sábado, 21 de julio de 2018

Los gobiernos progresistas, al igual que los neoliberales, promueven los extractivismos.


¿Sostienen qué mundo? En guerra contra la  autodeterminación de los pueblos. Lo ocultan declarando el Abya Yala como zona de paz mientras subordinan la CELAC a China. 
Los extractivismos son violencia en todos los sentidos del concepto. Sin embargo, los gobiernos progresistas están de acuerdo con:

Alí Rodríguez y el discurso extractivista.

31 de marzo de 2014


Por Pablo Dávalos


Alí Rodríguez es un personaje importante en la transición posneoliberal en América Latina. Fue Ministro de Economía y el responsable de PDVSA durante la era de Chávez, luego fue Ministro de Relaciones Exteriores de Venezuela y, posteriormente, Secretario General de la UNASUR. De alguna manera, representa el momento histórico y político que vive la región, de ahí que sus declaraciones den cuenta de la forma que asumen los discursos y la praxis política de los responsables de la transición posneoliberal, al menos en América del Sur.
En un documento publicado por la revista electrónica ALAI (“Recursos naturales como eje dinámico de la estrategia de UNASUR”, 2014-03-24, www.alainet.org), Rodríguez expone punto por punto los argumentos del discurso extractivista. Esos argumentos señalan, desde una pretendida posición objetiva, que América Latina en general y Suramérica en particular, no se caracterizan por ser potencias tecnológicas ni financieras y que su mayor riqueza está en sus recursos naturales y en su gente, y que es el momento de utilizar esos recursos naturales para financiar tareas urgentes tanto del desarrollo, como el crecimiento económico, cuanto de la redistribución del ingreso, como la salud y educación.
Este discurso se sintoniza con lo que han expresado y propuesto varios líderes políticos de la región, por ejemplo, la metáfora del presidente ecuatoriano Rafael Correa de que no se podía ser como el mendigo sentado sobre un saco de oro para justificar la privatización de los territorios a las corporaciones petroleras y mineras; el texto “Geopolítica de la Amazonía” del vicepresidente boliviano Álvaro García Linera para justificar el extractivismo en su país, la “Ley de Semillas” (también conocida como “Ley Monsanto”) para permitir el mercado de agrotóxicos y transgénicos, por parte de Cristina Kirchner en Argentina,  los argumentos del Programa de aceleración del crecimiento (PAC), del PT en Brasil, etc..
En realidad, no se trata de un discurso novedoso, de hecho, fue parte fundamental del debate económico y político que atravesó América Latina desde fines de la segunda guerra mundial y que tendría a la Comisión Económica Para América Latina, CEPAL, como el principal referente teórico y político.

Los teóricos de la CEPAL acuñarían la expresión de “estructuralismo” para comprender las dinámicas y las formas que habían asumido la modernización y el desarrollo del capitalismo de la región. Al interior del estructuralismo latinoamericano emergerían posiciones radicales, como aquellas de la Teoría de la dependencia, mientras que la corriente de pensadores marxistas latinoamericanos criticaría al estructuralismo de la CEPAL por no considerar al imperialismo y al capitalismo como las verdaderas trabas a cualquier estrategia de desarrollo.
Sería célebre la expresión de uno de ellos que en condiciones de capitalismo lo único que podría desarrollarse en América Latina era el propio subdesarrollo (Cfr. André Gunder Frank). Al interior de este debate, se consideraba casi de manera unánime que la especialización de América Latina en exportar bienes primarios, como minerales, petróleo, productos agrícolas, maderas, riqueza ictiológica, entre otros, lo único que produciría en la región sería una fuerte dependencia de los centros imperialistas de poder mundial y condenaría a la región a la pobreza.
Hasta los teóricos más alejados de cualquier posición crítica y radical creían que América Latina tenía que salir de la trampa impuesta por las injustas relaciones entre centro y periferia de especializarse en productos primarios. Se veía en la exportación de productos primarios una continuación de los mecanismos de colonización y explotación económica que pervivían desde la época colonial.
Ninguno de ellos consideraba que la renta que podía provenir de la exportación de recursos naturales podía provocar ni crecimiento económico ni redistribución del ingreso; por el contrario, consideraban que, habida cuenta de la estructura de la tenencia de la tierra y la forma que habían asumido los regímenes políticos, la renta de la exportación de productos primarios lo que haría es consolidar a las oligarquías locales y convertir al Estado-nación en un Estado oligárquico y feudal.

De ahí que casi todos ellos hayan coincidido en la necesidad de la industrialización, es decir, la creación de valor agregado a la producción pensando en términos más de mercado interno que del mercado mundial al que siempre lo consideraron, y con razón, como una amenaza. Por ello, propusieron cambios importantes en la tenencia de la tierra, como por ejemplo la reforma agraria, cambios en la política laboral como por ejemplo los incrementos de salarios mínimos y el fortalecimiento de la capacidad sindical de los trabajadores, también propusieron reformas educativas que garanticen el libre ingreso a la universidad y mayor movilidad social, reformas tributarias orientadas hacia los impuestos progresivos, políticas de integración subregional y un control estricto a la inversión extranjera directa, entre otras propuestas.
Todas esas iniciativas se perdieron con el neoliberalismo. El FMI y el Banco Mundial arrasaron con cualquier política de redistribución y de crecimiento endógeno. Impusieron la reprimarización de la economía y se aseguraron que la renta extractiva se utilice exclusivamente para el pago de la deuda externa mediante el dispositivo de las “reglas macrofiscales”, amén de que impusieron una agresiva política de privatizaciones, desregulación, apertura total de las economías y flexibilización a los mercados de trabajo y de capitales.
Los pueblos de América Latina vieron perder sus derechos más importantes al tiempo que la economía se hundió y la pobreza se extendió. Cuando los movimientos sociales del continente se movilizaron contra el neoliberalismo y, finalmente, lo derrotaron, su propuesta política y económica tenía como horizonte la soberanía, la redistribución del ingreso y la recuperación de un Estado social diferenciándolo radicalmente del Estado neoliberal.
Por ello, extraña la retórica de que América Latina debería nuevamente especializarse en la exportación de bienes primarios, porque retrotrae el debate y esconde sus verdaderas intenciones. En efecto, el discurso de que la renta de los recursos naturales financiará el crecimiento económico y la redistribución del ingreso es neoliberalismo puro y duro, edulcorado por la presencia de gobiernos “progresistas” que proponen que esas tareas sean realizadas por empresas nacionales.
En realidad, es el discurso de las transnacionales de los commodities, porque son ellas quienes manejan el mercado mundial de su distribución y su conexión con los mercados financieros de futuros, swaps, options, y derivados, independientemente que la producción o extracción de commodities lo haga una empresa nacional o transnacional.
Además, se trata de un discurso manipulador porque la renta de los recursos naturales jamás ha financiado ninguna estrategia de desarrollo y menos aún la redistribución del ingreso, y ahí consta la historia latinoamericana para demostrarlo así como el rico y profundo debate teórico del estructuralismo latinoamericano.
La propuesta de Rodríguez, inter alia, en verdad es el discurso que amplía la frontera del extractivismo tratando de conseguir el consenso necesario en la población para que piense que las rentas que podrían provenir del extractivismo podrían ayudarlos a salir de la pobreza, pero en realidad la ampliación del extractivismo producirá más pobreza, y vulnerará a los más pobres, a la vez que destruirá la naturaleza, las fuentes de agua, la biodiversidad, las culturas ancestrales, y provocará pasivos ambientales y externalidades económicas irremediables.
La expansión del extractivismo privatiza los territorios y hace de la renta extractiva una apuesta geopolítica. ¿Por qué, entonces, los gobiernos de la región apuestan al extractivismo con el falso argumento que éste financiará el crecimiento y la redistribución del ingreso? Porque este discurso encubre el hecho de que ninguno de estos gobiernos hayan realizado una reforma agraria que devuelva la tierra a los indígenas y campesinos, y no lo van a hacer porque esas tierras son, precisamente, el objeto de disputa con las transnacionales del extractivismo; tampoco ninguno de esos gobiernos ha devuelto a los trabajadores la capacidad sindical de luchar por mejores salarios y mejores condiciones de trabajo, todo lo contrario, en la dialéctica del capital siempre han preferido a éste bajo el argumento de que la inversión privada crea empleo y crecimiento.
Estos gobiernos tampoco han llevado adelante una política tributaria progresiva que recaude impuestos desde los grupos económicos más poderosos y sus empresas, de tal manera que los recursos de la tributación directa sean alternativos a la renta extractiva, todo lo contrario, la carga impositiva sigue sobre las espaldas de los más pobres y del conjunto de la población.

¿Alternativas a la renta extractiva? Por supuesto que las hay, pero de la misma manera que el discurso neoliberal establecía la doxa de que “no hay alternativas” (expresión de Margaret Thatcher), asimismo el discurso extractivista cierra el debate para las alternativas. La primera de ellas está a la vista y es la utilización de la política monetaria para financiar tanto al desarrollo cuanto a la redistribución del ingreso.
Pero hay un miedo a utilizar la política monetaria en beneficio de la población y esto se debe a la colonización tanto teórica como práctica que sobre la moneda han realizado el FMI y la episteme neoliberal. Se teme utilizar a la moneda por los efectos inflacionarios que pueda provocar su utilización y se otorga a los bancos privados el manejo de la política monetaria.
El ejemplo quizá más revelador sea el caso del gobierno de Evo Morales quien a fines del 2010 decidió aplicar un ajuste económico elevando los precios de la gasolina para compensar el déficit fiscal (Decreto Supremo No. 748 de diciembre del 2010), mientras tenía reservas monetarias internacionales de 9.73 mil millones de USD que correspondían a más de la quinta parte del producto interior bruto boliviano de ese mismo periodo. No sólo ello, sino que posteriormente se enfrentó contra la policía de ese país que reclamaba incrementos modestos en su remuneración básica (solicitaban un salario mínimo de 2000 bolivianos que para la época representaba alrededor de 250 USD), que bien podrían haber sido financiados con una pequeña parte de lo que el gobierno boliviano tenía en reservas monetarias internacionales.
Otro caso paradigmático es el gobierno de Brasil y su política de tasas de interés y de liberalización del mercado de capitales. Los diferentes gobiernos del Partido de Trabajadores (PT), en ese sentido, se mostraron tan neoliberales y ortodoxos como sus antecesores, y respetaron el manejo de la política monetaria que hacían los bancos privados así como de las tasas de interés, consideradas entre las más altas del mundo.
Se teme también aplicar una política tributaria de redistribución que afecte a los grupos de poder y, en ese sentido, quizá el mejor ejemplo sea el caso del gobierno ecuatoriano de Rafael Correa. Durante el periodo de su gobierno, 2007-2013, los grupos económicos ecuatorianos obtuvieron un total de ingresos por cerca de 150 mil millones de USD y pagaron apenas el 2% de impuestos directos sobre esos ingresos. De hecho, para el año 2013 ya controlaban cerca de la mitad del PIB de ese país. Una política tributaria progresiva demostraría que la destrucción de la reserva natural Yasuní, única en el mundo por su biodiversidad, era más una estrategia destinada a proteger los intereses de los grandes grupos económicos y de las corporaciones del extractivismo que una apuesta por redistribuir el ingreso y financiar al desarrollo como trataba de justificar el Presidente ecuatoriano.
No obstante, quizá la alternativa real no sea tanto el financiamiento al desarrollo y la redistribución del ingreso sino incluso la misma noción de desarrollo. Lo que los pueblos de América Latina quieren este momento no es tanto el desarrollo sino más bien salir de él. El modelo de desarrollo es más un constructo ideológico para las elites y las clases medias de la región que para los pueblos que lo sufren. Es un pretexto para apoderarse de los recursos naturales en el festín de los commodities. Para los sectores organizados y los movimientos sociales, el discurso actual no es el desarrollo sino el Buen Vivir y éste, de las declaraciones hechas por las organizaciones sociales del continente, al parecer, nada tiene que ver ni con el desarrollo ni con el crecimiento económico.
"La consolidación de gobiernos neoliberales en varios países latinoamericanos pone contra la pared a algunos procesos considerados, al menos desde la propaganda, como “logros” de la larga década progresista. Entre esos “logros” están los intentos de integración regionales como la UNASUR (Unión de Naciones Suramericanas), la cual cobró vigencia jurídica en 2011 y hoy parece vivir una agonía impregnada justo en unas paredes, concretamente en un edificio"…
Entre la aletargada integración y 
la lacra racista
19 de julio de 2018
Por Alberto Acosta (Rebelión)


La UNASUR es un organismo internacional supuestamente encaminado a construir una identidad y ciudadanía suramericana, junto con un espacio regional integrado. En términos geopolíticos, la UNASUR busca responder a esquemas de integración con claras lógicas de dominación imperiales, que emanan desde la OEA (Organización de Estados Americanos) o el BID (Banco Interamericano de Desarrollo), por ejemplo. Tal respuesta se juntó a muchas otras propuestas integracionistas -novedosas y hasta audaces- impulsadas desde el sur durante el progresismo, como el ALBA ( Alianza Bolivariana para las Américas ) o la Nueva Arquitectura Financiera del Sur, que buscaba conformar el Banco del Sur, el Sistema Unico de Compensación Regional (Sucre, tan mal manejado por el progresismo que permitió hasta el lavado de activos ), el Fondo de Reservas del Sur e incluso un sistema regional de arbitrajes.
Fue en esos años progresistas que el discurso integracionista alcanzó su máximo esplendor propagandístico cuando el gobierno ecuatoriano donó a UNASUR en 2014 un edificio de 45 millones de dólares. Paradójicamente, ahora ese mismo edificio es un monumento a la crisis del proceso integracionista-progresista. La decisión del presidente ecuatoriano Lenín Moreno -sucesor de Rafael Correa desde 2017- de solicitar la devolución de dicho edificio desnuda los problemas de la integración latinoamericana.
Pero, además, la entrega del edificio al movimiento indígena para que ahí se ubique la sede de la Pluriversidad Amawtay Wasi [2] (inspirada en los principios constitucionales de plurinacionalidad e interculturalidad, y que fuera cerrada en el autoritario gobierno de Correa) se volvió “ la gota que derramó el racismo y la discriminación en el Ecuador... ”, desplegados en una profunda confraternidad colonial por diversos sectores conservadores de todo pelambre , entre los que se alinea el propio expresidente Rafael Correa [3] . No sorprende que esta andanada racista haya recibido una contundente respuesta por parte de Apawki Castro, dirigente de la CONAIE (Confederación de Nacionalidades Indígenas del Ecuador ), en la que rescató la esencia de su programa político: Tierra, Cultura y Libertad .
A diferencia de lo que algunos ingenuos pregonan, el problema de la integración no surge porque el gobierno pida a UNASUR el edificio [4] para entregarlo al movimiento indígena. La UNASUR ya vivía una prolongada acefalía, producto de una crisis geopolítica provocada sobre todo por el fin de varios gobiernos progresistas latinoamericanos. Como resultado los gobiernos de Argentina, Brasil, Chile y Paraguay, con el obvio beneplácito de los gobiernos neoliberales de Colombia y Perú, suspendieron en 2018 su participación en la organización. Tal crisis, junto a otras cuestiones, entierran las buenas intenciones y los enfervorizados discursos integracionistas que pronunció en su momento el progresismo.
Tengamos presente que en épocas anteriores hubo propuestas de integración mucho más intrépidas y profundas , incluso Raúl Prebish fue categórico en 1981 –poco antes de cumplir su ciclo vital- cuando afirmó que:
Los progresismos -más allá de dichos discursos- fracasaron al no ofrecer alternativas reales al capitalismo. Apenas intentaron modernizarlo. Los regímenes progresistas no rompieron las ataduras librecambistas propias de economías primario-exportadoras, al no cuestionar la esencia de las modalidades de acumulación que el capitalismo mundial ha asignado a las periferias. El progresismo, con un camuflaje “revolucionario” y “socialista”, al tiempo que disciplinaba a la sociedad, ampliaba y sigue ampliando -incluso a sangre y fuergo- todo tipo de extractivismos (petroleros, megamineros, agroexportadores, etc.). Un empeño en el que también están inmersos los países con gobiernos neoliberales, que incluso recibieron consejos progresistas sobre cómo romper la resistencia de las comunidades opuestas a la minería, como sucedió, por ejemplo, con las enseñanzas dadas por el entonces presidente ecuatoriano Rafael Correa al presidente colombiano Juan Manuel Santos
Tampoco podemos olvidarnos que en Ecuador -donde está la sede de UNASUR- desde 2014, el gobierno de Correa hizo que la brújula económica vuelva a apuntar hacia el neoliberalismo e hipotecó -aún más- la soberanía del país sobre sus finanzas y sus recursos naturales a capitales transnacionales, sobre todo al naciente imperialismo chino, en lo que constituyó una verdadera década desperdiciada . Además, en contra de la integración regional, Ecuador –no así sus vecinos andinos con gobiernos progresistas: Venezuela y Bolivia- suscribió en 2016 -también con Correa- un Tratado de Libre Comercio con la Unión Europea; tratados que sintentizan la esencia neoliberal al condenar a los países empobrecidos a ser meros suministradores de materias primas. Y si Correa empezó el retorno neoliberal, su sucesor y anterior vicepresidente, Lenín Moreno, acelera el paso y se sintoniza cada vez más con los gobiernos conservadores de la región, incluso proponiendo firmar un TLC con EEUU, haciendo guiños a la Alianza del Pacífico e impulsando una ley para reactivar la economía que prefigura una carta de intención con el FMI .
En lo que a la integración se refiere, las contradicciones vienen hasta de la misma UNASUR, la cual caminó en contra de una integración alternativa al dar vida al Consejo Suramericano de Infraestructura y Planeamiento(COSIPLAN), que busca construir redes de infraestructura , transportes y telecomunicaciones según criterios globalizadores establecidos en el viejo neoliberalismo por la IIRSA (Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana), creada en 2000 y apadrinada por el BID. No sorprende entonces que se haya avanzado más en la interconexión de mercados que en una verdadera integración, como con claridad se analizó en un seminario impulsado por el CDES, tal como lo evaluó Raúl Zibechi .
Incluso las mencionadas e interesantes propuestas para transformar las estructuras financieras en Suramérica no prosperaron pues los grandes países -sobre todo Brasil y de alguna manera también Argentina-, teniendo gobiernos progresistas no tuvieron interés real en tales transformaciones. Este es sobre todo el caso de Brasil con los gobiernos del PT (Partido de los Trabajadores), que desplegó su tradicional subimperialismo ( analizado con claridad en el contexto actual por Claudio Katz ) ­ -sostenido sobre todo por el Banco de Desarrollo (BNDES) en alianza con sus empresas transnacionales- en todo el subcontinente, aupado incluso en una galopante corrupción, como sucedió con Odebrecht .
Esta crisis de la integración latinoamericana nos confronta también con otras realidades. Por un lado, los procesos integracionistas impulsados “desde arriba”, es decir desde los Estados son limitados porque casi siempre se hacen en estrecha alianza con grandes capitales -incluso transnacionales-, como se ve en la Unión Europea. Por otro lado, el pragmatismo político y las alianzas con la derecha desplegadas por los progresismos han provocado que éstos se sostengan en crecientes autoritarismos políticos, corrupción y des-democratización, en palabras de Boaventura de Souza Santos al analizar lo que sucede en Nicaragua , cuyo gobierno devino en aquello que juró destruir: un “somozismo” del siglo XXI que está masacrando a su población .
Lo grave es que ahora hasta el cinismo progresista se ha desbordado: los otrora gobernantes progresistas sujetos a la revisión histórica de su gestión, agobiados por crecientes denuncias de abuso de poder y de corrupción desbordante -como Rafael Correa- acusan a sus acusadores de arbitrariedad, de ser agentes del imperialismo, y de buscar excusas para apresarlos y sacarlos del escenario político, como anota con lucidez Pablo Ospina . Así, mientras los progresismos no reconozcan y asuman sus errores, no abandonen su “culto” a varias “personalidades”, no estarán en capacidad de transparentar y entender, menos aún criticar su propia gestión, en muchos casos nefasta para los intereses populares de mediano y largo plazos, e incluso para la misma integración. Por cierto, la corrupción y el autoritarismo son aún más palpables en los gobiernos neoliberales.
Por último, la integración debe repensarse íntegramente. El fin no debe ser sólo conformar agrupaciones de países emergentes que disputan espacios de poder a las metrópolis capitalistas, por ejemplo, dentro del FMI. La integración debe ser contra-hegemónica, planteándose la superación de la civilización capitalista. Eso demanda una integración multidimensional, en donde la batuta no debe estar en manos ni de los Estados ni del gran capital.
Requerimos una integración que desarme las lógicas especulativas de las finanzas internacionales y que proponga otras racionalidades en la economía internacional; por ejemplo, un comercio en donde la producción de alimentos no esté motivada por la búsqueda de divisas y la misma especulación, sino por las demandas de alimentación de la Humanidad ; o unas finanzas internacionales más enfocadas a proveer recursos a las regiones más empobrecidas antes que a la exacerbación especulativa.
Estos esfuerzos sólo serán viables desde una política emancipadora y despatriarcalizadora, desde el efectivo respeto a la justicia social y ecológica. La integración no debe llevarnos a un aperturismo que nos condene cada vez más a sobrevivir en el inframundo de la globalización capitalista; por el contrario, debe sustentar la autonomía de las diversas regiones y localidades.
La integración, entonces, debe provenir sobre todo desde las bases comunitarias y populares de las naciones y las regiones, entrelazando -y por ende potenciando- su resistencia y construcción de alternativas (inclusive aprovechando el actual desarrollo tecnológico para informarse y comunicarse entre distintos colectivos). Una integración que no olvide la cuenta pendiente que tiene la sociedad occidental con los pueblos indígenas, los cuales han sido agredidos históricamente y hasta por los progresismos -como sucedió con Correa en Ecuador-, pero que en realidad deberían ser la base que sostenga la integración latinoamericana.
No basta que ahora Moreno dialogue con los movimientos indígenas y que restablezca la educación bilingüe abolida por el correísmo, sino que debe abrir la puerta para construir respuestas plurinacionales e interculturales, que demandan, como primer paso innegociable, el cese de la criminalización de los indígenas y no indígenas perseguidos por defender la Pacha Mama. Un esfuerzo que demanda enfrentar y erradicar el racismoen Nuestra América, tan crudamente expuesto por Paco Gómez Nadal [5]. En este empeño, la consolidación de una universidad cimentada en la esencia de la cosmovisión indígena -que no implique la mercantilización de espurias lealtades del movimiento indígena al morenismo- puede ayudar a construir una propuesta de integración decolonial, tan urgente y necesaria para Nuestra Latinoamérica.
El reto para Latinoamérica se mantiene: o se une desde los pueblos, entendiendo y respetando su Pacha Mama, o se rinde ante los -viejos y nuevos- imperialismos que la siguen tratando como su “patio trasero”. 
El autor es economista ecuatoriano. Profesor universitario. Excandidato a la Presidencia de la República.
[2] Una universidad que ya sufrió la rabieta colonizadora del correismo por no cumplir con los estándares académicos eurocéntricos que las instituciones estatales encargadas de las evaluaciones usan, como anota Verónica Yuquilema: La Universidad Amawtay Wasi y la profunda molestia colonial
[3] Véase, sobre este tema, la actitud despectiva de Correa con Luis Macas , reconocido líder histórico del movimiento indígena, actualmente miembro del Consejo de Participación Ciudadana de Transición.
[5] Para entener lo que significa el racismo en la actualidad se recomienda el libro INDIOS, NEGROS Y OTROS INDESEABLES. Capitalismo, racismo y exclusión en América Latina y el Caribe, de Paco Gómez Nadal, Serie El Debate Constituyente, Abya-Yala y Fundación Rosa Luxemburg, Quito, 2017.https://www.rosalux.org.ec/producto/indios-negros-y-otros-indeseables-capitalismo-racismo-y-exclusion-en-america-latina-y-el-caribe/

"Diversos representantes de organizaciones sociales indígenas, originarias y campesinas de los valles, el altiplano y la amazonia; sindicatos y organizaciones vecinales de Bolivia dieron respuesta a los siguientes interrogantes en el taller de reflexión “UNASUR y COSIPLAN: sus impactos y su financiamiento” (1) llevado a cabo en la ciudad de Cochabamba organizado por la Coalición Regional (2) de la que forma parte el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario – CEDLA".

UNASUR: Organizaciones sociales cuestionan el sentido y el impacto de la integración Suramericana

3 de septiembre de 2014
¿Qué es UNASUR?, ¿Cuál es la importancia de la IIRSA para la constitución de UNASUR?, ¿A qué intereses responde el Consejo de Infraestructura y Planificación COSIPLAN, dependiente de UNASUR? ¿Toma en cuenta los derechos de los pueblos y comunidades donde se ejecutan sus proyectos? ¿Cuál es el rol de las transnacionales y el capital financiero internacional en los proyectos de UNASUR? ¿Tienen los mismos beneficios en la integración Bolivia y Brasil?
Bajo estas cuestiones reflexionaron diversos representantes de organizaciones sociales indígenas, originarias y campesinas de los valles, el altiplano y la amazonia; sindicatos y organizaciones vecinales de Bolivia que dieron respuesta a estos interrogantes en el taller de reflexión “UNASUR y COSIPLAN: sus impactos y su financiamiento” (1) llevado a cabo en la ciudad de Cochabamba organizado por la Coalición Regional (2) de la que forma parte el Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario – CEDLA
¿La integración al servicio de quién?
El coordinador del Programa Urbano, Carlos Revilla explicó que UNASUR y la idea de crear una comunidad de naciones suramericanas fue impulsada por el Brasil desde el año 2000. Dicha comunidad se basaba en tres ejes: la integración económica, el fortalecimiento de la democracia, y la creación de una red de infraestructura regional de transporte, energía y comunicaciones que contempla proyectos como carreteras, hidrovías y represas con un importante impacto sobre el ambiente y las comunidades. Para llevar a cabo esta red, Brasil creó el Banco Nacional de Desarrollo Económico y Social -BNDES- que da créditos para la construcción de carreteras con la condición de que sean sus empresas quienes ejecuten dichos proyectos. Empresas como Odebrecht a cargo de la carretera de Palos Blancos y OAS en el caso TIPNIS
En el taller con las organizaciones sociales se reflexionó sobre los intereses implícitos de las construcciones de infraestructura de transporte regional. Geovane Sousa, representante de los afectados de las represas de Brasil, apuntó que su país necesita exportar su producción de soya de manera más rápida y con menor costo, por lo que la infraestructura vial no responde a un desarrollo para los pueblos sino a los intereses de bancos y transnacionales.
Según Revilla, la trayectoria de UNASUR no sostiene una integración política real, debido a que existen tensiones entre los países integrantes en temas por ejemplo territoriales y de liderazgos. “Lo que mantiene unida a UNASUR es el financiamiento de Brasil a través de IIRSA y los créditos de estos bancos”. IIRSA es la Iniciativa para la Integración de la Infraestructura Regional Suramericana), que actualmente es impulsada por COSIPLAN.
¿IIRSA/COSIPLAN es integración social y política?
El término de integración se ha reducido a hablar de obras de infraestructura para la conexión física (transporte, energía, comunicaciones, marcos regulatorios), explicó Silvia Molina, investigadora del CEDLA a tiempo de dar a conocer las características y la relación entre el IIRSA y COSIPLAN.
Molina resaltó que la cartera de proyectos del COSIPLAN se concentra en un 88,2% en transporte, 10,01% en energía y 1,7% en comunicaciones y que el 74,5% de estos proyectos es financiado por el sector público.
En este sentido Molina preguntó ¿Hay transparencia, información y participación? ¿Quién decide, quién se beneficia y quién paga en los proyectos IIRSA/COSIPLAN? ¿Hay representación de la sociedad civil? ¿Hay mecanismos de rendición de cuentas?
Irineo Tancara de la Federación Intercultural de Comunidades Ecológicas del Alto Beni área VII – FICEAB, mencionó al respecto: “Para mi somos un país de paso y no nos beneficia (…) en la Constitución dice que los derechos de tierra y territorio son un asunto Estatal y el Convenio 169 de la OIT nos da un derecho de que debemos ser consultados (…) los pueblos por los que pasan esas carreteras tampoco se van a beneficiar, van a pasar los tráiler y no va consumir”.
Por su parte Abrahan Cuellar, investigador que trabajó con diversas organizaciones sociales en Bolivia, señaló: “No hay mecanismos de difusión de información sobre los recursos. Hay una imposición de política pública y de proyectos de desarrollo regional. La sociedad tiene derecho a decidir qué tipo de desarrollo o en qué va invertir sus recursos”.
“Agua y energía con soberanía, distribución de la riqueza y control popular”
Geovane Sousa, representante de los afectados por las represas en Rondonia – Brasil, manifestó “Son aproximadamente 1700 familias afectadas por las represas. Los estudios no se hicieron de manera adecuada y otras personas también fueron afectadas indirectamente, los suelos ya no se pueden cultivar y el agua está contaminada. La lucha de los afectados es para que sus derechos sean respetados por el Estado”
Sousa señaló que quienes manejan el capital financiero para este tipo de proyectos son los que manejan las leyes beneficiando a los capitales transnacionales y no a las personas que necesitan energía.
“Creemos que el problema central de la energía es la política y el modelo de energía. La clase obrera quiere discutir y decidir sobre la política energética, el control de las fuentes, la planificación, la producción y la distribución de la energía y la riqueza generada allí. El problema no es la cantidad de energía, el problema es para quién se genera energía, es para mantener el sistema capitalista y no para la población” concluyó Sousa.
Participación traspasando la institucionalidad vigente
Jorge Zanafria, del Centro de Derechos Económicos y Sociales – CDES de Ecuador, planteó las condiciones ofrecidas por los gobiernos para efectivizar el plan de integración de infraestructura del COSIPLAN. Por un lado, el debilitamiento del marco normativo tributario para atraer inversión extranjera, y las facilidades ofrecidas con el fin de que los recursos naturales sigan siendo extraídos en grandes cantidades. Afirmó que América Latina sigue siendo una región proveedora de materias primas, postergándose la industrialización. El ecuatoriano resaltó que este proceso de modernización del capitalismo en Bolivia, Ecuador y Brasil supone sacrificar nuestras culturas, ecosistemas, formas de vida y derechos, justificado con el mito del desarrollo (fetiche=carreteras). Concluyó haciendo un llamado a la participación social, más allá de los márgenes establecidos por la institucionalidad oficial, para construir una integración social desde las organizaciones sociales.
¿Cómo construimos la integración?
Un primer paso mencionado por las organizaciones es el identificarse como clase trabajadora sin perder las identidades culturales, para tener una visión conjunta de la lucha y del desarrollo que se quiere como pueblos y de los proyectos que realmente son prioridad para mejorar la vida de la gente. “Para ello debemos reconocer contra quienes nos enfrentamos. Es importante no concentrarnos en temas puntuales sino en las causas”, manifestaron.
Las organizaciones sociales presentes en el evento plantearon cómo construir una integración desde los pueblos con las siguientes propuestas:
• Generar más espacios y foros de debate para la construcción de una visión conjunta de desarrollo.
• Que los Estados inviertan en generar condiciones para el desarrollo productivo enfocado a los pequeños productores.
• La generación de energía debe estar enfocada para el beneficio de las comunidades y no para la especulación financiera.
• Control social y fiscalización de nuestros recursos naturales: la vida no se negocia, el medio ambiente no se negocia.
• Compensación a las comunidades afectadas por los impactos negativos de los megaproyectos.
• Modificación profunda del sistema financiero.
• Desarrollo nacional con una visión desde las necesidades de la gente: priorizar la salud y educación.
• Recuperar la agenda de octubre de 2003 y una verdadera nacionalización de las empresas estratégicas.
• Establecer mecanismos de información y difusión sobre el manejo de los recursos.
• Derecho a decidir sobre el desarrollo que queremos.
• Derecho a la consulta previa, libre, informada y vinculante.
(1) El evento fue co- organizado por el Programa NINA y el Programa Urbano de la red UNITAS.
(2) La Coalición Regional está conformada por Asociación Ambiente y Sociedad (AAS) de Colombia, Centro de Estudios para el Desarrollo Laboral y Agrario (CEDLA) de Bolivia, Instituto Brasileiro de Análises Sociais e Econômicas (IBASE) de Brasil, Centro de Derechos Económicos y Sociales (CDES) de Ecuador, Derecho, Ambiente y Recursos Naturales (DAR) del Perú.

Fuente: fp-fip.org/es/unasur-organizaciones-sociales-cuestionan-el-sentido-y-el-impacto-de-la-integracion-suramericana/

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