viernes, 1 de diciembre de 2017

Situémonos en el "Siglo XXI: ¿Los ocho más ricos del mundo o la Humanidad?".

Valoremos qué mundo
posibilitó
la Revolución Rusa.

  

Empecemos por el desafío actual de los de abajo y a la izquierda frente al Capitaloceno para ello consideremos cómo y porqué  María Puig Barrios plantea la disyuntiva.
Siglo XXI:
¿Los ocho más ricos del mundo o
la Humanidad?
23 de noviembre de 2017
Por María Puig Barrios (Rebelión)
"La importancia de conocer el pasado para comprender el presente e imaginar el futuro"
Luis Sepúlveda
Siglo XIX: Al capitalismo, y a sus representantes políticos, no les conviene que recordemos las condiciones laborales que, en el siglo XIX, el capitalismo industrial europeo y norteamericano impuso a los trabajadores, hombres, mujeres y niños que se incorporaban al proceso productivo. Pero la realidad social fue muy dura: amenaza continua del paro, imposición de muy bajos salarios, jornadas de 17 horas, mano de obra aún más barata empleando a mujeres y niños, algunos menores de 8 años, a los que pagaban tres o cuatro veces menos que a los hombres.
Y les conviene sobre todo ocultar que esa explotación inhumana dio lugar al desarrollo de las teorías socialistas: el francés Proudhon y el más brillante pensador, el alemán Karl Marx. Los representantes del capitalismo exigen, hoy, el olvido de las luchas de los obreros en las fábricas, las grandes huelgas. ¿Por qué? Porque las ideas de igualdad social y los conflictos laborales obligaron a los gobiernos a intervenir e ir cambiando la legislación, eso sí, poco a poco: limitación del trabajo de los niños (a partir de los 13 años) y de las mujeres (11 horas diarias máximo). Hubo que esperar a 1907 para que se estableciera el reposo obligatorio. Esas luchas quedaron simbolizadas en la Fiesta de los Trabajadores del 1º de Mayo y el Día de la Mujer Trabajadora del 8 de Marzo, cuyo significado histórico se pretende, ahora, tergiversar, dándole otro contenido.
Siglo XX: Al liberalismo económico, defensor de la no intervención del Estado en la economía, tampoco le interesa que recordemos como alcanzamos el mayor bienestar social en el siglo XX. ¿Por qué? Porque fue cuando el Estado intervino en la economía, haciendo sostenible el sistema de protección social. La realidad es que las tan temidas teorías socialistas de Marx se fueron extendiendo por Europa y se convirtieron en un poderoso freno a los abusos capitalistas y un cambio en las políticas económicas. El capitalismo tuvo que hacer concesiones, por ejemplo, en los Acuerdos de Matignon (1936): aumento de los salarios en las fábricas, limitación de la jornada laboral a 40 horas semanales, primeros 15 días de vacaciones anuales pagadas, desarrollo del sistema de convenios colectivos y la libertad sindical. Con la vuelta de la derecha al poder en 1938, estos avances sociales obtenidos van desapareciendo poco a poco.
A pesar de ello, en Europa continuaron las luchas hasta alcanzar, a partir de 1945, el mayor nivel de bienestar conocido hasta entonces: los países emprendieron grandes reformas democráticas inscritas en el programa de la Resistencia: creación del sistema de la Seguridad Social, nacionalización de empresas, desarrollo de los servicios públicos, pasando los Estados a gestionar grandes empresas públicas, económicamente rentables, que aportaban muchos beneficios a las arcas públicas, lo que permitió redistribuir la riqueza: pleno empleo, buenos salarios, buen nivel de cotizaciones al sistema de la Seguridad Social, derechos laborales, educación y sanidad públicas. No solo el sistema de protección social era sostenible, sino que, además, los países de Europa que más invertían en empleo y gasto social eran los más desarrollados.
En el siglo XX, los países de Asia y África fueron consiguiendo la independencia, no sin importantes sobresaltos. En los 60, se decía que África, de Argelia a Ciudad del Cabo, era un continente nuevo y rico que estaba despertando y que El Sáhara aparecía lleno de promesas grandiosas. Pero, mientras Mozambique empezaba a cultivar su café, “un café con sabor de libertad”, El Sáhara era dejado, de forma vergonzante, a manos de la Monarquía alauita, en los 43 días en que fue Jefe del Estado el entonces príncipe Juan Carlos de Borbón. Hoy, todavía continúa la ocupación represora en El Sáhara, ignorando las resoluciones de la ONU. En los países descolonizados, fueron entrando las multinacionales, con menos miramientos aún que el colonialismo político, por lo que muchos países buscaron nuevas alianzas en el Este europeo para su desarrollo.
Los países de América Latina también luchaban por salir de las dictaduras militares impuestas por Estados Unidos con el Plan Cóndor (desapariciones, torturas, terrorismo de estado), durante los años 70 y 80. Latinoamérica intentaba alcanzar metas democráticas y progresistas: el ejercicio de su soberanía, la gestión de sus propios recursos frente al saqueo de las grandes multinacionales y la violenta oligarquía local; y un reparto más equitativo de las riquezas frente al inamovible dogma del liberalismo económico según el cual el Estado no puede intervenir en la economía. Son medidas justas para la población, pero no son admitidas por los Estados Unidos que, sin ningún pudor, califica automáticamente de “dictadura” a los países latinoamericanos que las intentan, aunque celebren muchas elecciones. La política de Estados Unidos ha sido siempre la misma respecto a América Latina: declara enemigos y acosa permanentemente a los que defienden la soberanía de su país y ningunea miserablemente a los que se someten a su dirigismo político y económico, como es el caso actual, entre otros, de México donde la pobreza afecta a 53,4 millones de personas, el 43,6% de la población.
Ese equilibrio mundial, nacido de la confrontación entre el capitalismo y el marxismo, difícil, duro a veces, que había permitido muchos avances de la mayoría trabajadora en Europa y había abierto vías para la emancipación de muchos pueblos del mundo, se rompe a finales del siglo XX. El mundo vuelve a caer en manos del liberalismo económico, ya sin cortapisas, ni escrúpulos.
Siglo XXI: El siglo anterior terminó, y el XXI empezó, con la privatización de las empresas públicas rentables; el traslado de las industrias hacia los países con mano de obra cuasiesclava; grandes beneficios con bajos salarios en Occidente; una desmedida especulación financiera; una “crisis” para recortar los derechos sociales de la mayoría; unos intereses exorbitados que desvalija literalmente los presupuestos de las instituciones públicas; la corrupción; guerras en muchos países que EEUU incluye en el “eje del mal”, sin más motivos que el saqueo de sus recursos.
El resultado no es nada brillante para la humanidad: la concentración de la riqueza en pocas manos: 8 personas que acumulan, ahora, más riqueza que 3.600 millones de personas, ensanchando la brecha de la desigualdad. Entre esas ocho personas más ricas del mundo, está un mejicano en cuyo país la pobreza afecta a más del 43% de la población. También aparece un español en un país donde, todas las semanas, el BOE publica largas listas de desahucios, y el informe “El estado de la pobreza en España” del 2017 afirma que casi 13 millones de personas se encuentran en riesgo de pobreza o de exclusión social, aunque sean invisibles porque no son de “pedir en la puerta de la iglesia”, sino que un 30% trabaja y un 15% tiene estudios superiores.
Este modelo económico neoliberal es el telón de fondo de muchos de los problemas que estamos viviendo: Escocia que centra su malestar económico en el Reino Unido y celebra un referéndum para independizarse, y el Reino Unido que centra su malestar económico en la Unión Europea y celebra otro referéndum para salirse de la Unión. Y la confrontación, en España, de los dos bloques nacionalistas extremos, sin tener en cuenta a la población, y descalificando a los movimientos progresistas y sectores sociales que buscan resolver el problema por la vía del entendimiento político. Y más confrontaciones del gobierno español con autonomías y ayuntamientos (Aragón, Madrid, etc.) a los que imponen un techo de gastos sociales, aunque tengan dinero en las cuentas.
La gran pregunta en el siglo XXI de la mayoría social es: ¿Vamos a aceptar condiciones similares a las del siglo XIX; vamos a someternos a las políticas económicas deshumanizadoras que favorecen a unos pocos; vamos a permitir en silencio que, con los adelantos científicos y tecnológicos del siglo XXI, sigan existiendo, en el mundo, el trabajo infantil, el hambre, las muertes por enfermedades curables; vamos a dejarnos manipular por las “cortinas de humo” (entre derechas - que apoyan el mismo modelo neoliberal - anda el juego) y esos disparates políticos que nos distraen de ese modelo económico injusto? ¿O vamos a hacer valer nuestra fuerza como mayoría social e imaginar y construir colectivamente un futuro más justo y equitativo para la humanidad?
María Puig Barrios. Exconcejal del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria.
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=234419


Aproximémonos a comprender la trascendencia de la Revolución Rusa y a desentramparnos de los prejuicios que el capitalismo nos inculcó.
A 100 Años de la Revolución de Octubre: por las sendas de San Peterburgo
La verdad como justicia
1 de noviembre de 2017
 
Por Atanasio Campos Miramontes (Rebelión)
¡Traj-taj-taj!
Traj-taj-taj... 
...Ahí van en portentosa marcha-
Atrás –va un perro hambriento.
Adelante –con la bandera ensangrentada,
invisible en la nevasca,
y a salvo de las balas,
abriendo a suave paso la ventisca,
sobre níveas dunas de perlas,
con una corona de rosas-
Adelante – va Jesucristo. 
A. Blok. Los Doce (1918).
La cultura rusa del Siglo XIX estuvo poseída de la idea de la verdad como un designio que los hombres aspiran alcanzar en su paso por el reino de este mundo. La gran literatura rusa puso su punto final en una calle oscura de Petrogrado: en medio de la nevasca sólo se alcanzan a vislumbrar la silueta de un perro hambriento (¿el viejo mundo demolido?), doce sombras con las armas empuñadas en pos de Jesucristo y una bandera ensangrentada. La imagen final del poema Los Doce de A. Blok es la última pagina de la literatura rusa. Ese maravilloso torrente creador culmina atrapando la imagen del ideal que siempre persiguió: los doce guardias rojos (¿apóstoles con rifles? ¿malhechores que vieron en la revolución su elemento?...) tras de Jesucristo, que se abre camino en medio de la negra noche y la tormenta de nieve (¿los elementos desatados por la revolución?), con una bandera ensangrentada en lugar de una cruz (¿el ideal que, al descender de los cielos, para tornarse realidad ha tenido que mancharse de sangre? ¿Acaso el cielo y la tierra, el ideal social y la realidad, convergen en armonía, se ensamblan sin catastróficos y terribles acoplamientos?...). 
Los contemporáneos de Blok, sin importar sus tendencias, en su mayoría fueron unánimes en reconocer que Los Doce era la mayor obra que la literatura rusa dio al mundo en los años de la revolución. Los Doce, junto con Los Escitas, escritas en enero de 1918, son la culminación de la obra poética de Blok, son el eslabón que une orgánicamente al torrente de la tradición clásica rusa con la proyección de un mundo nuevo. Los Doce constituye la última página de la literatura rusa, y la primera del nuevo libro de la literatura soviética. 
Como hemos visto, todo el periodo previo a la Revolución de Octubre se caracteriza por una intensa búsqueda, de ahí que “todo el sentido del arte sea el movimiento hacía la verdad.” (Y.M. Lotmán. Poetas y Poesía. S.Petersburgo, 1996). Lo mejor de la literatura, el pensamiento social y las artes, dirige sus energías a la búsqueda de la verdad, pero no sólo de la verdad racional (científica) que se limita a constatar, explicar, y a sacar provecho de un fenómeno o regularidad, sino también de la verdad como justicia, como expresión de la armonía entre los hombres, y de su quehacer transformador con el mundo circundante.
La tensión entre la “verdad racional” y la “verdad como justicia”, que atraviesa la literatura y el pensamiento social ruso de entre siglos, contiene en sí el problema de los ideales sociales, a saber: la relación contradictoria entre la realidad como es y como debería ser; entre la cruda realidad y su negación moral; entre lo que está determinado por la necesidad y la contingencia en una realidad histórica concreta y es negado por una proyección político-moral, como crítica, como intento por superarla, pero factible sólo a condición de que se sustente en las mismas condiciones que se niegan.
Pero la revelación de la verdad como justicia, en su inicio, es sólo eso -un descubrimiento deslumbrante. El pintor y músico lituano K. M. Chiurlionis (1875-1911), que viviera varios años en San Petersburgo, pintó un pequeño cuadro, “La verdad, en cuyo fondo aparece un extasiado rostro, iluminado por la llama de una vela que devora a pequeños ángeles, cual mariposas atraídos por el fuego: es seductora esa revelación de la verdad, como un fuego que se alimenta “de los materiales más ligeros...”, de mitos y valores, una hoguera que purifica devorando antiguas creencias para abrir paso a otras nuevas. Así se anuncia la revelación de un ideal pronto a tornarse realidad. Pero, la encarnación del ideal exige medios, que serán obtenidos de quienes los detentan y, una vez que éstos se han agotado, se tendrá que inventar y crear nuevos. La primera posibilidad conduce generalmente a la destrucción y a la violencia, la segunda a la creación y a la reconciliación. Sólo la segunda posibilidad demostrará que una revolución es realmente grandiosa. 
La revolución representó para buena parte de esa generación una respuesta a esa búsqueda. La Revolución de Octubre constituyó la revelación del ideal, de la verdad como justicia tan largamente anhelada. Esto tendría implicaciones trascendentales para el arte y la cultura. “La idea de que la verdad última ha sido encontrada, deriva en la tentación de asignar al arte la función ya no de búsqueda, sino de propaganda. Propiamente la teoría pasa a ocupar un lugar más alto que el arte; las épocas dogmáticas aproximan la función del arte con la técnica... Sin embargo, la cultura nunca suele ser univalente: poner un signo de equivalencia entre sus ideales y su propia realidad siempre engendra errores. La senda de la cultura rusa después de Blok nunca fue unilineal ni tampoco representa en sí la simple realización de temas dados de antemano... y es un derecho del arte zafarse de la esfera de los sentidos univalentes al espacio de la búsqueda abierta.” (Lotmán). 
En realidad el triunfo de la Revolución de Octubre significó para millones de gentes, tanto en Rusia como en Occidente, la recuperación del sentido de finalidad de la historia; largamente buscado en Rusia, y perdido en la vorágine de la guerra en Occidente. “La demencia de la guerra fue reemplazada por el planteamiento utópico de un mundo racional.” ( A. Siniavski. Bases de la Civilización Soviética. Moscú, 2001.) 
Cuando autores como Lotmán sugieren que la revolución en el poder cayó en la tentación de pretender asignar al arte una función técnica, tienen en mente las experiencias de las vanguardias artísticas, particularmente de sus expresiones, tales como ProletCult, Left, el Futurismo, y el Constructivismo. Se refieren concretamente al abandono de su previo espíritu rebelde. Pero en realidad, como hemos visto, precisamente en los primeros años del poder soviético la vanguardia política (bolcheviques) y las vanguardias artísticas confluyen naturalmente. Ante unos y otros se presenta ahora la posibilidad de forjar su capacidad inventiva, su aspiración de transfigurar el arte en la vida y la vida en el arte, a través de la construcción de las condiciones materiales y espirituales de una nueva sociedad, abriéndose un gran horizonte a sus posibilidades fantásticas. Que la cruda realidad y la práctica impusieran correcciones a los proyectos de unos y otros es otra cuestión. Después de la revolución, en el seno del movimiento artístico de izquierda tomó fuerza una nueva tendencia a concentrar su imaginación y energías en la solución de tareas y problemas prácticos, a grado tal que, -afirma Siniavski- , sacrifica la estética en aras de la utilidad, la forma en favor de la función. En efecto, si antes de la revolución el énfasis del futurismo ruso se expresaba ante todo en la forma pura, en el arte por el arte; cuando la revolución ofrece la posibilidad de “llevar el arte a la vida”, buena parte de sus energías se volcaron al diseño y realización de objetos de uso útil (“el arte a la producción”, “de la grafica a la industria textil”, “los artistas abstractos que diseñan propuestas arquitectónicas, maquinas, muebles, utensilios, losa, etc.”). Así, los críticos de las experiencias prácticas de las vanguardias artísticas sólo ven “el sacrificio del arte en aras de la producción”, pero no reparan en que los movimientos vanguardistas recuperan el sentido de finalidad cuando, con sus extravagantes elucubraciones, descienden del cielo inalcanzable al sucio suelo del mundo terrenal. 
Ahora, cuando la vanguardia política, al parecer, ha encontrado la respuesta a la ansiosa búsqueda que tanto fustigó al pensamiento y a la literatura rusa de las ultimas décadas, la vanguardia artística desea apuntalar esa respuesta, y contribuir con sus descubrimientos y proyectos a la edificación de la vida nueva. No es casual que en este periodo se dé el mayor esplendor del arte vanguardista, de aquellos artistas que seguían creyendo en la fuerza creadora de la revolución. Pero ya no sólo como propuestas experimentales, llamadas a subvertir el orden, sino como aplicación inmediata a la cimentación de la nueva sociedad. A esto obedece que se suela afirmar, con cierta razón, que en este periodo las artes se sometieron a las tareas asignadas por el poder, identificándose con la técnica. Pero esto es verdad sólo en parte, la búsqueda nunca cesó, y no sólo por parte de los artistas que no se identificaron con el nuevo régimen. En 1927 M. Sholojov publica el primer libro de El Don Apacible, quizá la más grande obra de la literatura rusa del siglo XX, equiparable con La Guerra y la Paz de L. Tolstoi. Esa obra monumental aborda, por primera vez con toda profundidad, el desgarramiento trágico de la revolución rusa que busca alcanzar los ideales más sublimes y venerables con medios, a veces, hasta criminales. 
El Don Apacible es al mismo tiempo la historia de amor de Grigori y Aksina, que para realizarse tiene que contravenir las normas morales, lo que a su vez causa la desintegración de toda una familia. Un gran amor, como una gran revolución, transforma necesariamente a quienes lo sufren y al entorno de éstos, y se realizan siempre en el límite, son el trofeo que se disputan el bien y el mal. Desde que vieron la luz las dos primeras partes de la obra, Sholojov tuvo que enfrentar toda suerte de calumnias y críticas, que llegaron -inclusive- a acusarlo de plagiar esa obra maravillosa. Para defender su honor de escritor, Shlojov presentó a una Comisión de Escritores los manuscritos de los dos primeros libros, mismos que se extraviaron durante la Guerra, dando nueva vida a esa insidiosa versión.
El propio A. Solyenitzin, que siempre ha tenido como credo “no vivir en la mentira”, escribió en 1975-75 el folleto El Estribo del Don Apacible, en el que, con toda su autoridad moral, respalda esa alevosa calumnia, argumentando, entre otras cosas, que un mozuelo de 22 años sería incapaz de escribir tan grandiosa obra. Pero, parafraseando a San Lucas, no hay misterio que no llegue a ser develado: en 1999 fueron encontrados los manuscritos, poniendo punto final a una de las más largas alharacas de la historia de la literatura rusa. En 1931 Sholojov tuvo que acudir a Stalin para evadir la censura en la publicación de los dos últimos tomos de esa epopeya. 
La realización del nuevo ideal social (la utopía, para muchos autores) en los hechos generó nuevas búsquedas. Precisamente en los primeros años de la Rusia Soviética, E. Zamiatin escribió Nosotros, la primera gran novela de la anti-utopía, en la cual se inspiraron posteriormente G. Orwell y A. Huxley (el primero, a diferencia del segundo, así lo reconoció). En esos años también despunta otra generación que con su voz construyó su tiempo: M. Prishvin, B. Pilniak, A. Platonov, A. Tolstoi, I. Ilf y E. Petrov, M. Vulgakov, etc. 
En su estupendo ensayo El Poeta y el Tiempo (1932), M. Tsvetáeva (*) explica mejor que nadie la compleja relación entre el artista y su tiempo: “Ser contemporáneo es crear tu tiempo, y no reflejarlo. Sí, reflejarlo, pero no como espejo, sino como escudo. En Rusia no hay un solo poeta de magnitud a quien, después de la Revolución, no le haya temblado y crecido la voz... El tema de la Revolución es un pedido del tiempo. El tema de enaltecer la Revolución es un encargo del partido... La única salvación, para mí y las cosas, es que el pedido del tiempo sea el resultado de una orden de mi conciencia, de la cosa eterna. La conciencia por todos los muertos, puros de corazón y no alabados, y que no pueden ser ya alabados...” En ese mismo texto, Tsevetáeva discierne que “Esenin murió porque tomó el pedido ajeno (del tiempo a la sociedad) por su propio pedido (del tiempo al poeta). Uno de los encargos lo tomó por todo el encargo. Murió porque permitió a otros saber por sí, y olvidó que él (poeta) mismo es el conducto, el interlocutor más directo del tiempo”. En la víspera de su trágica muerte, el 28 de diciembre de 1925, Esenin entregó a su amigo, el poeta Wolf Erlih, un verso que finaliza así: 
Morir no es nuevo en esta vida,
Y claro está que vivir lo es menos. 

Pocos días después, Mayakovski le respondería: 
Para la alegría
nuestro planeta
es poco idóneo.
Hay que
arrancar la alegría
de los días venideros.
En esta vida
morir
no es difícil.
Hacer vida
cuanto más difícil es. 
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(*)   En una conversación con Írma Kudrova, Iósif Bródski afirmó categóricamente que consideraba a Marina Tsvetáeva el más grande poeta del siglo XX. Cito la conversación:
-“¿Entre los poetas rusos?
Él insistió un tanto irritado:
- Entre los poetas del siglo XX.
-¿Y Rílke, y …?
Bródsky insistió dando muestras de una irritación creciente:
- En nuestro siglo no hay poeta mayor que Tsvetáeva.”
 
I. Brodski Acerca de Tsvetáeva. Ed. NG. Moscú, 1997.
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Del mismo modo, Tsvetáeva aborda el fin trágico de Mayokovski: “Durante doce años Mayakovski-Hombre sometió a Mayakovski-Poeta, hasta que, en el treceavo año, el poeta se reveló y mató al hombre... Mayakovski vivió como hombre y murió como poeta. En la tragedia de Mayakovski hubo dos suicidios: el primero fue una hazaña, y el segundo una fiesta...” Y no obstante que Tsvetáeva se declara pura ante el Juicio Final de la palabra, nueve años más tarde también optó por la última salida, y murió como Poeta, cuando su voz, que se dirigía a la cosa eterna, no encontró eco en “la veloz locura de los tiempos”. 
En términos concretos la edificación de una nueva vida significa enormes posibilidades de una amplia movilidad social para los que nunca fueron nada, proporcionando a su vez un fuerte aliento al impulso transformador. Al encarnar el nuevo ideal social, se exige la incorporación de nuevas fuerzas a la industria, a las enormes tareas trazadas de construcción que se plantea el nuevo poder. De esta manera, el ideal social se vuelve tangible en la expansión sin precedentes de la movilidad social (y con ésta, el acceso a un mundo antes negado: a la instrucción, a nuevas profesiones, cargos, etc.). Y así lo vieron hasta los críticos más acérrimos del nuevo régimen. G.P. Fedotov, historiador y pensador religioso, que permaneció en Rusia hasta finales de los años veinte, escribió: “Es difícil imaginar a una familia campesina que no tenga por lo menos a un pariente en la ciudad con un cargo ostensible: oficial del ejercito rojo, juez, agente de la policía política, o en el último de los casos a un estudiante”. Es decir, el ideal social se plasma en la realización concreta del sentido de finalidad de millones de hombres que sólo habían conocido la oscuridad. Cabe recordar que en 1918, en plena guerra civil, se decretó la “Escuela única para los trabajadores”, la “Educación en lengua natal para las minorías nacionales”, y la “Erradicación del analfabetismo” (1919); que durante el primer año del poder soviético fueron abiertos 33 institutos científicos, y organizadas varias expediciones científicas... Luego vendría el Plan Electrificación de toda Rusia –GOELRO-, que en realidad constituye el primer plan económico de la revolución.
Cuando en 1920 Lenin explicaba sus planes de electrificación de la naciente Rusia Soviética y decía que “el comunismo era igual al poder soviético más la electrificación del país”, un clásico de la ciencia-ficción occidental, H. G. Wells, en su libro Rusia en Tinieblas, lo llamó “el soñador del Kremlin”. Así, el poder soviético, venciendo enormes resistencias, se va abriendo paso y, como Prometeo que trae el fuego al hombre, impone su proyecto civilizatorio. También cabe recordar que con la revolución de febrero se inició la desintegración del inmenso imperio ruso, y sólo con el gran ideal de fraternidad de los pueblos que emergió con la Revolución de Octubre fue posible cementar de nuevo esa inmensidad continental. Luego este proceso centrípeto se vio fortalecido por el renacimiento económico de la Nueva Política Económica, recuperando Rusia el papel de centro de atracción de las otrora provincias del imperio ruso para conformar la URSS en 1922. Al respecto, el príncipe Aleksandr Mijailovich (hermano de los príncipes Nicolai, Serguei, y Georgui Mijailovich, asesinados por los bolcheviques), tío del Zar Nikolai II, almirante y pionero de la fuerza aérea rusa, poco antes de su muerte, acaecida en París en 1933, escribió en el epilogo de sus memorias (consideradas su testamento político): “Por lo visto “los aliados”... pretendían acabar de un solo golpe con los bolcheviques y con la posibilidad del renacimiento de una Rusia fuerte. La posición de los líderes del Movimiento blanco se hizo insostenible. Por un lado, aparentando no darse cuenta de las intrigas de los aliados, llamaban... a la guerra santa contra los soviets, por otra parte, en defensa de los intereses nacionales de Rusia luchaba nada manos que el internacionalista Lenin, quien no escatimaba fuerzas para protestar contra la fragmentación del otrora imperio ruso...” (citado en: V. Kozhinov. Rusia: Siglo XX. Moscú, 2001, T.1). 
Lenin, como heredero de las tradiciones revolucionarias rusas y como marxista, personifica la síntesis, la combinación ideal de la ardiente verdad como justicia y la fría y descarnada verdad racional. El humanismo y el pragmatismo que encarna Lenin resulta ser la fuerza que salva a Rusia de la deflagración total y de la desintegración que inician con la revolución de febrero. Pero, pensar que era posible salir de la hoguera de la revolución sin someter a los elementos agitados de la sociedad rusa es una quimera irresponsable. En eso radica precisamente la tragedia de toda revolución: las contradicciones se tensan y agudizan a tal grado que construir compromisos es ya casi imposible y, por lo general, cualquier desenlace suele ser sangriento: retroceder implica someter a las clases explotadas que ya no están dispuestas a continuar viviendo conforme al viejo orden; avanzar hacia la construcción de un nuevo orden implica pasar por encima de las clases privilegiadas que ya no tienen la capacidad de continuar dominando, pero que no están dispuestas a perder sus privilegios... Y no obstante, Lenin aseguraba que en Rusia existió la posibilidad de evitar la guerra civil, si a comienzos de 1918 los socialistas revolucionarios y mencheviques hubieran reconocido el poder de los Consejos (soviets). Al no reconocer el poder de los Consejos, la Asamblea Constituyente regresaba en los hechos a la insostenible situación de la dualidad de poderes.
Si bien la Asamblea Constituyente contaba con la legitimidad de haber emergido de una elección, no contaba con bases sociales que daban sustento a los Consejos, y que a la postre darían la victoria a los bolcheviques en la guerra civil. El enfrentamiento entre dos programas, dos revoluciones (febrero y octubre), dos visiones del futuro de Rusia, se hizo inevitable. En la guerra civil se enfrentaron dos concepciones que procedían de la vieja tensión entre occidentalistas y autóctonos (eslavófilos). Lenin, como heredero de la tradición autóctona (de los populistas) persigue la verdad como justicia, pero por su formación marxista (occidental) asume también la verdad racional. Lenin representa uno de los momentos de reconciliación de las dos vertientes que marcaron las búsquedas de la época que le precedió. Lenin es la síntesis lógica de la vieja tensión entre eslavófilos y occidentalistas. De ahí su sencillez, humanismo, obstinación, y pragmatismo. 
Como en toda guerra civil, los bolcheviques lucharon denodadamente por mantenerse en el poder. Si se considera que, al estallar la guerra civil, los bolcheviques sólo controlaban una minúscula parte del inmenso territorio del imperio ruso, y que la Guardia Blanca y otras fuerzas hostiles a la Revolución de Octubre contaban con una buena parte del ejercito regular, mejores armas y un fuerte respaldo del exterior, retener el poder era de por sí un enorme desafío. Durante ese periodo, también conocido como “comunismo de guerra”, todas los esfuerzos estaban dirigidos a vencer, y no a la creación de un nuevo régimen económico y social. De ahí el énfasis en la distribución (a través del decomiso) más que en la producción. El historiador L. P. Karsavin, expulsado de Rusia en 1922 junto con otros 160 distinguidos representantes de las artes y las ciencias, escribió en 1923: “¿Acaso era posible en un país donde el ejercito huía por todos los caminos, con el transporte destruido... salvar las ciudades del hambre absoluta de otra manera que no fuera decomisando y distribuyendo, robando los bancos, los almacenes, los mercados y las tiendas, y suspendiendo el libre mercado? Inclusive, con estos medios heroicos se logró salvar de la muerte de inanición sólo a una parte de la población urbana y del aparato estatal: la otra parte murió. ¿Acaso era posible obligar al aparato necesario (soldados, marineros, guardias rojas, jóvenes revolucionarios) a trabajar por esa política de otra manera que no fuera con la ayuda de las consignas, muy conocidas y comprensibles desde hacía tiempo por la propaganda socialista?... En verdad la ideología comunista [el comunismo de guerra, ACM] resultó ser una etiqueta muy idónea para una necesidad muy cruel... Los bolcheviques, al nadar con la corriente, suponían ingenuamente que implantaban el comunismo” (L. P. Karsavin. Filosofía de la historia para quienes juzgan con las anteojeras del presente. S. Petersburgo, 1993). 

 Al vencer en la guerra civil, los bolcheviques tuvieron que enfrentar un desafío todavía mayor. Además de restablecer las condiciones elementales para echar andar una economía deshecha, estaban obligados a responder a las expectativas creadas por la promesa de una nueva vida. Y no sólo a la gente sencilla, sino a las mentes más refinadas. Así, por ejemplo, en una carta a L. Trotski, fechada el 6 de enero de 1920, el filosofo cosmista, V. Muráviev, decía que “por ahora el país vive a cuenta de las viejas reservas (en el sentido material y espiritual) de la riqueza cultural, o bien a cuenta de los nuevos valores producidos con base a viejos procesos productivos. Esto significa que el nuevo régimen político se alimenta de viejas relaciones productivas... Estoy lejos de negar los éxitos del poder soviético, su dimensión e importancia, pero si se plantea la cuestión de la profundidad de lo que se ha hecho, me veo obligado a expresar mis dudas. Sí, políticamente es indiscutible la victoria de los bolcheviques, pero... lo que se necesita es que cambie el subsuelo de la vida para que se lleve a cabo una profunda revolución en todas las relaciones, y en todos los modos de vida, y sus representaciones. Y en eso se ha alcanzado muy poco... Es importante, no la nueva forma de relaciones, sino la vida misma de éstas relaciones... Por ahora sólo veo un mecanismo artificialmente creado. Es necesario que viva por sí mismo, por su propia vida, que se convierta en organismo... Entonces vuestra victoria estará garantizada y en realidad estaremos ingresando a una nueva era. Entonces podremos decir si realmente ha surgido de verdad o se trata sólo de un espejismo... Mientras esto no suceda, me considero en el derecho de ver todo esto como el resultado de una revolución en pequeño sentido histórico... y aplicarle las analogías históricas y predecir su futuro destino con base a las regularidades de las revoluciones históricas que conozco”. (...) Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=233522



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