Es la toma mayoritaria de
conciencia sobre
qué economía se ha ido desplegando desde
los '70 para no ver a
Macri como restauración conservadora e
ir avanzando en la unión anticapitalista abajo.
Partamos
de lo que propone
Martín Schorr:
“Hay que dejar de correr detrás de la coyuntura y empezar a discutir lo estructural”.
15 de julio del 2014
Por
Fernando Bercovich
– @FERBERCOVICH
Notas
entrevistó al sociólogo Martin Schorr, especialista en Desarrollo Industrial y
autor de diversos libros y artículos, acerca de los principales problemas de la
estructura económica argentina actual. Un dialogo sobre la restricción externa,
los fondos buitre y el panorama económico de cara al 2015.
¿Cuáles
creés que pueden ser las consecuencias de cada uno de los escenarios planteados
con respecto a la negociación con los fondos buitre?
Lo primero que yo
diría es que el tema con los fondos buitres es bien complicado desde el punto de
vista de la resolución económica y política. Está clarísimo que tiene que ver
con una avanzada de los sectores más concentrados de la economía y del sector
financiero, que quieren vetar ciertos aspectos de la política económica del
gobierno, pero yo creo que ahí no hay que poner el eje de la discusión. Me
parece más acertado plantear
por qué la Argentina, sobre
todo en el último año, ha estado en una carrera medio desesperada por volver a
colocar deuda en los mercados financieros internacionales. Y esto se vincula a
una restricción externa cada vez mayor, que explota a partir de 2011, y tiene
que ver con cuatro factores que son más que presiones del imperialismo
internacional, son decisiones de política económica y acciones y omisiones
estatales.
Esos cuatro
factores son: la crisis energética y cómo el gobierno, hasta la estatización de
YPF, sostuvo en sus pilares esenciales las mismas políticas del neoliberalismo.
El segundo factor tiene que ver con un déficit de comercio industrial ligado con
un gobierno que en los últimos años no hizo nada en políticas industriales
activas, por lo que hubo un crecimiento económico muy importante pero con muy
poca sustitución de importaciones. Entonces lo que termina sucediendo es que la
industria crece y el mismo sector industrial genera una demanda de divisas muy
fuerte y aparece un problema de restricción externa muy importante. El tercer
factor tiene que ver con la fuga de capitales, con picos en 2008, 2009 y 2011,
que está asociada, no como en los años 90 a la bicicleta financiera, sino con
las empresas que tuvieron rentabilidades extraordinarias en este período y, en
la medida que no invirtieron, buena parte de esos recursos engrosaron lo que se
conoce como fuga de capitales. Por último, el cuarto factor es la
extranjerización de la economía.
En el año 2011, antes del “cepo”, el sector
empresario extranjero tuvo utilidades por 10 mil millones de dólares y remitió
afuera el 65%. Esto tiene que ver con un nivel de extranjerización elevadísimo,
heredado de los 90 por supuesto, pero que en esta década no sólo no fue
corregido sino que fue fortalecido. Argentina sigue teniendo la misma ley de
inversiones extranjeras de la última dictadura y en particular en los 90 se
firmaron aproximadamente 60 tratados de inversión extranjera de los cuales hoy
se encuentran vigentes 55, por lo que ahí se da una restricción a la hora de
pensar políticas de tratamiento al capital extranjero.
Entonces me
parece que es indudable que el escenario que se abre con los buitres es crítico
y que es correcta la estrategia que lleva adelante el gobierno, en el sentido de
que no puede decir tan fácilmente que va a honrar la deuda porque se le viene un
problema grande con el resto de los bonistas, pero a mí me parece que, más allá
de los buitres, hay una pregunta anterior que es por qué la Argentina tuvo que
volver a sentarse a negociar con estos actores, con el Club de París, con el
CIADI, indemnizar a Repsol por YPF, y
me parece que todo conduce a la necesidad de
complementar la política de ajuste que se viene aplicando en los últimos meses
con un nuevo ciclo de endeudamiento.
Mencionaste como uno de los factores de la restricción externa al sector
energético. Hace unos días fue nombrada Mariana Matranga al frente de la
secretaría de energía y dijo que uno de los objetivos es bajar el nivel de
importaciones ¿pensás que puede haber un cambio en la orientación de las
políticas energéticas a partir de su nombramiento?
Primero que nada,
me parece una persona súper formada y eso es un elemento positivo desde ya,
sumado a otro elemento positivo que es desplazar al que fue el responsable del
desastre energético en la Argentina que fue Daniel Cameron, alineado con De
Vido.
Dicho esto, me
parece que hay que dejar que la cosa camine pero si uno va viendo lo que se ha
hecho en YPF, que no tiene que ver con Mariana Matranga sino con la política
energética del gobierno, que apuesta casi todo por Vaca Muerta, en un acuerdo
con Chevron, que en la medida que son cláusulas secretas uno no tiene forma de
saber bien cuáles son los derechos y obligaciones de cada una de las partes,
pero evidentemente hay una apuesta estratégica del sector de Galuccio que piensa
a YPF mas como una empresa estatal. El otro aspecto es la suba de precios que me
parece que está siendo bastante fuerte y creo que hay un intento del gobierno
por decirle al sector privado “acá hay un sendero de precios razonable, entonces
esperemos que inviertan”.
Otra
consecuencia de la restricción externa que se da en una economía tan concentrada
como la argentina es la inflación ¿Creés que si se mejora eso puede bajar la
inflación? ¿Qué pensás del programa “precios cuidados”?
Para mi es
medicina de corto plazo y con final incierto. No me parece que el programa
“Precios Cuidados” sea hoy una variable o un elemento clave a la hora de
controlar los precios. Lo que está ayudando a bajar la inflación un poco es la
recesión, que es resultado de la política económica de ajuste del gobierno que
vino a partir de enero de este año, con la devaluación y la suba de tasas de
interés.
El programa
“Precios Cuidados” habla un poco de lo que le pasó históricamente a este
gobierno. El gobierno interviene cuando los problemas se desenlazan y esa
intervención lo que hace es tratar de dar soluciones a corto plazo, que no
siempre son exitosas, y posponer la discusión acerca de los factores
estructurales que provocan la inflación. Es clarísimo que la cuestión
inflacionaria tiene que ver con varios factores pero uno muy importante es la
concentración y también es clarísimo que las políticas económicas del
kirchnerismo potenciaron ese proceso de concentración. Por lo tanto, la solución
a esos problemas no puede ser solamente el esquema de “Precios Cuidados”. Hay
que dejar de correr detrás de la coyuntura y empezar a discutir lo estructural.
El
2014 está siendo uno de los años más difíciles desde 2003 en materia económica
¿se puede volver a despegar en 2015 o habrá otras medidas de ajuste como hubo a
principios de este año?
Mi sensación es
que el kirchnerismo hoy está en una encrucijada muy complicada y lo que viene
haciendo desde que empezó el año es una política de ajuste que pivotea entre dos
elementos: la devaluación, que es una transferencia de ingresos fenomenal desde
el trabajo al capital, particularmente hacia los sectores exportadores que en
Argentina son los ligados al agro; y una suba de la tasa de interés que apunta a
que la gente apueste al plazo fijo con su excedente y no demande dólares. Ahí lo
que se está tratando motorizar es una transferencia de ingresos al sector
financiero, que tiene además consecuencias en la tasa de interés que tiene que
pagar cualquier persona o empresa para hacer una inversión.
Si la política de ajuste le sale bien al
gobierno y en unos meses, producto de la caída del salario y de la recesión,
volvemos a crecer va a tener un problema político muy serio que es que
esas medidas de ajuste castigan
fundamentalmente a los trabajadores, o sea a una parte importante de su
base social e
implican una fuerte transferencia a los
sectores financieros y agroexportadores, por lo cual se redefine el carácter
sociológico del gobierno porque está atacando a su base social y enriqueciendo a
sectores que siempre los planteó como enemigos políticos.
La pregunta importante acá es por qué se llegó
a tener que implementar una política de ajuste y ahí volvemos a lo que hablamos
al principio: la restricción externa que se vincula con acciones y omisiones
desde el Estado que profundizaron muchas de las herencias del neoliberalismo. No
es como en 2005 donde todo era culpa del menemismo. Ahora hay
mucho para
discutir en torno a la “calidad” de la intervención estatal durante el kirchnerismo.
Constatamos que ya el año pasado sufríamos una política de ajuste o "fuerte
transferencia a los sectores financieros y agroexportadores" a causa de
"acciones y omisiones desde el Estado que profundizaron" la herencia del
neoliberalismo. De modo que el desafío actual es hacer balance de más de una
deKada para orientar la lucha contra la alianza de capitales y estados
imperialistas con los locales y no por la vuelta de CFK. Examinemos la
historia de este bloque dominante e impune:
Restricción
eterna. El poder económico durante el kirchnerismo
Por Alejandro Gaggero, Martín Schorr y
Andrés Wainer
La preocupación por el desarrollo económico ha sido una constante en los países
“atrasados”. Desde mediados del siglo pasado se ha venido discutiendo y
analizando cuáles son los obstáculos para superar el cuadro de subdesarrollo y
cuál sería el sujeto histórico que podría emprender tal tarea y de qué manera.
En América Latina esta problemática ha sido abordada, desde diferentes ópticas,
por el liberalismo, el estructuralismo, el neoinstitucionalismo y las distintas
vertientes de la teoría de la dependencia y del marxismo.
Naturalmente, las conclusiones a las que arribaron los representantes de dichas
corrientes han sido bien disímiles, siendo que para unos el agente del
desarrollo podían (y debían) ser las oligarquías exportadoras de materias primas
y para otros el capital extranjero, las incipientes burguesías industriales
nacionales, la burocracia estatal o la clase obrera y otros sectores populares.
Con la hegemonía del neoliberalismo esta discusión fue marginada al quedar
relegada toda preocupación por el crecimiento económico a las manos
“impersonales” del mercado, dado que, se supone, éste asigna los recursos de la
manera más eficiente. Desde esta concepción, el máximo nivel de crecimiento
económico posible (no de desarrollo) estaría dado por la proliferación y la
expansión de empresas insertas en sectores que cuentan con ventajas
comparativas, en tanto las firmas de rubros tradicionalmente no competitivos
deberían reconvertirse o desaparecer, generando de esta manera una mayor
eficiencia agregada en la economía y una elevación general en el nivel de
productividad.
Contrariamente a lo pregonado por la ortodoxia económica, pero sin demasiadas
sorpresas para los críticos del neoliberalismo, algunos de los principales
resultados de la aplicación del programa neoconservador en la Argentina durante
la década de 1990 (con sus prolegómenos desde 1976) han sido la enajenación del
patrimonio público, un drástico proceso de desindustrialización, una suba
exponencial de la deuda externa y, como “frutilla del postre”, cuatro años
consecutivos de caída del producto con un costo social altísimo, entre otras
dimensiones en materia de niveles de desempleo, precarización laboral, pobreza e
indigencia.
Como ha sido analizado de manera exhaustiva por numerosos investigadores, la
etapa que se abre en nuestro país con las primeras reformas neoliberales
impulsadas por la última dictadura cívico-militar (1976-1983) derivó en la
conformación de un nuevo poder económico hegemonizado por un conjunto de grupos
empresarios locales y conglomerados extranjeros.
En esa primera etapa de reformas el “mercado” lejos estuvo de ser omnipresente
dado que
el Estado, bajo diversas modalidades, tuvo una participación activa y
determinante en el crecimiento y la consolidación de los estamentos empresarios
dominantes, rasgo que se afianzaría con el correr del primer gobierno
democrático.
Por su parte, la profundización de las políticas neoliberales a comienzos del
decenio de 1990 con epicentro en la convertibilidad y las reformas estructurales
(privatización de empresas públicas, desregulación, liberalización comercial y
financiera, etc.) desembocaron en un intenso proceso de extranjerización
económica.
De allí que el poder económico haya estado concentrado fundamentalmente en estos
dos núcleos centrales de la burguesía: los grupos nacionales y el capital
extranjero. Justamente, son estas dos fracciones las que nos hemos propuesto
analizar en este libro. Los conglomerados locales fueron el principal sustento
civil y económico del proyecto refundacional implementado a sangre y fuego entre
1976 y 1983, al tiempo que crecieron significativamente durante el gobierno de
Alfonsín y en los primeros años del menemismo; sin embargo,
desde mediados de la década de 1990 entraron en una etapa de retroceso marcado,
aunque signado por trayectorias heterogéneas en su interior. Si bien estos
capitales no han desaparecido completamente, y menos aún lo ha hecho su
capacidad de influir en el sistema político, en las últimas dos décadas el
aumento en el predominio económico del capital extranjero ha sido muy acentuado,
lo cual ha reforzado, en algunos casos de manera notable, ciertos aspectos
estructurales del carácter dependiente de la economía argentina.
En ese marco, no resulta casual que tras la debacle de la convertibilidad
diferentes exponentes de la clase política plantearan la necesidad de recrear
una burguesía nacional. Así, por ejemplo, a comienzos de 2002 el entonces
presidente Eduardo Duhalde señalaba: “A mí realmente me apena que cuando llamo a
los grandes empresarios argentinos, en una mesa pequeña caben todos. Un país
realmente grande, importante, es un país que cuando convoque a sus grandes
empresarios, no tenga lugar porque son muchos. Eso es lo que quisiera para mi
Argentina y para eso tenemos que trabajar. La mayoría de los grandes empresarios
argentinos han vendido, se ha extranjerizado el sector empresario argentino y
los que han quedado, han quedado porque quieren a su país, a su empresa, y
tenemos que darles la mano que podamos, porque de ellos dependen cientos de
miles de trabajadores”1.
La búsqueda por la reconstrucción de una burguesía nacional asociada al Estado
como forma de recuperar un “proyecto nacional y popular” en la Argentina fue
manifestada en forma recurrente durante distintos momentos de los gobiernos
kirchneristas. A simple título ilustrativo cabe recuperar las dos referencias
siguientes: “es fundamental que el capital nacional participe activamente de la
vida económica en la reconstrucción de un proceso que consolide la burguesía
nacional en la Argentina. Es imposible consolidar el proceso de una dirigencia
nacional, es imposible consolidar un proyecto de país, si no consolidamos una
burguesía nacional verdaderamente comprometida con los intereses de la
Argentina, un fuerte proceso de capitalismo nacional que nos permita recuperar
decisiones perdidas en todas las áreas de la economía” (Néstor Kirchner,
29/9/2003)2;
“vamos a hablar claro, argentinos: hasta el año 2003 y basta mirar los números,
la posición dominante en el sector financiero, era la banca extranjera. Hoy es
la banca nacional y los banqueros son los mismos, no es que vinieron algunos más
inteligentes. Lo que vino es un Estado que desarrolló la industria nacional que
les permitió a ellos desplazar en el ranking a la banca extranjera y ser hoy más
importantes… Lo mismo pasa con los industriales, con los empresarios, con los
comerciantes” (Cristina Fernández de Kirchner, 9/7/2013)3.
En teoría, la concreción exitosa del objetivo mencionado sentaría las bases de
un nuevo proyecto de país ya que se trataría de una clase empresaria
consustanciada directamente con el devenir nacional. Se supone que el interés de
una genuina burguesía nacional pasa por el desarrollo económico autocentrado, lo
cual permitiría una mayor inclusión social y una menor dependencia económica.
Ahora bien, esta idea de generar un proyecto de país propio a través de la
recuperación de una burguesía nacional fue, en cierto sentido, parte del “clima
de época” de estos años, ya que estuvo lejos de ser patrimonio exclusivo de
gobernantes en el poder o de un determinado signo político, siendo que también
se extendió, quizá impensadamente poco tiempo antes, entre algunos de los
principales dirigentes de la oposición: “Me siento más cerca de las ideas de
[Arturo] Frondizi. Siempre Frondizi sirvió como inspiración: la búsqueda de un
espacio en el mundo y de lo que la Argentina debería emprender, entendiendo que
hay que recrear una burguesía nacional y que hay que recrear un perfil
productivo propio” (Mauricio Macri, 15/8/2004)4.
Sin embargo, más allá de los discursos y las intenciones, en la última década se
han profundizado varios de los procesos característicos de la etapa neoliberal,
entre los que se encuentran los muy elevados niveles de concentración y
extranjerización de la economía doméstica. Estos elementos de continuidad,
muchas veces soslayados, se manifestaron de modo diferente en la convertibilidad
y en el período que se inicia tras su colapso. En efecto, como surge de los
análisis que se incluyen en el Capítulo 1, pareciera haber variado la modalidad
principal bajo la cual el capital extranjero ha extendido y consolidado su
presencia en la economía argentina: mientras que en la década de 1990 predominó
la “desnacionalización” (es decir, la venta de empresas nacionales a inversores
foráneos),
en la posconvertibilidad, si bien este fenómeno siguió manifestándose, el
capital extranjero afianzó su protagonismo a partir de las diferencias
estructurales y de comportamiento que presenta vis-à-vis el resto de las
fracciones empresarias.
La consolidación de la extranjerización en los años recientes, y la pérdida de
“decisión nacional” que ello acarrea para el Estado argentino, no implica que no
haya habido lugar para el surgimiento y/o la consolidación de algunos grupos
económicos locales “viejos” y “nuevos”. En ese marco, en el Capítulo 2 se
analiza la relación entre el Estado y los empresarios nacionales y se concluye
que la apuesta por la reconstrucción de una burguesía nacional derivó, en los
hechos, en la expansión de actores que poco tienen que ver con fortalecer el
desarrollo del país y disminuir los lazos de dependencia.
Ello, por cuanto en la posconvertibilidad, pari passu el afianzamiento
estructural de la extranjerización, el gran capital local parece haberse
replegado a sectores que cuentan con ventajas comparativas basadas en los
recursos naturales o bien a actividades que, por diferentes razones, no están
expuestas a la competencia. En este contexto, las posibilidades de que estos
grupos empresarios se conviertan en “campeones nacionales” que permitan
complejizar el perfil productivo y posicionar a la Argentina de otra manera
frente al mundo parecen ser más bien exiguas, cuando no inexistentes.
A partir del conjunto de los desarrollos analíticos que se realizan en los dos
capítulos mencionados, de los que resulta posible identificar una diversidad de
elementos estructurales que condicionan sobremanera el manejo de la coyuntura,
el libro cierra con unas breves conclusiones en las que se busca reflexionar
críticamente sobre las características del poder económico realmente existente
en el país a comienzos del siglo XXI. Y, en ese marco, problematizar en qué
medida los intereses de las distintas fracciones de la gran burguesía argentina
y sus proyectos de país permiten superar las trabas al desarrollo nacional o si,
por el contrario, las refuerzan.
.
(*) Este texto perteneca a la “Introducción” del libro Restricción
eterna. El poder económico durante el kirchnerismo, de Alejandro
Gaggero, Martín Schoor y Andrés Wainer, Futuro anterior / Crisis, Buenos Aires,
2014.
Notas
Fuente: http://contrahegemoniaweb.com.ar/restriccion-eterna-el-poder-economico-durante-el-kirchnerismo
Sigamos
indagando sobre el poder económico, el principal impune de ayer y hoy,
durante más de una deKada:
Apuntes vol.41 no.75 Lima jul./dic. 2014
RESEÑAS
GAGGERO, Alejandro; Martín SCHORR y Andrés WAINER, 2014, Restricción
eterna: el poder económico durante el kirchnerismo, Buenos Aires, Futuro
Anterior. 176 pp.
Por Ana Castellani*
El libro de los investigadores Alejandro Gaggero, Martín Schorr y
Andrés Wainer presenta una radiografía exhaustiva del poder económico argentino
durante los años de la postconvertibilidad. Se trata de un análisis minucioso
del perfil de las grandes empresas nacionales y extranjeras a lo largo de la
década de 2000 y de sus estrategias económicas más relevantes. Este análisis
permite establecer puntos de continuidad y de ruptura con las tendencias
consolidadas durante el periodo inmediatamente anterior, el de las reformas
estructurales de la década de 1990, y a su vez nos convoca a pensar sobre las
posibilidades futuras de construir un sendero de desarrollo.
El trabajo está atravesado por
la pregunta sobre las continuidades y rupturas y deja
claro desde el inicio que las primeras son más importantes que las segundas. Precisamente,
estas evidencias permiten abrir el debate sobre
interrogantes que son claves para entender las restricciones al desarrollo en
los países latinoamericanos. Entre otras, se destacan:
¿Qué papel juegan las burguesías nacionales en
la explicación del subdesarrollo de la región? ¿Realmente existen patrones de
comportamiento disímiles entre el capital concentrado nacional y el
transnacional? ¿Los cambios en la orientación de la intervención económica
estatal alcanzan para producir transformaciones estructurales en el perfil del
poder económico o son insuficientes? ¿El Estado es capaz de disciplinar al
capital para garantizar la reinversión de utilidades y el cumplimiento de las
metas establecidas en los esquemas de subsidios?
Veamos algunos de los aportes más sugerentes de esta obra que nos
brinda herramientas para reflexionar sobre éstas y otras cuestiones:
1) Los autores plantean que el proceso de concentración y
extranjerización de la economía argentina se sostiene durante los últimos diez
años a pesar de los cambios en la orientación de las políticas públicas
implementadas durante el kirchnerismo. Si bien no se aborda en detalle el
análisis de los factores que explican el porqué de esta situación, queda claro
que el poder económico argentino sigue siendo mayoritariamente extranjero y está
cada vez más concentrado. Igualmente, los autores señalan algo muy interesante,
que puede ayudar a entender en parte este fenómeno:
más allá de los cambios en la orientación general de
la intervención económica estatal realizados durante el lapso 2003-2013, aún se
mantienen vigentes marcos normativos heredados de periodos previos, en especial
las leyes que regulan la inversión extranjera y el funcionamiento de las
entidades financieras, sancionadas durante la última dictadura.
2) El grado de extranjerización de la cúpula empresaria (las
doscientas firmas que más venden) no se desprende de una mayor presencia de
empresas extranjeras en el panel, producto de la venta de activos nacionales,
como en la década de 1990, sino de la mejor inserción sectorial que despliegan
este tipo de firmas. O sea, no es que haya crecido el número de empresas
extranjeras dentro de las primeras doscientas en comparación a los años 1990,
sino que estas presentan desempeños relativos, vis a vis las nacionales, mucho
mejores que antaño. Los autores definen este
proceso como una estrategia de expansión del capital
extranjero de tipo intensivo, orientada a incrementar la productividad en nichos
claves mayoritariamente orientados al mercado externo.
3) Con respecto a las empresas nacionales, el aporte del trabajo es
muy valioso. Hasta el momento prácticamente no existían estudios académicos
dedicados a establecer el perfil y desempeño de los grupos económicos locales o
de otras grandes firmas nacionales durante los años kirchneristas. Los autores
señalan que
los grupos nacionales más tradicionales que se mantuvieron en la
cúpula durante la década de 2000 operan mayoritariamente en sectores claves
–generalmente vinculados a la agroindustria– y con fuerte inserción exportadora;
mientras que los grupos nuevos que aparecen en esa cúpula –incluso algunos
creados durante estos años– están principalmente ligados a actividades muy
reguladas por el Estado (juegos de azar y servicios públicos) o directamente
vinculados al sector público (grandes construcciones, obras de ingeniería,
etc.). Esto permite marcar un punto de continuidad con las transformaciones
ocurridas en la década de 1990, ya que la reconversión de los grupos nacionales
en esos años se orientó a la producción de commodities y
a la agroindustria, pero también nos remonta a periodos aun más lejanos, de auge
de la patria contratista. ¿Cuánto de nuevo hay en estas empresas y grupos que
surgen y/o se consolidan en la postconvertibilidad, si el grueso de sus
actividades se desarrolla en mercados altamente protegidos, regulados o
directamente controlados por el Estado? La expansión del capital nacional al
calor de la conformación de ámbitos privilegiados de acumulación sostenidos por
el Estado es un rasgo que en la Argentina se remonta, como mínimo, a fines de la
década de 1960.
4) Estas características de ambas fracciones del capital
–extranjero y nacional– reviven viejas discusiones político-académicas sobre el
sujeto económico que debería liderar el proceso de desarrollo. Lo que el libro
muestra es que, más allá del origen del capital, las tendencias
estructurales en el comportamiento de tales fracciones son similares y se
mantienen a lo largo de las décadas, más allá de los cambios de gobierno y de
orientación de las políticas públicas.
Además de su valiosa contribución al entendimiento de lo que pasó con el poder económico en los últimos años, los resultados que presentan Gaggero, Schorr y Wainer abren las puertas a nuevas investigaciones que busquen comprender de una forma más integral la naturaleza y el accionar de ese poder económico. Por un lado, es necesario abordar el estudio de la acción empresaria en sus diversos niveles: microeconómico, corporativo y político. Por otro lado, posiblemente, los cambios en la acción política del empresariado sean los más relevantes en estos últimos años. En efecto, la oposición pública a diversas medidas que se han ido tomando desde 2008 y el temor manifiesto del gran empresariado ante lo que considera un avance feroz del Estado sobre la economía han unido recientemente a las más diversas fracciones del gran capital en el denominado Foro de la Convergencia Empresaria. Este tipo de movimientos no es casual y se da muy pocas veces. Por lo general, prima la representación sectorial y por eso, cuando el empresariado unifica sus reclamos más allá de los sectores, está dando cuenta de un fenómeno que es necesario estudiar.
Asimismo es ineludible profundizar el análisis de las elites
económicas (dirigentes de corporaciones y de empresas) para establecer la
relación entre los cambios a nivel económico-estructural y los de nivel
político-institucional; y complementar esto con el estudio de la forma en que se
relacionan el poder económico y el Estado, también lo es. Finalmente, establecer
diversas acciones, mapas de actores, tipo de capacidades estatales, niveles de
autonomía, existencia de redes informales, etc. permitiría entender la
persistencia de muchas de las tendencias señaladas en el libro.
En resumen, Restricción
eterna: el poder económico durante el kirchnerismo es
un material ineludible porque oxigena el debate político y académico, presenta
nuevas evidencias sobre procesos económicos que estaban poco investigados y,
especialmente, coloca al poder económico en el centro de la escena a la hora de
pensar las restricciones al desarrollo en nuestro país.
*Universidad
Nacional de San Martín, Buenos Aires.
* Correo
electrónico: anagcastellani@gmail.com
Saquemos conclusiones como que hemos estado más de un año absortos en
elecciones totalmente controladas por los poderes (establecidos con
terrorismo de estado) cuando ellos, frente al estancamiento de su alta
rentabilidad, nos aplicaban ajuste o nos forzaban a transferirles fondos
públicos e ingresos familiares con intervención de Kicillof, ministro
'izquierdista'. De ahí lo bueno de ver qué nos advierte
Rolando Astarita:
"lo
central a retener es que en estos momentos prevalece la unidad del capital
contra el trabajo. Buscan que los mayores costos de la crisis los paguen los
asalariados y los sectores populares. Por eso, está planteado un conflicto
de clase. En esta situación, tal vez lo más importante, en el futuro
inmediato, pase por la
unidad en la acción, por puntos concretos en defensa de las posiciones del
trabajo. Empezando por el rechazo de todo pacto social, o techo
impuesto desde el Gobierno, a los aumentos salariales".
Defendiendo al capital
16 de diciembre de 2015
16 de diciembre de 2015
Por Rolando Astarita
En julio de
este año, en un debate que organizó Pateando el tablero, TV La izquierda diario,
cuando me preguntaron por las perspectivas de lo que podría traer el gobierno
que asumiría en diciembre, respondí que,
ganara quien ganara, el eje estaría
puesto en crear las condiciones para la inversión (ver aquí).
Luego, en las notas publicadas durante la campaña electoral, volví varias veces
sobre la misma idea. En particular, cuando se llamó al ballotage, uno de los
argumentos principales a favor del voto en blanco fue que tanto Scioli como
Macri aplicarían, frente a la crisis, un programa económico de características
más o menos similares.De manera que estos primeros seis días que lleva Cambiemos en el gobierno no han traído sorpresas: la quita de retenciones para el campo y la industria, y la devaluación están en la lógica de lo planteado, y han despertado un comprensible entusiasmo entre los representantes del capital, de conjunto. Es cierto que se han cruzado algunas tensiones y disensiones –los nombramientos por decreto de los jueces de la Corte Suprema; también en torno a cuánto asume el Central por la pérdida ocasionada con el negociado de los futuros-; pero por ahora, lo que prima es el beneplácito y la unidad del establishment económico.Esta unidad se ha manifestado en declaraciones que son significativas. Scioli, después de la reunión con Macri: “Si mi presencia contribuye a dar mayor solidez, voy a estar”. Massa: “No somos opositores, somos propositores, una fuerza constructiva. Vamos a apoyar cuanto haya que apoyar y vamos a oponernos con propuestas cuando estemos en desacuerdo”. A todo esto, Macri, después de la reunión con los gobernadores, dijo: “Todos [los gobernadores] ratificaron que entendían que en Argentina lo que hace falta es unir esfuerzos. Estamos todos entusiasmados por esta nueva etapa que comienza. Se planteó que tenemos que ser un equipo y trabajar juntos para todos los argentinos”. Y Urtubey, el gobernador de Salta, se deshizo en elogios al “nuevo clima”.
Digamos también que es lo acostumbrado: durante la campaña electoral se exageran las diferencias, aunque se sabe que, de fondo, las diferencias no son tales. Así, entre “el cambio justo” (Massa), “el cambio con continuidad” (Scioli) y el “cambiemos lo que hay que cambiar y conservemos lo que hay que conservar” (Macri), las diferencias pasaban por los matices. Para usar la terminología de moda, “cambio” fue el “significante vacío” (Laclau) que se llenó discursivamente de cualquier cosa en el momento del engaño y el disimulo, pero se concreta, una vez instalado el nuevo gobierno, en el ajuste en marcha y la unidad burguesa en torno al mismo. Por eso, los que votaron a Scioli pensando que apoyaban una alternativa frente al ajuste, ahora deberían digerir que su voto terminó siendo funcional al ajuste. Aunque no hay sorpresas desde un enfoque materialista, esto es, que pone el acento en las relaciones sociales subyacentes y las pulsiones que derivan de ellas. Como sucede siempre en las crisis capitalistas, todo pasa por desvalorizar al trabajo para valorizar al capital. Es la esencia de las devaluaciones y la suba de precios (ver aquí).
Por eso, ahora el peso de la clase dominante está puesto en las paritarias. Lo dijo Macri en su tan elogiado discurso ante la Unión Industrial Argentina: “hay que bajar la conflictividad gremial, que es permanente”. O sea, los sindicatos tienen que “tragarse” la suba de precios. Tengamos presente que este año la inflación estaría entre el 28 o 30%, y todo indica que se aceleraría con la devaluación y la suba de las tarifas. En el mismo sentido, referentes de las cámaras empresarias (por caso, Mendiguren, del partido de Massa) dicen que las paritarias no deben tomar en cuenta la inflación pasada, sino la esperada. El ministro de Trabajo agregó que los aumentos deben otorgarse “según productividad” (otro argumento clásico de los empresarios en tiempos de crisis y ajuste). En consecuencia, por todos lados se presiona para que se imponga, pacto social mediante, un techo a los incrementos salariales. Para esto se recurre a la amenaza de toda la vida: si no aceptan, habrá desocupación. “Tienen que cuidar el empleo”, les dijo Macri a los trabajadores. Es el mismo argumento-amenaza que esgrimía, hasta hace poco, Cristina Kirchner. Así, todo discurre según el necesario orden causal del orden capitalista. Por supuesto, nadie habla del trabajo precarizado, ni de los millones de subocupados, o de los que ni siquiera buscan trabajo porque están desanimados. La otra arma con que cuenta la clase dominante es, como siempre, la siempre presente burocracia sindical.
De todas maneras es indudable que, en un escenario de crisis, habrá tensiones entre las fracciones del capital. Por ejemplo, la eliminación de las Declaraciones Juradas Anticipadas de Importación pone toda la tensión en qué productos serán incluidos en las 1000 posiciones arancelarias de protección mediante licencias no automáticas, que se anunciaron desde el ministerio de la Producción. Asimismo habrá conflictos con las provincias, sumidas en un profundo déficit, por el reparto de la coparticipación. Por eso se acentúan los rasgos de “presidencialismo”, en detrimento del Congreso, y llueven los “decretos de necesidad y urgencia” (¿en qué quedan las denuncias al “autoritarismo” de los gobiernos kirchneristas?).
Pero por encima de estas tensiones,
lo central a retener es que en
estos momentos prevalece la unidad del capital contra el trabajo. Buscan que los
mayores costos de la crisis los paguen los asalariados y los sectores populares.
Por eso, está planteado un conflicto de clase. En esta situación, tal vez lo más
importante, en el futuro inmediato, pase por la
unidad en la acción, por puntos concretos en defensa de las posiciones del
trabajo. Empezando por el rechazo de todo pacto social, o techo
impuesto desde el Gobierno, a los aumentos salariales.
Aclaremos
qué significa nuestro desafío hoy de
"unidad en la
acción, por puntos concretos en defensa de las posiciones del trabajo".
Lo hace el mismo
Rolando Astarita
al señalarnos:
"avanzar hacia una acción independiente de clase (que no excluye la más
amplia unidad de acción). Una comprensión de las relaciones reales que están
detrás de la devaluación redundará en el fortalecimiento político del
trabajo frente al capital. El enfrentamiento no se reduce a Macri. Es un
enfrentamiento de clase. En este respecto la crítica a la “ilusión
estatista” adquiere toda su relevancia".
Devaluación, Gobierno y relaciones sociales
18 de
diciembre de 2015
Por Rolando Astarita
Un criterio
que recorre los análisis que he presentado en anteriores notas es que
las políticas de los
Estados y gobiernos capitalistas están condicionadas, ineludiblemente, por las
relaciones de producción subyacentes, y por la ley del valor trabajo (por ende,
por las leyes de la generación, apropiación y acumulación de plusvalía).
Esta
reflexión viene a propósito de las últimas notas que publiqué sobre el gobierno
de Cambiemos y la devaluación.
En ellas
planteé, en primer lugar, que
hay un hilo de continuidad entre la actual
devaluación y el gobierno kirchnerista. No sólo porque el kirchnerismo dejó
preparado el escenario de la devaluación (véase aquí, por
ejemplo), sino también, y más fundamental, porque en los últimos 12 años no se
alteró la estructura dependiente y atrasada del país. En segundo término,
enfaticé que estamos ante una política que favorece
al capital en general. O sea, no se trata sólo de las grandes
empresas, de la oligarquía criolla o de las multinacionales agroexportadoras y
de la energía, como se afirma desde la oposición izquierdista, sino de
una
política condicionada por los intereses de
toda la clase dominante; y exacerbada por la crisis de la balanza de
pagos, el estancamiento y la recesión. Las tensiones y peleas por el botín de la
plusvalía se
desarrollarán al interior de esta unidad.
En este marco adquiere relevancia el planteo de la izquierda durante las elecciones –que he defendido-, a saber, que ganara Massa, Scioli o Macri, iban a hacer aproximadamente lo mismo. Podían alterarse matices y ritmos, pero no el contenido. Y cualquiera de ellos iba a devaluar. Esto se debe a que la devaluación no es, en esencia, un acto “libre”, esto es, contingente, que podría haber ocurrido, o no. Recordemos que el tipo de cambio está condicionado, en el sentido más estructural, por la productividad relativa de la economía; y en un segundo nivel, por las variables macroeconómicas, tales como la inflación, la cuenta corriente, y la tasa de crecimiento del producto (ver aquí, aquí, aquí). Así, dado un nivel de productividad relativa, las devaluaciones son una respuesta a las crisis externas, y tienen como objetivo restablecer las condiciones de la acumulación. Por eso, la devaluación no es “causa libre”, sino efecto determinado por la misma naturaleza capitalista de la crisis. Y cuando es “exitosa” es sinónimo de una redistribución regresiva del ingreso.
En vista de
este análisis decimos también que las críticas más o menos habituales ponen en
evidencia lo que podemos llamar “la ilusión de subjetividad del Estado”, o la
“ilusión de agencia del Estado”, consustancial a la ideología del reformismo
burgués izquierdista, y sus críticas al “neoliberalismo desalmado” (en este
punto me inspiro en Hasana Sharp (2007) “The Force of Ideas in Spinoza”, Political
Theory, vol. 35, pp. 732-755 y su análisis de Spinoza y el concepto
de ideología en Althusser).
Llamo ilusión estatista a la creencia de que el
Estado, o el gobierno, pueden actuar libremente, como si fueran el centro y
origen de las políticas y acciones que despliegan, y no estuvieran determinadas, en
última instancia, por las leyes de la sociedad capitalista. Es la
ideología del socialismo burgués y su prédica de que todo se arregla cambiando
el gobierno “neoliberal” por otro “progresista y nacional”. De ahí que la
ilusión estatista ponga el acento en el cambio de nombres.
Pero la realidad es que las opciones de los gobiernos capitalistas ante las variantes de política económica resultan de toda una serie de condiciones previas, de las cuales la voluntad es sólo un determinante. En el fondo, la libertad que tiene el gobierno capitalista (sea “de derecha” o “de izquierda”) es la de actuar dentro de la racionalidad del capital. No existe “reino dentro del reino”, o sea, ningún gobierno capitalista es un reino al interior del reino del capital, aunque ese gobierno se pretenda independiente, y hasta “socialista”. Por eso, frente a la convocatoria –que circula entre el progresismo de izquierda- a un “frente nacional contra el neoliberalismo”, hay que oponer este argumento materialista. Nunca debería olvidarse que el Estado actúa bajo constricciones sistémicas, entre las cuales se encuentra, en un primer plano, garantizar las condiciones para la acumulación. Es lo que está detrás del “ajuste” en curso (en la secuela inmediata de devaluación, suba de precios, baja del salario real, recesión arrastrada por la caída del consumo popular, aumento del endeudamiento y/o del déficit fiscal) que, eventualmente, debería dar lugar a la recuperación de la inversión (no hay crisis capitalistas sin salida).
En
definitiva, lo que está haciendo el gobierno de Cambiemos no se explica por las
características psicológicas de Macri, o de sus ministros (“son perversos”, como
dicen algunos indignados); ni por sus conexiones con tal o cual grupo económico.
Para decirlo una vez más: en estas circunstancias, un gobierno “burgués de
izquierda” (al estilo PT de Brasil o Syriza de Grecia) haría más o menos lo
mismo que lo que está haciendo hoy Macri (como lo demuestran los actuales
gobiernos del PT o Syriza).
Sería importante retener esta idea ante las luchas
que se avecinan; es el primer paso para avanzar hacia una acción independiente
de clase (que no excluye la más amplia unidad de acción). Una comprensión de las
relaciones reales que están detrás de la devaluación redundará en el
fortalecimiento político del
trabajo frente al
capital.
El enfrentamiento no se reduce a Macri. Es un enfrentamiento de clase.
En este respecto la crítica a la “ilusión estatista” adquiere toda su
relevancia.
Sopesemos
si para el enfrentamiento de clase es imprescindible ir enmarcando la
unidad de acción (lo más amplia posible respecto a problemas concretos) en
una crítica al capitalismo que procure articulación de las luchas y
orientación del cambio deseado. También para atender a que medidas
gubernamentales contra los diversos de abajo son valoradas por los últimos
como sucedió durante el gobierno CFK y ahora con Mauricio Macri se ha
agravado. Pero sobre todo es crucial contextualizarlas aprovechando que la
gestión MM transparenta más como el sistema es para el enriquecimiento de
las elites al precio de profundizar la desigualdad e injusticia social.
Ejemplifiquemos:
Con el fin del cepo, se viene una devaluación que significará una fenomenal transferencia de ingresos desde los asalariados y jubilados hacia el sector financiero y los grandes exportadores.
El
levantamiento del llamado “cepo cambiario” fue uno de los principales ejes de la
campaña electoral de Cambiemos. Finalmente el día de ayer (16/12), el actual
presidente cumplió sus promesas, claro que a costa de una fenomenal
transferencia de ingresos desde los asalariados y jubilados hacia el sector
financiero y los grandes exportadores. Estos últimos, además, se vieron
beneficiados a comienzos de la semana también con la supresión de las
retenciones a las exportaciones de todos los productos excepto la soja, lo cual
tendrá un impacto directo en el bolsillo de los trabajadores.
La
“unificación” del tipo de cambio a partir de la eliminación de las restricciones
a la adquisición de divisas para atesoramiento y viajes al exterior tendrá
efectos inmediatos
a pesar de los dichos del ministro de Hacienda, quien aseguró que la economía ya
funcionaba con el precio del dólar “blue”. Es indudable que ello no es así, dado
que de otro modo la Argentina no estaría sufriendo las consecuencias de la
actual restricción externa.
La magnitud
de la devaluación dependerá de muchos factores, entre los que se encuentran la
velocidad con que los agro-exportadores liquiden la cosecha retenida, los
préstamos que consiga el gobierno y el nivel de la tasa de interés doméstica. De
todos modos lo que interesa no es tanto la variación nominal de la moneda sino
la depreciación real. Es decir, en qué medida la devaluación se puede considerar
“exitosa” en tanto no se traslade casi en su totalidad a los precios.
Nadie tiene
la bola de cristal, como dijo Prat Gay, pero teniendo en cuenta la historia
económica argentina y las circunstancias actuales, es muy probable que la
depreciación real del peso se esfume en un período de tiempo relativamente
corto.
Ello se debe a que una medida aislada como la devaluación no genera cambios en la estructura productiva argentina, la cual presenta importantes desequilibrios entre los sectores vinculados a la producción agropecuaria y agroindustrial y la mayor parte del resto de la industria. Ni tampoco permite un sustancial incremento de las exportaciones, que dependen de múltiples factores, como el nivel de demanda externa, los precios internacionales, la calidad de los productos y las barreras proteccionistas de otros países. Máxime cuando desde hace unos años se asiste a un deterioro de los términos de intercambio y los principales socios comercial de la Argentina están devaluando sus monedas y atravesando fases de crisis económica manifiesta (Brasil) o de desaceleración (China).
Ello se debe a que una medida aislada como la devaluación no genera cambios en la estructura productiva argentina, la cual presenta importantes desequilibrios entre los sectores vinculados a la producción agropecuaria y agroindustrial y la mayor parte del resto de la industria. Ni tampoco permite un sustancial incremento de las exportaciones, que dependen de múltiples factores, como el nivel de demanda externa, los precios internacionales, la calidad de los productos y las barreras proteccionistas de otros países. Máxime cuando desde hace unos años se asiste a un deterioro de los términos de intercambio y los principales socios comercial de la Argentina están devaluando sus monedas y atravesando fases de crisis económica manifiesta (Brasil) o de desaceleración (China).
Entonces,
el principal objetivo de
la devaluación es reducir los salarios a nivel doméstico y en dólares.
De esta manera, el esperado incremento de la inversión en el mediano plazo no
vendría a partir de una mayor demanda sino de la recuperación de la tasa de
ganancia merced un incremento en la tasa de explotación. Se supone que,
transcurrido un tiempo, los beneficios del incremento de la inversión
“derramarán” sobre el conjunto de la sociedad a través de un mayor nivel de
empleo y, con ello, mejoras en el ingreso. Ello fue lo que sucedió, con sus más
y sus menos, tras el fin de la convertibilidad en 2002.
Sin embargo,
el escenario actual es muy distinto a aquél en muchos sentidos. La devaluación
de 2002 no sólo se produjo tras tres años seguidos de fuerte contracción del
producto y el default de una parte de la deuda pública, sino que se dio en un
contexto de altísimo desempleo, inexistencia de negociaciones salariales
colectivas y fuerte retroceso de los sindicatos. En este sentido, el relativo
bajo nivel de desempleo en la actualidad y las mejores condiciones en las que se
encuentra la clase obrera para defender las conquistas obtenidas seguramente
harán más difícil que la caída del salario real sea lo suficientemente
significativa como para producir una salida de este tipo.
Ello supone que el mayor impacto inmediato de la devaluación recaerá sobre la porción de la clase obrera más desprotegida (los trabajadores no registrados e informales y los desocupados). Lo cual no quiere decir que el resto de los trabajadores esté a salvo dado que, como seguramente los efectos reales de la devaluación durarán poco, se requerirá de nuevas devaluaciones que vayan erosionando el salario real a partir de la degradación del mercado laboral local. Ello, a menos que se ingrese en un nuevo ciclo de fuerte endeudamiento externo que aporte las divisas que la economía “real” no alcanza a generar en la medida necesaria. Pero en este último caso sólo se estaría postergando parcial y temporalmente el sufrimiento de la clase trabajadora en tanto el costo del endeudamiento será afrontado por las próximas generaciones de trabajadores. Y ello sin contar las potenciales condicionalidades que puedan restablecer los organismos multilaterales de crédito y el capital financiero sobre la política económica local.Nuevamente el grueso de los trabajadores argentinos va a pagar el costo de la debilidad competitiva de la burguesía argentina, la cual, para colmo, es premiada con la posibilidad de volver a fugar dólares libremente.
Resulta fundamental ir destapando al capital y su sistema como antagónico
con los buenos vivires abajo. Es comenzar a erradicar la impunidad de la
alianza de capitales y estados imperialistas con los locales. Es asumir no
sólo la contradicción del capital con el trabajo sino también del capital
con los derechos de la naturaleza o sea con las condiciones y los medios
básicos para la vida y la dignidad de los pueblos. Es comprender el cinismo
criminal de "honrar la deuda" y del "desendeudamiento":
Después del Club de París,
fondos buitres
20 de junio de 2014
20 de junio de 2014
Por Rolando Astarita
(…)Deuda
y transferencia de excedente
Ahora hay
que particularizar lo anterior en el movimiento histórico concreto de la deuda
externa argentina.
Recordemos que la deuda ha
venido creciendo de manera sostenida desde 1976.
Al momento de producirse el golpe militar era de 8500 millones de dólares; al
llegar Alfonsín había subido a 44.000 millones de dólares; en 1989 era de 65.000
millones; con Duhalde alcanzó los 176.000 millones; y en diciembre de 2013 (no
hay muchos datos oficiales, el gobierno oculta mucha información) el stock de
deuda era de 202.000 millones de dólares. Pues bien, el cuento que se cuenta
habitualmente sobre este proceso viene a decir que la deuda externa fue una pura
imposición de la dictadura militar, en combinación con los bancos y los centros
financieros, y que desde entonces se estableció un mecanismo de explotación por
vía del pago de intereses y refinanciación de los principales prestados, cuya
víctima fue el pueblo argentino de conjunto (hasta que llegaron los Kirchner a
liberar al país).
La realidad, sin embargo, es otra. Por empezar, ya en 1975, bajo el gobierno de Isabel Perón, hubo un intento de tomar grandes cantidades de deuda a tasa variable para superar la aguda crisis de la balanza de pagos que Argentina estaba atravesando. Luego, a partir de 1976, el endeudamiento fue aprobado, o por lo menos consentido, por amplios sectores de la clase dominante. Por este motivo continuó después de caída la dictadura militar, y se prolonga hasta el día de hoy. ¿Cuál fue la lógica? Pues que la deuda sirvió para financiar las grandes salidas de capitales que ocurrieron a lo largo de todos estos años. En este punto, un trabajo de economistas K del Banco Nación (Gaggero, Casparrino y Libman, “La fuga de capitales. Historia, presente y perspectiva”, Cefidar, 2007) muestra con meridiana claridad cómo el stock de la deuda externa y el stock de capitales fugados crecieron casi a la par desde mediados de los 1970 hasta los mediados de los 2000. Esto no fue una “imposición” del imperialismo colonialista sobre una burguesía sometida, sino una operación consciente y libre de los explotadores criollos, obedeciendo a sus propios intereses. Por esta vía se operó concretamente la soldadura con el capital financiero internacionalizado.
Naturalmente, las refinanciaciones también dieron lugar a repetidos festivales
de dinero
-cada una de
estas operaciones dejaba suculentos ingresos a quienes participaban de ellas-,
saqueo de los fondos
públicos y corruptos negociados de todo tipo.
Es muy significativo que en los 1990 y comienzos de los 2000, cuando se
anunciaban las reestructuraciones de la deuda externa -en el marco de un
creciente empobrecimiento del pueblo trabajador- la clase dominante saludaba
estas operaciones como “triunfos”. Subrayo: fue
una política general, de clase. Y esa política se integró con las
privatizaciones -que implicaban siempre nuevas y gigantescas transferencias de
riquezas-, con las aperturas de los mercados, y el despliegue a pleno de las
leyes del capital. La dirigencia K, que hoy se hace la víctima, no puede negar
que participó de cuerpo y alma en el asunto.
Por otra
parte, muchos de los que adquirían los bonos de deuda también eran argentinos.
Para bancos, financieras y otros inversores, los títulos eran vistos como una
oportunidad de buenas ganancias. De esta manera se estrechaban también los
vínculos con el capital financiero internacional. Por eso no se puede decir que
la clase dominante argentina fuera o sea actualmente “explotada” por medio de la
deuda. Los argentinos que tienen colocaciones financieras en Suiza, Miami o
paraísos fiscales como las Seychelles, no están oprimidos por los centros
financieros internacionales, sino
son partícipes de la explotación del trabajo a través del capital de préstamo,
al mismo nivel que cualquier otro capitalista financiero, sea de EEUU o de
cualquier otro país.
Condiciones para los buitres
Recurrir a
la historia y ampliar la lente hasta las relaciones sociales subyacentes permite
desnudar al impostor.
La “niebla ideológica” del
nacionalismo estatista no sólo pretende ocultar “el reino de las estructuras”,
para sustituirlas por mera apariencia -bandera argentina, patria, unidad
nacional- sino también su propia participación en el crimen que denuncia con
palabrerío infinito.
Por eso, escuchando en el día de hoy a Cristina Fernández, me vino a la memoria
el pasaje de Marx que dice “si de verdad creyera en su propio ser, no lo
escondería bajo la apariencia de un ser ajeno ni buscaría su salvación en la
hipocresía y el sofismo”. Es que no fue “un ser ajeno” a los Kirchner el que
estableció las cláusulas que posibilitaron a los fondos buitres litigar en Nueva
York.
Los datos, los duros datos de la realidad y de la historia reciente -esos que nunca podrá “coordinar” el funcionario “coordinador del pensamiento nacional”- están allí para quien quiera verlos. Cuando se reestructuró la deuda en 2004, el decreto firmado por el presidente Kirchner (decreto número 319 del PEN) prorrogó la jurisdicción de los tribunales de Nueva York y la renuncia a oponer la defensa de inmunidad soberana. Esta renuncia de soberanía fue mantenida en el nuevo canje de 2010 (decreto 1953 de 2009, presidencia Cristina Kirchner). Alejandro Olmos Gaona (del que tomo muchos de estos datos) señaló repetidas veces que los funcionarios argentinos que aceptaban los tribunales de Nueva York no podían desconocer las tradiciones del derecho anglosajón en cuanto hacer cumplir contratos de deudas. Pero el criterio sigue vigente: entre las cláusulas (que se intentan mantener en secreto) del convenio que el gobierno K firmó con Chevron, hay una que establece que en caso de existir desacuerdos entre Chevron e YPF, la jurisdicción para arreglarlos no serán los tribunales argentinos, sino la Corte Internacional de Arbitraje de la Cámara de Comercio con sede en Francia. Y otra que dispone que la ley aplicable del acuerdo en caso de incumplimientos o disputas no es la de Argentina, sino la que rige en la ciudad de Nueva York.
Tengamos
presente también que en los canjes de 2005 y 2010 actuaron como intermediarios
grandes grupos financieros: Citigroup Global Markets Inc. y Deutsche Bank
Securities Inc. y Barclays Capital Inc., UBS Limited y Merrill Lynch, Pierce,
Fenner & Smith Incorporated, que cobraron, como siempre, jugosas comisiones.
Además, se fijaron otras cláusulas muy favorables a los acreedores, como las
“cross default” (que disparan el default generalizado si no se cumple con el
pago a algunos bonos), o la “RUFO” (siglas en inglés de derecho acerca de
futuras ofertas), que garantiza que cualquier mejora que se otorgue a los que no
entraron en el canje se aplicará a los que sí lo hicieron. Naturalmente, la
Presidenta se niega a recordar estas cuestiones. Pero son datos históricos que
no deberían olvidarse.
Permanencia de la dependencia y el subdesarrollo
Como lo
hemos señalado más arriba, aquí hay un sendero que se profundiza y afianza.
Los acuerdos con el Ciadi,
con Repsol, Club de París, ahora con los fondos buitres, no se pueden separar de
la devaluación y el ajuste de salarios, ni de cuestiones como la ley
antiterrorista, la inteligencia sobre organizaciones de izquierda y movimientos
sociales, o la designación de Milani. Y todos ellos conectan con algo
fundamental, que hemos discutido en otras notas: el
pretendido “modelo industrialista con inclusión social” no cambió en absoluto la
matriz dependiente y atrasada del capitalismo argentino. Los “pilares” de la
economía K durante la última década siguieron siendo
el complejo
sojero, maicero, la gran minería, la industria automotriz (deficitaria en
términos de balanza comercial) y la industria liviana, con crecimiento más bien
extensivo (esto es, basado en plusvalía absoluta). En este marco, desde 2007 a
2012 se produjo una nueva y gigantesca fuga de capitales (unos 80.000 millones
de dólares hasta el cepo cambiario), expresión mayúscula del subdesarrollo.
Agreguemos que en la “década ganada” los acreedores recibieron 173.000 millones
de dólares (cifra proporcionada por Cristina Fernández). Y desde fines de 2013
la economía entró en estancamiento y recesión; a la vez, disminuyó el superávit
comercial, y continuó aumentando el déficit fiscal. Por eso están dadas todas
las condiciones para un nuevo incremento del stock de deuda. A los 9.700
millones de dólares que se comprometieron con el Club de París y a los 5000
millones de endeudamiento con Repsol, se sumarán ahora los montos que “arreglen”
con los holdouts.
Cuando el
gobierno devaluó en enero, los escribas K escribieron que “esta vez iba a ser
distinto”. Desde este blog -y desde todas las publicaciones de la izquierda
marxista- se pronosticó que venía más explotación y penalidades para el pueblo
trabajador. No nos equivocamos. Ahora nos quieren vender que están “liberando la
Patria” con este nuevo ciclo de endeudamiento masivo. La realidad es que esta
“liberación” va a significar nuevos y mayores “ajustes” sobre los salarios y el
bienestar de la clase trabajadora. De nuevo, esta vez tampoco será “distinto”.
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