Pero, a la vez, con
solidaridad de
afirmación en el Nunca Más
países y zonas de sacrificio para
el enriquecimiento de
uno por ciento de la humanidad.
afirmación en el Nunca Más
países y zonas de sacrificio para
el enriquecimiento de
uno por ciento de la humanidad.
Consideremos prioritaria a la atención sobre cómo se han ido
autoorganizando las diversidades de abajo para resistir el avasallamiento de
derechos humanos y concretar tanto la justicia social como la ambiental.
También es hora de reconocer
que los gobiernos progresistas surgieron de los pueblos en rebelión contra el
neoliberalismo o en identificación con partidos de izquierda . Y que gobiernos
progresistas hicieron cuanto pudieron por liquidar esos potenciales subversivos.
Reflexionemos sobre:
Las dificultades
para la producción de sentidos rebeldes en los tiempos del MAS
Bolivia y la
necesidad de
una agenda política
desde abajo
16 de abril de 2018
Por
Huascar Salazar Lohman
(Rebelión)
A 18 años de la Guerra del Agua –aquel momento histórico que
inauguró los tiempos de la Bolivia Rebelde, de las grandes movilizaciones
populares que cimbraron el orden neoliberal–, y después de 12 años de gobierno
del Movimiento al Socialismo (MAS) –en los que se restituyó un nuevo orden
dominante–, en Bolivia nos está costando rearticular luchas fértiles y
actualizar perspectivas útiles que nos permitan ver más allá del tan limitado,
pobre y sórdido campo político en el que se contrapone el gobierno y las élites
racistas de este país.
Como ya es una constatación, el flamante Estado Plurinacional restauró el rol que asume como mediador del capital, continuador –ahora con el camino mucho más libre– de un agresivo modelo económico primario exportador. Para lo cual re-articuló a viejas y nuevas clases dominantes en torno suyo –incluido lo más rancio: la oligarquía terrateniente-agroindustrial del oriente–. Sin embargo, a diferencia del neoliberalismo, este gobierno logró dicho cometido al asumir tendencialmente una función parasitaria, que se fue nutriendo de la fuerza, discurso, experiencia y capacidad política de las luchas que las organizaciones sociales –urbanas y rurales– construyeron durante años en la búsqueda de sus propios y múltiples horizontes de transformación; y lo hizo reactualizando formas brutales de misoginia, represión y tutela.
Entre noviembre de 2017 y enero de 2018,
Bolivia se sumergió en un momento particularmente complejo. El 28 de noviembre
el Tribunal Constitucional Plurinacional, controlado por el oficialismo,
habilitó a Evo Morales para una tercera reelección –por medio de un artificioso
recurso jurídico que argumenta que la Constitución Política del Estado violenta
los derechos políticos del presidente al no permitir que vuelva a presentarse a
una nueva elección presidencial–, desconociendo con ello los resultados del
Referendo vinculante del 21 de febrero de 2016 –promovido por el mismo gobierno–
en el que ganó la opción del No a la modificación de la carta magna para
permitir dicha re-elección. Unos días después, el 3 de diciembre, la indignación
frente a dicha habilitación se expresó en las elecciones judiciales,
imponiéndose a nivel nacional el voto nulo y blanco frente al voto válido, con
porcentajes superiores al 60%.
En este contexto también se objetó la
promulgación del nuevo Código Penal impulsado por el ejecutivo. Diversos
sectores consideraron esta normativa como atentatoria a algunos intereses
civiles y gremiales, desde la tipificación de nuevos crímenes –por ejemplo, en
la práctica de algunas profesiones como la medicina o el derecho–, hasta la
posibilidad de un ejercicio discrecional –no mediado por la justicia– de los
aparatos represivos del Estado en ciertos casos que previamente debían pasar por
filtros jurídicos; pasando por el incremento promedio de las penas para la
sociedad civil y disminuyendo las condenas para los crímenes cometidos por
funcionarios públicos, además de una clara intención de criminalizar la protesta
social. Y si bien también era posible encontrar artículos considerados
“progresistas” respecto al Código Penal precedente –como los relacionados con la
despenalización parcial del aborto–, lo cierto es que frente a la tendencia cada
vez más autoritaria del gobierno y al desconocimiento por parte de éste de la
CPE, el cuestionamiento al código penal pasó de un debate técnico a una
impugnación política en la que ya no importó tanto el contenido mismo del código
sino la indignación de la sociedad civil que se expresó en la consigna:
“abrogación completa del código penal”, lo que finalmente sucedió a finales de
enero.
Ahora bien, la victoria del voto nulo y blanco
en las elecciones judiciales y la abrogación del nuevo código penal como
resultado de un país movilizado –expresando una legítima indignación por la
manera en que el gobierno violentó los límites de la democracia formal que en
otros momentos se jacta de promover– tuvo poca densidad orgánica y en buena
medida se acopló en torno a sentidos y consignas provenientes de núcleos
políticos que normalmente reconocemos como “derecha tradicional” –es decir, la
élite política racista y clasista cuyo discurso es distinto al del gobierno,
pese a que ambos actores políticos tienen un horizonte económico similar–.
Lo que generalmente en Bolivia reconocemos como
una constelación de organizaciones sociales en lucha con horizontes políticos
diversos, esta vez se presentó como una “sociedad civil” difusa, es decir, como
unas élites políticas productoras de un discurso democrático conservador; unas
clases medias ensimismadas, poco creativas y permeadas por ese discurso;
mientras que los sectores populares históricamente contestatarios –aquellos que
no están subordinados al MAS– aparecieron poco organizados y con escasa o nula
capacidad de poner sobre la mesa de debate un horizonte que reivindique la
autonomía política, la disputa por el excedente económico o cuestione la
relación mando-obediencia que se sostiene en principios clasistas y/o racistas,
como históricamente lo han hecho.
En otras palabras, existe una capacidad visible y efectiva de movilización social, pero que se presenta confusa y sin posibilidad de rebasar el discurso de oposición planteado por las élites políticas tradicionales del país –que gira en torno a una idea vacía de democracia formal–. Esta situación es resultado de dos hechos que se conjugan y han sido parte componente de la construcción hegemónica del MAS durante la última década.Por un lado, la expropiación de sentidos emancipatorios desde el ámbito estatal: el partido de gobierno se presenta como el único sujeto político con capacidad de conducir el “proceso de cambio”, que no es más que una artimaña discursiva para legitimar un nuevo proyecto estatal dominante revestido de ornamentos folclóricos que aluden a lo “popular”. Se ha consolidado, así, un enorme proceso de despojo político abierto después de la Masacre del Porvenir, conexo con la creciente tutela de cualquier sentido político disidente o mínimamente crítico.Por otro lado, desde hace ya varios años, se ha impulsado una política de desarticulación inducida de las fuerzas sociales contestatarias y de sus diversas formas organizativas autónomas que, por lo general, se mostraron adversas al proyecto político y económico promovido por el MAS. Esto sucedió a través de la subordinación de estas estructuras al partido gobernante y/o a través de la intervención directa –y en algunos casos violenta– de las organizaciones que no se sometieron y disciplinaron, como sucedió con la CIDOB y el CONAMQ.
A efectos prácticos, lo anterior
ha significado
un desdibujamiento de la capacidad organizativa y prefigurativa de respuesta
popular frente a la política estatal.
Que a su vez logró aislar, fragmentar y
devaluar la lucha de diversos pueblos que, de manera invisibilizada, resisten
los embates directos de la política de despojo promovida a través de los mega
proyectos extractivistas, energéticos y de comunicación, y que
es en estas
luchas donde subsisten con mayor fuerza horizontes comunitario-populares que
reivindican prerrogativas de decisión autónoma para decidir sobre su vida y sus
territorios.
Una estrategia eficaz
del gobierno ha consistido en producir un escenario de polarización entre
oficialismo y “derecha tradicional”,
logrando con esto, por un lado, enmascarar la similar alianza de clases que
ambos sectores sostienen; así como invisibilizar los horizontes
comunitario-populares y las luchas en contra de estas alianzas y planes que
cuestionan el núcleo de la estructura dominante y procapitalista del Estado
Plurinacional, catalogándolas como horizontes y luchas “funcionales” o
“promovidas por la derecha”.
Es decir,
esta polarización,
que viene operando como organizadora de la política boliviana en los últimos
años, produce una apariencia desde la cual se visibiliza como relevantes a dos
contrincantes que se enfrentan en el plano de lo estatal, mientras se encubre al
“contrincante principal”, que son todas aquellas organizaciones y luchas que
desde abajo, desde las formas organizativas no estatales y cotidianas,
impugnaron el orden neoliberal y ahora impugnan el modelo dominante del MAS.
Esta ausencia de sentidos que organicen
posibles cursos de acción de lucha popular en esta coyuntura derivó en lo que
considero dos posiciones poco fértiles –y que nuevamente nos arrinconan a la
artificiosa polarización política–: 1) “frente a la captura por parte de la
élite política tradicional racista de la movilización social, el mal menor es el
gobierno”; o 2) “no importa cómo, incluso si es a lado de la ‘derecha
tradicional’, el gobierno debe ser debilitado para hacer prevalecer la
‘democracia’ y el ‘Estado de Derecho’”. Esta aparente, frustrante y paralizante
dualidad se presenta, se promueve y se alimenta como el único horizonte posible
en la política Boliviana. Nos enfrentamos, entonces, a un desafío significativo:
producir sentidos críticos más allá de los que emanan de los núcleos de poder
político.
Nos toca ser creativos en tiempos oscuros y
difíciles.
Nos toca darnos a la tarea de producir, actualizar y revitalizar
sentidos críticos que no caigan en el lugar común de la frustración y
despolitización. Nos toca romper con la hegemonía del discurso dominante que
intenta dar forma y condicionar nuestro hacer político. Nos toca nombrar
claramente a la dominación. Nos toca volver a construir, de a poco pero sin
pausa, una agenda política
emancipatoria que en adelante nos
permita posicionarnos de manera potente frente a lo que sucede. También nos toca
reconocer
que no tenemos esa agenda en este momento, los pocos sentidos claros
de resistencia durante los últimos años se han nutrido fundamentalmente de las
luchas de pueblos indígenas frente a los proyectos de despojo, y si bien esas
luchas deben ser potenciadas y también debemos trabajar sobre ello, no podemos
poner sobre esos pueblos todo el peso de la historia, ni la responsabilidad de
la transformación hacia adelante.
Pero para producir y actualizar una agenda de
este tipo, que será resultado de un proceso histórico en el que se conjuguen la
práctica y las palabras, tenemos que comenzar por resignificar y reinterpretar
los códigos de lo que nos sucede, lo que nos amenaza y las dificultades a las
cuales nos enfrentamos; no podemos hacerlo sin más desde las mismas claves que
nos plantea la dominación.
Este proceso crítico y autocrítico
pasa, entonces, por cuestionar una serie de presupuestos que parecen de “sentido
común” o incuestionables, y más cuando esta realidad es interpretada desde
aquella estéril polarización que abordamos anteriormente.
Sin aspiraciones exhaustivas, a continuación reflexiono brevemente sobre algunas
suposiciones que considero importante cuestionar en el ánimo de producir nuevas
claves para una agenda política emancipatoria desde abajo.
·
“Izquierda” y “Derecha” nos dicen poco. Ambos
son conceptos históricos que en Bolivia tienen mucho arraigo y tradición. El ser
de “izquierda”, por lo menos entre 2000 y 2005, permitía identificar a sujetos
políticos (personas, organizaciones y partidos) que se asociaban en torno a
horizontes populares, algunos más comunitarios que otros, pero que claramente se
confrontaban contra el orden neoliberal establecido. Mientras, por otro lado, la
etiqueta “derecha” representaba el poder oligárquico, burgués y su élite
política (principalmente blanca). Es cierto que existían varios matices, pero
estos conceptos permitían identificar a los aliados –cercanos y lejanos– y a los
enemigos de los que luchaban desde abajo.
En el presente estos conceptos han
perdido su capacidad de organizar comprensivamente las determinantes del
antagonismo social, la muestra de ello es la excesiva adjetivación de los cuales
son objeto: “la derecha del MAS”, “la derecha tradicional”, “la derecha
reciclada”, “la derecha indígena”, “la izquierda oligárquica”, “la izquierda
higiénica”, “la izquierda infantil”, “la izquierda opositora”, “la izquierda
estatal”, “la izquierda popular”, etc. Los adjetivos parecen decir más que los
sustantivos.
Quizá esto tenga que ver con la apropiación y auto-identificación de “izquierda”
de un gobierno que recurre a discursos centrados en lo popular pero que promueve
un proyecto que históricamente se reconoce como de “derecha”; y, segundo, porque
una parte importante de la “izquierda” siempre fue anticomunitaria en su
horizonte político estatal –en especial los partidos comunistas más ortodoxos–.
En este contexto es fundamental darnos a la
tarea de repensar claves articuladoras frente a la dominación, para lo cual
considero que es de vital importancia que estas surjan de haceres compartidos y
no –por lo menos de manera primaria– de premisas ideológicas o nacionalistas–.
Reconocernos en común frente a la dominación por:
trabajar la tierra, trabajar en fábricas, construir proyectos centrados en
garantizar la vida, producir resistencias colectivas frente al estado, el
capital, el patriarcado, etc. Nuestro reconocimiento frente al otro como aliado
o antagónico no debe depender tanto de si se defiende más a un autor o a una
idea teórica, sino a la calidad y profundidad de relaciones y haceres que
sostienen sentidos disidentes, inconformes y de subversión.
·
El MAS es el menos… malo. Si hay algo que no pudo hacer el
neoliberalismo es lo que el MAS si logró durante esta década: quebrar la fuerza
popular que frenó el embate de ese modelo socioeconómico, abriendo la senda para
un impulso agresivo y sin precedentes del capitalismo en el país. En buena
medida esto fue posible gracias a una política sostenida en la prebenda y el
asistencialismo, política vigorosa durante varios años gracias a los recursos
generados por la exportación de materias primas a precios elevados, lo que,
junto al discurso de “izquierda”, permitió contener y desarticular la potencia
de lo popular no estatal.
Sin embargo, la frustración política y el
propio discurso del MAS nos plantea que el actual gobierno es “lo menos malo”
frente al posible retorno, con paso de parada, de una “derecha neoliberal”, es
decir, aquellos que están al otro lado de la polarización producida y recreada
por el mismo gobierno.
Frente a esta afirmación toca considerar dos
cosas: 1) la posibilidad del retorno de esta élite política tiene más que ver
con la desarticulación inducida desde el Estado que sufrieron las organizaciones
sociales que en otros tiempos impusieron límites al proyecto dominante. En otras
palabras, es el propio gobierno, su política cada vez más autoritaria y su
modelo económico y prebendal, el que abrió las puertas para un retorno
rimbombante de sujetos neoliberales que ya habían sufrido una muerte política…
no es la gente confundida o la sociedad en decadencia, como afirman los
gobernantes. 2) Así esa vieja élite política no retorne al gobierno y el MAS se
mantenga en el poder, los hechos del presente nos demuestran que el horizonte
estatal en manos del gobierno actual es cada vez más antipopular y
procapitalista, lo que nos permite observar una coincidencia de proyectos entre
las élites políticas supuestamente enfrentadas; el horizonte político no es
“mejor” ni “menos malo” así el MAS se sostenga en el poder.
En este sentido, considero que una agenda desde
abajo, disidente y popular –más que abordar una discusión escolástica sobre si
el MAS es el partido “menos malo”– debe concentrarse en desplegar nuestra
energía en torno al resguardo de
lo que tenemos, no se puede conceder más, debemos cuidar nuestras fuerzas,
cuidarnos colectivamente; cuidar nuestras fuentes de subsistencia y su calidad,
que no se precaricen más; cuidar nuestra relación con la naturaleza;
acuerparnos, producir decisión colectiva autónoma desde donde sea posible,
resistir y –como hemos venido diciendo– hacer el esfuerzo por cambiar las claves
de lucha a otras renovadas y potentes.
·
Miremos lo pequeño para pensar lo grande. En Bolivia se ha impuesto una deriva
“trucha” de la Real Politik –que
ya de por sí nos refiere y nos limita a la política estatal como ámbito
privilegiado para la toma de decisiones sobre asuntos públicos–. Sin embargo,
desde el cinismo patético y el manejo utilitario de los discursos de izquierda,
el gobierno boliviano hace muchos años que viene argumentando que toda concesión
a –y/o negociación con– los grupos dominantes del país, a la expansión
capitalista e, incluso, al enriquecimiento de sus burócratas de alto rango, es
parte de una necesidad estratégica coyuntural que se da en el marco de “lo
posible”, tachando cualquier crítica de “idealismo”, “izquierdismo deslactosado”
y una serie de apelativos –muy demandados por una “izquierda” intelectual
mediocre y, por lo general, muy paternalista– que nos plantean un posibilismo
estatal ramplón y que no es otra
cosa que la justificación de una serie de políticas de despojo, prebendales,
antipopulares y procapitalistas que el gobierno trata de justificar como
“fatalismo histórico”.
Nuestra agenda debe, por lo menos al inicio,
concentrarse en la política seria,
es decir, en las formas de autogobierno y decisión colectiva que se producen
desde ámbitos cotidianos: gobiernos indígenas y originarios, juntas barriales,
sindicatos campesinos comunitarios, colectivos urbanos, cooperativas de agua,
etc. Si algo hay en Bolivia es una amplia y polimorfa experiencia y capacidad de
producir decisión colectiva no estatal, e históricamente ahí reside la potencia
transformadora del país. Se vienen (o se profundizarán) tiempos difíciles y de
lo que se trata no es tanto de volcar nuestras energías para interpelar al
Estado desde la democracia formal liberal –habrá que hacerlo cuando sea
necesario–, sino en (re)construir ámbitos autónomos y autogestivos para
reapropiarnos de la decisión y de la riqueza que está siendo despojada.
De ninguna manera digo que se debe dejar de
mirar la dominación a escala estatal, pero nuestra fuerza para enfrentarla –y la
historia nos lo confirma– no reside en los cánones políticos de la política
estatal, sino en nuestra capacidad de darnos forma política más allá del Estado.
Desde ahí sabemos, de manera efectiva y contundente, enfrentarlo, cambiar
gobiernos de ser necesario y posicionar horizontes de transformación real.
Estos puntos hacen
referencia, de manera inacabada, a algunas cuestiones que considero importantes
para comenzar a
repensar una agenda política desde abajo, desde lo popular, desde lo
comunitario, desde donde se vive la agresión del Estado y el capital, desde los
márgenes, desde el subsuelo, desde aquellos lugares que la cerrazón estatal
invisibilizó, reprimió, despreció y devaluó. Hay muchos temas más, desde la
centralidad que ahora ocupa la lucha de las mujeres, hasta la descolonización de
nuestra vida, pasando por las luchas socioambientales, son temas que tenemos que
ir tejiendo entre todxs. Los ensayos de respuesta que planteo no son, para nada,
un intento de zanjar discusiones, sino una búsqueda –compartida con otras
personas– de abrir debates contrarios a los que en este momento están en la
agenda política dominante.
Recuperemos la capacidad de nombrar lo que
nos pasa, compartamos palabras, reflexionemos, debatamos abierta y
apasionadamente
–como se suele hacer en Bolivia– para
significar nuestros horizontes de futuro y
desde ahí comencemos a hacer lo
necesario; haceres que seguramente –y ojalá sea así– sean múltiples, distintos
e, incluso, contradictorios por momentos;
no busquemos la homogeneización y
unidad (lo “único”), sino, como diría Silvia Rivera Cusicanqui, empecemos por
construir los puentes para la articulación de lo diverso.
Deliberemos
y multipliquemos los espacios en común para debatir sobre:
Transformaciones institucionales
22
de diciembre de 2014
Por Raúl Prada Alcoreza
(...)¿Cuál
es la problemática de la cuestión estatal en Bolivia? Llegar a responder esta
pregunta no es tampoco fácil pues exige retomar varios ámbitos problemáticos, se
requiere hacer una historia y un mapa de la cuestión estatal, pero también no
perder de vista la condición periférica de la cuestión estatal, por lo tanto la
condición colonial. Esto significa entender que el nacimiento del Estado tiene
que ver con la conquista y la colonización, que resolver la cuestión estatal
pasa por la tarea de la descolonización. Tomando en cuenta este contexto
histórico y cartográfico de la cuestión estatal, se puede entrar de lleno a la
condición plurinacional de la cuestión estatal en Bolivia. El problema entonces
se puede resumir del siguiente modo: ¿Cómo se resuelve la transición del Estado,
la transición a su desaparición, cómo se define el horizonte político dibujado
por las tesis subversivas, en el proceso de descolonización, que reconoce como
punto de partida la condición de naciones plurales a los pueblos indígenas, con
proyectos civilizatorios alternativos? Para comenzar, la transición misma tiene
que ser pluralista, abrirse a la pluralidad institucional. Para continuar, la
transición debe ser participativa. La participación transforma las formas
institucionales, la composición y los instrumentos del Estado. En tercer lugar
la transición debe ser comunitaria, debe incorporar en su despliegue
transformador las formas y las estructuras de la comunidad, logrando de este
modo una transformación comunitaria del Estado. En cuarto lugar la transición
debe dejarse condicionar por lo territorial, el enfoque territorial de la
transición se abre a las diferencias regionales, a la descentralización
autonómica y al espesor condicionante de los ecosistemas.
La cuestión estatal en Bolivia es ahora la del Estado plurinacional comunitario
y autonómico. ¿Cómo se construye la forma, contenido, expresión, estructura e
institucionalidad de este nuevo Estado? ¿Cuál su diferencia con el
Estado-nación? ¿Cómo desaparece el Estado en la transición plurinacional
comunitaria y autonómica? ¿Cómo se constituye la comunidad, la asociación, el
autogobierno de los productores, comprendiendo su interacción y entrelazamiento
equilibrado con los seres, los ecosistemas, los ciclos vitales? ¿Cuál es la
relación congruente, complementaria, compatible, entre el Estado plurinacional
comunitario y autonómico y el modelo civilizatorio alternativo del vivir bien?
¿Cómo se producen la participación social, la democracia participativa, la
democracia comunitaria, el pluralismo democrático, la transformación
plurinacional del Estado? Estas son las cuestiones que deben ser retomadas en la
coyuntura como tareas del proceso y del despliegue de acciones políticas
transformadoras. ¿Cómo saberlo? ¿Cómo resolverlo? No es por cierto la
clarividencia de alguien, tampoco el papel vanguardista de los intelectuales, lo
que va resolver estos problemas. Esta resolución pasa por la irrupción de los
movimientos sociales, la circulación de los saberes que ocasiona, la
interpelación colectiva, en correspondencia complementaria con la traducción
intercultural y la interpretación abierta de la imaginación y el imaginario
radicales. Se trata de la complementariedad activa entre retaguardia intelectual
y vanguardia colectiva de los movimientos sociales anti-sistémicos. Se trata de
la actualización y reinvención de
las cosmovisiones indígenas en su misión descolonizadoras, interpretadas
pluralmente, por las mitologías renovadas y la crítica nómada, por las teorías
de complejidad. Se trata de transformar la política y las formas políticas
articuladoras con las formas múltiples de la vida y los recorridos múltiples de
la emancipación.
Ciertamente la transformación estatal y la transformación institucional del
Estado requieren responder a problemas concretos. ¿Cómo lograr la soberanía
económica? Pero, también, ¿cómo articular las formas y prácticas económicas con
las otras formas autonomizadas por la modernidad, como la política, la cultura,
las formas jurídicas, articulándolas también a los ciclos de la vida? ¿Cómo
crear excedente, ampliar el excedente, sin afectar los equilibrios
eco-sistémicos? ¿Cómo utilizar el excedente transformando las condiciones de
vida de los individuos, de las comunidades y de las sociedades humanas, como
parte de las comunidades de vida, enriqueciendo el concepto de condición de vida
desde la perspectiva del vivir bien? ¿Cómo transformar las condiciones
educativas y formativas como parte del proceso de descolonización, evitando
reiterar las estructuras educativas ancladas en la escuela y en las formas
disciplinarias de la modernidad, que forman parte de las formas del
colonialismo, de la colonialidad del saber y la colonialidad del poder? La
resolución de estos problemas complejos pasa por el despliegue de políticas
públicas trastrocadoras, agenciadas por gestiones públicas plurinacionales,
comunitarias e interculturales.
Desde esta perspectiva la transformación estatal implican nuevas metodologías, nuevas tecnologías y nuevas ingenierías institucionales. Ante la tarea de la efectuación de la resolución de problemas no responden las técnicas coaguladas en los aparatos burocráticos, las prácticas y procedimientos funcionarios. Estas técnicas, estas prácticas y estos procedimientos sólo sirven a la reproducción del viejo Estado. Los nuevos métodos, las nuevas técnicas y los nuevos procedimientos emergen en la correspondencia participativa de la sociedad. La cuestión de la transformación estatal depende mucho de la capacidad de invención de las nuevas ciencias de la complejidad, pero también de la iniciativa colectiva de los sujetos sociales emancipados.Por lo tanto, sacando una conclusión, la cuestión estatal no se reduce al problema de la combinación moderna entre coerción, hegemonía y legitimidad, sino que tiene que ver fundamentalmente con los flujos desbordantes de las emancipaciones múltiples, con los campos de intensidades de los cuerpos en movimiento y la confluencia de las voluntades de cambio individuales y colectivas. Las transformaciones estatales responden a las estructuras de las transformaciones colectivas.
La disolución del Estado en una transición disolvente depende de la libertad de acción y la autonomía lograda por los movimientos sociales, sus dinámicas moleculares, por reinvención de las comunidades y por la capacidad interactiva de las sociedades. No sabemos cuánto puede durar esta transición, pero si sabemos que no puede haber una transición transformadora sin la participación colectiva. En otras palabras, en esta transición se difuminan los viejos límites y las consabidas fronteras de la máquina estatal, las delimitaciones y separaciones entre gobernantes y gobernados, funcionarios y usuarios; todo se hace poroso y abierto, fluyente y dinámico. La democracia participativa es el gobierno de las multitudes, el gobierno activo y dinámico de todos; la construcción colectiva de la decisión, de la ley, de las instituciones y la gestión.
En cierto sentido se puede decir que la vieja maquinaria estatal, del
Estado-nación, del Estado moderno, del Estado liberal, que son formas del Estado
colonial, en la periferia del sistema-mundo capitalista, en el sur de la
economía-mundo capitalista, pero también son formas de Estado colonizador en el
mismo centro, en el mismo norte del sistema-mundo capitalista; esta forma y
modelo de Estado ha quedado obsoleta. Esta maquinaria ha servido para marcar los
cuerpos, para disciplinar, para controlar, para normalizar, para administrar los
flujos del capital.
Ahora se requiere instrumentos, redes de instrumentos,
articulaciones instrumentales, herramientas emancipadoras, que coadyuven
despertar las capacidades, las potencialidades, las invenciones de la gente.
Instrumentos que faciliten los movimientos de los cuerpos y de los ciclos
vitales. Ya no se trata de un Estado coercitivo, portador del monopolio de la
violencia; ya no se trata de un Estado legítimo, validado por la creencia y el
imaginario social;
ya no se trata de un Estado hegemónico, definido así debido a
la preponderancia de conducción convincente, de un bloque dominante, que
supuestamente habría logrado articular un bloque histórico, es decir, la
articulación sistemática entre estructura y superestructura. De manera
diferente, se trata de una instrumentalidad dinámica y flexible, en el sentido
de adecuada a diferenciales condiciones; se trata del manejo participativo de
los instrumentos políticos de una manera colectiva; se trata de una sociedad
integrada, complementaria, funcionando armónicamente, coordinando múltiples
acuerdos.
Ahora bien, para llegar a esta situación de disolución de la maquinaria estatal,
hay que transitar una etapa transformadora; para producir las transformaciones
estructurales e institucionales se quiere construir las nuevas instituciones y
las nuevas estructuras, que a su vez sirvan para seguir construyendo. En este
caso la cuestión estatal se remite al ámbito de los instrumentos y aparatos que
permiten la construcción del nuevo mapa institucional, que hacen de herramientas
de las transformaciones.
El Estado plurinacional comunitario y autonómico debe configurarse sobre la base de una instrumentalidad, organización y aparatos capaces de construir lo nuevo. El Estado plurinacional debe construir la materialidad de la interculturalidad, que haga de condición de posibilidad de la circularidad y las formas de expresión de la interculturalidad. La condición comunitaria del Estado debe dar cabida a la reconstitución y a la invención de las comunidades. La condición autonómica del Estado debe lograr plasmar el entramado de las competencias, logrando la armonización y la coordinación entre los gobiernos autonómicos y el gobierno central, entre las asambleas legislativas autonómicas y la asamblea legislativa plurinacional; todo esto en el marco de la emergencia de las territorialidades y la condicionalidad de los ecosistemas y ciclos vitales.
Capitalismo de
Estado, economía social-comunitaria y vivir bien
El término de
capitalismo de Estado ha entrado nuevamente a la discusión sobre todo para
caracterizar o no lo que está ocurriendo con el Estado y su relación con la
economía capitalista. La acepción del capitalismo de Estado tiene muchos
significados y se le ha dado muchos usos en las prácticas discursivas. ¿Qué es
lo que interesa de esta discusión? ¿El sentido verdadero del capitalismo de
Estado? ¿Hay acaso un sentido verdadero o la verdad del capitalismo de Estado?
Lo que importa son dos cosas, qué es lo que se ha querido decir cuando se empleó
el término de capitalismo de Estado, por otra parte, cómo se puede caracterizar
lo que ocurre en Bolivia en lo que respecta al papel del Estado y el modelo
económico al que apunta. Vamos a tratar de dilucidar estos dos tópicos de la
discusión. Comencemos con lo primero.
Friedrich Pollock
habla del capitalismo de Estado como un fenómeno contemporáneo, concurrente
tanto en las actuales formas de la economía de mercado del capitalismo liberal
como en las formas evidentes de las experiencias frustradas del socialismo
real. Pollock desarrolló de esta
forma su tesis sobre el capitalismo de Estado, como un fenómeno contemporáneo
del capitalismo, un prodigio de la evolución de la relación entre capitalismo y
Estado.
Entonces la intervención del Estado en la economía es un fenómeno que
forma parte del proceso de acumulación de capital en escala mundial, de la
dominancia de la forma del capitalismo financiero, en el contexto de la crisis
orgánica del capitalismo y de la administración financiera de la crisis. Estas
tesis son parecidas a las desarrolladas por Rudolf Hilferding, cuando develaba
la intervención del Estado en la etapa del capitalismo financiero. Pollock
entendía que la intervención estatal de
hecho y las medidas económicas de control del Estado contradecían el principio
económico del laissez-faire del liberalismo
económico, abriendo un camino distinto en relación al liberalismo en la
economía; esto significa conducir la economía hacia un mercado regulado. Una de
las formas del capitalismo de Estado es el llamado Estado de bienestar; otras de
las formas es el modelo keynesiano desarrollado en Estados Unidos de América
como respuesta a la crisis estructural de 1929 y
la posterior gran depresión; ciertamente la
otra forma tiene que ver con el modelo conocido del socialismo real. La
tesis de Pollock abarcaba tanto a los sistemas liberales, claramente
intervenidos por el Estado, así como al proyecto soviético, de
lo que se trataba en el fondo es de la intervención del Estado en la economía.
Desde esta perspectiva se veía el surgimiento en ambas configuraciones sociales
de la intervención del Estado en la economía. Pollock distinguía entre el
proyecto soviético y la variante liberal del New Deal;
en ambos casos se presenta el despliegue del capitalismo de Estado,
en ambos casos se producía la sustitución de la primacía de la política sobre la
primacía de la economía.
En América Latina se le dio el nombre de capitalismo de Estado a la
experiencia de los gobiernos nacionalistas y populares, que postularon las
nacionalizaciones de las empresas, prioritariamente trasnacionales, encaminando
la intervención económica del Estado a la política de sustitución de
importaciones. Si bien este uso no es muy ortodoxo que digamos, está
mostrándonos, analogías con lo propuesto por Pollock, la intervención del Estado
en la economía, la regulación del mercado, el papel del Estado y la expansión de
la política sobre el campo económico. La economía ya no es un mero asunto del
mercado, como en las visiones liberales, sino es un asunto de Estado. Entonces
se entiende en América latina el capitalismo de Estado como nacionalismo, como
administración estatal de las empresas públicas, las que cobran importancia y
expansión en las políticas renovadas de sustitución de importaciones, por lo
tanto de industrialización.
No se puede usar el argumento de que ya no hay
capitalismo cuando no se invierte productivamente, en la valorización del valor
del capital, cuando se desvía el excedente para atender las necesidades básicas
de la población, cuando se promueven redistribuciones del excedente a través de
la creación de bonos. Primero, porque no se deja nuca de valorizar el capital,
la valorización de capital hay que entenderla a escala mundial; segundo, la
intervención del Estado en la Economía no descarta la inversión social, tampoco
una política rentista de la administración pública del excedente; tercero,
tampoco se deja de invertir productivamente en las empresas públicas, esto
equivaldría al colapso y desaparición de las empresas, aunque se lo haga de una
manera subvencionada. Las formas del capitalismo de Estado parecen ser las
formas del Estado en la etapa financiera del capitalismo, con el objeto de
administrar mejor la acumulación ampliada de capital a escala mundial. El
sistema-mundo capitalista, la economía-mundo capitalista, funciona articulando
distintas formas políticas subsumidas a la acumulación ampliada de capital.
Definamos y dibujemos el problema en lo que respecta a las transformaciones institucionales y a la transformación del Estado, a la construcción del Estado plurinacional comunitario y autonómico. Se trata de saber cómo se va transformar el modelo económico dependiente, la subordinación a la división del trabajo de la economía-mundo capitalista, cómo se va a salir del modelo extractivista de una economía subordinada a las exigencias del mercado internacional de materias primas y recursos naturales.¿Cómo debería intervenir el Estado en la economía siendo ya un Estado plurinacional y no un Estado-nación? ¿Cómo hacerlo escapando de las condicionantes del sistema-mundo capitalista? ¿Cómo cambiar el modelo económico apuntando a un modelo productivo basado en la soberanía alimentaria, en la soberanía económica, en la soberanía financiera y creando las condiciones en el mediano y largo plazo para la soberanía tecnológica; haciendo empero todo esto de tal manera que estas medidas nos alejen de la subordinación y la subsunción a la acumulación ampliada de capital, saliendo de la órbita y circulo vicioso de las formas del capitalismo de Estado? ¿Podemos hacerlo o no? ¿Estamos condenados a repetirá las variadas formas del capitalismo de Estado, de un Estado subalterno y de una forma capitalista dependiente, subordinada a la acumulación ampliada en el contexto de la geopolítica de la dominación tecnológica-militar-mediática-económica de la hiper-potencia mundial de los Estados Unidos de América y sus aliados?
Para
responder estas preguntas, primero tenemos que aseverar que no hay una condena
política en un mundo atravesado por las temporalidades de la historia y los
espaciamientos de las acciones sociales. Los que se haga, en lo que respecta a
las transformaciones estructurales e institucionales, en lo que respecta a la
construcción de un mundo alternativo, enriquecido por las diferencias
regionales, complementarias y descentradas de la dominación de la acumulación de
capital, particularizadas en propuestas propias locales,
va a depender de una
clara determinación de cambio, de una manifiesta voluntad transformadora, del
despliegue de políticas transformadoras, contando con la participación abierta e
intensiva de la sociedad, las comunidades y la gente.
Ya dijimos que el Estado
plurinacional no es el Estado-nación, es otra cosa, por lo tanto tampoco se
puede limitar su accionar económico a las formas del capitalismo de Estado. El
Estado plurinacional se abre a la posibilidad de construir una economía social y
comunitaria sobre la base de la articulación complementaria e integrada de la
economía plural, conformando las bases materiales de sustentación del modelo civilizatorio del vivir bien, en interactividad armónica con los seres, los
ciclos vitales. El Estado plurinacional tiene que abrir huella, lograr la
apertura a otra alternativa, salir del prejuicio del determinismo económico,
entender que la invención política, la invención económica, forma parte de
nuestra libertad y capacidad creativa; estas tareas son urgentes en pleno
desencadenamiento de la crisis estructural del capitalismo.
Ciertamente no es
fácil, sobre todo cuando se tiene toda una carga heredada de prejuicios,
arquitecturas, aparatos estatales, prácticas de gobierno elitista y grupal,
normas, reglas, procedimientos técnicos y administrativos anclados en la
repetición de lo mismo, en la mediación de la ejecución de la norma. Nadie puede
decirnos que, mientras no caiga el capitalismo mundial, no haya una
transformación del modelo capitalismo mundial, no podemos hacer nada. Esto no es
sólo muestra de un pesimismo descarnado, sino una justificación débil y no
sustentada, de la falta de voluntad de cambio.
El cambio del sistema-mundo
capitalista no va a venir de golpe, no va a caer primero la totalidad, para que
caigan con ella las partes; el derrumbe se produce en el interior, precisamente
en las partes, que dejan de funcionar como antes. La crisis del capitalismo no
solamente se constata por la tendencia de la tasa decreciente de ganancia, por
la aproximación al colapso de la acumulación de capital, sino por las
resistencias, las disidencias, las alternativas, las desviaciones, los usos
distintos, las variaciones de las formas de reproducción.
El derrumbe del capitalismo no es un acontecimiento meramente económico, el derrumbe del capitalismo es un acontecimiento político, es una destrucción emancipadora política por voluntad expresa de los productores, de los consumidores, de los movimientos sociales, del proletariado nómada. La tarea de construir la economía social y comunitaria es una oportunidad, es una ruta alternativa, una huella, un espacio alterativo distinto. No se puede eludir o descartar esta tarea con argumentos etapistas, primero esto y después lo otro; ésta es la mejor manera de escapar de la responsabilidad que se tiene ante el desafío de las transformaciones.
El ámbito de relaciones capital y el ámbito de relaciones Estado
Hablemos del
fetichismo del Estado así como hablamos del fetichismo de la mercancía. Si el
fetichismo de la mercancía se puede entender como ese imaginario que reduce las
relaciones sociales como si fuesen relaciones entre cosas, esto es el fenómeno
de la cosificación, que también se conoce como reificación, se puede hablar del
fetichismo del Estado como el imaginario que reduce las relaciones de poder como
si fuesen la relación entre el Estado y la sociedad civil, el Estado como
representante de la voluntad general, que expresa el bien común, y la sociedad
civil como ámbito de la pluralidad de intereses particulares. El Estado es una
relación, como lo es el capital; el capital es una relación de explotación, en
cambio el Estado es una relación de poder, una relación de dominación. El Estado
es el sujeto general, el burgués general, que gestiona la explotación de la
fuerza de trabajo por parte del capital, que agencia la acumulación de capital y
administra la crisis del capitalismo; el Estado es el capital en su dimensión
política. En cambio el capital expresa una relación de dominación, la relación
de explotación, como si fuese meramente económica, es decir, como si fuese
natural.
Estado y capital forman un sistema, cada cual es una de las caras de la
misma medalla. No se trata de repetir la metáfora de la determinación de la
estructura sobre la superestructura, tampoco de resolver el problema de una
relación compleja en términos de la sobre-determinación, por este camino
concebir la autonomía relativa del Estado. Se trata, de manera diferente, de
comprender tanto al capital como al Estado como ámbitos de relaciones; las
relaciones no son las mismas, tampoco los ámbitos en cuestión, se yuxtaponen, se
cruzan, se mezclan, ¿se co-determinan? Ambos tienen historias distintas,
podríamos decir genealogías diferentes, incluso pretenden ser dominantes, la
preponderancia de lo económico sobre lo político o, en su caso, la
preponderancia de lo político sobre lo económico.
Sin embargo, estas relaciones, entre Estado y capital, no hay que leerlas atemporalmente, al contrario, tienen que ser contextuadas constantemente; se trata de distintos contextos y por lo tanto de diferente valoración y significación de las relaciones. Se trata también de formas de Estado distintas en los distintos contextos, así como distintas formas de capital, en los diferentes ciclos del capitalismo. Todo esto tiene que ser evaluado, tomado en cuenta, al momento de analizar estas relaciones. También tenemos que considerar la geopolítica y la geografía de su realización; una cosa es que se considere esta relación en el sur del sistema-mundo capitalista, otra cosa es que se la considere cuando ocurre en el norte de la economía-mundo capitalista, diferente significación y connotación tienen si acontece en el centro o en la periferia del sistema-mundo capitalista. Se trata de la historia de una problemática, que llamamos cuestión estatal, pero también del tratamiento de la problemática en la historia de su discusión.
¿A dónde
apuntamos con todo esto? A establecer una hipótesis política:
No se puede escapar del
capital, de la órbita de relaciones capitalistas, del ciclo de
producción-reproducción del capital, si no escapamos a su vez del Estado, de la
órbita de las relaciones de dominación, del ciclo de producción-reproducción del
Estado. Es pues una ilusión creer que con el instrumento del Estado podemos
desplegar una política anticapitalista; las reformas estatales han resultado ser
formas de soluciones a la crisis del capitalismo. Ahora bien, ¿una revolución
puede abolir, de la noche a la mañana, el Estado? Esta es la cuestión.
Depende cómo
consideremos las experiencias de la Comuna de París y de los autogobiernos
comunitarios o comunales. Lo cierto es que no duró mucho o, en su caso, fueron
experiencias locales. Lo que duró un tiempo considerable es la experiencia
dramática de la dictadura del proletariado o del Estado en transición de su
desaparición, que paradójicamente instituyó un Estado más absorbente. Parece que
el problema se da en esa transición que llamamos la desaparición del Estado o a
abolición del Estado.
¿Cómo transitar
la transición de una manera transformadora? ¿O es qué no se puede escapar del
Estado, es una maquinaria que coexiste con las sociedades humanas? Si fuese así,
tendríamos que concebir al Estado de otra manera, también como una maquinaria
ancestral que se explica por la sobre-codificación, el monopolio, la mediación,
la burocratización temprana, la ceremonialidad del poder, por su lugar de
interjección de flujos, la retención de los mismos en forma de stock, por los
espacios estriados y sobre-todo por su cartografía exorbitante. Esta
configuración del Estado es pensada desde la exterioridad nómada, desde el
espacio liso de las líneas de fuga, desde el espesor de los campos de
intensidad, desde la multiplicidad del entramado de las dinámicas moleculares.
El Estado como aparato burocrático y mito paranoico coexiste con las máquinas de
guerra, invención de las sociedades nómadas, que no conciben fronteras, ni
cartografías, ni espacios estriados. Entonces Estado y nomadismo coexisten, se
suponen; el Estado, corta, detiene y codifica los flujos y las líneas de fuga,
las intensidades, en tanto que los procesos y recorridos nómada, las líneas de
fuga, desordenan, inventan, abren boquetes, desplazan, desterritorializan las
territorialidades estatales, aunque las mismas desterritorializaciones vuelvan a
ser reterritorializadas, en otro plano, ideológico, político o religioso. Esta
concepción del Estado es genealógica, lo figura y refigura en su propia
transformación, en su propia mutación, en su mismo temblor, sometido
constantemente a la posibilidad y al acontecimiento mismo del ataque nómada, a
la ocupación nómada. No hay nada que pueda resguardarlo, ni su ejército, ni su
disciplina militar; el Estado, sus ciudades, pueden caer cualquier rato, ser
sitiadas o tomadas, incluso cruzadas por movilizaciones múltiples. Desde esta
perspectiva, de lo que se trata de entender no es cuándo muere el Estado, cuándo
desaparece, cuándo va a ser sustituido por las asociaciones autogestionarias y
los autogobiernos, sino de entender que las resistencias al Estado son
permanentes, la guerra contra los aparatos que marcan que retienen, que
monopolizan, que codifican, que corta, que estocan, contra los procedimientos
que norman y reglamentan, es constante. Puede ocurrir incluso que lleguen a
tomar la metrópoli, la sede del los poderes, el centro de la dominación, empero
una vez hecho esto la abandonen, como cuando ocurrió con la toma de la Ciudad de
México por parte de las milicias de Emiliano Zapata y Pancho Villa. También
puede ocurrir que terminen custodiando el palacio de gobierno y ni se den cuenta
que la arquitectura del gobierno ya es suya, dejando que gobiernen otros, como
cuando aconteció después de la insurrección de abril de 1952 en La Paz. Las
milicias mineras custodiaban el Palacio Quemado, el ejército estaba destrozado,
eran entonces el único poder armado, junto a las milicias campesinas y otras
milicias plebeyas. ¿De qué depende que esta toma virtual, incluso real, termine
siendo efectiva? ¿Del derrumbe del fetichismo del Estado? ¿Es un problema
imaginario? ¿Es la costumbre, los límites de la rebelión y, por lo tanto,
solidez todavía de la disciplina, la docilidad y subordinación? Obviamente, no
vamos a introducir aquí una hipótesis política como la del partido de
vanguardia, cosa que se ha escuchado decir que faltaba. Pues esta no es una
respuesta después la experiencia soviética y de la revolución China, donde se
tomó efectivamente el poder pero para perderlo en manos de la burocracia. Los
soviets, los consejos, los obreros, campesinos y soldados perdieron el control
del poder y la conducción, transfiriéndolo al partido, a los burócratas, a la
nomenclatura. ¿Por qué se restaura el Estado y no mas bien las asociaciones de
productores? Este es un tema que no es fácil resolver. Hay que analizarlo a la
luz de esa relación problemática entre instituciones y prácticas, sobre todo
prácticas no institucionalizadas, prácticas desbordantes de lo institucional.
Volviendo a la relación entre el ámbito de relaciones del capital y el ámbito de relaciones del Estado podemos decir que ambos son campos de luchas, uno, el del capital, responde a la lucha de clases, principalmente entre proletariado y burguesía; el segundo ámbito responde a una lucha más compleja, donde entran identidades, movimientos, naciones, sujetos, además de clases y alianzas de clase. Se puede decir, con cierta aproximación, que el ámbito de relaciones del Estado supone la lucha por la hegemonía. ¿Cuál la relación entre ambos ámbitos? Estamos muy lejos de repetir la metáfora arquitectónica de la estructura y superestructura, de la determinación de la estructura sobre la superestructura, incluso si se la toma en última instancia; de repetir también la misma metáfora relativizada planteando la autonomía relativa del Estado.Ambos ámbitos se cruzan, se refuerzan, se mezclan, se articulan conformando composiciones complejas que se realizan en agenciamientos concretos e integrados. Lo que interesa es entender la concomitancia y complementariedad de ambos ámbitos de relaciones en el sentido de las dominaciones y en el sentido de la explotación, en el sentido de la hegemonía y de la productividad, en el caso que nos ocupa, de la relación entre Estado y capital, interesa comprender la conexión entre institución imaginaria del Estado y la valorización del valor, es decir, la acumulación de capital.(...)
Tengamos en cuenta cuál y porqué la orientación fundamental
del protagonismo popular es:
Activismo ecológico
19 de
agosto de 2018
Por Raúl Prada Alcoreza (*)
Éste es quizás el tema más importante, después de la comprensión compleja del problema, la crisis ecológica, y de la complejidad del problema mismo[1]. Pues se trata de las prácticas, de las acciones, de las actividades, sobre todo de las incidencias. ¿Cómo abordarlo? Sabiendo que ya hay una historia del activismo ambientalista y del activismo ecologista; también una discusión entre ambas y distintas perspectivas, a pesar de sus lugares de encuentro.
Más saturado aún el mapa conceptual y de recorridos activistas si incorporamos la perspectiva de la ecología compleja, que plantea un descentramiento del antropocentrismo[2]; todavía preponderante no sólo en el ambientalismo, sino también en el ecologismo.
Indispensable incorporar a las luchas y movilizaciones anticoloniales y descolonizadoras de las naciones y pueblos indígenas, en el estado de situación de las luchas sociales en defensa de la vida y la Madre Tierra, como se simboliza y se concibe en los imaginarios y narrativas indígenas[3].
Mucho más saturado si incorporamos a movimientos de interpelación política y social, que asumen en sus movilizaciones y activismos las demandas ecológicas, por así decirlo.
Por lo tanto se entiende, que estamos ante una gama variada de activismos, de colectivos, de incidencias; además del boceto de una clasificación notoria de los problemas que atienden, de las demandas concretas que plantean. Fuera de sondear sus interrelaciones, todavía suaves, reticentes a conjunciones de fuerzas.
No va a ser fácil entrar por aquí, aunque hay que hacerlo; mapas de las movilizaciones y activismos en defensa de la vida y la Madre Tierra, para resumirlo de esa manera; historias recientes de las movilizaciones, de los colectivos, y las formas de activismos; arqueologías de sus perspectivas y concepciones ambientales, ecológicas, de la Madre Tierra.
Por el momento, vamos a entrar de una manera, mas bien, simple, incluso esquemática; que nos ayude a tener un referente orientador, aunque sea provisional. Sobre todo, para evaluar los activismos y sus alcances; de ninguna manera para juzgarlos, sino para avizorar el potenciamiento de los mismos.
Si partimos de la premisa – suponiendo o forzando que todos estamos de acuerdo con ella, aunque sea parcialmente – de que de lo que se trata de conseguir es la reinserción de las sociedades humanas a los ciclos vitales y ecológicos del planeta; entonces, ya tendríamos un referente para ponderar a los activismos. La pregunta es: ¿Cuánto se ha caminado en la perspectiva de conseguir este logro? Si éste es el ponderador, ciertamente, quedamos aplazados.
Sin eludir la pregunta ni el ponderador, la otra pregunta es: ¿por qué se ha conseguido tan poco, a pesar de los esfuerzos de los colectivos y pueblos involucrados? ¿Porque los Estado-nación, los gobiernos, los organismos internacionales, que sustentan el sistema-mundo extractivista, conforman un sistema-mundo institucional y jurídico-político casi invencible? ¿Porque las fuerzas de los colectivos activistas y los pueblos afectados movilizados son débiles, en comparación? ¿Porque la mayoría de la población mundial o de las poblaciones nacionales está convencida y atrapada por la ideología moderna, con sus distintos matices, que lo que hay que conseguir y sostener es el “desarrollo”? ¿Por qué el sentido común ve a los y las activistas como lunáticas o quijotescos personajes, que quieren detener el “desarrollo”; lo que le parece, al sentido común, tarea imposible?
Sin discutir, todavía, las conjeturas implícitas en las preguntas, ni su consistencia; suponiendo que sea así, sobre todo, para tener un cuadro, por cierto provisional. Tenemos, en contraste, que los colectivos activistas y los pueblos movilizados saben que la destrucción de los ecosistemas es invaluable, es demoledora e irreparable; que la depredación y contaminación generalizadas, que la crisis ecológica, nos aproxima a una catástrofe planetaria incontrolable. ¿Qué tenemos? Por un lado, una predisposición maquínica del sistema-mundo, que avanza con todo el peso de sus maquinarias; por otro lado, un diagnóstico científico no sólo alarmante, sino catastrófico. En este caso, la descripción y la explicación científicas no convencen ni a los organismos internacionales, ni a los estados, incluso ni a las mayorías de los pueblos y sociedades. Esta afirmación vale incluso si algunos están más o menos parcialmente convencidos de algo. ¿Este estado de situación, por cierto panorámico, significa que todo está perdido, que los dados están echados? La siguiente pregunta es: ¿Qué tienen que hacer los colectivos activistas y los pueblos movilizados para revertir esta situación?
Hemos llegado a un punto donde no hay respuestas o, por lo menos, no es fácil encontrarlas; precisamente porque no hay recetas. Sin querer adelantarnos a los mapas y a las historias recientes de estos activismos y movilizaciones de los pueblos afectados, se puede decir, que gran parte de los esfuerzos se ha dedicado a la interpelación a las mallas institucionales, sean internacionales o nacionales. Como respuesta de las organizaciones internacionales y de los estados se ha conseguido muy poco. Exagerando, por razones de ilustración, se puede concluir que ha sido una pérdida de tiempo. Parece que la interpelación más importante es a los pueblos y a las sociedades del mundo; pues son los y las únicas que pueden parar la locomotora del “desarrollo”, que marcha locamente al descarrilamiento.
Resumiendo, son las sociedades y los pueblos del mundo, al final, donde recae la responsabilidad de lo que pasa; al sostener el estado de cosas y a esas organizaciones internacionales pusilánimes, esos estados que no creen en el discurso catastrófico de ambientalistas y ecologistas, menos en la interpelación indígena. Por el contrario, continúan con la reproducción constante de estas mallas institucionales y dispositivos maquínicos; en el día a día de las prácticas sociales consumistas, de los habitus incorporados, de los esquemas de conductas y comportamientos subordinados.
El activismo ecológico es distinto al activismo político, pues no está en juego el modelo político o el modelo social, mucho menos la toma del poder. Lo que está en cuestión es la vida. Se trata de un activismo crucial. Es un activismo que no puede, quizás mejor dicho, que no debe, perder – para decirlo de esta manera pedestre, inmediatamente entendible -; ahora, exagerando, con el mismo objeto de ilustración y esquematismo, pues si pierde, pierde la vida. Es el activismo que está obligado a ganar.
Siguiendo el esquema, por cierto simple y provisional; en primer lugar, los colectivos activistas y los pueblos movilizados están obligados – manteniendo el término categórico – a dedicarle todas sus fuerzas, toda su energía, todo su cuerpo, a esta tarea. Es cuestión de vida o muerte, tanto en lo que respecta a la humanidad así como al planeta; más en lo relativo a la humanidad, pues, como dijimos, la vida puede continuar sin el ser humano[4].
En segundo lugar, parece imprescindible generar relaciones, prácticas, estructuras, alternativas, a las hegemónicas y dominantes en el sistema-mundo capitalista; es decir, comenzar a construir los cimientos y las bases de las sociedades alternativas de otros mundos posibles. Ciertamente, estos cimientos y bases ya se encuentran latentes, son inherentes a las sociedades alterativas, que son el substrato de las mismas sociedades institucionalizadas[5]. Ahora, de lo que se trata es que estas inherencias se desplieguen y realicen, construyendo otros mundos posibles. Sobre todo, aquéllos que formen parte integrante de los ciclos vitales y ecológicos planetarios. Por ejemplo, relaciones de producciones mancomunadas de los pueblos, que supongan eco-producciones, incluso eco-industrializaciones. Así como también relaciones de intercambio complementarias, que podemos nombrar, siguiendo la lógica, como eco-intercambios. Lo mismo podemos decir en lo que respecta a la distribución, que contempla el transporte; se trata también de eco-distribuciones y del transporte adecuado a los ecosistemas; por lo tanto, a los contextos y espesores ecológicos. Estos mundos nacientes no descuidan la eco-cultura; por lo tanto, la eco-formación integral de la ciudadanía ecológica.
Estas relaciones, estructuras, prácticas, alternativas, emergen tanto al interior del sistema-mundo, así como en los desbordes, de los flujos de fuga, que no controla, las sociedades alterativas. Es menester que otros tejidos sociales prosperen y abarquen planetariamente; además de atravesar a las mallas institucionales del sistema-mundo. Los mundos posibles no pueden restringirse solamente a la enunciación discursiva, a la utopía, pues se terminarían pareciendo a la promesa socialista; que fue postulada ideológicamente, incluso como programa; empero, terminó entrabada en transiciones largas y complicadas, que, en la práctica, terminaron absorbidas por el sistema-mundo capitalista.
En relación a lo dicho, por ejemplo, una de las tareas prácticas es impulsar las huertas en todos los hogares, en todas las viviendas, incluso colectividades; buscando no solamente la buena alimentación, la buena nutrición y la buena salud, sino salir de la dependencia del mercado de alimentos trasnacional; que deja mucho que desear, tanto desde el punto de vista de salud, de nutrición, como desde la perspectiva ecológica. En caso de las ciudades y metrópolis, quizás sea conveniente promover asociaciones que puedan efectuar la tarea de huertas colectivas.
Como el ejemplo de la anterior tarea práctica, se pueden encontrar muchas tareas prácticas, que coadyuven a la independencia de los y las ciudadanas de los mercados capitalistas, que producen necesidades artificialmente. Estas tareas prácticas no excluyen el activismo ecológico-político; mas bien, lo fortalecen, le otorgan un alcance mayor.
En tercer lugar, parece indispensable promover reuniones entre pueblos y sociedades del mundo para discutir sobre diseños de la gobernanza mundial de los pueblos. Reuniones, foros, redes, encuentros, que deliberen sobre las posibilidades, las viabilidades, las alternativas, de las formas de gobernanza mundial de los pueblos. Estas asambleas de pueblos pueden convertirse en la base de formación de consensos a escala mundial.
En cuarto lugar, no se puede descuidar, a pesar de nuestras críticas y observaciones, la interpelación a las mallas institucionales del sistema-mundo. Sobre todo, teniendo en cuenta los conflictos y problemas generados por este sistema-mundo. Al respecto, frente a una recurrente violencia para resolver los conflictos en el sistema-mundo, es menester, oponer a esta violencia sistemática de los Estado-nación, el dialogo, la deliberación y la integración entre los pueblos. En este sentido, denunciar las maniobras beligerantes de las potencias, sus estrategias de guerra, sus geopolíticas, incluso sus conspiraciones e intervenciones secretas, aunque no les demos la importancia exagerada que les otorgan las teorías de la conspiración.
En quinto lugar, promover las investigaciones que ayuden a mejorar, ampliar, nuestra comprensión, entendimiento y conocimiento de la complejidad integral y dinámica planetaria. En sexto lugar, promover también investigaciones que ayuden a reinsertar a las sociedades humanas a los ciclos vitales y ecológicos; entre ellas, las que ayuden a lograr la comunicación con los otros seres orgánicos del planeta.
En séptimo lugar, retomar el activismo de las movilizaciones, que han sido de impacto, contando con lo que se tiene y recurriendo al alcance de las convocatorias, hechas con grandes esfuerzos; empero, ahora, buscando no solamente mayor incidencia, sino movilizaciones a escala mundial.
Digamos, que esta ayuda memoria o notas improvisadas, para el activismo ecológico, en la coyuntura álgida de la crisis ecológica, ya señala otra etapa del activismo; esta vez, a escala mundial; articulando fuerzas, coordinando movilizaciones y tareas, integrando colectivos activistas y pueblos afectados; además buscando involucrar a todos los pueblos del mundo. Se trata, sobre todo, de integrar fuerzas, no de dividirlas; los debates, las discusiones, la concurrencia de perspectivas, no pueden dejar de darse; empero, deben ser desplegadas como parte de las deliberaciones, para encontrar concesos y mancomunar fuerzas.
[1] Ver Episteme compleja. https://voluntaddepotencia.wordpress.com/episteme-compleja/.
[2] Ver Ecología
compleja. https://issuu.com/raulpradaalcoreza/docs/ecolog__a_compleja_2.
[3] Ver Decolonialidad.
También La guerra de la madre tierra.
Así como La subversión indígena.
[4] Ver Más
acá y más allá de la mirada humana. https://voluntaddepotencia.wordpress.com/mas-aca-y-mas-alla-de-la-mirada-humana/.
[5] Ver Imaginación
e imaginario radicales. https://voluntaddepotencia.wordpress.com/imaginacion-e-imaginario-radicales-en-devenir-y-dinamicas-moleculares/.
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