Córdoba se Mueve - En la Construcción de un
Movimiento Político se refiere, en “Monsanto para todos y todas”, al discurso
pronunciado por la Presidenta en el Council de las Américas sobre su
orgullo de que Monsanto se expanda en Argentina. “Mientras el gobierno
nacional, con la total complicidad de los gobiernos locales, festeja los
anuncios por una inversión de 1500 millones de pesos por parte de la empresa
líder en agronegocios, en Córdoba, en el marco del primer juicio por
fumigaciones con agrotóxicos, las Madres de Barrio Ituzaingó Anexo denuncian
cómo se empeña el futuro de nuestros y nuestras hijas con el ejemplo lamentable
de 200 casos de cáncer, vecinxs enfermxs, la mayoría con leucemia, lupus,
púrpura, infecciones en la piel, alergias y asma. Claro está, enfermedades que
poco importan al capital nacional o extranjero si de ganancias se trata. (…)
La lucha contra esta multinacional se extiende
a lo largo y ancho del mundo (India, Sudáfrica, Malí, EEUU, Guatemala, Brasil,
Perú, Haití, Francia, España, Alemania, etc.). Sin embargo, haciendo oídos
sordos, la continuidad y profundización del agronegocio –como el de la
megaminería- intenta disfrazarse de progreso desde el discurso oficial. Hablan
de la buenaventura del desarrollo tecnológico, de la investigación, del ingreso
de dólares y de los puestos de trabajo. Pero en la práctica, no es más que el
devenir de un modelo agroexportador que comenzó a consolidarse hace 16 años
cuando el gobierno de Menem autorizó la siembra de soja transgénica con uso de
agrotóxicos.
El anuncio de las inversiones se presenta en
“sintonía fina” con los 7 millones de hectáreas que se extendieron desde la
asunción de los Kirchner al gobierno, que hoy representan el 56% de la tierra
cultivada en argentina. En nuestra provincia, con la sanción de una Ley de
Bosques que permite a los empresarios del agro seguir talando el escaso 5% de
bosque nativo que queda. Y, por supuesto, con el PEA 20-20 (Plan Estratégico
Agroalimentario) que contempla el aumento de la producción transgénica en
volumen (58%) y superficie de cultivo (27%); que lógicamente tendrá un profundo
y negativo impacto en el complejo sistema productivo de nuestro país, al
consolidar el modelo de país extractivo-exportador basado en la agricultura
industrial, pools de siembra, agrotóxicos, monocultivos, despoblamiento rural y
enormes ciudades insustentables, avanzando a sangre y fuego en la frontera
agrícola hacia territorios donde hoy las comunidades campesinas e indígenas
están resistiendo desalojos (...)”.
Fuente: http://www.dariovive.org/?p=3494
El PEA persigue intensificar la agricultura
industrial y desprecia a los campesinos y a la soberanía alimentaria. Veamos cuán
valioso es aprender de:
Mujeres: gestoras de la soberanía
alimentaria
Por
Irene León y Lidia Senra
La alimentación, que es indisociable de
la supervivencia humana, ha evolucionado mediante un largo proceso de
investigación y creación, históricamente encabezado por las mujeres.
Ellas han experimentado; hibridado semillas; seleccionado lo comestible y
lo no comestible; preservado alimentos; inventado y refinado la
dietética, la culinaria y sus instrumentos. A través de esto han generado
uno de los más importantes referentes de cada una de las culturas y
sociedades. Y no es poco decir: ellas alimentan al mundo. La
visión que hombres y mujeres han ido construyendo de la agricultura no es la
misma. La desigual distribución de poder de gestión y
de propiedad de la tierra favorable a los hombres respecto a las
mujeres, fruto de las desigualdades de género, no naturales, sino sociales,
contribuye a esta visión y posición que adoptan. Las mujeres (en general)
han venido considerando la actividad agraria fundamentalmente como fuente
de alimentación. Y de hecho, las campesinas abastecen entre el 60 y
el 80% de la producción alimenticia de los países más pobres y
alrededor del 50% a nivel mundial.
Según datos de la Organización de
las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación
(FAO), en el mundo hay más de mil 600 millones de mujeres rurales, la
mayoría agricultoras, que representan más de la cuarta parte de la
población mundial: - Las mujeres campesinas son las productoras de los
principales cultivos básicos de todo el mundo: arroz, trigo y maíz,
que proporcionan hasta el 90% de los alimentos que consume la
población empobrecida de las zonas rurales. - En el África
Subsahariana, las mujeres producen hasta el 80% de los alimentos
básicos para el consumo familiar y la venta, ellas cultivan hasta 120
especies vegetales diferentes en los espacios libres junto a los cultivos
comerciales de los hombres. - Las mujeres realizan del 25 al 45% de
las faenas agrícolas en Colombia y Perú. En algunas zonas andinas,
las mujeres establecen y mantienen los bancos de semillas de los que
depende la producción de alimentos. Los huertos domésticos que las mujeres
mantienen "...son, muchas veces, verdaderos laboratorios
experimentales informales, al interior de los cuales ellas transfieren,
favorecen y cuidan las especies autóctonas, experimentándolas a fondo y
adoptándolas para lograr productos específicos y si es
posible variados, que ellas están en capacidad de producir. Un
estudio reciente realizado en Asia ha mostrado que 60 huertos de un mismo
pueblo contenían unas 230 especies vegetales diferentes. La
diversidad de cada huerto era de 15 a 60
especies" 1 . Gracias a la acumulación de
conocimientos relativos a la práctica agrícola, a la
previsión productiva, al procesamiento y distribución, las mujeres,
aún en contextos de pobreza extrema, no solo alimentan a la
humanidad sino que mantienen patrones de consumo congruentes con el
cuidado de la tierra y la colectividad. Sin embargo, al momento de
definir las políticas agrícolas y alimenticias esta es una
consideración de último rango, pues en el mundo del rey mercado, ellas
apenas mantienen el dominio del 1% de las tierras agrícolas. La FAO registra
que menos del 10% de las agricultoras de India, Nepal y Tailandia
poseen tierras. Según este organismo, el análisis de los
sistemas de crédito en cinco países africanos reveló que las mujeres recibían
menos del 10% del crédito concedido a los
pequeños agricultores.
Es más, desde
1970, el total de mujeres rurales que viven en condiciones de pobreza
se ha duplicado, incrementando la "feminización de la
pobreza". Las desigualdades de
género en el mundo rural se ubican entre las más crudas de
las relaciones sociales que afectan a la sociedad y en especial a las
mujeres, cuya invisibilidad histórica llevó a que su propia
existencia como sujetos tan solo empezara a ser reconocida en el último
cuarto del siglo pasado. Hasta ahora, aunque han sido adoptadas
significativas políticas en distintas esferas, en la práctica, la
discriminación en el mundo campesino y en el de la alimentación se
mantiene casi intacta, especialmente porque las mujeres no son
consideradas aún ni actoras econó- micas, ni productoras de conocimientos,
ni sujetos sociopolíticos integrales.
Enfoques opuestos
Para las mujeres campesinas, la
propuesta de la soberanía alimentaria es consubstancial a su propia
existencia y definición social, pues su universo ha sido históricamente
construido, en gran parte, en torno al proceso creativo de la
producción alimentaria. Su reto actual, es hacer que al construir
esta propuesta, queden atrás los prejuicios sexistas y que esta
nueva visión del mundo incluya a las mujeres, las reivindique, y les
permita la opción de ser campesinas en pie de igualdad. No obstante,
la ideología patriarcal es la columna vertebral de las tendencias
capitalistas que apuntan a la premisa de que hay que producir más, lo que
equivale a depredar más, y desarrollar tecnologías, como las resultantes
de la biogenética, para maximizar la rentabilidad. Las lógicas que
subyacen en esta visión de la producción para el comercio y la
exportación, son diametralmente opuestas a aquellas que nutren las propuestas
y prácticas de autosustento, desarrolladas a través de los tiempos
por las mujeres; son también la antítesis del concepto de soberanía
alimentaria, pues cuando el mercado decide sobre las políticas agrícolas y las
prácticas alimentarias que resultan de ellas, los pueblos apenas
tienen el papel de consumidores y, en algunos casos, de empleados, no de
tomadores de decisiones. Desde hace decenios, las organizaciones
campesinas y ecologistas han sustentado y comprobado que la actual producción
de alimentos es más que suficiente para alimentar a todas y todos.
Insisten en que hay que cambiar los patrones de producción y consumo de los
países ricos y establecer una distribución igualitaria de los bienes
alimenticios, destacando, además, la ligazón entre buena alimentación y
salud. Pero las políticas internacionales -basadas en las consecuencias y
no en las causas- continúan enfocando problemas y soluciones
aisladas. De hecho, todo indica que resolver el problema del hambre y la
alimentación a través de los mecanismos mercantiles es imposible.
Al mantener las diferencias estructurales y la mala distribución
intactas, nada indica que los ingresos potenciales de las personas
consumidoras vayan a mejorar. Más bien las tendencias apuntan hacia una
mayor polarización de las desigualdades.
Formular una perspectiva de género
El reto que plantea la Comisión de
Mujeres de la Vía
Campesina , de formular de una perspectiva de género para la
soberanía alimentaria, es muy grande, pues está ineludiblemente asociada a la
vindicación de una de las áreas de producción y conocimientos más
devaluadas socialmente, e incluso asociada al confinamiento de las
mujeres: la producción de alimentos. Desconociendo los siglos de
investigación, creación, y producción de conocimientos que ellas han
realizado, la división patriarcal del trabajo ha rescindido el valor de
estas creaciones, haciendo de ellas un terreno de exclusión. El
reivindicarlas implica una amplia agenda de reparaciones que aluden
directa mente a la transformación de las relaciones de desigualdad entre los
géneros en todas las esferas. Por tanto, sus demandas no se
restringen a las dinámicas productivas sino que abarcan el conjunto de
relaciones sociales inherentes, precisamente, a la soberanía,
la autodeterminación y la justicia de género. Las mujeres
campesinas consideran que han de estar atentas y muy vigilantes sobre
como se implementan las políticas para asegurar la soberanía alimentaria, pues
si estas políticas avanzan sin la presencia de las mujeres
campesinas en los lugares de toma de decisión, tanto en las
organizaciones como en las instituciones, se corre el peligro de
que las campesinas sigan estando discriminadas respecto a la soberanía
alimentaria. Ello implica analizar los contenidos y los instrumentos
de las políticas que han de desarrollarse, así como profundizar en las
alianzas con las organizaciones de mujeres, como por ejemplo con la Marcha Mundial de
las Mujeres. Al colocar al centro de sus reivindicaciones el derecho
humano a la alimentación, las campesinas abogan por la reorientación de
las políticas alimentarias en función de los intereses de los pueblos, lo
que apela a la refundación de valores colectivos y la
revalorización de cosmovisiones integrales. Para encaminar este
propósito, ellas enfatizan en la reivindicación de la igualdad de género
en el conjunto del planeamiento y toma de decisiones relacionadas con el agro y
la alimentación. Ello se expresa, entre otros, en la lucha
que llevan por establecer la paridad en todas sus organizaciones, y
propiciarla en otras instancias de decisión.
Irene León, socióloga ecuatoriana,
es miembro de ALAI. Lidia Senra es Secretaria General del
Sindicato Campesino Gallego y miembro del Comisión Internacional de
la Vía Campesina. Fuente: http://alainet.org/images/alai419w.pdf
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