viernes, 28 de junio de 2019

Las elecciones están subordinadas al poder real y el PJ es clave en este sometimiento.

¿Este qué mundo legitima? El de apariencias democráticas porque casi toda la humanidad
vuelve las espaldas a que:
 

El capitalismo globalizado, es
la principal causa del calentamiento global
25 de abril de 2019
 
Por Paul Walder
Alai
Este lunes 22 de abril se celebró el Día de la Tierra. El homenaje, instaurado desde 1970, adquiere cada día más fuerza, no por su ritual ni los festejos, sino por la urgencia, ya evidente, de frenar el proceso de calentamiento global y sus efectos sobre el planeta. Con toda la comunidad científica de acuerdo sobre las causas de este fenómeno y con una clase dirigente global ya lo suficientemente informada sobre el proceso y sus catastróficos eventos, la temperatura media de la Tierra continúa en ascenso con el riesgo inminente que el cambio climático ya sea irreversible.  
Los cambios que ha provocado en el planeta la quema de combustibles fósiles desde la Revolución Industrial, en sus inicios carbón y actualmente petróleo, apuntan a esta actividad como la principal causa del drama que hoy vivimos. Hay una relación directa entre nuestro modo de vida y sus efectos en el medio ambiente, una relación que arriesga nuestra futura presencia, tal como la hemos vivido desde el neolítico, en el planeta.  
El punto más crítico en el calentamiento global es la emisión de dióxido de carbono (CO2) aunque la explotación indiscriminada de recursos naturales contribuye a otros fenómenos críticos que afectan los ecosistemas, las especies animales y vegetales y, por cierto, a los humanos. Las mediciones y registros que se realizan sobre la concentración de CO2 muestran un incremento sostenido desde la industrialización, que aumenta de manera progresiva junto a las tasas de crecimiento económico. Durante las últimas décadas este ritmo no se ha apaciguado, con la sola excepción del 2009, año de recesión provocado por la crisis global de las hipotecas subprime.  
Los efectos en el clima son ya innegables. Tanto, que las organizaciones globales como la ONU y los países miembros han asumido desde hace décadas que es necesario disminuir las emisiones de carbono. De lo contrario, en pocos años más ya será tarde para frenar el calentamiento. La superación en pocos grados la temperatura actual desatará alteraciones que harán muy difícil la vida futura en el planeta. Un escenario que conoce, o debiera conocer, desde hace mucho tiempo toda la clase dirigente.  
Ha sido el movimiento ecologista el que ha levantado desde finales del siglo pasado la alerta. Pero su activismo no ha sido suficiente, o fue errado. Hoy, cuando el fenómeno ya tiene un carácter de urgencia, es posible observar de manera crítica las equivocaciones que cometió este movimiento al no enfrentar directamente sus causas: el modelo capitalista desregulado y hoy globalizado.  
Los movimientos ecologistas tradicionales evitaron un enfrentamiento directo con las fuerzas políticas y, principalmente, con los dueños del capital. Esta evasión ha tenido como consecuencia la apropiación de las medidas para enfrentar el calentamiento global por las clases políticas que conviven muy bien con los programas de las grandes corporaciones y el sistema financiero mundial. De ahí políticas como los bonos de carbono, inversiones de las cuales han gozado inversionistas y especuladores y que poco han hecho para frenar las emisiones de carbono.  
El curso que han seguido los acontecimientos durante los últimos años ha sido desastroso. No sólo las emisiones no dan tregua, sino también asistimos a una degradación en todo su sentido de las clases gobernantes, hoy expresada en un poder detentado por banqueros, especuladores, corruptos de toda ralea y hasta comediantes. Si las decadentes socialdemocracias se han dedicado a mirar hacia otro lado cuando le han enrostrado la gravedad de los registros, ha comenzado a controlar las políticas nacionales y mundiales actores que hacen de portavoces de las corporaciones y del gran capital. El caso más significativo es Donald Trump y Jair Bolsonaro, que han optado por la ceguera, la ignorancia y la negación, porque sí, del calentamiento global.  

Trump y la ultraderecha inscrita en movimientos como el Tea Party actúan como si Estados Unidos, el mayor responsable de las emisiones, no fuera parte del planeta Tierra. El retiro de esta nación el 2017 del Acuerdo de París es posiblemente el evento más significativo en el ideario conservador y el que marca el momento presente para el movimiento ambientalista, hoy retomado por nuevas generaciones que observan que no tendrán un futuro más o menos tranquilo sobre la faz de la Tierra. La retirada de Estados Unidos del Acuerdo de París se instala como el momento en que el gran capital le declara la guerra al mundo y a sus habitantes. De cierta forma, debemos agradecer a Trump por haber transparentado el plan: el modelo capitalista basado en la quema de combustibles fósiles no dará tregua.
El capitalismo en su actual fase actúa como una religión. Y una religión tiene creencias que resisten a cualquier evidencia que pueda alterarlas. El modo de vida que desarrolló Estados Unidos apoyado en los combustibles fósiles, se ha levantado como el paraíso en la Tierra. Un modelo que el proyecto de globalización económica y financiera se ocupó de exportar. Como consecuencia, apertura de mercados e integración de todas las naciones del mundo al mismo sistema y aumento sin precedentes de las emisiones, de la explotación de recursos naturales y de la mercantilización de todo lo existente. Sobre esta base, que mezcla el conservadurismo y el miedo, se ha instalado el negacionismo climático, hoy difundido mediante mentiras a través de la prensa afín y las redes sociales. 

Ante la fusión explícita de estos grupos gobernantes con los intereses del gran capital y ante el temor de perder sus vínculos con las corporaciones de otra clase política, cualquier cambio a los crecientes niveles de emisiones no pasa por este poder en decadencia. El freno al calentamiento global pasa por un cambio radical de las fuentes de energía y el reemplazo del modelo neoliberal globalizado, un impulso que toma fuerza desde las millares de localidades que ven afectados sus territorios por el impulso de esta nefasta globalización que solo ha favorecido a las elites y su insondable codicia.  
Estamos ad portas de un camino sin retorno a la más grave transformación que ha sufrido la Tierra desde el descubrimiento de la agricultura y las primeras tecnologías. Si los movimientos sociales no logran hacer crecer con fuerza sus demandas por un freno al capitalismo y su despilfarro de recursos naturales esta vez ya será tarde. Ante la urgencia, la única posibilidad es el levantamiento de todos nosotros, los terrestres, en la defensa de la Tierra, nuestro único hogar.  
Paul Walder, periodista y escritor chileno, director del portal politia.cl . Analista asociado al Centro Latinoamericano de Análisis Estratégico (CLAE, estrategia.la )
 
 
 
 
Estamos, abajo y a la izquierda, con el desafío internacionalista revolucionario de unir planetariamente todas las luchas anticapitalistas que concretan las autoorganizaciones de todos los pueblos por justicia social y ecológica hacia conseguir cambios radicales en los sentidos comunes de las grandes mayorías. Porque:
 
 
 
En el capitalismo unos fuegos arden más que otros
Notre Dame y la selva amazónica
25 de abril de 2019
 
 Por Renán Vega Cantor
 
“Es una tragedia el incendio de Notre Dame en Francia, pero seguramente la reconstruirán. Ahora, ¿por qué no es una tragedia el incendio de miles de hectáreas en la Amazonia de Colombia, en nuestro país? ¿Por qué la gente no se “conmueve” con esa catástrofe nacional? ¿Por qué no suben a Facebook fotos de los bosques o los animales quemados? Eso sí que nunca se podrá reconstruir.” Mauricio Cote, citado en Julio Andrés Rozo, “Envidia: Notre Dame recogió 800 millones de euros en 3 días y la Amazonia 5 pesos”, Dinero, marzo 18 de 2019. “¿Qué estamos viendo? […] ‘El fin del mundo. En este momento están quemando el último espacio grande de selvas del piedemonte colombiano. De donde sale el agua del futuro, donde está la biodiversidad. Todo por tres putas vacas y por la corrupción’”. Brigite Baptiste, citada en María López, “El fracaso del ambientalismo colombiano”, Semana, marzo 18 de 2019. os medios de desinformación colombianos al hablar del incendio de la catedral de Notre Dame utilizaron titulares ditirámbicos y lacrimógenos del variado tono, con poca originalidad porque se limitaron a reproducir lo que decían los poderes mediáticos de Europa, Mencionemos algunos. 10 cifras para entender por qué la humanidad llora a Notre Dame, fue el título de Dinero (de El Tiempo); ¡Llora la humanidad! Así quedó el interior de la catedral de Notre Dame en París, repite El Diario del Cauca; Paris y el mundo lloran a Notre Dame, titulan los Diarios del César y del Magdalena, replicando un título de periódicos europeos; Notre Dame: el dolor que unió a la humanidad, titula Semana, la cual encabeza otra nota de esta forma: Lo que pierde la humanidad con el incendio de la colosal catedral de Notre Dame. Estos titulares se refieren a un incendio que afectó a una edificación medieval, que no fue resultado de ningún ataque, sino de un accidente o un descuido.
Llama la atención que ese mismo ruido mediático no se presente cuando los poderes imperialistas occidentales además de masacrar seres humanos destruyen en forma directa alguna reliquia cultural, histórica o religiosa, como lo han hecho en diversos lugares del mundo en las últimas décadas, destacándose por su crueldad el ataque al patrimonio histórico y cultural de Irak, tras la invasión de los Estados Unidos en 2003. Tampoco se hace un bochinche parecido al de Notre Dame para referirse a los ataques diarios que con saña criminal realiza el Estado de Israel en tierras palestinas, en donde bombardea, arrasa y quema las construcciones de sus indefensos habitantes. Ante esos fuegos que destruyen seres humanos en forma planificada y sistemática no hay humanidad que valga, ni recolectas millonarios, ni transmisión en vivo y directo de los principales canales de televisión mundiales. Sobre lo sucedido en Notre Dame se han difundido miles de fotos y videos para presentar la magnitud de las llamas, que se replican en los medios de desinformación colombianos, al hablar de un lugar perfectamente localizado, de poca extensión, y cuyo impacto ambiental es mínimo. La pérdida es histórica y artística y, aunque significativa, no tiene la magnitud, ni el efecto catastrófico de los incendios que en este mismo momento, y desde hace varios años, se producen en forma ininterrumpida en nuestras selvas del sur del país, como parte del proyecto del bloque de poder contra-insurgente, encabezado por los terratenientes, junto con las multinacionales, de convertirlas en potreros para sembrar vacas o/y promover cultivos como la palma aceitera.
Resulta aleccionador que en Colombia y más allá se haga un gran despliegue mediático al referirse al incendio de Notre Dame, pero ni se mencionen otros incendios de magnitud colosal, frente a los cuales las llamas de la catedral de París aparecen como un juego de niños, algo así como la chispa de una cerilla, mientras que lo que acontece en nuestra selva amazónica tiene dimensiones de un cataclismo nuclear, con un fuego gigantesco, interminable y dantesco. Además, el incendio del que hablamos es premeditado y lo organizan los nuevos y viejos terratenientes y sus ejércitos paramilitares en las selvas colombianas. ¿Qué es lo que se está incendiando, sin que eso ni siquiera se nombre?
Dantesco fuego en la Amazonia
En la Amazonia colombiana está en marcha un ecocidio planificado, que recurre a los incendios para acentuar la deforestación, es decir, la desaparición del bosque natural para convertir la selva en sabanas artificiales, que se llenan con vacas. Se encuentra en marcha el incendio en el territorio de los departamentos de Guaviare, Caquetá y Amazonas. Algunos datos muestran el impacto de lo que acontece: el 65% de la deforestación del país se concentra en la Amazonia; en 2018 fueron deforestadas 200 mil hectáreas; cada hora son destruidos 13 mil árboles; cada sesenta minutos desaparecen diez hectáreas de bosque; la mayor parte de la destrucción se presenta cerca de una carretera o a las orillas de un río principal; en diciembre de 2018 se habían detectado 2156 incendios en la región amazónica de nuestro país; entre 2010 y 2017 desaparecieron 1.400.000 hectáreas de bosque natural y unos 20 millones de árboles. Las implicaciones de este ecocidio no tienen parangón, porque “tumbar una hectárea de bosque es arrasar al menos 14.000 árboles de 600 especies distintas. Talar un árbol en la Amazonia es acabar con miles de insectos, centenares de aves y decenas de mamíferos que obtienen alimento de su tronco, hojas, flores y frutos” 1.
De esas 600 especies, luego de la tala solamente se aprovechan dos, porque ni siquiera el objetivo es la madera ni su potencial forestal, sino quemar la tierra para apropiarse de ella a la fuerza. Para ser más precisos: “Lo que perdemos no sólo son palos de madera. En una sola hectárea de bosque hay un contenido, un ecosistema forestal conformado por fauna, flora, suelo y relaciones ecosistémicas que queda destruido. Además, pone en riesgo el soporte de vida de los campesinos, quienes necesitan de la fauna de monte para sobrevivir”2. La destrucción de cada árbol supone arrasar con las 50 relaciones ecológicas que cada uno de ellos tiene, ya que “en un árbol hay miles de insectos de centenares de especies que interactúan con él. Cientos de especies de aves lo visitan a diario para alimentarse de sus frutos, quienes además esparcen sus semillas en otras zonas”3.
Ahora bien, ¿quiénes están detrás de los incendios y la deforestación, puesto que esta no es una acción de la naturaleza? La respuesta es simple: los mismos que siempre en Colombia se han apropiado de las “tierras nacionales” y los baldíos, es decir, los terratenientes y ganaderos, ahora asociados a las grandes empresas multinacionales y sus súbditos capitalistas locales. Esto quiere decir que los incendios, a diferencia de lo que sucedió en Notre Dame, son causados de manera intencional, con el fin de despejar la selva, convertirla en sabana y apropiarse de ella. Eso solo lo pueden hacer aquellos que poseen grandes reservas de dinero y capital y, para cumplir su propósito criminal, contratan a paramilitares para que destruyan la selva. Esta acción arrasa con los suelos, genera erosión y contribuye de manera directa al calentamiento global al liberar las toneladas de dióxido de carbono que contienen los árboles, ya que se estima que en cada hectárea de bosque amazónico se almacenan 250 toneladas de dióxido de carbono.
Por eso, cuando esa hectárea de bosque se quema y se tala, esas toneladas de CO2 son liberadas a la atmósfera. Así, de las 144 mil hectáreas de bosque arrasadas en 2017 en la Amazonia se liberaron en promedio 36 millones de toneladas de este gas de efecto invernadero y con ello se calentó aún más nuestro achicharrado planeta. Con los suelos desnudos, se desprende material rocoso lo cual aumenta el caudal de los ríos y estos se desbordan, produciendo desastres como el de Mocoa en 2018, cuando “los suelos desnudos sin vegetación en la parte alta de las montañas se desprendieron, generando una avalancha de rocas, lodo y agua que ocasionó la tragedia”4.
En concreto, tres sectores tienen una incidencia directa de los incendios y deforestación de la selva amazónica colombiana, el ganadero, el palmero y el del transporte, que a su vez está asociado a la extracción de hidrocarburos. Solamente en los alrededores de Chiribiquete se incrementó el hato ganadero entre 2015 y 2018 en medio millón de cabezas de vacas. Y como respaldo el Estado colombiano, un “Estado pirómano y deforestador”, cuya presencia en la región, antes y después de las Farc, es puramente represiva y se limita a apoyar, abierta o soterradamente, los proyectos ganaderos y extractivistas, lo cual se remonta a finales del siglo XIX, con el ciclo ecocida y genocida del caucho. Porque el Estado colombiano solo sabe de bombardear insurgentes y campesinos o fumigar con glifosato, pero jamás le ha importado ni la selva ni sus habitantes, en razón de lo cual es un promotor activo de la deforestación. No sorprende en esa dirección que el Plan Anti-Nacional de Sub- Desarrollo del gobierno de Iván Duque contemple una tasa de deforestación anual del 23%, unas 220.000 hectáreas, para un total de un millón de hectáreas en los próximos cuatro años, con lo que se arrasaría con 14 millones de árboles.
Nuevamente, la pregunta es ¿en manos de quiénes queda ese millón de hectáreas despojados de su cubierta selvática? No precisamente de campesinos sin tierra, sino de gente adinerada, proveniente del centro de Colombia, porque “con la salida de la guerrilla llegaron nuevos actores políticos a tomar control a esos sitios, que buscan la titulación por parte del Estado y tienen una intencionalidad territorial por medio de la apropiación y el dominio”5. No es solamente una apropiación económica, lo es también política, puesto que se busca erradicar cualquier influjo que haya podido quedar del movimiento guerrillero, para instalar en la zona a paramilitares, matones y sicarios a sueldo de ganaderos, terratenientes, y empresas multinacionales, con el fin de eliminar cualquier obstáculo que se oponga a su proyecto de destruir la amazonia y convertirla en una fuente de efímeras ganancias.
Incendios en Chiribiquete, el paraiso de la biodiversidad
Un lugar emblemático por su riqueza biológica y cultural es el Parque Nacional de Chiribiquete, situado en la serranía del mismo nombre, con un área de 4.268.095 de hectáreas, ubicado entre los departamentos de Guaviare y Caquetá, en territorio de la cuenca amazónica colombiana. Este parque natural es tres veces más grande que el Parque Nacional Serengueti en África. Chiribiquete significa en karijona “cerro donde se dibuja”.
A este lugar se le ha bautizado de varias maneras: el arca de Noé por su biodiversidad; la “Maloca del Padre Jaguar”, para hacer referencia a dos componentes (uno humano y otro natural), emblemáticos de la cultura construida durante miles de años; también se le ha denominado con el anacronismo eurocéntrico de la “Capilla Sixtina de la Amazonia”. Entre sus enormes riquezas biológicas se encuentran: 708 especies de flora, 216 de peces, 53 de anfibios, 41 de reptiles, 410 de aves y 30 de mamíferos, entre medianos y grandes, 293 de mariposas, 261 de hormigas, 3 de nutrias y 48 de murciélagos. (Ver mapa). Hasta ahora se han encontrado 1.333 especies, pero se calcula que pueden ser el doble, porque cada vez que se levanta una piedra se descubre una nueva especie. En el Chiribiquete viven el 70 por ciento de los mamíferos, el 35 por ciento de las aves, el 51 por ciento de los reptiles, el 40 por ciento de los anfibios y el 70 por ciento de los peces continentales presentes en nuestro territorio.
En Chiribiquete los árboles alcanzan hasta 20 metros de altura y se erigen las montañas rocosas, conocidas como tepuyes (“La mesa de los Dioses”, en lengua indígena), una formación de 1.500 millones de años de antigüedad, con una extensión de 240 kilómetros de largo y 90 de ancho y una altura de hasta 800 metros. Entre su riqueza cultural e histórica se destaca que es el lugar del mundo en donde se encuentra la mayor cantidad de arte rupestre, con una antigüedad de hasta 20 mil años, atribuidos a los Karijonas, una etnia ya desaparecida. Cuenta con 36 abrigos rocosos de diferente tamaño, en donde existen unas 250 mil pinturas, distribuidas en unos 60 paneles rupestres, cada uno de siete metros en promedio.
En esas pinturas se pueden identificar mamíferos de la zona (chigüiros, monos, perezosos y venados), caimanes, tortugas, peces e insectos y también representaciones de plantas (yopo, ayahuasca y coca). “¿Cómo fue creado este misterioso lugar? ¿Quién tuvo la habilidad para pintar figuras en sitios con más de 300 metros de altura? ¿Cuál es el significado de los pictogramas regados en los tepuyes de su serranía […]?”6 Cerca de Chiribiquete habitan los macuna, barasano, eduria, tatuyo, tuyuca, itana y carapana, de la familia lingüística tukano, los cuales se identifican como “hijos del jaguar del Yuruparí”. Alrededor del parque existen 21 resguardos indígenas de diferentes grupos étnicos, también afectados por el ecocidio.
Chiribiquete fue descubierto hace treinta años. Luego de la ida de las Farc, que contaba con diez frentes alrededor del lugar, se ha abierto el espacio para la nueva conquista de este paraíso de la biodiversidad. La nueva conquista recurre al fuego criminal para limpiar la selva y dejarle el camino expedito a terratenientes, ganaderos y empresas extractivistas. En el 2018, las quemas ocurrían en territorios aledaños y en el interior del Parque de Chiribiquete, hasta el punto que pusieron en peligro las grutas en donde se encuentran las pinturas rupestres. Las llamas estuvieron a solo 500 metros de estos impactantes dibujos ancestrales. Además, "el fuego ya ha afectado más de 300 hectáreas de selva al costado norte del cerro, el hogar de cientos de especies animales y vegetales, muchas de ellas endémicas y algunas de las cuales quizás pertenecen a especies sin descubrir7.
Hasta este momento del parque han desaparecido más de 1000 hectáreas, abrazadas por las llamas y luego deforestadas. En este emblemático lugar, y en toda la región, la principal amenaza la constituyen la usurpación de baldíos, la ganadería extensiva, la extracción de madera, los cultivos de coca, las carreteras y posibles proyectos extractivos. “La deforestación está desaforada en la zona, principalmente porque ya no hay un actor armado que haga las veces de autoridad y porque el Estado se ha demorado mucho en hacer la debida presencia […] La gente se está apropiando de las tierras, y ni siquiera con ganado sino simplemente tumbando árboles” 8. En el futuro inmediato, si no se detienen los incendios y la deforestación, pueden desaparecer unas 4300 especies animales y vegetales de la amazonia, incluyendo muchas de Chiribiquete. Nuevamente, la motosierra homicida de los terratenientes y ganaderos, que se ha empleado para desmembrar cuerpos humanos, retumba en nuestras selvas, arrasando con todas las formas de vida que encuentra a su paso. El Parque Chiribiquete está acorralado. En 2018 se abrieron cinco nuevos potreros, con un total de 900 hectáreas, en la entrada occidental del Parque. En lo que hasta poco antes era una hermosa selva, con árboles de más de 20 metros de altura se arrasaron casi mil hectáreas. Ese proceso avanza terrible y rápidamente. Así: (…)
De esa magnitud es la destrucción de nuestra selva. Pero esa tragedia, provocada para beneficiar a unos cuantos “emprendedores de la muerte” en desmedro de la mayoría de habitantes de Colombia y el mundo, no genera el selectivo éxtasis mediático de incendios como el de Notre Dame. Esto indica que los incendios son importantes dependiendo qué y quiénes son los afectados, mientras que otros no parecieran existir, aunque su magnitud sea inconmensurable y sus efectos sean devastadores para diferentes formas de vida. Literalmente, es como si unos incendios ardieran más que otros. Arder debe entenderse en su doble sentido: como quema y como dolor. Paradójicamente, los fuegos más pequeños, como el de Notre Dame, arden (duelen) más que las gigantescas llamas de nuestra selva amazónica, cuyo trepidar no produce el más mínimo escozor.
CONCLUSION
Al hablar de lo sucedió en París, una nota de prensa comenta: “Quizás no ha existido una causa colectiva que albergue más esperanza en tan poco tiempo como la idea de rescatar a Notre Dame de las llamas”. Agrega: “Los rostros de los franceses y los turistas que se agolpaban a lado y lado del Sena eran conmovedores. Rezaban de rodillas, lloraban sin consuelo, cantaban el Ave María”. Pero, además, “junto con ellos, los líderes (sic) mundiales se unieron en una sola plegaria. ‘Dolor de toda una nación, para todos los católicos y para todos los franceses’, dijo el presidente Emmanuel Macron. Por primera vez en mucho tiempo, el Twitter de Donald Trump estalló en trinos, pero de solidaridad. ‘Es horrible ver el enorme incendio en la catedral de Notre Dame en París’, escribió y ofreció desplegar aviones cisternas desde Estados Unidos para ayudar a controlar la emergencia”. Muy rápidamente, “la generosidad del mundo (sic) comenzó a verse. El presidente Macron llamó a una colecta nacional. Una de las familias más ricas del país, los Pinault, ya ofreció 100 millones de euros para la reconstrucción”10.
 
Aparte de que es difícil percibir tanta hipocresía y mentiras en tan pocas líneas, sobre todo en lo referente a Macron y Trump, vale la pena preguntarse: ¿por qué nada de esos sentimientos afloran cuando se trata de referirse a la destrucción de la selva amazónica (de toda, incluyendo a la colombiana)? ¿Por qué sobre ese dantesco fuego no hay escándalo mediático, ni lágrimas colectivas, ni llamados etéreos a la humanidad, ni los multimillonarios meten sus sucias manos a sus contaminados bolsillos? Es evidente que en el capitalismo, donde todo tiene sello de clase, hay tragedias que son más importantes que otras, máxime si afectan a algún país imperialista. El colonialismo mental y cultural tiene tal peso que le atribuye más importancia a lo que acontece en alguno de los centros imperialistas (antaño colonialistas) que a lo que sucede en la periferia del planeta, así acá se destruya un patrimonio no solo de la humanidad sino de la vida misma.
 
¿Por qué nos obligan a llorar por ciertos desastres pero no por todos, y menos por los que se desenvuelven en nuestro propio territorio? Sin demeritar la importancia histórica y cultural de las catedrales góticas, recordemos que toda construcción humana es, según la célebre sentencia de Walter Benjamin, “una obra de cultura y de barbarie”. Esto nos debería ayudar a recordar cuánta energía y trabajo de artesanos se dilapidó en la construcción de Notre Dame y cuántos bosques de robles se destruyeron para erigirla. Bertolt Brecht preguntaría: “La inmensa Catedral de Notre Dame, ¿quiénes la construyeron? ¿Arrastraron los obispos y pontífices del Vaticano los grandes bloques de piedra”? Pero, no es este el punto que hemos querido resaltar en este artículo. En conclusión, lo de París fue un incendio perfectamente localizado, se controló rápidamente, en gran medida se puede restaurar una parte de lo destruido por las llamas, no hubo ni un solo muerto ni tampoco murieron animales.
 
En contraposición nuestra Amazonia se lleva a cabo un incendio continuado desde hace años, que no ha c, en esado, arrasa millones de hectáreas, destruye ecosistemas, aniquila miles de especies animales y vegetales, arrincona a las comunidades indígenas, pone en peligro el arte rupestre milenario… y todo eso es un resultado del proyecto, consciente y planificado, de quemar la selva. ¿Es que el colonialismo mental no nos deja ver nada de esto? ¿Por qué tiene más precio (que no valor) una catedral de París que nuestros complejos y extraordinarios ecosistemas, con su apabullante biodiversidad y cultura? Por supuesto, entre otras cosas, por la ganancia y el negocio. Mientras que Paris y Notre Dame son un centro del turismo mundial, que deja fabulosas ganancias a los negociantes de la fe, en la amazonia otros negociantes se lucran con la destrucción de la selva y su biodiversidad. Negocios como es usual en el capitalismo, y por eso entidades capitalistas han hecho donaciones, que no tienen nada de filantrópicas, para que siga funcionando el negocio de Notre Dame y de paso evadir impuestos. En este caso el negocio es re-construir, mientras que el negocio en la selva es destruir. Y los dos, aunque no parezca a primera vista, se encuentran íntimamente vinculados, ya que se basan en la lógica capitalista de que hasta el dolor y la muerte que acompañan al fuego pueden convertirse en una fuente de ganancias.


NOTAS 1. La vida que agoniza en cada hectárea. Disponible en: https://sostenibilidad.semana.com/medioambiente/articulo/la-biodiversidad-que-se-pierde-cada-vez-que-se-quema-o-tala-una-hectarea-debosques/43141 2. Palabras de Eugenia Ponce de León, citadas en Ibíd. 3. Palabras de Carlos Rodríguez, citadas en Ibíd. 4. Palabras de Germán Darío Álvarez, citadas en Ibíd. 5. Palabras de Juan Pablo Ruíz, citadas en Deforestación: ¿una política de ocupación del territorio?, abril 2 de 2019. Disponible en: https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/deforestacionuna-politica-de-ocupacion-del-territorio/43647. 6. Jhon Barros, Así lee a Chiribiquete el último chaman de la etnia Matapí. Disponible en: https://semanarural.com/web/articulo/los-secretos-de-chiribiquete-descifrados-por-el-ultimochaman-matapi-/924 7. Palabras de Diego Pedraza, citadas en Diego Camilo Carranza Jiménez, Pinturas rupestres de 12 mil años, en riesgo por incendio en Colombia, 01.03.2018. Disponible en: https://www.aa.com.tr/es/mundo/pinturas-rupestres-de-12-mil-a%C3%B1os-en-riesgo-porincendio-en-colombia/1076664 8. Palabras de Harold Ospino, citadas en Tatiana Pardo Ibarra, “Los secretos de Chiribiquete, nuevo patrimonio de la humanidad”, El Tiempo, julio 1 de 2018. Disponible en: https://www.eltiempo.com/vida/medio-ambiente/chiribiquete-el-parque-mas-grande-de-colombia-ypatrimonio-mixto-de-la-humanidad-238128 9. Así desaparecen más 10 hectáreas de bosque cada hora, octubre 1 de 2018. Disponible en: https://sostenibilidad.semana.com/medio-ambiente/articulo/asi-desaparecen-mas-de-10-hectareasde-bosque-amazonico-cada-hora/41745 10. “Notre Dame: el dolor que unió a la humanidad”, Semana, abril 16 de 2019. Disponible en: https://www.semana.com/mundo/articulo/incendio-en-notre-dame-reconstruccion-y-solidaridadmundial/609597Fuente: http://www.rebelion.org/docs/255218.pdf

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