La de acumulación gran capitalista que
implica
biocombustibles vs. alimentos; fracking
vs. agua y pago de 'deuda' vs. derechos humanos.
(...)El financista
George Soros se convirtió en el cuarto mayor tenedor de acciones de YPF al
adquirir más de 8 millones de acciones de la petrolera. Invirtió en la operación
450 millones de dólares.
La potencialidad de la compañía a partir de sus
recursos no convencionales, con Vaca Muerta a la cabeza, despertó el interés de
este histórico y polémico administrador de fondos de inversión, quien ponderó
las oportunidades de negocios que ofrece la empresa a mediano plazo por encima
de los supuestos riesgos que implica el litigio con los fondos buitre. (...)
En
2006, durante una gira del entonces presidente Néstor Kirchner por Nueva York, El magnate le anunció allí que
desembolsaría 500 millones de dólares para producir bioteanol en el país. La
relación con el Gobierno fue buena desde entonces.
(...)
Leer
Desde México nos aclaran sobre la
criminalidad de la acumulación gran capitalista.
La devastación y el despojo que nos traerá el fracking[1]
Por
Juan José
Morales
Una faceta
del fracking —que el gobierno oculta celosamente— y que fue mencionada durante
la conferencia que el pasado sábado dictó el físico Tulio Arroyo Marroquín,
especialista en cuestiones energéticas, en el planetario Ka’ Yok’ de Cancún, es
que los pozos una vida útil brevísima, de apenas tres años. Tras ese lapso, su
producción decae hasta volverlos improductivos, y es necesario perforar otros en
diferente lugar, y luego otros, y otros más, y así en una cadena interminable
que devasta el terreno y lo inutiliza para cualquier otra actividad productiva.
Porque no
hay que olvidar que ese procedimiento de fractura hidráulica empleado para
extraer gas atrapado en las formaciones geológicas de pizarras, esquisto o
lutitas, exige el uso de enormes cantidades de agua a la cual se añaden casi 60
sustancias químicas diversas, muchas de ellas altamente tóxicas y contaminantes.
Como señaló
Arroyo, y como muestra la experiencia de la producción mediante fracking en
Estados Unidos y Canadá, tras el primer año de operación, el rendimiento de los
pozos cae en un 40%, al cabo del segundo año, la disminución es del 65%, y al
tercer año ya están agotados, de modo que hay que abandonarlos y pasar a otra
zona para perforar más, y luego a otra, y así sin cesar, de modo que el terreno
se va llenando con pozos abandonados y desechos peligrosos. En cambio, los pozos
petroleros se mantienen en producción durante años e incluso pueden ser
revitalizados cuando se reduce mucho el flujo.
Para tener
una idea de lo que lo anterior significa en cuanto a devastación ambiental,
basta señalar que, según estimaciones de la Secretaría de Energía, para extraer
sólo el 12% del gas de los yacimientos de lutitas en México, habría que perforar
más de un cuarto de millón de pozos. O un millón si se desea obtener la mitad
del gas. Son realmente cantidades exorbitantes, totalmente reñidas con la
protección y conservación del medio ambiente.
Pero lo peor
de todo, es que esa devastación no la realizarán las compañías petroleras en
terrenos de su propiedad, sino en los de otras personas.
En efecto,
las leyes secundarias de la llamada reforma energética establecen que el
gobierno está facultado para rentar a las petroleras las tierras de cualquier
propietario bajo figuras jurídicas conocidas como “servidumbre legal, ocupación
y afectación superficial”. O, para decirlo con otras palabras: todo propietario
de tierras, quiera o no, podrá ser despojado de sus tierras y obligado a
ponerlas en manos de esas empresas extranjeras. Cuando le sean devueltas,
arruinadas por la contaminación y por la misma actividad de la maquinaria y los
equipos, ya no servirán para nada.
Todavía hay
más: en el colmo del cinismo y la desvergüenza, este destructor método de
extracción de gas, el fracking o fractura hidráulica, quedó catalogado en las
leyes secundarias de la llamada reforma energética como “energía limpia”, junto
con la energía hidráulica.
Por
supuesto, esa clasificación no fue un simple error o un acto ingenuo de los
legisladores, sino algo deliberado, pues al poner al fracking en tal categoría,
se le puede brindar tratamiento especial en forma de facilidades para su
realización, exenciones fiscales e incluso subsidios.
Y aquí cabe
subrayar que esta clasificación del fracking como “energía limpia”, fue
impulsada por el llamado Partido Verde Ecologista de México, junto con el PRI,
el PAN y el Panal. Con ello, el membrete del tucán demostró una vez más que es
sólo un apéndice del PRI, que su ecologismo no es más que simulación y que en
realidad la defensa y protección del medio ambiente le importan un bledo.
Si
finalmente, la banda de legisladores que aprobó semejante atentado a la
naturaleza se sale con la suya, las perspectivas son de una verdadera catástrofe
ecológica ahí donde se realice este tipo de explotación.
[1] Publicado
en los diarios Por Esto! de Yucatán y Quintana Roo. Lunes 28 de
julio de 2014
Leer
Desde
España nos precisan aún más qué significa el
predominio de la acumulación gran capitalista por sobre las necesidades e
intereses de los pueblos.
La burbuja del fracking
Septiembre
de 2014
Algunas explotaciones abren más de 1.000
pozos anuales para sortear el declive.
En el actual
debate sobre el "fracking" se
está obviando una cuestión esencial: la insostenibilidad económica a corto plazo
de un negocio ruinoso sostenido por una burbuja financiera surgida de Wall
Street.
En este
artículo intentaré resumir los argumentos que he expuesto con mayor extensión en
un libro [2]
y que sustentan mi hipótesis de que el"fracking" [*],
además de los riesgos ambientales y sanitarios que lo rodean, presenta las
características de la burbuja financiera creada por las hipotecas subprime y su
versión hispana del ladrillo.
Me centraré
en el gran protagonista de la independencia energética norteamericana: el shale
gas [*],
esto es, el gas natural no convencional [*]
(GNNC), pero aunque ponga el foco en él, los planteamientos y los factores
implicados son también de aplicación al caso del petróleo no convencional,
aunque su producción sea infinitamente menor que la del gas.
Barriles de papel
En EE UU el
propietario de un terreno posee también los derechos del subsuelo. Esa propiedad
genera unos derechos que el tenedor puede ceder, arrendándolos, a una empresa
que desee explotarlos. Como ocurre con las hipotecas, las pólizas de
arrendamiento tienen un valor como activos financieros [*],
lo que quiere decir que las entidades bancarias pueden utilizarlos como garantía
fiduciaria a la hora de acudir al mercado interbancario (o al correspondiente
banco central) para obtener efectivo. Además, los activos se negocian en los
mercados una vez empaquetados y después de que hayan sido calificados por las
agencias de rating. Obviamente, lo que interesa a la banca es que los activos
conformados con las pólizas tengan el mayor valor fiduciario posible, de la
misma forma que durante la pasada década lo que interesaba era que el suelo y
las hipotecas tuvieran la máxima valoración, aunque luego se demostrara que los
paquetes hipotecarios calificados con la máxima nota por la agencias estaban
infestados de hipotecas basura.
La
ceremonia de la confusión
Un recurso [*]
es la cantidad total de un hidrocarburo que, mediante estimaciones técnicas, se
supone que existe en un área determinada. Una reserva [*]
es la fracción del recurso que se puede recuperar de manera rentable con las
condiciones económicas actuales y utilizando las tecnologías existentes. Lo que
sistemáticamente hacen los departamentos publicitarios de la industria y la
banca es confundir deliberadamente recursos y reservas para manipular al alza el
valor de sus activos.
La
diferencia real entre reservas y recursos tiene un componente legal importante y
es que aquéllas tienen un valor como activos, por lo que están sujetas a las
mismas reglas de auditoría y control de los organismos reguladores que cualquier
otro valor que cotice en Bolsa, de manera que inflar las reservas para
utilizarlas como activos es un delito. El problema se soslaya cuando las
transacciones financieras se realizan en los desregulados mercados OTC [*],
un tipo de mercado paralelo, extrabursátil, en el que se negocian instrumentos
financieros directamente entre las partes.
Un demoledor
–y lamentablemente desconocido– informe elaborado en 2006 por el Senado
estadounidense decía que los dos principales mercados internacionales
energéticos, NYMEX e ICE Futures, controlados desde Wall Street, operan al
margen de la supervisión de la agencia federal independiente CFTC, encargada del
control de las bolsas de valores. Liberados del supervisor gracias a la
desregulación del mercado energético que se aprobó en tiempos de Bush y Cheney,
los mercados OTC se han convertido en un patio de Monipodio global donde toda
especulación encuentra cómodo asiento.
Descorchando botellas de cava
La
productividad inicial (PI) de un pozo es la tasa de producción más alta de toda
su vida operativa y, generalmente, se alcanza el primer mes después de la
perforación. La PI de un yacimiento o de los diferentes yacimientos que componen
un campo es la media de las PI de los pozos que soportan. Haciendo un símil, se
puede decir que el "fracking" produce
en un estrato de lutitas [*]
–rocas sedimentarias compuestas por partículas del tamaño de la arcilla y del
limo–un efecto similar al que se provoca al agitar una botella de cava. Cuando
se quita el tapón, el contenido sale a chorros, luego a borbotones y rápidamente
cesa, lo que significa que su PI es extraordinaria. Empero, solo un porcentaje
muy pequeño de los pozos de un campo presentan PI superiores a la media (figura
1).
Figura 1. Productividad inicial (PI) de los tres principales campos
estadounidenses de GNNC.
El eje de
abscisas indica el porcentaje acumulado de pozos ordenados de menor a mayor PI.
La distribución es la típica de los campos de lutitas, con una PI muy alta en
unos pocos pozos (en Haynesville, por ejemplo, solo un 2% de los pozos presentan
PI > 20 Mpc/d [3])
y la inmensa mayoría con PI mucho más bajas (media para Haynesville: 8,2 Mpc/d).
A, B, C: datos de los campos Haynesville, Barnett y Marcellus, respectivamente.
En
contraposición, la eficiencia de recuperación (ER) de los campos de GNNC es muy
baja: solamente se pueden recuperar un 6,5% de las reservas, un porcentaje
ridículo cuando se compara con la ER de los yacimientos convencionales (75-80%).
Ese es un elemento esencial de la trama. Cuando se perfora por primera vez un
pozo, la producción es extraordinaria. Después de la explosión inicial, la
producción cae en picado hasta que, pasado el tercer año, los pozos producen un
80-90% menos y dejan de ser rentables aunque se mantengan abiertos para
alimentar el espejismo de las reservas inacabables. Siete años después serán
abandonados.
Un
tobogán imparable
La tasa de
declive es el ritmo al que decrece la producción de un pozo, de un yacimiento o
de un campo a medida que avanza su vida productiva. En el caso de las lutitas,
unos y otros presentan aceleradas tasas de declive que, representadas en forma
de curva, se asemejan a las pendientes extremadamente empinadas de un tobogán
(figura 2).
Figura 2. Curvas típicas de declive para los pozos de gas Haynesville (A),
Barnett (B) y Marcellus (C).
Aquí
no hay franquicias
La industria
energética estadounidense se empeña en presentar todos los campos de GNNC como
si fueran franquicias con producción homogénea y uniforme en todo el campo. Al
sostener que todos los pozos de un campo –y hay campos del tamaño de la mitad de
España– tienen una producción uniforme, distorsiona escandalosamente los datos a
su favor. Además de ocultar el acelerado declive de los pozos, se encarga de que
la publicidad y los medios den una cobertura desproporcionada a los pozos con
mayores PI para que se tenga la falsa impresión de que esa es la productividad
de todos los pozos del campo y de que así se mantendrá durante muchos años.
Sin embargo, como
puede verse en la tabla 1, las tres cuartas partes de la producción
proceden de los cuatro primeros campos. Los dos siguientes añaden un 12% más,
hasta completar el 88% de la producción. Los restantes 24 campos de gas no
convencional actualmente operativos completan la producción total del país.
También puede verse cómo la disparidad entre los campos es extraordinaria.
La
interminable cinta de correr
Convenientemente manipulados, los parámetros que acabo de mencionar se
convierten en una herramienta clave para entender que el funcionamiento
operativo en los campos de GNNC puede compararse con una cinta de correr. Para
sostener el crecimiento y enmascarar el declive en la producción que daría al
traste con el valor de los activos, el negocio del "fracking" requiere
incesantes programas de perforación. En otras palabras, tal y como sucede con
las estafas piramidales, los campos de lutitas dependen en gran medida de la
expansión perpetua: conforme crece la producción, se necesitan más pozos y
capital simplemente para compensar el escaso rendimiento y los fuertes declives
que los caracterizan. Si se detienen las perforaciones, el negocio se derrumba.
Cómo se infla la burbuja
El análisis
de los datos estadísticos oficiales procedentes de los 65.000 pozos de "fracking" operativos
en EE UU en 2012 demuestra que los costes de producción en la mayoría de ellos
son muy superiores a los precios actuales del gas y que el mantenimiento de la
producción requiere cada vez mayor número de perforaciones y la entrada de
capital a raudales para sostenerla (columnas 9, 10 y 11 en latabla
1). En números redondos y probablemente conservadores, por cada dólar
que la industria obtiene vendiendo un determinado volumen de GNNC, se gasta al
menos dos en producirlo. Pese a ello, lo que a todas luces es un negocio ruinoso
continúa expandiéndose por EE UU y comienza a exportarse a otros países. ¿Por
qué está ocurriendo esto? ¿Por qué ese empeño en seguir perdiendo dinero a
espuertas año tras año?
En la
burbuja urdida en la Gran Manzana que está en el origen de la actual recesión
subyacía la idea básica e imposible de toda burbuja: había un recurso infinito
cuyo valor no dejaría nunca de aumentar. El recurso, llámese suelo o llámese
gas, crea a su alrededor todo un universo de activos financieros que pasan de
mano en mano generando beneficios hasta que alguien pincha la burbuja. Como
acabamos de ver, las estimaciones de la industria derivan de la corta vida
productiva de los pozos que se proyecta como si se tratara de una producción a
largo plazo. Los operadores, apoyados por potentes agencias publicitarias,
enseñan unos resultados de explotación espectaculares obtenidos de las PI de
unos cuantos pozos y extrapolan esos resultados a yacimientos enteros todavía no
probados.
El
procedimiento es siempre el mismo. Cuando se descubre un posible yacimiento,
comienza el frenesí de los alquileres de tierras. A este le sigue un auge de
perforaciones centrado en las zonas más productivas. Lo que hacen los creativos
analistas financieros es aplicar curvas hiperbólicas a los datos iniciales de
producción y pronosticar una vida media de los pozos de unos cuarenta años. Con
esos datos en mente y los contratos de arrendamiento en la mano, Wall Street
está haciendo lo mismo que hizo con las hipotecas basura: desarrollar
sofisticados productos de ingeniería financiera.
Las
transacciones financieras basadas en los alquileres de terrenos se han
convertido en una actividad más rentable que perforar para obtener GNNC con los
actuales costes. Las grandes multinacionales energéticas están acaparando
derechos de arrendamiento para añadirlos a sus reservas de barriles de papel y
compensar así el declive de sus reservas reales con objeto de inflar
artificialmente el precio de las acciones y mantener su propia solvencia, algo
que la mayoría no hubiese podido hacer sin las fantasiosas reservas adicionales
procedentes de las lutitas. El objetivo no es vender gas sino vender alquileres
de terrenos y empresas enteras con derechos de explotación convenientemente
inflados por las estimaciones hiperbólicas. Empaquetar derechos de alquiler
resultó ser un negocio tan rentable como lo fue empaquetar hipotecas.
La avaricia
está rompiendo el saco: como la exportación de hidrocarburos está prohibida en
EE UU desde el siglo pasado, el exceso de oferta de gas hizo que, a partir de
2008, se desplomaran los precios domésticos. En enero de 2012, los precios del
gas natural [*]
cayeron por debajo de los tres dólares por cada mil pies cúbicos (kpc). Los
costes medios por pozo de explotación eran entonces de unos 4-6 dólares por kpc,
por lo que los operadores sufrían pérdidas importantes, pero debían seguir
perforando para cumplir con sus obligaciones crediticias con los bancos.
Como se
trata de mantener los datos de producción inflados para que las acciones de las
petroleras y los derivados de Wall Street se mantengan al alza, hay que perforar
nuevos pozos. Eso supuso abrir 7.200 nuevos pozos en 2012; como el coste medio
de perforar un pozo ronda los seis millones de dólares, las compañías
invirtieron 42.000 millones simplemente para enmascarar la disminución en la
producción. Ese mismo año, el GNNC estadounidense generó ventas comerciales por
valor de 33.000 millones. Parece un negocio ruinoso, pero no lo es: entre el
pistoletazo de salida de 2009 y 2011, el entramado financiero ligado al gas de
lutitas movió 135.000 millones de dólares (figura 3).
Figura 3. Relaciones entre las transacciones financieras y los precios del gas
en Estados Unidos. La línea anaranjada indica la evolución de los precios del
gas natural, que se desplomaron a partir de 2008 debido al exceso de oferta
provocado por las expectativas desatadas por la especulación del GNNC.
Así
las cosas, los bajos costes del gas están cobrándose su precio con los pequeños
y medianos operadores de GNNC, que tienen que vender sus activos, principalmente
títulos de arrendamiento, para evitar la bancarrota. Perforar, perforar y
perforar, ese es el destino de las operadoras atrapadas por las deudas
bancarias. La deuda del sector casi se ha duplicado en los últimos cuatro años,
mientras que los ingresos se han incrementado en tan solo un 5,6%, según un
análisis realizado con una muestra de 61 pequeños y medianos operadores de "fracking",
cuya carga financiera alcanzó 163.600 millones dólares en el primer trimestre de
2014. Los bancos, que están ingresando grandes sumas por las transacciones y
fusiones de las compañías de GNNC y por los intereses de los préstamos, siguen
calificando a las explotaciones de "fracking" como
una buena opción de compra para los inversores.
En
resumen, que la banca obtiene de todo ese trasiego estos beneficios: a) gracias
los activos obtiene dinero a bajo interés en el interbancario o en el banco
central, dinero que luego presta a intereses más altos o utiliza en otras
actividades financieras lucrativas; 2) préstamos a los operadores, de los que
obtiene intereses siempre superiores a los que tiene que pagar en el
interbancario y que tienen arruinado al sector; 3) venta de activos financieros;
4) cobro de comisiones por todas las operaciones generadas. Exactamente lo mismo
que en el caso de las hipotecas basura, pero ahora partiendo de barriles de
papel, que pasan a ser nuevas fichas en el casino del capitalismo global.
Lo de
siempre: la banca siempre gana. Visto el éxito de las subprime, Wall Street
quiere expandir urbi et orbi el "fracking",
ese nuevo maná. (…)
Leer
De modo que es
prioritario que la mayoría de nosotros cuestione al crecimiento económico vigente
o a la acumulación gran capitalista de riquezas y poder. Este juicio
adquirirá capacidad de transformación emancipatoria si, a la vez, descubrimos la
centralidad del trabajo para el progreso del sistema. Reflexionemos sobre:
Crítica de la tesis de la
financiarización
diciembre
de 2008
Por
Rolando Astarita
Desde hace años se
ha ido consolidando en círculos de la izquierda una caracterización del
capitalismo actual como de hegemonía del capital financiero por sobre el capital
productivo. Por eso se habla de la etapa actual como la etapa de la
financiarización. Se piensa que la crisis, y los problemas y padecimientos que
sufren los pueblos, se deben en lo esencial a este dominio del capital
financiero, y al parasitismo asociado al mismo. También se considera que el
crecimiento del capitalismo norteamericano en los últimos años fue sólo
hinchazón de capital ficticio y especulativo; y que la economía mundial estuvo,
en el último cuarto de siglo, en crisis abierta o larvada.
El propósito de
este trabajo es demostrar que si bien la tesis de la financiarización se basa en
algunos hechos reales, los presenta de forma unilateral y deformada, para sacar
conclusiones equivocadas. Comenzamos sintetizando las ideas centrales de la
financiarización. Luego presentamos nuestra crítica, y por último sacamos
algunas conclusiones.
La tesis de la financiarización
Aunque lo más
representativo de la tesis de la financiarización son los escritos reunidos en
Chesnais (1996), aquí vamos a tomarla tal como circula en textos y discursos de
la izquierda y del campo progresista en Argentina, en especial de las facultades
de Ciencias Sociales. Más que un análisis de textos y matices particulares, nos
interesa abordar sus líneas de pensamiento fundamentales.
En lo esencial la tesis afirma
que la producción gira, a partir del triunfo de la reacción neoliberal, en torno
a las necesidades y exigencias del capital financiero. “Lo financiero” comprende
a los accionistas, los tenedores de capital dinero, los fondos de inversiones,
los bancos, las aseguradoras de riesgo y similares.
Las finanzas
habrían tomado las riendas de mando a partir del “golpe” de fines de la década
de 1970, con la suba de las tasas de interés, y desde entonces el capital
financiero se habría convertido en la fracción dominante de la clase
capitalista, subordinando al capital industrial y comercial a su imperio. De
manera que, según la financiarización, lo financiero controla a la sociedad; las
instituciones financieras han reunido los recursos líquidos disponibles, y el
poder capitalista se concentra en ellas. Todas las actividades empresariales se
rigen según criterios de la rentabilidad inmediata, por encima de criterios
productivos. Los accionistas exigen a los gerentes maximizar el valor bursátil
de las empresas, y hacen prevalecer el imperativo de la rentabilidad por sobre
cualquier otra necesidad social. Debido a que los gerentes son remunerados según la
valoración bursátil de las empresas, tienden a alinearse con los intereses de
los accionistas. Para maximizar los beneficios en el corto plazo, reestructuran
empresas, echan trabajadores, cierran sectores no rentables y eliminan capacidad
productiva. La acumulación capitalista ya no se funda en una inversión que
maximice la producción, sino que la haga rentable aun a costa de frenarla. Por
el mismo motivo las corporaciones implementan el re-engineering,
que es concentrar las actividades empresarias en las actividades en donde tienen
ventajas. Asimismo se trasladan a países que ofrecen mejores condiciones de
explotación; avanzan en la flexibilización y precarización del trabajo, y
hostigan a los sindicatos. Por eso la financiarización es la causa de que
desaparezcan las responsabilidades sociales, laborales o medioambientales.
Además, la dirección y dinámica del desarrollo no dejan lugar a dudas. Por todos
lados avanza esta hegemonía financiera. Los fondos líquidos se convierten en
propietarios de múltiples empresas; y lo financiero impone su lógica al punto
que todo el que invierte en la producción reclama rendimientos iguales a los que
se obtienen en los mercados financieros y bursátiles.
Lo anterior se combina con la idea de que se entró en una
larga etapa de estancamiento capitalista, no sólo porque los criterios
financieros van en contra de la producción, sino también porque la mayor parte
del excedente va a parar a las finanzas. La mejora de las ganancias de las
últimas décadas, en lo sustancial, fue sólo para el sector financiero,
parasitario y enemigo de la producción.
La suba de las tasas de interés, se afirma, significa una punción permanente de
plusvalía, y queda menos para la reinversión productiva. Por otra parte, la
mayor parte del excedente la retienen los accionistas, y en consecuencia bajan
los beneficios retenidos por las empresas que podrían destinarse a la inversión.
Las consecuencias son que se debilita el crecimiento, se desestabiliza la
macroeconomía y los Estados pierden el poder de regular. El capital financiero
se convierte así en un tapón que reprime y condiciona cualquier solución de la
crisis.
Además, las ganancias del capital son
ficticias, porque provienen de la valorización especulativa –sin base en la
acumulación “real”– de acciones y de otros títulos financieros. El capital
productivo está dominado por el parasitismo, y el capital ficticio es un puro
costo para el capital industrial y comercial. Algunos teóricos también piensan
que el crecimiento del capital ficticio ha sostenido una demanda artificial, y
que de no haber existido ésta, el capitalismo habría caído en una profunda
depresión. Según otros defensores de la tesis del estancamiento del capitalismo,
el crecimiento del crédito es una prueba de que el sistema capitalista está
estancado a nivel global. En términos generales, y según la tesis de la
financiarización, la contradicción dominante –y en muchos casos, la central– de
la sociedad actual es la que existe entre las finanzas y los pueblos; o entre
las finanzas y el sector productivo.
Si bien se reconoce que en el fondo de la pirámide de exacción de plusvalía los
que más sufren son los trabajadores, se considera que los males sociales se
acabarían en buena medida si los pueblos pusieran límites al capital financiero.
Qué es el capital financiero
Si bien el término
capital financiero es muy utilizado en la izquierda, no existe un acuerdo
general sobre qué se entiende precisamente por el mismo. En la tradición
marxista, además, la noción ha tenido diversas interpretaciones. La expresión
“capital financiero” prácticamente no se encuentra en la obra de Marx, como
señala Harvey (1990); Marx se refirió preferentemente al capital dinerario para
denotar el capital que se presta a interés. En Lenin y Hilferding el término se
utiliza para designar la fusión entre los bancos y la industria, con
predominancia del primero. Pero Lenin y Hilferding se basaban en una situación
que era común en Alemania, pero no en Estados Unidos y Gran Bretaña.
Posteriormente por capital financiero se entendió a los bancos, financieras,
fondos de inversión y similares, compañías de seguros, más los prestamistas
–tenedores de grandes sumas de capital dinero– y los holdings,
que son los capitales que dominan un amplio espectro de empresas de diferentes
ramas y actividades, a través del control de paquetes accionarios.
Frecuentemente también se incluye dentro del capital financiero a los
accionistas. Si bien éste es un buen punto de partida para elaborar la cuestión,
pensamos que son necesarias algunas precisiones.
En primer lugar
hay que distinguir entre el capital
dinerario que se presta a interés, del capital dedicado a lo que Marx llamaba
“el tráfico del dinero” (1999, t. 3, p. 343). El capital dedicado al tráfico de
dinero está compuesto por el capital que se separa del capital global y se
autonomiza, y cuya función consiste en llevar adelante operaciones monetarias
“para toda la clase de los capitalistas industriales y comerciales”
(ídem, p. 403). Se trata de las operaciones técnicas de pago y cobro de dinero;
conservación de tesoros monetarios; saldo de balances; manejo de cuentas
corrientes, movimientos internacionales de dinero, operaciones cambiarias, y
similares. A ello hay que sumar las funciones de recibir y conceder créditos;
organizar operaciones como colocación de acciones o bonos; preparar fideicomisos
y actuar como fideicomisarios, etc. En todos los casos son empresas que reciben
una tasa de ganancia que, en promedio, debe igualar a la tasa de ganancia de
cualquier otro capital, obedeciendo al impulso de la igualación de la tasa de
ganancia entre las diferentes actividades. Los
beneficios de este capital por lo tanto deben distinguirse cuidadosamente del
interés. La ganancia de un banco de depósitos, por ejemplo, no
proviene del interés, sino de la diferencia entre las tasas activas y
pasivas (esto es, de las tasas a las que presta y de las tasas a las que toma
depósitos). Su tasa de ganancia está determinada por la ratio entre la suma de
los beneficios y el capital invertido, siendo este último lo invertido en
instalaciones, máquinas y otros insumos de oficina, y fuerza de trabajo. Si se
trata de un banco de inversión, su ganancia provendrá de las comisiones que
cobre por colocar títulos de deuda y acciones de primera emisión de empresas; o
títulos del Estado, y operaciones del mismo tipo. Lo mismo sucede con un
corredor de bolsa; su ganancia principal proviene de las comisiones que cobra
por operar en la bolsa.
Los capitalistas dinerarios que prestan dinero, en cambio, reciben un interés
por sus préstamos, que por lo general es menor que la tasa de ganancia. Este
interés está determinado por la oferta y demanda de fondos en los mercados de
capitales y monetarios. El interés significa una punción sobre la tasa de
ganancia del capital, y tiende a moverse en sentido inverso al de la tasa de
ganancia. Cuando la tasa de ganancia es alta, y los negocios se desarrollan con
normalidad, la tasa de interés suele ser baja; cuando la tasa de ganancia se
debilita, y se dificulta la realización del capital mercancía, la tasa sube. Es
por esto que en momentos de crisis la tasa de interés puede afectar
negativamente, y de manera muy fuerte, a la tasa de ganancia. El capital a
préstamo aparece entonces como el capital enfrentado al capital productivo. De
aquí que surja la impresión de que la suba de la tasa de interés es la
responsable de la caída económica.
Marx pensaba que
había una división sociológica dentro de la clase capitalista, entre los
capitalistas dinerarios y los capitalistas productivos, y que los primeros
podían enfrentarse, hasta cierto punto, con los segundos. Ésta es una de las
razones por las cuales los teóricos de la financiarización sostienen que el
capital financiero –identificado ahora con el capital dinerario que se coloca a
interés– es responsable de la tendencia al estancamiento del modo de producción
capitalista, desde fines de la década de 1970, y comienzos de la década de 1980.
Si bien Marx
arrancó su explicación del interés de la división sociológica dentro de la clase
capitalista apuntada, pensamos que
es necesario matizar la idea de que los
prestamistas constituyen una capa “exclusiva” de capitalistas puramente
dinerarios. Es que
existen muchas empresas productivas que colocan sus excedentes
líquidos a tasa de interés. Esto se debe a que permanentemente en el proceso de
acumulación del capital se generan excedentes de dinero que deben esperar para
volver a invertirse. Entre éstos figuran los fondos de amortización del capital fijo;
y los flujos de caja diarios con los que se afrontan los pagos periódicos del
capital circulante. Por eso surgen miles de ofertas de capital dinero que
provienen de la producción, o del comercio, y buscan valorizarse colocándose a
préstamo. De manera que la distinción entre el capitalista dinerario y el
capitalista industrial o comercial, pierde nitidez. El propio Marx destacó que
el capital dinerario proviene de múltiples fuentes:
Por lo demás,
es un error considerar que los recursos de
los que dispone el moderno sistema bancario (actualmente el sistema financiero
de conjunto) son solamente los recursos de los ociosos.
En primer lugar está una parte del capital que los industriales y los
comerciantes tienen momentáneamente desocupado en la forma de dinero, como
reserva monetaria o como capital que aún se ha de invertir; vale decir capital
ocioso, pero no capital de los ociosos. En segundo lugar, la parte de los
réditos y ahorros de todos, permanentes o transitoriamente destinada a la
acumulación. (Marx, 1999, t. 3, p. 781).
Teniendo en cuenta
estas mediaciones, podríamos considerar entonces que las instituciones
financieras y el capital de préstamo de conjunto forman parte de lo que
comúnmente se conoce como capital financiero. Los fondos que salen del ciclo
productivo conformarían, durante el tiempo que están colocados a interés, una
parte del capital financiero.
La cuestión se
hace más complicada cuando consideramos el capital invertido en acciones, y a
los accionistas. En
algunos pasajes Marx ha asociado de forma bastante estrecha al capital
accionario con una especie de capital dinero a préstamo, y a los dividendos con
el interés. Esto
porque el poseedor de acciones no necesariamente está involucrado en la función
de capitalista, y en este sentido se acerca al capitalista dinerario. Sin
embargo esta circunstancia no nos parece suficiente para considerar al capital
accionario, tomado como totalidad, como parte del capital financiero. En primer
lugar porque las acciones dan
derechos a participar en las ganancias de las empresas a través de los
dividendos, y éstos no mantienen una relación inversa con la tasa de ganancia,
como sucede con el interés. Cuando aumentan las ganancias de las empresas,
aumentan los dividendos, y viceversa; por eso durante una crisis los dividendos
tienden a desaparecer. La cuestión es importante porque desde este punto de
vista no existe el tipo de tensión que se advierte entre la tasa de ganancia
neta y el interés. Sí
existe una cierta
oposición entre las ganancias retenidas por las empresas y los dividendos
distribuidos a los accionistas, esto es, entre la plusvalía destinada a la
reinversión, y la plusvalía que en principio puede gastarse como rédito. Pero es
una oposición de naturaleza distinta de la que existe entre ganancia e interés.
Además, y más importante, es que las acciones
pueden valorizarse, dando lugar a ganancias de capital. Esta valorización puede ser
puramente ficticia. Sin embargo no
todo incremento del precio de las acciones es ficticio, porque puede
corresponderse con un incremento del capital real que subyace a la acción.
Por ejemplo, la suba del precio de las acciones de Microsoft a lo largo de las
últimas décadas no se debe sólo –ni tal vez principalmente– a un crecimiento del
capital ficticio, sino a una acumulación real de capital. Por eso, cuando una
empresa destina una parte de la plusvalía a acrecentar el capital, la acción
puede valorizarse porque mejoran las perspectivas de ganancias a futuro. Esto
explica también que no siempre
la no distribución de dividendos por parte de las empresas es castigada por los
accionistas con ventas de títulos y bajas de sus precios. Volveremos sobre
estas cuestiones luego, pero lo importante aquí es que ésta es otra
característica que distingue al capital accionario del capital a interés. El
prestamista, a diferencia del accionista, no obtiene ningún beneficio con la
valorización de la empresa cuando ésta acumula capital.
Por otra parte la
situación del accionista no siempre es la de mero propietario del capital,
ya que pasado cierto umbral de la tenencia del paquete accionario –normalmente
el 5%– empieza a tener un papel en el directorio de la empresa, y puede
involucrarse en el capital en funciones. Y cuando un grupo de accionistas controla el paquete mayoritario
conduce la empresa, y ya no puede decirse que se trata de capital financiero
opuesto al capital en funciones. A su vez los directores de empresas normalmente
poseen participaciones en los paquetes accionarios y son remunerados
regularmente mediante el pago de más acciones. De la misma manera un holding
tiene participación en la conducción de muchas empresas a través del control de
porciones importantes de paquetes accionarios –supongamos, entre el 15 y 35%– y
en cada una de ellas desempaña el rol de capital en funciones. He aquí otro
motivo por el cual es equivocado considerar al capital accionario de conjunto
como parte integrante del capital financiero.
Por lo tanto, y en
base a lo discutido hasta aquí, consideraremos como capital financiero a los
capitales que operan en el manejo del dinero y del crédito; al capital dinero
que se presta a interés; y al
capital dinero que se invierte en carteras, pero no alcanza a participar en la
gestión de las empresas.
Como puede advertirse, la línea divisoria entre capital en
funciones y el capital financiero es, en ciertos aspectos, bastante ambigua. La
razón última de esta ambigüedad se debe a que la división entre el capital
dinero y el capital en funciones se
da en el marco de una unidad, que consiste en que ambos se nutren de la
plusvalía, esto es, de la explotación del trabajo humano. No hay una muralla
entre ambos tipos de capitalistas, porque son diferentes formas que adopta el
capital.
Economía capitalista, ¿crecimiento ficticio?
La idea de que el crecimiento de Estados Unidos,
o de la economía mundial, en el último cuarto de siglo, ha sido puramente
especulativo y sin sustento en la producción, registra un aspecto de la
realidad, a saber, que Estados Unidos está fuertemente endeudado, y que el
crédito y las deudas han tendido a crecer en todo el mundo. Sin embargo no es
cierto que no haya habido desarrollo de la “economía real”. Presentamos al
respecto algunos datos concluyentes.
Entre 1982 y 2008
el PNB de Estados Unidos creció, en términos reales, un 125%; entre 1982 y 1991
lo hizo un 35% y entre 1991 y 2008 un 66%. La inversión privada fija no
residencial en términos reales subió, entre 1991 y 2008 (tomando la inversión
del primer trimestre, anualizada) un 150%. La producción industrial de conjunto
–que comprende manufactura, minería, industrias de electricidad, gas y agua–
entre 1980 y 2005 creció el 90%. La producción manufacturera creció entre 1990 y
2006 el 68%, siempre en términos reales. La producción de bienes durables lo
hizo en un 135%. Entre 1990 y 1999 la producción de maquinaria industrial creció
el 132%. La de vehículos de motor y otros equipos el 60%; la de electrónica y
equipos eléctricos el 300%. La capacidad de toda la industria creció, entre 1990
y 2006, un 64%; la de la manufactura lo hizo el 73%. La
productividad por hora en la manufactura creció el 90%. Entre 1990 y 2000 se
advierte un sostenido aumento de la composición del capital, que se refleja en
el aumento del consumo de capital fijo de las corporaciones por un 87,5%. Entre
2002 y 2006 se debilitó, aunque creció de todas formas otro 16,7%.
El crecimiento de
Estados Unidos debería, a su vez, ponerse en relación con la evolución más
general de la economía capitalista mundial. Si bien es cierto que Japón está
prácticamente estancado desde 1990, y que los países europeos crecieron a tasas
bajas, la
economía capitalista global se ha expandido El producto bruto mundial creció
entre 1989 y 1998 a una tasa anual del 3,2%; y entre 1999 y 2008 al 4,4%. Los
países en desarrollo crecieron al 3,8% en el primer período, y al 6,5% en el
segundo. Los industrializados lo hicieron al 2,7% y 2,6%. Si bien la inversión
se debilitó en los países adelantados durante el último decenio, globalmente la
tasa de inversión se mantuvo relativamente alta. La inversión como porcentaje
del producto bruto mundial fue del 22,3% entre 1986 y 1993; y del 22,4% entre
1994 y 2001. En Estados Unidos fue del 18,8 y 19,6% para esos períodos, y en los
países asiáticos en desarrollo del 31,4 y 32,4%. La formación de capital fijo
creció en los países industrializados a una tasa anual del 3,4% entre 1989 y
1998, y del 2,6% entre 1999 y 2008. En Estados Unidos lo hizo al 4,6 y 2,2% en
cada uno de los períodos.
En términos más generales hay que destacar
que el modo de producción capitalista se extendió en los últimos 25 años
a China y el sudeste de Asia, a los territorios que ocupaban los regímenes
stalinistas en el centro y este de Europa, a los Balcanes, y a la ex Unión
Soviética. En
muchas de estas economías hubo una fuerte acumulación capitalista. El volumen
del comercio mundial creció a una tasa anual del 6,7% entre 1990 y 1999; y del
7% entre 2000 y 2007. La mundialización del capital implicó también una fuerte
expansión de los movimientos de capitales. El promedio anual de los flujos de
capitales privados desde y hacia los países subdesarrollados fue, entre 2000 y
2007, de US$ 216.000 millones.
Estos datos nos llevan a rechazar la idea de que
la economía de Estados Unidos, o la economía mundial, están estancadas desde
hace 30 años.
Es debido a este crecimiento que se puede decir que la crisis iniciada en 2007
es una crisis de sobreproducción capitalista. Hay
crisis porque las fuerzas productivas se han desarrollado y entran en
contradicción con las relaciones sociales de producción, esto es, con la
propiedad privada del capital y con la lógica que gobierna la acumulación, la
tasa de ganancia.
Si no hubiera existido expansión de la producción, la dinámica de la
crisis sería más parecida a las crisis precapitalistas, o a las crisis en los
sistemas de propiedad estatizada; éstas eran crisis de carencias, debidas a la
baja producción. Las crisis de sobreproducción son lo opuesto.
Crecimiento capitalista, del crédito y las finanzas
Algunos defensores
de la tesis de la financiarización sostienen que la mejor prueba de que el
sistema capitalista ha estado estancado durante los últimos 25 ó 30 años es el
crecimiento del crédito a nivel mundial durante ese período. Plantean que el
desarrollo del sector financiero y crediticio es contradictorio con la
acumulación capitalista; si crece el sistema crediticio, no puede aumentar la
acumulación de capital “real”.
El problema con
este planteo es que desconoce que al desarrollarse la acumulación
capitalista se desarrolla también el crédito, y que éste es una palanca de la
acumulación.
...no hay que
olvidar... que el propio sistema de crédito es, por una parte, una forma
inminente del modo de producción capitalista, y por la otra una fuerza impulsora
de su desarrollo hacia su forma última y suprema posible (Marx, 1999, t. 3, p.
781).
En otras palabras,
el crecimiento del crédito es consustancial al desarrollo de los
mercados y de la producción capitalista. Al extenderse la circulación, se expande el
crédito que surge del comercio, y se generan nuevos instrumentos de crédito que
permiten ampliar y profundizar los canales comerciales.
También al desarrollarse la producción aumenta
el giro del capital, con lo cual aumenta la necesidad de financiamiento.
Asimismo crece la masa de capitales que deben permanecer por períodos más o
menos largos en estado líquido, destinados a la amortización.
Pero además, con la internacionalización de la
economía se potencian las necesidades de financiamiento transnacional. Con ello
crecen los bancos y otras entidades financieras dedicadas al movimiento global
de capitales. Al profundizarse los mercados nacionales, aumentan las
transacciones en divisas, y crecen los instrumentos financieros de todo tipo
para estas operaciones. Surgen también infinidad de instrumentos para intentar
protegerse –y especular– frente a variaciones de los tipos de cambio, de los
precios de las materias primas, de las tasas de interés, etc.
A su vez, al
aumentar el volumen de las inversiones, se demandan mayores sumas para el
financiamiento de grandes emprendimientos. Una obra como el túnel por debajo del
Canal de la Mancha no puede hacerse sin movilizar y centralizar enormes masas de
crédito. Por todo estono existe desarrollo de las fuerzas productivas sin
crecimiento del crédito. Tampoco
puede haber mundialización del capital sin mundialización del sistema financiero.
Por eso es una utopía pensar, como hacía Proudhon, que es posible acabar con el
crédito sin acabar con la relación social subyacente, la propiedad privada del
capital. Pero esto es lo que pretenden hacer muchos reformistas modernos cuando
piensan que los males del capitalismo podrían acabarse suprimiendo el capital de
préstamo y las finanzas.
Dado que el crédito deriva de la naturaleza del
capital, se comprenderá entonces que su crecimiento en los últimos años no es el
producto, en lo esencial, de algún “golpe de Estado” del neoliberalismo, sino de
la expansión del capital. Esto se puede advertir cuando
se analizan las tendencias de largo plazo del sistema. Por ejemplo, desde
1950 a 1982 la participación del sistema financiero en el PNB de Estados Unidos
aumentó casi un 40%; pasó de representar el 11,4% del PNB al 15,9%. Esta época
se conoce como de dominio del keynesianismo. Luego, en el período de dominio
neoliberal, de 1982 a 2007, la participación del sistema financiero en el PNB
creció otro 30%, pasando del 15,9 al 20,7%. No
se aprecia por lo tanto un cambio de tendencia con la llegada del
neoliberalismo, sino una continuidad dentro de la misma línea. Otros datos
disponibles parecen apuntalar esta conclusión. A medida que se pasa a países de
más altos ingresos, o que el ingreso crece en un país, los bancos centrales
pierden importancia relativa, y aumenta el peso de la actividad bancaria y de
otras instituciones financieras. Desde la década de 1960 se advierte en los
países desarrollados un aumento de las ratios crédito privado bancario /PNB; del
crédito privado bancario y de otras instituciones financieras/PNB; y de los
pasivos líquidos/PNB. También crece en importancia relativa el mercado
accionario y los mercados de bonos; aumentan las ratios capitalización del
mercado de capitales/PNB y la de emisión de acciones/PNB. En
Estados Unidos la deuda no consolidada de entidades privadas no financieras como
ratio del PNB ha crecido a una tasa de casi el 3% anual a lo largo de los
últimos 50 años. De 1900 a 1939 había crecido anualmente un 1% más rápido que el
PNB; durante la Segunda Guerra mundial esta ratio cayó, pero luego volvió a
aumentar rápidamente.
Lo mismo sucede
cuando se analizan países en los que, en principio, nadie habla de “dominio del
neoliberalismo”. El crédito tiende a crecer a la par del desarrollo capitalista.
El caso más ilustrativo es China, donde el agregado monetario M2, que comprende
billetes en circulación, depósitos a la vista y otros depósitos bancarios como
porcentaje del PNB pasó del 32% en 1978 al 186% en 2004. Y la ratio créditos/PNB
pasó del 51,5% en 1978 al 130% en 2004 (Liping He, 2005). También creció el
mercado accionario, surgieron firmas que operan en títulos, empresas de
inversión, mercados de futuros para commodities y
mercados de descuento de documentos. Si bien estos mercados e instituciones
financieras no terminaron de consolidarse, la
tendencia hacia su fortalecimiento de largo plazo parece clara, en tanto siga
desarrollándose la acumulación capitalista. Algo similar puede decirse de
otros países subdesarrollados. La idea de que el crecimiento relativo del
sistema crediticio es un índice del estancamiento del capitalismo no puede
explicar estas realidades.
Naturalmente,
Marx era
consciente de esta relación entre el crédito y la expansión de la acumulación
del capital, así como de su naturaleza contradictoria:
… es precisamente
el monstruoso desarrollo del sistema crediticio durante la época de prosperidad,
vale decir también el enorme incremento en la demanda de capital en préstamo y
la facilidad con que la oferta se pone a su disposición en tales períodos, lo
que produce la escasez de crédito durante el período de estancamiento (Marx,
1999, t. 3, p. 581).
El calificativo de
“monstruoso” denota una carga negativa, porque el crédito también brinda
oportunidades para la especulación desenfrenada, e impulsa la sobreacumulación
del capital. Por eso mismo se trata de un fenómeno contradictorio. El
capitalismo no se desarrolla sin que se desarrolle el sistema de crédito, y por
esto mismo encierra el potencial de contradicciones explosivas, ya que es un
mecanismo amplificador y transmisor de las crisis:
...la
banca y el crédito se convierten asimismo en el medio más poderoso para impulsar
la producción capitalista más allá de sus propios límites, y en uno de los
vehículos más eficaces de las crisis y de las estafas (ídem, p. 782).
Es ésta naturaleza
contradictoria la que se pierde de vista en el pensamiento usual sobre la
financiarización.
La punción del interés sobre la ganancia
Partidarios de la
tesis de la financiarización sostienen que desde el inicio de la reforma
neoliberal la tasa de interés ha ejercido una punción permanente sobre los
beneficios de las empresas productivas, y en particular la manufactura. El
fenómeno habría sido importante en Estados Unidos, y sería una prueba casi
definitiva del dominio del capital financiero sobre el capital productivo.
A pesar de la
popularidad de esta idea, los datos no parecen avalarla. El peso de los
intereses aumentó ciertamente a partir de los inicios de la década de 1960,
después de haber permanecido extremadamente bajo desde 1940. Sin embargo la
tendencia “se aplanó” desde hace tiempo, y
en la década de 2000 la presión de los intereses sobre las ganancias no fue
mayor que en 1970, cuando primaba el keynesianismo.
Para esta
discusión hemos calculado la ratio beneficio neto/beneficio bruto de las
corporaciones. El beneficio neto es el beneficio sin intereses, y el beneficio
bruto es el beneficio incluidos los intereses. Por lo tanto a menor ratio mayor
peso de los intereses sobre las ganancias de las empresas, y viceversa. El
resultado (en base a las estadísticas del BEA) que obtuvimos fue el siguiente:
La idea del monopolio en la financiarización
Otra de las ideas de
la financiarización dice que el sector financiero tiene un poder inmenso sobre
el resto del capital, debido a que las instituciones financieras concentran los
fondos destinados al crédito, y subordinan a los capitalistas industriales y
comerciales. Por lo tanto las instituciones financieras estarían ubicadas un
escalón por encima del resto de los capitales. Se trata de una versión
modificada de la tesis que encontramos en los autores clásicos del imperialismo. Hilferding y Lenin pensaban que la centralización del crédito en
manos de los bancos permitía que un puñado de monopolistas financieros
subordinara y controlara las operaciones industriales y comerciales de toda la
sociedad.
En la actualidad la concentración del crédito
en manos de las instituciones financieras, dicen algunos teóricos de la
financiarización, posibilita que los financistas, en combinación con los Bancos
Centrales de los países más poderosos, y los organismos internacionales (FMI,
Banco Mundial), impongan tasas de interés elevadas y/o condiciones de crédito
que implican una fuerte punción negativa sobre la ganancia del capital
industrial o comercial. Se trata de la tesis del predominio del monopolio,
aplicada a las tasas de interés. Un puñado de grupos financieros habría anulado
la competencia en los mercados de capitales y monetarios, y el fenómeno sería
planetario.
Pero la realidad es
que las tasas de interés, y más en
general las condiciones de los préstamos, no pueden ser establecidas a voluntad
por ningún grupo de banqueros o financistas.
Puede darse
ese fenómeno en algún mercado particular, y durante algún lapso de tiempo, pero
no es ni puede ser una característica permanente en el capitalismo actual.
La razón es la misma que explica por qué no han podido establecerse, con
carácter general, precios de monopolio en la industria o el comercio, y tiene
que ver con el carácter contradictorio de la dinámica capitalista. Es que si por
un lado existe el impulso a la centralización de capitales, por otra parte
aumenta de forma constante el número de capitales individuales que entran en
competencia:
El incremento del
capital social se lleva a cabo a través del incremento de muchos capitales
individuales. Presuponiendo que no varíen todas las demás circunstancias, los
capitales individuales –y con ellos la concentración de los medios de
producción– crecen en la proporción en que constituyen partes alícuotas del
capital global social. Al propio tiempo, de los capitales originarios se
desgajan ramificaciones que funcionan como nuevos capitales autónomos. (…) con
la acumulación del capital crece en mayor o menos medida el número de los
capitalistas (Marx, 1999, t. 1, p. 777).
En las diversas
ramas de la economía y países constantemente aparecen nuevos capitales que
entran en competencia, a la par que otros, incluso muy grandes, pierden terreno.
Algunos consiguen posiciones muy fuertes; pero esto no los salva de tener que
enfrentar la competencia. Esto, que se aplica al capital industrial y comercial, también
rige para el capital dinerario, y para los bancos y otras instituciones
financieras.
Siempre están
surgiendo fuentes de capital líquido que se ofrecen en los mercados monetarios y
de capitales, que no pueden ser controladas por ningún trust mundial
de financistas. Los flujos monetarios se ofertan a través de infinidad de
instituciones y canales. De la otra parte miles de demandantes de créditos
ejercen su presión. Y a medida que avanzó la globalización capitalista fueron
mayores y más variadas estas fuentes de ofertas y demanda. Por eso la idea de
que los precios de los préstamos de capital se pueden establecer a voluntad, no
tiene fundamento. La tasa de interés se determina por la
competencia, por la oferta y demanda de capital, que dependen de la velocidad de
rotación de los capitales y de los ciclos de acumulación.
Esto explica por qué durante las crisis tiende a aumentar la presión de la tasa
de interés; explica también por qué no se verifica la tesis del “golpe de Estado
permanente” de las finanzas sobre la ganancia del capital productivo. Cuando el
gobierno de Venezuela cobró al gobierno argentino, en 2008, una tasa anual de
interés del 15% en dólares por un préstamos, no lo hacía por un “dictado” de
algún centro de decisiones financiero internacional, sino simplemente porque
respondía a las leyes del mercado.
Además, el capital industrial y comercial tiene
el poder económico suficiente para hacer “valer sus derechos” frente a las
instituciones financieras, y los prestamistas dinerarios.
Desde esta perspectiva se explica lo sucedido en los últimos años en los países
más industrializados, donde –según la tesis de la financiarización– el capital
financiero ejercería de manera más plena su “dictadura” sobre el resto del
capital. Pues bien, desde fines de la década de 1980 el sector corporativo no
financiero de los países del G-7 pasó
de ser tomador neto de préstamos de otros sectores, a ser un prestador neto.
Este fenómeno se acentuó en la década del 2000, y se manifestó en lo que se
llamó el “exceso de ahorro” de las corporaciones, esto es, de beneficios no
distribuidos descontados los gastos de capital. En 2003-2004 este exceso de
ahorro alcanzó la cifra de US$ 1,3 billones para el G-7, que representaba el
2,5% del PNB, un máximo histórico para estos países. La acumulación de cash como
porcentaje del total de activos era dos veces más alta en 2001-2004 que en
1996-2000 para las empresas no financieras de Canadá, Japón, Gran Bretaña y
Estados Unidos. Este exceso de ahorro se debió al aumento de las ganancias y a
la debilidad de la inversión, en particular en Estados Unidos y Alemania.. Lo cual a su vez posibilitó el
incremento de las ganancias retenidas por las corporaciones, a pesar de los
altos dividendos pagados. Es lo que Marx llamaba una coyuntura de “plétora del
capital”, como hemos recordado en otros trabajos. Lo importante para lo que nos
ocupa es que este exceso de ahorro
permitió a las empresas no financieras bajar considerablemente su nivel de
endeudamiento. Dado que el sector corporativo no financiero tuvo excedentes
financieros desde 1990 –alcanzó su nivel más alto en 2004– se comprende que haya
habido una fuerte colocación de estos excedentes en los mercados financieros.
Así las corporaciones no financieras pudieron financiarse en base a los flujos
de dinero generados internamente. Pero entonces no se comprende cómo es que el
sector financiero podría haber impuesto una tasa de interés en base a un control
monopólico del mercado. Lógicamente la alta provisión de cash debió
de generar una fuerte independencia con respecto al capital financiero. Es un
hecho que la toma neta de préstamos por parte del sector no financiero se
mantuvo extremadamente débil desde fines de los noventa. Es difícil entonces
sostener que la crisis financiera que estalló en 2007 estaría marcando el fin de
una era de “dictadura de las finanzas sobre el capital productivo”.
¿Ganancias financieras sistemáticamente más altas?
Uno de los
argumentos centrales de la financiarización es que el sector financiero ha
obtenido, a lo largo de los últimos 25 años, y gracias a su poder monopólico,
tasas de ganancia sistemáticamente más altas que el sector industrial y
comercial. Ya hemos discutido que no puede hablarse de imposición monopólica.
Sin embargo,
sí parece comprobarse que las
instituciones financieras, por lo menos en Estados Unidos y algunos países
industrializados, han estado entre los sectores que han gozado de tasas de
ganancia más altas. Pero nuevamente este fenómeno parece obedecer a las
leyes más generales del capitalismo, y no debería dar lugar a pensar en algún
régimen de acumulación particular.
Recordemos en primer lugar que en el modo de
producción capitalista la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia opera
a través de constantes desequilibrios. En los sectores que están en expansión, y
en los que el cambio tecnológico es intenso, tienden a ser más frecuentes las
ganancias extraordinarias. Esto atrae capitales hacia esos sectores; lo cual a
su vez muchas veces termina generando sobreproducción, alta especulación y
cracks masivos y profundos. Esta “ley” se aplica también a las empresas del
sector financiero. Durante períodos más o menos largos esta rama de la economía
puede gozar de altas tasas relativas de rentabilidad, como sucede con cualquier
otro sector que esté en expansión. Pero si la tasa de rentabilidad es muy alta,
otros capitales empiezan a fluir al sector, y en el mediando plazo la tasa de
rentabilidad baja. Con frecuencia esta baja se produce por medio de violentas
crisis que arrastran a la desvalorización masiva a los capitales, como está
ocurriendo en la actualidad. Crisis que siguen, invariablemente, a la
sobreexpansión de la rama.
El hecho es que el
sector financiero en los países industrializados estuvo en expansión en los
últimos años por las razones que ya hemos señalado cuando discutimos la relación
entre la expansión de la acumulación capitalista (y su mundialización), y la
dinámica del crédito y las finanzas. Por este motivo los beneficios del sector
financiero han tenido una tendencia alcista en las últimas dos décadas en
Estados Unidos, donde el ingreso neto de los bancos (antes de provisiones) pasó
del 0,8% del PNB en 1979 al 1,7% en 2003. Sin embargo la suba de los beneficios
del sector financiero durante los noventa no fue general ni permanente en los
países capitalistas desarrollados. Subieron en Francia, pero cayeron en Italia;
y en Alemania y Gran Bretaña parecen haber fluctuado, sin una tendencia
definida. Globalmente los beneficios de las corporaciones financieras en Europa
estuvieron aplanados o fueron declinantes en la década de 1990. Según el FMI
(del que tomamos esta información) la competencia entre instituciones
financieras no bancarias parece haber comprimido los márgenes. En cuanto a
Japón, constituye un caso especial, porque se registra un aumento de la
rentabilidad bancaria debido a la influencia de la banca pública, que intermedió
una creciente masa de fondos en la década de 1990, y estuvo fuertemente
subsidiada. Los bancos privados sin embargo sufrieron quebrantos por la crisis y
los créditos incobrables. Luego, desde inicios de la década del 2000, los
beneficios de las corporaciones financieras subieron en Europa y Estados Unidos.
Pero esto se explica por la ley económica, ya que la mejora de los beneficios se
vinculó al alza del ciclo económico. Y también hubo una menor participación de
la distribución de dividendos, en particular en los países europeos, reflejando
una presión de los mercados para que los bancos fortalecieran sus ratios de
capital.
Si concentramos la
atención en Estados Unidos, donde las ganancias del sector financiero habrían
sido más altas en términos relativos, podemos comprobar que de todas maneras no
fueron sistemáticamente más altas que las de otros sectores que estuvieron en
expansión. Para este estudio hemos tomado las estadísticas de ganancias y
expansión de las 500 empresas más importantes que registraFortune. Se
comprueba que los sectores más
dinámicos han variado a lo largo de los últimos 20 años. Por ejemplo, a
comienzos de la década de 1990 las ramas de mayor crecimiento eran las de
servicios de salud, y alta tecnología (software y hardware). Luego, entre 1995 y
1997 las empresas proveedoras de equipos de perforación, acompañando la suba de
los precios de petróleo. Hacia el final de la década la delantera la tenían las
tecnológicas. En 2001 y 2003 el liderazgo pasó a empresas constructoras de
viviendas, y financieras hipotecarias; pero también tuvieron altos desempeños
farmacia, computación (como Dell), y petroleras. Los indicadores sobre
beneficios también muestran que el sector financiero estuvo entre los de más
alto rendimiento, pero no ocupó
una posición exclusiva. Obsérvese los siguientes cuadros, donde seguros,
títulos y bancos componen estrictamente el sector financiero.
Rédito, pluscapital y financiarización
Otra idea muy
difundida entre los partidarios de la financiarización es que la acumulación del
capital se estanca debido a que una parte cada vez mayor de la plusvalía total
se destina a los accionistas, a través del pago de dividendos –que se gastan
como réditos–, y no se retiene para aumentar el capital productivo.
Nuevamente tenemos
que decir que esta idea refleja un elemento cierto de la realidad, a saber, que
el rédito constituye una parte importante de la plusvalía, y ha sido creciente.
Sin embargo de aquí no se puede deducir mecánicamente una tendencia al
estancamiento. Como vimos, hubo una acumulación de capital relativamente
importante. ¿Cómo es posible entonces que haya habido desarrollo de las fuerzas
productivas si aumentó la parte del rédito en la plusvalía total? Para responder
a esta pregunta debemos volver a los factores que regulan la acumulación, que en
absoluto se reducen a la división entre rédito y pluscapital (la parte de la
plusvalía que se acumula).
En primer lugar,
porque si crece la tasa de plusvalía puede aumentar la parte del rédito en la
masa del plusvalor, sin que se vea afectado el pluscapital. Hemos visto, en
anteriores trabajos, que en Estados Unidos la tasa de plusvalía aumentó en los
últimos años. Por lo cual pudo haberse producido un aumento de la plusvalía
distribuida como rédito, sin haberse visto afectada la acumulación.
En segundo lugar,
si aumenta la productividad del trabajo, el mismo capital variable pone en
movimiento más trabajo y el mismo capital constante se presenta en más medios de
producción, suministrando más elementos formadores de valor.
Por ende si el
valor del pluscapital se mantiene incambiado, e incluso si disminuye, se opera
una acumulación acelerada. No sólo se amplía materialmente la escala de la
reproducción, sino que la producción de plusvalor se acrecienta más rápidamente
que el valor del pluscapital (Marx, 1999, t. 1, p. 748).
En todo esto
interviene la ciencia como potencia del capital. Por supuesto, a su vez, dada la
masa de plusvalía, la magnitud de la acumulación depende de cómo se divida el
plusvalor entre el fondo de acumulación y el fondo de consumo para el
capitalista, o sea, entre el pluscapital y el rédito. Siempre la masa de
plusvalor que es posible transformar en capital es mayor que la parte del
plusvalor transformada efectivamente en capital. Pero por las razones que hemos
visto, el simple aumento de la parte dedicada a pluscapital no indica
necesariamente un mayor desarrollo de las fuerzas productivas, ni una
acumulación más intensa. Por ejemplo, en los países asiáticos de rápido
crecimiento –típicamente Corea del Sur– la parte del rédito sobre el total de la
plusvalía parece haber sido sistemáticamente más pequeña que en Estados Unidos;
también la proporción de la inversión sobre el producto bruto ha sido más alta
durante las últimas décadas. Sin embargo, y debido a que buena parte de esa
inversión se realizaba en un marco tecnológicamente más atrasado, el
desarrollo de las fuerzas productivas no fue proporcional a las altas tasas de
acumulación. Esto se tradujo en menores avances de productividad, y en menor
valor agregado por hora de trabajo en la manufactura, que en los países
adelantados.
Por otra parte no
entendemos por qué el aumento de la proporción del rédito en la masa de
plusvalía debiera dar pie para hablar de un “nuevo” modo de acumulación en
Estados Unidos, o en otros países adelantados. Es que con el desarrollo de la
producción capitalista hay una tendencia a que aumente la parte de la plusvalía
que se reparte como rédito y se dedica al consumo:
Cuanto más
desarrollada está la producción capitalista en un país, cuanto más rápida y
masiva sea la acumulación, cuanto más rico sea dicho país, y más colosal por
consiguiente, el lujo y el derroche, tanto mayor será la diferencia (ídem, p.
730).
Lo que Marx
llamaba los “gastos de representación del capital”, el lujo y el despilfarro,
son propios de un régimen que se basa en la explotación del trabajo ajeno, y
crece cuando crecen las fuerzas productivas. Es algo inherente al capitalismo;
comprende a sus fracciones industrial, comercial y dineraria o financiera. No
hay que postular la existencia de un régimen de acumulación especial para
entender este proceso.
Accionistas y ejecutivos de empresas, carácter de clase
La relación entre
los accionistas y los directorios de las empresas constituye otro de los pilares
de la tesis de la financiarización. Los accionistas favorecerían políticas de
corto plazo, y al actuar así se enfrentarían a los directorios de las empresas,
representantes del capital productivo, interesados en inversiones de largo plazo
y con mayor conciencia de los problemas sociales. Por eso los directorios
conformarían una “tecnoestructura”, sin carácter de clase definido.
Esta visión es
alentada por directores de empresas, y altos funcionarios del capital. Por
ejemplo Klaus Schwab, fundador y presidente del Foro Económico Mundial –cuya
asamblea anual se realiza en Davos y reúne a parte de lo más encumbrado de la
burguesía mundial– sostiene que los directivos de las empresas no sólo deben
servir a los accionistas, sino garantizar la prosperidad de las empresas a largo
plazo, y cuidar de los intereses de los trabajadores y la sociedad. La gestión
empresarial debería centrarse en lo que llama “valores profesionales” y
principios éticos, y no en la maximización de la ganancia. En el mismo sentido
se han incorporado en algunos países legislaciones acerca de estas
responsabilidades. Por ejemplo en Gran Bretaña se aprobó la Companies Act 2006
que habla de la “responsabilidad social” de los directorios, y los insta a tener
en cuenta el impacto de sus resoluciones en la comunidad y el medio ambiente, y
a tomar en consideración el interés de los trabajadores.
Sin embargo, y a
pesar de las buenas intenciones proclamadas, los problemas del capitalismo no
provienen de la falta de convicciones morales de los ejecutivos, ni de la
ausencia de leyes adecuadas, sino
de las relaciones sociales objetivas en las que están inmersos los actores
sociales, y que constituyen el sustento material de las normas morales y de las
estructuras políticas y jurídicas. Como explicó alguna vez Marx, aunque los
capitalistas a nivel individual puedan tener las mejores intenciones, la lucha
competitiva los obliga a valorizar incesantemente el capital. El que no logra
cumplir con este cometido desaparece a mediano o largo plazo. Y a medida que se
extienden los mercados y entran más y más capitales en competencia, se exacerba
esta exigencia. Las crisis, y las tendencias bajistas de los precios, actúan
como otros factores que empujan en la misma dirección. Tal vez los directorios
de las empresas puedan tener más conciencia que los accionistas de las tensiones
sociales que derivan del hambre de plusvalía, pero esto no impide que en
definitiva las necesidades del capital se impongan por sobre los imperativos
éticos de la “responsabilidad social”. Por otra parte el comportamiento de los
millones de patrones medios y pequeños en todo el mundo, que precarizan el
trabajo, pagan salarios miserables e imponen condiciones laborales espantosas,
está regido por la misma lógica que anima a los accionistas y, como veremos en
seguida, también a los directores de empresas. Por eso lo que hacen los
accionistas no constituye un rasgo
distintivo del accionista en cuanto tal, sino de todo capitalista. La
búsqueda de la ganancia no es el resultado de que haya accionistas, ni de que
éstos encarnen al capital financiero, sino del hecho de que prima la relación
capitalista.
Yendo ahora
específicamente al caso de los ejecutivos de empresas, éstos son, ante todo,
funcionarios del capital. Éste se valoriza por medio de la explotación del
trabajo asalariado, y el capitalista que encarna al capital en funciones “debe”
actuar en consonancia. Los
directores de empresas no son filántropos interesados en la producción de
valores de uso, sino capitalistas abocados a la explotación del trabajo
asalariado. Su función no es “técnica”, sino social.
Frente al
capitalista financiero, el capitalista industrial es un trabajador, pero
trabajador como capitalista, es decir, como explotador del trabajo ajeno. El
salario que reclama y obtiene por ese trabajo es exactamente igual a la cantidad
de trabajo ajeno apropiada, y depende directamente –en la medida en que se
somete al esfuerzo necesario de la explotación– del grado de explotación de
dicho trabajo, pero no del grado del esfuerzo que le cuesta esa explotación, y
que puede derivan, a cambio de un módico pago, hacia un director (Marx, 1999, t.
3, p. 495).
En consecuencia su
carácter de clase no está en el limbo, es determinado y es capitalista.
Entre directores y accionistas hay una hermandad esencial, y sólo dentro de esta
hermandad se producen tensiones, como dentro de cualquier clase social. La
teoría neoclásica ha hecho de estas tensiones y conflictos el eje de extensas
disquisiciones, que se resumen en la problemática –estrictamente burguesa– de la
relación entre principal y agente. Esto porque los neoclásicos procuran que los
directorios respondan a los intereses de los accionistas, y no a los suyos
propios. Inversamente, muchos críticos reformistas del capitalismo están
preocupados porque consideran que los directores son trabajadores de buenas
intenciones, sometidos a los perversos fines de los parásitos accionistas.
Aunque por distintas vías, y con objetivos opuestos, ambas corrientes confluyen
para colocar una problemática que debería ser secundaria –cómo se dividen tareas
y se reparten el botín dos tipos de explotadores– en el centro de la escena.
Pero por otra
parte se incurre en una visión ingenua si se piensa que los integrantes de los
directorios de las empresas surgen de la nada, por generación espontánea. Los
directorios de las empresas son seleccionados por los accionistas, que esperan
que actúen como capitalistas. Y aun cuando se trate de ejecutivos de origen
humilde, son condicionados para que se comporten encarnando al valor en
valorización. Marx señalaba esta circunstancia con respecto al capital que
devenga interés. Éste, cuando concede crédito a un hombre sin fortuna en su
carácter de industrial o comerciante, lo hace confiando en que actuará como
capitalista. “Se le concede crédito en cuanto capitalista potencial” (ídem, p.
774). Lo mismo sucede cuando un grupo de accionistas elige a un buen “cuadro de
conducción” para que se siente en el directorio de la empresa. De esta manera el
sistema recluta gente capaz, provenientes de otros estratos de la sociedad, y se
fortalece. Naturalmente,
además, la mayoría de los directores se reclutan entre las altas esferas de la
clase dominante; y en muchos casos son los propios grandes accionistas quienes
asumen ese papel (véase ejemplos concretos más abajo). Por lo demás, la función
esencial de las altas escuelas de negocios y de los postgrados en administración
de empresas, es garantizar la formación y provisión de cuadros ideológica y
políticamente preparados para responder a las necesidades del capital. El
carácter de clase de los integrantes de los directorios de empresas está
determinado entonces no sólo por la posición objetiva que ocupan, explotadores
del trabajo ajeno y apropiadores de plusvalía, sino
también por su trayectoria de clase. Se incorporan a la clase capitalista,
comparten sus objetivos, se educan según sus criterios básicos, viven de la
plusvalía y casi invariablemente pasan a compartir la propiedad, como
accionistas.
Ganancias de CEOs y accionistas en los directorios
Los accionistas
poseen el capital, y reciben dividendos, o sea una parte de la plusvalía; y
participan de los beneficios que derivan de la valorización de ese capital. Los
directorios de las empresas reciben otra parte de la plusvalía, generalmente
identificada con la ganancia empresaria, acorde con el grado de explotación de
los trabajadores. En
la actualidad las remuneraciones de los directorios de las empresas comprenden
normalmente salarios, más bonificaciones en dinero por aumento de la
rentabilidad o ingresos de las empresas, más opciones de compra de acciones
condicionadas a las futuras subas de su valor, más otro tipo de beneficios, como
atención médica, uso de aviones privados, etc. De conjunto conforman fabulosos
ingresos. Por ejemplo, según la revista Fortune,
en 2007 los CEOs de las 500 empresas más importantes de Estados Unidos
promediaron un ingreso cada uno de US$ 10,5 millones, lo que equivalía a 344
veces el salario de un trabajador americano promedio. Forbes hace
un cálculo un poco distinto (las discrepancias pueden deberse a las valoraciones
de las ganancias provenientes de la suba de las acciones) y concluye que los
CEOs de las 500 empresas principales se llevaron US$ 12,8 millones cada uno. A
la vista de estas cifras no podemos sino recordar a Marx cuando decía que en el
fondo hay una intención apologética al presentar a la ganancia del empresario no
como plusvalor, sino como salario del capitalista por el trabajo realizado
(véase Marx, 1999, t. 3, p. 497).
A esos salarios
habría que agregar las sumas que reciben cuando “son retirados” de sus cargos,
lo que se llama “el paracaídas de oro”. Al retirarse de Exxon el señor Lee
Raymond se llevó la bonita suma de US$ 357 millones; y Robert Nardelli US$ 210
millones al dejar Nabisco. Todo lo cual ha generado la discusión sobre qué poder
habría que darle a los accionistas para impedir estos “excesos”. En Estados
Unidos los accionistas se quejan porque sus ejecutivos ganan dos veces más que
en Gran Bretaña o Alemania, y cuatro veces más que en Corea del Sur o Japón.
Tienen todo el derecho a sentirse esquilmados e indignados. Una situación que ya
Marx contemplaba:
Sobre la base de
la producción capitalista se desarrolla en las empresas por acciones una nueva
estafa con el salario administrativo, al aparecer, junto al verdadero director
(manager) y por encima de él, una serie de consejeros de administración y
supervisión para quienes, en realidad, la supervisión y la administración son un
mero pretexto para esquilmar a los accionistas y enriquecerse (Marx, 1999, t. 3,
p. 498).
Beneficios
fabulosos, estafas a los accionistas, enriquecimiento sin límites. Es la
historia de los grandes fraudes que terminaron en las bancarrotas de Enron,
Parmalat, WorldCom, y otras grandes corporaciones. Estamos en el polo opuesto de
la tesis de la financiarización. Pero no se trata de defender ahora al
accionista “explotado” por los directorios, sino de poner en evidencia la común
naturaleza de clase de ambos sectores.
Por otra parte la
idea de que los accionistas no se involucran en la gestión, y que directorios
independientes de los accionistas garantizarían un capitalismo “sano”, no se
sostiene cuando se analiza la articulación concreta entre accionistas y
directorios.
Para verlo,
tomemos el caso de Carl Icahn, quien se ha convertido hoy en el epítome del
capital financiero depredador, enemigo del capital “productivo”. Nuestro
propósito aquí no es, por supuesto, pintar con color de rosa a este filibustero
de Wall Street, sino mostrar cómo lo que hace Icahn es, con alguna exageración,
lo mismo que hace cualquier otro capitalista.
Carl Icahn es
actualmente propietario del 90% del paquete accionario del grupo inversor
American Real Estate Partners. Su patrimonio personal rondaría los US$ 10.000
millones, una fortuna que amasó casi desde la nada especulando en Wall Street y
lanzando ofertas hostiles sobre empresas, con el fin de hacerlas rentables. Es
que Icahn se dedica a comprar acciones hasta tener el poder suficiente para
cambiar ejecutivos, e imponer sus planes de baja de costos y valorización de las
corporaciones en las que entra. A lo largo de su vertiginosa carrera ha tomado
el control, o posiciones de control, en empresas como Nabisco, Texaco, TWA,
Phillips Petroleum, Blocbuster, Western Union, ImClone Systems, Revlon, Time
Warner, Motorola.
Analicemos algunos
casos en los que actuó Icahn para sacar luego conclusiones.
Tomemos primero el
caso de Time Warner, la empresa de medios más grande del mundo. En agosto de
2005 Icahn poseía el 3% del paquete accionario, y lanzó una oferta de compra de
las acciones de Time Warner, con el objetivo de controlar la empresa, dividirla
y hacerla más rentable. Pero la propuesta no logró el apoyo de otros
accionistas, o de grandes inversores institucionales. Finalmente Icahn y el
directorio llegaron a un acuerdo, por el cual se retiraba la oferta de compra, y
Warner hacía algunas de las cosas que recomendaba Icahn para bajar costos y
elevar la rentabilidad. Aquí lo
interesante es que la posición de los accionistas no fue única, y que el propio
directorio –y así lo explicaron analistas de Wall Street– consideró que las
medidas de Icahn en absoluto eran descabelladas. Es que la empresa estaba
sufriendo la fuerte competencia de Yahoo y Google, y de todas maneras debía
encarar reformas racionalizadoras. La presión de Icahn sólo expresaba, tal vez
de manera exagerada y un poco más brutal que de costumbre, una demanda que
surgía de la misma relación capitalista. Algo similar ocurrió en Motorola, una
empresa en la que representantes de Icahn integran el directorio. Las exigencias
del accionista de bajar costos y mejorar el control de gestión estuvieron muy
relacionadas a que la empresa enfrentaba una fuerte competencia; por ejemplo de
Apple en telefonía celular.
Otro caso
ilustrativo es lo sucedido con Yahoo, en la que Icahn también disponía una parte
del paquete accionario. A comienzos de 2008 Icahn atacó al directorio porque
éste se negaba a vender la empresa a Microsoft, que ofrecía comprarla. Pero aquí
no actuaba como un mero accionista en abstracto, sino como agente de una empresa
“productiva”. Se trataba de una puja en esencia entre capitalistas
“productivos”, y no específicamente de un enfrentamiento entre el sector
financiero y productivo.
Tomemos ahora el
caso de Blockbuster, donde Icahn desde 2005 tiene el control sobre tres miembros
del directorio. Aquí está desempeñando un rol activo de capitalista “en
funciones”, no simplemente de “capitalista financiero”. Lo mismo sucede en otras
empresas en las que Icahn ha sentado ejecutivos en los directorios, como ImClone
Systems, de biotecnología, o en el caso ya citado de Motorola. Apuntemos que,
por otra parte, las acciones de muchas de estas empresas no han tenido grandes
desempeños con la gestión de Icahn. Lo que normalmente hace Icahn es lo que al
día de hoy –fines de 2008– están haciendo miles de empresas en todo el mundo,
acosadas por la crisis: racionalizar, bajar costos, echar empleados, cerrar las
secciones menos rentables.
La lógica de la ganancia y la sobreacumulación
De la idea de que
los directores están interesados esencialmente en la expansión de las empresas,
se desprende que si los accionistas fueran neutralizados se abriría el terreno
para un desarrollo capitalista mucho más vigoroso y sano que el actual. De ahí
también que se sostenga que la concentración de las tenencias de acciones en un
grupo, o en una familia, favorezca la instalación de un capitalismo más humano y
productivo, y con menos crisis.
Empecemos
reconociendo que, por supuesto, es una realidad que para valorizar el capital
las empresas deben desarrollar las fuerzas productivas, esto es, la capacidad de
producir valores de uso. Sin embargo el problema que enfrenta el modo de
producción capitalista es que la producción acrecentada de valores de uso
termina entrando en contradicción con las condiciones de la valorización; lo que
desemboca en la sobreacumulación de capital y la crisis. Por este motivo la
historia del capitalismo está llena de ejemplos de sobreacumulación y crisis,
con empresas “sanamente dirigidas por grupos familiares” y financiadas con
intereses bajos. Por caso, en algunos países asiáticos de crecimiento rápido,
como Corea del Sur, los bancos estatales de desarrollo otorgaron durante años
créditos subsidiados a los grandes conglomerados y empresas. De esta forma
aumentaban el flujo de inversión por encima de las ganancias retenidas por las
empresas. La renovación de los créditos se condicionaba a que las empresas
cumplieran con parámetros de competitividad exportadora; las empresas, a su vez,
buscaban mantener el aflujo de ese financiamiento preferencial debido a las
ganancias diferenciales que embolsaban a medida que acumulaban capital. Pero
esta política llevó a dificultades para enfrentar la lucha competitiva en los
mercados mundiales, a la sobreexpansión y el endeudamiento, y a la crisis de
sobreproducción de fines de la década de 1990. Finalmente
las empresas tuvieron que subordinar sus estrategias a la ley de hierro de la
valorización. Un caso ejemplar es la historia de Doosan, que llegó a ser un gigante en
el mercado coreano de bebidas –cerveza, wisky– en la década de 1980. Para hacer
frente a un boom de
la demanda, en esa época la empresa, a igual que otras compañías coreanas, se
endeudó fuertemente a fin de aumentar la capacidad instalada. Todo el énfasis
estuvo en la capacidad. Pero en los años siguientes padeció un duro ataque de la
competencia, y tuvo necesidad de reducir los costos de manera urgente. En 1996,
esto es, antes del estallido de la crisis en Corea, Doosan estaba virtualmente
en bancarrota. Hubo que vender secciones y empresas del grupo para hacerse de
cash, y se produjo un giro hacia la producción de bienes industriales e
ingeniería. A partir de 1998 la dirección de la compañía comenzó a instrumentar
programas de innovación de procesos, mejoras de perfomance y control de gastos,
y a prestar mucha atención a los balances. Aumentaron las ganancias y la
capitalización bursátil, la empresa participó en privatizaciones coreanas y
devino global. Esto giro no lo
impuso alguna ofensiva de accionistas, sino las presiones del mercado, la lógica
implacable de la competencia. Muchas otras
corporaciones pasaron por experiencias similares.
También en Japón
las bajas tasas de interés de los últimos años impulsaron a las empresas, en
especial las exportadoras, hacia la sobrecapacidad y excesiva acumulación; la
historia terminó en la recesión de 2008. El modelo japonés de financiamiento
bancario tampoco había impedido que la economía se metiera en un largo
estancamiento durante casi toda la década de los noventa.
Como puede verse,
las tendencias a la sobreacumulación y las crisis, y los ajustes que les siguen,
no son causadas por algún espíritu maligno que anime a los accionistas, sino
derivan de las contradicciones propias de la economía capitalista. Naturalmente,
tampoco los accionistas impiden que se produzca la sobreacumulación de capital,
como lo demuestra la actual crisis de Estados Unidos y otros países adelantados.
Los accionistas que han perdido fortunas con las caídas de las bolsas y el
quiebre de empresas, se quejan de que los directivos, en muchos casos, llevaron
a las compañías a la sobreexpansión. Sin embargo, en pleno auge, el que no
apostaba a seguir creciendo corría el riesgo de perder la carrera competitiva
frente a las empresas rivales. Ésta es una contradicción que recorre a todos los
capitales, que nadie en el mediano o largo plazo pueda evitar.
Por otra parte, la
“plétora del capital” que hubo en los últimos años en Estados Unidos y otros
países del G-7 no se explica por una dictadura del capital financiero sobre el
capital industrial y comercial –como si este último quisiera invertir y el
capital financiero se lo impidiera absorbiendo el excedente– sino
por las contradicciones de la acumulación; específicamente por la alta
relación capital / trabajo a que se había llegado. El
razonamiento común dice que la inversión era débil porque el capital financiero
se imponía, pero la realidad es que el capital financiero crecía porque la
inversión era débil. Sucede lo que apuntaba Marx, que “en el sistema
crediticio moderno el capital que devenga interés se adecua a las condiciones de
la producción capitalista” (Marx, 1999, t. 3 p. 773). En la sociedad
precapitalista sucedía al revés, ya que la usura se adhería al modo de
producción como un parásito, succionándolo y dejándolo en la miseria, sin
generar otra cosa que “la decadencia económica y la corrupción política” (véase
ídem, pp. 769 y 770). Los teóricos de la financiarización, transportan esta
imagen desde los tiempos antiguos o medievales a la sociedad moderna, pasando
por alto las distintas condiciones históricas y sociales en que se articula la
relación entre el sistema de crédito y financiero, y el capital industrial y
comercial.
El rol del mercado accionario
Por otra parte
también es un hecho que miles de empresas familiares continúan saliendo a la
bolsa para expandirse, en especial cuando desean devenir globales. Un
comportamiento que no se puede explicar desde la óptica de la financiarización.
¿Por qué empresas controladas por familias buscarán someterse a la dictadura de
los accionistas, y renuncian a sus altruistas objetivos de ampliar su capacidad
productiva en base al cash propio, o al empréstito bancario? La respuesta a esta
pregunta está en lo que vimos antes. Cuando recaudan capital colocando acciones
las empresas no se someten a ninguna dictadura extraña a su naturaleza
capitalista. Y el mercado accionario constituye una magnífica fuente de recursos
dinerarios para que el capital acreciente su poder.
La anterior
afirmación da pie para aclarar algunas confusiones que reinan en torno a los
mercados accionarios. Comúnmente se piensa que los mercados bursátiles son una
especie de casino, cuya única función es que un grupo de especuladores traten de
ganar con operaciones de corto plazo, a costa de otros especuladores; o
desplumando a los advenedizos que se aventuran en terreno desconocido.
Pero si esto fuera
así, no se podría entender la persistencia de los mercados bursátiles a lo largo
de la historia del capitalismo. Ni la trascendencia que se da a las alzas y
bajas de los precios de las acciones. ¿Por qué preocuparse por una simple
“timba”? ¿Para qué gastar dinero en mantener todo ese andamiaje de gasto
improductivo?
La respuesta pasar por comprender que el
mercado accionario cumple un rol muy importante en el capitalismo, ya que
permite conciliar las perspectivas de largo plazo de las inversiones, con la
necesidad de los inversores de poder volver rápidamente a la liquidez. Es que si
no existiera el mercado bursátil, el inversor que coloca su dinero para la
construcción de, por ejemplo, una planta que amortizará en 50 o más años,
debería renunciar a la liquidez por todo ese tiempo. Si esto fuera así, sería
muy difícil conseguir inversores. La división entre el mercado bursátil primario
y secundario permite solucionar ese problema. En el mercado primario se realiza
la oferta inicial, y el dinero que se recauda va a la empresa para financiar sus
inversiones de capital real. En el mercado secundario, que empieza a funcionar
inmediatamente después de la colocación inicial, el inversor puede vender y
volver a la liquidez, sin que se afecte la inversión realizada por la empresa.
De ahí que cuanto más líquido sea un mercado bursátil, mayores posibilidades
habrá para el financiamiento de las empresas, y más seguridades tienen los
inversores de poder volver a la liquidez en caso de necesidad.
Por este motivo si
bien los mercados bursátiles constituyen un campo privilegiado para la
especulación y las estafas, dada la posibilidad de valoraciones ficticias de los
títulos, cumplen un rol central para canalizar flujos dinerarios hacia la
acumulación de capital. Por otra parte permiten un más rápido traslado de
capitales hacia las ramas que están en expansión, y por eso contribuyen a que
opere la tendencia a la igualación de la tasa de ganancia. También la existencia
de mercados bursátiles desarrollados facilita procesos de centralización de
capitales –adquisiciones y fusiones de empresas– y el rápido financiamiento de
empresas que están en expansión y necesitan invertir sumas mayores que las que
provienen del flujo de ingresos propio.
El capital ficticio
Como hemos
explicado en otros trabajos, el capital ficticio se compone básicamente de los
títulos públicos, y de la porción de valorización de acciones y otros activos
financieros que no se corresponde con el crecimiento del capital real. Los
títulos públicos no representan capital, sino un derecho a percibir una parte de
los impuestos que recaude el Estado. Las valoraciones del capital accionario
pueden ser puramente especulativas, sin que cambie el capital subyacente. Algunos
defensores de la tesis de la financiarización otorgan una gran trascendencia al
crecimiento del capital ficticio que se registra en las últimas décadas. Sin
embargo, siendo una realidad del capitalismo contemporáneo, opinamos que le dan
una importancia desmedida al asunto.
Empecemos con una
de las ideas más difundidas, la que sostiene que el crecimiento del capital
ficticio ha generado un poder de compra adicional que ha sostenido la demanda
agregada. La tesis parece atractiva a primera vista, pero cuando se examina con
algún detenimiento, se comprueba que no se sostiene. Por empezar porque la masa
de títulos públicos –un componente clave y en crecimiento del capital ficticio
total– no puede generar ningún poder de compra nuevo. El pago de intereses
significa simplemente el traslado de un poder de compra desde el que paga
impuestos al tenedor del título que cobra el cupón. De manera que lo que gasta
luego el prestamista del Estado es equivalente a lo que no gasta el que paga
impuestos. Por esta vía no se genera poder de compra nuevo. En cuanto a la
valorización ficticia de las acciones, tampoco puede generar un mayor poder de
compra global. Si alguien tiene una acción que vale US$ 50, y dos meses después
la vende a US$ 60, habrá lógicamente aumentado su poder de compra en US$ 10, y
podrá consumir o invertir un 20% más. Pero eso sucede a nivel individual, porque
en términos de totalidad no se ha generado un mayor nivel de compra; quien ha
adquirido la acción a US$ 60 ahora ha renunciado a ejercer un poder de compra en
el mercado de bienes por un valor equivalente. Sí se puede afirmar que la suba
del precio de las acciones genera el llamado “efecto riqueza”, esto es, que los
tenedores de acciones se sienten más ricos, y pueden estar inclinados a atesorar
menos. Pero esto es muy distinto a afirmar que la demanda se incremente debido
al aumento del precio de las acciones.
Esta última idea sólo
se puede sostener al precio de acabar con la teoría del valor trabajo. Según
esta teoría el valor sólo es generado por el trabajo humano, y a un valor
generado en la producción le debe corresponder, en promedio, un valor
equivalente por el lado de la demanda. El
valor no puede incrementarse con maniobras especulativas, ni con compras o
ventas de papeles. Por supuesto la teoría burguesa pretende que el valor se
crea gracias a las extremadas habilidades de los ejecutivos y financistas; pero
lo que hace esta gente es apropiarse de trabajo ajeno no pagado, y pasarse
mutuamente plusvalías.
En este último sentido las operaciones de trading en
los mercados financieros –comprar y vender en el corto plazo, buscando hacer
diferencias– simplemente pueden significar transferencias de fortunas de unas
manos a las otras. Por este motivo tenía razón Marx cuando relativizaba la
importancia de las alzas o bajas puramente especulativas de los títulos.
Señalaba que cuando se producen de manera independiente del movimiento de valor
del capital real que representan, la
riqueza global del país es exactamente de la misma magnitud, tanto antes como
después de la desvalorización o del aumento del valor (véase
Marx, 1999, t. 3, p. 603).
Por otra parte es
correcto decir que existen ganancias ficticias, esto es, que figuran sólo en los
libros contables. Pero precisamente por eso en la sociedad burguesa hay
conciencia de que se trata de ganancias que no se han “concretado”.
Por ejemplo, muchas veces se permite que los bancos contabilicen en
sus activos títulos a valores nominales que son mucho más altos que sus valores
de mercado. Se trata de artilugios que pueden posponer durante algún tiempo la
admisión de la “amarga verdad”, que el valor del activo no existe. Generalmente
se hace esto con la esperanza de que el precio del título se recomponga; pero si
esto no sucede el banco deberá asumir las pérdidas, realizar las rebajas
contables correspondientes y aprovisionar capital de sus ganancias no
distribuidas. No hay manera de eludir esta ley de gravedad de los mercados, como
lo demuestra la actual crisis financiera. Lo mismo sucede con respecto a las
ganancias ficticias que contabiliza en su haber la clase capitalista cuando
suben especulativamente los títulos.
En cuanto a la
idea de que el capital ficticio es “puro costo” para el capital industrial y
comercial, y que la valorización especulativa de las acciones es una muestra del
dominio del capital financiero sobre el capital productivo, tampoco parece tener
mucho sustento en la práctica. Por lo general sucede lo contrario, ya que el
aumento del precio de las acciones mejora las condiciones de financiamiento de
las empresas.
Por un lado porque les permite hacer nuevas emisiones para ampliar su capital;
éste es el aspecto que registra Keynes, y que luego formalizó en perspectiva
neoclásica Tobin con su famosa relación q. Y por otra parte se reducen los
costos de financiamiento del capital industrial y comercial, en la medida en que
los títulos son entregados como colaterales de préstamos. Por estas razones
cuando ocurren derrumbes bursátiles empeoran las condiciones de financiamiento.
Pero según la financiarización la reacción de los capitalistas industriales y
comerciantes debería ser la inversa, de mejora de las perspectivas, ya que la
caída de los títulos estaría indicando un debilitamiento de la “dictadura” que
las finanzas ejercen sobre ellos. Esto no es lo que sucede en la realidad; nadie
puede demostrar que la inversión productiva mejora cuando se hunden las bolsas
de valores.
A modo de conclusión: neoliberalismo,
interpretaciones alternativas
Lo desarrollado en
este trabajo permite comprender por qué tampoco podemos coincidir con la
caracterización del ascenso del neoliberalismo como un asalto del sector
financiero a los puestos de mando del capital. Pensamos que lo que se llamó la política neoliberal fue mucho
más que eso. Fue el ascenso de la reacción de
toda la clase capitalista, apoyada en amplios sectores de las clases medias,
contra los trabajadores y las capas populares más empobrecidas de los pueblos
–por ejemplo los campesinos pobres– para restablecer la rentabilidad y
fortalecer las posiciones del capital frente a los explotados. Los ataques a los
derechos sindicales; las políticas “de ajustes” que implicaban bajas de
salarios; las legislaciones para la flexibilización laboral; la caída de
derechos laborales de larga data; la caída o supresión de subvenciones a
desocupados; el empobrecimiento de los pensionados y jubilados; las ofensivas
contra los inmigrantes, entre otras medidas que se tomaron en prácticamente todo
el mundo, beneficiaron a la
burguesía de conjunto.
También otras medidas que apuntaron a mejorar
las ganancias fueron apoyadas por toda la burguesía. Por ejemplo las
privatizaciones de empresas estatales, incluidas las de los regímenes
stalinistas, significaron someter de manera más plena a la ley del valor a
fuerzas productivas más amplias. En ellas participaron capitales industriales y
comerciales de todo tipo; no
encontramos elementos para decir que favorecieron sólo, ni principalmente, al
sector financiero. De la misma manera la ofensiva por reducir impuestos y
desfinanciar al “Estado keynesiano de bienestar” fue apoyada por toda la
burguesía, y fue llevada adelante en beneficio del capital de conjunto.
Como es sabido,
la ofensiva
económica fue acompañada de la reacción política, cultural e ideológica, con el
liderazgo y apoyo del capital global.
Las dictaduras militares que asolaron a los países latinoamericanos en la década
de los setenta y ochenta fueron apoyadas por las burguesías de estos países, y
no sólo por el capital financiero. Lo mismo podemos decir del sustento que
tuvieron Reagan en Estados Unidos y Tatcher en Gran Bretaña. La reacción contra
medidas progresistas, que se habían logrado en las fases de ascenso de los
movimientos populares y reivindicativos, tuvo amplio consenso en las clases
acomodadas y medias. Por ejemplo, la reacción contra la discriminación positiva,
que favorecía a las minorías raciales o sexuales. De la misma manera tuvo amplia
aceptación la consigna “que gane el mejor y el más fuerte”, los que tienen más
oportunidades; que lógicamente beneficia a los más ricos. Tampoco el rechazo a
los movimientos críticos, a las culturas contestatarias, y el resurgimiento de
movimientos xenófobos y racistas, así como la exaltación de los valores
conservadores burgueses. No pretendemos hacer aquí un recuento exhaustivo de
todo lo que significó la reacción neoliberal, sino señalar simplemente algunos
de sus rasgos salientes, con el objetivo de mostrar que se
trató de algo mucho más profundo que el mero asalto de las finanzas y la
imposición de tipos de interés altos durante algunos años, a principios de los
ochenta.
El capital industrial o comercial no fue
“sojuzgado” por el capital financiero desde fines de la década de los setenta.
El trabajo, de conjunto, sí fue subsumido de forma más completa al capital, sin
distinciones de fracciones dentro de éste. Éste ha sido el sentido más profundo del
ascenso del neoliberalismo en los últimos 30 años. El neoliberalismo ha sido la
expresión política e ideológica de la orientación de fondo que ha tomado la
clase capitalista a nivel mundial. Orientación que responde a la división
central de la sociedad actual, la que se da entre el capital y el trabajo.
Bibliografía:(...)