miércoles, 13 de abril de 2016

A 40 años, el Nunca Más al poder real exige analizar qué mundo impone.


   Es adquisición de lógica situacional por la unión entre 

las diversas luchas sociales-continentales 

que la expande abajo, 

así su programa en común se recrea según lugar y circunstancias.
Es crucial ,abajo y a la izquierda, multiplicar espacios de deliberación popular sobre:

Los límites del planeta y la crisis civilizatoria.
Ambitos y sujetos de las resistencias
Por Edgardo Lander
Existe un amplio consenso en torno al hecho de que estamos viviendo una crisis global. Pero, ¿de qué crisis estamos hablando? Evidentemente no nos encontramos ante una crisis sólo financiera, ni ante una más de las crisis cíclicas que han caracterizado históricamente a la economía capitalista. Como afirma Armando Bartra, se trata de una crisis sistémica, no coyuntural, cuya novedad “radica en la pluralidad de dimensiones que la conforman; emergencias globales mayores que devienen críticas precisamente por su origen común y convergencia”. Una crisis que es simultáneamente medioambiental, energética, alimentaria, migratoria, bélica, y económica. No se trataría así, de un nuevo ciclo recesivo del capitalismo, sino de un “quiebre histórico”. En este quiebre histórico el asunto fundamental que está en juego no es si el capitalismo podrá o no recuperarse (lo más probable es que lo hará en alguna medida), sino la interrogante mucho más crucial de si la vida humana en el planeta podrá sobrevivir al capitalismo y su modelo de crecimiento/destrucción sin fin. Se trata de una profunda crisis civilizatoria. El patrón del desarrollo y el progreso ha encontrado su límite. A pesar de que una elevada proporción de la población no tiene acceso a las condiciones básicas de la vida, la humanidad ya ha sobrepasado los límites de la capacidad de carga de la Tierra. Sin un freno a corto plazo de este patrón de crecimiento desbordado y una reorientación hacia el decrecimiento, la armonía con el resto de la vida y una radical redistribución del acceso a los bienes comunes del planeta, no está garantizada la continuidad de la vida humana a mediano plazo. (…)
I. Los límites del planeta y el cambio climático
El debate sobre el cambio climático, sobre si está o no aumentado la temperatura de la atmósfera terrestre, así como las controversias sobre el origen antropogénico de estas transformaciones ha, en lo fundamental, concluido. Hay un amplio consenso científico global sobre el hecho de que la temperatura de la atmósfera se está elevando peligrosamente y que esto es consecuencia principalmente de la actividad humana. Sólo algunas empresas y think tanks, defensores fundamentalistas del libre mercado -especialmente en los Estados Unidos argumentan o que no hay tal cosa como cambio climático, o que éste es producto de procesos naturales que nada tienen que ver con la actividad humana. Se continúan gastando millones de dólares en reuniones de expertos, conferencias, campañas publicitarias y cabildeo destinados a impedir políticas de regulación ambiental, por el daño que éstas harían a la economía. Ante la evidencia creciente de la existencia de alteraciones profundas en los patrones climáticos globales, el Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) y la Organización Meteorológica Mundial (OMM) crearon, en el año 1988, el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el Cambio Climático (IPCC). Su mandato era el de analizar toda la información científica disponible sobre el cambio climático, las principales polémicas en torno a sus causas (naturales o antropogénicas), el análisis de sus impactos ambientales y socioeconómicos y la formulación de propuestas.
Desde su creación el IPCC ha producido cuatro informes globales sobre el cambio climático (1990, 1995, 2001, y 2007). En estas dos décadas, estos informes se han convertido en la referencia obligatoria de toda discusión sobre el cambio climático global. Estos sucesivos diagnósticos presentan caracterizaciones cada vez más alarmantes y con crecientes niveles de confianza respecto a la severidad de los cambios climáticos ocurridos y las tendencias a que estos se intensifiquen. A pesar de que estos informes tienen un fuerte sesgo conservador por la necesidad de pasar por sucesivos filtros| hasta llegar a un amplio consenso por parte de los representantes gubernamentales, el panorama que presentan es extraordinariamente alarmante. En 2005, las concentraciones de CO2 y CH4 en la atmósfera excedieron considerablemente del intervalo de valores naturales de los últimos 650.000 años. El aumento mundial de las concentraciones de CO2 se debe principalmente al uso de combustibles de origen fósil, con una aportación menor, aunque perceptible, de los cambios de uso de la tierra. Es muy probable que el aumento observado de la concentración de CH4 se deba predominantemente a la agricultura y al uso de combustibles fosílicos. El aumento de la concentración de N2O se debe principalmente a las actividades agrícolas. La concentración de CO2 en la atmósfera mundial aumentó, pasando de un valor preindustrial de aproximadamente 280 ppm a 379 ppm en 2005. En los diez últimos años, la tasa de crecimiento anual de las concentraciones de CO2 (promedio del período 1995-2005: 1,9 ppm anuales) ha sido mayor que desde el comienzo de las mediciones directas continuas de la atmósfera (promedio de 1960- 2005: 1,4 ppm anuales), aunque sujeta a variabilidad interanual. A pesar del reconocimiento creciente de su impacto climático durante las últimas décadas no sólo no se ha frenado la producción de gases con efecto invernadero sino que ésta se ha acelerado. El dióxido de carbono (CO2) es el GEI antropógeno más importante. Sus emisiones anuales aumentaron en torno a un 80% entre 1970 y 2004. Como consecuencia de esta creciente concentración de gases de efecto invernadero (GEI), la temperatura de la atmósfera terrestre ha venido elevándose en forma sostenida. “De los doce últimos años (1995-2006), once figuran entre los doce más cálidos en los registros instrumentales de la temperatura de la superficie mundial (desde 1850)”.
Se han constatado severos impactos de esta alteración de temperatura en prácticamente todas las regiones y principales ecosistemas del planeta: elevación del nivel de los mares, aumento de los eventos climáticos catastróficos, alteración de los regímenes de lluvia (ciclos más severos de aguaceros torrenciales y sequías), avance de la desertificación, pérdida de humedales costeros, derretimiento de los glaciares que constituyen la fuente de agua de centenares de millones de personas, deshielo de los casquetes polares, debilitamiento de ecosistemas, reducción de la biodiversidad.
Estas profundas y peligrosas transformaciones en el clima terrestre son producto fundamentalmente de la actividad productiva y los patrones de consumo que se han dado en los países del Norte desde el inicio de la Revolución Industrial. Sus impactos no sólo son globales sino de incidencia extraordinariamente desigual. Las poblaciones del Sur, con menos responsabilidad histórica sobre estos procesos y una menor capacidad de responder a sus consecuencias, confrontan los impactos ambientales más severos.
De acuerdo al último informe del IPCC, en Africa, hasta el año “2020, entre 75 y 250 millones de personas estarían expuestas a un mayor estrés hídrico por efecto del cambio climático... la productividad de los cultivos pluviales podría reducirse en algunos países hasta en un 50%. La producción agrícola y el acceso a los alimentos en numerosos países africanos quedarían en una situación gravemente comprometida. Ello afectaría aun más negativamente a la seguridad alimentaria y exacerbaría la malnutrición.”
En Asia, “hacia el decenio de 2050, la disponibilidad de agua dulce en el centro, sur, este y suroeste de Asia disminuiría, particularmente en las grandes cuencas fluviales... Las áreas costeras, y especialmente las regiones de los grandes deltas superpoblados del sur, este y sudeste de Asia serían las más amenazadas, debido al incremento de las inundaciones marinas y, en algunos grandes deltas, de las crecidas fluviales.”10 En América Latina, “hasta mediados del siglo, los aumentos de temperatura y las correspondientes disminuciones de la humedad del suelo originarían una sustitución gradual de los bosques tropicales por las sabanas en el este de la Amazonia. (...) La vegetación semiárida iría siendo sustituida por vegetación de tierras áridas. (...) Podrían experimentarse pérdidas de diversidad biológica importantes con la extinción de especies en muchas áreas de la América Latina tropical. (...) La productividad de algunos cultivos importantes disminuiría, y con ella la productividad pecuaria, con consecuencias adversas para la seguridad alimentaria. En conjunto, aumentaría el número de personas amenazadas por el hambre. (...)... los cambios en las pautas de precipitación y la desaparición de los glaciares afectarían notablemente a la disponibilidad de agua para consumo humano, agrícola e hidroeléctrico.”
A pesar de las alarmas mediáticas y de la proliferación de conferencias y acuerdos internacionales como el Protocolo de Kyoto, las “conclusiones sólidas” a las cuales llega el IPCC dan pocos motivos de optimismo.
De subsistir las políticas actuales de mitigación del cambio climático y las correspondientes prácticas de desarrollo sostenible, las emisiones de GEI mundiales seguirán aumentando durante los próximos decenios. Durante los próximos dos decenios las proyecciones indican un calentamiento de aproximadamente 0,2°C por decenio para toda una franja de escenarios de emisiones. El mantenimiento de las emisiones de GEI en tasas actuales o superiores ocasionaría un mayor calentamiento e induciría numerosos cambios en el sistema climático mundial durante el siglo XXI, que muy probablemente serían mayores que los observados durante el siglo XX.
Estas tendencias pueden en realidad ser más severas que las contempladas hasta ahora en estos informes. Cada uno de los informes del IPCC ha quedado superado por los hechos en poco tiempo. Las alteraciones producidas por el incremento de temperatura pueden a su vez crear nuevos efectos de retroalimentación capaces de acelerar las alteraciones climáticas. Algunos de estos efectos de retroalimentación han sido identificados. El derretimiento de los casquetes polares, por ejemplo, deja al descubierto las aguas que son más oscuras que la nieve o el hielo, con lo cual se refleja menos energía solar, ocurre más absorción de calor, y con ello un incremento adicional de la velocidad del calentamiento. El deshielo de miles de kilómetros cuadrados de tundras permite la liberación de enormes cantidades de metano, un gas con efecto invernadero mucho más potente que el CO2. Los cambios climáticos no ocurren en forma uniforme o lineal. Son posibles puntos difícilmente predecibles de inflexión a partir de los cuales se pase de alteraciones graduales a alteraciones de carácter catastrófico.
Con cualquiera de los cálculos [entre los rangos contemplados por el IPCC] que se utilice, es probable que al final del siglo la Tierra estará más caliente que en ningún otro momento en los últimos dos millones de años.
 La huella ecológica
Otra forma de aproximarse al diagnóstico de las transformaciones en las condiciones que hacen posible la vida en el planeta es mediante lo que se ha denominado la huella ecológica, índice mediante el cual se busca cuantificar el impacto humano sobre la biocapacidad del planeta. Esta mirada tiene varias ventajas. Permite analizar un espectro más amplio de asuntos más allá de las alteraciones de temperatura, a la vez que hace posible abordar en una forma más directa las relaciones entre los patrones de producción y consumo humano, y sus localizaciones en las alteraciones ambientales. Facilita igualmente la indagación de las relaciones de los seres humanos con el resto de la naturaleza como relaciones sociales, como relaciones de poder que están en la raíz de las profundas desigualdades existentes en el acceso a los bienes comunes de la vida, así como las responsabilidades radicalmente desiguales en su destrucción. Cuando la mirada está dirigida exclusivamente al tema (obviamente muy, muy medular) del cambio climático, se tiende a hacer abstracción del hecho de que la elevación de la temperatura media en la atmósfera, sin bien es la amenaza más severa y más inmediata que confronta la vida en el planeta, no constituye un asunto aislado. Es parte de un patrón integral de la relación de los humanos con la naturaleza y de los humanos entre sí. Acotando las amenazas exclusivamente al terreo del cambio climático, se pretende restringir el problema a una cuestión técnica. ¿Con qué tecnologías podemos disminuir la emanación de gases de efecto invernadero? ¿Qué precio le tendríamos que poner a estas emanaciones y qué tipo de regulaciones públicas serían necesarias para lograr que los mercados respondan a la necesidad de reducirlas? Con esta lógica se buscan respuestas que son extraordinariamente limitadas e insuficientes ante la severidad de los problemas que enfrentamos.
Por esa vía se busca obviar la necesidad de colocar en primer plano los dos asuntos medulares sin los cuales no es posible alteración alguna de las tendencias depredadoras hegemónicas:
  1. La necesidad de profundas transformaciones civilizatorias. Esto exige cambios en los patrones productivos, subjetividades, expectativas, y muy fundamentalmente concepciones de lo que es la riqueza y la buena vida.
  2. La exigencia a corto plazo de una radical redistribución del acceso a los bienes comunes del planeta. Cuando se apuesta a la posibilidad de respuestas tecnológicas (technological fix) o a las soluciones de mercado, en realidad lo que se está afirmando es que no se está dispuesto a cuestionar ni el patrón productivo/civilizatorio, ni las profundas desigualdades en la distribución del acceso a los bienes comunes del planeta.
A pesar de desacuerdos sobre diversos aspectos de los supuestos y metodologías de medición empleados, el concepto de huella ecológica se ha convertido en un instrumento muy fructífero para aproximarse a la medición y evaluación (diferencial) de los impactos humanos sobre la biocapacidad del planeta. Las sucesivas publicaciones de El Informe Planeta Vivo se han convertido en una fuente confiable y extraordinariamente útil para hacer un seguimiento de las presiones humanas sobre el planeta La conclusión de carácter más general a la que han llegado estos estudios es que se está sobre utilizando la capacidad de carga del planeta. De acuerdo a estos cálculos desde mediados de los años 1980, la humanidad está utilizando la biocapacidad del planeta más allá de lo que éste puede regenerar cada año. Esto quiere decir que este patrón civilizatorio hegemónico no es sostenible en el tiempo, y que como cada año se destruye más de lo que el planeta es capaz de reponer, cada año es menor la biocapacidad total del planeta. Sin embargo, nuestras demandas siguen en aumento, resultado del implacable crecimiento no sólo de la población humana sino también del consumo individual.
Nuestra huella global ahora excede en casi un 30% la capacidad del Planeta de regenerarse. Si nuestras demandas al Planeta continúan a este ritmo, a mediados de la década de 2030 necesitaremos el equivalente a dos planetas para mantener nuestro estilo de vida. La escala en la cual opera esta presión de la vida humana sobre la biocapacidad del planeta depende básicamente de tres dimensiones diferenciables: la magnitud de la población, los patrones de utilización de la biocapacidad que tiene dicha población, y la distribución entre las diferentes poblaciones del planeta al acceso a los bienes comunes que hacen posible la vida. Las respuestas a la crisis civilizatoria global que confrontamos como consecuencia de haber encontrado y sobrepasado los límites del planeta, tienen que considerar estos tres aspectos. El crecimiento sostenido de la población humana es un fenómeno histórico muy reciente. (...)
El acelerado crecimiento de la población del último medio siglo ha estado acompañado del extraordinario incremento de la presión per cápita sobre la capacidad de carga del planeta. Esto se ha producido como consecuencia de la expansión de los patrones de consumo, sobre todo por parte de las poblaciones del Norte. En el brevísimo tiempo transcurrido entre el año 1961 (primer año para el cual existe información suficientemente completa como para ser comparable), y el año 2005, la humanidad pasó de utilizar el 53% de la biocapacidad del planeta a un nivel de 131%. En este acelerado aumento de la presión sobre la biocapacidad del planeta fue determinante el peso del incremento de la huella ecológica per cápita. Durante ese lapso, la población total del planeta se multiplicó por un factor de un poco más de tres.
Sin embargo, lo que constituye la amenaza más severa a la biosfera, la huella de carbón, aumentó más de diez veces en ese mismo lapso. Esto quiere decir que la huella de carbón per cápita (a pesar de las enormes desigualdades en su distribución) se multiplicó por un factor de más de tres en ese período. El tercer aspecto que tiene que ser considerado para el estudio de las presiones que ejerce la humanidad sobre el planeta es el tema de la igualdad. Son tan extremas las desigualdades en la utilización de la biocapacidad del planeta entre las poblaciones de diversas regiones geográficas y de diferentes niveles de consumo, que en realidad los promedios globales son de muy poca utilidad. Como se afirmó anteriormente, a pesar de que se está destruyendo en forma sistemática la biocapacidad del planeta más allá de sus posibilidades de recuperación, una significativa proporción de la humanidad carece de acceso a las condiciones mínimas de la vida como el agua, la alimentación, o la vivienda.
Planeta viviente presenta información en la cual los países son clasificados en tres niveles de ingreso: altos, medios y bajos. En el año 1961 los países de ingresos altos, en promedio, tenían una huella ecológica per cápita que correspondía a 68% de la biocapacidad disponible en sus territorios. Las cifras correspondientes para los países de ingreso medio y de ingreso bajo para ese mismo años era 44% y 54% respectivamente. Esas relaciones se alteraron profundamente en las décadas siguientes. Para el año 2005, en términos per cápita, los países de ingreso alto tenían una huella ecológica que correspondía a 173% de la biocapacidad disponible en sus territorios, los países de ingresos medios un 100% y los países de ingresos bajos, un 111%. Mientras que en el año 1961 la relación entre la huella ecológica per cápita de los países de ingresos altos con relación a los de ingresos bajos era de 2,77 a 1, en el año 2005, esa relación se había elevado a 6,4 a 1.24 Estas cifras sólo son posibles como consecuencia de dos hechos.
En primer lugar, como ya se ha afirmado, se está utilizando la biocapacidad del planeta más aceleradamente que su capacidad de reposición. Pero, adicionalmente, los patrones de consumo (tal como se expresan en la huella ecológica per cápita) de los países con altos ingresos, sólo son posibles mediante la apropiación/expropiación profundamente desigual de la biocapacidad del planeta. El acelerado crecimiento del comercio internacional de las últimas décadas ha hecho que una proporción creciente de la utilización de la biocapacidad del planeta que se expresa como huella ecológica ocurra en lugares diferentes a los territorios o países en los cuales se da el consumo correspondiente. Un seguimiento de la Huella Ecológica del flujo del comercio internacional revela tanto la magnitud de la demanda sobre la biocapacidad extranjera como la ubicación de los recursos ecológicos de los cuales dependen los productos y servicios. Sirve para conectar el consumo local con amenazas a la biodiversidad en lugares distantes. En 1961, el primer año para el que se obtuvieron series completas de datos, la huella de todos los bienes y servicios comercializados entre los países era igual a 8% de la Huella Ecológica total de la humanidad. Para el año 2005 había subido a más de 40%.
El grado en que los países satisfacen su demanda de recursos a través de las importaciones varía de acuerdo con su nivel de riqueza. En 2005, la huella de las importaciones de los países de ingresos altos fue igual al 61% de su huella total de consumo, bien por encima de 12% en 1961. La huella de las importaciones en los países de ingresos medianos representó 30% de su huella total en 2005, comparada con 4% en 1961. La huella de las importaciones en los países de ingresos bajos fue equivalente a 13% de su huella de consumo en 2005, habiendo sido sólo 2% en 1961. La creciente demanda sobre la biosfera de los países de ingresos altos ha sido generada principalmente por un aumento en la huella por persona, la cual creció 76% entre 1961 y 2005. La mayor parte de este aumento se debió a un crecimiento de nueve veces en el componente de carbono. Aunque el crecimiento de la población en los países de ingresos altos ha sido más lento que el de las otras categorías, este crecimiento rápido de la huella por persona sitúa a los países de ingresos altos con una participación de 36% de la huella total de la humanidad en 2005, a pesar de tener sólo 15% de la población mundial. Esto es 2,6 veces mayor que la huella total de los países de ingresos bajos.
Una vez que globalmente se está sobreexplotando la biocapacidad del planeta, estas profundas y creciente desigualdades en el acceso a los bienes comunes del planeta expresan una situación suma-cero en la cual los crecientes niveles de consumo en los países de altos ingresos (así como los sectores de ingresos más elevados en el resto del mundo), necesariamente implican que los países de bajos ingresos (y en general las poblaciones de menores ingresos y de menor poder político), tendrán menos acceso a esos bienes comunes. Mientras mayor sea la abundancia de unos, necesariamente, mayores serán las carencias de los otros. La abundancia de los países centrales depende crecientemente de la apropiación desigual de la capacidad de carga de la atmósfera, de la exportación de su huella ecológica y de la utilización de la biocapacidad de los territorios donde viven otros. Estas condiciones definen un modelo global de acumulación de capital por desposesión. Como veremos más adelante, son los conflictos en torno a estos procesos de desposesión los que definen las luchas políticas, sociales y culturales nodales de nuestros tiempos.
La preservación e incremento de los patrones de consumo de los países más ricos (y de los centenares de millones de personas de las clases medias en acelerada expansión en países como China e India) crecientemente requiere del acceso a los bienes comunes que se encuentran en territorios de pueblos campesinos e indígenas hasta en las regiones más “remotas” del planeta. Detener las tendencias a la expropiación/devastación de los territorios y bienes comunes de los pueblos originarios y campesinos del Sur pasa necesariamente por un retroceso en las dinámicas de globalización y una drástica reducción de los volúmenes del comercio internacional. No estamos simplemente en presencia de un nuevo patrón de división internacional del trabajo, sino de un nuevo patrón de apropiación desigual de las condiciones que hacen posible la vida.
La atmósfera (su capacidad de captación de carbono) es reconocida como un bien común escaso precisamente en la medida en que esta capacidad está siendo sobre utilizada en formas extraordinariamente desiguales. Entre 1959 y 1986, los Estados Unidos, con menos de 5 por ciento de la población mundial, fue responsable de 30 por ciento de la emisión los gases de efecto invernadero acumulado. La India con 17% de la población mundial, fue responsable de 2 por ciento. En el año 2000 los Estados Unidos estaba emitiendo 20,6 toneladas de dióxido de carbono por persona, Suecia 6,1, Uruguay 1,6 y Mozambique 0,1.
II. Los límites del patrón corporativo de producción de alimentos La crisis global de la producción de alimentos está estrechamente asociada a la crisis ambiental planetaria.
Las transformaciones climáticas están alterando significativamente las condiciones (y posibilidades) de producción de alimentos en muchas regiones del mundo. A su vez, los patrones corporativos de producción de alimentos se han convertido en uno de los factores de mayor incidencia en la sobre utilización y devastación de la biocapacidad del planeta y hacen una importante contribución a la generación de gases de efecto invernadero. De esta manera, la crisis ambiental y la crisis alimentaria se retroalimentan. El control empresarial de la producción de alimentos ha avanzado en las últimas décadas fundamentalmente en la producción de cereales, de carnes y huevos y alimentos de origen marino. El análisis de los modelos de producción de alimentos que se ha venido imponiendo en estos tres renglones ilustra con claridad que, sin una pronta reversión de estas tendencias, nos aproximamos a una crisis alimentaria global aún mucho más severa que la que se confronta en la actualidad. La producción de alimentos por parte de campesinos y pueblos originarios en todo el planeta representó, durante la mayor parte de la historia del capitalismo, un límite u obstáculo a su lógica global de mercantilización y de incorporación de cada vez más territorios, “recursos”, trabajadores y consumidores.
Después de siglos de capitalismo, todavía hoy, una elevada proporción de los alimentos que consume la humanidad la producen campesinos y pueblos aborígenes. Desempeñando la mujer en esta actividad un papel central. La pequeña escala; diversidad y variedad de sus productos; la extraordinaria multiplicidad de sus prácticas agrícolas; la inmensa diversidad genética de las semillas utilizadas; la conservación e intercambio de semillas; la extrema heterogeneidad de los ecosistemas; y la prioridad que tienen el autoconsumo y los mercados locales y regionales, son algunas de las características de estos patrones de producción de alimentos que han dificultado el control corporativo y la centralización. En consecuencia: “Se estima que un 85% de los alimentos mundiales sigue produciéndose relativamente cerca de donde se consumen.”
Los transgénicos y el control corporativo de las cadenas alimentarias (…)
III. Los gobiernos de izquierda y/o “progresistas” de América Latina ante los retos planteados por la crisis civilizatoria

A partir del reconocimiento de la profunda crisis civilizatoria actual y de los límites del planeta, cualquier proyecto de transformación social democrática, profunda y viable tiene necesariamente que plantearse con radicalidad alternativas a la lógica depredadora de esta sociedad del progreso y de sometimiento/explotación de la llamada “naturaleza”. Esto exige, en primer lugar, una opción anticapitalista, en la medida en que la lógica de la acumulación del capital implica una dinámica de permanente expansión, de incorporación de cada vez más territorios, recursos, energías, mercados y fuerza de trabajo, un patrón de crecimiento sin fin que ha dejado de ser compatible con la vida humana en el planeta.
El capitalismo o crece, o entra en crisis. No es concebible un capitalismo con crecimiento cero, menos aún un capitalismo de decrecimiento. Pero el anti capitalismo ya no es suficiente. Si bien el capitalismo ha sido la expresión más plena de la sociedad de crecimiento sin fin y guerra contra las condiciones que hacen posible la vida, no agota este modelo civilizatorio. Como lo demostró la experiencia soviética el siglo pasado, una sociedad sin propiedad privada puede ser tan desarrollista, productivista y depredadora como el capitalismo. En este nuevo tiempo histórico, ni los retos que confrontamos son los mismos del siglo pasado, ni las herramientas teórico-conceptuales pueden ser las mismas. El reconocimiento de los límites del planeta nos impone nuevas exigencias epistemológicas: no podemos pensar a la “sociedad” como algo separado de la “naturaleza”, ni aceptar las pretensiones de la economía de hacer caso omiso de las dimensiones necesaria e inevitablemente materiales de la producción. Como afirma Enrique Leff, se trata en primer lugar de una crisis de conocimiento, de un patrón de conocimiento “a través de los cuales la humanidad ha construido el mundo y lo ha destruido por su pretensión de universalidad, generalidad y totalidad; por su objetivación y cosificación del mundo.” Igualmente, las confrontaciones entre modelos de sociedades alternativas en pugna no pueden ser pensadas -como lo hizo el imaginario lineal eurocentrado europeo del siglo XIX- en un eje maestro de izquierda a derecha capaz de aglutinar en su torno a la mayor parte de los asuntos más significativos de la vida social. Son posibles, por ejemplo, proyectos políticos nacionales radicalmente antiimperialistas que sean a la vez socialmente conservadores, poco democráticos y profundamente patriarcales, como lo demuestra el caso de Irán. Son posibles procesos político/sociales que, desde el punto de vista económico y geopolítico contribuyan a socavar al orden global unipolar, y que sean simultáneamente expresión de la expansión de las relaciones de producción/explotación/depredación capitalistas en sus formas más crudas, como ocurre en la actualidad en China. Son igualmente posibles procesos de democratización de la sociedad, con mayor equidad y la ampliación de la organización y participación popular, sin cuestionar los patrones civilizatorios hegemónicos ni las relaciones dicotómicas sociedad/naturaleza.
En los actuales procesos de cambio en América Latina se articulan en forma compleja luchas y confrontaciones a propósito de muy diversos asuntos: democracia; equidad; participación; antiimperialismo y autonomía nacional y/o regional; integración; conflictos entre modelos societales monoculturales y alternativas pluriculturales y plurinacionales; tensiones entre estatismo y autonomía de las organizaciones de base; entre desarrollismo (sea a nombre del capitalismo o del socialismo del siglo XXI) y comunidades y pueblos originarios y campesinos que pugnan por otros modos de vida, etc., etc. Entre estas diferentes dimensiones o planos en torno a los cuales se dan estos conflictos existen relaciones tanto de complementariedad como de tensión. Algunos aspectos de estos procesos de cambio serán abordados a continuación a la luz de las caracterizaciones formuladas sobre la crisis civilizatoria y límites del planeta.
¿Hasta qué punto los gobiernos denominados de izquierda o “progresistas” en América Latina, aun los más radicales, están dando pasos en la dirección de la construcción de alternativas efectivas a ese modelo civilizatorio y sus relaciones entre la actividad humana y el resto de la llamada “naturaleza”? El modelo de inserción de América Latina en el mercado mundial, desde la colonia, se ha caracterizado por una división del trabajo en que a estos países les ha correspondido suministrar productos primarios, esto es, un patrón productivo basado en la explotación de los denominados “recursos naturales”. En términos globales son pocas las alteraciones de este modelo productivo que se ha dado como resultado de los cambios políticos de la última década. De acuerdo con las cifras de la CEPAL, es posible constatar que no ha habido mayor diferencia entre los gobiernos de derecha y los de izquierda o “progresistas” en este respecto. En la mayoría de los países suramericanos, en los últimos años, el peso del valor de las exportaciones primarias en el total de sus exportaciones o permaneció más o menos igual o se incrementó, en algunos casos, en forma significativa.
Lo que está en juego aquí no se refiere sólo a los debates de décadas anteriores sobre el deterioro de los términos de intercambio cuando se exportan bienes primarios e importan productos industriales, o la conveniencia de la sustitución de importaciones. Se trata del papel de América Latina en el patrón global de la acumulación por desposesión. La mercantilización avanzó extraordinariamente durante las décadas de la globalización neoliberal. Los obstáculos políticos, culturales, económicos, tecnológicos y jurídicos que enfrentó el capital fueron apartados en forma sistemática durante estos años. Se consolidó y profundizó la participación del continente en este modelo de acumulación. Nuevas innovaciones tecnológicas han hecho rentable la explotación de fuentes de minerales e hidrocarburos en regiones y/o a profundidades que hasta hace pocos años no lo eran. Como se señaló anteriormente, innovaciones en el campo de la biología e ingeniería genética han permitido conocer y manipular los códigos de la vida. Los nuevos regímenes de patentes y de propiedad intelectual han permitido la propiedad privada de ésta. Son estas las nuevas fronteras del capital. Se trata de procesos globales que hoy tienen sus escenarios principalmente en territorios del Sur. Tal como ocurrió durante la Revolución Industrial en el Reino Unido, se trata de procesos de apropiación/expropiación y privatización de los bienes comunes de la vida en el planeta: aguas, bosques, minerales, tierras, conocimientos.
Esta lógica depredadora de la acumulación por desposesión está destruyendo las condiciones que hacen posible la vida y devastando los territorios en los cuales viven pueblos y comunidades originarios y campesinos en todo el mundo, muy especialmente en América Latina. Con este patrón productivo lo que está en juego no es sólo la opción “económica” entre un modelo primario exportador y el desarrollo industrial, sino lo que podría propiamente ser caracterizado como el asalto final del capital a los bienes comunes que hacen posible la vida. Los profundos cambios en la división internacional del trabajo que se han dado con el desplazamiento de la actividad industrial y de los centros más dinámicos de la acumulación capitalista hacia Asia, especialmente China y la India, ocurridos en las últimas décadas, no han alterado los patrones de inserción de América Latina en el mercado mundial.
Como consecuencia de los extraordinarios ritmos de crecimiento de las economías asiáticas, ha aumentado tanto la demanda como los precios de la mayor parte de los productos primarios que exporta América Latina, y se ha producido una mayor diversificación en los destinos de las exportaciones, más no de los productos exportados. Los principales países suramericanos, gracias a la reversión de las tendencias históricas al deterioro de los términos de intercambio de estos años, pagaron buena parte de sus deudas con los organismos financieros internacionales, acumularon reservas y con ello mayores niveles de autonomía para definir sus políticas económicas. En estas condiciones, se abría la posibilidad de reorientaciones en los patrones productivos tendientes a revertir la especialización primario-exportadora (o primario/depredadora). El amplio rechazo social al neoliberalismo que ha acompañado al desplazamiento “progresista” en la mayor parte de los países de América del Sur parecía crear condiciones propicias para darle prioridad a otros patrones productivos. Esto no ha ocurrido.
Con miradas a muy corto plazo, y como resultado del creciente peso político y económico de los sectores empresariales (nacionales e internacionales) activos en estas ramas de actividad, en la mayor parte de los países estos excedentes han sido re-invertidos en estos sectores primario exportadores. Los gobiernos que han buscado reorientaciones en este modelo han confrontado la firme resistencia de la oposición de derecha y de los empresarios. La composición del comercio latinoamericano, con su socio comercial de crecimiento más dinámico, China, ilustran como la diversificación geográfica del destino de las exportaciones no tiene porque conducirse a la diversificación productiva. Ha ocurrido exactamente lo contrario. El intercambio comercial de América Latina con China tiene una dependencia aún mayor en los productos primarios que en el comercio con los Estados Unidos y Europa: Las exportaciones de América Latina hacia China se basan casi exclusivamente en la extracción y uso intensivo de recursos naturales. Estos se exportan con escaso o nulo procesamiento, como es el caso de la soya, la harina de pescado, las uvas, el azúcar y el cobre.
Esta tendencia implica una fuerte presión sobre los ecosistemas, un vaciamiento de los recursos naturales del territorio latinoamericano (suelos agrícolas, biodiversidad, recursos hídricos, recursos pesqueros, y recursos energéticos); un detrimento de la soberanía de las comunidades locales sobre sus recursos naturales y sus territorios, y los servicios que estos proveen (comida, agua, etc.). Esto es particularmente irreversible en el caso de la minería. Las crecientes inversiones directas chinas en América Latina están igualmente dirigidas hacia bienes primarios, especialmente en la minería y energía, buscando asegurar mediante la propiedad un suministro seguro de estos “recursos”. Más allá de las cifras globales en la mayoría de estos países con gobiernos “progresistas” o de izquierda, es posible identificar políticas que no sólo no ponen en cuestión este modelo depredador, sino que por el contrario lo fomentan y consolidan. La minería, especialmente la minería a cielo abierto, es una de las actividades económicas que ha generado mayores conflictos con los pueblos y comunidades afectadas en la medida en que produce severos e irreversibles impactos ambientales que destruyen sus territorios, deforestación y la contaminación de suelos y aguas. Es una de las actividades de más acelerado crecimiento en el continente, y más atractivas para la inversión internacional.(…)

IV. Los sujetos y los ámbitos de las resistencias

La crisis y/o agotamiento del modelo civilizatorio basado en la guerra contra la “naturaleza” y el crecimiento sin fin, ha redefinido en términos fundamentales el carácter de las luchas y resistencias de nuestro tiempo, sus contenidos y sus sujetos sociales colectivos. Las contradicciones, tensiones fundamentales que confronta hoy el capitalismo no están en sus relaciones internas de explotación (relación capital-trabajo), sino en la incompatibilidad entre la lógica de expansión sin fin de la producción/destrucción que caracteriza a esta sociedad, y los límites del planeta. La lógica de la acumulación por desposesión se ha expandido en las últimas décadas hacia muchos territorios que hasta hacia poco tiempo habían sido relativamente marginales en los procesos globales de sometimiento mercantil a las necesidades del capital, especialmente territorios ocupados por comunidades campesinas y pueblos indígenas. Las resistencias de estos pueblos y comunidades campesinos e indígenas al avance de esta lógica depredadora constituye hoy tanto una lucha en defensa de sus territorios (y con ello de sus comunidades, de sus culturas, de sus vidas), como en un punto nodal, crítico, de los conflictos civilizatorios de nuestro tiempo. Globalmente están en juego tanto el capitalismo, como la posibilidad de futuro para la vida humana en el planeta. Para el capitalismo, la expansión más allá de sus fronteras, hacia su exterior, como lo argumentó Rosa Luxemburgo, es hoy más que nunca una condición necesaria para su sobrevivencia.
Frenar la acumulación por desposesión es detener al capital. Es notorio el contraste ente el contenido propiamente civilizatorio, profundamente radical de muchas de las luchas campesinas e indígenas, y el carácter predominante de las luchas obreras y sindicales actuales. La mayor parte de las luchas obreras y sindicales son, hoy en día, defensivas, orientadas a preservar y/o recuperar derechos que han sido sistemáticamente socavados por las décadas de neoliberalismo. No es frecuente encontrar en los programas sindicales contenidos que puedan entenderse como búsquedas de rupturas radicales con el patrón civilizatorio imperante. El caso de los trabajadores de la industria automotriz es ilustrativo en este sentido. Ha sido ésta una de las ramas de la actividad económica que globalmente ha sido más afectada por la crisis económica que se profundizó a partir del año 2008, entre otras cosas por la extraordinaria sobre capacidad de producción de automóviles existente a nivel global, así como el sostenido incremento que han tenido los precios de la gasolina en los últimos años. Es igualmente una industria directamente identificada con el patrón de consumo de hidrocarburos que está en el centro de los debates sobre el cambio climático. La quiebra o amenaza de quiebra de algunas de las más grandes empresas automotrices, y la disposición de muchos gobiernos a gastar miles de millones de dólares para auxiliarlas, constituyó una coyuntura extraordinariamente favorable en la cual hubiese sido posible no sólo reconocer la inviabilidad de continuar con el modelo de transporte del auto individual, sino actuar en consecuencia. Algunas de estas empresas fueron reestructuradas y/o redimensionadas radicalmente. En algunas -es este el caso de la General Motors- los trabajadores pasaron a ser dueños de una elevada proporción de las acciones de la empresa. Sin embargo en estas negociaciones no se aborda el tema de la relación entre lo que producen estas plantas y la crisis global. No se considera la posibilidad de aprovechar la crisis, las reestructuraciones, las masivas inversiones públicas, para reorientar dichas instalaciones para la producción de otros bienes, como por ejemplo, sistemas de transporte colectivo.
Este papel de los trabajadores fabriles y de las organizaciones sindicales no ha sido en este sentido muy diferente desde que, en las confrontaciones civilizatorias básicas de las décadas críticas de la Revolución Industrial Inglesa, fueron derrotadas las opciones de resistencia al régimen fabril. Los proyectos socialistas identificados con las luchas del proletariado en los siglos XIX y XX, compartieron en lo fundamental la ideología del progreso, las visiones lineales de la historia y la confianza en que el desarrollo de las fuerzas productivas del capitalismo haría posible el paso de una sociedad de escasez a una de abundancia, lo que permitiría pasar del reino de la necesidad al reino de la libertad. Ni el carácter de estas fuerzas productivas, la dirección de su desarrollo, ni los patrones de conocimiento y supuestos sobre las relaciones sociedad-“naturaleza” de este modelo tecnológico, han estado en el centro de las luchas obreras por una sociedad alternativa.
Hoy se trata de asuntos sin los cuales, simplemente, no es posible siquiera imaginar otro mundo posible. Parece una ironía de la historia que campesinos, pueblos y comunidades indígenas ocupen un lugar tan medular en las confrontaciones globales sobre el presente y el futuro del planeta. El pensamiento moderno, en la medida en que los había caracterizado como tradicionales y destinados a ir desapareciendo o integrándose ante el avance inexorable de las fuerzas del progreso, los había colocado en el pasado y en consecuencia asumido, en lo fundamental como no-sujetos. Las diversas y muy heterogéneas luchas campesinas y de pueblos indígenas tienen frecuentemente una radicalidad (en cuanto alternativa civilizatoria) que son menos comunes en otros sectores sociales.
Esto podría explicarse por varias razones. El avance acelerado de los procesos de mercantilización o desposesión hacia sus territorios, suele colocarlos ante opciones que son propiamente de vida o muerte. La pérdida y/o destrucción de sus territorios significaría la pérdida de las condiciones que hacen posible sus comunidades, sus culturas, sus vidas. No hay nuevas fronteras territoriales hacia las cuales escapar de este avance del capital. Otro aspecto fundamental condicionante del carácter de sus resistencias reside en el hecho de que estos pueblos, en sus comunidades, en sus culturas, en sus historias, cuentan con la vivencia de que el mundo de la plena mercantilización que los amenaza no es el único posible. A diferencia de poblaciones urbanas socializadas durante generaciones al interior de los sentidos comunes de la sociedad industrial moderna, la idea de que otro mundo es posible, de que otra forma de vivir es posible, no es un constructo teórico. Forma parte de otros saberes, de la propia experiencia y/o de la memoria individual y colectiva. Esta memoria de que es posible vivir de otra manera, de que pueden ser otras las relaciones entre los seres humanos, de que la tierra, la madre naturaleza o la pachamama es condición de la vida, no un “recurso” a ser explotado a voluntad, puede constituirse en un vigoroso recurso cultural. Puede ser fuente de una extraordinaria radicalidad capaz de poner en duda fundamentos y supuestos esenciales de los patrones civilizatorios hegemónicos. En los últimos años, entre otras cosas gracias a Internet y los múltiples diálogos e intercambios que ha favorecido la dinámica plural de los Foros Sociales, se han dado pasos extraordinarios en la capacidad de articulaciones y coordinaciones, de organizaciones y movimientos campesinos e indígenas en todo el mundo, con particular vigor en América Latina. Se han conectado luchas locales y regionales con luchas de carácter global. El mejor ejemplo de esto lo constituye el movimiento campesino internacional Vía Campesina, que articula movimientos campesinos en diferentes partes del mundo, entre ellos el MST.132 En América Latina en los últimos años han ido creciendo las articulaciones y capacidades de lucha más allá de las fronteras nacionales. La IV Cumbre de Pueblos de Abya Yala realizada en Puno a finales de mayo 2009 ilustra el vigor de estos procesos. Esta cumbre congregó a más de 6000 de representantes de pueblos y organizaciones indígenas de 22 países de toda América, además de delegados de organizaciones de otras partes del mundo. En forma conjunta se realizó la Primera Cumbre Continental de Mujeres Indígenas y el II Segundo Encuentro de la Juventud Originaria del Abya Yala.133 En la declaración final de la cumbre, las organizaciones indígenas y campesinas del Perú acordaron “Levantamiento Nacional de los Pueblos del Perú en junio del 2009 por la derogatoria de los decretos anti indígenas generados por el TLC con Estados Unidos”.134 Efectivamente, este levantamiento se llevó a cabo impulsado por organizaciones de pueblos y comunidades indígenas de la Amazonía peruana y fue ferozmente reprimido por el gobierno de Alán García. Sin embargo, fue tal la fuerza del movimiento y su repercusión nacional e internacional, que el gobierno a se vio obligado a ceder y el Congreso peruano finalmente derogó los decretos que autorizaban a las transnacionales la explotación de las tierras de la Amazonía. Para Alán García las vastas extensiones de la Amazonía son ...“tierras ociosas”, ...recursos sin uso que no son transables, que no reciben inversión y que no generan trabajo. Y todo ello por el tabú de ideologías superadas, por ociosidad, por indolencia o por la ley del perro del hortelano que reza: ‘Si no lo hago yo que no lo haga nadie’. Hay millones de hectáreas para madera que están ociosas, otros millones de hectáreas que las comunidades y asociaciones no han cultivado ni cultivarán, además cientos de depósitos minerales que no se pueden trabajar y millones de hectáreas de mar a los que no entran jamás la maricultura ni la producción. Los ríos que bajan a uno y otro lado de la cordillera son una fortuna que se va al mar sin producir energía eléctrica.
Las luchas y resistencias, la búsqueda por la preservación de la integridad de los propios territorios no se limita, no puede limitarse hoy, a ámbitos locales y/o regionales. Tanto las causas como los impactos de las transformaciones ambientales y apropiaciones territoriales son de carácter global. Ya no son posibles proyectos de vida alternos si no dan cuenta de estas dinámicas globales. Aún los pueblos amazónicos que viven en aislamiento voluntario están siendo amenazados por la lógica expansiva y depredadora de este patrón civilizatorio. Por otra parte, las dinámicas de devastación están avanzando a pasos tan acelerados que sin un freno a muy corto plazo de sus tendencias principales los efectos serán directamente catastróficos, devastadores para todos. No resultan realistas, ni son históricamente viables, proyectos de construcción de modos alternativos de vida que se planteen la acumulación de fuerzas a largo plazo, a partir de experiencias locales y/o regionales, si simultáneamente no forman parte de las luchas y resistencias globales a las dinámicas que están destruyendo la vida.
Las principales luchas y resistencias de los pueblos y comunidades campesinas e indígenas, y los documentos, declaraciones y plataformas de lucha de sus principales organizaciones y movimientos en todo el mundo abordan centralmente los temas más críticos que hoy confronta la humanidad, entre ellos pero no sólo, el ambiente y la producción de alimentos. Por ello, tienden a convertirse en referentes globales de las resistencias en este mundo en crisis.
El buen vivir (sumak kawsay) quechua y el vivir bien (suma qamaña) aymara en los actuales procesos políticos suramericanos, no son concebidos como proyectos para los pueblos indígenas, sino para el conjunto de la sociedad. Muchos sectores de la población han dejado de ver estas luchas indígenas y campesinas como expresión de intereses particulares de algunas comunidades (con las cuales es posible la solidaridad), para entenderlas como confrontaciones en las cuales, de alguna manera, se resiste a nombre de todos(as). Es ésta la razón por la cual con frecuencia las luchas y resistencias campesinas e indígenas, más allá del logro o no de sus objetivos inmediatos, tienen una extraordinaria eficacia simbólica, fortaleciendo de esa manera a los imaginarios alternativos. Un ejemplo notable de esto fue la reacción tanto en México como internacional al levantamiento zapatista.

   

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