Están despertando la identificación con los
pueblos originarios.
En Nuestra América, los gobiernos progresistas
proceden de modo semejante tanto en la promoción de las transnacionales
extractivistas como en la lucha contra quienes las confrontan pero los últimos
se multiplican ante el privilegio de los súper negocios por sobre la vida. Comprobemos:
Yasuní convoca a la vida
Decio Machado
(Revista del Observatorio de los Servicios Públicos, Guayaquil)
El proceso sociopolítico de modernización acelerada que vive el
Ecuador desde hace seis años y medio, no sólo generó cambios en el entorno
físico (desarrollo de infraestructuras) y en la reducción de los indicadores de
pobreza, sino también en el plano de los actores con mayor incidencia en el
ámbito social. Aunque el gobierno ha tenido la capacidad de generar una red
clientelar en el entorno de las organizaciones sociales, lo que le ha permitido
controlar en gran medida la capacidad de reacción de éstas a políticas públicas
que podrían generar convulsión social (despidos de trabajadores en el sector
público, políticas de criminalización de la protesta social, negociación del TLC
con la UE…), no ha podido desarrollar el control sobre nuevos actores políticos
en construcción o reconstrucción.
La decisión del presidente Correa, anunciada el pasado 15 de
agosto, de explotar los pozos petroleros del Bloque 43 –el Ishpingo-Tiputini-Tambococha
(ITT)- desató la incorporación en el ámbito de la política nacional de un actor
que durante la era correísta había permanecido aletargado: la juventud.
El fin de la Iniciativa Yasuní ITT, lo que fuera la carta de presentación más revolucionaria del gobierno ecuatoriano, aunque genera malestar en amplios sectores de la población, movilizó de forma especial a la gente más joven. Desde entonces hasta hoy, diversas ciudades del país están siendo escenario de movilizaciones diarias protagonizadas por jóvenes, quienes manifiestan su rechazo a la decisión y reclaman una consulta popular en la cual el conjunto de la ciudadanía pueda expresar su posición.
La reacción de un gobierno acostumbrado a no tener oposición ni
movilización social sostenida en las calles no ha podido ser otra, paralelamente
al crecimiento del número de las manifestantes ha crecido también las
descalificaciones, la desinformación y la represión respecto a quienes
democráticamente pretenden ejercer su derecho a la participación social.
De lo viejo a lo nuevo
Según Antonio Gramsci, una verdadera crisis histórica ocurre cuando
hay algo que está muriendo pero no termina de morir y al mismo tiempo hay algo
que está naciendo pero tampoco termina de nacer. En el tiempo y en el espacio
donde esto ocurre, ahí se presenta una auténtica crisis orgánica, crisis
histórica, crisis total.
La opción electoral de Alianza PAIS se presentó en el año 2006 como algo nuevo, pretendió ser una nueva forma de hacer política frente a un deslegitimado sistema político controlado por la oligarquía y una decadente partidocracia. Sin embargo, la adopción por parte del presidente Correa de los discursos y prácticas utilizados históricamente por la partidocracia, han convertido a Alianza PAIS en el paradigma de lo que pretendió superar. El acelerado retroceso ideológico del correísmo ha hecho que termine sufriendo de lo que en medicina científica se conoce como el síndrome Hutchinson-Gilford, un cuadro clínico caracterizado por el envejecimiento prematuro de las personas (llegan a envejecer entre 5 y 10 veces más rápido de lo normal). Mientras cada día mayor número de jóvenes se manifiestan en las calles bajo consignas por la vida, la no explotación del Yasuní y un modelo de desarrollo marcadamente diferente, el oficialismo con el presidente Correa a la cabeza lanza los mismos mensajes que todo gobierno ecuatoriano ha emitido en los últimos cuarenta años: “la explotación de petróleo es para combatir la pobreza”, “sin explotación de petróleo no habría escuelas”, “la explotación de recursos naturales es la fuente que permite nuestro desarrollo”, “sin petróleo no habría subsidio de gasolina”… Es esto, lo que según los jóvenes, convierte a este proceso en una “caricatura de revolución”.
La mayoría de las personas que hoy protagonizan estas
movilizaciones tenían a la llegada del presidente Correa al poder entre 14 y 20
años. Han crecido y se han formado durante el proceso correísta, carecen de
pertenencia política organizada y lo que les moviliza es la construcción de un
mundo más justo y respetuoso con una planeta que aceleradamente está siendo
destruido. Estos jóvenes que han crecido oyendo hablar de la necesidad de
preservar a los pueblos en aislamiento voluntario, de que la verdadera riqueza
del Yasuní esta en su biodiversidad y no en el petróleo, o que edificamos esta
sociedad sobre los pilares ancestrales del Buen Vivir y no sobre el desaforado
consumo capitalista, hoy, coherentemente se movilizan diciéndole al gobierno y
al Ecuador entero que ellos realmente sí aman a la vida.
La reacción del poder no ha podido ser otra que la que viene día tras día agudizándose en los últimos años: la descalificación sistemática. El aparato de propaganda gubernamental los descalifica intelectualmente a través de cadenas televisivas en las cuales indican que quienes organizan y dirigen las movilizaciones son los líderes políticos de los partidos de la oposición. En las contra manifestaciones organizadas por el oficialismo (minoritarias y sostenidas con funcionarios públicos y una gutierrista dosis de sandwiches y colas) se corean consignas que les hacen alusión como desestabilizadores y golpistas. La miopía política habitualmente existente en los gobiernos que ejercen el “todo-control” -por su capacidad de incidencia en todos los poderes del Estado-, se agudiza en el caso ecuatoriano, generando un nivel de confrontación contra los movilizados que supera las dimensiones de los hechos y que carece en el fondo de cualquier ética política. Son muchos los sectores de la sociedad que legítima y democráticamente demandan un plebiscito sobre el futuro del Bloque 43 y el Yasuní.
La prepotencia gubernamental ha generado tal ceguera que no
terminan de entender que el Yasuní rebosa vida por todos los lados, tanta que
permitió a una sociedad que estaba políticamente moribunda volver a resucitar.
Nuevos actores sociales, reincorporación de la sociedad al debate político y un
punto focal: manipulen o pongan a sus lacayos en el Consejo de Participación
Ciudadana y Control Social, es igual, pero el Estado no debe negar el derecho
que tiene la ciudadanía a la participación democrática en la toma de decisiones.
http://www.deciomachado.blogspot.fr/2013/08/yasuni-convoca-la-vida.html Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=173299
También el reconocimiento de compartir destino
con los pueblos originarios, se da por descubrimiento mutuo del desafío de
descolonizarse.
Colombia: Recolonización
de las economías de los pueblos indígenas
Por Efraín Jaramillo
Jaramillo*
9 de agosto, 2013.- El 9
de agosto se celebra el Día Internacional de los Pueblos Indígenas del Mundo. En
este día en Colombia se hablará mucho de sus derechos y sobre los problemas que
tienen con grupos armados en sus territorios; naturalmente, el gobierno a través
de sus funcionarios indígenas ensalzará sus ejecutorias. Los
indígenas hablaran por su parte de la deplorable situación humanitaria por la
que atraviesan sus comunidades por la ausencia de planes y programas para sus
pueblos, pero también sobre el tema obligado, de cómo se imaginan la paz en
Colombia. Nada nuevo entonces. De mi parte voy a aprovechar esta oportunidad
para adelantar una reflexión más sobre un tema tan trascendental para bienestar
de los indígenas, como es el desarrollo de las economías propias de sus pueblos.
Esa es mi forma de saludarlos y de agradecerles por todo lo aprendido de ellos.
En un artículo anterior (¿Descolonización o recolonización de las culturas indígenas?), decíamos que ocurría un malestar en los pueblos indígenas por las decisiones económicas que tomaban algunos liderazgos indígenas para buscar el desarrollo económico y social de sus comunidades a como diera lugar y al precio que fuera, pues los angustiaba que la sociedad mayor que los rodea se modernizaba aceleradamente, mientras sus comunidades escasamente evolucionaban, pero sí crecían sus apremios de salud, nutrición y educación y sus deteriorados territorios ya no tendrían la capacidad de garantizarles la alimentación.(1) Decíamos también que este malestar creaba situaciones políticas insostenibles, cuando los fundamentos filosóficos que orientaban sus movilizaciones, más que responder a necesidades materiales de sus pueblos, los sumergían en una nebulosa fundamentalista que satisfacía anhelos de dignidad y necesidades de valoración social, pero poco aportaban a su desarrollo real. Al final abríamos un interrogante sobre si esta situación era el resultado de una falta de realismo de los líderes indígenas. Sin embargo presentíamos, que más que ausencia de realismo, se trataba de un esencialismo cultural que resistía el paso de los tiempos, una suerte de mística colectiva que condicionaba la conducta de las comunidades y los individuos, a la cual se acudía para explicar todos sus actos, que por demás, no requerirían interpretaciones racionales.
En este texto, que puede
ser visto como una ampliación de las ideas del anterior, queremos señalar cómo
la estructura económica propia que les da el sustento a las comunidades
indígenas se ha deteriorado de tal manera, que no garantiza una vida digna en el
territorio.
Son comunidades en vías de “extinción económica”
(no se me ocurre
otro término). Hay varios pueblos que entran dentro de esta categoría
(“guahibos” de Tame, yukpas del Perijá, chimilas de las sabanas de San Ángel,
etc.). Uno de ellos que es afectado sobremanera es el pueblo embera, pues
además de las penurias económicas que experimentan sus comunidades, se presenta
en ellas una creciente “desterritorialización”. Abrumadas por necesidades
materiales, estas comunidades muestran una tendencia a abandonar sus tierras y a
ocuparse en otras actividades económicas, diferentes a las denominadas
tradicionales (aprovechamiento de la oferta ambiental).
Son suficientemente conocidas las razones por las cuales los recursos ambientales de los territorios indígenas han sido sobreexplotados, hasta llevarlos a su extinción (tala indiscriminada del bosque, sobreexplotación de la fauna, minería, contaminación de ríos, cultivos ilícitos, incluida la palma aceitera, ganaderización, etc.). Sobre eso ya se ha hablado bastante. Queremos entrar a enunciar otros hechos conexos que se soslayan porque tocan aspectos internos de las organizaciones indígenas y eso les fastidia a algunos dirigentes. Pero qué le vamos a hacer, hay que mencionarlos.
El punto es que mientras en los territorios indígenas haya recursos que explotar,
se aplaza el colapso económico. Aunque ya algunas comunidades se encuentran
“raspando la olla”, este colapso puede ser alargado artificialmente, lo que
sucede cuando algunos jefes de hogar, en su desespero por sobrevivir en sus
desvencijados territorios, recurren a la sobreexplotación de la mano de obra de
sus allegados (en general mujeres e hijas), con consecuencias tan dolorosas como
es el suicidio de niñas, o el “desarraigo” (otra forma de suicidio, pues
constituye una segregación, una desmembración con sus espacios de vida).
Pero esto es el resultado
y no el origen del problema.
La raíz del problema es que las comunidades, sobre
todo sus dirigentes y organizaciones, no han sido capaces de realizar
innovaciones en la estructura económica de las comunidades,
utilizando de forma
eficiente cuantiosos recursos de la cooperación al desarrollo. Pues no existen
en las comunidades núcleos orgánicos, comprometidos y con formación en economía,
que impulsen las necesarias transformaciones económicas de sus pueblos. Estas
son fallas que se enmascaran con una sobrepolitización de la problemática
económica. En lo general se cae en una retórica aparentemente radical, que busca
las causas de su infortunio exclusivamente en las acciones de agentes externos
(colonización, sustracción violenta de los bienes ambientales y medios de vida,
narcotráfico, despojo de tierras, etc.).
Esa retórica radical se
apoya en la suposición de que las insurrecciones se presentan allí donde las
injusticias han tocado fondo y cuando “los
proletarios no tienen nada más que perder salvo sus cadenas” (Manifiesto
comunista). De allí se deriva la idea de que todo intento por mitigar la
opresión, es prolongar la adversidad de los oprimidos. Contrariamente a esto,
son excepcionales los casos en que la miseria ha provocado la insubordinación de
los oprimidos. La regla ha sido que las insurrecciones se han producido allí
donde se han presentado mejoras en las condiciones de vida de los oprimidos. Y
no será un indígena caucano quien diga lo contrario, a menos que haya olvidado
su propia historia y desconozca que las asombrosas movilizaciones indígenas
contra un régimen tan intransigente como fue el de Uribe, no hubieran sido
posibles, sin una mejora substancial de sus economías en las dos décadas
anteriores, que condujeron a que tomaran conciencia de la injusticia que se
cometía contra ellos. No quiero con
esto minimizar o aún exculpar las actuaciones dolosas de los usurpadores de ayer
y de hoy, que han arruinado los territorios de indígenas y negros, no faltaba
más. Pero sí busco entender, lo que no significa justificar, lo que sucede con
las economías de los pueblos indígenas.
En esa búsqueda por entender, nos hemos encontrado que se repite en muchas partes una suerte de “retórica ilusionista” de líderes indígenas, que proyectan el futuro de sus comunidades con una visión idealizada y romántica de un pasado glorioso, un reino de la abundancia, un paraíso que fue destruido por la maldad de los occidentales. Por esa vía se exculpan aquellas conductas (tradicionales o no, adoptadas o impuestas, da igual) que aprisionan a los resguardos y que incentivan estos éxodos (Jaibanismo extremo, autoritarismo, exceso de politización, mal manejo y deficiente distribución de los recursos, incluyendo la tierra).
“Los resguardos (también
las organizaciones indígenas de todos los niveles, diría yo), deben
pensarse de nuevo, buscando democratizar las relaciones a su interior”,
decía el dirigente Chamí Aquileo Yagarí,. Este pensamiento expresado, aunque no
desarrollado, en la Escuela Interétnica, llevó a que otros indígenas, pero
también afrocolombianos como Silvano Caicedo, hablarán aún, de una “refundación
de la democracia intercultural” para
garantizar la paz en los territorios interétnicos.
Si hay algo seguro en
Colombia, es que las ideologías (de derecha y de izquierda) han demostrado su
incapacidad para construir una sociedad más incluyente y democrática, sobre todo
para generar desarrollo económico y social. Pero esa incapacidad se enmascara
con excesos de política. Y esto, como nos lo enseñara Hannah Arendt, no es una
“verdad de opinión”, sino una “verdad de hecho”.
Mal harían los pueblos
indígenas seguir enmascarando sus fallas vía excesos de política, pues por esa
vía también se destruye la democracia y se desmovilizan y dividen las
organizaciones y los pueblos.
Ese es un pensamiento que han prestado de occidente, del cual tienen que
sacudirse si quieren frenar la nueva recolonización de las economías propias de
los territorios colectivos, que se encuentra en marcha.
Las instituciones políticas prestadas, es como la ropa prestada: no sirve.
Porque o les queda grande y se enredan al caminar o les queda chica lo que les
impide moverse libremente.
Resguardo Embera katío
Quebrada Cañaveral del
Alto San Jorge, Córdoba
9 de agosto de 2013
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