jueves, 5 de septiembre de 2013

El capitalismo se constituye sistema de acaparamiento de bienes comunes por oligopolios imperialistas y locales.

Ese avance lleva a la desaparición forzada de 
comunidades campesinas e indígenas.

La agricultura industrial expande y profundiza el hambre y la pobreza.

La Vía Campesina, en su plataforma para combatir el hambre y la pobreza en el mundo rural (Resoluciones y Mociones de Yakarta, julio 2013) señala:
Hoy hay más personas en el mundo padeciendo hambre que en cualquier otro momento de la historia humana. A su vez, el Banco Mundial recomienda cada vez más programas asistencialistas, compensatorios, "focalizados", productivistas, privatizadores y de liberalización de mercados, para supuestamente acabar con el hambre. 
Y cada vez más los gobiernos, muchas veces hermanados con el sector privado nacional y transnacional, se esfuerzan por implementar estos programas. El resultado ha sido más hambre y más pobreza en el campo y en la ciudad, irónicamente con mayores oportunidades para la inversión y las ganancias privadas.
El hambre y la pobreza son las más nuevas "commodities" (mercancías) para especular con ellas en los mercados al costo de los hambrientos y los pobres. Esta es la triste realidad. Si los gobiernos y las instituciones multilaterales de verdad quisieran reducir el hambre, la pobreza y la miseria, deberían empezar por asumir las verdaderas causas estructurales de las mismas y  diseñar políticas públicas de Estados y apoyar las iniciativas de los movimientos dirigidas a atacar dichos problemas en su raíz.
La causas
El hambre y la pobreza tienen sus causas estructurales en el sistema capitalista. Aunado a esto, las políticas neoliberales de recorte de presupuestos y servicios, y de transnacionalización de nuestras economías, empeoran tanto las estructuras de inequidad como las condiciones actuales para nuestros pueblos. Los programas asistencialistas y compensatorios no hacen nada para rectificar esta situación; más bien enmascaran las causas verdaderas y permiten que se sigan transformando nuestras economías en contra de nuestros propios intereses.
El sistema económico, capitalista  global, ha generado diversas crisis, cuyas manifestaciones locales y regionales nos golpean más, incluyendo, entre otros, los efectos de la crisis global de los precios de los alimentos y de la crisis climática. Los alimentos subvencionados y baratos importados por las empresas transnacionales, posibilitados por los tratados de libre comercio, rebajan los precios que recibimos por nuestros productos agrícolas, obligando a las familias campesinas a abandonar el campo y a migrar a las ciudades, mientras se socava la producción alimentaria local y nacional. Justo cuando se haya suprimido la producción nacional de alimentos, sus precios se dispararán en los mercados internacionales, generando hambrunas que pudieran haber sido evitadas por políticas de Estado que apoyaran la producción campesina nacional de alimentos en cada país, a través de sus sistemas de producción.
Los inversionistas extranjeros, invitados por algunos de nuestros gobiernos, acaparan las mejores tierras de labranza, desplazando aún más a los campesinos y campesinas locales, productores y productoras de alimentos, y reorientando las tierras hacia la minería, siendo social, cultural, política, económica y ambientalmente devastadora, hacia las plantaciones de agrocombustibles que alimentan a los automóviles en vez de a las personas y hacia otras plantaciones dedicadas a la exportación, que atentan contra la Soberanía Alimentaria de nuestros pueblos y sólo enriquecen a unos pocosHay cada vez menos tierra para producir alimentos para las personas, y cada vez más para minas y desiertos verdes. La privatización por la venta y la contaminación del agua significa que los únicos que pueden regar son los dueños multinacionales de las plantaciones para agrocombustibles y la exportación.

Al mismo tiempo, las emisiones descontroladas de gases de efecto invernadero y la contaminación del aire proveniente de los Países Desarrollados y del sistema agroalimentario global de las corporaciones -basado en el transporte a largas distancias y en la agricultura industrial- están cambiando el clima en nuestro detrimento. Nuestras tierras se vuelven más áridas, con cada vez mayor escasez de agua, afrontamos incrementos de las temperaturas y condiciones progresivamente más extremas, tales como fuertes tormentas, huracanes, inundaciones y sequías. Las fechas de las épocas lluviosas se han vuelto completamente impredecibles, de manera que ya nadie sabe más cuándo sembrar. Todo esto daña a las familias campesinas y pueblos originarios y afecta a la producción alimentaria. También, nos enfrentamos a la imposición de las semillas transgénicas en nuestros países, que amenazan la integridad de nuestras variedades locales de semillas –esenciales para hacer frente al cambio climático- y la salud de nuestros consumidores y consumidoras. (...) Leer

En el Llamamiento de la VI Conferencia de la Vía Campesina Egidio Brunetto – 9 al 13 de junio de 2013 (Yakarta, el 12 de Junio de 2013) se aclara:

(...)La Agroecología  es nuestra opción para el presente y para el futuro
La producción de alimentos basada en la agricultura campesina, el pastoralismo y la pesca artesanal sigue siendo la principal fuente de alimentos en el mundo. La agricultura campesina de base agroecológica constituye un sistema social y ecológico que está conformado por una gran diversidad de técnicas y tecnologías adaptadas a cada cultura y geografía. La agroecología elimina la dependencia de los agrotóxicos; rechaza la producción animal industrializada; utiliza energías renovables; permite garantizar alimentación sana y abundante; se basa en los conocimientos tradicionales y restaura la salud e integridad de la tierra. La producción de alimentos en el futuro estará basada en un creciente número de personas produciendo alimentos en forma diversa y resiliente.
La agroecología protege la biodiversidad y enfría el planeta.
Nuestro modelo agrícola no sólo puede alimentar a toda la humanidad sino que también es el camino para detener el avance de la crisis climática enfriando el planeta a través de la producción local en armonía con nuestros bosques, alimentando la biodiversidad y la reincorporación de la materia orgánica a sus ciclos naturales. 
Justicia social y climática, y solidaridad
A medida que avanzamos y construimos a partir de nuestra diversidad cultural y geográfica, nuestro  movimiento por la soberanía alimentaria se ve reforzado, integrando la justicia y la igualdad social. Practicando la solidaridad por sobre la competencia, rechazamos el patriarcado, el racismo, el imperialismo y luchamos por sociedades democráticas y participativas, libres de explotación de las mujeres, los niños, los hombres o la naturaleza.

Demandamos justicia climática ya mismo. Quienes más sufren este caos climático y ecológico no son los que lo han provocado. Las falsas soluciones de la economía verde para continuar el crecimiento capitalista están empeorando la situación. Se crea una deuda ecológica y climática que debe ser corregida. Por esta razón demandamos la inmediata detención de los mecanismos de mercados de carbono, geoingeniería, REDD y los agrocombustibles.
Ratificamos la necesidad y nuestro compromiso de luchar en forma permanente contra las corporaciones transnacionales, entre otras cosas, boicoteando sus productos y rechazando cooperar con sus prácticas de explotación. Los Tratados de Libre Comercio y los acuerdos de inversión han creado condiciones de extrema vulnerabilidad e injusticias para millones. La implementación de estos tratados trae como resultado la violencia, la militarización y la criminalización de la resistencia. Otra consecuencia trágica de los mismos es la creación de una masa masiva de migrantes mal pagados, con trabajos inseguros e insalubres y con violaciones de sus derechos humanos y discriminación. La Vía Campesina ha logrado colocar los derechos de los campesinos y campesinas en la agenda del Consejo de los Derechos Humanos de la ONU y llamamos a los gobiernos a ponerlos en práctica. Nuestra lucha por los derechos humanos está en el corazón de la solidaridad internacional e incluye los derechos y protección social de los agricultores migrantes y trabajadores de la alimentación.
Las luchas por el derecho a la tierra, a la alimentación, al trabajo digno, contra la destrucción de la naturaleza, son criminalizadas. Son cientos los compañeros y compañeras que han sido asesinados en los últimos años y otros muchos ven amenazadas sus vidas o son perseguidos y encarcelados, frecuentemente con el apoyo o la complicidad de las autoridades públicas. (...)
Semillas, bienes comunes y agua
Enaltecemos a las semillas, el corazón de la Soberanía Alimentaria, con el principio Semillas Patrimonio de los Pueblos al Servicio de la Humanidad, reafirmado hoy por cientos de organizaciones en todo el mundo. Nuestro desafío pasa hoy por seguir manteniendo a nuestras semillas vivas en manos de nuestras comunidades, por multiplicarlas en el marco de nuestros sistemas campesinos. Continuaremos la lucha contra su apropiación a través de diversas formas de propiedad intelectual y su destrucción por su manipulación genética y otras nuevas tecnologías. Nos oponemos a los paquetes tecnológicos que combinan transgénicos con el uso masivo de pesticidas.
Seguimos hoy enfrentando la Leyes de semillas que, de la mano de los intereses de las corporaciones, son privatizadas y mercantilizadas. Seguimos enfrentando a los transgénicos  y luchando por un mundo libre de transgénicos. 
Los ciclos de la vida fluyen a través del agua y ella es una parte esencial de los ecosistemas y la vida. El agua es un bien común y como tal debe ser protegido.

Construyendo desde nuestras fortalezas
Nuestra gran fortaleza es crear y mantener unidad en la diversidad. Nosotros tenemos una visión del mundo inclusiva, amplia, práctica, radical y esperanzada como invitación a unirnos en la transformación de nuestra sociedad y la protección de la Madre Tierra.
Las movilizaciones populares, la confrontación con los poderosos, la resistencia activa, el internacionalismo, el compromiso con los movimientos de base locales son esenciales para lograr cambios sociales efectivos.
En nuestra heroica lucha por la Soberanía Alimentaria continuaremos construyendo alianzas esenciales con los movimientos sociales, los trabajadores y organizaciones urbanas y de las periferias, con migrantes, con quienes luchan contra la megaminería y las megarrepresas, entre otras.
Nuestras principales herramientas son la formación, la educación y la comunicación. Estamos fomentando el intercambio de conocimientos acumulados hasta el presente con metodologías y contenidos de formación cultural, política e ideológica y técnica; multiplicando nuestras escuelas y experiencias de educación de nuestras bases y desarrollando nuestras herramientas de comunicación desde nuestras bases. 
Nos comprometemos a crear espacios especiales para potenciar a nuestros jóvenes. Nuestra mayor esperanza hacia el futuro es la pasión, energía y compromiso de nuestros jóvenes articulada en los jóvenes de nuestro movimiento.
Nos vamos de esta VI Conferencia Internacional de La Vía Campesina dando la bienvenida a las nuevas organizaciones que se han integrado al Movimiento, seguros de nuestras fortalezas y llenos de esperanzas hacia el futuro.
¡Por la tierra y la soberanía de nuestros pueblos!
¡Con solidaridad y lucha!

El extractivismo arrasa los sistemas vitales para la habitabilidad de Nuestra América que crearon los pueblos originarios.

Héctor Alimonda, en la Presentación del libro "La naturaleza colonizada", explica: Durante siglos, los Andes han sido un vasto escenario donde distintas culturas humanas fueron construyendo modos y estilos de convivencia con la naturaleza, expresados en saberes, tecnologías, formas de organización social y elaboraciones míticas y simbólicas. A partir de la cuidadosa observación de la variedad de los diversos ecosistemas que componen la inmensa región, de su flora, de su fauna, de sus variaciones climáticas y ecológicas según fajas de altitud, de sus diferentes suelos y disponibilidad de recursos hídricos, esas sociedades elaboraron sistemas complejos de aprovechamiento de esos múltiples recursos, en una perspectiva que hoy deberíamos calificar como “sustentable”. Y será bueno recordar, también, que esa actitud “sustentable” en relación a la naturaleza no se limitaba a una aceptación pasiva de sus determinaciones: a lo largo de miles de años (de la misma forma que en Mesoamérica) se realizaron experiencias de investigación biológica y agronómica sobre especies vegetales y animales, con el resultado de nuevas variedades, se implementaron nuevas técnicas de cultivo y se efectuaron notorias intervenciones sobre el medio físico, en la forma de obras de irrigación y de grandes terracerías, por ejemplo. Paradójicamente, estas experiencias, que constituían un tesoro de la humanidad, fueron destruidas en función de la implantación en esa región de una “economía de rapiña”, como la denominó en 1910 el geógrafo francés Jean Brunhes, basada en el saqueo extractivista. No es necesario recordar que sobre estas sociedades y estas naturalezas se arrojó el aluvión de la conquista europea, que las sometió a situaciones de colonialidad, recomponiéndolas en función de sus lógicas de acumulación económica y de control político y social. Destacamos, apenas, que fue el momento de aparición de una forma de explotación, inédita en la historia en su escala y su crueldad: la gran minería. A comienzos del siglo XXI, pasados quinientos años, la intensidad renovada por la apropiación y explotación de los recursos minerales se expresa en la multiplicación de mega proyectos de extracción en todo el continente. Pero, a diferencia de épocas pasadas, las condiciones tecnológicas permiten ahora prescindir de grandes contingentes de fuerza de trabajo. Las poblaciones locales, entonces, se transforman en víctimas de procesos de vaciamiento territorial que las excluyen de sus lugares de pertenencia, al mismo tiempo en que destruyen a los ecosistemas con los cuales han convivido, a veces, desde tiempo inmemorial. A pesar de los prolijos catálogos de buenas prácticas para la gobernanza ambiental y de las prescripciones de la responsabilidad socio- ambiental de las empresas, la resistencia generalmente tiene como respuesta la criminalización, la represión, los asesinatos por encargo: en el siglo XXI latinoamericano, la disputa por el control de los recursos naturales es un tema álgido de derechos humanos. Con significativa regularidad, estos procesos se multiplican dramáticamente en todos los países de la región, independientemente de las orientaciones políticas generales de sus gobiernos. En el caso específico del Perú, la profundización del modelo extractivista minero se ha visto acompañada, especialmente durante el gobierno de Alan García, por una ofensiva despiadada por la privatización y mercantilización de los recursos naturales, implicando en la anulación de las formas tradicionales de convivencia, con frecuencia ancestrales, que con ellos mantienen comunidades campesinas y naciones indígenas. Esa desposesión ha significado, inclusive, la modificación de regímenes legales de propiedad que protegían esos derechos. No sorprende, entonces, que desde hace años los motivos ambientales constituyan la mitad de las causas de los conflictos sociales en el cómputo mensual que realiza la esforzada Defensoría del Pueblo del Perú. (…)  

Héctor Alimonda, en La colonialidad de la Naturaleza, define al extractivismo como persistencia de la colonialidad que afecta a la naturaleza de Nuestra América:

(…)La conclusión que desde ya adelanto es que el trauma catastrófico de la conquista y la integración en posición subordinada, colonial, en el sistema internacional, como reverso necesario y oculto de la modernidad, es la marca de origen de lo latinoamericano. No estoy diciendo, atención, que esa marca de origen determine absolutamente toda nuestra historia de forma fatal. Al decir esto, claro está, pongo en evidencia que doy a la Historia un papel relevante en la interpretación de las sociedades. Por lo tanto, a nadie debe sorprender que, en mi perspectiva, la Ecología Política latinoamericana deba constituirse en una relación de diálogo y realimentación mutua con otra área de reflexión que se está desarrollando recientemente en la región, la Historia Ambiental. Luego de presentar estos puntos, intentaré cerrar la reflexión con referencias a diferentes propuestas en relación a la Ecología Política en América Latina. Quiero comenzar por destacar el punto que me interesa desarrollar en este momento: la persistente colonialidad que afecta a la naturaleza latinoamericana. La misma, tanto como realidad biofísica (su flora, su fauna, sus habitantes humanos, la biodiversidad de sus ecosistemas) como su configuración territorial (la dinámica sociocultural que articula significativamente esos ecosistemas y paisajes) aparece ante el pensamiento hegemónico global y ante las elites dominantes de la región como un espacio subalterno, que puede ser explotado, arrasado, reconfigurado, según las necesidades de los regímenes de acumulación vigentes. A lo largo de cinco siglos, ecosistemas enteros fueron arrasados por la implantación de monocultivos de exportación. Fauna, flora, humanos, fueron víctimas de invasiones biológicas de competidores europeos o de enfermedades. Hoy es el turno de la megaminería a cielo abierto, de los monocultivos de soja y agrocombustibles con insumos químicos que arrasan ambientes enteros –inclusive a los humanos–, de los grandes proyectos hidroeléctricos o de las vías de comunicación en la Amazonia, como infraestructura de nuevos ciclos exportadores. Hasta las orientaciones políticas “ecológicamente correctas” de los centros imperiales suponen opciones ambientalmente catastróficas para nuestra región: transferencia de industria contaminante, proyectos de basureros nucleares, mega-monocultivos de agrocombustible, etc. Una larga historia de desarrollo desigual y combinado, una ruptura a nivel global del metabolismo sociedad-naturaleza, que penaliza crecientemente a la naturaleza latinoamericana y a los pueblos que en ella hacen su vida (...). Leer

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