domingo, 28 de mayo de 2017

I. El Mayo de 1810 y el de 1969 nos interpelan a recuperarlos. Que es decirnos si pudieron, en sus respectivas épocas , establecer una inflexión histórica.

Entonces los de abajo hoy
debemos y podemos decidir
qué país necesitamos.
 
 
Situémonos en Brasil según José Luis Ríos Vera y de esta manera nos ubicamos en la Argentina de hoy:
 

"Es la hora de la ofensiva popular, es el grito en las calles. Asistimos a la finitud de las ilusiones de un Estado “conciliador”, un “Estado de todos”; es el fin de la presentación de una relación de dominio impersonal en el cuerpo político estatal. El derrumbe de buena parte de la ideología fetichista del capital se ha precipitado. Las fuerzas del capital han arrancado su propio velo en su redoblada estrategia por apoderarse de los órganos y aparatos de la maquinaria estatal de dominación. La violencia estatal de clase, sin mediaciones, continúa profundizándose".


Inestabilidad hegemónica y crisis de Estado:
La encrucijada brasileña en la lucha de clases

26 de mayo de 2017

 Por José Luis Ríos Vera

Cuando las contradicciones se acumulan es natural que ocurra el salto cualitativo. Brasil asistió en tan sólo veinticuatro horas a un verdadero terremoto político. Lo que ocurre frente a nuestras narices es el proceso de recomposición de una nueva correlación de fuerzas entre los principales campos que disputan el poder estatal. La consigna popular “Fuera Temer” se la ha apropiado a su vez el capital monopólico.
 
Brasil asiste a una segunda fase del golpe de Estado: un “golpe dentro del golpe”, la profundización del golpe, un desdoblamiento del golpe. Asistimos a un segundo estadio de la crisis política permanente brasileña. Si en el primer estadio se trató de la ofensiva autoritaria del capital sobre el trabajo, el actual estadio anuncia los niveles más intensos de la lucha de clases en Brasil, más propiamente, por la nueva ofensiva de las luchas de las clases trabajadoras y populares contra la nueva estrategia de las clases dominantes. De un terremoto de esta intensidad en escala política, emergieron, uno a uno a su propio ritmo, el movimiento revolucionario bolivariano y el poder popular boliviano “hacia el socialismo”.
 
Eso deben saberlo como nadie, las oligarquías, el imperio y las fuerzas del orden. Con el quiebre de la institucionalidad democrática establecida el país amazónico presenta rasgos claros de descomposición del régimen político y el desmoronamiento de sus instituciones. Se rozan las puertas de un cataclismo institucional-estatal. Una crisis política de niveles inéditos, quizá. De ahí que sea insuficiente hablar en términos de “crisis de gobierno”, “crisis de gobernabilidad” o “crisis institucional” por más que se venga profundizando la bancarrota de las instituciones políticas. La decadencia del Legislativo (“república de delincuentes”), un Ejecutivo usurpador cada vez más despreciable, y un sistema de Justicia metamorfoseado en “partido político” deformador del texto constitucional para convenir a los intereses oligárquicos que representa. Todo un cuadro de conspiración política, depredación económica y corrupción económico-política que ha llevado al país al agotamiento de todo el orden político estatal. A un año del golpe de Estado, el desenvolvimiento vivo de las fuerzas políticas y sociales ha recreado un nivel de condensación de contradicciones que marcan un nuevo episodio en la coyuntura actual de la crisis política permanente.
 
La articulación del bloque de dominación golpista (2014-2016)
El bloque político golpista logró articularse en el periodo 2014-2016 entre las siguientes fuerzas principales: -La burguesía brasileña dependiente (bancos y finanzas, agronegocio, medios de comunicación, grandes industriales); -Las poderosas fracciones trasnacionales del capital financiero; -La burguesía posicionada en el mercado interno; -El Poder Judicial y los aparatos de justicia y represión (STF, MPF, PGR, Policía Federal, Magistraturas, Jueces) y las altas clases medias que los apoyan; -La inmensa mayoría de partidos políticos anquilosados en el Legislativo y atrincherados con alianzas partidistas portadoras del sustento a la figura del Ejecutivo usurpador y del proyecto de clase que personifica.
 
El desgajamiento del bloque golpista: De las fisuras a la fractura
A dos años de la articulación del bloque de dominación golpista consolidado con la destitución de la presidenta Dilma en 2016, la unidad golpista ha venido presentando cada vez con mayor fuerza serios desgarramientos que la han arrastrado hacia su fractura. Como sostuvimos en un escrito de mayo de 2016: … el desenlace puede ser más largo aún y la relación de fuerzas puede resultar imprevisible dada la posibilidad de la aparición de fisuras en el seno del bloque en el poder y sus propias fracciones: financieras, industriales, comerciales, agrarias- por una parte, y por el nivel de politización y agudización de las luchas populares.
 
Destacan en este sentido los siguientes factores de fractura: El fracaso del gobierno Temer y de su bloque partidista de alianzas (fundamentalmente con el PSDB de la tríada Cardoso-Serra-Neves) en llevar adelante la radical restauración neoliberal conservadora, esto es, el desmantelamiento de las conquistas histórico-sociales de las clases trabajadoras y populares. Contrario a lo que prometió en el discurso de su toma de posesión, Temer no “tranquilizó al mercado” y fracasó con las “reformas fundamentales”.
 
Dicho fracaso se evidencia:
 a) con los problemas por sacar adelante la Reforma Laboral (trabalhista) y de las jubilaciones y seguridad social (previdência) en tanto piezas centrales de la ofensiva golpista del gran capital;
b) la crisis de legitimidad de su gobierno, con el descrédito mayoritario de la población brasileña al orden político-institucional empantanado en un gigantesco cuadro de podredumbre y corrupción; c) con su propia responsabilidad en el fortalecimiento de las fuerzas políticas de las clases trabajadoras y populares y su radical antagonismo frente al proyecto golpista ultra neoliberal. Ante el fracaso del gobierno oportunista y el propio escalonamiento de los intereses oligárquicos, se ha puesto en primer plano una nueva carta estratégica de los grandes capitales anclada en la defenestración del gobierno Temer (un espantapájaros cada vez más descartable para el gran capital). No puede pasar desapercibido que ha sido mediante el oligopolio de las telecomunicaciones Globo que se ha dado paso -no sin arriesgar el proyecto- al plan para destituir a la figura presidencial.
 
Los aparatos de Justicia atrincherados en la ofensiva político-judicial de la LavaJato, han venido ejerciendo el papel de “partido político”. Dicha fuerza estatal, conocida como el “partido de la Lava-Jato” tiene sus propias bases sociales fincadas en las clases medias altas. Estas fuerzas judiciales, verdaderas mantenedoras de los aparatos de justicia y represión del Estado, se han distanciado con gran ímpetu de la alianza (complicidad) Ejecutivo-Legislativo. Sea por el enorme caldo de corrupción que atraviesa a este cuerpo político institucional, o sea, incluso, por la propia defensa de los intereses (de la alta burocracia judicial) que están amenazados fundamentalmente por la contra-reforma de la Seguridad Social.
 
El desgarramiento entre estos aparatos estatales es tal que la Justicia se ha lanzado por la caída del gobierno y de sus aliados. De tal modo que, el sistema estatal de Justicia como “partido de la Lava-jato” -bajo la operación de su monumental embestida judicial- ha impactado en el blanco: tiene al gobierno Temer y su sistema de complicidades y alianzas a un paso del colapso y de su descomposición. Basta con que sople el viento.
 
Por otro lado, tenemos a una burguesía más orientada al mercado nacional. Si bien en un primer momento esta fracción se adhirió al impeachment de la presidenta Dilma, ha venido mostrando claras señales de la incompatibilidad de intereses respecto al escalonamiento al que ha llegado la radical restauración neoliberal. La entrega del Pre-sal, la desindustrialización, la apertura económica, el apoyo a las importaciones, la carga fiscal, las tasas elevadas de interés, el ajuste del gasto, la restricción del crédito, la desnacionalización, le han arrojado el guante a una fracción burguesa más orientada a la acumulación en el mercado nacional. ¿Quién pagará el pato del pato? preguntaba Dilma ya destituida, a propósito del ataque de los industriales brasileños (FIESP) al gobierno de Dilma bajo el emblema “Yo no voy a pagar el pato”.
 
Como lo señalamos en su momento: No es fácil descartar la posibilidad de una profundización de contradicciones en el seno del bloque en el poder y modificaciones sustantivas al interior de éste, ya que, con el desenvolvimiento de la crisis económica y política y la escalada económico recesiva del golpismo, pueden pronunciarse las fisuras, esto es: mayor polarización entre industriales y banqueros locales por los porcentuales de la tasa de interés y los superávit primarios; los poderosos sectores del agronegocio con los propios industriales en lo que corresponde a la plataforma comercial externa, papel de las fracciones en la contribución fiscal, etc. Se trata de fisuras que bien pueden derivar en modificaciones sustantivas en el seno del bloque en el poder y que no sería tan fácil descartar una disociación -con el desenvolvimiento de la crisis económica y política actual y los nuevos paquetes económicos del golpismo entre ciertas fracciones del bloque en el poder.
 
La burguesía dependiente junto con las fracciones poderosas del capital financiero buscan (si no es que ya lo tienen) su nuevo Príncipe. Su objetivo es consolidar la restauración neoliberal (las reformas “fundamentales”), hacer prevalecer al orden político y “constitucional” y asegurar de este modo la profundización de los principales ejes de reproducción del capital. Como puede observarse, a un año de la maniobra golpista, la configuración del bloque de dominación golpista se ha desfigurado.
 
 Contradicciones entre la burguesía dependiente-financiera-trasnacional con la burguesía “local”; los conflictos del Poder Judicial con el gobierno Temer y sus inmensas redes de corrupción; las fisuras abiertas entre el Ejecutivo golpista (y su incapacidad hegemónica para continuar el camino de contra-reformas) y su otrora sustentación principal en la gran burguesía dependiente-imperialista. En síntesis, un escalonamiento de fracturas presentes entre las entonces bases aliadas, ha dado lugar a un nuevo estadio de crisis e inestabilidad política.
 
Las clases trabajadoras y el movimiento popular
 El fortalecimiento del sujeto activo de la transformación social no sólo se ha presentado con el propio rompimiento de la “normalidad democrática”. A la inversa, el estallido de la crisis económica del capitalismo mundial (2008-2009), la prolongación a un estancamiento secular, y sus impactos en la crisis de la reproducción del capitalismo dependiente brasileño a partir de 2012, han llevado a las clases trabajadoras a elevar sus niveles de politización, mismos que se han venido acentuando a raíz de la tormenta política que suscitó el quiebre de la democracia representativa liberal y el golpe de Estado urdido en el orden institucional clasista. La profundización de la crisis económica a partir de los propios planes “anti-crisis” establecidos mediante el despotismo de la restauración ultra neoliberal, ha llevado consecuentemente a las clases dominadas a intensificar sus luchas, a adquirir nuevas fuerzas, a recargar la politización de las bases trabajadoras y del movimiento popular, así como ha llevado a replantear y cuestionar las relaciones de fuerzas existentes de cara a confrontar los intereses del comando golpista.
 
La huelga general del 28 de abril convocada por la lucha sindical y el movimiento popular que contó con la participación de 40 millones de trabajadores, movimientos sociales, fuerzas populares y población en general es prueba fehaciente de una nueva relación política de fuerzas que desafía el orden establecido. A un año del golpe de Estado y de la rearticulación “social” del capital, la clase trabajadora y el movimiento popular brasileño ha dado enormes pasos hacia su articulación como verdadero organismo de poder.
 
Inestabilidad en las relaciones de hegemonía
 
El Ejecutivo está minado; la coalición de partidos en el Legislativo (PMDB, PSDB,PSB, y muchos otros) naufraga o desembarca; el “partido” de la Justicia sigue avanzando (hasta ahora) en sus operaciones. ¿Quién concentra la dirección hegemónica en el cuerpo político estatal? Con las fracturas a nivel del bloque de dominación golpista y la acentuación de la inestabilidad política se ha zanjado un periodo de indeterminación hegemónica, o quizá pueda realmente pensarse en una verdadera crisis de hegemonía. Las contradicciones y fisuras entre las clases dominantes (entre el bloque golpista) vienen desdoblándose en las fuertes tensiones presentes a nivel de los aparatos institucionales de Estado.
 
En términos generales, cada aparato o poder estatal funge como baluarte de una u otra fracción o interés corporativo. La crisis política brasileña se expresa como una amalgama de contradicciones al interior del bloque de dominación. Estas contradicciones intestinas junto con el desgarramiento de las alianzas establecidas potencian el cuestionamiento de la dirección hegemónica del Estado y tienden hacia la conformación de nuevas relaciones de fuerza que terminan por expresarse en los aparatos y poderes de la maquinaria estatal. La dirección hegemónica estatal ha podido debilitarse, las fracciones y alianzas principales han empezado a modificarse.
 
De ahí que, en una entrevista al único medio que aún lo cobija, el golpista Temer señale para Folha de Sao Paulo: “No voy a renunciar. Si quieren, que me derriben”. El desenvolvimiento de estas contradicciones interestatales inescindibles de las contradicciones clasistas y su impacto en la acentuación de la crisis política son el  un marco de inestabilidad que se agrava con la creciente intensidad de las luchas marco de una inestabilidad en el ejercicio de la dirección hegemónica del Estado, un marco de inestabilidad que se agrava con la creciente intensidad de las luchas de las clases trabajadoras y populares.
 
Tocando las puertas de la crisis de Estado
Con el “partido de la Lava-jato” y los aparatos represivos y de justicia del Poder Judicial presionando e interrumpiendo el ejercicio del Legislativo (el PSDB aún no se repone del mazazo a su presidente Aécio Neves y compañía), cancelando o suspendiendo el ejercicio del Ejecutivo, se vienen agravando las fisuras, profundizándose la crisis política y con ello el deterioro en el ejercicio de la hegemonía. Prueba de ello es el muy posible retraso e interrupción de las reformas neoliberales en el Congreso.
 
Ahora bien, de la propia inestabilidad hegemónica experimentada ha devenido un prodigioso impasse en el bloque golpista que arrastra a profundizar sus choques internos, esta vez respecto a los conflictos por definir la ruta autoritaria de una transición desde arriba (difiriendo con ello la imposición de las reformas), es decir, por el reemplazo de la figura presidencial. De lo anterior es posible a asistir a una armazón de elementos constitutivos que en su agravamiento pueden encaminarse a una crisis de Estado, si es que ésta no ha comenzado ya a cristalizarse. En este caso se trataría de la generación de un conjunto de condiciones que cuestionan la capacidad del Estado (y de su cuerpo de poderes, aparatos y ramas institucionales) de establecer el papel esencial que encierra el ejercicio político de la hegemonía, papel que corresponde a la fracción hegemónica: organizar el bloque en el poder, construir su unidad política y establecer el interés político general; imponer los intereses principales de la reproducción del capital (ejes de acumulación); cimentar la cohesión social, instituir el equilibrio institucional y estabilizar el orden; fragmentar y desorganizar a las clases trabajadoras y a las masas populares.
 
En este sentido, poner en tela de juicio el papel del Estado en el ejercicio de la hegemonía de clase, en la organización de la unidad del bloque de dominación, en la representación de la fracción o fracciones hegemónicas, es factor de una crisis de Estado. De tal modo, un periodo de inestabilidad política elevado a la escala de indeterminación hegemónica tiende a constituirse en factor primario de una crisis de Estado. ¿Quién construye la unidad del bloque de dominación si las contradicciones han colmado-desbordado los dominios de la estatalidad? ¿Quién impone los intereses principales de los grupos o fracciones dominantes? ¿Desde qué poder o aparato estatal institucional podrían establecerse si estos experimentan oscilantes relaciones de fuerza? En este cuadro de crisis estatal: ¿qué lugar debe ocupar el movimiento popular en su conjunto? Además del desgajamiento en el bloque de dominación, marco que encierra la inestabilidad hegemónica, importa atender el problema de la posibilidad de organizar un nuevo bloque de dominio. Queda claro que los intereses que desde arriba optaron por la defenestración del gobierno Temer, han trazado ese camino.
 
Las “soluciones” en el plano inmediato: La utopía golpista versus el Frente Popular Brasil
Desde el punto de vista de la oligarquía neoliberal, la “solución” es destituir al Ejecutivo, defender el “Estado de Derecho” y reemplazar la figura presidencial. Existen distintas vías para esta “sucesión”: el presidente de la Cámara de Diputados (Rodrigo Maia) asume la jefatura de Estado, y en un plazo no mayor a 30 días convoca a elecciones presidenciales con voto interno del Congreso (de la República de los delincuentes!), esto es, a espaldas del voto popular. Otra ruta de “transición” puede darse por la vía de formación de un gobierno provisional en el que asuma el mandato presidencial el Supremo Tribunal Federal (STF) en la persona de su presidenta, Carmen Lúcia. Existe incluso un abanico de sustitutos de la figura presidencial entre cuyos nombres destaca el “príncipe das trevas” y expresidente Fernando Henrique Cardoso (sic!), o el propio Nelson Jobim, ex-ministro del STF y consultor actual del Banco de Inversiones, BTG Pactual.
 
Así, con una mano en la constitución y con la otra mano en la excepción, las fuerzas oligárquicas y la lumpen-política de alianzas partidistas se encuentran enredadas entre estas “vías de transición” (desde arriba). Efectivamente, el problema mayor que encierran estas rutas de “transición”, es que -para el capital-, ninguna lograría estabilizar la crisis política, la deslegitimidad reinante, la inestabilidad hegemónica; tres elementos necesarios para establecer lo esencial de la restauración: las contra-reformas anti-obreras y anti-populares ahora en riesgo de paralización. Es por eso que las clases dominantes buscan dotar de vitalidad al nuevo “príncipe” y sus aparatos ministeriales. Entre estos, la sede del poder financiero, el Ministerio de Hacienda, en manos del banquero Henrique Meirelles, viene siendo revestido de un halo angelical. Con la constitución por delante, la oligarquía pretende dar legitimidad a un orden político corroído por la gigantesca corrupción político-capitalista brasileña. Más aun, con el espíritu político de la Lava-jato es posible que el gran capital se atreva a presentar una “nueva institucionalidad” en el orden de los partidos políticos amparadas en el “imperio de la Ley”, la “transparencia” y la “democracia”.
 
Una “nueva derecha” compuesta de supuestos outsiders ha venido difundiéndose desde meses atrás justamente en este sentido. En conjunto, se trata de forjar los métodos y elementos que permitan la realización de las “reformas fundamentales” logrando así la consolidación de la restauración neoliberal y las condiciones de su aseguramiento y reproducción. Este es el interés esencial de las clases dominantes. ¡Todo puede suceder, a condición de que el bunker financiero (Hacienda) y sus soldados nos lleven a puerto! Es el rosario de las clases dominantes.
 
Por otro lado, las clases trabajadoras junto con el inmenso conjunto del movimiento popular constituidos en el Frente Brasil Popular luchan por reestablecer el orden democrático constitucional, convocar a elecciones directas (“Diretas ya”, es el mandato popular) del jefe de Estado (por sufragio universal) para este mismo año de 2017, y así construir un gobierno emanado de las fuerzas democráticas y progresistas.
 
Dichas elecciones anticipadas precisarían de una Enmienda Constitucional bastante adversa al espíritu de la “República de Delincuentes” que hasta ahora priva en el Congreso. Las “Diretas ya” forman parte “de un “Plan Popular de Emergencia” del Frente popular brasileño que busca crear “una correlación de fuerzas favorable a la oportuna convocatoria de una Asamblea Nacional Constituyente destinada a refundar el Estado de Derecho y establecer reformas estructurales democráticas. (Ver el Plan Popular de Emergencia del Frente Brasil Popular en español: http://www.agenciapacourondo.com.ar/patria-grande/documento-completo-planpopular-de-emergencia-del-frente-brasil-popular)
 
La encrucijada en la que se ha internado la sociedad brasileña será resuelta mediante los combates decisivos de las luchas de clases. Elecciones Directas e Indirectas; cada alternativa tiene -por ahora- a su propio polo ganador. La crisis política brasileña de cuyos enfrentamientos se alimenta adquiere aquí su más álgida tensión. La inestabilidad hegemónica y las fracturas entre las fracciones dominantes impulsan y fortalecen a las fuerzas populares. Es la hora de la ofensiva popular, es el grito en las calles. Asistimos a la finitud de las ilusiones de un Estado “conciliador”, un “Estado de todos”; es el fin de la presentación de una relación de dominio impersonal en el cuerpo político estatal. El derrumbe de buena parte de la ideología fetichista del capital se ha precipitado. Las fuerzas del capital han arrancado su propio velo en su redoblada estrategia por apoderarse de los órganos y aparatos de la maquinaria estatal de dominación. La violencia estatal de clase, sin mediaciones, continúa profundizándose.
 
La deriva autoritaria y su adversario
Como alguna vez señalamos, en una república sustentada en la superexplotación del trabajo y bajo el yugo golpista de gobiernos de “príncipes”, no es posible conquistar legitimidad, estabilidad. A la estrategia actual del gran capital le subyace una tendencia orientada hacia la configuración de una nueva morfología de los aparatos estatales, esto es, una serie de modificaciones que vienen profundizando una “nueva” forma de Estado, máxime cuando asistimos a la fractura del patrón de alianzas del bloque de dominación golpista.
 
Como hemos señalado en otro espacio, es importante considerar que una fractura presentada en el seno del bloque en el poder se experimentó en el periodo contrarrevolucionario de los años sesenta-setenta -bajo la ofensiva de las fracciones monopolistas en su proceso de integración al imperialismo-, y fue a partir de estas divisiones y antagonismos entre las fracciones dominantes en los cuales estaría inmerso a su vez el movimiento popular, que se configuró con las dictaduras latinoamericanas y en Brasil en particular, una nueva forma de Estado, conceptualizada ésta por Ruy Mauro Marini bajo la categoría de “Estado de Contrainsurgencia”.
 
Con las fisuras señaladas, y a nivel de la relación de fuerzas con el campo popular brasileño, la tendencia hacia la deriva autoritaria (a su profundización) de la oligarquía subordinada a la finanza trasnacional no es muy fácil de descartar en el escenario actual de la lucha política. De hecho, en rigor, la gestación de una nueva forma de Estado comenzó precisamente con la ruptura de la institucionalidad democrática liberal y el paso a la forma de Estado de excepción jurídica permanente. Ahora bien, es importante considerar que la escalada mayor de la inestabilidad hegemónica hacia una crisis de Estado induciría una serie de transformaciones (su profundización) en los aparatos de Estado. Se trata de modificaciones que han venido transitando hacia una forma autoritaria de Estado fuerte, misma que relega a segundo plano la forma política estatal constituida por las “democracias gobernables”; esto es, el encauzamiento político (“lento, gradual y seguro”) de la institucionalidad democrática (restringida) en el estadio neoliberal llevado a cabo en América Latina. Estas modificaciones constituyen la profundización de la actualización de los aparatos estatales a la crisis política permanente. Un procesamiento inducido tanto por los polos de las fuerzas económico-políticas de arriba, como fundamentalmente por el ascenso del campo político popular. Por tanto, se trata de una adaptación del poder estatal a la escala ascendente de las luchas de clases.
 
El papel político reinante que ha venido asumiendo el Poder Judicial y los aparatos de Justicia permiten vislumbrar su nuevo lugar predominante en los mecanismos de legitimación de la nueva forma del poder autoritario del Estado clasista. Desplazando a la democracia electoral neoliberal como instancia principal de legitimidad del dominio, la Justicia y el Estado de Derecho asumen la centralidad en el poder de legitimidad de la nueva forma estatal autoritaria. La esfera del Poder Judicial institucional, en el orden dictado por las circunstancias, sea más proclive a la legitimación del derecho al uso de la fuerza pública o se incline por dotar de legitimidad a la fuerza del derecho constitucional, contribuye de modo central a la (re) emergencia de la forma de Estado de excepción con base jurídica.
 
En este sentido, en el orden actual de la crisis estructural del capitalismo mundial y de la recesión continua en Brasil subordinada a la crisis global, ¿acaso el pueblo brasileño no tiene oportunidad de ejercer una participación política sobre condiciones democráticas formales? En este periodo histórico de abigarramiento de contradicciones, ¿asistimos al final de las formas democráticas-representativas liberales de América Latina? ¿Se ha clausurado el periodo relativamente “flexible” de las democracias gobernables establecidas en la región?
 
El inventario (tanto exitoso como fallido) de Golpes de Estado “institucionales” en América Latina relativos al periodo 2004-2017 ofrece una respuesta pesimista.
El escenario progresista de participación política asentada sobre una incólume institucionalidad estatal de dominación (de clase) ha sido consumido. La acumulación actual de contradicciones y el redoblamiento político de la ofensiva del capital exigen a las fuerzas populares la elaboración de una nueva estrategia de hegemonía que desafíe las bases materiales del Estado de excepción permanenteinstituidos por golpes de Estado “institucionales”, es decir, un desafío a la unidad del aparato estatal de dominación con el cual logre cimentar nuevas relaciones de poder.
 
En conclusión, la crisis política y la inestabilidad en las relaciones de hegemonía tocan las puertas de una crisis de Estado, lo que conlleva una serie de modificaciones en los órganos político-estatales. El desmoronamiento del régimen político en Brasil ha venido girando, con el Derecho y la Justicia por delante, hacia derivas autoritarias. En el momento actual, las modificaciones estatales pueden llevar, ya sea a la profundización radical del Estado autoritario fuerte (del Estado de Excepción permanente ya en curso), o ya sea a la transformación democrático-popular del orden estatal. Toca a la lucha de clases dar salida a tal encrucijada. Porque el pueblo brasileño lo sabe, se arrojará a la pelea con pasión y coraje. 23-05-2017

   
Tenemos, abajo y a la izquierda, el desafío de adueñarnos de la lucha de clases que precisa superar fronteras. Es percatarse del Capital desechando a la democracia restringida (demasiado corrupta y deslegitimada) e impulsando el Estado de Excepción hasta en Francia como su ofensiva para imponer la sobreexplotación de los trabajadores, los pueblos y la naturaleza.
Frente a su intención de derrotarnos una vez más valiéndose del terror estatal y paraestatal que se fue perfeccionando a lo largo del período constitucional desde 1984, pienso la unión abajo en diversidad no  sólo contra el fascismo o la ultraderecha que convence a una parte de nosotros por su percepción inmediata de la realidad social sino ante todo como obra de la toma generalizada de conciencia sobre cuál es la situación nacional e internacional y cuáles son las perspectivas de cambios radicales mediante protagonismo popular. Es instalar en la agenda pública que la causa de nuestros problemas fundamentales es el antagonismo irreconciliable con el capitalismo y también es nuestra desconfianza e incluso rechazo al potencial subversivo implícito en la diversidad de los de abajo.

Es decir, concibo la derrota del bloque dominante en Argentina, Brasil o de la contrarrevolución en Venezuela desde el esfuerzo por facilitar la clarividencia popular sobre su poder de hacer al viraje desde su trabajo asumido con fines comunitarios, provinciales, nacionales e internacionales hasta ir concretando buenos vivires convivires de los pueblos planetarios.
Considero que, a diferencia del populismo de derecha e izquierda mirando a dividirnos, los marxistas consecuentes debemos atrevernos a dialogar o escuchar, aprender e investigar las iniciativas populares que ya están abriendo caminos de la sociedad y el mundo confraternales.
Nuestra fuerza invencible está en relacionarnos rompiendo con nuestros hábitos capitalistas y poniendo en juego nuestros sentimientos humanistas.

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