gestión (destrucción) de lo colectivo, que desemboca en una solicitud expresa de mayor participación y control en la gestión de los recursos económicos que se generan en la sociedad, porque, de hecho, su gobierno se ha hecho cada vez más opaco-privativo y apartado de la más elemental lógica democrática.
Éste es el principal interés del discurso emergente de los bienes comunes: plantea una llamada a la ciudadanía activa, al control directo por la comunidad y por colectivos de los recursos naturales y económicos, a la apertura de espacios autogestionados, cooperativos y de intercambios horizontales. Más que “la gran alternativa” con mayúsculas -como ha sugerido Jeremy Rifkin desde una postura más tecnocrática que política y casi exclusivamente asociada a los nuevos recursos tecnológicos, la apelación a los bienes comunes es una reivindicación de democracia económica, que limita el pensamiento único, obligatorio e impuesto en esta última época del individualismo radical asociado al homo economicus y a la mercantilización de todo.
Pero es también una enorme llamada de atención a los excesos de la burocratización estatal y a la usurpación de los gobiernos públicos por los agentes políticos de los poderes económicos y financieros. Entre lo privado y lo público está lo común y este redescubrimiento de lo común nos conduce a un nuevo encuentro entre lo político, lo económico, lo social y lo natural. Mirando al pasado podemos trazar un futuro en el que, en vez de sumergirnos en una cruel era postdemocrática y de pérdida de soberanía de los ciudadanos, podemos construir nuevos encuentros entre el individuo, la comunidad y el Estado.
(A toda esa compleja problemática se dedica el último número de la publicación trimestral de Economistas sin Fronteras Dossieres EsF , que lleva por título “El procomún y los bienes comunes” y sobre el que se celebrará un coloquio el 25 de febrero, a las 18,30, en el Espacio Abierto FUHEM, Duque de Sesto 40, Madrid).
Este artículo refleja la opinión y es responsabilidad de su autor.
 
En ese camino de convertir la supervivencia actual de nosotros en buenos vivires convivires también es importante el cambio en nuestro estar siendo en el mundo. Al respecto Emmanuel González-Ortega nos ubica:“Hemos asumido que la comida está allí y ya, que uno va al centro comercial y ahí compra lo que va a comer. Observamos en este tipo de investigaciones la necesidad de reavivar las preguntas de dónde viene la comida, quién la produce y cómo es que llega a la mesa. Y que debemos, todos juntos, explorar las posibles soluciones, y buscar quién produzca alimentos de otra manera, no gente que produzca veneno”.Además de superar al autómata que hay en cada uno de nosotros por adaptación al capitalismo, sobre todo se trata de que descubramos porqué confrontar con los agronegocios y no sólo organizarnos en comunidades mirando por necesidades e intereses populares.
 
Maíz, transgénesis, agronegocio y ciencia: 

con el investigador mexicano Emmanuel González-Ortega
10 de noviembre de 2016
Por Marcelo Aguilar
 
(...)¿Cuál es el papel que juega la ciencia en el modelo global del agronegocio?
-Uno de los conflictos que viven la ciencia y los centros universitarios es que ante las agendas económicas que pautan el mercado global, en ocasiones se privilegia el cumplimiento de esas agendas y se deja de lado la investigación pública e independiente de la agroindustria y los intereses de las grandes empresas. Lamentablemente, la tendencia parece que va en ese sentido, de que cada vez más compañías privadas -no solamente semilleras- incidan con mayor fuerza en los centros de educación públicos universitarios y, por lo tanto, orienten investigación hacia la obtención de beneficios para los inversores. La ciencia es un campo de debate abierto todo el tiempo. Y eso la mueve: las posturas encontradas. Pero desde la construcción y sin conflicto de intereses. Como se ha evidenciado muchas veces, en la agrobiotecnología transgénica hay conflictos de interés de científicos que trabajan en compañías, después ocupan puestos de gobierno, después en universidades, y eso pasa en todo el mundo, en el fenómeno conocido como “puerta giratoria”.
¿Cuáles son los riesgos de quedarse sin maíz nativo? ¿Eso puede llegar a pasar?
-México es centro de origen y diversidad del maíz. Hay un acompañamiento mutuo entre las comunidades campesinas e indígenas y el maíz; se han adaptado de tal manera, que el maíz es la base de la alimentación en nuestro país. Un mexicano puede consumir anualmente más de 100 kilos de maíz. Ante este hecho, y en el contexto del calentamiento global y el cambio climático, es importantísimo conservar el maíz como reservorio genético para la generación de variedades que puedan ser adaptadas a cambios climáticos como sequía o condiciones de mayor humedad. Otro aspecto es a nivel económico y de seguridad y soberanía alimentaria. Hasta hoy la mayoría de las variedades que se plantan para comer son no transgénicas, y si se llena de transgénicos, las comunidades estarían en riesgo de no poder mantenerse y proporcionar ese alimento. Otro riesgo central es a nivel de salud pública. Aunque faltan estudios epidemiológicos, hay evidencias que señalan riesgos potenciales a la salud por el consumo de maíces transgénicos.
¿El maíz transgénico que llega a México es importado?
-México importa aproximadente una tercera parte del maíz que utiliza, no solamente para fines alimentarios, sino también para fines industriales, como producción de etanol y producción de almidones. Lo importa principalmente desde Estados Unidos, donde entre 90% y 95% del maíz que se siembra es transgénico. Por las mismas condiciones geoecológicas y geoambientales en México, que son altamente diversas, la presencia de maíces transgénicos podría causar una disminución en la siembra, presencia y supervivencia de variedades nativas.
Homogeneizaría...
-Exactamente. A nivel genético, homogeneizaría las variedades nativas; a nivel agronómico, bajarían los rendimientos si llegara a aumentar la siembra de maíces híbridos transgénicos.
La base de la agricultura es la diversidad, y este modelo se rige por patrones unificantes...
-Efectivamente, la agricultura está basada en la diversidad. Los cultivos que son base de la alimentación mundial se originaron a partir de ella. Esa diversidad se generó con diferentes situaciones ambientales o geográficas que permitieron que las comunidades humanas que había en ese momento se asentaran y, progresivamente, fueran realizando un mejoramiento de esas variedades para cubrir sus necesidades alimentarias. Este modelo, en cambio, está orientado a que los beneficios económicos sean los máximos. A que el productor utilice la menor cantidad posible de mano de obra, con la menor cantidad de insumos, y obtenga un rendimiento mayor. No toma en cuenta la diversidad mundial, y las situaciones particulares de las regiones.
¿Es posible separar la discusión sobre los transgénicos de otros costos que tiene el modelo, como las poblaciones fumigadas o la contaminación del agua y el ambiente?
-Después de 20 años de presencia de cultivos transgénicos, volver a intentar responder la pregunta únicamente desde la ingeniería genética, la biotecnología o la biología molecular implicaría que estamos atrasados. Debemos preguntarnos de manera crítica qué es lo que está pasando y cuáles son los efectos en la salud y en la ecología en regiones de países como Argentina, que han adoptado desde hace años ya este modelo de producción a gran escala.
En el caso de México te escuché hablar de “doble despojo”, en la medida en que las empresas están contaminando el maíz criollo, pero al mismo tiempo se están llevando el maíz limpio.
-Sí. Partamos de que indudablemente hay presencia de maíz transgénico en campos de zonas donde no hay permisos específicos para esto, hecho reconocido hasta por organismos oficiales mexicanos. Cada vez hay menor acceso a semillas nativas propias de los campesinos. Y hemos detectado empresas de reciente salida al mercado que tienen como misión buscar maíces nativos libres de transgénicos para venderlos en el mercado de Estados Unidos a restaurantes gourmets, a precio dedelicatessen. Hay investigaciones que documentan que las moléculas que les dan el color a los maíces pigmentados tienen propiedades bioactivas, anticancerígenas y antioxidantes, y hoy están buscando llevarse este maíz sano y dejarnos el contaminado con transgenes y con agroquímicos. Esto es, claramente, un doble despojo.
¿Cómo se instala el debate sobre comer transgénicos en la sociedad, si no es posible explicar cabalmente qué implica que un producto tan consumido tenga transgénicos?
-Es que no se sabe qué implica, pero hay preguntas para hacerse. De dónde viene la comida, quién la produce y cómo es que llega a la mesa. Hemos asumido que la comida está allí y ya, que uno va al centro comercial y ahí compra lo que va a comer. Lo que estamos observando en este tipo de investigaciones es que hay necesidad de reavivar esas preguntas y que debemos, todos juntos, explorar las posibles soluciones, y buscar quién produzca alimentos de otra manera, no gente que produzca veneno.
Ahí, en el veneno, quizás haya una pista...
-Sí. Claro. Pero precisamente, quienes nacimos y vivimos en las grandes ciudades no tenemos demasiada opción, porque no podemos acceder a un terreno donde plantar nuestros propios alimentos. Sin embargo, al día de hoy la producción de alimentos sanos está en manos de pequeños productores con la menor cantidad de recursos y la menor cantidad de tierra, con la menor cantidad disponible de agua, pero con sus propias semillas.
¿Una alternativa sería potenciar eso?
-Sí, porque ante lo que se está viviendo -no solamente en México, sino a nivel mundial-, la gente eventualmente buscará tener acceso a esos alimentos, y para que haya disponibilidad y acceso se debe mantener la agricultura campesina, que a su vez es la que está siendo más afectada por la agricultura industrial y los transgénicos.
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Nuevas trampas transgénicas y la emergencia de la ciencia digna
25 de agosto de 2016
Por Silvia Ribeiro
Ecoportal

Lo mejor de los transgénicos es que en todo el mundo han despertado una enorme reacción en su contra. Aunque las transnacionales que los manejan gastan cientos de millones de dólares en propaganda, corrupción de científicos y gobiernos, para tratar de convencernos de que son inocuos y hasta mejores que las semillas híbridas, no lo logran.
La mayoría de la gente, en cualquier parte del mundo, prefiere no comer transgénicos. Muchos no pueden evitarlo, porque no saben qué alimentos los contienen: las empresas han hecho todo lo posible para que ni siquiera se etiqueten. Pero aún así, la actitud de rechazo continúa, aunque los transgénicos sean impuestos en campo o alimentos, no existe resignación.

Esto podría parecer nimio, pero es una enorme ganancia para nuestro campo, porque no solamente significa prevenir y protegerse de los impactos de los transgénicos, además es un estupendo ejemplo de resistencia a la colonización de la mente. Cuando no aceptamos una situación, aunque sea impuesta por la legalidad o la fuerza, siempre seguiremos buscando la manera de salir de ella. Es una gran diferencia con la llamada "Revolución Verde", que logró asentar en la mayoría de la gente el mito de que semillas híbridas, agrotóxicos y maquinarias eran señal de progreso y le darían de comer a la humanidad, lo cual nunca sucedió, pero desataron una ola de contaminación, acaparamiento de tierras y desplazamiento de parcelas campesinas.
Junto al rechazo a los transgénicos, crece también una crítica más profunda al sistema alimentario agroindustrial, a las corporaciones que se apropian de nuestros cuerpos y territorios, que nos llenan de tóxicos agua, tierra y alimentos, incluso a la propia tecno-ciencia que les dio origen, no sólo porque haya sido Monsanto que creó el primer transgénico. Hay un cuestionamiento cada vez más extendido a esa tecno-ciencia reduccionista que elimina la complejidad, los factores sociales, culturales, ambientales o cualquier otro que impida convertir su investigación en productos para la ganancia.

Por todos estos factores de críticas crecientes, la industria biotecnológica hace ahora grandes esfuerzos para deslindar a los nuevos transgénicos de la resistencia social. Para empezar tratan de cambiarles el nombre, alegando que por usar otras formas de biotecnología que pueden no insertar nuevo material genético, no son "trans"-génicos.
El término que han elegido para referirse a estas nuevas biotecnologías es "edición genómica", una forma que quieren que parezca inocua, como cambiar una letra o una palabra en un texto, que pretenden no afectaría gran cosa. Aquí engloban tecnologías, como nucleasas con dedos de zinc (ZFN), nucleasas sintéticas (TALEN), micro ARN, ARN de interferencia o metilación dependiente de ARN y CRISPR, entre otras. No voy a detallar las particularidades de estas técnicas, pero al igual que con los transgénicos, se trata de ingeniería, no de métodos naturales, es manipulación deliberada de la composición genética de seres vivos, sea cortando o desactivando funciones de los genes o agregando otros.
Estas nuevas biotecnologías han ido surgiendo por la búsqueda de nuevas herramientas más eficaces para la manipulación genómica, en su vasta mayoría motivada por el afán de lucro de empresas. De cierta forma son un reconocimiento implícito de lo que siempre hemos dicho sobre la ingeniería genética aplicada a los transgénicos: que es una técnica burda, que no tiene control de las consecuencias que provocan en las interacciones entre los genes, en los organismos o los ecosistemas.

Pero al ser manipulación de genomas, todas esas nuevas biotecnologías conllevan también impactos y consecuencias imprevistos, ya que el conocimiento sobre las funciones de los genes y sus interacciones siguen teniendo grandes vacíos.
La mayoría de estas nuevas tecnologías están basadas en biología sintética, es decir, ya no usan genes de seres vivos, sino genes sintetizados en laboratorio que pueden o no replicar los que existen, por lo que agregan toda una nueva serie de impactos posibles y desconocidos.
De todas ellas, hay dos tecnologías de alto impacto que es importante conocer: CRISPR-Cas9 y una aplicación particular de ésta, que son los llamados "conductores genéticos".
CRISPR, por sus siglas en inglés, significa "repeticiones palindrómicas cortas agrupadas e interespaciadas regularmente" y es una construcción sintética que imita una forma de defensa natural de las bacterias. Cas9 es un sistema de doble "corte" de la cadena de ADN para silenciar o agregar otros genes.
Esta tecnología apenas se hizo funcional en 2012, pero tiene dos aspectos que hicieron que se diseminara muy rápidamente: es barata y es más exacta que las técnicas que se usan con los transgénicos. En éstas era imposible determinar en qué lugar del cromosoma se insertaba un constructo genético. CRISPR-Cas9 permite reconocer un gen específico y cortarlo, deshabilitando ese gen, o insertar otros.

Aunque parezca más exacta, la tecnología no es tan precisa como la quieren presentar. Como explica el Dr. Jonathan Latham, de Independent Science News, creer que precisión equivale a control es un gran error, particularmente en sistemas vivos como el ADN: "Supongamos que yo, que no hablo chino, quisiera eliminar de forma precisa un carácter de un texto escrito en chino, o una línea, o una página. Tendría un cien por ciento de precisión, pero ningún control sobre los cambios en el significado. La precisión, por tanto, sólo es útil en la medida en que va acompañada de comprensión, y ningún biólogo puede afirmar que en este momento entendamos el ADN – ¿si no por qué lo seguimos estudiando?" (J. Latham, El mito de la precisión de CRISPR).
No existen en ningún país regulaciones de bioseguridad adecuadas a estas nuevas biotecnologías ni se conocen qué impactos pueden tener sobre salud o medioambiente. La industria biotecnológica, desde sus mayores corporaciones, está ahora intentando convencer a la Unión Europea y Estados Unidos que cualquier planta u organismo que se manipule con estas nuevas tecnologías, solamente están "editados genómicamente" y por tanto no necesitan pasar por las regulaciones de bioseguridad. Ya lo consiguieron en el caso de un champiñón manipulado con CRISPR para no volverse marrón al cortarlo, que se vende desde este año en Estados Unidos sin que el público tenga idea de ello. En Europa la presión de la industria para no pasar por regulación o que no se considere transgénico es aún mayor porque hay 17 países que prohíben transgénicos.

Una aplicación particularmente preocupante de CRISPR-Cas9 es la construcción de conductores genéticos (gene drives en inglés). Esto es una forma de hacer transgénicos para manipular especies silvestres, y asegurar que los genes modificados pasen siempre a la generación siguiente. Con los cultivos transgénicos existe ya el problema de la contaminación, pero éstos deben ser plantados cada año y además, las plantas no transgénicas, al no reconocer los genes extraños, tienden a eliminarlos en algunas generaciones.
Esta nueva construcción genética –organismos con conductores genéticos– asegura que el gen permanezca en todas las generaciones subsiguientes. Si es por ejemplo un gen para hacer que sólo nazcan machos (desde plantas y mosquitos a cualquier mamífero) se podría extinguir toda una especie. Aunque lo presentan como opción para eliminar "especies dañinas", es un arma muy peligrosa en manos de quiénes fácilmente pueden definir todo lo que molesta a sus negocios agrícolas u otros, como dañino o plaga. (Ver artículo de Jim Thomas, ETC)
Son tecnologías, cuyo espectro de acción es tan amplio y las consecuencias tan devastadoras, que es necesario trabajar por su prohibición.
En ese sentido, la extendida crítica social hacia los transgénicos es una base de apoyo, necesitamos ahora desarmar las nuevas armas de lenguaje con que nos quieren confundir las empresas y los científicos que trabajan para ellas.
La reciente declaración de la Unión de Científicos Comprometidos con la Sociedad y la Naturaleza en América Latina (UCCSNAL) sobre nuevas tecnologías, apunta a ello. "Cuestionamos la seguridad de esta tecnología, que juega con la manipulación genética a pesar del gran desconocimiento que existe sobre su funcionamiento, y sobre los efectos que su aplicación podrían desencadenar a nivel celular, del organismo de la salud humana y del ambiente. No pedimos para estas nuevas tecnologías la aplicación de normas de bioseguridad ni el desarrollo de estrictas evaluaciones de riesgo, sino la suspensión de toda la experimentación en este campo.
Cuestionamos el exagerado rol que se da a "la ciencia" y al sistema científico tecnológico en el proceso de toma de decisiones relacionado con la adopción de estas nuevas tecnologías, pues sabemos que la investigación científica encarna las mismas relaciones de poder que se dan en la sociedad, y que las principales líneas de investigación son decididas por quienes las auspician y financian."
 En búsqueda de que una creciente mayoría de nosotros, los de abajo, no permitamos la existencia de las "zonas de sacrificio" para el progreso capitalista ni creamos que la devastación y el avasallamiento de derechos humanos están circunscriptos a ellas, nuestro desafío es tratar de generalizar el cuestionamiento de los discursos desde arriba que las justifican como imprescindibles para el bienestar de todos. Hagámonos  las siguientes preguntas:

¿Qué es el fracking y cuáles son los peligros en Argentina?
11 de septiembre de 2013

 

Por Sofía Turruella
El método no convencional para extraer hidrocarburos conocido como Fracking o fractura hidráulica es denunciado por nueve países en el mundo y ya fue prohibido por dos, por los impactos que, según especialistas, son más importantes que los que produce la minería a cielo abierto, al vincular las formaciones de petróleo y de gas con acuíferos.
Pese a las denuncias y consecuencias, este tipo de explotación se realiza en distintos puntos del país como por ejemplo Neuquén donde la firma del contrato entre la empresa estadounidense Chevron y la empresa nacional YPF, no pudo ser evitado siquiera ante un masivo reclamo que dejó como saldo varios heridos.
El ingeniero en petróleo y máster en Energía Renovable (entre otros títulos) Eduardo D`elía explicó que, “si no se toman medidas muy drásticas a corto tiempo es probable que estemos comprometiendo nuestra soberanía”.
A continuación todas las preguntas claves para entender el tema:

-¿Qué es el fracking o fractura hidráulica y cómo funciona?
Los hidrocarburos se formaron en una roca que se llama roca generadora o roca madre en la cual había organismos vivos que se encontraban presentes sin la presencia de oxígeno, y que a grandes temperaturas y presiones, terminaron transformándose en petróleo. Los movimientos telúricos, los terremotos, los desplazamientos, hicieron que estas rocas, impregnadas en hidrocarburos, tanto petróleo como gas, se rompieran y liberaran esos hidrocarburos. Al romperse, estos migraron dentro de formaciones que tienen poros comunicados entre sí. De este modo, los hidrocarburos se fueron acumulando dentro de otras formaciones porosas y hasta ahora, la humanidad ha explotado este tipo de formaciones que se llaman normalmente trampas de petróleo.
Como estás trampas se han agotado en el mundo -en Argentina se agotaron en 1998 en el caso del petróleo y en el 2003 en el caso del gas-  y en función de que la demanda sigue creciendo y la oferta ha empezado caer, se buscan los hidrocarburos que quedaron en esa roca madre y que la naturaleza aún no ha roto.
La técnica consiste en hacer algo parecido a lo que hizo la naturaleza: romper la roca, generar la mayor cantidad de fisuras posibles para poder liberar el petróleo o el gas y que éste pueda ser extraído. Esto se denomina Fracking o fractura hidráulica, por que se hace a través de agua y productos químicos a muy alta presión, y es la técnica que implementa Estados Unidos hace aproximadamente 10 años y que tantos impactos ambientales ha causado. En Argentina recién se empezó a hacer en Vaca muerta, Neuquén.

-¿Cuáles son los principales riesgos?
Son muchos pero lo más graves son dos: primero la gran posibilidad de contaminar con hidrocarburos las fuentes de agua dulce. Esto ya ocurrido y ha generado que junto con el agua potable venga asociado gas natural. Son muy conocidas las imágenes del documental Gasland en el cual se ve claramente cuando la gente le acerca un fósforo al agua que toma de las canillas, esta literalmente estalla.
El segundo riesgo es que en Argentina esta técnica se está aplicando en lugares donde nunca hubo explotación petrolera. El petróleo y el gas están asociados a agua salada con alto contenidos de hidrocarburos que hacen que sea un agua altamente contaminada. En las provincias como Santa Cruz, Neuquén o Chubut, donde ya hay explotación petrolera, las compañías se deshacen de esta agua inyectándola en viejos yacimientos petroleros que están fuera de uso y esto es una técnica normal y segura.
El tema es que en otros lugares, como la provincia de Buenos Aires o Santa Fe, Entre Ríos, Corrientes, Misiones, Brasil, Uruguay o Paraguay, donde nunca hubo explotación petrolera, se perfora un pozo hasta encontrar una formación geológica que permita admitir el agua. El problema que ha ocurrido en Ohio, Oklahoma, Arkansas, Holanda e Inglaterra es que esta inyección de agua ha generado movimientos sísmicos, desplazamientos de placas geológicas, generando terremotos de hasta 5,2 en la escala de Richter, que perfectamente puede tirar abajo una casa.

-En el último tiempo Neuquén ha estado en el centro del debate por el reciente acuerdo entre el gobierno provincial con la empresa estadounidense Chevron para la explotación no convencional. ¿Cómo es la situación en esta zona?
He demostrado que el dinero que va a gastar Chevron en sacar hidrocarburos con altos riesgos ambientales y generación de cambio climático, perfectamente podría invertirse en energía renovable y estaría aportando más energía.
Yo estuve en Neuquén debatiendo con el propio Luis Sapag (diputado del Movimiento Popular Neuquino -MPN- y presidente de la Comisión de Energía) y lamentablemente, la gran mayoría está a favor de esta técnica, pero a medida que la ciudadanía se concientice sobre esto y quiera otra cosa, faltan dos años para una renovación de la cámara, y por ahí a través del voto ciudadano conseguimos diputados comprometidos que puedan revertir esta situación.

-¿Cuáles son las alternativas al Fracking?
Yo demostré que un pozo de fractura hidráulica para extraer petróleo que dura aproximadamente 6  ó 7 años, entrega la cuarta parte de energía que si con el mismo dinero instaláramos un parque eólico con seis generadores, que tiene una vida útil de 25 a 30 años. Esto significaría que al final de la vida útil de un parque eólico, la energía total entregada es aproximadamente 80 veces superior.

-¿Por qué entonces no se construyen parques eólicos, en lugar de pozos de fractura hidráulica para poder cubrir la demanda de energía que hoy tiene el país?
La respuesta es simple, los parques eólicos los construyen los municipios, las cooperativas, las pequeñas empresas, hasta una persona puede instalar un generador eólico. En cambio estos pozos de fractura hidráulica son monopolio de las grandes compañías petroleras, a las cuales se les da más beneficios impositivos de los que hoy tienen quien quiera generar energías limpias en nuestro país.

-O sea que todo es parte de un negocio millonario y fundamentalmente de decisiones políticas de estado.
Hace 5 años atrás éramos el mayor productor de energía eólica de Sudamérica, hoy Brasil no pasó 40 veces en potencia. Son políticas del estado que Argentina no tiene.
La principal fuente de energía que ha tenido el hombre desde sus inicios ha sido el sol,  con el sol crecen los vegetales con los cuales nos alimentamos, se alimentan los animales con los cuales también nos alimentamos, el sol genera el ciclo del agua, gracias al sol soplan los vientos, las olas en los mares, todavía parte del sol queda debajo de la tierra como energía geotérmica. El sol sigue siendo nuestra principal fuente de energía, sin embargo, nos empecinamos en escarbar la roca cuando la solución la tenemos levantado la cabeza y mirando el cielo.

-Entre los argumentos de aquellos que defienden este tipo de explotación, sostienen que la dependencia energética es parte de el sistema actual de la sociedad industrial y que esta energía extra que producen los combustibles, es la que permite que la población cuenten con elementos básicos de calidad de vida (trabajo, transporte, ciencia). Y que si elegimos dejar eso de lado, se podría provocar un caos superior.
El último informe de la Asociación Brasilera de Energías Renovables demuestra que no solo han evitado quemar petróleo para producir energía sino que han generado 16 mil puestos de trabajo, gracias la energía eólica. Es una falsedad hablar de que esto va a generar una disminución del empleo, al contrario, si se tiene en cuenta que la vida útil de los pozos es de seis años.

-En teoría todo cierra, a lo práctico y teniendo en cuenta los procesos tradicionales y usos de nuestra sociedad, ¿Ve posible una reconversión en la explotación de los recursos a un nivel global?
Nuestra fuente de energía primaria en el país depende un 90 por ciento de los hidrocarburos. ¿Cómo lo revertimos? Dejando de consumir pero por supuesto no es tan simple, no se puede hacer de un día para el otro. Hay que revertir nuestra matriz de trasporte, hoy no puede ser que nuestra principal fuente de transporte de personas y de carga siga siendo el colectivo y el camión, habiendo desaparecido el tren y el barco, tremendamente eficientes. No estamos hablando de disminución del empleo sino de modificación.

-Los grandes cambios o decisiones pertinentes parecen quedar a merced de las políticas de estado, ¿Qué puede hacer un ciudadano común que no esté de acuerdo ante esta situación?
Nada más que manifestarse y eso ya es bastante, pero por más ahorro energético que estemos haciendo, tenemos una matriz energética muy mal distribuida. En Argentina no tenemos gas y el 52 por ciento de nuestra energía eléctrica es a fuerza de quemar gas que no tenemos y tenemos que importarlo.

-¿Cuán urgente es revertir estas técnicas?
Hablando con el propio secretario de energía de La Nación de los últimos 11 años, él me decía que encontraron al país en una situación bastante comprometida por el desempleo y la desocupación y que piensan revertir la situación energética en el 2020.
Yo creo que si no se toman medidas muy drásticas en el corto tiempo a nivel estado es probable que estemos comprometiendo nuestro futuro. No existe la posibilidad de que un país crezca si no tiene un excedente de energía, nosotros no estamos en esa condición y es probable que estemos muy complicados y tengamos comprometida a nuestra propia soberanía en esas condiciones. Y no hay ninguna intención de cambio.

-Aunque el panorama parece desalentador, el hecho de que se de este tipo de debates hacen pensar que es posible un cambio. ¿Usted tiene esperanza de que se puedan modificar estos tipos de explotación dañinos?
Cuando yo di mi primer charla en contra del fracking fue en la capital del petróleo argentina, en Comodoro Rivadavia, y me miraban con cara extraña porque nunca habían sentido hablar de eso y sin embargo, hoy allí se pudo parar el primer equipo de fracking en El trébol, a través de una acción de amparo. En Entre Ríos, en su vida habían visto un mecanismo de perforación y hoy varias localidades han prohibido el Fracking. Vengo de Mendoza y aparentemente va  a ser la primera provincia que prohíbe el fracking por lo menos por dos años hasta no interiorizarse de los posibles impactos. Todo eso da esperanza.


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