Es cuestionar nuestro trabajo subsumido
en
mantener al sistema
opresor, represor y corruptor.
Como en Cuba, por supuesto desde otra situación radicalmente distinta,
"estamos
ante un claro enfrentamiento cultural"
. Pensemos el balotaje convenció a la gran mayoría de quienes vivimos en
Argentina de su validez para dirimir el
destino común o de su representatividad social. También más de una deKada del PJ consiguió aparentar, exitosamente, afínidad con gobiernos progresistas de
Sudamérica pese haber sido el principal gestor del desarrollo pleno del
neoliberalismo instaurado con terrorismo de estado en los setenta.
En
busca de aclarar la afirmación
"estamos
ante un claro enfrentamiento cultural"
reflexionemos sobre qué plantea el desafío compartido con Cuba de derrotar el
modo de vida y la producción de subjetividad por el capitalismo en:
Problemas
del socialismo cubano
16 de mayo de 2016
Por
Fernando Martínez Heredia
(...)La política
cubana tiene que avanzar mucho. La política no existe en general, ni la cultura
tampoco.
Si un pueblo hace una revolución anticapitalista y entra en la época de
transición socialista, la política y la cultura –como la economía y todo lo
demás- adquieren nuevas especificidades y nuevos órdenes de relaciones
radicalmente diferentes a los que hasta entonces habían tenido, que deben ser
vividos, pensados y organizados. Al mismo tiempo, debe adelantarse sin descanso
en el conocimiento profundo de esas realidades nuevas. Las razones de tantos
requisitos son obvias. El capitalismo sigue existiendo, y no de modo inerte,
sino atacando siempre, de manera aguda o crónica, pero también y sobre todo
ingresando, retornando, reviviendo, empapando, contagiando las instituciones y
las actitudes individuales y de grupos de la sociedad que quiere ser nueva y
socialista.
El mal mayor
está en la reproducción en el seno de la sociedad en transición socialista de
las relaciones, las instituciones, las ideas y los sentimientos que rigen la
dominación capitalista. Y esa reproducción no depende tanto de conspiraciones y
acciones de origen externo –por más reales y peligrosas que ellas sean, y lo
son–
como de la inmensa, formidable acumulación cultural de signo favorable a
las dominaciones de unas personas sobre otras, antigua y renovada, que
caracteriza a las sociedades. Una verdadera batalla cultural se libra entre
ambos complejos de maneras de vivir.
En la batalla entre esas dos maneras de vivir, la del capitalismo ha estado recibiendo muchos refuerzos en la época reciente. Tiene, además, la sabiduría –a escala social no es necesario saber para ser sabio– de no pretender el poder político: su campo de batalla principal está en la vida cotidiana, las relaciones sociales, el aumento y la expansión de los negocios privados y sus constelaciones de relaciones económicas y sociales, las ideas y los sentimientos que se consumen.No podemos permitir que avance un proceso de desarme ideológico que dejaría al país inerme. Es necesario rescatar o utilizar bien los instrumentos de la cultura de liberación.
Es la falta de cultura política suficiente la que impide que le saquemos más provecho a la vida que hemos construido entre todos, a la sociedad que despierta tanta admiración a millones de personas en el mundo y que sustenta tantas simpatías y manifestaciones de solidaridad que recibimos. La liberación humana necesita una militancia de la cultura, que brinde espacios y sea capaz de reunir la diversidad de las subjetividades, habilidades y propensiones humanas, el planeamiento de las tareas revolucionarias, el afán de belleza, goces y felicidad, la expansión de la influencia y del control de la gente común sobre todos los ámbitos de la vida pública, la creatividad y la originalidad para enfrentar las escaseces y dificultades, que son tan graves que serían insalvables si no se ponen en marcha nuevos medios de desplegar la superioridad de las personas.
El avance real del socialismo en Cuba dependerá en gran medida del afianzamiento y la expansión de una cultura anticapitalista y creadora a la vez de satisfacciones y educación. Por eso es tan necesario darnos plena cuenta de la hora tremenda que vivimos, de los deberes de cada cual y del bienestar que pudiéramos sacar del ejercicio de pensar y de la creatividad.
El concepto de socialismo es conservado por muchos revolucionarios activos, pero
a escala de la sociedad desde hace tiempo se ha batido en retirada.
Fidel y Raúl
lo mantienen siempre, de manera expresa. Algunos documentos oficiales también lo
hacen. Pero en la propaganda y en los rituales la palabra socialismo fue
desapareciendo, y hoy es sólo una mención rara. Por otra parte, para diferentes
sectores de la población el socialismo persiste como una noción, fuerte o no,
con atributos que también son diferentes. Por ejemplo, como palabra que
sintetiza las grandes conquistas que obtuvo nuestro pueblo y la nación cubana, o
como la etapa de bienestar material de los años setenta-ochenta.
Es necesario
precisar qué significa hoy el socialismo para la población. Habría que ayudar a
esa tarea con investigaciones bien planteadas y bien ejecutadas, que vayan más
allá de la encuesta y la recopilación de datos, y sobre todo con intercambios y
discusiones serias.(...)
Leer
La batalla cultural y mediática del gobierno CFK encubrió su promover el
acelerado proceso de concentración y transnacionalización económico territorial
de Argentina.
El sociólogo y periodista Decio Machado
comienza el capítulo comparando qué concretaron los gobiernos progresistas y
cuál hubiera debido ser el proceder político si hubiesen mirado a la autonomía,
libertad de los de abajo.
Comunicación estratégica, marketing político, psicología de masas y
control de
la información en el régimen correísta
27 de octubre de 2014
Este texto
es el capítulo elaborado por el sociólogo y periodista Decio Machado para el
libro "La restauración conservadora del correísmo", el cual aparece al
público a partir del mes de noviembre del presente año y ha sido elaborado por
diversos autores.
“Una
educación que remueve la cultura política para que la sociedad no
busque salvadores, sino que genere socialidades para convivir, concertar,
respetar las reglas del juego ciudadano (…) la educación debe desarrollar
sujetos autónomos ya que frente a una sociedad que masifica estructuralmente,
una sociedad que tiende a homogeneizar incluso cuando crea posibilidades
de diferenciación, la posibilidad de ser ciudadanos es directamente
proporcional al desarrollo de sujetos autónomos, es decir, de gente libre tanto interiormente
como en sus tomas de posición. Y libre significa gente capaz de saber leer la
publicidad y para qué sirve, y no dejarse masajear el cerebro, gente que se
capaz de tomar distancia del arte de moda, de los libros de moda, gente que
piense con su cabeza y no con las ideas que circulan a su alrededor.”
Jesús
Martín Barbero, Oficio de cartógrafo (2002)
Desde la
vuelta de las democracias a América Latina, tras el aciago período histórico que
se caracterizó por una concadenación de dictaduras militares en la región[1],
la actividad política se ha convertido en un asunto de importante interés
público para los ciudadanos de la región. Según los indicadores emanados de
Latinobarómetro[2],
la ciudadanía latinoamericana más allá de desear estar al día con respecto a los
asuntos que les afectan cotidianamente, demandan la participación directa en la
actividad política de su contexto social. Este es el origen de la enorme
importancia adquirida por la comunicación estratégica en nuestros días.
Las
acciones realizadas por los candidatos, líderes políticos, partidos e
instituciones gubernamentales por mantener y fortalecer el respaldo de la gente
hacia sus propuestas, programas y políticas públicas, se ha convertido en un
factor crítico tanto para alcanzar los puestos de elección popular a los que
aspiran, como para el mantenimiento
del orden, el control social y la gobernabilidad en sus respectivos ámbitos de
intervención.
La
imposición -dentro de un mundo globalizado y en plena evolución- de las nuevas
tecnologías de la información y la comunicación, de técnicas y herramientas
innovadoras que permiten la expansión casi sin límites de la comunicación ha
hecho que a causa del marketing político, las ideas ya no basten para que los
políticos convenzan a la ciudadanía de que son los más apropiados para ejercer
los cargos a los que aspiran e incluso para perpetuarse durante años en el
poder.
Si bien es
cierto que la comunicación política existe desde los tiempos de la Antigüedad,
donde se aprovechaba la reputación de los guerreros para amedrentar a
potenciales enemigos internos y externos, así como para recaudar los impuestos
entre sus súbditos (Maarek, 2009), las nociones actuales en las que se
manifiestan este tipo de técnicas se remontan apenas a la segunda mitad del
siglo XX[3].
Paralelamente, desde hace aproximadamente un par décadas, se vive un momento en
el que las relaciones entre las élites políticas y los medios de comunicación se
han complejizado a escala global. Mientras asistimos a una enorme concentración
de medios de comunicación a nivel planetario, en algunos países a los políticos
se les reprocha que ya sólo actúen o comuniquen en función de la visibilidad
mediática de sus operaciones a riesgo de una suerte de populismo modernizado (Tironi
y Cavallo, 2004), mientras que otros gobiernos, independientemente de su
sensibilidad política, intentan desarrollar el control sobre la información con
el objetivo de sufrir el menor desgaste posible en el ejercicio de su autoridad.
Campaña de
2006: punto de partida de la expertise correísta en marketing y comunicación
política(...)
Es a través de esta campaña electoral del 2006 donde se sentarán las bases de la futura comunicación político-estratégica del correísmo en el gobierno. El correísmo, ya como doctrina oficialista en el poder, combinará innovadoras técnicas de comunicación política en el país con un desarrollado y estratégicamente calculado culto a la personalidad del líder, la agresividad y descalificación dialéctica como norma de desacreditación sobre los adversarios políticos del régimen, el factor sorpresa como herramienta de quiebre ante sus rivales, las técnicas que reflejan proximidad ante la ciudadanía (gabinetes itinerantes, enlaces ciudadanos desde los lugares más recónditos del país o permanentes apariciones del mandatario rodeado de masas ciudadanas), los acordes de las viejas canciones revolucionarias, así como una cuidada campaña publicitaria (tanto por la destreza en la elaboración de piezas audiovisuales como por la creatividad de su cartelería, gigantografías y otras herramientas de imagen estática) basadas en los logros obtenidos a través de determinadas políticas públicas auspiciadas por el gobierno.
La ruptura de la conciliación de clases (instaurada como
gobernabilidad por la democracia desde 1983) plantea, a los diversos de
abajo, el desafío de unión programática contra la opresión y por la vida. De
ahí el carácter revolucionario de la unión. Pero ¿cómo concretarlo? La
respuesta está en lo que
Boaventura
de Sousa Santos nos indica:
"es preciso convertir al ideal democrático en una
realidad radical que no se rinda ante el capitalismo. Y como el capitalismo
no ejerce su dominio sino sirviéndose de otras formas de opresión,
principalmente del colonialismo y el patriarcado, esta democracia radical,
además de anticapitalista, debe ser también anticolonialista y
antipatriarcal. Puede llamarse revolución democrática o democracia
revolucionaria –el nombre poco importa–, pero debe ser necesariamente una
democracia posliberal, que no puede perder sus atributos para acomodarse a
las exigencias del capitalismo. Al contrario, debe basarse en dos
principios: la profundización de la democracia sólo es posible a costa del
capitalismo; y en caso de conflicto entre capitalismo y democracia debe
prevalecer la democracia real".
¿Democracia
o capitalismo?
6 de enero de 2014
Por Boaventura de Sousa Santos *
Al
inicio del tercer milenio, las fuerzas de izquierda se debaten entre dos
desafíos principales:
la relación entre democracia y capitalismo, y el crecimiento económico infinito
(capitalista o socialista) como indicador básico de desarrollo y progreso. En
estas líneas voy a centrarme en el primer desafío.(...)
Desde 1970, los Estados
centrales han estado manejando el conflicto entre las exigencias de los
ciudadanos y las exigencias del capital mediante el recurso a un conjunto de
soluciones que gradualmente fueron dando más poder al capital.
Primero fue la inflación (1970-1980); después, la lucha contra la inflación,
acompañada del aumento del desempleo y del ataque al poder de los sindicatos
(desde 1980), una medida complementada con el endeudamiento del Estado como
resultado de la lucha del capital contra los impuestos, del estancamiento
económico y del aumento de los gastos sociales originados en el aumento del
desempleo (desde mediados de 1980), y luego con el endeudamiento de las
familias, seducidas por las facilidades de crédito concedidas por un sector
financiero finalmente libre de regulaciones estatales, para eludir el colapso de
las expectativas respecto del consumo, la educación y la vivienda (desde
mediados de 1990). Hasta que la ingeniería de las soluciones ficticias llegó a
su fin con la crisis de 2008 y se volvió claro quién había ganado en el
conflicto distributivo: el capital. La prueba:
la conversión de la deuda
privada en deuda pública, el incremento de las desigualdades sociales y el
asalto final a las expectativas de una vida digna de las mayorías (los
trabajadores, los jubilados, los desempleados, los inmigrantes, los jóvenes en
busca de empleo) para garantizar las expectativas de rentabilidad de la minoría
(el capital financiero y sus agentes). La democracia perdió la batalla y sólo
evitará ser derrotada en la guerra si las mayorías pierden el miedo, se rebelan
dentro y fuera de las instituciones y fuerzan al capital a volver a tener miedo,
como sucedió hace sesenta años.
En los países del Sur global que disponen de recursos naturales la situación es, por ahora, diferente. En algunos casos, por ejemplo en varios países de América latina, hasta puede decirse que la democracia se está imponiendo en el duelo con el capitalismo, y no es por casualidad que en países como Venezuela y Ecuador se comenzó a discutir el tema del socialismo del siglo XXI, aunque la realidad esté lejos de los discursos. Hay muchas razones detrás, pero tal vez la principal haya sido la conversión de China al neoliberalismo, lo que provocó, sobre todo a partir de la primera década del siglo XXI, una nueva carrera por los recursos naturales. El capital financiero encontró ahí y en la especulación con productos alimentarios una fuente extraordinaria de rentabilidad. Esto permitió que los gobiernos progresistas –llegados al poder como consecuencia de las luchas y los movimientos sociales de las décadas anteriores– pudieran desarrollar una redistribución de la riqueza muy significativa y, en algunos países, sin precedentes. Por esta vía, la democracia ganó nueva legitimidad en el imaginario popular. Pero, por su propia naturaleza, la redistribución de la riqueza no puso en cuestión el modelo de acumulación basado en la explotación intensiva de los recursos naturales y, en cambio, la intensificó. Esto estuvo en el origen de conflictos –que se han ido agravando– con los grupos sociales ligados a la tierra y a los territorios donde se encuentran los recursos naturales, los pueblos indígenas y los campesinos.
En los
países del Sur global con recursos naturales pero sin una democracia digna de
ese nombre, el boom de los recursos no trajo ningún impulso a la democracia,
pese a que, en teoría, condiciones más propicias para una resolución del
conflicto distributivo deberían facilitar la solución democrática y viceversa.
La verdad es que
el capitalismo
extractivista obtiene mejores condiciones de rentabilidad en sistemas políticos
dictatoriales o con democracias de bajísima intensidad (sistemas casi de partido
único), donde es más fácil corromper a las elites, a través de su
involucramiento en la privatización de concesiones y las rentas del
extractivismo.
No es de esperar ninguna profesión de fe en la democracia por parte del
capitalismo extractivista, incluso porque, siendo global, no reconoce problemas
de legitimidad política. Por su parte, la reivindicación de la redistribución de
la riqueza por parte de las mayorías no llega a ser oída, por falta de canales
democráticos y por no poder contar con la solidaridad de las restringidas clases
medias urbanas que reciben las migajas del rendimiento extractivista. Las
poblaciones más directamente afectadas por el extractivismo son los campesinos,
en cuyas tierras están los yacimientos mineros o donde se pretende instalar la
nueva economía agroindustrial. Son expulsados de sus tierras y sometidos al
exilio interno. Siempre que se resisten son violentamente reprimidos y su
resistencia es tratada como un caso policial. En estos países, el conflicto
distributivo no llega siquiera a existir como problema político.
De este análisis se concluye que la actual puesta en cuestión del futuro de la democracia en Europa del Sur es la manifestación de un problema mucho más vasto que está aflorando en diferentes formas en varias regiones del mundo. Pero, así formulado, el problema puede ocultar una incertidumbre mucho mayor que la que expresa. No se trata sólo de cuestionar el futuro de la democracia. Se trata, también, de cuestionar la democracia del futuro. La democracia liberal fue históricamente derrotada por el capitalismo y no parece que la derrota sea reversible. Por eso, no hay que tener esperanzas de que el capitalismo vuelva a tenerle miedo a la democracia liberal, si alguna vez lo tuvo. La democracia liberal sobrevivirá en la medida en que el capitalismo global se pueda servir de ella. La lucha de quienes ven en la derrota de la democracia liberal la emergencia de un mundo repugnantemente injusto y descontroladamente violento debe centrarse en buscar una concepción de la democracia más robusta, cuya marca genética sea el anticapitalismo. Tras un siglo de luchas populares que hicieron entrar el ideal democrático en el imaginario de la emancipación social, sería un grave error político desperdiciar esa experiencia y asumir que la lucha anticapitalista debe ser también una lucha antidemocrática. Por el contrario, es preciso convertir al ideal democrático en una realidad radical que no se rinda ante el capitalismo. Y como el capitalismo no ejerce su dominio sino sirviéndose de otras formas de opresión, principalmente del colonialismo y el patriarcado, esta democracia radical, además de anticapitalista, debe ser también anticolonialista y antipatriarcal. Puede llamarse revolución democrática o democracia revolucionaria –el nombre poco importa–, pero debe ser necesariamente una democracia posliberal, que no puede perder sus atributos para acomodarse a las exigencias del capitalismo. Al contrario, debe basarse en dos principios: la profundización de la democracia sólo es posible a costa del capitalismo; y en caso de conflicto entre capitalismo y democracia debe prevalecer la democracia real.
* Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra,
Portugal. El texto corresponde a la Décima carta a las izquierdas del autor.
Traducción:
Javier Lorca.
La desobediencia abajo con okupación de
nuestros respectivos lugares que procure poner fin a nuestro trabajo subsumido en
enriquecer al
bloque dominante nos exige no sólo descubrir cómo la
prosperidad del último se sustancia en nuestros crecientes empobrecimientos
y encarcelamientos sino también en devastación planetaria.
Boaventura
de Sousa Santos nos dice:"Hoy
es evidente que, en el umbral del siglo XXI, el desarrollo capitalista toca
la capacidad límite del planeta Tierra. (...)Paulatinamente, se va constatando
que los factores de la crisis están cada vez más articulados y son, al final,
manifestaciones de la misma crisis, que por sus dimensiones se presenta como
crisis civilizatoria. Todo está vinculado: la crisis alimentaria, la crisis
ambiental, la crisis energética, la especulación financiera sobre los
commodities y los recursos naturales, la apropiación y la concentración de
tierras, la expansión desordenada de la frontera agrícola, la voracidad de la
explotación de los recursos naturales, la escasez de agua potable y la
privatización del agua, la violencia en el campo, la expulsión de poblaciones de
sus tierras ancestrales para abrir camino a grandes infraestructuras y
megaproyectos, las enfermedades inducidas por un medioambiente degradado,
dramáticamente evidentes en la mayor incidencia del cáncer en ciertas zonas
rurales, los organismos genéticamente modificados, los consumos de agrotóxicos,
etcétera".
¿Extractivismo o ecología?
10 de febrero de 2014
Por Boaventura de Sousa
Santos *
Al inicio
del tercer milenio, las fuerzas de izquierda se debaten entre dos desafíos
principales: la relación entre democracia y capitalismo, y el crecimiento
económico infinito (capitalista o socialista) como indicador básico de
desarrollo y progreso. En estas líneas voy a centrarme en el segundo desafío
(sobre el primero, ver “¿Democracia o capitalismo?”, en Página/12 del 6 de enero
pasado).
Antes de la
crisis financiera, Europa era la región del mundo donde los movimientos
ambientalistas y ecologistas tenían más visibilidad política y donde la
narrativa de la necesidad de complementar el pacto social con el pacto natural
parecía tener gran aceptación pública. Sorprendentemente o no, con el estallido
de la crisis tanto estos movimientos como esta narrativa desaparecieron de la
escena política y las fuerzas políticas que más directamente se oponen a la
austeridad financiera reclaman crecimiento económico como la única solución y
sólo excepcionalmente hacen una mención algo simbólica a la responsabilidad
ambiental y la sustentabilidad. Y, de hecho, las inversiones públicas en
energías renovables fueron las primeras en ser sacrificadas por las políticas de
ajuste estructural. Ahora bien, el modelo de crecimiento que estaba en vigor
antes de la crisis era el blanco principal de las críticas de los movimientos
ambientalistas y ecologistas, precisamente, por ser insostenible y producir
cambios climáticos que, según los datos la ONU, serían irreversibles a muy corto
plazo, según algunos, a partir de 2015. Esta rápida desaparición de la narrativa
ecologista muestra que el capitalismo tiene prioridad no sólo sobre la
democracia, sino también sobre la ecología y el ambientalismo.
Pero hoy es evidente que, en el umbral del siglo XXI, el desarrollo capitalista toca la capacidad límite del planeta Tierra. En los últimos meses, varios record de riesgo climático fueron batidos en Estados Unidos, la India, el Artico, y los fenómenos climáticos extremos se repiten con cada vez mayor frecuencia y gravedad. Ahí están las sequías, las inundaciones, la crisis alimentaria, la especulación con productos agrícolas, la creciente escasez de agua potable, el desvío de terrenos destinados a la agricultura para desarrollar agrocombustibles, la deforestación de bosques. Paulatinamente, se va constatando que los factores de la crisis están cada vez más articulados y son, al final, manifestaciones de la misma crisis, que por sus dimensiones se presenta como crisis civilizatoria. Todo está vinculado: la crisis alimentaria, la crisis ambiental, la crisis energética, la especulación financiera sobre los commodities y los recursos naturales, la apropiación y la concentración de tierras, la expansión desordenada de la frontera agrícola, la voracidad de la explotación de los recursos naturales, la escasez de agua potable y la privatización del agua, la violencia en el campo, la expulsión de poblaciones de sus tierras ancestrales para abrir camino a grandes infraestructuras y megaproyectos, las enfermedades inducidas por un medioambiente degradado, dramáticamente evidentes en la mayor incidencia del cáncer en ciertas zonas rurales, los organismos genéticamente modificados, los consumos de agrotóxicos, etcétera. La Conferencia de Naciones Unidas sobre Desarrollo Sostenible realizada en junio de 2012, Río+20, fue un rotundo fracaso por la complicidad mal disfrazada entre las élites del Norte global y las de los países emergentes para dar prioridad al lucro de sus empresas a costa del futuro de la humanidad.
En varios
países de América latina, la valorización internacional de los recursos
financieros permitió una negociación de nuevo tipo entre democracia y
capitalismo. El fin (aparente) de la fatalidad del intercambio desigual (las
materias primas siempre menos valoradas que los productos manufacturados), que
encadenaba a los países de la periferia del sistema mundial al desarrollo
dependiente, permitió que las fuerzas progresistas, antes vistas como “enemigas
del desarrollo”, se liberasen de ese fardo histórico, transformando el boom en
una ocasión única para realizar políticas sociales y de redistribución de la
renta. Las oligarquías y, en algunos países, sectores avanzados de la burguesía
industrial y financiera altamente internacionalizados, perdieron buena parte del
poder político gubernamental, pero a cambio vieron incrementado su poder
económico. Los países cambiaron sociológica y políticamente, hasta el punto de
que algunos analistas vieron la emergencia de un nuevo régimen de acumulación,
más nacionalista y estatista, el neodesarrollismo, sobre la base del
neoextractivismo.
Sea como fuere, este neoextractivismo se basa en la explotación intensiva de los recursos naturales y, por lo tanto, plantea el problema de los límites ecológicos (para no hablar de los límites sociales y políticos) de esta nueva (vieja) fase del capitalismo. Esto es tanto más preocupante en cuanto este modelo de “desarrollo” es flexible en la distribución social, pero rígido en su estructura de acumulación. Las locomotoras de la minería, del petróleo, del gas natural, de la frontera agrícola son cada vez más potentes y todo lo que se interponga en su camino y obstruya su trayecto tiende a ser arrasado como obstáculo al desarrollo. Su poder político crece más que su poder económico, la redistribución social de la renta les confiere una legitimidad política que el anterior modelo de desarrollo nunca tuvo, o sólo tuvo en condiciones de dictadura.
Por su
atractivo, estas locomotoras son eximias para transformar las señales cada vez
más perturbadoras de la inmensa deuda ambiental y social que generan en un costo
inevitable del “progreso”. Por otro lado, privilegian una temporalidad que es
afín a la de los gobiernos: el boom de los recursos naturales no va a durar para
siempre y, por eso, hay que aprovecharlo al máximo en el más corto plazo. El
brillo del corto plazo oculta las sombras del largo plazo. En tanto el boom
configura un juego de suma positiva, quien se interpone en su camino es visto
como un ecologista infantil, un campesino improductivo o un indígena atrasado, y
muchas veces es sospechado de integrar “poblaciones fácilmente manipulables por
Organizaciones No Gubernamentales al servicio de quién sabe quién”.
En estas
condiciones se vuelve difícil poner en acción principios de precaución o lógicas
de largo plazo. ¿Qué pasará cuando el boom de los recursos naturales termine? ¿Y
cuando sea evidente que la inversión de los recursos naturales no fue
debidamente compensada por la inversión en recursos humanos? ¿Cuando no haya
dinero para generosas políticas compensatorias y el empobrecimiento súbito cree
un resentimiento difícil de manejar en democracia? ¿Cuando los niveles de
enfermedades ambientales sean inaceptables y sobrecarguen los sistemas públicos
de salud hasta volverlos insostenibles? ¿Cuando la contaminación de las aguas,
el empobrecimiento de las tierras y la destrucción de los bosques sean
irreversibles? ¿Cuando las poblaciones indígenas, ribereñas y de los quilombos (afrobrasileños)
que fueron expulsadas de sus tierras cometan suicidios colectivos o deambulen
por las periferias urbanas reclamando un derecho a la ciudad que siempre les
será negado? Estas preguntas son consideradas por la ideología económica y
política dominante como escenarios distópicos, exagerados o irrelevantes, fruto
de un pensamiento crítico entrenado para dar malos augurios. En suma, un
pensamiento muy poco convincente y de ningún atractivo para los grandes medios
de comunicación.
En este contexto, sólo es posible perturbar el automatismo político y económico de este modelo mediante la acción de movimientos y organizaciones sociales con el suficiente coraje para dar a conocer el lado destructivo sistemáticamente ocultado del modelo, dramatizar su negatividad y forzar la entrada de esta denuncia en la agenda política. La articulación entre los diferentes factores de la crisis deberá llevar urgentemente a la articulación entre los movimientos sociales que luchan contra ellos. Se trata de un proceso lento en el que el peso de la historia de cada movimiento cuenta más de lo que debería, pero ya son visibles articulaciones entre las luchas por los derechos humanos, la soberanía alimentaria, contra los agrotóxicos, contra los transgénicos, contra la impunidad de la violencia en el campo, contra la especulación financiera con productos alimentarios, por la reforma agraria, los derechos de la naturaleza, los derechos ambientales, los derechos indígenas y de los quilombos, el derecho a la ciudad, el derecho a la salud, la economía solidaria, la agroecología, el gravamen de las transacciones financieras internacionales, la educación popular, la salud colectiva, la regulación de los mercados financieros, etc.Tal como ocurre con la democracia, sólo una conciencia y una acción ecológica vigorosas, anticapitalistas, pueden enfrentar con éxito la vorágine del capitalismo extractivista. Al “ecologismo de los ricos” es preciso contraponerle el “ecologismo de los pobres”, basado en una economía política no dominada por el fetichismo del crecimiento infinito y del consumismo individualista, sino en las ideas de reciprocidad, solidaridad y complementariedad vigentes tanto en las relaciones entre los seres humanos como en las relaciones entre los humanos y la naturaleza.* Director del Centro de Estudios Sociales de la Universidad de Coimbra, Portugal.El texto corresponde a la “Undécima carta a las izquierdas” del autor.Traducción: Javier Lorca.
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Entrevista a
Eduardo Gudynas
Consecuencias del
extractivismo en América Latina
16 de mayo de 2016
Por
Sergio Flores (La Izquierda Diario)
Entrevistamos al ecólogo uruguayo y miembro del Centro Latino
Americano de Ecología Social (CLAES), Eduardo Gudynas, sobre el problema del
extractivismo y sus consecuencias.
Eduardo Gudynas es docente universitario, ex
secretario ejecutivo del CLAES y autor de una decena de libros sobre la
problemática ecológica y social, la cual viene abordando desde hace más de 20
años. En 2010 fue seleccionado para integrarse al Panel Intergubernamental para
el Cambio Climático. En esta entrevista nos centramos en el problema del
extractivismo y sus consecuencias ambientales, sociales, políticas y económicas.
Eduardo, a raíz de los accidentes y conflictos
con megamineras como la Barrick Gold o multinacionales petroleras como Chevron
comenzó a hablarse de un término del que muy pocas personas saben su
significado. ¿Podría explicarle a los lectores de LID qué es el extractivismo?
En
su sentido estricto, los extractivismos son la apropiación de grandes volúmenes
de recursos naturales, o bajo procedimientos muy intensivos, donde la mitad o
más son destinados a la exportación a los mercados globales. Se refiere a casos
como la megaminería a cielo abierto, las plataformas petroleras en la Amazonia,
o los monocultivos de soja. Digo en sentido estricto porque este uso del término
responde a su historia, a los usos de los movimientos sociales que reaccionaban
contra esos emprendimientos por sus impactos, y al dejar en claro que implican
una subordinación a la globalización.
¿Y cuál es su papel en una economía como la
argentina?
Los
extractivismos por un lado producen adicción y por el otro generan los llamados
derrames, entre los cuales están los económicos. La adicción ocurrió bajo los
altos precios de las materias primas. Los gobiernos encontraron que la manera
más sencilla de hacer crecer las economías nacionales y captar excedentes era
promover todo tipo de exportaciones de minerales, hidrocarburos o agroalimentos.
Pero eso generó derrames tales como erosionar sus sectores industriales y
agroindustriales. Por ejemplo, Brasil se convirtió bajo los gobiernos de Lula y
Dilma en el primer exportador latinoamericano de minerales, mientras importaba
cada vez más productos de consumo, y con ello su industria nacional se debilitó.
El éxito exportador en muchos países significó pérdidas industriales que pasaban
desapercibidas por los altos precios de los commodities. Son economías de
enclave, atadas a la globalización.
¿Qué impacto tiene a nivel social y
medioambiental?
Los
efectos sociales y ambientales de los extractivismos son demoledores. Por
ejemplo, la megaminería a cielo abierto, con esas enormes canteras donde se
extraen millones de toneladas por año, son, en un sentido riguroso, amputaciones
ecológicas. No queda nada allí; la destrucción ecológica es total. La
explotación petrolera en Ecuador, Perú o Bolivia, ha dejado vastas áreas con
todas sus aguas contaminadas. Los monocultivos de soja están detrás de la
pérdida de bosques y praderas naturales, el deterioro del suelo o la
contaminación por agroquímicos. Paralelamente, estos tipos de actividades
desplazan comunidades locales, generan muy poco empleo, se implantan con
crecientes niveles de violencia y violando derechos. Toda la evidencia muestra
que no existen extractivismos de esta intensidad que sean amigables ni con la
sociedad ni con el ambiente.
¿Podría decirse que todos los gobiernos
sudamericanos son extractivistas?
Lo
impactante es que desde el 2000 todos los gobiernos sudamericanos han colocado a
los extractivismos en el centro de sus estrategias de desarrollo. Pero, la
organización de esos extractivismos, el papel del Estado, el uso de los
excedentes que se capturan, y la legitimación política, son diferentes entre los
gobiernos conservadores y los progresistas. Bajo presidencias conservadoras o de
derecha encontramos la invocación al simple crecimiento económico y dejar esos
sectores en manos de empresas transnacionales. En los gobiernos progresistas es
distinto. Todos invocan mayor presencia del Estado en el uso de los recursos
naturales, algunos buscaron captar más excedente, tal como ocurrió con el
petróleo en Bolivia, Ecuador y Venezuela, y los legitiman como necesario para
atacar a la pobreza. El problema es que a medida que
se los examina con detalle se encuentra que no todo el dinero captado a los
extractivismos va a los pobres, ni siquiera que sea el aporte fundamental para
sostener a las economías nacionales, y además, que en verdad el propio Estado
termina subsidiando esas actividades y a las empresas. Entonces, sea por la
senda conservadora o la progresista, todos terminan dependientes de la
globalización, porque es allí donde tienen que vender sus materias primas; se
subordinan cada vez más a la búsqueda de inversores extranjeros.
Al analizar los extractivismos usted insiste en
diferenciar izquierda y progresismo. ¿Podría explicar ese concepto?
Los
extractivismos se han fortalecido precisamente por esa divergencia entre
izquierda y progresismo.
Por izquierda me refiero a los movimientos y agrupamientos que
lograron detener los gobiernos neoliberales, y triunfaron en elecciones en
varios países. Era una izquierda abierta, plural, y que, por ejemplo, ponía en
discusión las estrategias de desarrollo, exploraba la radicalización de la
democracia o tenía íntimas relaciones con los nuevos movimientos sociales. La
izquierda que se ubicó dentro del Estado, dentro de los gobiernos, poco a poco
se convirtió en progresismo.
El progresismo es otro bicho político, con cambios sustanciales en varios aspectos. No es una nueva derecha; no comparto acusaciones recientes que tildan por ejemplo a Evo Morales o Rafael Correa de nuevos neoliberales. Pero tampoco son fieles al espíritu de aquella izquierda original, y eso se observa, pongamos por caso, por su adhesión a los extractivismos que, más allá de todos los slogans, impone una dependencia a la globalización, o a la represión que hacen contra las comunidades locales u organizaciones sociales que denuncian sus impactos.
El progresismo, para decirlo muy resumido,
renunció a debatir sobre el desarrollo, insiste en un Estado compensador que
descansa en esquemas de asistencialismo, la lucha por la justicia quedó
encerrada en ayudar en dinero a los más pobres y el consumismo popular. Los
ensayos para radicalizar la democracia se detuvieron, muchos se conformaron con
el mero seguimiento a un líder que esperan se perpetúe en el poder.
Políticamente han hecho todo tipo de acuerdos y convenios con actores
conservadores.
El progresismo aparece ahora como agotado, en el
sentido de no poder generar nuevas ideas. A la vez, escala en conflictos con
organizaciones ciudadanas, sindicatos, campesinos o indígenas.
¿Qué posición debería tener una izquierda
consecuente ante el problema que implica el extractivismo?
Entiendo que el mejor antídoto al agotamiento
de los progresismos, y a la obsesión con los extractivismos, es recuperar muchas
de las posturas de aquella izquierda abierta, plural y democrática. Dicho de
otra manera: salir del progresismo por izquierda.
Mencionaré algunas cuestiones candentes que
muestran las contradicciones entre extractivismos, izquierdas y progresismos.
En el caso del sindicalismo, debemos observar
hacia Brasil. Allí, en las grandes empresas extractivistas, como la petrolera
Petrobras o la minera Vale, los sindicatos tenían papeles protagónicos en su
gestión, sea por vía directa o por ser accionistas desde sus fondos de pensión.
Esos actores sindicales cayeron en un progresismo extremo, y nada
decían de la brutal crisis de corrupción en la petrolera o de la pésima gestión
de la minera que desembocó en el más grave accidente ambiental en América Latina
en 2015. Cualquiera de esas dos crisis terminó afectando a la propia base de
trabajadores y al país. El antídoto a este tipo de posturas es recuperar un
sindicalismo que sea a la vez crítico, independiente y comprometido con los
trabajadores.
En el caso de los movimientos sociales, es
inocultable que los progresismos se han terminado peleando con muchas
organizaciones de base y movimientos populares, como pueden ser distintos
colectivos urbanos, actores que defienden la diversidad sexual, ambientalistas,
campesinos, indígenas, etc. Por ejemplo, Rafael Correa tiene disputas con los
grandes sindicatos, con la federación indígena, hostiga a las ONGs, reniega a
las demandas feministas, etc. La izquierda, por el contrario, tiene que recuperar una discusión
fraterna con todas esas tradiciones. Seguramente muchas de ellas serán
trabajosas, pero en eso está la propia esencia de la izquierda.
Otro frente tiene que ver con el papel de la propiedad. Es muy
común encontrarse con quienes sostienen que la alternativa a los extractivismos
es simplemente pasar todas las empresas mineras, petroleras o agropecuarias a
una propiedad estatal. Están muy equivocados y me parecen que no entienden el
fondo del problema, y por eso varios terminaron siendo progresistas.
Me explico: bajo la actual fase del capitalismo, el régimen no
predetermina el tipo de gestión en la apropiación de los recursos naturales. La
empresa extractivista, para ser exitosa y rentable, compite en exportar hacia
los mercados globales, y por lo tanto acepta la globalización, y busca en bajar
todo lo que pueda sus costos para elevar sus ganancias, y por ello externalizan
sus impactos sociales y ambientales. Así lo hacen, desde la estatal PDVSA, las
corporaciones chinas o las transnacionales de Wall Street. La disputa sobre el
capitalismo está hoy mucho más centrada en la estructura y función de las
cadenas de producción, antes que en la propiedad del primer eslabón, que es la
extracción del recurso natural. Es por eso que muchas transnacionales petroleras
aceptan que esa primera fase la hagan las compañías estatales, ya que de todas
maneras terminarán haciendo convenios y controlarán la comercialización de los
hidrocarburos.
Algo similar pasa en el agro. Por ejemplo, el
grupo agrícola Los Grobo se ufana de casi no tener tierras propias, pero queda
en claro que ellos controlan los paquetes tecnológicos, las superficies bajo
monocultivos, y la comercialización.
En fin, se pueden listar muchos ejemplos de
este tipo. Buena parte de ellos tienen que ver con algunos ejes, dentro de los
que destaco que
esa izquierda que imagino debe poner en discusión el desarrollo, el
papel del Estado, y sus ideas sobre la justicia. Por eso mismo debe ser plural,
abierta y democrática, ya que debe dialogar con una amplia diversidad de
actores.
¿Qué tipos de experiencias políticas pueden
reivindicarse como un buen precedente para luchar contra el extractivismo en
América Latina? ¿Qué limitaciones o déficits presentan en tu opinión?
El
continente está repleto de experiencias locales. Un gran conjunto corresponde a
reclamos de información, denuncias o resistencias frente a los extractivismos,
donde las comunidades aprenden sobre ese tipo de desarrollo, sus impactos
sociales y ambientales, y ensayan prácticas de organización.
Otro gran conjunto, posiblemente aún incipiente en Argentina, pero más potente
por ejemplo en los países andinos, ocurre cuando se articulan esas demandas
locales en reclamos nacionales o regionales, y en presentar alternativas al
extractivismo. O sea, son movimientos donde se discuten e imaginan cómo la
economía nacional podría dejar de ser dependiente de los extractivismos.
Entonces, encontramos pongamos por caso, las propuestas de moratoria petrolera
en Ecuador, que sería algo así como pensar una Argentina que no dependa
solamente del gas de Vaca Muerta u otros yacimientos.
Por lo tanto muchas de las limitaciones responden a poder cruzar
ese umbral de pasar desde la demanda local a una propuesta política nacional de
alternativas al desarrollo convencional.
Las alternativas a los extractivismos imponen salir de los
desarrollos convencionales por izquierda, en el sentido de estar comprometidos
con la justicia social, pero además sumándole un componente de justicia
ecológica, un ingrediente ineludible para una renovación de la izquierda en el
siglo XXI.
La unidad de acción lo más amplia
posible ha evidenciado, el 29 de abril pasado, que es ineficaz hasta para
terminar con la dispersión de esfuerzos. Por un lado, delegar en los
sindicalistas empresarios a la confrontación con Macri es entregarla desde
el vamos. Y por otro, las luchas enfrentan el ajuste y/o la represión
con autoorganización sectorial, local e incluso minigrupal. De ambas realidades se desprende
nuestra necesidad de profundizar en la situación coyuntural, contextualizarla ante todo en el sistema mundo y revisar el papel del progresismo. Averigüemos sobre:
El
posneoliberalismo, apuntes para una discusión
24 de mayo de 2016
Por
Pablo Dávalos (Rebelión)
El concepto de “posneoliberalismo” ha sido utilizado para calificar a la ruptura
con el neoliberalismo que provocaron en su momento los gobiernos autodenominados
“progresistas” en América Latina; sin embargo considero pertinente problematizar
este concepto, porque ello quizá nos permita comprender el rol histórico que
cumplieron esos gobiernos “progresistas” al interior de las dinámicas de la
acumulación del capitalismo. Para el efecto, quizá sea conveniente establecer
una línea teórica demarcatoria con el concepto de “neoliberalismo”.
El concepto de “neoliberalismo” está
relacionado con Friedrich Hayek, Milton Friedman, F. Knight, Ludwig Von Mises,
entre otros, y la “Sociedad del Monte Peregrino”. Este concepto nace en Europa
luego de la segunda guerra mundial como una necesidad de renovar al discurso del
liberalismo clásico y ponerlo a tono en un contexto en el cual el Estado liberal
asume el formato de “Estado de Bienestar” y la existencia de economías
socialistas centralmente planificadas [1].
La discusión teórica sobre el concepto “neoliberalismo” es abundante y se ha
convertido, de hecho, en el mainstream del
pensamiento económico, político, ideológico y social de la globalización. Las
críticas al neoliberalismo son, asimismo, prolíficas.
El concepto de “posneoliberalismo”,
por el contrario y hasta el momento, sólo tiene sentido y significación en el
debate político latinoamericano.
En efecto, esta noción nace desde América Latina y como una
necesidad de caracterizar el tiempo histórico de los gobiernos latinoamericanos
que surgieron desde las luchas sociales en contra del neoliberalismo y que
configuraron los denominados “gobiernos progresistas” en referencia a Hugo
Chávez y la “Revolución Bolivariana” en Venezuela; Evo Morales y el “Movimiento
Al Socialismo” (MAS) en Bolivia; Rafael Correa y la “Revolución Ciudadana” en
Ecuador; Néstor y Cristina Kirchner en Argentina; Lula Da Silva y Dilma Roussef
y el “Partido de los Trabajadores”, en Brasil; Tabaré Vásquez y José Mujica y el
“Frente Amplio” en Uruguay, principalmente.
Fue una expresión
utilizada por Emir Sader, Atilio Borón [2] ,
Carlos Figueroa Ibarra, entre otros [3] ,
para marcar una distancia con aquellos gobiernos neoliberales adscritos a la
agenda del Consenso de Washington. Con el concepto de “posneoliberalismo” se
trataba de ubicar en la nueva geopolítica a los regímenes latinoamericanos que
surgían en disputa con EEUU y fuertemente críticos con el modelo neoliberal. Estos gobiernos cambiaron el sentido de las
políticas públicas hacia políticas más inclusivas y con mayor sensibilidad
social, preocupándose por la inversión social y la lucha contra la pobreza. En
un inicio, algunos de estos gobiernos latinoamericanos incluso acudieron a la
ideología del socialismo para legitimarse[4] .
Sin
embargo, las derivas extractivistas de estos gobiernos y su creciente separación
con los movimientos sociales hasta llegar al punto de la confrontación abierta,
entre otras señales, ameritan una reflexión adicional sobre la significación
real del “posneoliberalismo”. ¿Se trata de una nueva categoría económica y
política que rompe radicalmente con la tradición del neoliberalismo en América
Latina o más bien es una continuación de éste? y, además, ¿Por qué llamarlo posneoliberalismo?
¿Qué sentido tiene añadir una preposición a un prefijo?
Para Carlos Figueroa y Blanca Cordero, por
ejemplo, en “el posneoliberalismo, el Estado vuelve a adquirir la dimensión de
agente rector de la vida social y lo público se coloca encima de lo privado”
(Figueroa Ibarra y Cordero, Blanca, 2011: 13) pero no se problematiza sobre el
retorno del Estado ni tampoco sobre el sentido que tiene “lo público”. Es decir,
se asume que toda recuperación del Estado es ya una ruptura fuerte con el
neoliberalismo. Se asumen las formas que asume la política como criterios
determinantes para calificar el tiempo político de los “gobiernos progresistas”.
Empero, más allá de las
formas que puede asumir el Estado, sobre todo con referencia a los “gobiernos
progresistas” latinoamericanos, pienso que es necesario darle un mayor contenido
analítico y espesor epistemológico al concepto de “posneoliberalismo”, porque
este concepto corre el riesgo de convertirse en un tópico ideológico destinado a
encubrir y legitimar prácticas gubernamentales que lesionan los derechos de los
trabajadores, destruyen el tejido social, cooptan a las organizaciones sociales
en el interior del aparato del gobierno, expanden la frontera extractiva,
criminalizan las disidencias, entre otros fenómenos, y que son invisibilizados
porque provienen desde los “gobiernos progresistas”. La discusión sobre el
significado del “posneoliberalismo” no es académica sino política. La
delimitación y aclaración de este concepto puede ayudar a visibilizar y
comprender de mejor manera las resistencias de los movimientos sociales de la
región.
Para el efecto,
es necesario comprender
que América Latina como región ha sido integrada al sistema-mundo capitalista
desde una relación asimétrica y desigual que corresponde a las nociones de
centro-periferia (Wallerstein, 2004) y que los discursos políticos e ideológicos
también forman parte de esa relación centro-periferia. Los países capitalistas
más avanzados conforman el centro del sistema-mundo e imponen sus condiciones a
la periferia por medio de diferentes mecanismos, entre ellos, el intercambio
desigual, o la colonización económica y monetaria del cual fue garante y
condición el FMI, por la vía de los programas de ajuste económico (Dávalos,
2011), pero también crean las ideas, los conceptos y los marcos teóricos que
definen y estructuran la comprensión de Lo Real. Como en esos países no consta
entre sus prioridades el debate teórico sobre el “posneoliberalismo” entonces
este debate no existe. Es necesario, en consecuencia, visibilizar ese debate,
descolonizarlo de las relaciones de poder/saber centro-periferia y vincularlo
con los procesos recientes del capitalismo como sistema-mundo desde aquello que
Boaventura de Souza Santos denomina las “Epistemologías del Sur” (De
Souza Santos, 2013).
Posneoliberalismo, financiarización y gestión de riesgo en el sistema-mundo
Existen importantes mutaciones del capitalismo
del siglo XXI que es necesario advertir y que marcan transiciones importantes en
la regulación del sistema capitalista. La emergencia del discurso del
neoliberalismo, de hecho, está asociada a los cambios en los patrones de la
acumulación del sistema-mundo, desde la industrialización hacia la
financiarización y la especulación. El discurso del neoliberalismo y su
apelación a la liberalización de los mercados de capitales y la flexibilización
de los mercados de trabajo correspondía, precisamente,
a
esa transición del capitalismo desde la industrialización hacia la
financiarización. El neoliberalismo era el discurso que encubría y legitimaba
las formas de ganancia especulativa financiera y la desarticulación del poder de
los sindicatos por restablecer la capacidad adquisitiva de los salarios. Esa
transición está caracterizada por las nuevas formas de propiedad y de gestión de
las grandes corporaciones transnacionales
(Aglietta, M. y Rebérioux, A., 2004).
Empero, la caída del muro
de Berlín y la implosión de los países socialistas significó la emergencia de un
capitalismo global que no tenía como límites sino a sí mismo.
El capitalismo de financiarización, en
esta coyuntura, produce un pliegue sobre sí mismo y pasa a gestionar el riesgo
de la especulación y la financiarización como dinámica global en el
sistema-mundo.
Aquello que irrumpe es una
situación de riesgo sistémico asociado a la financiarización y centralización
del capital a escala mundial en un contexto de debilidad política de los
sindicatos, pérdida de sentido emancipatorio para los partidos de izquierda y
movimientos sociales en busca de marcos interpretativos más amplios.
El capitalismo del siglo XXI apuesta al riesgo, lo produce, lo
genera y lo establece como condición de posibilidad de la economía mundial,
porque
la gestión de riesgo le
permite crear niveles de rentabilidad jamás imaginados y que superan incluso la
rentabilidad de la especulación financiera. Para que se tenga una idea, en el mes de diciembre del año 2015 la
especulación en productos financieros derivados alcanzó los 493 billones de USD,
una cantidad casi ocho veces más importante que toda la riqueza mundial medida
en términos de P.I.B. [5] .
De estos instrumentos, aquellos dedicados específicamente a provocar las crisis
financieras y monetarias, y que se conocen con el nombre de Credit Default Swaps
(CDS), en junio de 2015 fueron de 24.47 billones de USD, el doble del P.I.B. de
la Unión Europea en su conjunto para el mismo año [6] .
Toda la política monetaria de EEUU, Canadá, la Unión Europea y
Japón, entre las economías más importantes del sistema-mundo, están
condicionadas y definidas desde la dinámica de la especulación financiera y la
gestión del riesgo de esa misma especulación. Los bancos centrales del mundo se
han convertido en prestamistas de última instancia y garantes del juego de
casino del capitalismo financiero en donde, paradójicamente y gracias a los
instrumentos financieros complejos como los derivados, ahora es más lucrativo
provocar una crisis que resolverla.
En la gestión y administración del riesgo financiero-especulativo ya no es la capacidad productiva de una sociedad la que se integra a los circuitos de la especulación y financiarización sino el conjunto de la sociedad en cuanto sociedad. Aspectos que antes estaban por fuera del mercado y de la especulación ahora pertenecen a él. El mercado financiero-especulativo integra en sus propios circuitos al conjunto de la sociedad más allá de cualquier referencia a la producción, la distribución o el consumo.
El marco teórico del neoliberalismo clásico
resulta insuficiente para comprender esa mercantilización e incorporación de
toda la vida social a los circuitos financiero-especulativos y de gestión del
riesgo de esa especulación, porque su episteme está acotada a los mecanismos
monetarios y mercantiles de la circulación y la producción. Es un marco teórico
muy restringido para las derivas que asume la especulación financiera
internacional. Es necesario, por tanto, un marco teórico más comprehensivo, más
inter y transdisciplinario y que surja desde la misma episteme neoliberal,
porque aquello que se integra a los circuitos especulativos del mercado mundial
es el conjunto de la vida social.
El plexo social se pliega en los circuitos
financieros y de gestión de riesgo especulativo en su totalidad y la forma por
la cual el nuevo discurso económico comprende este pliegue de la vida social en
la financiarización es a partir de las instituciones.
Las instituciones son
la respuesta teórica creada desde la episteme neoliberal para ampliar su propio
marco teórico, pero no por cuestiones académicas sino por razones pragmáticas.
No se trata de aquellas instituciones que fueron estudiadas por Castoriadis
(2010), por poner un ejemplo, y en la cual subyace la complejidad de las
sociedades; en absoluto,
se trata de la visión liberal de las sociedades en las cuales las instituciones
representan las reglas de juego de actores individuales que tienden a maximizar
su egoísmo. En consecuencia, el marco teórico que emerge en la financiarización
y administración del riesgo es, precisamente, aquél que toma como referencia a
las instituciones como
conjunto de la vida social e histórica.
El neoliberalismo
tradicional y monetarista se transforma en un “neoliberalismo institucional”.
Es decir, en un discurso más complejo, más vasto, más
comprehensivo. Un discurso que incluso entra en contradicción y conflicto con la
misma teoría tradicional del neoliberalismo.
Es una transformación
provocada y exigida desde las formas especulativas y financieras de la
acumulación del capitalismo que integra
a las instituciones de la vida social al juego de casino mundial.
Existe, por tanto, una
presión desde los circuitos de la especulación y la gestión de riesgo de esa
especulación, por involucrar a todas las instituciones sociales en su juego
especulativo. Estas transformaciones en la regulación del capitalismo alteran al
sistema-mundo de forma
importante porque generan
presiones a la periferia que nacen desde la regulación por financiarización y la
privatización de las instituciones que sostienen y estructuran a la vida social.
Estas imposiciones producen en los países de la periferia del sistema-mundo
capitalista una dinámica de despojo de territorios, de saqueo de recursos, de
destrucción de las solidaridades y reciprocidades existentes, de expoliación a
las sociedades y de uso estratégico de la violencia que, de cierta manera,
repiten las formas primitivas de violencia que existieron durante la acumulación
originaria del capital de los siglos XVIII y XIX.
Es como si esa violencia originaria, y que
constituyó al capitalismo históricamente, fuese la condición de posibilidad del
capitalismo en su periferia pero en forma permanente y continua.
A más desarrollo capitalista en los países del centro, más violencia, más
saqueo, más despojo en las regiones de la periferia. Es como si el capitalismo
tuviese dos relojes: en el primer reloj las regiones del centro del
sistema-mundo tienen un tiempo hacia delante, mientras que en la periferia ese
mismo reloj las lleva al pasado. A este proceso que repite las formas primitivas
y originarias de violencia de la acumulación capitalista en las regiones de la
periferia del sistema-mundo, la economía política lo ha denominado como
“acumulación por desposesión” [7] y
están asociadas a las nuevas formas de regulación por financiarización y gestión
de riesgo especulativo a escala global.
La trama
institucional del posneoliberalismo: hacia el neoliberalismo institucional
Ahora bien, la acumulación por desposesión se
inscribe en el interior de una trama institucional que sirve de soporte a la
financiarización y la gestión de riesgo del capitalismo especulativo. La trama
institucional es clave para ese proceso especulativo porque a partir de ella se
crean nuevas oportunidades y nuevas condiciones de posibilidad para la
especulación.
El eje más importante de
esa trama institucional es, definitivamente, el Estado.
Sin el Estado no hay
soporte para esa trama institucional y sin esa trama la especulación financiera
y la gestión de riesgo perderían una de sus principales bazas. Por ejemplo, el mercado de carbono que
involucra a los principales bancos del mundo y que generó en el año 2012
instrumentos derivados por cerca de 200 mil millones de USD ( Lohmann, 2012) ,
sería imposible sin la existencia del Estado y las regulaciones de cambio
climático. De igual manera con toda la industria de los “servicios ambientales”,
sería imposible sin la regulación que la codifica, estructura y establece. El
“neoliberalismo institucional” necesita del Estado como actor fundamental de la
economía global.
El retorno del Estado es
una necesidad económica de la globalización financiera y la privatización de las
instituciones de la vida social. El retorno del Estado fue ya propuesto por el
Banco Mundial en su Informe de Desarrollo Humano del año 1997. Para el Banco
Mundial, no se trataba de saber si el Estado tenía que formar parte activa de la
economía sino la medida de esa participación. Ese informe del Banco Mundial, de hecho, tuvo
como consultor principal a Douglass North, premio “Nobel” de economía y teórico
importante del “neoliberalismo institucional”.
El nuevo marco teórico del “neoliberalismo
institucional” articula conceptos y categorías que parecen alejadas del
neoliberalismo tradicional pero que, en realidad, lo continúan a otro nivel,
como por ejemplo: elecciones y conducta no-racional, costos de transacción,
acción colectiva, economía de la información, derechos de propiedad, seguridad
jurídica, inversión extranjera directa, externalidades, incertidumbre,
contractualidad, organización económica, principal y el agente etc., es decir,
el discurso del neoinstitucionalismo económico [8] .
El retorno del Estado a la economía no es una iniciativa de los “gobiernos
progresistas” latinoamericanos sino una dinámica que se inscribe en el interior
de la acumulación del capitalismo y su necesidad de ampliar la mercantilización
y la especulación hacia la trama institucional de la sociedad. La recuperación
de la violencia legítima del Estado tenía también por objeto garantizar la
transferencia de la soberanía política del Estado hacia las corporaciones
transnacionales y hacia la finanza corporativa mundial en el formato de los
Acuerdos Internacionales de Inversión que tienen en la Organización Mundial de
Comercio (OMC) su instancia más importante.
El “neoliberalismo
institucional” tiene como centro de gravedad de sus preocupaciones teóricas,
precisamente, los derechos de propiedad, y la institución que vigila y protege
los derechos de propiedad en el ámbito internacional es, justamente, la OMC. La mayor parte de los Estados-nación en la globalización están
articulando y armonizando sus leyes internas en función de lo establecido desde
la OMC, a este proceso lo denomino “convergencia normativa”.
El Estado
y la violencia posneoliberal
La vinculación de la trama institucional a los
circuitos de especulación y de gestión de riesgo financiero-especulativo
desgarra el tejido social. Produce una violencia que se extiende por todo el
sistema-mundo. Ya no se trata solamente de la violencia de la producción
mercantil sino la desestructuración de instituciones ancestrales que habían
servido de soporte para la vida de las sociedades desde su misma conformación
histórica.
Un ejemplo de
esa tensión provocada desde la especulación y la gestión de riesgo especulativo
es la incorporación de los territorios a los circuitos financieros especulativos
internacionales. Millones de seres
humanos son desalojados de sus territorios ancestrales porque ahora estos
territorios son fichas importantes en el juego de casino mundial, el
extractivismo es una forma de esa violencia. Para procesar esa violencia el
Estado no sólo es fundamental sino también estratégico [9].
Efectivamente,
el rol del Estado es clave
porque desde ahí se fundamenta la legitimidad de la violencia de los modelos de
dominación política. Se trata, en consecuencia, de otorgar al Estado la suficiente
fuerza política que permita absorber a su interior toda la energía social y
permitir, de esta forma, la acumulación por desposesión; con esa energía
política el Estado puede disciplinar a sus sociedades desde una matriz de
violencia sustentada en el discurso de la ley y el orden.
Pero la violencia de la
desposesión se invisibiliza. El retorno del Estado se asume como un
triunfo político en contra del neoliberalismo tradicional. El posneoliberalismo
crea esa invisibilización de la violencia de la desposesión, porque utiliza
mecanismos de control social que aparecen como medidas económicas en beneficio
de los más pobres, como por ejemplo las políticas de inclusión social de las
transferencias monetarias condicionadas, o la política fiscal en salud,
educación, o “inclusión social” como la llama el Banco Mundial.
Mas, en realidad, son dispositivos estratégicos que encubren la
violencia de la desposesión.
De todos esos dispositivos quizá el más importante porque al tiempo
que encubre la violencia la legitima, es aquel de la “lucha contra la pobreza” y
su correlato del “financiamiento al desarrollo”. Los denominados “gobiernos
progresistas” fueron los instrumentos, por así decirlo, más idóneos para
encubrir la violencia de la desposesión. Su discurso de financiar la lucha
contra la pobreza a través del extractivismo fue el argumento legitimante de esa
violencia y que se expresó de múltiples formas. Por ello, muchos críticos con el
neoliberalismo y que provenían de la izquierda fueron conniventes con la
violencia de la desposesión que desplegaron los “gobiernos progresistas”
latinoamericanos, porque nunca visibilizaron esa violencia y consideraron que el
momento posneoliberal era una ruptura definitiva con la violencia del
neoliberalismo [10].
Ahora bien,
la invisibilización de la
violencia de la desposesión es un fenómeno más complejo, porque apela a
universos simbólicos, imaginarios sociales y mecanismos de control y disciplina
a la sociedad que dan cuenta de una estrategia de dominación política con un
alto contenido heurístico. Es decir, a medida que la sociedad resiste que su trama
institucional sea privatizada y crea nuevas formas de resistencia, la estrategia
de dominación política trata de estar siempre un paso por delante de esas
resistencias, trata de anticiparlas para anularlas, controlarlas y destruirlas.
A esa capacidad política de controlar las resistencias que tienen ahora los
Estados que emergen desde la transición del neoliberalismo tradicional hacia el
neoliberalismo institucional, la denomino “modelo de dominación política” y son
consustanciales del posneoliberalismo.
A todos estos procesos que configuran una nueva racionalidad política sustentada
en mecanismos liberales de la política, como las elecciones, y que tienen como
sustento cambios institucionales profundos con el objetivo de situar la trama
institucional de la sociedad en el interior de los circuitos de financiarización
y gestión de riesgo especulativo, con Estados fuertes y modelos de dominación
social y política que invisibilizan la violencia de la desposesión la denomino posneoliberalismo.
Acudo a esta denominación para distinguir el
neoliberalismo del Consenso de Washington y la imposición colonial del Fondo
Monetario Internacional, en especial durante la década de los años ochenta, de
aquellas formas diferentes que asume la política en las etapas posteriores al
ajuste del FMI porque, aparentemente, propone una ruptura con las
recomendaciones del Consenso de Washington,
pero continúa con los cambios institucionales
y sociales imprescindibles para garantizar la acumulación en el capitalismo
tardío. En consecuencia, me desprendo de la interpretación hecha, entre otros,
por Emir Sader o Atilio Borón, que ven en el posneoliberalismo una ruptura con
el neoliberalismo clásico.
Más bien al contrario,
considero al posneoliberalismo como un proceso complejo y que integra varias
dimensiones que continúan, profundizan, consolidan y extienden la violencia
neoliberal. Las dimensiones que configuran al posneoliberalismo, son las
reformas estructurales de tercera generación, la convergencia normativa, los
modelos de dominación política, etc.
La noción de posneoliberalismo nos permite
comprender esa aparente contradicción entre los cambios políticos que se
suscitaron en la región, muchos de ellos de la mano de gobiernos críticos con el
FMI, con las relaciones de poder que emergen desde la acumulación por
desposesión, con la consecuente tensión y conflictividad social que ahora
utiliza el recurso de criminalizar a la sociedad para proteger el sentido y la
dinámica de la acumulación capitalista. El posneoliberalismo nos permite estar
alertas de esa intención de poner a la economía entre paréntesis y provocar
cambios políticos sin alterar un milímetro el sentido de la acumulación y las
relaciones de poder que le son correlativas.
La noción de posneoliberalismo problematiza la tradicional topología de la política entre partidos y organizaciones de “izquierda”, de “derecha” y de “centro”, porque las convierte en meros dispositivos ideológicos de la acumulación del capital en el interior de los modelos de dominación política. En el momento posneoliberal, para la acumulación por desposesión y la violencia que suscita, el hecho de que un gobierno sea de “izquierda” o de “derecha” es irrelevante. Su relevancia proviene de la forma por la cual administra la dialéctica consenso/disenso en el interior de los modelos de dominación política. Fuera de esta dialéctica, su importancia es prácticamente nula.
Ahora se puede comprender, por ejemplo, que
Alianza País en el Ecuador, o el Partido de los Trabajadores en Brasil, fueron
la forma política que asumió la acumulación capitalista en momentos del colapso
de una variante del neoliberalismo, aquel del ajuste macrofiscal del FMI. El
ajuste fondomonetarista, al menos en América Latina, finalmente se agotó, pero
cedió sus posibilidades hacia
una variante del
neoliberalismo que tiene su interés en las instituciones de la vida social en el
sentido más amplio del término y en la disciplina y control a las sociedades.
Aquello que está en disputa no es la colonización monetaria y fiscal que realizó
el FMI sino la puesta en valor de las instituciones por la vía del extractivismo
minero, de las industrias de los servicios ambientales, transgénicos,
agrocombustibles, ejes multimodales de transporte, etc. Esta puesta en valor de
las instituciones de la vida social implica violencia y criminalización social [11] .
El posneoliberalismo permite comprender varias
dinámicas básicas, como por ejemplo, la acumulación por desposesión, el cambio
institucional del Estado y del mercado, y los modelos de dominación política, en
el interior de un solo proceso histórico signado por la mutación del capitalismo
desde la financiarización hacia la gestión del riesgo especulativo. Es cierto
que este proceso comprende al Estado de forma diferente al neoliberalismo del
Consenso de Washington, pero no significa que implique una ruptura con éste.
Se llega a esta conclusión luego de analizar la
forma que asumió la política y la economía durante el período de los “gobiernos
progresistas” de la región. Estos gobiernos nunca rompieron con los esquemas,
dinámicas, procesos y el sentido mismo que imponía la violencia de la
acumulación del capital, más bien los consolidaron.
Bibliografía:
Aglietta, Michel y Rebérioux, Antoine (2004) Dérives
du capitalisme financier.
París: Ed. Albin Michel.
Audier, Serge (2012) Néoliberalisme(s)
Une archéologie intelectuelle. Paris: Grasset.
Dávalos, Pablo (2011) Hacia un nuevo
modelo de dominación política: violencia y poder en el posneoliberalismo. En
Gutiérrez, Raquel (Coord.):Palabras para tejernos, resistir y transformar en
la época que estamos viviendo. Oaxaca-Puebla México: Ed. Pez en el Arbol
De Souza Santos, Boaventura (2013) Descolonizar
el saber, reinventar el poder. Santiago
de Chile: Ediciones Trilce
Figueroa Ibarra, Carlos y Cordero Díaz, Blanca
(Eds.) (2011) ¿Posneoliberalismo
en América Latina? Los límites de la hegemonía neoliberal en la región”.
México: Universidad de Puebla,
Instituto de Ciencias Sociales y Humanidades “Alfonso Vélez Pliego
Lohmann, Larry (2012): Mercados
de carbono. La neoliberalización del clima. Quito: Ed. Abya Yala.
* Este
texto forma parte del primer capítulo del libro: Alianza
País o la reinvención del poder. Siete ensayos sobre el posneoliberalismo en
Ecuador. Pablo Dávalos, 2014, Ed. Desde Abajo, Bogotá-Colombia.
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