sábado, 13 de abril de 2013

Otro país-mundo: nos exige poner fin al divorcio del crecimiento económico con las necesidades abajo


Las disputas por territorios en medios rurales como urbanos 
han asumido ese compromiso
Los sujetos del cambio han surgido por autoorganización colectiva para resistir el avasallamiento de derechos humanos tan elementales como que sufren envenenamiento, se les quita agua y enfrentan arrasamiento de sus territorios con la justificación de ser "zonas de sacrificio" y se los expulsa para implantar yacimientos extractivos o monocultivos transgénicos, mega emprendimientos turísticos e inmobiliarios. También están quienes constituyen sujetos colectivos en las ciudades y periferias para afirmar su dignidad vs. su exclusión por el sistema-mundo o contra el dominio del narcotráfico sobre sus barrios.

Damián Lobos (Rebelión) nos sitúa en la realidad del capitalismo que hoy ha optimizado su funcionamiento mundializado. Reflexionemos sobre:

Los territorios de la desposesión
Territorialización del modelo extractivo sudamericano: de los enclaves a los corredores Leer

Del artículo de Damián Lobos consideremos lo sustancial para ubicarnos en el crecimiento económico de Argentina y Nuestra América:
  • El capitalismo progresa(...) como proceso de cambio en los patrones de acumulación a nivel mundial. Giarraca y Teubal (2010) ponen de relieve que la característica distintiva de la actualidad (posfordista y mundialista) capitalista es la subsunción de nuevas espacialidades y temporalidades a la lógica del capital. En el caso del extractivismo sudamericano contemporáneo eso ha venido implicando la primacía de la acumulación por desposesión [8] como forma de apropiación de nuevos territorios y recursos a la lógica del capital.
     
  • La cooptación estatal de los movimientos sociales (...) fue hacia la implantación de un modelo de inserción internacional basado en la primarización de la producción (commodities para la exportación), sostenido por los distintos estados y principalmente articulado en torno a grandes empresas multinacionales y fondos de inversión.
     
  • A diferencia del enfoque neoliberal, donde los territorios eran visto tan sólo como un derivado de una serie de ventajas comparativas (internas y externas al mismo), en torno a los gobiernos progresistas, revolucionarios y/o neo-desarrollistas se ha puesto de manifiesto la necesidad de potenciación y promoción de los mismos. Este giro estratégico de los gobiernos sudamericanos en torno a la promoción y gestión de los territorios viene de la mano de la hegemonía de la Nueva Geografía Económica (NGE) como dispositivo de saber-poder y paradigma gubernamental. La NGE ha sido fuertemente promovida por distintos organismos multilaterales con presencia en la región (como el Banco Mundial [9], la OCDE [10], la CEPAL y el BID) y forma parte de las continuidades y reformulaciones del neo-liberalismo que Svampa (2009; ver también Svampa y Antonelli 2010) referencia en torno a los discursos dominantes de la governance, el desarrollo sustentable y la responsabilidad social empresaria.

    Esta perspectiva nos permite subrayar el papel central que tiene la producción de territorialidad como componente clave en la instauración del modelo extractivo en Sudamérica.
    Leer
En consecuencia, la «reforma agraria integral» es fundamental para otra sociedad y otro país-mundo posibles. Al implicar ejercicio de la soberanía por los distintos pueblos de Argentina sobre la base de haber construido sus territorios o comunidades de vida, interculturalidad e historia.
Mediante el paradigma de desarrollo postcapitalista que es la «soberanía alimentaria» Leer podemos asumir las interrelaciones ciudad-campo en beneficio mutuo, el reordenamiento territorial del país-continente en acuerdo con necesidades e intereses populares y la importancia de la salud poblacional e individual . Son tres rumbos fundantes de la armonía con nuestra Madre Tierra que es garantía de porvenir. 
Pero es crucial la toma de conciencia de una creciente mayoría y sobre todo de organizaciones campesinas e indígenas (como ineludibles autores de esos cambios radicales) acerca de que la lucha emancipatoria debemos darla no sólo contra las transnacionales y socios locales sino también contra los gobiernos y Estados en sus distintos niveles. Reparemos en lo que relata el periodista e investigador Darío Aranda ("Asesinatos en el campo en pos del agronegocio"):  
(...)En marzo de 1996, cuando el gobierno de Carlos Menem aprobó la soya transgénica con uso de glifosato, la oleaginosa ocupaba seis millones de hectáreas. En 2003 ya abarcaba 11 millones. En el más reciente ciclo, el Ministerio de Agricultura celebró que llegue a 19.8 millones de hectáreas, el 56 por ciento de la tierra cultivada de Argentina. El Plan Estratégico Agroalimentario (PEA), programa presentado en 2011 por la presidenta, Cristina Fernández de Kirchner, planifica llegar en 2020 a las 160 millones toneladas de granos (un 60 por ciento más respecto de la actual cosecha).
El “corrimiento de la frontera agropecuaria”, eufemismo técnico para graficar la avanzada del agronegocio sobre regiones campesinas e indígenas, multiplicó los conflictos en todo el norte de la Argentina. Sólo en Santiago del Estero, el gobierno provincial contabilizó –en los cuatro años pasados– 600 conflictos por tierra.
La Red Agroforestal Chaco Argentina (Redaf) –un colectivo que reúne a organizaciones no gubernamentales, organizaciones sociales y técnicos– realiza relevamiento de conflictos. En el más reciente procesamiento de datos, de agosto de 2011, había contabilizado (para la zona del norte del país) 244 casos: 209 exclusivamente de disputas por tierras, 25 ambientales y diez mixtos. Todos los conflictos por tierras obedecen al corrimiento de la frontera agropecuaria. La superficie en disputa alcanza 11.4 millones de hectáreas y son afectadas un millón 600 mil personas.
“La raíz de los conflictos de tierra se encuentra en la disputa por el uso y control del espacio territorial a partir de la imposición de una cultura sobre otra. Por un lado, el agronegocio, donde la tierra es un espacio para producir y hacer negocios, y por el otro la cultura indígena y campesina, donde la tierra constituye un espacio de vida”, denuncia la Redaf en su informe. No es casualidad que el grueso de los conflictos (89 por ciento) se iniciaron a partir del 2000: “Coincide con el impulso del modelo agroexportador, favorecido por las condiciones del mercado internacional para la comercialización de la soja, que trajo como consecuencia la expansión de la frontera agropecuaria”.
El 17 y 18 de noviembre se reunieron en Buenos Aires organizaciones indígenas de todo el país, entre las cuales estaban el Consejo Plurinacional Indígena (espacio de articulación nacido en el Bicentenario argentino -mayo de 2010). Apuntan de lleno al modelo extractivo (agronegocios, minería, petróleo). “Nunca habíamos tenido tantos derechos reconocidos en normas nacionales e instrumentos internacionales ratificados por el Estado. Sin embargo vivimos una alarmante etapa de negación y exclusión. Nuestra realidad es un tema de derechos humanos.
Pero la relación que propone el Estado con los pueblos indígenas es sólo desde un enfoque de pobreza. Nos visibiliza sólo como objeto de asistencia o de planes de emergencia, cuando somos sujetos de derechos políticos y territoriales, denuncia el documento que golpea de lleno en una de las banderas del gobierno kirchnerista: los derechos humanos y la vulneración sistemática en lo que respecta a pueblos indígenas.
Fuente original: http://www.jornada.unam.mx/2013/01/19/cam-campesinos.html Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=162552
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Respecto a la territorialidad que produce el capitalismo (como sistema-mundo) en las ciudades, Silvio Schachter (revista Herramienta Nº 48) nos habla en "El ocaso metropolitano, archipiélagos, desmesura y exclusión" sobre cómo genera extrañamiento de la gran mayoría de las personas de su condición social.

 

Señala:

  • Perdido el espacio comunitario, el imaginario se ha vuelto hacia el interior, protegido por una nueva taxonomía de rígidos códigos, organiza la existencia de sus habitantes con normas que estructuran el territorio en base a patrones de diferenciación social y de separación, de inclusión y exclusión.
     
  • La sociedad se estructura con individuos agresivos, cargados de sospechas y desconfianza que naturalizan la geografía del temor. Por eso cuanto más compleja, extensa y densa es la ciudad, el hacer político se refugia más y más en los ámbitos institucionales, en los medios, en un escenario higienizado, sin riesgo, unidireccional y restricto. Leer

A su vez Jordi Borja y Zaida Muxí (Barcelona, 2000) nos orientan a recuperar y ocupar el espacio público frente a la fragmentación social y anomia engendrada por el capitalismo. En: 

El espacio público, ciudad y ciudadanía 
Capítulo I Ciudad y espacio público 
La ciudad es la gente en la calle ¿Qué es un puente? Preguntaba el falsamente ingenuo Julio Cortázar. Y se respondía: una persona atravesando el puente. ¿Qué es una ciudad? Un lugar con mucha gente. Un espacio público, abierto y protegido. Un lugar es decir un hecho material productor de sentido. Una concentración de puntos de encuentros. En la ciudad lo primero son las calles y plazas, los espacios colectivos, sólo después vendrán los edificios y las vías (espacios circulatorios). El espacio público define la calidad de la ciudad, porque indica la calidad de vida de la gente y la calidad de la ciudadanía de sus habitantes. (...)

La evolución de muchas de las grandes ciudades europeas y americanas parecen condenar a reliquias del pasado la imagen de la ciudad como espacio público, como lugar o sistema de lugares significativos, como heterogeneidad y como encuentro. La segregación social y funcional, centros especializados, áreas fragmentadas son desafíos presentes en la ciudad a los que hay que agregar dos cuya resolución es básica como son el tránsito y la seguridad. Pero afrontar exclusivamente estos retos por vías directas y sectoriales conduce a empeorar  los problemas antes que resolverlos. 
Las zonas de baja densidad y las pautas sociales de las clases medias, que dan prioridad al automóvil y las autovías urbanas, acentúan la segmentación urbana, promueven desarrollos urbanos getizados, aumentan las distancias y multiplican la congestión. 
Así una de las características de Barcelona como es su densidad, de 15.000 hab./Km. 2, que ha sido fruto de un proceso de concentración secular de agrupar poblaciones, actividades y servicios, se ha visto afectada por los movimientos de población propio de las grandes ciudades. Entre los años 1972 y 1992 se ha doblado el consumo del suelo por habitante en la Región Metropolitana de Barcelona, lo que muestra que la forma tradicional de urbanización en el ámbito barcelonés, se encuentra en un rápido proceso de transformación. Este modelo de consumo de territorio alcanza cotas extremas en California, entre 1970 y 1990 la población del Área Metropolitana de Los Angeles ha crecido un 45% al tiempo que la ocupación del suelo a crecido un 200%. Este modelo de crecimiento aumenta las congestiones de tráfico, requiere grandes inversiones públicas en infraestructuras y conduce a la pérdida de los espacios públicos de uso colectivo interno. El resultado de un estudio reciente sobre 22 ciudades francesas muestra que entre 1950 y 1975 la población urbana se duplicó al tiempo que la superficie aumentó un 25%; y que entre 1975 y 1990 ha ocurrido lo contrario, la población ha aumentado solamente un 25% y sin embargo se ha doblado la superficie urbanizada El modelo al límite del absurdo es el de Sao Paulo “de los 90” que quedará como una de las mayores aberraciones urbanas del siglo XX.
Más autovías urbanas equivalen a peor circulación y a menos ciudad. Y la presencia de más policía protectora en las áreas residenciales y comerciales más demandantes, de clases medias y altas, crea más inseguridad en los espacios públicos y en las áreas suburbanas populares menos protegidas. Cuando no es la policía uno de los factores creadores de inseguridad, como sucede a menudo en las ciudades latinoamericanas.
Las ciudades europeas resisten mejor debido a la consistencia de sus tejidos urbanos heredados y a un tejido social menos segregado. Las dinámicas de la denominada ciudad emergente en las periferias y de degradación o de especialización de los centros expresan una crisis de la ciudad como espacio público. La ciudad metropolitana no está condenada a negar la ciudad, sino que puede multiplicarla. El reto real es el de establecer una dialéctica positiva entre centralidades y movilidad y hacer del espacio público el hilo de Ariadna que nos conduzca por lugares productores de sentido.(…) 

La paradoja de las políticas urbanísticas: el urbanismo de seguridad es el que crea inseguridad
El urbanismo difuso, creador de áreas protegidas y especializadas y áreas excluidas y desconectadas, aparentemente garantiza la seguridad de unos frente a la violencia de otros. Pero en realidad este urbanismo es fuente de violencia. El proceso de metropolización difusa fragmenta la ciudad en zonas in y zonas out, se especializan o se degradan las áreas centrales y se acentúa la zonificación funcional y la segregación social. La ciudad se disuelve, pierde su capacidad integradora. Es una tendencia, no la única. El peso de la historia, la acción social ciudadana y las políticas urbanas pueden desarrollar dinámicas de signo contrario. Pero la tendencia disolvente es, muchas veces, la dominante. La ciudad como sistema de espacios públicos se debilita, tiende a privatizarse. Los centros comerciales substituyen a calles y plazas. Las áreas residenciales socialmente homogéneas se convierten en cotos cerrados, protegidos los sectores medios y altos, por policías privados. Los flujos predominan sobre los lugares. Y los servicios privados sobre los públicos. 
La sociedad urbana de la era de la globalización se caracteriza por una desigualdad sin (o poca) movilidad, por una vida social en la que prevalece la inestabilidad y la inseguridad. El mercado de trabajo es más reducido que la población activa, los jóvenes son los principales afectados y les acecha la exclusión. La violencia difusa que hoy se identifica con la vida cotidiana de muchas ciudades es más producto de la anomia que de la conflictividad social. 
Uno de los aspectos más negativos de esta evolución urbana es el efecto multiplicador de la combinación de estos tres impactos.
  • Físicamente la nueva metrópolis tiende a segmentar más que a integrar.
  • Funcionalmente privatiza, lo cual obstaculiza la inserción socio-cultural.
  • Y socialmente la exclusión de una parte de la población activa, los jóvenes especialmente, agrava la anomia. 
Este urbanismo finalmente reproduce y amplia, aunque sea inconscientemente las consecuencias del urbanismo militar de hace unas décadas cuando defendía la utilidad de los polígonos de vivienda, aislados, como zonas de reclusión y control de las “clases peligrosas”. Los sectores populares son precisamente peligrosos porque se les aísla, porque se les recluye en territorios sin lugares, es decir carentes de atributos y significados, porque no pueden sentirse orgullosos de su casa y de su barrio, porque no es posible en este marco construir su doble identidad de ciudadanos: de su barrio y de su ciudad. Si predomina la dinámica de ciudad difusa y fragmentada incluso las actuaciones bien intencionadas destinadas a socializar o cualificar los espacios urbanos pueden, a corto plazo, tener efectos perversos. Por ejemplo grandes espacios públicos accesibles que son rechazados por clases medias víctimas de la agarofobia urbana y/o utilizados agresivamente por sectores que se sienten excluidos. O grandes equipamientos culturales sin espacios de transición con el entorno que en vez de cualificar éste aparecen como fortalezas ostentosas e irritantes para sectores poco integrados. 

La revalorización de la ciudad y del espacio público como seguridad y ciudadanía 
Queremos enfatizar especialmente la importancia de los espacios públicos en la política de construcción de la ciudad securizante e integradora. El espacio público calificado es un mecanismo esencial para que la ciudad cumpla su función iniciática de socialización de niños, adolescentes y jóvenes, de colectivos marginados o considerados de “riesgo”. Hoy tiende a predominar en muchas ciudades una dialéctica negativa entre espacio público ciudadano (decreciente) y sensación de inseguridad difusa y exclusión social juvenil (crecientes). Pero es posible una política urbana activa que invierta este círculo vicioso, que lo convierta en virtuoso. Es una de las bazas principales de cualquier ciudad exitosa, incluso en el terreno de la competitividad. Importa tanto su cohesión social como su diseño: ambos condicionan su funcionalidad. Aunque parezca una paradoja creemos que a la agorafobia securitaria que teme los espacios públicos abiertos hay que oponer más espacios públicos, más lugares abiertos de intercambio entre diferentes. 
Algunos de los requisitos de estos espacios para facilitar su función securizante son : La intensidad de su uso por su entorno comercial y residencial, por sus equipamientos o por ser contiguos o de paso con relación a puntos intermodales de transporte. La calidad formal, la monumentalidad, el uso de materiales nobles, el prestigio social atribuido a la obra. La ordenación de espacios de transición entre las áreas comerciales y residenciales formales, entre los equipamientos culturales y sociales y las zonas “conflictivas”. La participación de la comunidad, vecinos y usuarios en la gestión de los espacios y equipamientos y en la realización de actividades en estos espacios y equipamientos. La oferta específica dirigida a grupos en situación de riesgo que puede referirse tanto a la oferta educativa o cultural (por ejemplo escuela de circo para jóvenes predelincuentes) como a espacios disponibles para iniciativas propias (música, deportes) o escuelas-talleres vinculadas a posibles demandas del entorno (que pueden completarse con micro empresas o asociaciones que aseguren luego la gestión de . servicios y por lo tanto generen empleo). El urbanismo no puede renunciar a contribuir a hacer efectivo el derecho a la seguridad en la ciudad, es decir en el espacio público, el derecho a los espacios públicos protectores. Pero para todos. Sin exclusiones. (…) 
El espacio público nos interesa principalmente por dos razones.
  • En primer lugar porque es donde se manifiesta, con mayor fuerza y mayor frecuencia la crisis de “ciudad” y de “urbanidad”. Por lo tanto parece que sea el punto sensible para actuar si se pretende impulsar políticas de hacer ciudad en la ciudad”.
  • Y en segundo lugar porque las nuevas realidades urbanas, especialmente las que se dan en los márgenes de la ciudad existente plantean unos retos novedosos al espacio público: la movilidad individual generalizada, la multiplicación y la especialización de las “nuevas centralidades” y la fuerza de las distancias que parecen imponerse a los intentos de dar continuidad formal y simbólica a los espacios públicos. (...)
El espacio público también tiene una dimensión sociocultural.
Es un lugar de relación y de identificación, de contacto entre las personas, de animación urbana, y a veces de expresión comunitaria. “En la ciudad tradicional, histórica… la memoria urbana es bastante fácil de definir. Es la imagen que permite a los ciudadanos identificarse con su pasado y presente como una entidad cultural, política y social. Los espacios privilegiados de los monumentos como marcas en el tejido de la ciudad…” En consecuencia toda la ciudad existente, toda la ciudad heredada, es toda ella ciudad histórica. La dinámica propia de la ciudad y los comportamientos de la gente pueden crear espacios públicos que jurídicamente no lo son, o que no estaban previstos como tales, abiertos o cerrados, de paso o a los que hay que ir expresamente. Puede ser una fábrica o un depósito abandonado o un espacio intersticial entre edificaciones. Lo son casi siempre los accesos a estaciones y puntos intermodales de transporte y a veces reservas de suelo para una obra pública o de protección ecológica. En todos estos casos lo que define la naturaleza del espacio público es el uso y no el estatuto jurídico (...)". 

Jordi Borja y Zaida Muxí destacan:La crítica ciudadana 

En los años 60 y 70 la conflictividad urbana irrumpió con fuerza en la vida política y social de la mayoría de los países de Europa y América. Los movimientos sociales de los sectores populares no eran ajenos a las criticas y a las reivindicaciones urbanas. Las movilizaciones ciudadanas y de barrio tienen antecedentes en la mayoría de las ciudades europeas y se expresaban en la lucha por la vivienda, por el precio de los transportes, por los servicios urbanos básicos y también por plazas y jardines, por centros culturales y equipamientos sociales y deportivos. También, contra las expropiaciones, la corrupción, el autoritarismo y la opacidad de las decisiones de la política urbana. Estos movimientos sociales urbanos se dan aún en contextos dictatoriales, como en la España de los años setenta, y a menudo paralizaron actuaciones y proyectos, pudiendo negociar compromisos que satisfacían algunas de las reivindicaciones urbanas respecto a las expulsiones, accesos, equipamientos o transporte.
Fue a partir de estas situaciones que el usuario, el ciudadano, se convierte en interlocutor real para los proyectos urbanos y arquitectónicos, dejando de ser una población abstracta. Incluso se consiguieron negociar programas de vivienda, servicios y espacios públicos para cualificar áreas marginales o muy deficitarias, respetando la población residente. La reivindicación y la lucha en la calle por los derechos ciudadanos lograron que el espacio público fuera un verdadero espacio de representación de todos los ciudadanos: “El espacio público de la calle nunca ha sido pre-otorgado [...]ha sido siempre el resultado de una demanda social, negociación y conquista... los espacios públicos tienen que adaptarse a diferentes públicos… “. 
A las reacciones de carácter social se añadieron otras de carácter cultural y político. No son solamente los herederos del movimiento moderno quienes pueden decir al ver la evolución de los “grands ensembles” –conjuntos habitacionales-, los edificios singulares, la terciarización o la degradación de los centros, etc.

“No es eso, no es eso”.
También otros profesionales e intelectuales, del urbanismo, de la arquitectura y de otras disciplinas, todos ellos unidos por una preocupación cultural, estética, a veces “paseista” respecto a la ciudad, levantaron su voz contra los excesos del urbanismo desarrollista y funcionalista. En unos casos prevaleció la revalorización formal de la ciudad existente o la mitificación culturalista de la ciudad histórica. En otros la preocupación por el ambiente urbano y en otros la reivindicación de un urbanismo “austero” frente al despilfarro. Y sería inexacto concluir que la crítica social no se hallaba presente en muchas de estas voces. 

La crítica política a este urbanismo de la zonificación y del desarrollismo recogía algunas o muchas de las críticas sociales y culturales, que apoyados en estos movimientos aportan un plus contra el autoritarismo tecnocrático o corrupto, contra el sometimiento de las políticas públicas a grupos de intereses privados, a favor de la transparencia y la participación ciudadana, la revalorización de la gestión política local y la descentralización. En esta crítica política coincidieron los movimientos sociales urbanos, las posiciones críticas de carácter ideológico o cultural y las fuerzas políticas más democráticas o progresistas. Hay que decir también que en no pocos casos las direcciones políticas partidarias tardaron bastante en “descubrir” el potencial político de las cuestiones urbanas

Límites : ambigüedades de las reacciones sociales 
Es indiscutible la influencia que han tenido en el urbanismo de los últimos 10 años la crítica, las reivindicaciones y las propuestas de las reacciones ciudadanas. La revalorización de los centros históricos, la superación de un urbanismo concebido como vivienda más vialidad, la incorporación de objetivos de construcción social y de cualificación ambiental, etc. deben mucha a estos movimientos críticos. Y especialmente la importancia acordada a los espacio públicos como elemento ordenador y constructor de la ciudad. Pero como nada es perfecto no es inútil señalar algunos aspectos más discutibles de estas reacciones cívicas. Como son, entre otros, el “conservacionismo” a ultranza de los barrios y de su población, cuyos residentes se consideran en algunos casos los únicos “propietarios“ del barrio y se constituyen en una fuerza social contraria a cualquier cambio o transformación. Se olvida que el barrio o un área determinada forma parte de un todo, que también los otros usuarios, aquellos que trabajan, consumen o lo atraviesan tienen interés y derecho a esta parte de la ciudad. En otros casos el “conservacionismo” es cultural y no necesariamente de los residentes, ciertos sectores de la cultura urbana consideran intocable cada piedra y cada forma que tenga una edad respetable. Sin percibir que no hay preservación urbana sin intervención transformadora que contrarreste las dinámicas degenerativas. Otro de los aspectos discutible sobre el que conviene llamar la atención es la desconfianza o el prejuicio contrario a los grandes proyectos urbanos presente en los movimientos urbanos (…) Leer
 

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