¿A qué país tienden?
Reterritorializado conforme a la eficiencia en la transferencia de recursos
naturales y militarizado
contra la
autodeterminación
de
sus respectivos pueblos.
Miguel Mazzeo, en su artículo
¿Es posible un nuevo “ciclo progresista” en Nuestra América?,
nos explica porqué la unidad entre la diversidad de abajo debe ser de ruptura
con el capitalismo, los imperialismos y el patriarcado. Nos conduce a pensar
sobre la cerrazón implícita en la grieta o falsa polarización que impide la lógica de
situación en las mayorías populares.
¿Es posible un nuevo “ciclo progresista” en Nuestra América?
22 de
julio de 2018
Por: Miguel
Mazzeo*
(...)Paradójicamente,
mientras en Nuestra América y en el mundo
toma forma una ofensiva reaccionaria que muestra impúdicamente los signos de una
agresividad inédita,
mientras se tornan cada vez más evidentes las aristas belicistas y depredadoras
del proyecto del Imperio, mientras la guerra del capital contra el trabajo asume
visos intolerables y se anuncia un tiempo en el cual la crisis tiende a arrasar
con toda estrategia conciliadora,
cobran cada vez más fuerza los proyectos
“capital friendry” que aspiran a producir una nueva “oleada progresista” y un
nuevo ciclo de reformas desde arriba sostenido en alianzas pluriclasistas, en
“pactos sociales”, en aspiraciones neo-desarrollistas y en discursividades que
apelan a los lugares comunes pequeño-burgueses y paternalistas.
Estos proyectos que incrementan día a día su aura de alteridad, contemplan tanto
el retorno (Argentina, Brasil, Paraguay, algunos incluyen a Chile) como el
experimento deseado (Colombia, Perú, algunos incluyen a Chile), o el experimento
novato (México).
El neo-desarrollismo recupera su “cotización” ante el proyecto de la derecha que busca ampliar el poder del capital imponiendo una matriz basada en la valorización financiera, en la profundización de la matriz extractivista y desindustrializadora. Las vías que se han mostrado inadecuadas para transformar la renta en acumulación recuperan algún prestigio frente a las vías que no hacen más que derrocharla, beneficiando al capital financiero y a los sectores más parasitarios de las clases dominantes. Las vías que tienden a preservar fragmentos de lo estatal y lo público (pero que no se plantean la posibilidad de crear espacios públicos contra la propiedad privada) se revalorizan frente a las vías que apuestan por el dominio absoluto del mercado y la privatización concentradora de lo público y lo comunal. Y es posible ir todavía más abajo en esta pendiente de compulsión a la repetición: las vías que promueven la “estabilización”, concebida como una ralentización del proceso de ajuste estructural y de restauración del poder del capital, tienden a presentarse como “progresistas” y hasta “nacionales y populares” frente a aquellas que apuestan a las acciones demoledoras y a las terapias de shock.Por cierto, en amplios sectores políticos ya se perfilan los y las que asumen abiertamente la condición de “ajustadores heterodoxos” porque creen que es susceptible de ser capitalizada políticamente frente a los “ajustadores ortodoxos”. En Argentina, no faltan los y las que sienten nostalgia por aquellos “buenos tiempos” de la “sintonía fina” kirchnerista posterior a 2011.Asimismo recupera su “cotización” el viejo rol del Estado en el proceso de reproducción capitalista. Se idealiza al Estado burgués convencional, “capitalista colectivo” y reproductor de la preeminencia de la clases dominantes a través de diversas mediaciones frente a un Estado colonizado por los y las CEOs, un Estado convertido en fortaleza exclusiva del capital. Se llama “de izquierda”, a las políticas que promueven el desarrollo de unos lazos menos rígidos entre las clases dominantes y el aparato del Estado.
Se ha instalado
con mucha fuerza una visión que parte de la separación entre crisis del capital
y crítica del capital. Se trata de una visión política impregnada de
cortoplacismo y superficialidad, de resignación y fatalismo, de ingenuidad u
oportunismo. No sólo no se sacan conclusiones teóricas y prácticas de las
experiencias “progresistas” recientes, no sólo no se asumen sus limitaciones
congénitas, sino que recobran fuerza como horizonte político al ser presentadas
como un paraíso perdido al cual es posible y necesario retornar cuanto antes.
De forma
deliberada, no se toman en cuenta un conjunto de aspectos que están en el núcleo
de la crisis de los denominados progresismos y que fundan su inviabilidad como
proyectos de transformación estructural y sustantiva en los planos económico,
social, político y cultural.
En primer
término la conciliación de clases y la no confrontación abierta con las clases
dominantes. El progresismo fue, es, y todo indica que será, el resultado de un
pacto conservador, por lo tanto constituyó bloques poco consistentes desde el
punto de vista ideológico y orgánico. Invariablemente honró su alianza con los
grupos dominantes.
O sea, no se consolidaron auténticos bloques históricos
sostenidos en el poder popular.
¿Podrá reeditarse ese pacto conservador en las
actuales condiciones, sin auge de las commodities, sin superavit comercial, sin
nuevas fuentes de renta extraordinaria, sin que medie un ciclo expansivo de la
economía capitalista y un período relativamente largo de valorización
exportadora? ¿Existen condiciones para una política capaz de dar cuenta, al
mismo tiempo, de los intereses de las fracciones del capital local y
trasnacional más poderosas y de algunos intereses básicos de las clases
subalternas y oprimidas? ¿Es posible un nuevo ciclo que combine la valorización
del capital (el aumento de la riqueza y de los ricos) con la redistribución del
ingreso (la disminución de la pobreza y la “inclusión” de los pobres al
mercado)?
Los nuevos escenarios resultan incompatibles con las vías que promueven la
“internacionalización, centralización y concentración del capital con redistribución” o los “beneficios extraordinarios para el capital monopólico
con inclusión social”.
Las limitaciones
de las experiencias neo-desarrollistas han quedado en evidencia, en particular
sus incapacidades
para superar condicionamientos
estructurales y para frenar el circulo vicioso reproductor de la dependencia.
Aunque se minimice el predominio en la industria de sectores concentrados a
manos del capital extranjero, aunque se pase por alto su marginalidad en las
cadenas globales de valor, aunque invada la amnesia respecto de los compromisos
extractivistas de los modelos neo-desarrollistas, las políticas económicas
impulsadas por los gobiernos progresistas estuvieron lejos, muy lejos del
antiimperialismo y el nacionalismo que –en algunos casos– declamaron.
El peso adquirido en las últimas dos décadas por el gran capital transnacional
muestra que estos gobiernos también se apartaron del “nacionalismo empresarial”,
o que, en todo caso, este resultó impotente frente a las tendencias
macroeconómicas globales.
¿La única
alternativa es extractivismo y agrobusiness sin
distribución o extractivismo y agrobussines con
distribución?
Luego están las
limitaciones de las políticas redistributivas que no asumen la necesidad de
realizar cambios estructurales en el modelo de acumulación o, sin llegar a
tanto, que priorizan el acceso masivo a los bienes de consumo individual antes
que el acceso masivo a los bienes sociales como tierra, vivienda, alimentación,
educación, salud, etc.. ¿Será posible garantizar un mínimo de bienestar para la
clase trabajadora sin realizar cambios estructurales en el modelo de
acumulación, sin efectuar cuestionamientos medulares al neoliberalismo? ¿Será
posible mantener los cuestionamientos retóricos al neoliberalismo con la
profundización de la dependencia? ¿Se podrá disminuir la pobreza sin discutir
seriamente la riqueza?
Por último,
la
aceptación de las reglas de la democracia representativa y delegativa (liberal)
y la renuncia, cuando no el boicot sistemático, a toda práctica tendiente a la
construcción de poder popular.
La fórmula del progresismo fue: “distribución
económica sin politización de las bases y con disciplinamiento social”. El poder
político se redistribuyó en favor del capital. Por ejemplo, en Argentina y
Brasil no se promovieron espacios de participación popular directa, de
auto-gobierno popular, por el contrario, mientras se fortalecieron los pilares
del viejo Estado y los costados ficcionales y emotivos de la democracia, se
limitaron las posiciones de los espacios populares alternativos donde se ejercía
la autodeterminación de los fines y autogestión de los medios. Los ejes
prioritarios del progresismo fueron el realismo y el acompañamiento al sentido
común de las clases subalternas y oprimidas en el marco del capitalismo
democrático. Se desarticularon las instancias de alfabetización política
productoras de sujetos críticos. Se apostó a una recomposición desde arriba del
vínculo entre el Estado y las clases populares. Muchas de las políticas
económicas y sociales del progresismo no hicieron más contribuir con el proceso
de colonización mercantil de las conciencias, inocularon en los trabajadores y
las trabajadoras la inutilidad del desear “a lo grande” y ratificaron los
fetiches de los sectores medios. Esto favoreció un proceso de despolitización
popular, basamento del conformismo de masas y una de las causas que explican los
recientes avances de derecha. Porque uno de los rasgos característicos de la
denominada “nueva derecha” es su capacidad para promover la despolitización de
masas, desde el Estado y, sobre todo, desde sus baluartes en la sociedad civil.
En este aspecto
cabe el contraste con la Revolución Bolivariana. En la Venezuela chavista, la
racionalidad del sistema de dominación que constituye el magma de las
articulaciones sociales sufrió importantes alteraciones. El desarrollo de una
democracia participativa y protagónica, su estímulo (desparejo) desde algunos
sectores del Estado, explican en buena medida la supervivencia del proceso
bolivariano en un contexto sumamente complejo (por la agresión externa sobre
todo, pero también por las limitaciones propias del chavismo institucional). En
Venezuela,
el chavismo hizo posible la conformación de un movimiento comunero
que ejerce el autogobierno desde abajo y que, hoy por hoy, es uno de los pilares
de la resistencia popular y el punto de apoyo de otras iniciativas vinculadas a
la democratización de la economía, el control de los medios de producción, la
construcción de un sistema económico comunal, etc..
Para gestar un
proyecto nacional-popular radical, antiimperialista, anticapitalista y
antipatriarcal, resulta una condición necesaria salirse de la serie que hilvana
falsas opciones: modelo neoclásico o modelo keynesiano/estructuralista, modelo
neoliberal o modelo neo-desarrollista/neo-estructuralista, capitalismo off-shore
o capitalismo posneoliberal, gestión directa de los asuntos de las clases
dominantes o gestión mediada y negociada de los mismos, Washington o el
Vaticano. Es imprescindible salirse de esta serie para no repetir lo existente y
fracasado.
Para gestar un
proyecto nacional-popular radical es una condición necesaria liberarse de las
elites políticas que se constituyen en intermediarias de un sistema al que
consideran definitivo e incuestionable;
por eso para ellas la política se reduce a un debate en torno al grado de
agresividad de un mismo patrón de acumulación. Pero sin alternativas no habrá
política. Política de verdad o “Gran política”. Política sin mistificaciones.
Política que no sea ni reminiscencia ni repetición. Sin alternativas sólo habrá
gestión de lo que existe con diferentes revestimientos declarativos, la
administración de una decadencia.
Para gestar un
proyecto nacional-popular radical es una condición necesaria ir más allá de las
instituciones del Estado liberal.
Los “golpes blandos” o las injusticias perpetradas por el poder judicial, las
operaciones destituyentes de la “prensa libre” demuestran que estas
instituciones fácilmente se vuelven en contra de cualquier proceso popular,
aunque sea moderado. Estas instituciones pueden amoldarse fácilmente a las
estrategias del Imperio, de ningún modo resultan incompatibles con la Guerra de
Cuarta Generación.
El “primer ciclo progresista”
muestra que el sistema puede tolerar ciertas anomalías acotadas, situadas en los
marcos del sistema. De ningún modo las clases dominantes promueven esas
anomalías, pero las aceptan como reaseguro de las continuidades de fondo en
contextos de avance de avance popular.
El capital no le
teme a esas anomalías mientras no contradigan ostensiblemente la ley de
continuidad del sistema.
En contextos de
crisis de dominación, frente al desprestigio de las instituciones políticas
tradicionales, las organizaciones y figuras políticas que aparecen como
disruptivas y externas al sistema (pero que no asumen el horizonte de
transformación radical del mismo) pueden devenir atractivas para las clases
dominantes que no dudan en asimilarlos como conductores de una transición
apacible y como garantes de las continuidades de fondo. O, sin llegar a ser
atractivas para las clases dominantes, pueden se aceptadas por estas como el
“mal menor”. Suele ocurrir que en la opción por los males menores y en el
realismo que no confía en la potentia popular,
muchas organizaciones dizque “progresistas”, “nacional populares” o “de
izquierda” terminan coincidiendo con las clases dominantes.
Sin dudas, el progresismo podrá retomar al gobierno (en uno o en varios países de la región) pero difícilmente será igual a lo que fue. También podrá irrumpir por vez primera en los países que sólo han conocido el neoliberalismo duro, pero difícilmente pueda reeditar las “concesiones a dos puntas” del primer ciclo progresista y sus destrezas para emparchar algunos de los problemas del capitalismo dependiente. Nada presagia una segunda ola progresista “recargada”. Las nuevas condiciones no se lo permitirán. Su margen de maniobra, esta vez, será demasiado estrecho. Tendrá menos sustento la idea de un Estado que, en los marcos del sistema, asuma la función de reemplazo de la burguesía e impulse el desarrollo económico y social. También será más difícil la articulación de las retóricas nacional-populares con los proyectos que no asuman abiertamente el compromiso de reducir el poder económico, social y político del capital. Aunque el desquicio de la derecha y un descenso general en todos los órdenes le suministre algún oxigeno inicial en donde lo tibio y escaso aumente su valuación por un tiempo. ¿Y después qué? ¿Optará el progresismo por Dios o por el Diablo ante imposibilidad de estar bien con ambos?
Por su parte,
las propuestas que ponen el acento de la honradez y en la honestidad de la clase
dirigente, las cruzadas “anticorrupción”, cuando son sinceras, resultan
incompatibles con la posición dominante del capital financiero, las grandes
corporaciones trasnacionales y los poderes locales ultra-conservadores y
reaccionarios.
Sin políticas antiimperialistas y anticapitalistas se avanzará
muy poco en la lucha contra la violencia y la corrupción y no serán viables las
“constituciones morales”.
El “honestismo” tiene limitaciones muy estrictas, sino
logra excederlas se convierte en discursividad vacía e intrascendente.
Entonces: ¿qué
será el progresismo? ¿Será copia degradada de sí mismo? ¿Se asemejará a lo que
Ernesto Che Guevara
llamó la planificación de las letrinas? ¿Cómo hará para reeditar sus funciones
estabilizadoras del sistema en un contexto económico y político adverso? ¿Dará
lugar a un conjunto de versiones raquíticas, ubicadas a la derecha de lo que fue
la “primera oleada”? ¿O, por el contrario, se radicalizará, romperá la alianza
pluriclasista, politizará las luchas sociales y socializará las luchas políticas
al tiempo que asumirá horizontes anticapitalistas? ¿Combatirá la pobreza
combatiendo a los ricos e impulsando decididamente los procesos de
autoorganización y la autoconciencia de los y las pobres? ¿Acaso las mediaciones
políticas existentes resultan aptas para darle una perspectiva política afín a
los intereses de fondo de los diversos espacios de resistencia o aparecen más
predispuestas a privilegiar sus vínculos institucionales? Como sea, nos cuesta
pensar en un nuevo ciclo progresista en los términos que conocemos.
La lucha de clases tendrá la
primera palabra.
Puede ser que el pueblo tenga la última.
Siempre y cuando logre exceder la condición de traicionado, engañado, dirigido,
manipulado, suplente de la nada. Siempre y cuando resista el asedio de la
conciliación que se cuela en sus acciones y en sus discursos y que alienta la
participación subordinada en la política oficial. Siempre y cuando se libere de
las direcciones componedoras, de los burócratas y los comisionistas del poder
que buscarán administrar/regular la lucha de clases para perpetuar sus
beneficios de casta o para concretar sus aspiraciones de ascenso social (no se
perciben diferencias significativas entre los politiqueros viejos de la
“Generación X” y los politiqueros jóvenes de la generación “milenian”, lo mismo
cabe para las politiqueras). Siempre y cuando consiga dotarse de una
organización y una política que esté a la altura del desafío del proyecto
civilizatorio propio y alternativo. Siempre cuando este proyecto civilizatorio
propio y alternativo posea un vínculo férreo con la cuestión del poder. Sólo así
la práctica de los y las de abajo será auténtica praxis popular y no mero
activismo plebeyo.
La única unidad que
vale es la unidad interior de los y las de abajo.
La unidad para la ruptura con las prácticas y
los programas obsoletos. La unidad que coloca al conflicto en un piso más alto y
no la que busca conjurarlo. Ese es un momento de unidad disruptivo y estimulante
porque promueve las relaciones más genuinas y productivas.
La unidad que se presenta como
superior al conflicto es una unidad abstracta y está hecha a la imagen y
semejanza del poder, aunque use el ropaje de la bondad y la justicia.
Si la unidad se construye en la lucha y en base a la imaginación, la democracia de base y la autonomía popular, si la unidad gira en torno a la construcción colectiva de un programa antiimperialista, anticapitalista y antipatriarcal, seguramente se podrá enfrentar a la derecha en las mejores condiciones posibles y, sobre todo, se podrá construir una base más sólida (un sentido, una visión histórica) para encarar el ciclo subsiguiente, para no tener que construir, después, de cero y desde la orfandad.
Lanús Oeste, 20 de Julio de 2018
* Profesor
de Historia y Doctor en Ciencias Sociales. Docente de la Universidad de Buenos
Aires (UBA) y en la Universidad de Lanús (UNLa). Escritor, autor de varios
libros publicados en Argentina, Venezuela, Chile y Perú, entre otros: Piqueter@s.
Breve historia de un movimiento popular argentino; ¿Qué
(no) Hacer? Apuntes para una crítica de los regimenes emancipatorios; Introducción
al poder popular (el sueño de una cosa); El
socialismo enraizado. José Carlos Mariátegui: vigencia de su concepto de
“socialismo práctico”; El Hereje. Apuntes sobre John William Cooke y Marx populi.
Colaborador de los portales Contrahegemoníaweb, Resumen
Latinoameriano y La
Haine, entre otros.
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/es-posible-un-nuevo-ciclo-progresista-en-nuestra-america/
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