viernes, 1 de diciembre de 2017

Situémonos en que Nuestra América está sometida a extractivismos como máxima expresión del Capitaloceno.

Valoremos qué economía 

 procuró

la Revolución Rusa.

Aclaremos, en primer lugar, qué se entiende por:
 El Capitaloceno
27 de febrero de 2017
Por Renan Vega Cantor
(…)Homo sapiens catalogado como responsable genérico y la pretendida emergencia del antropoceno
La información presentada en el primer parágrafo puede aparecer como un registro caótico de hechos inconexos y sin explicación lógica, pero el trasfondo del asunto se llama capitalismo. Esta cuestión de fondo la retomamos en la tercera parte de este ensayo. Por ahora, es necesario referirse a la tendencia dominante que asegura que la destrucción de la naturaleza y las aceleradas modificaciones climáticas son culpa del hombre en general, del homo sapiens. Esa postura liberal le echa la culpa a todos para no inculpar a nadie y mucho menos al sistema capitalista. Esta interpretación no sólo es dominante en los medios de desinformación, sino entre círculos científicos (de las ciencias naturales y de las ciencias sociales). Connotados investigadores (biólogos, geólogos, climatólogos, antropólogos, geógrafos...) responsabilizan al homo sapiens como un todo y señalan que nosotros hemos sido destructivos desde que existimos. Citemos dos autorizadas afirmaciones al respecto. El célebre biólogo estadounidense Edward Wilson dice: “…la humanidad ha iniciado la sexta gran convulsión de extinción, haciendo que una gran fracción de las especies con las que compartimos la tierra se apresuren a entrar en la eternidad en una sola generación”21. El paleontólogo Richard Leakey y el antropólogo y bioquímico Roger Lewin sostienen en el mismo sentido: “El homo sapiens está maduro para ser el destructor más colosal de la historia, sólo superado por el asteroide gigante que chocó con la tierra hace sesenta y cinco millones de años, barriendo en un instante geológico la mitad de las especies de entonces”22. En los dos libros mencionados, no se nombra ni una vez al capitalismo como si este no existiese.
Eso demuestra que el terreno dominante de la investigación científica parece ser cierta la afirmación de Frederick Jamenson de que es más fácil imaginar el fin del mundo, que el fin del capitalismo. Puede pensarse que esta ausencia u ocultamiento se debe al “analfabetismo político” de los científicos, o al hecho de no atreverse a romper con los marcos dominantes de la lógica del conocimiento imperante en el mundo occidental. Pese a efectuar notables investigaciones, la ciencia dominante, como la representada por los autores mencionados, pareciera vivir en un territorio aséptico políticamente.
Las referencias que hemos señalado, a modo de ejemplo, indican una manera dominante de afrontar los problemas ambientales, cuya característica principal se sustenta en la utilización de un equívoco e impreciso lenguaje de tipo genérico, con la finalidad de responsabilizarnos a todos por igual y sostener que en todas las épocas históricas ha habido destrucción de especies y ecosistemas, siendo homo sapiens el directo responsable. Con esa lógica se acuñó el término Antropoceno, por Paul Creutzen, un químico holandés y Premio Nobel. Este vocablo proviene del griego antropos, hombre, y de kainos, nuevo, y querría decir algo así como la “nueva época del hombre”. Se plantea como un sustituto del holoceno, actual época del periodo cuaternario en la historia de la tierra. El holoceno comenzó hace 11.700 años antes del presente y se caracteriza por tener un clima estable, luego de la última glaciación. Terminaría con la irrupción del Antropoceno, vocablo que indica que las acciones humanas tienen una incidencia directa sobre el planeta tierra, hasta el punto que podría considerarse como una nueva era geológica.
Los que utilizan el término Antropoceno no están de acuerdo con su fecha de origen. Para Paul Creutzen comenzó con la revolución industrial, es decir, hacia 1750. Para otros se inició en 1945, con la invención y utilización de la bomba atómica, cuyos residuos radiactivos se han expandido a lo largo y ancho del planeta. Para Jan Zalasiewicz, presidente del Grupo de Trabajo del Antropoceno "la importancia del Antropoceno radica en el hecho de que fija una trayectoria diferente para el sistema terrestre integrado por los humanos". Para Colin Waters, geólogo jefe del Instituto Geológico del Reino Unido y secretario del Grupo de Trabajo, “poder identificar ese intervalo de tiempo nos indica hasta qué punto las actividades humanas tienen un impacto sobre nuestro planeta: "La noción del Antropoceno consigue englobar todas las ideas relativas al cambio climático". Para Chris Rapley, experto en cambio climático ex director del Museo de Ciencia de Londres "el Antropoceno define un nuevo periodo en el que las actividades de los humanos dominan el funcionamiento del planeta"23.
Siempre referencias etéreas, en las que no se hace ninguna alusión a un determinado modo de producción caracterizado por cierto tipo de relaciones sociales y tampoco al modo de vida que se deriva de dicho modo de producción.
Desde luego, en una especie de disonancia cognitiva resulta fácil mirar para otro lado, no ver al capitalismo, y centrar la atención en el homo sapiens, como si las responsabilidades en la destrucción del planeta tierra fueran simétricas, como si no existiese desigualdad social y económica, tanto entre países, como dentro de cada uno de ellos, que conduce a que sea una minoría insignificante de la población mundial (el 1 por ciento) la que se beneficia en forma directa de la expoliación de la naturaleza. Ahora bien, incluso a muchos “científicos puros” les preocupa que se emplee el término Antropoceno por varias razones.

Sus dudas se refieren, en primer lugar, a una percepción temporal, hasta cierto punto lógica, que se apoya en dudar de la importancia geológica que pudiera tener un breve periodo de tiempo (de doscientos años o un poco más) si se le compara con los millones de años de duración de las eras geológicas. En ese mismo sentido, se cuestiona que se dé por concluido el Holoceno, tan solo 11.700 años después de su inicio, lo que es en términos geológicos una bicoca de tiempo. En segundo lugar, los geólogos se centran en los registros estratigráficos y la mayor parte de ellos duda que las acciones humanas de hoy pudieran dejar huella fósil. Estos cuestionamientos tienen poco sustento, porque es evidente que el capitalismo significa un cambio histórico sin precedentes, hasta el punto que tiene impactos que quedan en el registro fósil, tales como el uso de las armas nucleares, la producción de plásticos que pueden durar miles de años en degradarse, o la generación de altos niveles de nitrógeno y de fosfato en los suelos, que proceden de la utilización intensiva de abonos artificiales.
Existen dos tipos de argumentación para achacar al homo sapiens la responsabilidad en la destrucción de la naturaleza. Por un lado, el señalar que siempre ha habido esa destrucción y, por otro, indicar que ha habido sociedades que han colapsado en diversos momentos del pasado. En cuanto al primer argumento, quienes señalan con el dedo acusador al homo sapiens indican que desde nuestra aparición hemos arrasado la naturaleza y hemos contribuido a la desaparición de especies vegetales y animales, como sucedió con la megafauna hace varios miles de años. Se sostiene que, en este sentido, no habrían diferencias entre lo que sucede hoy y lo que sucedió en sociedades anteriores: todas serían igualmente destructivas y ecocidas. Elizabeth Kolbert afirma al respecto: Suele decirse que el Antropoceno comenzó con la revolución industrial, o incluso más tarde con el crecimiento explosivo de la población que siguió a la segunda guerra mundial. Según esta visión, los humanos sólo nos hemos convertido en fuerzas capaces de alterar el mundo gracias a la introducción de las modernas tecnologías, como las turbinas, los ferrocarriles y las motosierras. Pero la extinción de la megafauna sugiere que no es así. Antes de que los humanos aparecieran en escena, ser grande y reproducirse lentamente era una estrategia de gran éxito, y los animales de enorme tamaño dominaban el planeta. […] Aunque sea bonito imaginar que hubo un tiempo en que el hombre vivía en armonía con la naturaleza, no está claro que eso haya pasado nunca24.
Este tipo de argumentación es bastante discutible, por la sencilla razón que la destrucción de la naturaleza, la extinción de especies, la alteración de ecosistemas que se dieron en otros momentos de la historia humana no tuvieron, de ninguna manera, el alcance, impacto, escala y velocidad de lo que produce el capitalismo. Su alcance fue limitado a casos puntuales, y aunque se hayan aniquilado especies animales y vegetales, nunca se pusieron en riesgo miles de especies o se redujo la biodiversidad en forma brutal como ahora. Su impacto fue limitado en términos espaciales, sin cobijar al mundo entero y a todo tipo de ecosistemas. Su escala en términos cuantitativos y cualitativos es reducida si se compara con lo que acontece en la actualidad, cuando confluyen un sinnúmero de factores negativos a nivel del mundo (extinción masiva de especies, acidificación de los océanos, reducción de la biodiversidad, aumento de la temperatura, deshielo del Ártico, incremento en los gases de efecto invernadero, destrucción de los corales, contaminación….). Su velocidad fue muy lenta, puesto que, para señalar solo un aspecto, el grado de extinción de especies en épocas anteriores no tiene ni punto de comparación con lo que sucede en la actualidad. Edward Wilson lo reconoce en forma explícita cuando precisa que “la tasa de extinción probablemente sea hoy cincuenta o quinientas veces mayor que en los tiempos anteriores al hombre. Casi con seguridad, esa tasa aumentará y alcanzará un orden de magnitud de mil o diez mil si las especies que están en peligro en la actualidad desaparecen y se destruyen los últimos vestigios de algunos ecosistemas, lo que acarreará la destrucción total de las especies que son exclusivas de ellos”25..

Sobre este asunto sostiene el científico Will Steffen, director del Instituto de Cambio Climático de la Universidad Nacional de Australia: "Estamos llevando al planeta a unas condiciones que no han existido en el pasado para la especie humana y nos estamos acercando a unos puntos críticos que será mejor no atravesar. En el pasado, se han rebasado varias veces estos límites a nivel local. La diferencia estriba en que ahora estamos rebasando los límites planetarios a escala global"26. En cuanto al segundo argumento, el del colapso, se sostiene que a lo largo de la historia humana han desaparecido diversas sociedades, y se trae a colación el caso de los mayas (Mesoamérica), los habitantes de la Isla de Pascua (Océano Pacífico), los Anasazi (Sudeste de los actuales Estados Unidos)… El principal representante de esta interpretación es Jared Diamond, quien nunca nombra al capitalismo (ni una vez, en un voluminoso libro de 750 páginas) y cuya base explicativa se basa en sostener que unas sociedades buscan el éxito y otras el fracaso, como si existiese una elección social al margen de los contextos, limitaciones y características de los modos de producción y las formas de organización social. Su análisis apunta a que en el mundo actual, si se toma conciencia de los colapsos de otras épocas, algunas empresas pueden ser ecológicamente responsables y no contaminar ni destruir y los Estados Unidos son presentados como el lugar en donde la agricultura es la más eficiente, lo que no considera su costo energético, que la hace la más ineficiente de todas las que han existido en la historia de la humanidad.
Además, no se destaca lo suficiente que el colapso de anteriores sociedades fue localizado, y producto en la mayor parte de los casos de factores exógenos, como colonización y conquista, mientras que el probable colapso de la civilización capitalista tendrá un impacto mundial y se debe a la lógica interna de funcionamiento del capitalismo y a sus diversas contradicciones, que se desprenden de la sed de ganancias, crecimiento ilimitado y explotación intensiva de seres humanos27. Will Steffen, el científico antes mencionado, sin nombrar el capitalismo –porque parece que su nombre quema– sostiene que el actual "sistema económico que nos está llevando de cabeza hacia un futuro insostenible y en el que a cada generación le será más difícil sobrevivir […] La historia nos demuestra que hay civilizaciones que surgieron y colapsaron porque no fueron capaces de cambiar a tiempo: en ese punto es donde estamos hoy en día"28. En definitiva, Antropoceno es un apelativo muy benigno porque en lugar de indicar la responsabilidad del capitalismo, se centra en culpabilizarnos a todos por igual de la destrucción ambiental del planeta y del vuelco climático en marcha. Por eso, no resulta extraño que hasta un órgano ideológico y propagandístico del capitalismo mundial, como la revista The Economist, haya publicado un dossier especial con título “Bienvenidos al Antropoceno”.
Estamos en el capitaloceno
La noción de Antropoceno no da pie para diferenciar responsabilidades y no tiene en cuenta la existencia de unas relaciones sociales, profundamente desiguales, injustas y explotadoras, la característica esencial del capitalismo, y eso pese a que a la hora de ubicar cronológicamente al Antropoceno exista una coincidencia plena con el capitalismo industrial, como es evidente en la propuesta de Paul Creutzen, el inventor del término: Parece adecuado asignar el término “Antropoceno” a la actual era geológica, dominada de muchas formas por el ser humano, como complemento del Holoceno –el período cálido de los últimos 10-12 milenios. Podría decirse que el Antropoceno comenzó en los últimos años del siglo XVIII, cuando los análisis del aire atrapado en el hielo polar muestran el principio de las concentraciones globales de CO2 y metano. Esta fecha también coincide con el diseño de la máquina de vapor de James Watt en 1784 29. ¿Por qué si existe tal simetría temporal, se utiliza una noción genérica que involucra a los seres humanos en su conjunto, de hoy y de ayer, como si en efecto todos fuéramos igualmente responsables de la transformación destructiva del planeta tierra? ¿Si el capitalismo es el modo de producción dominante a nivel mundial y se reconoce la coincidencia plena, de tipo histórico y cronológico, de lo que se denomina Antropoceno con el origen del capitalismo, porque se emplea un nombre tan vaporoso como el mencionado?
Nos parece, en concordancia con lo señalado, que es hora de empezar a hablar de capitaloceno, que significa la “época del capitalismo”. Esta época ya no sólo histórica, sino también geológica (más adelante veremos por qué), no empieza propiamente con la Revolución Industrial inglesa, a fines del siglo XVIII, sino unos siglos antes. A ese período anterior se le suele llamar como la época del capitalismo mercantil, o en el lenguaje usado por Karl Marx la “acumulación originaria de capital”. Podría denominársele también con el nombre de capitalismo de guerra, como lo bautiza el historiador Steven Beckert en un extraordinario libro sobre la historia del algodón. Este autor divide la historia del capitalismo en dos fases: el capitalismo de guerra, referido al estadio en que la esclavitud y la conquista colonial fueron la norma y sentaron las premisas para la otra fase, la del capitalismo industrial. La segunda no hubiera sido posible sin la primera, o dicho de otra forma, la industria no hubiera podido surgir sin la esclavitud30.

El capitalismo de guerra impulsó la expansión mundial del naciente capitalismo mercantil a gran parte del mundo, mediante la colonización, la violencia y el sometimiento. Esa misma fase coincide con la destrucción de pueblos enteros en África y América, pero también con una conquista biológica que alteró ecosistemas, introdujo nuevas especies y trajo consigo nuevas enfermedades. Este “imperialismo ecológico”, como lo llama Alfred Crosby, tuvo dos consecuencias principales: arrasó con los habitantes de dos continentes y alteró sus ecosistemas; y fue fundamental en el desarrollo del capitalismo industrial en Europa unos siglos después. Desde la perspectiva actual, nuevas investigaciones indican que la transformación ambiental del mundo se aceleró con la conquista de América, que sentó las premisas para la revolución industrial31. De tal manera que esos dos momentos no pueden separarse, ambos forman parte del capitaloceno.
El segundo momento arrancaría con la revolución industrial a finales del siglo XVIII y se extendería hasta 1945, cuando desde Inglaterra el capitalismo se expande por el mundo entero, a través del colonialismo y del imperialismo. Desde 1945, con la consolidación del fordismo, se podría hablar, como hacen algunos científicos, de la “gran aceleración”, que condujo a la fase actual del capitaloceno, y comenzó tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, cuando aumenta exponencialmente la población, el PIB mundial, la construcción de represas, el uso de agua, minerales e hidrocarburos, la producción y utilización de fertilizantes, el surgimiento de megaciudades en todos los continentes, el consumo de papel, la producción de automóviles, aviones y motocicletas, el número de teléfonos, el turismo internacional. Aunque una parte de esta fase coincide con la existencia de la URSS, como un sistema que se pretendía diferente al capitalismo, dado su desaparición y la derrota del proyecto que encarnaba –así como la conversión de China al capitalismo– lo que finalmente queda es el capitalismo. Y a éste es al que debe responsabilizarse en solitario como el responsable de las transformaciones, con repercusiones geológicas, que se han producido en las últimas décadas. Este ya no tiene enemigos de peso a quien culpar por el ecocidio planetario en marcha, se encuentra solo ante su misión destructiva. Como consecuencia de la expansión mundial del capitalismo aumentó producción de CO2, metano (CH4), se redujo la capa de ozono, se incrementó la temperatura promedio en el planeta, disminuyó la biodiversidad y se dio paso a la sexta extinción de especies. Este es el resultado, sencillamente, de una de las leyes de la ecología, propuestas por Barry Commoner, que indica que “nada es gratis”. Esos son los costos, ya para nada ocultos, de la expansión del capitalismo en las últimas décadas, de la colonización mercantil del último rincón del planeta y del desaforado desarrollo de las fuerzas productivas-destructivas.
La “gran aceleración” del fordismo, el camino hacia el abismo, comenzó con los “treinta gloriosos” y tiene un segundo momento después de 1989, cuando se universaliza el capitalismo tras la corta experiencia del socialismo burocrático. La denominación de “gran aceleración” no puede ser entendida si no hace referencia al capitalismo, puesto que un elemento clave de la lógica capitalista es la aceleración temporal y la contracción del espacio, un proceso que tiene consecuencias positivas para el capital y los capitalistas, al incrementar la tasa de recuperación de la ganancia, reduciendo costos (mediante, por ejemplo, la destrucción acelerada de ecosistemas, bosques, paramos, apertura de nuevas minas…), pero que tiene efectos catastróficos para la mayor parte de seres humanos y para las diversas formas de vida. Eso implica un choque de temporalidades, entre el tiempo del capital (inmediato, de corto plazo, medido en mercancías y dinero) y el tiempo de la naturaleza. Un ejemplo claro de esa gran aceleración temporal es el de la extracción de petróleo, que se formó durante millones de años (tiempo geológico) y cuyas fuentes se agotan en un breve período histórico de apenas un siglo. El asunto del tiempo es decisivo a la hora de considerar la manera cómo el capitalismo ha producido alteraciones irreversibles.
Debe resaltarse que la máxima mercantil “el tiempo es oro” resume a la perfección la lógica esencial del capitalismo, que se basa en la búsqueda de ganancia inmediata, sin medir las consecuencias que ello pueda tener. Los tiempos de la naturaleza son largos, a menudo de millones de años, mientras que el tiempo del capitalismo es fugaz, instantáneo, inmediato. En ese sentido, cuanto más rápido se gasten los bienes comunes de la naturaleza se incrementara el crecimiento económico y se supone que eso traerá más progreso y bienestar.
Pero ese es un prejuicio de corto plazo: Se llega a pensar que cuanto más velozmente se emplean los recursos de la naturaleza, tanto más avanza el progreso […]. Pero este concepto de “tiempo tecnológico o económico” es exactamente al “tiempo entrópico”. La realidad natural obedece a leyes diferentes a las económicas y reconoce el “tiempo entrópico”, es decir, cuanto más rápidamente se consumen los recursos y la energía disponible del mundo, tanto menor es el tiempo que queda para nuestra supervivencia. El tiempo tecnológico es inversamente proporcional al tiempo entrópico; el tiempo económico es inversamente proporcional al tiempo biológico32. El tiempo del capitalismo se sustenta en la búsqueda de la productividad máxima, que es una simple obsesión por “ganar tiempo”: producir siempre más en menos tiempo y con menos trabajo de los seres humanos. Eso ha llevado a la fantasía de “doblar el tiempo”, como se intenta hacer hoy con los artefactos microelectrónicos, y principalmente con los teléfonos celulares, que significa la pretensión de realizar varias cosas a la vez, todas mal, sin poderse concentrar en ningún, tal como manejar un automóvil y hablar por celular; trabajar y consultar el celular cada dos minutos; atravesar una avenida repleta de automóviles, con el semáforo en rojo para el peatón con el phone pegado a la oreja; estar en una de clase y chatear… chismosear… Eso no es gratis, porque genera un gasto desmesurado de materia y energía y constituye una brutal aceleración temporal, que destruye los ecosistemas y unifica las sociedades bajo los parámetros mercantiles del consumo y mata la lentitud y la calma. Esto viene acompañado de la mercantilización total del tiempo, lo cual está relacionado con la destrucción ambiental, porque los celulares se construyen con materia y consumen energía a gran escala, puesto que estamos hablando de la existencia de varios miles de millones de celulares, los que al parecer ya superan en cantidad al número de seres humanos. Eso significa que para mantener las conversaciones basura y el consumo mercantil del tiempo es necesario construir nuevas plantas energéticas, que se alimentan con petróleo, carbón, uranio… Como dice Jorge Riechmann: “para preservar el internet móvil mercantilizado que nos promete constante distracción y compañía, así, para salvar ese perverso orden de prioridades, devastaremos la biosfera y destruiremos el mundo humano” 33.
Las características del capitalismo, su lógica de funcionamiento, explican que se haya convertido en una destructiva fuerza, que ataca a la mayor parte de los seres humanos y destruye la naturaleza, habiendo originado el capitaloceno (La época del capitalismo). Algunos de los elementos centrales de su funcionamiento son los siguientes:
·         Primer elemento: la acumulación capitalista que crece en forma exponencial e ininterrumpida en la búsqueda insaciable de ganancias. Para obtener ganancias se debe explotar intensivamente a los trabajadores y expoliar el medio ambiente, sin interesar si se destruyen a otras formas de vida. Se supone que puede haber crecimiento al infinito, como requisito de la acumulación de capital, en una tierra cerrada y limitada en recursos.
·         Segundo elemento: para obtener ganancias el capital rebasa las fronteras nacionales y se expande por el mundo en búsqueda de fuentes de materias primas, trabajo barato y nuevos mercados de inversión y consumo. Incluso, algunos lunáticos hoy hablan de la “colonización de Marte”, como forma de huir de la tierra. Esta expansión tiene como motor principal la competencia desenfrenada de capitales, que primero compiten a escala local y luego en el mundo entero.
·         Tercer elemento: obtener réditos en el corto plazo, porque, como decía Keynes, en el largo plazo todos estaremos muertos. Esto supone que no se tienen en cuenta los tiempos de la naturaleza, sino los tiempos del capital y los negocios. Como consecuencia se aniquila a los ecosistemas, tal y como lo evidencia la explotación mineral o de hidrocarburos, ya que no se tiene en cuenta el tiempo de reposición de los ecosistemas (cuando hablamos de bienes renovables) y se actúa en contra de los límites naturales.
·         Cuarto elemento: para conseguir el incremento de ganancia en forma permanente se produce un crecimiento ininterrumpido de las fuerzas productivas-destructivas, lo que se expresa entre otras cosas en el desarrollo de la tecnociencia, lo que lleva a inventar tecnologías más potentes, y que consumen mayores cantidades de materia y energía, para extraer más materia y consumir hasta la última porción de energía disponible. Esto genera una particular forma de arrogancia tecnocrática, para la cual no hay límites naturales, ni de ninguna otra índole, y que postula que tarde o temprano se encontraran las soluciones técnicas a los problemas que ha generado el capitalismo.
·         Quinto elemento: se estructura una jerarquía de valores que exaltan la competencia, el individualismo, el egoísmo, la codicia, la sed de ganancias, el consumismo, la explotación de otros seres humanos, como propias de la “naturaleza humana”. Esos valores son inculcados desde la escuela, y por los medios de comunicación, lo que legitima al capitalismo, que es visto como el orden natural de las cosas, un sistema eterno e insustituible.
·         Sexto elemento: la producción de mercancías obliga a su consumo, para poder obtener ganancia por parte de los capitalistas. Esto conduce a impulsar el consumo, creando necesidades artificiales e innecesarias, como puede verse hoy al examinar gran parte de las 13 mercancías que se generan en el capitalismo, muchas de las cuales son inherentemente nocivas. Con estos elementos, puede concluirse sin mucho esfuerzo que el capitalismo es insustentable a corto plazo.
Como indican Fred Magdoff y John Bellamy Foster: El sistema capitalista mundial es insustentable en: (1) su búsqueda por una acumulación sin fin de capital tendiente a una producción que debe expandirse continuamente para obtener ganancias; (2) su sistema agrícola y alimentario que contamina el ambiente y sin embargo no garantiza el acceso cuantitativo y cualitativo universal de comida; (3) su desenfrenada destrucción del ambiente; (4) su continua reproducción y aumento de la estratificación de riqueza dentro y entre los países; y (5) su búsqueda por la “bala de plata” tecnológica para evadir los crecientes problemas sociales y ecológicos emergentes de sus propias operaciones34.
El término capitaloceno hace referencia a un periodo de tiempo reciente, una nueva era geológica, y a una categoría analítica y explicativa. En el primer sentido, establece una cronología para englobar un conjunto de procesos cuyo nexo articulador es la existencia y el predominio de la relación social capitalista, desde el momento mismo de su génesis, como capitalismo de guerra en el siglo XVI, en algunos lugares de Europa y que luego, se expande por el resto del mundo durante los últimos siglos, adquiriendo una fuerza e impacto mundial tras la revolución industrial a finales del siglo XVIII. En el segundo sentido, es una noción que se dirige a dar una explicación de los fundamentos de funcionamiento del capitalismo y sus impactos destructivos sobre el planeta tierra. Busca explicar en forma racional las raíces de lo que sucede. Aunque el capitaloceno representa un período muy corto, su impacto es tal que la mayor parte de las transformaciones que ha generado tienen un carácter de irreversibles. El capitalismo es una fuerza geofísica global, eminentemente destructora, aunque se suponga que es creadora, su carácter devastador es de tal dimensión que puede catalogarse como un nuevo meteorito, pero de origen social, similar al meteorito que se estrelló contra el Golfo de México hace 65 millones de años y que produjo la quinta extinción de especies y arraso con el 90 por ciento de la vida que por entonces existía en la tierra35. Al hablar de capitaloceno no importa tanto que se le conciba como una época histórica o una era geológica, y lo menos interesante es argüir que hoy no pueden leerse los registros estratigráficos que demuestren su existencia. Es poco importante que exista un reconocimiento estratigráfico del capitaloceno. Lo fundamental es el sentido político del término y al desafío cognitivo de orden colectivo que debería generar, que conduzca no solamente a cambiar nuestra comprensión de la realidad, sino lo que es más importante y decisivo, nuestro accionar como sociedades. El asunto es crucial, no es una cuestión terminológica ni una querella entre geólogos. Tiene que ver con el esclarecimiento de las razones y de las causas que producen la destrucción de la naturaleza, la extinción de especies, el vuelco climático, la acidificación de los mares, la destrucción de los corales….
El capitaloceno si está dejando huellas de tipo geológico. Al respecto, uno de los cambios geológicamente más significativos, aunque aparezca casi invisible para nosotros, es la modificación en la composición de la atmosfera: las emisiones de bióxido de carbono (CO2), cuya contribución al calentamiento global es innegable –lo que produce cambios climáticos, concretamente elevación de la temperatura, que no se presentaban hace millones de años– y que permanecen durante miles de años en la atmosfera. Asimismo, el desplazamiento de plantas y animales hacia los polos, un movimiento migratorio forzado por el aumento de la temperatura, que ya se está presentando, va a dejar su registro fósil, en idéntica forma que la elevación del nivel del mar en varios metros, con lo cual se hundirán ciudades completas.
Entre algunos de los cambios que ha generado el capitalismo se encuentran: un aumento en la tasa de extinción de la fauna y la flora a niveles sin precedentes desde la aparición del homo sapiens; aumento en los niveles de C02 en la atmosfera, que modifica el clima y aumenta las temperaturas, de tal forma que no había sucedido hace 66 millones de años; producción masiva de plásticos, que inundan ríos, lagos y océanos, interfiriendo en la vida de miles de especies; la utilización de fertilizantes ha duplicado la cantidad de nitrógeno y de fosforo en las tierras de cultivo. Se calcula que esto puede causar un impacto sobre el ciclo de nitrógeno que no se presentaba hace 2.500 millones de años; “la presencia de una capa permanente de partículas transportadas por el aire en los hielos glaciares y sedimentos, como por ejemplo carbono negro procedente del consumo de combustibles fósiles” 37. Con estas evidencias, advierten algunos geólogos, "Muchos de estos cambios son geológicamente duraderos y algunos son efectivamente irreversibles"38. Los rasgos distintivos del capitaloceno no apuntan a señalar en abstracto al ser humano como una fuerza geológica en sí misma de extinción masiva, sino al sistema capitalista, como una forma de organización social e histórica particular, cuyo funcionamiento ocasiona los problemas que vivimos en la actualidad. Como tal, desde su origen Homo sapiens ha vivido en diversas formas de organización social, y en ninguna de ellas se puso en peligro global la supervivencia de la misma humanidad y de otras formas de vida a una escala masiva, como hoy acontece. Uno de los aspectos que suele resaltarse cuando se habla de Antropoceno es el tamaño de la población humana, cuyo número creció en forma exponencial en los últimos dos siglos, tras la Revolución Industrial y en forma más veloz en los últimos cincuenta años. Este crecimiento está asociado a las energías fósiles, porque sin ellas no hubiera sido posible, algo que se deriva entonces del mismo desarrollo del capitalismo. Pero un elemento adicional que no puede ser negado es que no todos los seres humanos que hoy vivimos en el planeta tierra tenemos el mismo grado de responsabilidad, puesto que hay una asimetría evidente entre una ínfima minoría de grandes capitalistas y el resto de la población mundial. En otros términos, existe una segmentación en términos de producción y consumo entre unos pocos países y el resto, y más en general, entre los más ricos entre los ricos y millones de pobres y miserables. Oxfam lo ha dicho en sus informes de enero de 2016 y de enero de 2017. En este último proporciona algunos datos sobre la aterradora desigualdad social y económica en el mundo: 1. Cuando una de cada diez personas en el mundo sobrevive con menos de dos dólares al día, la inmensa riqueza que acumulan tan sólo unos pocos resulta obscena. Sólo ocho personas (concretamente ocho hombres), poseen la misma riqueza que la mitad más pobre de la población mundial, 3.600 millones de personas. […] 2. Siete de cada diez personas vive en un país en el que la desigualdad ha aumentado en los últimos 30 años. 3. La desigualdad extrema tiene un enorme impacto en las vidas de las mujeres, sobrerrepresentadas en los sectores con peores salarios y que sufren mayores niveles de discriminación en el ámbito laboral y asumen la mayor parte del trabajo de cuidados no remunerado. Al ritmo actual, llevará 170 años alcanzar la igualdad salarial entre hombres y mujeres. 4. La evasión y elusión fiscal por parte de las grandes multinacionales priva a los países pobres de al menos 100.000 millones de dólares cada año en ingresos fiscales, dinero suficiente para financiar servicios educativos para los 124 millones de niños y niñas sin escolarizar o servicios sanitarios que podrían evitar la muerte de al menos seis millones de niños y niñas cada año39.
Con datos como estos, resulta muy amañado seguir diciendo que la población en sí misma es el problema, cuando este estriba en la desigualdad social y económica, lo que conduce a marcados desniveles de apropiación de la producción y el consumo dentro de los países y a nivel mundial40. Claro que debe plantearse un control en el crecimiento de la población, ante la reducción acelerada de los bienes comunes de la naturaleza, pero algo más crucial radica en señalar la destrucción que significa el consumo de los ricos, y el costo ambiental que esto trae para el planeta. No es tanto la reducción de los pobres lo que necesita el planeta tierra, sino más bien la reducción de los ricos y su consumo y despilfarros ostentosamente obscenos. En el capitaloceno la pregunta esencial no es cuánto le cuesta un pobre al medio ambiente, sino cuánto le cuesta un rico, cuestión que apunta a vincular la desigualdad con la destrucción ambiental. Si Antropoceno es una palabra que genera algún rechazo, Capitaloceno va a ser un término absolutamente denostado y ocultado, porque apunta a señalar al sistema capitalista como el responsable de las catástrofes climáticas y ambientales que destruyen diversas formas de vida, asesinan diariamente a millones de seres humanos (pobres y explotados) y pone en peligro la misma supervivencia de nuestra especie. Y plantea, por supuesto, que la única alternativa para que la humanidad pueda sobrevivir es rebasar el capitalismo. En conclusión, nos encontramos en la Era Catastrozoica, del Período “Cabernario”, Época del capitaloceno y el nuevo meteorito que destruye nuestro planeta no viene del espacio exterior, El meteorito de nuestro tiempo se llama capitalismo y resulta inútil tratar de cambiarle el nombre.
Notas: (...)
Nos plantean, desde los progresismos e izquierdas afines, la convicción sobre otro desarrollo del capitalismo sin imperialismo. Pero lo concreto es que:
La dependencia de la economía ecuatoriana de China es cada vez mayor y
está poniendo en peligro la riqueza natural del país
El asedio de China a las Islas Galápagos
19 de septiembre de 2017
 
Por Gustavo Duch y Alberto Acosta (eldiario.es)
 El 3 de agosto pasado se capturó en aguas de las Galápagos el barco chino Fu Yuan Yu Leng 999, en su interior había 300 toneladas de pesca, fundamentalmente tiburones: más de seis mil ejemplares, adultos y neonatos, de tiburones Zorr, Silky y tiburón martillo
La noche del 3 de agosto pasado se capturó el barco pesquero Fu Yuan Yu Leng 999. En el interior de esta embarcación estaban embodegadas 300 toneladas de pesca, fundamentalmente tiburones: más de seis mil ejemplares, adultos y neonatos, de tiburones Zorr, Silky y del protegido -y espectacular- tiburón martillo. En sacos de yute se hallaron también aletas de tiburón, obtenidas presuntamente por la abominable práctica conocida como ‘finning’: una vez capturado el tiburón, se corta su aleta en vivo y se devuelve el animal al mar, donde morirá. Cada año 73 millones de tiburones mueren para que 73 millones de aletas, a más de 500 dólares el kilo, lleguen al mercado mundial. China es el principal consumidor, debido al famoso plato de sopa de aleta de tiburón -reservado a un estatus económico muy alto- que puede llegar a costar 150 dólares.
El barco en cuestión fue encontrado en un lugar donde las corrientes de agua son corrientes de vida, ricas en nutrientes y que -según el biólogo Eduardo Espinoza- « convierten la zona en uno de los mayores surtidores naturales de peces del Pacífico». En concreto, en la Reserva Marina de las Islas Galápagos, Ecuador, donde habitan más de 500 especies de peces y entre ellas, más de 30 corresponden a tiburones; y donde la pesca industrial está prohibida.
Detrás de esta constatación surgen realidades gravísimas para meditar en clave global. Una gran flota pesquera china de unos 300 barcos estaría navegando en faenas de pesca alrededor de las Galápagos, agregando nuevas amenazas a esta maravilla de la naturaleza, conocidas también como Islas Encantadas, porque según decían quienes por primera vez describieron el archipiélago, «se trata de unas islas con la capacidad de aparecer y desaparecer». Junto a la pesca, el turismo de lujo -masivo y creciendo-, la introducción de especies foráneas y la inmigración desde el continente, hacen evidente la fragilidad de este complejo de islas de origen volcánico. Pero bien sabemos que no ocurre sólo en este enclave: las denuncias por pesca ilegal de la flota China se repiten en la pesca del bacalao en aguas de Argentina, en Chile por la pesca del atún y en muchos países africanos como Senegal, Guinea, Guinea-Bissau o Ghana.
Es importante anotar que el asedio llega de un país que va tomando el control de toda la economía de algunas naciones. Precisamente Ecuador es un caso extremo de dependencia con China. Ecuador tiene comprometidos -bajo la forma de ventas anticipadas- más de 500 millones de barriles de petróleo a China a entregarse hasta 2024, que los debe conceder a cambio de recursos financieros que el gigante asiático ha desembolsado al país. Para colmo, China no se registra como compradora oficial del petróleo ecuatoriano sino que lo revende a Estados Unidos y otros países, creándose la argucia contable de que, oficialmente, China absorba menos del 5% de exportaciones ecuatorianas. A nivel de importaciones, la dependencia con China es más clara, llegando a casi el 20% del total. Pero lo más dramático es que China –en un proceso iniciado en 2012- devino en el principal acreedor de este pequeño país andino: más de 8 mil millones de dólares de deuda, el 30% del total de deuda externa; así como las ya mencionadas ventas anticipadas de petróleo que ni siquiera son registradas como deuda por las estadísticas oficiales.
A diferencia de EEUU que ejercía su dominación vía Consenso de Washington, China no busca conseguir el repago de sus créditos imponiendo medidas de austeridad económica, sino asegurándose el acceso a petróleo, minerales, y también pesca. Además, opera controlando que los recursos que presta se destinen a la contratación de empresas chinas, al punto que, muchas veces, los empréstitos nunca salen del gigante asiático. Sin duda la expansión China representa una nueva forma de imperialismo, más sofisticada pues no se ajusta a los parámetros clásicos del neoliberalismo. Incluso, no se presenta a primera vista como dominación política pero es más voraz pues exacerba el extractivismo de las periferias con mayor intensidad que en décadas pasadas, y más audaz, pues ni siquiera necesita programas de ajuste para garantizarse el retorno de sus préstamos.
Con la mayor población del planeta, China demanda 46% de todos los minerales extraídos en la Tierra. En tres años -2011, 2012, 2013- ha empleado 1,5 veces más cemento que lo utilizado por EEUU en todo el siglo XX. Y con su flota pesquera de más 2.600 embarcaciones, la mayor del mundo, está depredando los mares. Su capacidad de pesca es tal que –según la BBC- en una semana recoge tanto como los botes de Senegal en todo un año, un país que ha visto como se ha vaciado su mar, y la migración es la única opción.
Así como en su momento la lucha contra el imperialismo norteamericano fue clave, hoy también lo es la lucha contra el imperialismo chino. Dentro de esa lucha, urge detener la depredación ambiental, tanto por soberanía como por la propia supervivencia humana. Un pequeño paso en ese sentido sería ampliar y garantizar la zona de exclusión para la pesca, englobando a Ecuador (y las Galápagos), Panamá, Colombia y Costa Rica . Pero, hay que profundizar en el debate pues ante este reciente y preocupante expolio del imperialismo chino, urge que las normativas nacionales e internacionales que regulan la pesca de nuestros mares (como la CONVEMAR, Convención de las Naciones Unidas para el Mar), prioricen la soberanía alimentaria, dando absoluto énfasis a una pesca local artesanal, sostenible y orientada a la alimentación popular y local. Lo que no entre en estos puntos debe vetarse, en cualquier milla marítima.
En Galápagos, lugar que nos ha enseñado tanto sobre la evolución y la complejidad de la vida, se hace evidente que vivimos en el Capitaloceno, como ya utilizan muchos pensadores, una era o época geológica donde un sistema económico desesperado por movilizar mercancías lo más rápido posible a cualquier distancia a fin de generar y acumular dividendos, está acabando con tiburones, abejas, gorriones, rinocerontes, paisajes y medios de vida. Está exterminando la Vida.
Alberto Acosta es economista ecuatoriano y Gustavo Duch es coordinador de la revista Soberanía Alimentaria
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Los rasgos del “Efecto China” y sus vínculos
con el extractivismo en América Latina
6 de febrero de 2014

Por Emiliano Teran Mantovani (Rebelión)

La dinámica geopolítica actual del moderno sistema-mundo capitalista, con sus permanentes convulsiones, desestructuraciones, altas manifestaciones de caos e incertidumbre, nos muestra que estamos frente a un cambio sistémico sumamente complejo y de grandes proporciones. La inviabilidad de un modelo histórico de carácter mundial, que se proyecta como una crisis civilizatoria, se conecta con una crisis hegemónica, en la cual la supremacía indiscutible estadounidense se va resquebrajando, al tiempo que se produce la emergencia de China como actor clave en la partida maestra de ajedrez del siglo XXI.
Es fundamental comprender que este proceso de reacomodo global y crisis hegemónica, dadas las condiciones actuales del desarrollo del capitalismo histórico, de las más sofisticadas y poderosas formas del imperialismo, y del rebasamiento de los límites del planeta, representa una especie de largo sismo geopolítico, de dimensiones incalculables.
Para América Latina es crucial atender al papel que juega China en esta dinámica. Las presiones externas de los capitales del gigante asiático, que operan en profunda articulación con su Estado, están teniendo significativos impactos en buena parte de las economías y sociedades nacionales de la región, lo cual es determinante no sólo en la viabilidad de los proyectos de transformación política que aún abanderan los llamados “gobiernos progresistas”, sino también en las posibilidades de estructurar mecanismos de defensa ante un recrudecimiento de la crisis económica global, y/o una nueva oleada de reestructuraciones neoliberales en la región.
La emergencia de China como actor geopolítico clave y la lógica del capital transnacional
Desde el año 2010, China sobrepasó a Japón como la segunda economía global, y a Alemania como el primer país exportador. Según el Centro Internacional para el Comercio y el Desarrollo Sustentable, en 2011, China superó a los Estados Unidos como el primer país con mayor producción industrial del mundo, es actualmente el principal productor agrícola global, y según el Centro para las Investigaciones Económicas y de Negocios, para el año 2020 la economía china representaría un 84% de la economía de los Estados Unidos [1] .
En la actualidad, la influencia de China en el sistema-mundo es enorme y tiene gran capacidad para ampliarla. Esta nación se ha hegemonizado en el este y el sureste de Asia; se calcula que hoy tiene el 40% de sus inversiones de la UE en Portugal, España, Italia, Grecia y Europa del Este –como forma de penetrar el mercado europeo por la vía de sus “periferias”–, según un estudio del Consejo Europeo de Relaciones Exteriores [2] ; ha incrementado sus acercamientos con Medio Oriente —principalmente con Arabia Saudí—; es el principal socio comercial y la mayor fuente de inversiones en África, siendo además, junto a Reino Unido, Alemania e India, uno de los países con mayor participación en el proceso de acaparamiento de tierras que se está desarrollando en ese continente [3] ; es el principal acreedor de bonos de la deuda de los EEUU; y registra un muy importante avance y posicionamiento en América Latina, principalmente en Brasil.
Cabe resaltar que la posición preponderante de China en el comercio mundial —el valor de sus intercambios comerciales fue de 4.16 billones US$ en 2013— viene de la mano con una estrategia de posicionamiento mundial del yuan, en su disputa con el dólar. Como lo explican los analistas Oscar Ugarteche y Ariel Noyola, la mira del gigante asiático está puesta en sustituir al dólar de su comercio, siendo que en 2013 alrededor de 390.000 millones US$ en exportaciones pasaron a facturarse en yuanes [4] .
Conscientes de ser ya el primer importador mundial de petróleo, y las consecuencias geopolíticas del amarre del mercado de crudos al dólar, China además quiere comerciar petróleo en yuanes, y está impulsando la creación de un mercado de futuros en esta moneda a través de la Bolsa de Futuros de Shanghái (SHFE), lo que de resultar exitoso, aumentaría el uso del yuan en el mercado petrolero mundial con el respectivo desplazamiento del dólar en el mismo, y la consiguiente reducción de su demanda global, con importantes consecuencias para la economía-mundo[5] .
A su vez, según la Society for Worldwide Interbank Financial Telecommunication, en octubre de 2013 el yuan se colocó segundo dentro del ranking de divisas más utilizadas para el financiamiento comercial —dejando al euro tercero—, al tiempo que se han realizado la firma de swaps cambiarios bilaterales con más de veinte países, lo que va creando un gran mercado para el yuan que va incrementando su papel como moneda internacional[6] .
Ugarteche y Noyola advierten que, si bien el yuan ha ganado posiciones como moneda de comercio y ahora como moneda de inversión financiera, aún está lejos de incrementar su status como moneda de reserva —los bancos centrales mantienen apenas 0.01% de sus reservas en yuanes—. No obstante, las estrategias de China para establecer mercados en yuanes (no sólo en el ámbito petrolero, sino también en el del hierro o el oro), establecen las bases para alcanzar un objetivo como este en un futuro no distante, siendo que para Patrick Zweifel de The Financial Times, en 10 años el yuan superaría al dólar como moneda de reserva [7] .
La política exterior económica del «Socialismo con particularidades chinas» —como lo ha denominado el propio Partido Comunista—, donde ha dominado el principio de mayor integración a la economía global, ha impulsado crecientes inversiones directas, muy aceleradas en la última década, al punto de colocarse hoy en el segundo lugar después de las inversiones extranjeras provenientes de los EEUU. El gobierno chino selecciona a las empresas que competirán en el mercado mundial —en su inmensa mayoría empresas de carácter público—, las apoya y se asegura que se orienten las inversiones a los intereses estratégicos chinos, desde una estrategia de largo plazo.
Las severas carencias de China respecto a algunos bienes comunes, en particular de agua y tierra fértil respecto a su población, y una serie de bienes primarios necesarios para la acelerada dinámica de producción industrial doméstica, determina su enorme apetito por los llamados “recursos naturales”. China es el principal consumidor del mundo de hierro por vía marítima, carbón térmico, acero acabado, plomo refinado, aluminio primario, zinc refinado, cobre refinado, níquel refinado, y segundo en petróleo [8] . De ahí la búsqueda del gigante asiático por reposicionarse en pro del control y la administración de fuentes energéticas y bienes comunes en todo el planeta.
La estrategia china persigue diversificar, en la medida de lo posible, el suministro de petróleo de su dependencia con el Medio Oriente; a su vez las compañías energéticas del país asiático tienen claros intereses en Sudán e Irán, lo cual ha creado tensiones con Estados Unidos en ambas áreas; ha tratado de invertir en los yacimientos del Mar Caspio y ha competido con Japón por el acceso al petróleo ruso; ha destinado préstamos para desarrollos petroleros a sus vecinos de Asia Central y los productores de América Latina, entre ellos Venezuela; ha firmado acuerdos no sólo para la explotación de petróleo convencional sino también de los no convencionales, como las arenas bituminosas de Canadá y la Faja del Orinoco venezolana; los acuerdos de extracción se han extendido a las áreas de gas, carbón, uranio y otros recursos naturales importantes también de Irak, Australia, Turkmenistán y Sudáfrica [9] ; y adicionalmente ha establecido acuerdos comerciales con países como Chile, Brasil, Indonesia, Malasia, Argentina y muchos otros más para importaciones agrícolas y madereras [10] . De ahí la reformulación de la política exterior estadounidense en la “Doctrina Obama”, otorgándole prioridad estratégica a la concentración de sus fuerzas en la región Asia-Pacífico.
Desde la crisis financiera mundial de 2008, China consigue una oportunidad única para la expansión del otorgamiento de préstamos externos, principalmente a países de los llamados “en vías de desarrollo” o “emergentes”. En la actualidad, por medio de bancos como el China Development Bank (CDB), Export-Import Bank de China (ExImBank) y el Banco de China, el gigante asiático ha prestado más dinero a estos países, que el propio Banco Mundial y el Banco Asiático de Desarrollo, aumentado así su influencia global. Un informe de la calificadora Fitch de fines de 2011 planteaba que el Eximbank había otorgado créditos por 67.200 millones US$ a los países de África subsahariana en los últimos 10 años —20% más que el BM—[11] , mientras que desde 2005 hasta 2012 China había concedido aproximadamente 86 mil millones US$ en compromisos de préstamos a países latino-americanos [12] . Este tipo de préstamos están íntimamente vinculados al acceso a la explotación de los recursos naturales y los proyectos de infraestructura de los países prestatarios.
El “Efecto China” en América Latina
China se ha convertido en un socio comercial clave para América Latina, y pudiera convertirse en el primero en este orden para la región en el futuro. El impulso chino ha sido determinante en el crecimiento sostenido de las exportaciones y del PIB de los países latinoamericanos. CEPAL (2012) afirma que el gigante asiático ya es el primer mercado de destino de las exportaciones de Brasil y Chile, y el segundo del Perú, Cuba y Costa Rica; también ocupa la tercera posición entre los principales países desde donde se originan las importaciones hacia Latinoamérica y el Caribe —13% del total—; y nuestra región se ha transformado en uno de los destinos más destacados de la inversiones extranjeras directas chinas [13] .
El informe de CEPAL “China y América Latina y el Caribe. Hacia una relación económica y comercial estratégica”, sostiene que la nación asiática podría desplazar a la Unión Europea como segundo socio comercial de la región a mediados de la próxima década. Según esta institución, incluso si la demanda de China de los productos de América Latina y el Caribe creciera solo a la mitad del ritmo registrado en la década 2001-2010, este país pasaría a ser el segundo mayor mercado para las exportaciones de la región para este año 2014 superando a la Unión Europea. Del mismo modo, en el caso de las importaciones se prevé que China supere a la Unión Europea en 2015, tendencia que podría moderarse si se dinamizara el comercio bilateral tras los acuerdos de asociación de la UE con Centroamérica, el Caribe, la Comunidad Andina y, eventualmente, el MERCOSUR [14] .
De 2000 a 2012, el intercambio comercial entre Latinoamérica y China pasó de 12 mil millones a 250 mil millones US$, según CEPAL, con lo que el mismo se multiplicó por 21, siendo que las exportaciones regionales en este período crecieron 25 veces, y las importaciones 18 [15] . En 4 años (2008-2012), las exportaciones de América Latina al país asiático prácticamente se duplicaron, pasando de 5% a 9,1% del total de la región —si se suma el petróleo se llega a 15,3%.
Los principales productos que obtiene China del intercambio comercial con América Latina son cobre, hierro, soja y petróleo crudo. Para Brasil, Chile y Perú, el país asiático representa una cuarta parte del total de sus exportaciones de productos de base primaria para el año de 2012. Resalta sobremanera la extraordinaria velocidad con la cual China escaló posiciones de importancia en el comercio de algunos países de la región. De 2000 a 2008, es notable como en Colombia pasa de puesto 35 al 4 como receptor de sus exportaciones, y del 15avo al 2do puesto como origen de importaciones. También destaca su reposicionamiento en Costa Rica (del 26 al 2 en exp., y 16 al 3ero imp.), Venezuela (del 37 al 3 en exp., y 13 al 3ero imp.), Panamá (del 22 al 4 en exp., y 17 al 4to en imp.), México (del 25 al 5 en exp., y 6 al 3ero imp.) y Brasil (del 12 al 1 en exp., y 11 al 2do imp.), quien tiene en China su principal socio comercial. De igual forma, para este período las mercancías chinas lograron posicionarse en los primeros lugares de países como Perú, El Salvador, Nicaragua, Ecuador y Guatemala [16] .
La gran mayoría de las inversiones realizadas por China entre 2000 y 2011 provinieron de empresas públicas y se orientaron en casi un 90% a las actividades del sector primario [17] . Las inversiones chinas del tipo greenfield (proyectos o iniciativas totalmente nuevos), que son expresiones de las orientaciones de los intereses estratégicos del gigante asiático —25% de los flujos de este tipo de sus inversiones en el mundo van hacia ALC—, muestran que la agricultura se ha convertido, sino en el objetivo más importante, en uno de los principales —un proyecto sojero de 2.500 millones US$ en Bahía, Brasil, y un par de convenios para el cultivo de granos de más de 1.000 millones US$ cada uno en Argentina, son muestra de ello—, aunque, como afirman Ray y Gallagher, aún es pronto para saber si se trata de una tendencia estratégica de largo plazo por parte del gobierno chino [18] .
5 sectores principales de las inversiones greenfield chinas en América Latina para el período 2008-2012 comprenden el 90% de las mismas, y se concentran básicamente en países estratégicos dependiendo del rubro. A parte de los alimentos y el tabaco, aparecen los equipos para el sector automotor (19,9%) (Brasil, México y Argentina), metales (25,3%) (Perú, Guyana y Brasil), carbón petróleo y gas natural (Venezuela, Costa Rica y Cuba), y comunicaciones (Brasil y Colombia).
El otro tipo de inversiones chinas en América Latina, las fusiones y adquisiciones, se dan en su gran mayoría en relación a la industria petrolera —69,6% del total de este tipo de inversiones en ALC para el período 2008-2012—. En todo caso, las inversiones directas chinas aún representan un porcentaje relativamente bajo respecto al total de las inversiones extranjeras directas (IED) en la región: de los 174.500 millones US$ que ALC recibió en flujos de IED en 2012, China aportó solo 9.200 millones, el 5,3% del total [19] .
Por otro lado, China se ha convertido en una fuente importante de financiamiento para Latinoamérica, en especial para países como Venezuela (1er lugar con 44,5 MM US$ hasta 2012), Brasil (2do con 12,1 MM US$), Argentina (3ero con 11,8 US$) y Ecuador (4to con 9,3 MM US$) [20] . Para el caso de Venezuela y Ecuador, que tienen mayores dificultades para acceder a los créditos internacionales de capital, los préstamos chinos han sido una opción atractiva —estos dos países representan el 67% del total de los préstamos chinos en la región—. La gran mayoría de estos créditos se orientan al desarrollo de proyectos de extracción y producción, en forma de infraestructuras (puertos, etc.) o inversiones directas en materias primas.
De 2008 a 2012, casi la mitad de los préstamos realizados (38.600 US$) se ha ido a infraestructura, principalmente a Venezuela y Argentina. Poco más de la cuarta parte del total de los créditos se ha dirigido a energía y minería, las cuales reciben la mayor atención, donde resaltan las inversiones petroleras en Brasil (pre-sal) y Ecuador [21] . Como ya hemos mencionado, los créditos chinos para ALC fueron mucho mayores que aquellos de la banca occidental —destacan los 37.000 millones US$ de 2010—, con una enorme mayoría de los mismos con montos de mil millones US$ o superiores, en comparación al BM, que solo otorgó un 22% de sus préstamos por estos montos, o el 9% de los del BID [22] .
Los préstamos chinos representan vínculos y encadenamientos comerciales con la región que se canalizan con la mira puesta en los objetivos estratégicos del país asiático. Es importante mencionar que d entro de los paquetes crediticios chinos existen un tipo de ellos que son los “préstamos por petróleo”, que aplican aun si los fondos mismos no se hayan dirigido específicamente para el desarrollo de este sector energético. Este tipo de préstamos para ALC representa más de dos tercios de los compromisos de la región con China para el período 2008-2012, alcanzando los 59 mil millones US$.
Desde 2008, Venezuela ha negociado seis de estos préstamos (un total de 44.000 millones US$), Brasil firmó uno por 10.000 millones US$ (2009), Ecuador firmó dos compromisos por petróleo de 1000 millones US$ cada uno (2009 y 2010) y dos más por 3.000 millones en 2011 [23] . A su vez, también es importante resaltar que existen líneas de crédito chinas vinculadas con la importación de bienes de este país, en las cuales se conviene que una parte del préstamo se gaste en el consumo de mercancías asiáticas por parte del país deudor.
A pesar de que China continúa otorgando créditos soberanos, los montos de los mismos han disminuido en 2011 y 2012 respecto a 2010: 6.800 millones US$ en 2012, casi la mitad de 2011, y 80% menos que en 2010. No obstante, Ray y Gallagher plantean que los préstamos del CDB y del ExImBank a los gobiernos latinoamericanos tienden a ser líneas de crédito en las que es probable que dichos gobiernos requieran tiempo para disponer de ellas, por lo que esto no necesariamente representa una desaceleración de la nueva deuda [24] .
Esta dinámica descrita, desde al menos principios de este siglo, tiene extraordinarias implicaciones geopolíticas y políticas para los países latinoamericanos, principalmente los más tocados por la fuerza del avance chino en el sistema-mundo capitalista. Repercute enormemente en sus modelos dependientes, en sus esquemas domésticos de poder, en sus sistemas sociales, y en sus vinculaciones territoriales y de relacionamiento con la naturaleza.
La política oficial del gigante asiático para América Latina (2008) enuncia que “ China tratará a los países latinoamericanos y caribeños en pie de igualdad y respeto mutuo (…) De acuerdo con el principio de beneficio recíproco  [25] . Sin embargo, la disputa geopolítica, los intereses estratégicos chinos, y en primera instancia, la lógica del capital, orientan esta relación hacia la profundización de nuestra función específica en la División Internacional del Trabajo y de nuestra condición de dependencia sistémica, en un contexto de crisis global que incrementa las vulnerabilidades de nuestra región.
La orientación extractivista de esta relación sino-latinoamericana se hace evidente al comparar el porcentaje de exportaciones de bienes primarios respecto a las exportaciones totales de América Latina en el mundo entre 2008 y 2012, que fue de 56%, y las exportaciones de la región sólo al país asiático, que en bienes primarios representaron la significativa cifra de 86,4%. Si advertimos que el 63,4% de lo que importa China son bienes manufacturados [26] , se hace más notorio el papel de provisor de commodities que los asiáticos necesitan que cumplamos, lo que va en dirección opuesta a las reivindicaciones históricas de que Latinoamérica salga de la dependencia de únicamente vender naturaleza al mercado mundial capitalista.
Varios países de la región han visto como prácticamente se duplica su dependencia en la exportación de bienes primarios a China, tales como Brasil (hierro y soja), Argentina (soja), Perú y Chile (cobre y metales no ferrosos para ambos países) [27] . Lo que es fundamental resaltar, es que mientras China crece en importancia como mercado de exportación y genera presiones a la profundización del extractivismo en la región, cae el peso de la exportación de bienes manufacturados respecto al total de ALC, pasando de representar el 53% del total de exportaciones en 2002, al 39,7% en 2012, típico efecto de los ciclos de crecimiento y boom de los ingresos rentísticos por commodities. Además, desde 2008, el 70% de las exportaciones latinoamericanas a China provienen sólo de 6 sectores de 2 o 3 países cada uno, lo que refleja notables niveles de concentración extractiva de productos en su mayoría no refinados, que expone a la región a las fluctuaciones en los precios de los productos básicos [28] , en buena medida influidos por la especulación financiera.
El posicionamiento de las mercancías chinas por la vía de la importación en numerosos países de la región está estrechamente vinculado con las consecuencias “desindustrializadoras” propias del llamado «Efecto China». Nueve de las principales diez importaciones provenientes de China hacia ALC son manufacturadas con un fuerte énfasis en electrónica y vehículos. El tipo de producto manufacturado que se importa primordialmente (en orden de importancia relativa) son equipos y repuestos de telecomunicaciones (9.3% 2008-2012), máquinas y equipos de procesamiento automático de datos (3.8%), barcos, botes y estructuras flotantes (4.0%), instrumentos y aparatos ópticos (3.3%), productos derivados del petróleo (2.7%), calzado (2.5%), maquinaria y aparatos eléctricos (2.3%), motocicletas, ciclomotores, bicicletas y carros (2.0%), repuestos para máquinas de oficina (2.1%), carritos de bebé, juguetes, juegos y productos deportivos (2%) [29] . ¿Son estas importaciones las más convenientes para favorecer a un proceso de transición hacia modelos menos dependientes del capital globalizado?
Las muy significativas diferencias en precio y productividad de la industria china en comparación con la mayor parte de la producción industrial de la región genera grandes presiones que reafirman los procesos de reprimarización económica e impulso extractivista, profundizando los rasgos de la relación funcional centro-periferia. Mientras los exportadores latinoamericanos dependen de unos pocos productos básicos, vulnerables a las fluctuaciones de precios, las exportaciones chinas manufacturadas hacia la región, que son más diversas y menos concentradas, han crecido en cantidad y valor al punto que desde 2011 existe un déficit en la balanza comercial de ALC. Estos efectos mencionados en general, tienen muy importantes implicaciones en el curso de las transformaciones políticas que vive Latinoamérica.
Venezuela, el “Efecto China” y la acumulación por desposesión
China es hoy el segundo socio económico de Venezuela (según estudio del INE) y un aliado geopolítico estratégico. El gigante asiático es uno de los principales inversores en los proyectos de explotación petrolera de la Faja del Orinoco, acompañando al gobierno nacional en su objetivo de aumentar la cuota extractiva en el futuro próximo. China importa casi el 12% del petróleo que consume de América Latina, siendo que cerca de la mitad de éste (46%) proviene de Venezuela.
Según expresara en su momento el presidente Chávez, entre 2001 y 2011 se suscribieron más de 350 acuerdos e instrumentos entre ambas naciones [30] principalmente en áreas de infraestructura —como un proyecto de ferrocarril y la Gran Misión Vivienda Venezuela—, energía, agricultura, minería, petroquímica y transporte, entre otros. Estos proyectos están siendo financiados a partir de la creación del Fondo Chino, establecido una vez que Venezuela iniciara el suministro petrolero a los asiáticos en 2007, y los dos gobiernos firmaran acuerdos denominados deCooperación Financiera de Largo Plazo para “acelerar el desarrollo social y económico de Venezuela [31] .
Destaca que Venezuela representa casi dos terceras partes del total del financiamiento de infraestructura que China dio en toda Latinoamérica (unos 28.000 millones US$) [32] . A su vez, será el país asiático quien financie nuestro camino a la ampliación de los proyectos de minería —insólito para el país con la mayor reserva de petróleo del mundo—, al firmar Venezuela un convenio a fines de 2009 por mil millones US$ (casi la cuarta parte de lo financiado para minería por China en ALC) con el CDB. La empresa transnacional china Citic elabora en la actualidad, junto con el Instituto Nacional de Geología y Minería (Ingeomin), el llamado mapa minero de Venezuela –«la exploración geológica de las reservas minerales en el país»–, misma empresa que, luego de la nacionalización del oro en 2011 por parte del Gobierno Nacional, firmó a fines de febrero de 2012 un acuerdo con éste, en la figura de empresa mixta, para la explotación de oro en una de las minas más grandes del mundo, Las Cristinas —unas 17 millones de onzas de reservas estimadas [33] .
Además de créditos en forma de financiamientos conjuntos para inversiones discrecionales, un préstamo para el proyecto de refinería Abreu e Lima (2011), y otro para compras de productos relacionados con el petróleo (2012), en 2010 se estableció específicamente una línea de crédito relacionada con el comercio. El plan de créditos de 20.000 millones US$ del Fondo Pesado (2010) también se orienta a proyectos e importación de bienes chinos. Esto se conecta, por ejemplo, con la ampliación en el mercado venezolano de teléfonos celulares marca Haier, y las facilidades de bajos precios y créditos a largo plazo y sin intereses de aires acondicionados, televisores, lavadoras, entre otros, en el marco de la Misión Mi Casa Bien Equipada [34]  y la llamada “Cédula del Buen Vivir”. La recreación de una sociedad de abundancia sostenida en la renta petrolera y articulada a tratados comerciales externos, tiene su génesis en la firma por parte de Pérez Jiménez en 1952 de la versión revisada Tratado Comercial entre EEUU y Venezuela de 1939 para mantener condiciones muy favorables para la importación de bienes manufacturados de ese país, en “defensa del acceso del público a bienes de alta calidad a precios razonables”. La fórmula parece similar en la actualidad, pero sustituyendo en los tratados a los EEUU por China.
Es importante subrayar que los créditos chinos son pagaderos con petróleo, lo que implica que una serie de gastos y compromisos futuros, y la expectativa de realizar otros nuevos en nombre del mentado “desarrollo”, se respaldan en la naturaleza “rentable” que comprende el territorio nacional, y un porcentaje de la producción nacional se destina para pagar dichos préstamos, lo que en un contexto de severas dificultades y desequilibrios económicos en el país, amenazan con la viabilidad económica de la Revolución Bolivariana. Basta pensar en un hipotético escenario de caída de los precios internacionales del crudo —como ya ocurrió en 2009— para hacer más claro la notable vulnerabilidad de esta situación.
A estas alturas, aún si sumáramos los préstamos chinos, los del BID y del BM en América Latina desde 2005, tendríamos a Venezuela en primer lugar de la región en créditos adquiridos, destacando que sólo ella ha recibido casi la mitad de los mismos emitidos por China en toda ALC. El presidente del BANDES, Gustavo Hernández, reconoció en enero de 2014 que el financiamiento de China “supera en todos los tramos más de los 40 mil millones de dólares [35] , de los cuales, según afirmara en agosto de 2013 el Ministro para la Energía y Petróleo, se habrían cancelado 20.000 millones US$ [36] . La extensión de 5 mil millones US$ del Fondo Chino para “viviendas e industrias” depositada en diciembre de 2013, así como nuevas solicitudes crediticias, supondrían un aumento de la cuota de envío de petróleo al país asiático como pago de la deuda, que en la actualidad se encuentra en alrededor de 250.000 barriles diarios, lo cual achicaría y comprometería aún más los montos disponibles para gastos corrientes.
Es fundamental reflexionar sobre las implicaciones que el tipo de encadenamiento bilateral que mantenemos con China pueden tener tanto en las pretensiones de transformar el modelo rentista y llevarlo a formas productivas alternativas —en el caso de las corrientes más voluntariosas de la Revolución Bolivariana, ir hacia el “Estado Comunal”—, como en las propias posibilidades de viabilidad futura de un proyecto social de inclusión popular nacional, en un mundo donde las fuerzas del capital globalizado presionan enormemente para avanzar hacia procesos masivos de acumulación por desposesión.
La forma como se estructuren las relaciones económicas internacionales determinan la política doméstica —y más para un país periférico como Venezuela— y delimitan las posibilidades de avanzar, o no, hacia modelos post-extractivistas en el país y la región —piénsese, por ejemplo, en las terribles consecuencias que acarrearía para los pueblos de los países del MERCOSUR, la concreción de un inminente TLC con la Unión Europea [37] . China, por la potencia de su economía y las características de su nación, por su política económica exterior, y por los efectos que ha generado su crecimiento en el mundo, representa hoy la fuerza más dinámica en el reforzamiento de los patrones coloniales/imperiales. China está en disputa por la hegemonía del sistema capitalista, y su expansión está determinada por la lógica depredadora del capital, a pesar del acuñado “socialismo con características chinas”.
Los crecientes compromisos rentísticos internacionales que adquiere Venezuela en nombre del “desarrollo”, lo inserta en un círculo vicioso que lo obliga a la necesidad de captar cada vez más renta. De esta forma la misión desarrollista del petro-Estado venezolano hace evidente que cada vez más factores exógenos determinan la realidad nacional. La conexión de los convenios de endeudamiento progresivo con China, con el Plan Siembra Petrolera y el Plan de la Patria —duplicar la extracción petrolera para financiar la «modernización» y poder pagar con petróleo su costo—, al contrario de lo alegado en la retórica política sobre la “independencia” (el Obj. I del Plan de la Patria), encierra a Venezuela aún más en su limitada función extractivista, al tiempo que profundiza el modelo de sociedad que en teoría queremos cambiar, y nuestro nexo de tipo enclave que tenemos con los grandes capitales transnacionales, debido a que los acuerdos y proyectos firmados van estructurando los compromisos y haciendo más rígido el esquema de organización productiva, sometido a una serie de contratos de corto, mediano y largo plazo.
Los desajustes y desequilibrios que vivimos en nuestra economía doméstica, impulsados en muy buena medida por los efectos de las descompensaciones internas que produce la llamada “Enfermedad Holandesa”, producto del boom de los commodities que desde 2004 ha estimulado primordialmente China, se inscriben en una larga crisis de agotamiento estructural del modelo del capitalismo rentístico nacional que se da desde hace unos 30-40 años [38] . Aquí se mezclan las consecuencias del llamado “Efecto Venezuela” con el denominado “Efecto China”, lo cual siembra dudas sobre la posibilidad de mantener el curso actual de captación de la renta petrolera en el país, y la consiguiente probabilidad de intensificación del endeudamiento externo y vulneración a procesos masivos de acumulación por desposesión.
Una más intensa integración a la globalización capitalista nos hace más dependientes y vulnerables ante un sistema-mundo en crisis, lo cual resulta muy peligroso. Debemos atender a lo que hemos denominado, a partir de David Harvey, el neoliberalismo mutante. La acumulación por desposesión opera también mediante finos mecanismos desterritorializados, moleculares e híbridos, pudiendo coexistir con formas de control estatal. Paradójicamente, en la medida en la que un Estado periférico administra los procesos expansivos domésticos de articulación con el capital transnacionalizado, abre el camino para un progresivo ataque y desmantelamiento de los propios dispositivos de protección estatal.
El neoliberalismo post-consenso de Washington no opera primordialmente bajo la lógica del «shock», por lo que es fundamental tratar de detectar esos mecanismos moleculares de acción antes que sea muy tarde. En este sentido es menester preguntarse, ¿qué supone la flexibilización de algunos parámetros de los proyectos de la Faja del Orinoco en favor de las transnacionales, y qué factores geopolíticos los propician? ¿Qué suponen algunas medidas económicas tomadas con carácter de apertura, y qué factores sistémicos los promueven? ¿Qué procesos de la acumulación de capital doméstica está administrando el Estado y cómo lo está haciendo?
Por último, es esencial hacer notar que, s i Venezuela y en general, América Latina, han basado su crecimiento en los ingresos por exportación a partir de la demanda de materias primas de China, es obvio que esto no será para siempre. Si el crecimiento chino, que muestra tendencias de frenado desde hace más de dos años —en 2012 tuvo la tasa de crecimiento más baja desde 1999 [39] —, llegara a ralentizarse o a disminuir en el mediano plazo, o bien si el gigante asiático dirigiese su mirada hacia adentro, en busca de un rebalanceo de su economía, esto tendría importantes impactos en América Latina y, en general, en la economía mundial. El asesor económico Daniel Munevar afirma que: “En este contexto, para los futuros y derivados sobre las materias primas la desaceleración del crecimiento de China sería el equivalente de lo ocurrido en el verano de 2007 con los primeros problemas de las hipotecas subprime  [40] .
Existen alternativas a estos tipos de encadenamientos sistémicos, que requieren otro espacio para exponerlas con mayor detalle. Sólo mencionamos tres elementos: desconexión selectiva, comercio de los pueblos intrarregional estilo ALBA en pro primordialmente de una soberanía alimentaria, y transiciones desde la soberanía y administración territorial visto desde las comunas.
* Emiliano Teran Mantovani es sociólogo de la Universidad Central de Venezuela, investigador del Centro de Estudios Latinoamericanos Rómulo Gallegos (CELARG) y hace Fuentes consultadas (…)
Continuemos el artículo de Atanasio Campos Miramontes esbozando qué debieron enfrentar los bolcheviques para atender necesidades e ideales de abajo.
A 100 Años de la Revolución de Octubre: por las sendas de San Peterburgo
La verdad como justicia
1 de noviembre de 2017
Por Atanasio Campos Miramontes (Rebelión)

(...)Como en toda guerra civil, los bolcheviques lucharon denodadamente por mantenerse en el poder. Si se considera que, al estallar la guerra civil, los bolcheviques sólo controlaban una minúscula parte del inmenso territorio del imperio ruso, y que la Guardia Blanca y otras fuerzas hostiles a la Revolución de Octubre contaban con una buena parte del ejercito regular, mejores armas y un fuerte respaldo del exterior, retener el poder era de por sí un enorme desafío. Durante ese periodo, también conocido como “comunismo de guerra”, todas los esfuerzos estaban dirigidos a vencer, y no a la creación de un nuevo régimen económico y social. De ahí el énfasis en la distribución (a través del decomiso) más que en la producción. El historiador L. P. Karsavin, expulsado de Rusia en 1922 junto con otros 160 distinguidos representantes de las artes y las ciencias, escribió en 1923: “¿Acaso era posible en un país donde el ejercito huía por todos los caminos, con el transporte destruido... salvar las ciudades del hambre absoluta de otra manera que no fuera decomisando y distribuyendo, robando los bancos, los almacenes, los mercados y las tiendas, y suspendiendo el libre mercado? Inclusive, con estos medios heroicos se logró salvar de la muerte de inanición sólo a una parte de la población urbana y del aparato estatal: la otra parte murió. ¿Acaso era posible obligar al aparato necesario (soldados, marineros, guardias rojas, jóvenes revolucionarios) a trabajar por esa política de otra manera que no fuera con la ayuda de las consignas, muy conocidas y comprensibles desde hacía tiempo por la propaganda socialista?... En verdad la ideología comunista [el comunismo de guerra, ACM] resultó ser una etiqueta muy idónea para una necesidad muy cruel... Los bolcheviques, al nadar con la corriente, suponían ingenuamente que implantaban el comunismo” (L. P. Karsavin. Filosofía de la historia para quienes juzgan con las anteojeras del presente. S. Petersburgo, 1993). 
Al vencer en la guerra civil, los bolcheviques tuvieron que enfrentar un desafío todavía mayor. Además de restablecer las condiciones elementales para echar andar una economía deshecha, estaban obligados a responder a las expectativas creadas por la promesa de una nueva vida. Y no sólo a la gente sencilla, sino a las mentes más refinadas. Así, por ejemplo, en una carta a L. Trotski, fechada el 6 de enero de 1920, el filosofo cosmista, V. Muráviev, decía que “por ahora el país vive a cuenta de las viejas reservas (en el sentido material y espiritual) de la riqueza cultural, o bien a cuenta de los nuevos valores producidos con base a viejos procesos productivos. Esto significa que el nuevo régimen político se alimenta de viejas relaciones productivas... Estoy lejos de negar los éxitos del poder soviético, su dimensión e importancia, pero si se plantea la cuestión de la profundidad de lo que se ha hecho, me veo obligado a expresar mis dudas. Sí, políticamente es indiscutible la victoria de los bolcheviques, pero... lo que se necesita es que cambie el subsuelo de la vida para que se lleve a cabo una profunda revolución en todas las relaciones, y en todos los modos de vida, y sus representaciones. Y en eso se ha alcanzado muy poco... Es importante, no la nueva forma de relaciones, sino la vida misma de éstas relaciones... Por ahora sólo veo un mecanismo artificialmente creado. Es necesario que viva por sí mismo, por su propia vida, que se convierta en organismo... Entonces vuestra victoria estará garantizada y en realidad estaremos ingresando a una nueva era. Entonces podremos decir si realmente ha surgido de verdad o se trata sólo de un espejismo... Mientras esto no suceda, me considero en el derecho de ver todo esto como el resultado de una revolución en pequeño sentido histórico... y aplicarle las analogías históricas y predecir su futuro destino con base a las regularidades de las revoluciones históricas que conozco”. 
Al finalizar la guerra civil, cuando prácticamente el 90% de la industria estaba parada, con un enorme ejercito desmovilizado y con armas en las manos, urgía dar empleo a millones de desocupados, y abrigo a siete millones de huérfanos y menores abandonados. Las masas que habían cobrado conciencia de su fuerza, en una situación insoportable y de franco desastre, no dejaron de expresar su estado de ánimo a través de la sublevación, y la de Kronshtadt fue aleccionadora para el nuevo poder. He aquí el testimonio de V. Serge sobre esos dramáticos días: “Al iniciar una nueva revolución libertaria, la revolución de la democracia popular, la verdad estaba de lado de Kronshtadt; ¨!Una tercera revolución!¨ -decían algunos anarquistas...
Sin embargo, el país estaba totalmente exhausto, la producción prácticamente paralizada; las masas populares no contaban ya con ningún recurso, los nervios ya no daban más. La elite del proletariado, templada en la lucha contra el viejo orden, estaba literalmente destrozada. El partido, que había engrosado sus filas a cuenta de los arribistas, no inspiraba mucha confianza. Otros partidos eran demasiado pequeños, con más que dudosas posibilidades. Evidentemente éstos podían recuperarse en pocas semanas, pero sólo por cuenta de miles de inconformes enfurecidos, y no de entusiastas de la joven revolución como en 1917. A la democracia soviética le faltaba inspiración, organización y cabezas perspicaces, tras ella sólo había masas hambrientas y desesperadas. La oposición pequeño-burguesa reemplazó la demanda de consejos electos libremente por la consigna de ¨!Consejos sin comunistas!¨. Si la dictadura bolchevique caía, hubiera seguido el caos inmediato, en éste los alzamientos campesinos, la matanza de comunistas, el regreso de emigrantes y, por último, de nuevo la dictadura, pero a causa de las circunstancias, ahora anti-proletaria. Tales eran las perspectivas que entreveían los emigrados... lo cual fortalecía la decisión de la dirigencia en acabar rápido y a cualquier precio con Kronshtadt. Y estos no eran razonamientos abstractos. Sólo en la parte europea de Rusia se tenía conocimiento de cincuenta focos de revueltas campesinas...
En estas condiciones el partido debía retroceder, reconocer como insoportable el régimen económico, pero mantener el poder. A pesar de todos los errores y abusos, el partido bolchevique representaba en ese momento la fuerza más organizada, racional, confiable y sensata, a la que, a pesar de todo, se debía confiar. La revolución no tenía otra base, y no resistiría una renovación más profunda” (Memorias de un revolucionario. Orenburg, 2001). Entonces Lenin concibió la Nueva Política Económica (aunque él la consideró como un paso atrás para poder avanzar, en realidad era el único paso adelante posible). Gracias a la NEP, en poco tiempo Rusia retomó la senda del crecimiento, y para 1924 en muchos rubros se habían alcanzado los niveles previos a la Primera Guerra Mundial, mientras que en otros se superaban. Tal es el caso de la producción de electricidad, que se rebasaba en un 150% el nivel de 1913. Y, lo que es más importante, ya para 1923 se revierte la catastrófica tendencia demográfica, al incrementarse la población en casi tres millones de habitantes. Una vez más se hizo patente que, en situaciones cardinales, Lenin siempre demostró tener un espíritu flexible y libre de dogmas, un fino tacto y una audacia política sin igual, así como un saludable pragmatismo. 
Con la victoria de los bolcheviques en la guerra civil, se demostró en los hechos que el programa de octubre fue el que menos resistencia encontró en el pueblo ruso, porque, más que culminar la demolición del viejo orden (iniciado por la revolución de febrero), hacía eco de las demandas y aspiraciones más sentidas de las mayorías campesinas, obreras, y de los soldados que combatían en el frente. Desde su regreso a Rusia, Lenin tuvo que nadar a contracorriente de la mayoría de los dirigentes bolcheviques, así como de los dirigentes de socialistas revolucionarios, mencheviques, cadetes, etc., fuerzas relevantes de los acontecimientos de esos meses cruciales: negociación inmediata con Alemania de una paz separada (en contraposición del gobierno provisional dominado por las fuerzas mencionadas: paz hasta la victoria); tierra y libertad a los campesinos (esperar que fuera decretada por la Asamblea Constituyente); República de Consejos (democracia parlamentaria de tipo occidental)... Mientras tanto, los hechos hablaban por sí mismos: la conducción desastrosa de la guerra hacía más frecuentes la deserción, sublevación, y hasta la confraternización de los soldados; el incendio de haciendas y la violencia en el campo cubría ya el 90% de las provincias; la conformación de los consejos era una respuesta espontánea a la parálisis de los gobiernos locales, y al proceso de desintegración del viejo orden. Estas propuestas atendían el llamado a evitar una catástrofe mayor en todo el país. No es casual que N. Berdiaev, tal vez uno de los críticos más profundos de la revolución rusa, escribiera que “los bolcheviques para nada eran maximalistas, ellos eran minimalistas, siempre actuaron en dirección de la menor resistencia... en consonancia con los instintos y deseos de los soldados... campesinos... y obreros. Maximalistas eran quienes querían a toda costa continuar la guerra, y no quienes luchaban por terminarla cuando esta se desataba ya dentro de Rusia... El bolchevismo fue una forma transfigurada de la realización de la idea rusa, y por eso venció.... la salvación sólo puede venir del nacimiento de una nueva vida” (N. Berdiaev. Reflexiones sobre la Revolución Rusa. Berlín, 1924). 
La revolución, como portadora de un auténtico ideal social, avanza como un potro indómito que los bolcheviques sometieron por la fuerza (es decir, dictadura), a fin de darle sentido y dirección. De lo contrario, el aliento de la revolución se ahoga en el torbellino social o se consume en la hoguera de la guerra civil. En su panfleto La Inteligentzia y la Revolución, escrito el 9 de enero de 1918, Blok inquiere a buena parte de sus contemporáneos: “¿Y qué pensaban? ¿Qué la revolución era un idilio? ¿Qué la creación no destruye nada en su caminar? ¿Qué el pueblo era un corderito? ¿Qué cientos de ladronzuelos, de gentes que les encanta “calentarse las manos” no intentarían hacerse de lo que no estaba en su lugar? Y, finalmente, ¿qué la querella secular entre la “plebe” y los de “sangre azul”, entre los “ignorantes” y los “instruidos”, entre el pueblo y la inteligentzia sería resuelta “sin sangre” y “sin dolor”?”. En ese mismo artículo Blok se responde a sí mismo: “La revolución es semejante a la naturaleza. Qué pena para quienes piensan encontrar en la revolución sólo la realización de sus ensoñaciones, por muy sublimes y nobles que éstas sean. La revolución, cual torbellino tempestuoso, cual tempestad de nieve, siempre trae algo nuevo e inesperado; engaña cruelmente a muchos; en su remolino mutila con facilidad a los justos, y con frecuencia arroja a tierra firme sanos y salvos a los indignos; pero esos son sus pormenores que no cambian ni la dirección general de su corriente, ni aquel temible y ensordecedor rumor que emite su torrente. Indistintamente ese rumor es siempre sobre algo grandioso.” 
Según distintas estimaciones, durante la guerra civil murieron entre 10 y 12 millones de personas. En su gran mayoría fueron victimas del desmantelamiento de la economía y del aparato del Estado, del caos social y económico. Las principales causas de muerte fueron la privación de los medios de vida, consecuencia del desbarajuste económico y la ausencia de un orden elemental que atendieran el hambre, las enfermedades, las epidemias, y la proliferación de la delincuencia. El desplome de las instituciones estatales, proceso que comenzó en febrero de 1917, desencadenó lo que algunos pensadores actuales llaman “la guerra molecular de la sociedad”: violencia de numerosos grupos delincuentes, todo tipo de querellas entre vecinos, pobladores, familias, tendían a resolverse por vía de la fuerza, aunque luego las hacían pasar por rencillas políticas. Entre 1918 y 1922 murieron 940 mil guardias rojos, en su mayoría de tifus. Si bien no hay datos exactos de las pérdidas de vidas humanas entre la Guardia Blanca, los historiadores coinciden en que fueron mucho menores. Esto quiere decir que la inmensa mayoría (nueve de cada diez) no murió en el frente de batalla, sino a causa del quebranto de las bases normales de vida. En estas condiciones, cuando distintas fuerzas radicalizadas pugnaban por menos Estado (liberales, anarquistas, levantamientos campesinos, etc.) ¿acaso había otra vía de salvación que no fuera la dictadura para someter el caos al orden? M. Prishvin, el único de los escritores destacados que pasó todos estos años en el campo, anotó en sus diarios el 11 de septiembre de 1922: “El campesino se opone a los comunistas, porque se opone a todo tipo de poder...” Y así lo percibió Mayakovski: 
Este torbellino,
de la intención al fusil,
y a la obra de construcción,
y al humo de la hoguera
el Partido los tomó
en sus manos,
los dirigió, y los puso en formación. 
En realidad aquí hay un problema que tiene que ver con la interrelación dialéctica entre cultura y civilización; entre el caos de los elementos y el orden social. Es conocido que la civilización en general emerge cómo resistencia a la propensión natural de las comunidades humanas al relajamiento, surge como una aspiración a moderar la efervescencia, a imponer determinados límites, diques, a los elementos que tienden a la ebullición permanente. En su base misma la civilización es, antes que nada, una forma artificial de autodefensa del hombre con respecto a sí mismo. La civilización siempre implica denodados esfuerzos, ya que las comunidades humanas se mueven en dirección al menor esfuerzo. Cuando los avances culturales (nuevos valores espirituales, políticos, morales, artísticos, científicos, técnicos...) van preparando las rupturas revolucionarias, llega un momento en que esas quiebras tienen que ver hacia atrás, hacia la tradición, para consolidar los nuevos valores e incorporarlos, como elementos perdurables, a la civilización humana. De lo contrario, la ruptura revolucionaria se vuelve una propuesta vana, que no aporta, que no enriquece, que no responde a las demandas y necesidades de los sujetos sociales emergentes. Este proceso de incorporación y consolidación de valores se realiza mediante las instituciones, leyes y normas, creadas o adaptadas con ese propósito. Esa es la razón, por la que, después de épocas revolucionaria, enseguida deviene el problema del sometimiento de los elementos sociales desatados, que después de romper los obstáculos que impedían la realización de sus aspiraciones, comienzan a amenazar las propias bases que podrían permitir dar respuesta a sus propios anhelos. Es decir, deviene la necesidad del orden, de la imposición del nuevo poder, correspondiendo a la civilización plasmar los nuevos logros de la cultura. Así, mientras que la cultura tiende a ser abierta y expansiva, dinámica, nómada y ligera; por el contrario, la civilización tiende a ser cerrada e introvertida, sedentaria, lenta, estática y petrificada. Esta tensión dual caos-sistema también es inherente a la creación artística: “Si la revolución, política o cultural, conduce al caos, es preciso preocuparse de que su inercia, que tiende siempre al caos, resulte creativa en última instancia, y no se condense en formas primitivas, o bien en formas aún no definidas del todo.” (D. Lijachiov. Ensayos de filosofía de la creación artística. S. Petersburgo, 1999). El mismo autor sostiene que “en esencia hay dos tipos de ideas, o más exactamente dos estados de las teorías... un tipo de ideas precede a la aparición de un nuevo estilo, como si le abriera el camino, sometiendo a la destrucción el estilo predecesor y su ideología. El otro tipo de ideas aspira a la realización, a la materialización del nuevo estilo. Estas ya no son simplemente ideas, sino un riguroso sistema de ideas, una ideología, que conlleva al fin de cuentas a la petrificación del nuevo estilo, misma que anuncia su propio fin.” Así, las revoluciones, más temprano que tarde, terminan por enfrentar una paradoja: sistematizar (civilización) lo que por su propia naturaleza (cultura) se desarrolla alimentándose de los elementos en ebullición (es decir, sin norma, sin prescripción, de lo contrario se le reduce al papel de mera técnica). De esta manera, si la civilización implica fuerza y organización, entonces ese fue precisamente el papel del Partido Bolchevique en la Revolución. 
Ahora bien, el proceso inverso también es muy conocido: cuando las clases dominantes echan mano de la civilización, de las leyes, normas y todo la maquinaria del Estado para someter todo a sus designios y; al pretender “civilizarlo todo”, los diques institucionales y normativos impuestos (concebidos como marcos de autodefensa de la sociedad) terminan por encadenar los procesos expansivos de la cultura, hasta que se forma una masa crítica, y una presión tal que, al estallar el sarcófago institucional que la encierra, se liberan en forma de transformaciones profundas o revoluciones, desatando a los elementos que tienden a barrer con todo a su paso... M. Volóshin, testigo de la hecatombe revolucionaria que condujo a la guerra fraticida, escribió en 1923 el poema Por las Sendas de Caín: 
El mundo es una escalera,
y por sus peldaños
camina el hombre.
Palpamos todo
lo que él deja en su camino.
Los animales y las estrellas
–residuos de carne,
chamuscada en el fuego de la creación;
todo en su momento
sirvió al hombre de apoyo,
y cada escalón
fue una revuelta del espíritu creador.
Con la revolución se hizo evidente que, al fundar San Petersburgo, Pedro I no abrió una ventana a Occidente, sino tan sólo una rendija, a través de la cual sólo se asomó la estrecha cabeza de la elite política y económica. Y, desde entonces, como en ningún otro país, se fueron formando en Rusia dos pueblos diferentes: el del señor (Barin) y el del campesino (mujik). Mientras que en otros países de Europa las sociedades presentaban cierta graduación social, en Rusia existía una hendidura abismal entre esos dos mundos. Para algunos estudiosos, esta hendidura rebasaba el carácter meramente clasista, y llegó adoptar rasgos, inclusive, antropológicos, constituyéndose dos pueblos dentro de un mismo país que no se entendían entre sí. Esa abismal escisión entre la elite y el pueblo, que como nadie entendió A. Blok, creó las bases para que la guerra civil se desatara con una violencia de envergadura realmente cósmica. Y en la literatura rusa del Siglo XIX, con todo y su sorprendente humanismo, nunca se escuchó con plena nitidez la voz autentica del mujik. La maravillosa literatura rusa del Siglo XIX es predominantemente citadina, y sus personajes son los pequeños hombrecitos que produce la modernidad como sueño o realidad. Por primera vez en la poesía de Esenin se escucha la voz de esa inmensidad campesina de Rusia. Luego vendrían M. Prishvin, M. Sholojov y A. Platonov en la prosa. Sólo con el colosal impulso modernizador que por primera vez incorpora a “los de abajo” se fue conformando esa corriente de la literatura rusa del Siglo XX, conocida hasta hay día como literatura aldeana, como una continuidad y expresión transfigurada de la visión autóctona (eslavófila) de la senda rusa... 
* * * 
Pero si en 1917 Petrogrado, la ciudad más politizada del mundo, contaba con casi dos millones y medio de almas, al terminar la guerra civil en 1920 su población era de apenas 722 mil habitantes. Las brigadas obreras y los soldados revolucionarios conformaron la Guardia Roja, que sería el núcleo del futuro Ejercito Rojo. Miles de jóvenes fueron movilizados al frente, y la mayoría de los habitantes de la ciudad emigró al campo en busca de alimentos. Petrogrado vivió días aciagos de asedio, hambre, frío, y terror. Pero en medio de las balas asesinas, entre la sangre de inocentes, brotaba obstinadamente la nueva vida: pocos días después de la muerte de A. Blok, fue fusilado injustamente el poeta N. Gumilev, al mismo tiempo en la ciudad se abrían nuevos teatros, museos, escuelas, y renacían los círculos literarios y artísticos. Después de 1917, al decretarse la abolición de la propiedad privada de los inmuebles, la arquitectura de Petrogrado atravesó por un largo y desastroso periodo, principalmente como resultado de la reubicación de miles de sus habitantes de los distritos obreros a los barrios centrales de la ciudad, violentando las estructuras funcionales de las viviendas, edificios y mansiones. Los exquisitos muebles, los decorados y pisos de madera sirvieron de leña para proteger del frío invierno a una población agobiada. Los majestuosos palacios pasaron a ser museos e institutos de arte; los antiguos palacetes fueron convertidos en palacios de la cultura, clubes obreros, artísticos y deportivos. Con el enfrentamiento entre el nuevo régimen y la Iglesia Ortodoxa fueron cerrados varios templos... El resultado fue la perdida parcial, y en algunos casos, definitiva, de las cualidades artísticas de los inmuebles ocupados por los refugiados y las clases bajas. Pero a pocos días de que los bolcheviques tomaron el poder, el arquitecto constructivista, Lev Rudnev, dirigía ya la construcción del memorial a los luchadores de la Revolución en el Campo de Marte. Ivan Fomin y Rudolf Káiser participaron en el proyecto con el diseño los trazos geométricos de los paseos y prados de la inmensa plaza: el conjunto se inauguró en 1923.
Cuatro años después, bajo la dirección de los arquitectos A. Nikolski, G. Siomonov, y A. Tegelho, concluyó la construcción del conjunto arquitectónico de la avenida del Tractor, y la Plaza de las Huelgas, en las que se manifiestan claramente los trazos del estilo constructivista: los autores unieron en la escuela “Diez Años de la Revolución de Octubre” el eje principal del conjunto, combinando de manera original los volúmenes diferenciados de las construcciones. Precisamente en este distrito empieza la construcción masiva de vivienda para los trabajadores de Leningrado. Asimismo, en las Puertas de Narva, Tegelho, junto con D. Krichevski, proyecta la plaza de Narva, poniendo como referencia espacial al Palacio de Cultura “M. Gorki”, el primer de la ciudad. Estas edificaciones son consideradas prototipos clásicos del Constructivismo ruso, con sus características formas y volúmenes geométricos precisos, y enormes superficies de vidrio en sus fachadas... 
* * * 
Pero la nueva vida no había terminado de nacer. Y el crecimiento, como el de todo ser, una y otra vez sería perturbado por los padecimientos de la infancia, por accidentes, tropiezos y tropelías. “La sombra del ala de Lucifer” no había asomado toda su envergadura. Tal vez a eso se refería Blok, en 1920, cuando escribía que “la gente dormía endiablada y despiadadamente, muchos duermen todavía hasta ahora; y, no obstante, el nuevo mundo ha navegado con ímpetu sobre nosotros, convirtiendo los años, que vivimos y hemos vivido, en centurias... Aún nos aguardan muchas cosas insospechadas: nos esperan acontecimientos que habrán de ponerle cruz a las vidas y a las concepciones de los hombres más clarividentes, lo cual ya sucedió más de una vez en los años recientes”. 
Copenhague, diciembre de 2003. 

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