Con construcción de territorios según avanza la soberanía alimentaria
que requiere ir desestructurando a
enclaves e IIRSA.
Concebimos la reforma agraria
anticapitalista como erradicación del extractivismo por multiplicación de
colectivos autoorganizados e interrelacionados confraternalmente para
transformar sus cotidianeidades según creación del poder de satisfacer necesidades e
intereses abajo en vez de al 'Mercado' o sea a las crecientes rentabilidades gran
burguesas.
Situémonos en el hoy mediante
indagación sobre:
¿Cómo reprimen las industrias extractivas
y los agronegocios a las comunidades rurales de América Latina?
3 de
enero de 2018
Los conflictos y resistencias que involucran territorios y recursos naturales
han estado aumentando en América Latina en los últimos años. ¿Dónde y cómo se
están produciendo estos conflictos y quién
se ve más afectado?
Por Juan
Wahren, 15 de diciembre de 2017
América Latina se encuentra atravesada por el
avance acelerado del modelo extractivo. Esta aceleración implica corrimientos de
las fronteras productivas a través de la incorporación de nuevas tecnologías a
la extracción petrolera y a actividades antiguas como la minería y la
agricultura.
En todo el
continente se verifican procesos de resistencia que, al mismo tiempo que se
erigen como alternativas desafiantes al modelo hegemónico, sufren la represión
violenta de sus diferentes formas de protesta, a través del uso de la fuerza, la
intimidación y el sometimiento a procesos judiciales.
En las últimas décadas, el capital profundizó
su carácter extractivo. Como veremos, la actividad extractiva contemporánea
implica un avance territorial que arrincona, desaloja y despoja las actividades
productivas y las poblaciones que habitan esos territorios reconvertidos en la
mercancía por excelencia del extractivismo. El modelo extractivo supone la
acumulación por desposesión. Este modelo está basado en la ampliación del
capital por medio del uso intensivo de la naturaleza, que se constituye como
mercancía.
Este proceso de acumulación por desposesión se entrelaza con la reproducción
ampliada del capital por la explotación del trabajo y por la reproducción
financiera del capital a escala global, estas tres formas de
acumulación/ampliación se complementan a escala global de forma permanente.
Presentamos algunos de los conflictos y resistencias más emblemáticas de América Latina en los últimos años en torno a los territorios y los bienes comunes de la naturaleza o recursos naturales.
Presentamos algunos de los conflictos y resistencias más emblemáticas de América Latina en los últimos años en torno a los territorios y los bienes comunes de la naturaleza o recursos naturales.
Hidrocarburos
La explotación
hidrocarburífera ha generado desde sus comienzos grandes conflictos
territoriales, por el poder económico y político que significa el control de
este recurso natural en un sistema capitalista cuya reproducción depende de la
energía fósil. La actividad hidrocarburífera ha causado innumerables conflictos
entre países y guerras civiles. Pero también ha avanzado sobre territorios
ancestrales de pueblos indígenas, campesinos y medianos productores.
Si bien en
América Latina el avance sobre estos territorios ocurre desde comienzos del
siglo XX; en las primeras décadas del siglo XXI vemos como se registra en
diferentes países de la región un nuevo avance de la frontera hidrocarburífera.
Esto ocurre de la mano de nuevas tecnologías que permiten extraer petróleo de
zonas que anteriormente no eran rentables por sus condiciones geológicas. Son
los denominados hidrocarburos no convencionales, cuya técnica principal de
extracción consiste en la fractura hidráulica (por ello son más conocidos como
fracking) que permite obtener hidrocarburos (shale gas y shale oil) aprisionados
en rocas o en arenas compactas (tight gas). De esta manera, sea en el formato
convencional o no convencional, en este siglo se observa un creciente ciclo de
conflictos por las actividades hidrocarburíferas que afectan diversos
territorios de América Latina.
En la Argentina
se encuentra el yacimiento Vaca Muerta -ubicado en las provincias de Neuquén,
Río Negro y Mendoza- que es el más grande de la región, luego de los yacimientos
explotados en los Estados Unidos. Se calcula que en Vaca Muerta se han realizado
hasta ahora casi 1400 pozos no convencionales. Allí, el avance de la explotación
de petróleo y gas convencional y no convencional se encuentra con las
resistencias de diferentes comunidades del Pueblo Mapuche en Neuquén (Campo
Maripe, Tratayén, Kaxipayiñ, Paynemil, Winkul Newen, entre muchas otras), así
como de los pequeños productores campesinos de ganado extensivo o “crianceros”
de la región y de medianos productores frutícolas del Alto Valle de Rio Negro y
Neuquén. En estos casos, el avance de los hidrocarburos ha generado importantes
impactos ambientales y sanitarios a las poblaciones, a partir de derrames y
zonas contaminadas por las perforaciones y emanaciones de gas hacia la
superficie. También esta actividad ha impactado fuertemente sobre la flora y
fauna de la región, ya que incluso hay perforaciones en áreas naturales
protegidas como Auca Mahuida.
Resistencias contra el fracking fueron motivo de diferentes actos represivos por parte de las fuerzas de seguridad provinciales y federales, principalmente contra las comunidades mapuche.Estas resistencias fueron motivo de diferentes actos represivos por parte de las fuerzas de seguridad provinciales y federales, principalmente contra las comunidades mapuche. Tomando sólo en cuenta a la Comunidad de Campo Maripe, se registran tres hechos represivos dentro de su comunidad, donde funcionan más de 200 pozos de petróleo convencional y no convencional. La Comunidad de Tratayén fue recientemente desalojada de parte de su territorio comunitario, en el que también funcionan perforaciones hidrocarburíferas. Casi todos los líderes y autoridades comunitarios mapuche se encuentran judicializados por participar de diferentes protestas (cortes de caminos y de rutas, toma de instalaciones petroleras, movilizaciones, etc.) contra el avance de los hidrocarburos en sus territorios ancestrales.Estas resistencias y movilizaciones han logrado establecer la prohibición de esta actividad en más de medio centenar de municipios en todo el país, aunque tanto los gobiernos provinciales como el nacional continúan profundizando una activa política de promoción de la industria hidrocarburífera en general y del fracking en particular.
En México, por su
parte, la extracción de hidrocarburos no convencionales no se ha expandido tanto
como en la Argentina, pero ya se pueden ver sus consecuencias sociales y
ambientales. Se calculan casi 30 pozos no convencionales en el país y se ha
conformado una organización a nivel nacional, la alianza Mexicana contra el
Fracking, que nuclea a comunidades de indígenas, campesinos y pobladores de
pequeñas y medianas ciudades que se ven afectados por el fracking, así como a 44
organizaciones sociales que han logrado establecer la prohibición de esta
actividad en algunos municipios, como Tanlajás y Xilitla del Estado de San Luís
Potosí, el municipio de Cuetzalan en el Estado de Pueblay en cientos de
comunidades indígenas y ejidos campesinos de las zonas petroleras.
Por su parte, en
Colombia, en el municipio de San Martín, hubo diversas manifestaciones y
levantamientos populares en oposición al fracking que se estaba empezando a
instalar en sus territorios. Por ello, sufrieron intimidaciones, amenazas y
represión por parte de la policía en 2016. Estas movilizaciones lograron generar
empatía con otras zonas donde también se está comenzando a explorar
hidrocarburos no convencionales y en ese mismo año la Asamblea Departamental de
Santander rechazó de manera unánime el uso del fracking en ese departamento.
Megaminería
La minería es una
actividad constitutiva de la Conquista y el saqueo de América. Gran parte del
los países latinoamericanos tienen una fuerte tradición minera y esas riquezas
han sido una de las bases de la dominación y dependencia de todo el continente.
En las últimas décadas la actividad minera tuvo un nuevo impulso a través de la
innovación tecnológica que permite obtener minerales valiosos (oro, plata, entre
otros) por medio de la técnica de lixiviación, que consiste básicamente en
dinamitar grandes porciones de los yacimientos en las montañas y proceder a
separar los minerales valiosos de los que no lo son por medio de una mezcla
química que utiliza cianuro y una gran cantidad de agua para ese proceso. Si
bien la minería es también una actividad contaminante, la “megaminería a cielo
abierto” -tal como se denomina a este proceso de minería a gran escala- provoca
fuertes impactos sociales y ambientales, aun mayores que la tradicional minería
de socavón. Los habitantes de la región de Cajamarca se oponen al Proyecto
Conga, un emprendimiento de megaminería a cielo abierto que ha destruido casi 20
lagunas que eran fuentes de agua dulce en la zona.
A lo largo de toda la Cordillera de los Andes
-y también en selvas y bosques del continente- se encuentran estos grandes
emprendimientos mineros y también los movimientos de resistencia. También aquí
los pueblos indígenas, los movimientos campesinos y las pequeñas y medianas
poblaciones urbanas protagonizan las resistencias y defienden los territorios
frente al uso intensivo del agua, la destrucción de los paisajes montañosos y la
contaminación de glaciares, arroyos, lagos, ríos y otras fuentes de agua dulce.
Un ejemplo
paradigmático de estas resistencias contra la megaminería puede observarse en
Perú. Los habitantes de la región de Cajamarca se oponen al Proyecto Conga, un
emprendimiento de megaminería a cielo abierto que ha destruido casi 20 lagunas
que eran fuentes de agua dulce en la zona. Lo mismo sucede con el emprendimiento
megaminero de Yanacocha, también en Cajamarca, el emprendimiento aurífero más
grande del mundo, así como el de Tía María en Arequipa, al sur del país.
En todos los
casos miles de pobladores, muchos de ellos campesinos e indígenas, han realizado
numerosas protestas reclamando el cese o la no implementación de estos
emprendimientos a través de petitorios, referéndums, movilizaciones y cortes de
ruta. Por estas protestas, que comenzaron en 2002, los pobladores de estas
regiones han sufrido fuertes represiones que causaron cientos de manifestantes
heridos, decenas de muertos y presos y sometidos a proceso judicial. Al día de
hoy, las resistencias a la megaminería son uno de los factores más importantes
de movilización social y también de casos e criminalización de la protesta
social en Perú. En la Argentina, también las protestas contra la megaminería
comenzaron en 2002 con las movilizaciones en la ciudad sureña de Esquel. Sus
pobladores, junto a las comunidades indígenas de la zona, se opusieron a la
instalación de un emprendimiento megaminero aurífero y lograron frenarlo tras un
referéndum donde más del 80% de la población votó en contra de la instalación de
la minera. Por ese antecedente, en la Argentina no se aceptaron oficialmente más
referéndum de este tipo para que las poblaciones locales pudieran decidir
directamente sobre los emprendimientos extractivos a realizarse en sus regiones.
Surgieron entonces en diferentes zonas de la
cordillera asambleas ciudadanas que se opusieron a distintos emprendimientos
megamineros en las ciudades de Tinogasta y Andalgalá (Catamarca), Famatina y
Chilecito (La Rioja), Jáchal (San Juan), Tupungato, San Martín, Lujan de Cuyo y
Maipú (Mendoza) entre muchas otras localidades de las provincias cordilleranas.
En estos casos fueron también las movilizaciones, asambleas y cortes de ruta el
repertorio de acción elegido para visibilizar las protestas.
En todos estos
casos el modus operandi de los Estados nacionales ha sido el de la persecución
judicial y la represión a las protestas sociales.
Simultáneamente
en México también se han registrado fuertes movimientos de resistencia a la
megaminería en diferentes Estados: Chihuahua presenta 13 conflictos, Zacatecas
12, Puebla 8, Oaxaca 7, Chiapas, Michoacán y Baja California Sur 5 cada uno,
Sonora, San Luis Potosí, Durango, Guanajuato y Colima cuatro, Veracruz,
Querétaro e Hidalgo 3, Jalisco, Coahuila y Estado de México, con 2; y Baja
California, Nayarit, Morelos y Aguascalientes, con uno, respectivamente. En
México se registran en la actualidad más de cien conflictos por emprendimientos
mineros siendo, según la revista Forbes (2016), el país con mayor cantidad de
conflictos mineros de América Latina.
En todos estos casos el modus operandi de los
Estados nacionales ha sido el de la persecución judicial y la represión a las
protestas sociales. En el caso de la Argentina, sin embargo, se sancionaron
leyes que en algunas provincias prohibieron la instalación de emprendimientos de
megaminería a cielo abierto. Algunas de ellas fueron recientemente derogadas
abriendo nuevamente la posibilidad que avancen empresas megamineras en esas
provincias, como es el caso de La Rioja.
Agronegocios
Desde fines del
siglo XX, la agricultura hegemónica en América Latina se encuentra signada por
el denominado “Agronegocio”, que implica una profundización e intensificación de
la producción agroindustrial orientada a la provisión de insumos para la
exportación, donde priman las lógicas del mercado internacional de commodities y
donde la concentración de poder económico y de decisión por parte de algunas
empresas sobre las cadenas de distribución y comercialización determina los
precios de los productos en detrimento de los pequeños y medianos productores.
Este despliegue territorial se da en el marco de grandes innovaciones
tecnológicas y de gestión empresarial en forma de red que implicó una hegemonía
de los cultivos transgénicos en gran parte de la tierra cultivable de América
Latina, como la soja, el maíz, la palma africana y otros cultivos que fueron
conformando un paisaje uniforme de oligocultivos orientados a las exportaciones
y en grandes establecimientos que generan una mayor concentración de la tierra,
en el continente con los mayores índices de desigualdad del mundo,
particularmente en relación con el acceso a la tierra.
Estos conflictos
atraviesan a todos los países de América latina y las protestas y movimientos
sociales que resisten este avance territorial del capitalismo agrario son
innumerables. En países como Brasil, Argentina, Paraguay y Uruguay es donde
mayor extensión territorial ha tenido este modelo productivo. También en
Bolivia, Colombia, Ecuador y Centroamérica aparece con mucha intensidad el
Agronegocio e, incluso, en países como México donde la distribución de la tierra
ha sido mucho mayor, este modelo viene creciendo de forma exponencial.
Las respuestas más importantes contra el
agronegocio la ejercen los pueblos indígenas y diversos movimientos campesinos
que desde la década del noventa resisten desalojos e incluso toman tierras para
producirlas de una forma alternativa al modelo dominante. El caso más conocido
es el de los movimientos campesinos de Brasil, el Movimiento de Trabajadores
Rurales Sin Tierra (MST) y el Movimiento de Pequeños Agricultores (MPA), que han
recuperado miles de hectáreas en sus ocupaciones y asentamientos. Luego de
ocupar, comienzan un proceso productivo alternativo al hegemónico que les
permite afianzar en sus territorios la reforma agraria de facto, así como la
construcción de la denominada “soberanía alimentaria”.
Estas ocupaciones
han recibido fuertes represalias por parte de los terratenientes y sus guardias
privadas y los campesinos también han sufrido la represión de las fuerzas de
seguridad públicas. Existen casos de asesinatos de campesinos, así como centenas
de heridos, presos y militantes judicializados por ejercer estas protestas, como
tomas de edificios públicos y grandes movilizaciones.
Diversos
movimientos campesinos resisten el exponencial proceso de “sojización” del campo
paraguayo a costa de sufrir represiones, encarcelamiento y asesinatos
En la Argentina
también existen diversos movimientos campesinos, el Movimiento Nacional
Campesino Indígena (MNCI), el Frente Nacional Campesino (FNC), la Organización
de Trabajadores Rurales de Lavalle (OTRAL) y más recientemente la Unión de
Trabajadores de la Tierra (UTT) que resisten desalojos y/o han ocupado tierras
para ponerlas a producir bajo esquemas productivos ligados a lógicas campesinas,
con un horizonte agroecológico. Por estas ocupaciones, resistencias a desalojos
y cortes de ruta hay más de diez campesinos e indígenas asesinados en los
últimos diez años –entre ellos, Javier Chocobar, Miguel Galván, Cristián
Ferreyra, Roberto López– y Santiago Maldonado, el joven que desapareció en el
contexto de la represión de una protesta de una comunidad mapuche en Cushamen en
la Patagonia argentina y apareció muerto casi tres meses después.
Por su parte, en
Paraguay diversos movimientos campesinos resisten el exponencial proceso de
“sojización” del campo paraguayo a costa de sufrir represiones, encarcelamiento
y asesinatos de decenas de campesinos en los últimos diez años. Este esquema se
replica en otros países donde el agronegocio se ha fortalecido como modelo de
producción hegemónico en los mundos rurales.
Otros conflictos
en torno al extractivismo
Además de las
mencionadas, existe una serie de actividades extractivas y emprendimientos de
infraestructura a gran escala que afectan las áreas rurales del continente
americano y generan procesos de lucha y resistencia de diferentes movimientos
sociales. Por ejemplo, emprendimientos forestales de pino y/o eucalipto de las
grandes empresas papeleras, la construcción de represas hidroeléctricas, plantas
nucleares, grandes carreteras, oleoductos, gasoductos, grandes puertos
comerciales, etc. que causan importantes impactos sociales y ambientales.
Algunas de esas resistencias podemos observarlas en el caso de las comunidades mapuches al sur de Chile, que vienen resistiendo las plantaciones de pinos en sus territorios comunitarios, al tiempo que sufren fuertes represiones por parte de los carabineros, la policía chilena, judicialización y encarcelamiento de sus líderes comunitarios, así como estigmatización y racismo social muy intensos desde los medios de comunicación masivos, parte de la clase política, y una importante porción de la población. En los últimos años se reportan cientos de mapuches judicializados, a los que se suma una decena de presos políticos indígenas, varios asesinados y cientos de heridos por las fuerzas represivas y, cada vez más, la aplicación de la ley Antiterrorista para perseguir a las comunidades mapuche que protestan contra estos emprendimientos extractivos y por la recuperación de su territorio y cultura ancestral.
Otro ejemplo es
el caso de las comunidades indígenas de los pueblos Moxeños, Tsimanaes y
Yuracarés del Territorio Indígena y Parque Nacional Isiboro-Secure (TIPNIS) en
Bolivia que, desde 2011, se oponen a la construcción de una carretera que se
proyecta para atravesar el parque nacional y el territorio indígena para unir
las regiones de Cochabamba y Beni, que se encuentran actualmente incomunicadas.
Esta carretera forma parte del planeamiento de desarrollo regional de
infraestructura para Sudamérica (el Plan IIRSA) que promueve obras de
infraestructura a gran escala para mejorar la extracción de recursos naturales
así como la movilidad de mercancías a través de “corredores interoceánicos”
entre el Océano Pacífico y el Atlántico.
Estos pueblos han realizado movilizaciones y
cortes de carreteras para protestar contra este proyecto del gobierno de Evo
Morales que mantiene en la actualidad la vigencia de este proyecto y que ha
dividido a parte de las comunidades del TIPNIS.
Ha generado un punto de inflexión de su
gobierno en relación con los movimientos sociales campesinos e indígenas:
mientras algunos siguen apoyando al gobierno, otros movimientos protestan y
denuncian que, pese a identificarse como un “gobierno indígena y de los
movimientos sociales” el gobierno promueve el extractivismo, en actividades
relativas a los hidrocarburos, la megaminería, el agronegocio y los grandes
emprendimientos de infraestructura, como la carretera del TIPNIS.
Alternativas al
modelo hegemónico desde abajo
Dentro del modelo
hegemónico extractivo coexiste una serie de formas de vida que se presenta como
opuesta: mayormente los pueblos indígenas, los movimientos campesinos, las
poblaciones afrodescendientes, los pescadores artesanales y otros actores
subalternos de los mundos rurales. Algunos de estos movimientos sociales
proponen y construyen en sus territorios formas de vida alternativas a la del
modelo extractivo del capitalismo actual.
En toda América Latina perviven formas ancestrales de producción de alimentos y de formas de reproducir la vida que conviven, en muchos casos subsumidas, en otros en franca disputa, con las lógicas productivas del capitalismo agrario hegemónico. Estas formas productivas ancestrales -que podemos denominar como alternativas- son llevadas a cabo predominantemente por los pueblos indígenas y comunidades campesinas que habitan gran parte de los territorios del continente. A estos se suman las actividades productivas para el auto sustento en complementariedad con la producción de alimentos para los mercados locales y/o nacionales.También existe una gama diversa de productores de pequeña y mediana escala que, sin ser necesariamente sujetos campesinos-indígenas, producen alimentos para el mercado local y/o nacional por medio de sistemas diferentes, aunque generalmente subsumidos en parte o totalmente a las lógicas de producción, distribución y comercialización del modelo de agronegocios o agroindustrial. Por otra parte, en las últimas décadas se fueron conformando diversas corrientes dentro de la agronomía, ligadas a las luchas campesinas e indígenas, que sistematizaron formas de producción alternativa al modelo hegemónico del agronegocio, realizando un proceso de relación de saberes técnicos y agronómicos con saberes campesinos, indígenas y de otros actores rurales subalternos que cristalizaron en lo que hoy se denomina como agroecología.
Estas
experiencias presentan alternativas posibles para reproducir la vida en común y
producir alimentos sanos y baratos. Son, aquí y ahora, alternativas a las
actividades extractivas como los hidrocarburos, la megaminería y el agronegocio
que se presentan como las portadoras del “desarrollo” y el “progreso” pero que
terminan generando mayores desigualdades sociales, la destrucción de la
naturaleza y la desarticulación de otras formas de vida. Es en esas resistencias
y en las alternativas que emergen de las luchas campesinas, indígenas y rurales
que aparece la esperanza de un cambio social que ya ha comenzado en los
territorios en re-existencia de América Latina, Nuestra América.
Este artículo
forma parte de Protestar es un Derecho, un proyecto de colaboración con las
organizaciones de derechos humanos CELS e INCLO, con el apoyo de la ACLU, que
examina el poder de la protesta y su papel fundamental en la sociedad
democrática.
Generalicemos, abajo y a la izquierda, la toma de conciencia estigmatizada
como "ambientalista". Se trata de multiplicar el involucramiento
en la defensa de los bienes
comunes naturales tan esenciales a la vida como el agua.
Geopolítica del agua: Agua para la guerra – Agua para la paz
Agua, el gran
desafío
13 de enero de 2018
Por
Amyra El Khalili
Opera mundi
“Cuando tratamos con el medio ambiente no
podemos tratar de ese derecho fundamental como si fuera un producto empresario,
una mercancía, cuando contratos y reglas son determinadas a puertas cerradas en
reuniones entre pares. Por el contrario, deben ocurrir con el colectivo de la
sociedad”
El Fórum Internacional de Gestión Ambiental
(FIGA 2010) – Agua, el Gran Desafío, transcurrió en marzo de 2010, en la ciudad
de Porto Alegre (RS), algunos meses antes de que la ONU reconociera el agua como
derecho humano (julio 2010) y, años antes de que el saneamiento básico como
derecho humano, separado del derecho a agua potable (enero 2016). En la
conferencia de apertura, proferida por mí, busqué esclarecer las diferencias
conceptuales entre las múltiples funciones del agua con la temática de la
“Geopolítica del Agua: Agua para la Guerra – Agua para la Paz”.
Fueron analizados los conflictos en el país y en el mundo relacionado con el agua y su comoditización, como es el caso de la exportación de granos y carne en Brasil, que implica también en la exportación de los recursos naturales empleados en esa actividad, como el agua, la energía, el suelo, los minerales y la biodiversidad.
Según el periodista Lucio Flavio Pinto, en
artículo ‘Las verdades amazónicas y los virajes utilitarias” (O jornal Pessoal,
2010):
“Un problema concreto es la utilización del
agua como lastro por los navíos. Tan concreto que en 2004 la ONU adoptó una
Convención para prevenir la contaminación cuando los buques bombean el agua que
tienen y captan aquélla de que necesitan.” En ese canje provocan daños ambientales que pueden ser
evaluados por datos suministrados por Antonio Domingues: todos los años esa
operación movimiento 5 mil millones de toneladas (o de metros cúbicos) de agua,
que deben causar pérdidas globales de 100 mil millones de dólares
(identificándose el daño ecológico que, en general, no entra en el cálculo
económico).
¿Cuánto de esa enorme pérdida es provocada en
Brasil y, específicamente, en la Amazonía? Nadie sabe. Solamente del Pará,
cuarto mayor Estado exportador del país, entre 130 millones e 150 millones de
toneladas de riquezas naturales (predominantemente los mineras) han sido
llevados para otros países en el año pasado. Si, apenas para efecto de cálculo,
se considera un promedio de 50 mil toneladas por navíos, solamente para cargar
esa exportación ingresan en la Cuenca Amazónica tres mil grandes buque (para el
patrón de la navegación regional) por año. O casi diez por día. Es un movimiento
excesivo”.
Además del concepto del agua como commodity,
hay otros tres que también pueden ser confundidos y utilizados por intereses que
no son los del bien común.
Agua como commodity
El agua como ecosistema (bien común) no es y ni
puede ser considerada una commodity, pero el agua como sinónimo de vida en el
planeta ya se está negociando hace décadas en las bolsas. No formalmente, como
producto bursátil, como es el caso del petróleo, pero a través del agronegocio y
de la minería en el mercado de balcón (o informal, fuera de las bolsas) como
ocurre con el agua mineral y con la extracción en pozos artesianos sin control y
fiscalización, impactando la calidad del agua del subsuelo con contaminaciones
por tratar el agua tan solo como un producto mercadológico desconsiderando su
importancia socioeconómica.
Cuando compramos las botellas de 500 ml de agua
mineral en el supermercado, el lucro es de la empresa que la industrializó
(embotelló). Todo lo que está en exhibición en el supermercado está, de cierta
manera, comoditizado, es decir, normalizado para compra y venta adoptando
criterios determinados por corporaciones y gobiernos, sin la participación
proactiva de la sociedad. Pero, como la población no conoce los derechos y las
reglas que deben ser respetadas, hay explotación desenfrenada de ese bien común
por algunos grupos empresariales con la complicidad de gobiernos en detrimento
del interés colectivo.
En ese contexto, el agua como ecosistema o bien
común no
podría ser commoditizada ya que esa palabra-expresión commodity significa
“mercancía normalizada para compra y venta” para ser negociada con precios
establecidos por el libre mercado, con sus valores fijados por las bolsas como
ocurre con el petróleo. Por fin sería cotizada de la misma manera que los
precios de las commodities minerales (oro, petróleo, gas) y de las commodities
agropecuarias (soya, maíz, vacuno, café, azúcar).
Agua como ecosistema
Imagine un río o una catarata. No se puede
apropiar ese río o esa catarata y negociarlos, vendiendo o alquilando
para una empresa o un grupo de empresarios interesados en explotarlos. De esa
forma, no tenemos el derecho de tornarlos propiedad de un único empresario o de
un oligopolio, ya que es parte de un ecosistema, que es bien difuso, de uso
común del pueblo. Es lo que llamamos de “privatización”. Significa salir de las
manos del gobierno y entregarlos como inversión y lucro para beneficiar
financieramente el sector empresarial.
El agua por ser un bien que es parte de un
ecosistema, por ser tutelada por el Estado, bien de uso público, jamás podría
ser privatizada. El hecho de haber un ecosistema implica la interconexión e
interdependencia entre todos los seres, los vivos y los inanimados. Cuando un
ser se enferma, genera consecuencia en varios niveles a todos los demás. Si el
agua se la contamina, degrada, maltrata, afectará a los seres humanos y demás
seres vivos. El agua puede curar enfermedades, como también puede matar al
tornarse vehículo de contaminaciones como son los riachuelos y ríos
contaminados. Por lo tanto, la sociedad tiene derechos sobre el agua, pero
también debe asumir los “deberes” al compartirla y cuidarla.
Agua como derecho fundamental
Los activistas Ricardo Petrella y Daniele
Miterrand emprendieron una larga y ardua campaña contra la privatización del
agua, contra el control de ecosistema por empresas privadas, contra la
cotización del agua, para que ese recurso finito y fundamental para la
existencia de los seres vivos no sufra la precificación como el petróleo que
tiene el valor definido en las bolsas y las acciones de las empresas que lo
privatizaron, valoradas en el mercado financiero. El petróleo es sustituible,
independientemente del alto costo de cambiar la matriz energética de fósil para
renovable. Pero el agua no es sustituible. El agua es una incógnita, un misterio
de la vida. Puede ser renovable si cuidada y no renovable si degradada. Agua:
descífrela o ella te devora.
La Organización de Estados Americanos (OEA)
estimó en 2000 que, en 30 años, el barril de agua estaría más caro que el de
petróleo, señalando de que ese era el objetivo de los bancos multilaterales,
como el Banco Mundial, con la precificación del agua. Son esos bancos los
principales financiadores del saneamiento básico y de infraestructura en el
binomio “agua y energía” en países vulnerables y en desarrollo.
Como conocemos el engranaje de ese sistema “por
dentro”, pues hemos negociado con commodities minerales (oro y petróleo), las
commodities agropecuarias (soya, maíz, vacuno, café) y derivativos (derivado de
activos), estamos convencidos de que cotizar el agua en bolsas de valores sería
una tragedia mundial. Seguimos por dos décadas militando en redes
internacionales y en los más diversos frente para que se dieran leyes y acuerdos
internacionales que determinasen que el agua sea un derecho humano y de todos
los seres. Hemos proclamado en todos los forum y en los medios de comunicación
llamando la sociedad a su responsabilidad socio-ambiental. Así, la sociedad debe
asumir los comités de cuencas hidrográficas. Si no existe uno en su ciudad,
reúna líderes en su comunidad y creen el comité.
Agua, derecho a la vida
Siendo el agua fundamental a la vida en el
planeta y fundamental hasta mismo para la existencia de la Tierra, desde
siempre, defendemos que el agua debería ser un derecho constitucional como lo es
el acceso a la salud o a la escuela. Toda la población debe tener el derecho de
acceso, en cantidad y calidad garantizando la seguridad hídrica tanto cuanto a
la seguridad alimentar. Por lo tanto, considerando que el agua es vida,
reconocemos que ese derecho ya está asegurado por la Constitución con el
principio de la “dignidad de la persona humana” como se observa más adelante con
el fundamento jurídico-económico del concepto “commodities ambientales”.
Agua como commodity ambiental
Ese concepto ha sufrido la distorsión de parte
de especuladores, de los oportunistas de turno y otros interesados en la
privatización de este bien común, en la medida en que intentan disfrazar el uso de commodity convencional que hacen del agua. Por ejemplo, el caso de una fábrica
de refrigerantes que instala una planta y explota agua del Acuífero Guaraní,
imponiendo el riesgo a la humanidad del despilfarro y contaminación del agua –
mientras que ya hay innumeras denuncias debidamente comprobadas por
contaminación y degradación en diversas regiones en el país.
El agua como commodity ambiental es el insumo
para producción de una mercancía originaria de los recursos naturales en
condiciones sustentables, cuya matrices son: agua, energía, biodiversidad,
floresta (madera), minerales, reciclaje y reducción de emisión de contaminantes
–en el agua, en el suelo y el aire. Las matrices son ecosistemas y/o procesos
renovables u no renovables. La materia prima es el fruto originado de la matriz
que produce la mercancía. Una guayabera es matriz, no es mercancía. La materia
prima es la guayaba que produce la mercancía, el dulce de guayaba de la mujer
que hace dulces en la ciudad de Campos de Goytacazes, en Río de Janeiro. Campos
es conocida por su famosa “goiabada cascão” (mermelada de guayaba) con receta
enseñada de madre para hija de las mujeres indígenas Goytacá. El objetivo de ese
concepto es incluir el trabajador y la trabajadora, o el colector, la mujer y el
hombre del campo, el agricultor o agricultora entre otros combatiendo la
discriminación étnica, promoviendo la igualdad de género, rescatando principios
y valores universales al compartir y cuidar del agua como bien común.
Agua como commodity ambiental es la que fue
retirada del río, por ejemplo, usada para irrigar la producción agroecológica,
la orgánica, la permacultura, la biodinámica, la agro-biodiversidad, la
producción de subsistencia y fue “transformada” en producto-mercancía. La
commodity ambiental no es el río, no es el ecosistema ni el bien común. El agua
como commodity ambiental es el agua virtual utilizada como insumo para sembrar y
cosechar el fruto de esa frondosa árbol de la vida. Tampoco es la manzana del
pecado de Eva seducida por la serpiente, la imagen bíblica en que la “mujer” es
presentada como profanando el paraíso. Es el fruto del vientre materno que
genera la vida, cargada en una “bolsa de agua” por nueve meses y que dará a la
luz a un ser vivo en la presente y futura generación.
Agua como commodity ambiental es el agua
bendita providencial que nos proporciona el alimento; la que sacia nuestra sed
por justicia; la que fue negada al nordestino, excluido por la sequía y por el
descaso político; la que ha sido arrancada de los manantiales palestinos y
africanos; la que ha sido cuidada cuando retorna al ambiente en forma de
prosperidad y de riquezas con valor económico.
Agua como commodity ambiental es el agua
utilizada para irrigar los árboles frutales de las matas ciliares que
protegen los ríos, presas y nacientes en el Cerrado, en la Caatinga, en la Mata
Atlántica, del Pantanal, de la Pampa, de la Amazonía, mientras los frutos son
alternativas socio económicas de trabajo y renta para el sufrido pueblo
ribereño, para los pueblos indígenas y tradicionales, para los agricultores y
los campesinas, y, por misericordia en misión de paz, sin excluir –también para
los pequeños y medianos productores rurales, los que son “productores de agua”.
Sobre ese tema está el artículo “Las commodities ambientales y la métrica del
carbono”, publicado anteriormente en ese espacio.
La meta en este modelo económico, el socio-ambiental, es el desarrollo de una sociedad digna, igualitaria, ética, políticamente participativa e integrada. Como por ejemplo, el trabajo cooperativo en las áreas indígenas y quilombolas, donde todo el “fruto del trabajo colectivo” es revertido para la comunidad. Y cuando hablamos de cuenca hidrográfica, es el agua con la gestión hídrica compartida propuesta por la “cobranza por el uso del agua”, de los que pueden y deben pagarla porque la utilizan para producir bienes y servicios; son las industrias, el comercio y los prestadores de servicio, el agro-negocio, entre otros, cuyo recurso financiero debe retornar para la población. La sociedad tiene el deber de fiscalizar, además de la gestión ambiental en la cuenca hidrográfica, la destinación del dinero, y, sobretodo, decidir cuándo, cómo y de qué forma utilizarlo.
Así siendo, se trata de un proyecto en
construcción colectiva para la gestión financiera de la cosa y no la cosa que se
tornó financiera como lo están haciendo al imponer con el nuevo Código Forestal
y con las leyes que vienen en ese mismo paquete de productos y servicios, los
instrumentos de la ‘economía verde”, como los créditos de carbono, los créditos
de compensación, los pagos por servicios ambientales, el REDD, entre otras
pirotecnias financieras, también confundidas con la legítima propuesta, “la
cobranza por el uso del agua”, discutida por años en las trincheras del bon
combate, entre tantas otras propuestas e iniciativas que nos son tan caras,
El concepto “Bienes Ambientales
De acuerdo con el principio que nortea el
concepto “bienes ambientales” trazado por el Consejo Jurídico de la Alianza RECOs:
La directiva trazada por el concepto del
Proyecto “Bienes ambientales” encuentra respaldo en el ordenamiento
jurídico patrio, especialmente en la Constitución Federal, que define como
bienes ambientales los que, en el plano normativo, son considerados esenciales a
la sana calidad de vida (art. 225 de la CF).
Los bienes ambientales son considerados
jurídicamente esenciales a los valores directamente organizados bajo el punto de
vista jurídico, en faz de la tutela de la vida de la persona humana (el propio
patrimonio genético, la fauna, flora, los recursos minerales, etc.), como,
principalmente, ante la dignidad de la persona humana (art. 1º, III, de la CF),
verdadero fundamento a ser seguido en el plano normativo.
La Constitución Federal,
para garantizar los derechos considerados esenciales a la dignidad de la persona
humana, destinó y aseguró a los brasileros y extranjeros residentes en el país,
garantizando los derechos a la educación, salud, trabajo, vivienda, al
entretenimiento, a la seguridad, a la previdencia social, a la protección a la
maternidad, protección a la infancia y la asistencia a los desamparados como un
verdadero piso vital mínimo, a ser necesariamente asegurado por el Estado
Democrático de Derecho.
Conforme establece esa carta, el orden
económico tiene por finalidad asegurar a brasileros y extranjeros residentes en
el país una existencia digna, conforme principios explícitamente indicados en el
artículo 170 (incisos I al IX).
La defensa del medio ambiente (art. 170, VI),
asociada a la soberanía nacional (art. 170, I), asume importante destaque,
influenciando evidentemente toda y cualquier actividad económica.
Los principios que iluminan jurídicamente el
orden económico en Brasil es que el poder público –no sólo como agente gestor,
normativo y reglador de la actividad económica, más principalmente en el sentido
de asegurar la efectividad del derecho ambiental ante los recursos ambientales
(art. 225, # 1º) – deberá exigir, como regla, “Estudio Previo de Impacto
Ambiental” para instalación de toda y cualquier obra, o mismo actividad, que
potencialmente pueda causar significativa degradación del medio ambiente
–natural, artificial, cultural y del trabajo-, ante aquellos que pretendan
lícitamente explotar recursos ambientales.
El bien ambiental, conforme el art. 22 de la
Constitución, es “de uso común del pueblo”, es decir, no es bien de propiedad
pública, sino de naturaleza difusa, razón por la cual nadie puede adoptar
medidas que impliquen gozar, disponer, fruir del bien ambiental, destruirlo o
hacer con él de forma absolutamente libre, todo lo que es voluntad, deseo de la
persona humana en el plano individual o meta-individual.
Al bien ambiental solamente se le confiere el
derecho de uso, garantizado el derecho de las presentes y futuras generaciones.
La naturaleza jurídica del bien ambiental como
de único y exclusivo uso común del pueblo, elaborada por la Constitución de 1988
y vinculado a la orden económica, visando así atender a las relaciones de
consumo, mercantiles y otras importantes relaciones destinadas a la persona
humana, tiene en la dignidad de la persona su más importante fundamento.
Es de resaltar que la obligación de aquellos
que explotan recursos naturales no se agota en la recuperación del medio
ambiente natural degradado (art. 225, # 2º de la CF), pues deriva también del
impacto ocasionado sobre la vida en todas sus manifestaciones (natural,
cultural, medio ambiente artificial y medio ambiente del trabajo), en la forma
de la ley”.
Estamos convencidos de que es imprescindible cambiar el modelo económico vigente, de que es preciso lanzar una mirada holística, integral de la realidad. La soberanía de las naciones está seriamente amenazada, como en el caso de Brasil, con las reformas legislativas en curso y con el desmantelamiento de la Constitución Federal, de modo a violentar vergonzosamente, el Estado Democrático de Derecho.
Brasil necesita seguir el ejemplo de sus
vecinos bolivianos, ecuatorianos y uruguayos y luchar por el derecho al agua,
comprendiendo que el agua también tiene valor económico por ser vida. Pero que
la vida de valor inestimable, no tiene precio.
Notas:
1. REDD – Reducción de Emisión por Deforestación y Degradación
2. En marzo de 2010, con el tema “Agua: el gran desafío”, el Fórum
Internacional de Gestión Ambiental –FIGA, hizo su primera edición en que buscó
promover un franco debate sobre la gestión de los recursos hídricos. El FIGA es
realizado anualmente por la ARI –Asociación Riograndense de Prensa, con apoyo de
diversas entidades e instituciones de enseñanza e investigación en la ciudad de
Porto Alegre, Rio Grande do Sul y ya reunió, desde su primera edición, los
mejores expertos en gestión de recursos hídricos de Brasil y del exterior.
Referencias:
EL KHALILI, Amyra. Commodities ambientais: novo
modelo econômico para América Latina e o Caribe. Fórum de Derecho Urbano y Ambiental –
FDUA , Belo Horizonte, año 12, n.
71, p. 9-22, sep./oct. 2013.
EL KHALILI, Amyra. As commodities ambientais e
a métrica do carbono. Fórum
de Derecho Urbano y Ambiental – FDUA ,
Belo Horizonte, ano 16, n. 93, p.26-31, maio./jun. 2017.
EL KHALILI, Amyra. O Rio São Francisco e a
“cobrança pelo uso da água”. Jornal
Pravda.RU. Acceso en: 14 ago.
2016. Capturado en: 10 mar. 2017. http://port.pravda.ru/sociedade/cultura/14-08-2016/41543-rio_sao_fransisco-0/
FANTE, Eliege. Fórum Internacional de Gestão
Ambiental – Água, o Grande Desafio. EcoAgência
de Notícias . Acceso en: 23 mar.
2010. Capturado en: 02 sep. 2017. http://www.ecoagencia.com.br/?open=noticias&id=VZlSXRFWWNlUspFVOdVMXJ1aKVVVB1TP
PINTO, Lúcio Flávio. As verdades amazônicas e
as visagens utilitárias. Publica o Jornal Pessoal (JP) – Acceso en: 09 oct.
2010. Capturado en: 03 sep. 2017.
TATSCH. juliano.
Amyra afirma que Brasil é rico pelos recursos hídricos que tem. Jornal do
Comércio. Acceso en: 23 mar. 2010. Capturado e: 03 spt.2017. http://jcrs.uol.com.br/site/noticia.php?codn=23406
ONU reconoce acceso al agua potable como
derecho humano. Acceso en: 29 de jul. 2010. Capturado en: 03 sep. 2017. http://www.dn.pt/globo/interior/onu-reconhece-acesso-a-agua-potavel-como-direito-humano-1629749.html
Asamblea General de la ONU reconoce saneamiento
como derecho humano distinto do derecho a agua potable.https://nacoesunidas.org/assembleia-geral-da-onu-reconhece-saneamento-como-direito-humano-distinto-do-direito-a-agua-potavel/ .
Acceso en: 04 ene. 2016. Capturado en: 03 sep. 2017.
Amyra El Khalili es profesora de economía
socioambiental. Es editora de las redes Movimiento Mujeres por la P@Z! e Alianza
RECOs – Redes de Cooperaçcióm Comunitaria Sim Fronteras. Es autora do e-book
“Commodities Ambientais em Missão de Paz: Novo Modelo Econômico para a América
Latina e o Caribe”.
Reparemos, y expandamos
este descubrimiento abajo y a la izquierda, en el porqué tenemos un
antagonismo irreconciliable con los gobiernos progresistas e intelectualidad
a su servicio:
Extractivismo o muerte
18 de agosto de 2015
18 de agosto de 2015
Por
Sergio
Federovisky (contaminacioncero)
El combustible del crecimiento de
la última década en América latina, y lógicamente en la Argentina, es el que
deriva de las “ventajas comparativas”, es decir de la dotación de recursos
naturales demandados desde economías centrales.
Se lo bautice como “desarrollo independiente”
(con demasiadas comillas) o como extractivismo puro y duro, es sencillo
consensuar que se trata de un patrón de acumulación basado en la
sobreexplotación de los recursos, principalmente no renovables, y en la
expansión de las fronteras hacia territorios antes considerados “improductivos”.
Los resultados del modelo podrán ordenarse de acuerdo con el plazo en que interese analizarlos. El pensamiento predominante, tomando ya sin originalidad la crisis de 2001 como punto de partida, insiste en que los ingresos extraordinarios (de la soja o la minería) y la ampliación del gasto social “están relacionados”. Una lectura no coyunturalista detalla al menos tres elementos prácticos que relativizarían las bondades del modelo: una tendencia a la reprimarización de la economía –que no se compensa con el slogan desarrollista de “incorporar valor agregado”-, un comprobable deterioro de las variables ambientales presentes y futuras, y una alta conflictividad social desatada a partir de la resistencia a dichas consecuencias. Y un último elemento, quizás más ideológico, que altera las conciencias más progresistas que defienden este modelo: al ser la extracción y la comercialización el nudo del negocio, la propiedad de los recursos pasa a ser secundaria, con lo que la condición estatal de esa propiedad no garantiza soberanía a la hora de su explotación.
José Natanson ha escrito que el extractivismo
ha sido más cuestionado por círculos intelectuales antes que políticos. Allí
puede estar parte de la explicación acerca de la ausencia de un debate sobre
este modelo en la actual campaña electoral. Claro que, aun sin pretenderlo, se
desliza la idea de cierta futilidad en la discusión intelectual al tiempo que se
sugiere que el pragmatismo de la política es el que define la ecuación a favor
de “lo real” como sinónimo de “lo importante”.
Podría entonces presuponerse que el debate acerca del extractivismo está ausente no porque la política no se haya anoticiado de su trascendencia, sino porque quienes encarnan las candidaturas predominantes concuerdan en que del modelo imperante sólo se pueden discutir matices y no su esencia. Es probable que por convicción, por conveniencia o por no correr el riesgo electoral de salir de la corriente, las distintas opciones políticas convoquen a esta presuntamente única opción de “desarrollo”. Y que por aquellos mismos motivos, descalifiquen cualquier cuestionamiento como fruto de la antimodernidad, la negación del progreso o el fundamentalismo ecologista.
A lo sumo, cuando se alerta acerca de las
anomalías, los discursos electorales adjuntan menciones respecto del “cuidado
del medio ambiente” o similares. Pero siempre dejando en pie la idea de que los
problemas del desarrollo se resuelven acentuando este modelo: el extractivismo
se combate con más extractivismo.
Lo que no
se discute es si este modelo, entre cuyos atributos también están la
desigualdad, el saqueo, el derroche y la contaminación escalofriante, sólo
requiere “retoques” o si en verdad se trata de un “maldesarrollo”, como muchos
intelectuales se obstinan en señalar. Gudynas, en representación de quienes ven
las anomalías no como “problemas de praxis” del modelo sino como daños
esenciales a su concepción, habla de la búsqueda de un “desarrollo otro”.
Básicamente, y no como eslogan, se trataría de un desarrollo sustentable en sus aspectos sociales, económicos y, por supuesto, ambientales. Pero al no integrar la batalla electoral, quizás haya que presumir que se trata de una mera jactancia de intelectuales.
Sergio Federovisky es el presidente de la
Agencia Ambiental La Plata y docente de “Política ambiental” en la Universidad
Torcuato Di Tella, además de conductor del programa “Contaminación Cero” y
columnista de política ambiental en “Tercera Posición” por América 24.
Fuente
original: http://www.contaminacioncero.com/ver_noticia.php?id=104
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202247
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202247
Insistamos en el
imperativo de ruptura con los gobiernos progresistas e intelectualidad
modeladora de consensos correspondientes y expandamos esta liberación abajo
y a la izquierda. Destapemos qué sucede en Bolivia:
"El gobierno, varios intelectuales y militantes no comparten esas posturas, y
poco a poco generaron una nueva versión del Vivir Bien despojándolo de esa
crítica radical a las ideas de desarrollo para convertirlo, en cambio, en
una consecuencia de lo que denominan «desarrollo integral»".
Encasillando el
Vivir Bien
22 de
septiembre de 2015
Por
Eduardo Gudynas (Página 7)
En las polémicas sobre los controles que el
Estado exige a las asociaciones ciudadanas parecería que han pasado
desapercibidas algunas consecuencias. Entre ellas estimo de enorme importancia
señalar que podría desembocarse en extremos tales como cercenar las
exploraciones sobre las ideas del Vivir Bien, las alternativas al capitalismo o
incluso los modos de enfrentar el cambio climático.
Esto no es una exageración. Para explicarlo hay
que comenzar por recordar que la Ley 351 sobre la otorgación de personerías
jurídicas a ONG y otras asociaciones (aprobada en marzo de 2013) establece que
en sus estatutos deberán indicar su "contribución al desarrollo económico y
social” (artículo 7, sección II). El sentido del artículo se aclaró en el
decreto de reglamentación parcial de la ley (DS 1597 de 2013), entendiéndola
como las actividades "orientadas al desarrollo económico social, tomando en
cuenta los lineamientos establecidos en la planificación nacional, las políticas
nacionales y las políticas sectoriales”.
Traduciendo esas exigencias, las ONG no pueden trabajar en cualquier tema, sino que deben necesariamente abordar la temática del "desarrollo”, y específicamente tal como el gobierno de turno entienda a ese concepto. Si abordan otras cuestiones que no están dentro de las visiones oficiales del desarrollo, o incluso si se critica esas concepciones o se alertan sobre sus efectos, las ONG y otras asociaciones podrían entrar en zonas de riesgo de ser declaradas irregulares o ser disueltas.
Estamos frente a un marco normativo que tiene la
potencialidad para acortar temas de discusión o prácticas de las asociaciones
ciudadanas. Esta situación es clara ya que, según los testimonios de algunas
personas que tramitan las personerías jurídicas de las ONG, el gobierno les
señala que en sus estatutos deberían indicarse que sus fines están en
correspondencia con el plan nacional de desarrollo o la Ley de la Agenda
Patriótica. Una vez que se comprende esto pueden advertirse
algunas consecuencias. Si bien son muchas, deseo detenerme en algunas de ellas.
Encasillando el Vivir Bien
Un primer impacto afecta las capacidades para seguir
avanzando en los conceptos del Vivir Bien. Las posiciones originales de esa idea
expresaban una crítica radical a las propias bases de la ideas de desarrollo en
cualquiera de sus variedades. Dicho de otro modo, aquel Vivir Bien buscaba
trascender a todos los tipos de desarrollo, se llamaran sostenible, humano,
endógeno, etc., y descansaba sobre un profundo respeto de la naturaleza. Es
evidente que la profundización de una estrategia extractivista sería
incompatible con esa versión del Vivir Bien.
Es bien sabido que el gobierno, varios
intelectuales y militantes no comparten esas posturas, y poco a poco generaron
una nueva versión del Vivir Bien despojándolo de esa crítica radical a las ideas
de desarrollo para convertirlo, en cambio, en una consecuencia de lo que
denomina "desarrollo integral” (formalizado en la ley sobre la Madre Tierra de
2012).
Lo que ahora está sucediendo con el estatuto sobre las asociaciones ciudadanas opera en el mismo sentido de limitar los contenidos y alcances sobre un Vivir Bien que pudiera ser radical. Las ONG deberían enfocarse en un tipo de Vivir Bien asociado al "desarrollo integral”, pero no podrían cuestionarlo ni avanzar en otras visiones. Es más, nada impediría que aquellas asociaciones que defiendan un Vivir Bien pongamos por caso, radicalmente andino y ecológico, cuestionando las invasiones petroleras o mineras, puedan ser observadas o disueltas.
Desarrollo y cambio climático
Otros impactos inciden sobre las opciones para debatir
alternativas sobre el capitalismo, y dentro de ellas, de uno de los problemas
actuales más graves, el cambio climático.
Existen muchos
acuerdos en que la marcha del capitalismo global es insostenible por sus
impactos sociales y ambientales, y por descansar en relaciones de desigualdad y
poder. Varios componentes de este diagnóstico han sido dichos por distintos
actores del Gobierno boliviano, lo que es muy bueno. Pero es necesario advertir
que el capitalismo y el desarrollo son conceptos contenidos uno dentro del otro,
íntimamente relacionados. Por ello, si se critica al capitalismo también se
debería cuestionar al desarrollo, en cualquiera de sus variedades. No tiene
sentido cuestionar al capitalismo pero abrazarse al desarrollo. Esos debates son
nutridos sobre todo por ONG y centros de investigación, y por las visiones y
testimonios de los movimientos sociales. Pero, como se demostró arriba, las ONG
que podrían trabajar en esas cuestiones ahora están limitadas a operar dentro de
una versión del desarrollo, llamado integral.
El debate sobre el capitalismo y el desarrollo además está directamente vinculado a la problemática del cambio climático. Este es un nexo especialmente relevante dada la invitación del Gobierno boliviano a una nueva "cumbre de los pueblos” para analizar esa cuestión.En la actualidad son muchos los que reconocen que el avance de los cambios en el clima planetario se debe a las perversas expresiones de la pareja capitalismo – desarrollo. Es por eso que activistas y académicos proponen medidas como dejar sin explotar, en el subsuelo, al menos el 80% de los yacimientos petroleros (ya que si esos combustibles son quemados, el cambio climático se dispararía fuera de control). Esta es una medida postextractivista que se da la mano con las visiones originales del Vivir Bien. Pero también sabemos que el gobierno que convoca a esa cumbre tomó partido por un desarrollismo que se mueve en el sentido contrario, intentando extraer más hidrocarburos, que serán quemados y contribuirán al cambio climático. Estrategias similares siguen otros países, y dentro de muchos de ellos hay centenares de asociaciones civiles que les critican y que además exploran opciones postpetroleras.Muchos de esos grupos, si llegan a participar del encuentro en Tiquipaya, se encontrarán que desde el gobierno y sectores cercanos se critican o imponen condiciones a las ONG nacionales que intentan promover ese tipo de debates. Asoman contradicciones para sostener un debate plural y abierto sobre el cambio climático.Por todo este tipo de razones, detrás de la intención de encauzar a las organizaciones ciudadanas hay implicaciones que van mucho más allá de simples formalidades burocráticas.
Desentramparnos, abajo y a la izquierda, del progresismo por balance
crítico de sus gobiernos no basta. Precisamos analizar porqué importantes
izquierdas se incorporaron a hacer posible esa acumulación gran capitalista
por conducción de las rebeliones antineoliberales hacia la sociedad de
consumo y por distorsión conceptual de nación, patria grande, etc. Este
esclarecimiento puede devenir de discutir y decidir sobre:
Frente a la
urgencia ecológica
Proyecto de sociedad,
programa, estrategia
17 de
agosto de 2015
Por
Daniel Tanuro (Viento Sur)
Transcripción (abreviada) de la exposición
realizada el 28 de julio en el marco del 32 Encuentro Internacional de Jóvenes
de la IV Internacional, organizado en Bélgica. Agradezco las aportaciones de
quienes intervinieron, que me han llevado a retocar y precisar este texto en
algunos puntos.
En abril de 2014, dos equipos diferentes de
glaciólogos americanos especialistas en la Antártida llegaron -por métodos
diferentes, basados en la observación- a la misma conclusión: debido al
calentamiento global, una parte del casquete glaciar ha comenzado a derretirse y
este deshielo es irreversible.(...)
(...)Un
doble callejón sin salida del capitalismo
En realidad, lo habéis comprendido, la causa de
estos fenómenos no es la población ni la naturaleza humana sino el capitalismo y
la “naturaleza” de esta forma de producción contra natura. En realidad, las
curvas exponenciales de la degradación medioambiental no son otra cosa que la
manifestación de la ley fundamental del capitalismo: “Siempre más”.
Un capitalismo sin crecimiento es una contradicción en sus propios términos. La explicación es simple: en este sistema basado en la competencia por el beneficio, cada propietario individual de los medios de producción está obligado a buscar permanentemente reducir sus costes, especialmente sustituyendo a trabajadores por máquinas que aumenten la productividad del trabajo. Este requisito es completamente imperativo: quien quisiera sustraerse a él sería inmediatamente condenado a la muerte económica.
Por tanto,
el capitalismo es por esencia, productivista. Siempre produce más mercancías, lo que implica apropiarse y
saquear más recursos naturales, explotar siempre más la fuerza de trabajo -sea
directamente en la producción, sea indirectamente en los servicios y en la
reproducción de la fuerza de trabajo-, y destruir siempre los saberes y las
lógicas alternativas a su propia “lógica” bulímica.
En esta lógica capitalista insensata, la
“crisis ecológica” misma sólo se percibe como una “estupenda oportunidad para
nuevos mercados”.
Por eso, la prensa económica exalta las posibilidades del
mercado de las renovables, del mercado de los derechos de contaminar, del
mercado de la agricultura (seudo)bio, etc.
Desaparecida la globalidad del
problema, la solución global también desaparece tragada por el apetito de
beneficio de los capitalistas particulares.
Es evidente que las seudosoluciones de este
“capitalismo verde” no resolverán nada. No derrocharía mi tiempo en explicarlo.
Como decía Albert Einstein, no se resuelve un problema con los medios que han
causado el problema.
No se resolverá la crisis ecológica mediante los
mecanismos de mercado y el productivismo que son la causa de la crisis
ecológica.
A propósito de esto, tomad nota: como he
mencionado, el único aspecto de la crisis ecológica en el que la dinámica
exponencial de la destrucción se ha roto, es la desaparición de la capa de
ozono. Las emisiones de gas responsables del fenómeno disminuyeron mucho después
del Protocolo de Montreal (1987). Ahora bien, justamente es en el único ámbito
en el que los gobiernos (por una serie de razones muy particulares en las que no
voy a a profundizar) recurrieron a medidas de regulación más que a mecanismos de
mercado /6.
La conclusión salta a la vista: no es la naturaleza la que está en crisis, es la sociedad capitalista. Hemos llegado a un estadio en el que el absurdo de este modo de producción altera gravemente las relaciones entre la humanidad y la naturaleza de la que forma parte hasta el punto de poner en peligro mortal a una buena parte del género humano. Por esta razón no me gusta la expresión de “crisis ecológica”.
El término de “crisis” es además, incorrecto.
Una crisis es un momento de transición entre dos estados de un sistema. En mi
opinión, no se puede hablar de “crisis” para describir el conjunto de fenómenos
exponenciales de degradación del medio ambiente que ya he recordado y que se
amplían desde hace dos siglos.
No es a una “crisis” a lo que tenemos que
responder sino a un doble callejón sin salida del capitalismo, a la vez en el
plano medioambiental y en el plano social (en síntesis: la tendencia a la baja
de la tasa de beneficio y la forma en la que el capital intenta
contrarrestarla).
Es sorprendente que sobre estos dos planos
-social y medioambiental- el sistema choca contra límites que ni él mismo es
capaz de identificar. Esto valida el análisis de Marx, que decía que “el único
límite del capital, es el capital mismo” y concluía que este Moloch,
si no se elimina a tiempo,
agotaría “las dos únicas fuentes de toda riqueza: la Tierra y el trabajador”.
Lucha
ecológica, lucha de clases
Este enfoque permite enmarcar la lucha que
debemos llevar. No es una “lucha ecológica”, en el sentido de una especie de
lucha de lujo de quienes no tienen demasiados problemas sociales. Es una lucha
social para salvar la existencia de este planeta, especialmente, el mundo del
trabajo, las mujeres, la juventud, el campesinado, los pueblos indígenas, en
resumen, las personas explotadas y oprimidas que el capitalismo amenaza con
sacrificar en masa.
La lucha que debemos llevar por el medio ambiente es una lucha de clases, una lucha anticapitalista que engloba, por así decir, todas las otras luchas y que tiene el potencial de unirlas. Una lucha cuyo desenlace decidirá la elección entre una humanidad digna de ese nombre, que cuida con amor de sí misma y de la naturaleza de la que forma parte, o un caos bárbaro de destrucción social y medioambiental.
Esta lucha es a la vez poética -está cargada de
emociones y de pasiones, pues se trata de salvar lo maravilloso de este mundo
que nos hace plenamente humanos- y racional. Pero no nos hacemos ninguna
ilusión: no se ganará ni por la poesía ni por la razón, cualesquiera que sean
las la belleza de la primera y el rigor de la segunda.
Vista la actualidad de estas últimas semanas,
ilustraría esta afirmación con una parábola griega: ¿que tienen en común Yanis
Varufakis y las grandes organizaciones ambientalistas? La ilusión de creer que
los dramas humanos y los argumentos racionales, apoyados por premios Nobel,
podrían convencer al adversario de que su política es absurda, incluso desde el
punto de vista de sus propios intereses capitalistas.
Esta creencia es verdaderamente ilusoria. Antes que nada, no se trata de la ignorancia o de la falta de información de los “responsables”, sino de intereses materiales. Para salvar el clima, 1º ) las compañías petrolíferas, gasísticas y del carbón, deberían renunciar a explotar las cuatro quintas partes de las reservas de combustibles fósiles de los que son propietarias y que determinan su cotización en Bolsa y 2º) la mayor parte del sistema energético mundial -que equivale más o menos a una quinta parte del PIB global- debería desmantelarse antes de su amortización. En los dos casos, esta destrucción de capital acarrearía una enorme crisis financiera.Se puede hacer otra comparación a la griega: ¿qué tienen en común Schäuble, Lagarde y los escépticos del cambio climático? Una férrea determinación de proteger el sistema, el de la clase capitalista de la que forman parte y que construye lo esencial de su potencia desde hace dos siglos sobre la explotación de las energías fósiles.
Este sistema, los Straüble y los Lagarde de
todos los países están dispuestos a mantenerlo al precio de grandes
destrucciones, del sacrificio de millones de seres humanos, incluso precipitando
el mundo en un caos ingobernable a no ser por medios que no tendrán nada que ver
con la supuesta “civilización” ni de cerca ni de lejos.
Cuando el mal esté hecho, los Straüble y los
Lagarde verterán lágrimas de cocodrilo sobre las víctimas hablando de
“catástrofe natural”. Pues esta gente cree que las leyes de mercado son leyes
naturales, tan intangibles, sino más, que las leyes de la física.
El economista burgués Schumpeter decía que el
capitalismo sale de sus crisis periódicas por la “destrucción creadora”. Lo que
Ernest Mandel llamaba el capitalismo de la “tercera edad” solo puede salir de
ese doble callejón social y ecológico por la “destrucción destructora”.
Ciertamente se trata de una lucha, no de un
debate académico, y el ejemplo de Grecia nos muestra a pequeña escala hasta qué
punto esta lucha será implacable.
Explicar,
bloquear, “comunistizar”
¿Qué hacer? Como decía el otro... ¿Qué hacer
para limitar al máximo la catástrofe climática?
-
La primera tarea es explicar sin descanso y por todos los sitios la gravedad de la situación y sus causas, en particular en las organizaciones populares, el movimiento sindical, las organizaciones de mujeres y los movimientos juveniles. Es necesario un enorme trabajo de educación permanente en que que debemos participar. Hablar es ya actuar, es sembrar las semillas de la gran cólera indispensable.
-
La segunda tarea es luchar en todos los lugares contra los grandes proyectos de inversión al servicio de la industria fósil: aeropuertos, los nuevos oleoductos, las nuevas autopistas, las nuevas perforaciones, las nuevas minas, la nueva locura del gas de esquisto, los nuevos caprichos de los geoingenieros que sueñan en dotar a la Tierra de un termostato... del que ellos tendrían el control.
Naomi Klein tiene toda la razón al llamar a
reforzar en todas partes la respuesta que llama “Blokadia”. Tiene razón porque
este bloqueo, en efecto, es de una importancia estratégica: el nivel actual de
desarrollo de infraestructuras no permite al capital continuar quemando las
masas de combustibles fósiles que nos coloquen en la vía de un calentamiento de
6ºC de aquí a 2100 /7. Las
movilizaciones como las de Notre-Dame des Landes, o el oleoducto Keystone XL, o
el parque Yasuni, son como barreras que bloquean el camino.
Defendámoslas y
coordinémonos para defenderlos.
-
La tercera tarea es sostener todas las alternativas colectivas, sociales y democráticas que hacen avanzar la noción de lo común, de los bienes comunes y de la gestión común de la Tierra “como buenos padres y madres de familia”. No miremos con desprecio los grupos locales de compra de productos locales de agricultura orgánica y otras alternativas que, por ejemplo, favorecen la soberanía alimentaria. Por supuesto, no creemos que el capitalismo pueda ser derribado de esta forma, por contagio. Esto no impide que estas iniciativas puedan ser palancas de concienciación, en particular cuando organizan el diálogo y, consecuentemente, rompen la separación, generada por el capital, entre productores y consumidores, o cuando implican el movimiento sindical.
Sin embargo, la supuesta educación permanente,
los bloqueos y las iniciativas de conquista del común no son suficientes. La
lucha requiere un proyecto de sociedad alternativo, un programa y una
estrategia. Pasaré rápidamente revista a estos tres aspectos.
Proyecto
de sociedad: la actualización ecosocialista
Llamemos al pan pan y al vino vino: el proyecto
de sociedad alternativo sólo puede ser de tipo socialista. Se trata de suprimir
la producción de valores de cambio para el provecho de una minoría capitalista y
reemplazarla por la producción de valores de uso para la satisfacción de las
necesidades humanas reales, determinadas democráticamente. No hay otra elección
posible, otra alternativa posible a este modo de producción. Ahora bien, esta
alternativa corresponde fundamentalmente a la definición del socialismo.
El movimiento autónomo de las mujeres interpela
a nuestras organizaciones para que tengamos en cuenta que el socialismo implica
no solamente la supresión de la explotación del trabajo asalariado sino también
la lucha contra la opresión de las mujeres. El trabajo doméstico gratuito al
servicio del mantenimiento y la reproducción de la fuerza de trabajo es un pilar
del sistema cuidadosamente ocultado por el patriarcado que oprime también a gays
y lesbianas. Nuestro movimiento intenta extraer todas las conclusiones sobre qué
tipo de socialismo queremos.
De igual manera, debemos explorar lo que la
gravedad de la crisis ecológica implica para nuestro proyecto socialista. Aquí,
también es necesaria una actualización. Citaré brevemente, tres puntos:
1.
La tecnología. Lenin decía que “el socialismo son los soviets más
la electricidad”. Hoy está claro que esta definición es insuficiente. ¿Cómo se
producirá la electricidad? ¿Con el carbón, el petróleo, el gas natural, la
energía nuclear? Un socialismo digno de ese nombre exige una electricidad
producida exclusivamente por fuentes de energía renovables y usada con el máximo
de eficiencia. En otras palabras, la “crisis ecológica nos lleva a concluir que
las tecnologías no son neutras”.
2.
Los límites. Engels ensalzaba el “desarrollo ilimitado de las
fuerzas productivas” que sería posible, según él, una vez que la humanidad se
desembarazase de los “obstáculos capitalistas”. Se puede debatir sobre el
sentido exacto de esta frase, de la importancia que Engels daba a las fuerzas
productivas no materiales como el conocimiento, etc. Pero una cosa está clara:
el proyecto socialista está taponado por lo que Daniel Bensaid llamaba las
“escorias productivistas”. Eliminémoslas. Luchamos por un socialismo que
respeta los límites de los recursos, los ritmos y los modos de funcionamiento
de los ecosistemas así como de los grandes ciclos naturales. Un socialismo que
aplica el principio de precaución y renuncia al “dominio de la naturaleza”.
3.
La descentralización. Marx
había dicho de la Comuna de París que era la “forma política por fin encontrada
de la emancipación del trabajo”. Sobre la base de esta experiencia
revolucionaria, abandonó concepciones más centralistas,
se pronunció por una
federación de comunas como alternativa al Estado y se puso a estudiar las formas
comunales de las sociedades precapitalista. Una democracia real de productores
asociados no es factible sin la destrucción del Estado y su sustitución por una
federación de estructuras de autoorganización descentralizadas que se coordinan.
La necesaria transición energética nos anima a optar de forma mucho más audaz
por esta concepción, pues las renovables implican una descentralización avanzada
que facilite la gestión por las comunidades o bajo su control. Podemos completar
la fórmula de Marx: “la comuna es la forma política encontrada por fin de la
emancipación del trabajo y de la sostenibilidad ecológica”
(en el verdadero
sentido del término).
Estos tres puntos son suficientes, creo, para
mostrar que el ecosocialismo es algo diferente al mismo perro con otro collar:
es un proyecto emancipador que integra los nuevos desafíos
a los que se enfrenta la humanidad por la destrucción capitalista del medio
ambiente y de la desastrosa experiencia del “socialismo real”.
Programa:
una radicalidad ineludible
En lo referente al programa, diría que quienes
piensan que la cuestión ecológica corre el riesgo de desviarnos de las
respuestas anticapitalistas que se oponen a la austeridad se equivocan
totalmente.
La verdad es justamente lo contrario: en realidad, la
urgencia y la gravedad de la crisis ecológica dotan de fuerte legitimidad a un
programa extremadamente radical, revolucionario, cuya clave principal es la
doble expropiación/socialización de la energía y del sector financiero, sin
indemnización, ni compensación y bajo control obrero.
Estos dos sectores están profundamente imbricados, sobre todo, porque las gigantescas inversiones en el sector fósil (prospección, perforaciones, minas, refinerías, centrales eléctricas, líneas de alta tensión, etc.) son inversiones a largo plazo, financiadas mediante créditos. Visto lo que se ha dicho más arriba sobre el desguace del sistema energético antes de la amortización, así como sobre las reservas fósiles para dejar bajo tierra, la nacionalización es la condición sine qua non para que la colectividad disponga de palancas y de medios que le permitan organizar la transición energética independientemente del imperativo del beneficio, en un marco descentralizado.
Bajo esta clave, se pueden organizar numerosas
reivindicaciones más inmediatas que no detallaré aquí. Solamente, diré que dos
cuestiones me parecen de gran importancia en una doble perspectiva de respuesta
a la austeridad y la propagación de la idea de lo común.
La primera es la de la gratuidad: por ejemplo,
la gratuidad de los servicios de base correspondientes a las necesidades
socialmente necesarias en materia de acceso al agua, a la luz, a la movilidad y
a la calefacción (combinada con una tarificación rápidamente progresiva más allá
de esas necesidades).
La segunda es la del repliegue de la esfera de
mercado del beneficio de un sector público democrático con los mecanismos de
control y de participación de la población: sociedades públicas de aislamiento
tèrmico y rehabilitación de viviendas, sociedades públicas de transporte
público, etc.
Estrategia: convergencia de las luchas campesinas, indígenas, obreras y
feministas
Terminaré por la estrategia. Es obvio que la
humanidad sólo podrá salir del callejón al que el capitalismo la ha arrastrado
por medios revolucionarios. Es obvio también que la lucha anticapitalista que
hay que llevar a cabo implica necesariamente un rol central de la clase obrera,
es decir, de quienes su existencia depende de la explotación directa o indirecta
de su fuerza de trabajo por el capitalismo en la producción, en los servicios o
en la reproducción de la fuerza de trabajo.
Pero la revolución, no son dos ejércitos bien
delimitados -la clase obrera y la burguesía- que se colocan frente a frente en
un campo de batalla. Toda situación revolucionaria es el producto de una crisis
de la sociedad entera, de una efervescencia confusa de iniciativas de las
clases, pero también de fracciones de las clases, de las capas sociales, etc. En
esta efervescencia, la clase obrera debe conquistar la hegemonía demostrando en
la práctica que su programa aporta respuestas a los problemas y a las
aspiraciones de todas las personas explotadas, de todas las personas oprimidas.
Esta puntualización es especialmente pertinente aquí puesto que la “crisis ecológica” es como la amenaza de la guerra atómica: interpela y moviliza a millones de hombres y mujeres de todas las capas de la sociedad porque sienten inquietud por el futuro del planeta y el de sus hijas e hijos.Por eso, las grandes movilizaciones ecológicas, como las grandes movilizaciones pacifistas, tienen a menudo un lado interclasista. Sin duda, las trabajadoras y trabajadores son mayoritarios, al menos en los países “desarrollados” donde la clase obrera forma la mayor parte de la población, pero no participan en su condición de tales con conciencia de su papel específico.
En mi opinión, la tarea de los revolucionarios
en este contexto no es quedarse al borde del camino para repartir panfletos
llamando a una respuesta socialista. Ciertamente, esos panfletos son útiles pero
nuestra tarea es también construir el movimiento de masas y orientarlo hacia
soluciones anticapitalistas
Esta discusión de estrategia es tanto más
importante, cuanto que la clase obrera esta hoy en la retaguardia de la lucha
sobre el clima, mientras que los agricultores y los pueblos indígenas están en
primera línea con reivindicaciones anticapitalistas, en los dos casos, las
mujeres jugando un papel clave.
Construir el movimiento de masas, tenemos que
hacerlo con la preocupación estratégica de arrastrar al mundo del trabajo cuyo
papel será decisivo. Pero para ello, debemos comprender las razones específicas
que explican la baja participación relativa del movimiento obrero en la lucha
ecológica en general, climática, en particular.
La explicación no es complicada. Hoy, cuando los pequeños agricultores luchan por sus condiciones de vida contra el agronegocio, las reivindicaciones inmediatas que ponen por delante coinciden ampliamente con el programa agrario aplicable para salvar el clima. Además, saben que necesitan apoyo de la población en general para hacer frente a un adversario muy poderoso que quiere destruirlos, de manera que se inclinan mucho más hacia la alianza “obreros-agricultores” que hacia un programa pequeñoburgués. Igual sucede, mutatis mutandis, con los pueblos indígenas en defensa de su modo de vida basado en la simbiosis con el bosque, por ejemplo.En estas dos categorías, no es sorprendente que las mujeres desempeñen un rol clave. No por por una “esencia femenina” ecológica sino porque las mujeres asumen el 80% de la producción de alimentos a nivel mundial por una parte, y por el papel de “cuidar” que el patriarcado les atribuye en la división del trabajo, se enfrenta directamente a alguno de los impactos más brutales del cambio climático como la escasez de agua, por otra.
Las cosas se presentan de forma diferente para
las trabajadoras y los trabajadores. No hay coincidencia sino tensión, incluso
oposición aparente, a primera vista, entre las reivindicaciones inmediatas que
plantean espontáneamente para ganarse el pan, por una parte, y el programa que
debería ser aplicado en materia ecológica, por otra.
Es evidente que esta oposición sólo es aparente
pero por ello, no es menos obstáculo, sobre todo en los combates llevados
empresa a empresa. A menudo, los trabajadores de empresas contaminantes afirman
sentirse desgarrados entre la conciencia de carácter ecológico nocivo de su
actividad y la obligación en que se encuentran de preservar su puesto de
trabajo.
Este desgarro sólo puede ser superado por respuestas anticapitalistas, las únicas que permiten responder a la vez a las necesidades sociales y a las obligaciones ecológicas. Así es el camino estratégico general de ecosocialismo.
No voy a enumerar un catálogo de las
reivindicaciones, están en gran medida por inventar en las luchas concretas, a
partir, sobre todo, de las luchas por la salud en los lugares de trabajo, pero
hay una que me parece crucial: la reducción radical del tiempo de trabajo sin
pérdida de salario con una contratación compensatoria y fuerte disminución de
los ritmos de trabajo bajo control obrero.
Es una reivindicación decisiva porque la
reducción radical del tiempo de trabajo con bajada de ritmos constituye la mejor
manera de luchar contra el paro luchando contra el productivismo. Para
comprender la importancia estratégica de esta reivindicación desde el punto de
vista ecológico, hay que saber, en particular, que reducir la producción
material y los transportes es una condición sine
qua non para una transición
energética hacia las renovables en el respecto de la obligación climática
Numerosos elementos se oponen a la difusión de estas reivindicaciones ecosocialistas en el movimiento obrero. Entre ellos, uno es evidentemente, la existencia de una burocracia sindical que practica la colaboración de clases y que espera por esta argucia -¡ otra vez una ilusión!- acompañar una “transición justa” hacia un capitalismo social y ecológico.Invertir en la construcción de este movimiento de masas en defensa del medio ambiente en general, y del clima, en particular, es tener capacidad de presentar cargos contra la lógica capitalista a partir de este movimiento, en la acción, a una escala masiva. Esto sólo puede incitar a las trabajadoras y trabajadores a sumarse a la lucha con sus armas y jugar el papel decisivo que, en definitiva, será el suyo.La estrategia revolucionaria, no es el obrerismo o el economicismo denunciados por Lenin. No se trata de correr detrás de los Verdes. Se trata de responder globalmente al callejón sin salida del capitalismo, en todos los terrenos y en todos los medios. Se trata de renovar con las más hermosas tradiciones revolucionarias del movimiento obrero, como se expresaban en esa bella canción de los obreros vieneses, un canto ecosocialista anticipado: “Somos los fundadores de un nuevo mundo/ Somos los campos, el sembrador y el grano/ Somos los recolectores de las próximas cosechas/ Somos el futuro y somos la vida”.26/08/2015Traducción VIENTO SURNotas: (...)
Distanciarnos del
progresismo nos exige cuestionar su percepción tanto de China como del
imperialismo partiendo de generalizar la comprobación sobre en qué consistió
la implantación y el desarrollo del neoliberalismo. Es descubrir las
principales impunes del terrorismo paraestatal y estatal en los setenta, de
la democracia cada vez más restringida pero sobre todo del plan de
miseria que se concretó desde 1983 hasta hoy.
De ahí la importancia de
indagar en:
Alternativas para disputar el
poder, el ser y el saber a las transnacionales
26 de agosto de 2015
26 de agosto de 2015
Por
Gonzalo Fernández
Ortiz de Zárate
(Revista Pueblos)
Quienes asistieron al nacimiento de las primeras compañías
comerciales en Holanda en el siglo XVII, quienes vivieron la aparición de las
fábricas textiles en Manchester en el siglo XIX, e incluso quienes contemplaron
la configuración de las grandes empresas fordistas y de los incipientes
conglomerados corporativos estadounidenses a lo largo de los primeros dos
tercios del siglo XX, no dejarían de mostrar su asombro ante el poder acumulado
hoy en día por las empresas transnacionales. Es más, podríamos llegar a afirmar
que el mismísimo Karl Marx (que no fue ni mucho menos ajeno a las dinámicas de
centralización y concentración del capital) se quedaría perplejo si pudiera
visualizar la dimensión global y el peso que las grandes corporaciones han
alcanzado en múltiples aspectos de nuestras vidas, de todas y cada una de las
personas y pueblos que vivimos en este mundo globalizado.
Es precisamente a partir de la actual fase de globalización neoliberal, iniciada hace cuatro décadas en el contexto de la crisis de los 70, cuando las tendencias expansivas de las empresas transnacionales se agudizan. Éstas se convierten en los agentes que con mayor fuerza impulsan una salida a dicha crisis desde el ahondamiento de los valores civilizatorios vigentes (ánimo de lucro, maximización de la ganancia, acumulación, crecimiento incesante), a través de una propuesta política conocida como Consenso de Washington (desregulación, apertura, flexibilización, limitación de las capacidades de los Estados). La implementación de dicha propuesta se ve favorecida por el disciplinamiento de la clase trabajadora, por un lado, así como por las mejoras tecnológicas en el transporte, la comunicación y la información, por el otro.
De esta manera,
éstas asumen el papel de
agente hegemónico de la globalización neoliberal y amplían no sólo su frontera
espacial a lo largo y ancho del
mundo, sino también su frontera
sectorial (incorporando
progresivamente al mercado capitalista y controlando ámbitos como la
agricultura, los servicios, los bienes naturales, las patentes sobre la propia
vida, etc.), e incluso su frontera
política (alcanzando una
capacidad de incidencia superior a la de los Estados y los pueblos).
Acumulan
así un poder extraordinario que se expande más allá de lo económico y que se
evidencia también en los ámbitos político, cultural y jurídico. En este sentido,
y en lo que respecta al poder económico, las empresas transnacionales se sitúan
en el centro de las grandes cadenas globales de producción, distribución,
comercialización, finanzas y comunicación, lo que les permite acumular
beneficios que superan en ocasiones las capacidades de los propios Estados.
Algunos ejemplos: Wal-Mart, la mayor empresa del mundo, maneja un volumen anual
de ventas que supera la suma del PIB de Colombia y Ecuador, mientras la
petrolera Shell tiene unos ingresos superiores al PIB de Emiratos Árabes Unidos,
al igual que el BBVA comparado con Guatemala.
Por supuesto, esta situación de privilegio económico se traslada de manera natural a un poder político creciente. Las multinacionales son las principales beneficiarias (y defensoras a ultranza) de la democracia de baja intensidad en la que vivimos, donde las decisiones se alejan de la ciudadanía y se toman cada vez más en ámbitos supraestatales (como estamos viendo en las negociaciones del TTIP [1] o del TISA [2]), sin las mínimas garantías democráticas de participación e información, y contando con la connivencia de Estados matrices y receptores, así como de las principales instituciones multilaterales, formales (FMI, OMC) o informales (G7). Es en este contexto y en estos espacios donde su capacidad de incidencia a través de lobbies se acrecienta, a la vez que, en sentido contrario, los Estados (y no digamos ya los pueblos) pierden peso específico. De esta manera, los gobiernos ven limitada su capacidad para actuar en defensa de la ciudadanía en espacios donde no tienen protagonismo. A su vez, la infiltración de las transnacionales en sus competencias y responsabilidades es tal que en muchas ocasiones los Estados priman la alianza con éstas frente a su compromiso con las mayorías sociales, bien sea por derrotismo (no hay alternativa), persuasión (empleo, negocios, inversión extranjera directa, etc.) y/o corrupción (sobornos, puertas giratorias, etc.), situando a las grandes corporaciones como agentes políticos de primer orden.
Pero, además, las empresas
transnacionales acumulan también poder
cultural, jugando un papel fundamental en la
reproducción simbólica del sistema, convirtiéndose en sujetos activos en defensa
de una civilización individualista, consumista, fragmentada y despolitizada. De
esta manera, han entendido con claridad que su legitimación depende de los
imaginarios colectivos, de los valores imperantes, para lo cual han llevado la
cultura a su terreno (mercantilizándola en la medida de lo posible), a la vez
que han diseñado, impulsado y generalizado un formato universal de sociedad, de
ciudadanía global, y de saber y conocimiento, adaptado a la primacía del
crecimiento capitalista y a la democracia de baja intensidad.
Finalmente, y como garantía para mantener todo
este entramado de poder económico, político
y simbólico,
las corporaciones transnacionales acumulan un aplastante poder jurídico. Éste se
muestra en una lex mercatoria (derecho
fuerte, basado en una maraña de complejos tratados, acuerdos comerciales, de
inversión, etc.) que se impone sobre la soberanía de los pueblos y sobre el
marco internacional de derechos humanos (derecho débil), generando así una arquitectura
de la impunidad que les protege y
blinda jurídicamente de las posibles iniciativas populares y/o de los Estados.
El círculo se cierra. Pasamos del poder económico al político, y de éste al cultural, todo ello bajo un marco jurídico actualmente inexpugnable y que les favorece. Han conseguido, por tanto, ser el agente protagonista y hegemónico en nuestra realidad global, con una gran incidencia en múltiples ámbitos de nuestras vidas.
En el
centro del conflicto capital-vida
La relación entre las empresas transnacionales
y el sistema vigente es de absoluta simbiosis. Por un lado, es éste quien dentro
de su propia lógica de reproducción ha posibilitado y favorecido el poder de las
empresas transnacionales, frente al de las personas y pueblos. Por el otro, son
las grandes corporaciones el agente fundamental y centro del sistema, quien lo
valida y sostiene. (...)Su devenir camina entonces por la misma
senda.
Es precisamente esta senda la que muestra hoy en día con toda crudeza su carácter desigual, ingobernable, violento e insostenible. Hablamos de crisis civilizatoria, atravesamos una crisis multidimensional cuya génesis situamos en el propio modelo de sociedad global imperante, cuyos parámetros de civilización básicos desde hace más de dos siglos (progreso, individualismo, crecimiento económico capitalista y democracia liberal-representativa) y cuyos principios fuertes (ánimo de lucro, ganancia, acumulación), agudizados en la actual fase de globalización neoliberal, nos conducen a un callejón sin salida.
Esto es fundamentalmente porque el propio
sistema es incapaz de enfrentar esta situación en clave de bienestar,
democracia, justicia y sostenibilidad, valores de segundo orden o incluso
antagónicos con su propia naturaleza. Y es esta naturaleza la que lleva en su
génesis una vulnerabilidad estructural que se manifiesta en un sistema
de dominación múltiple que
sufrimos las mayorías populares, de manera intensa pero desigual, y en el que se
articulan capitalismo, patriarcado, productivismo, colonialidad y democracia de
baja intensidad. Son precisamente las grandes corporaciones quienes se sitúan
como agente necesario en dicha dominación múltiple. En este sentido, la primacía
de sus valores y estrategias de mercantilización, centralización y concentración
no sólo no ha conllevado la mejora económica prometida (cantidad y calidad en el
empleo, prestación de servicios, inversiones, transferencia tecnológica), sino
que ha generado unos impactos muy negativos en términos sociales, políticos,
ambientales y culturales, sistemáticamente denunciados por personas y pueblos de
todo el mundo.
Asistimos a una crisis que apunta
a la raíz del sistema. Un sistema que de manera asfixiante y natural ha ido
mercantilizando, dominando y arrebatando espacios a la democracia, a la
humanidad, a la vida en definitiva, por lo que no puede ser reformado sino
trascendido. Nos enfrentamos pues a un conflicto explícito
entre la vida y el capital, en el que este último lamina las bases
materiales de reproducción de la vida, se desarrolla sobre violencia y sobre
crecientes desigualdades que afectan a grandes mayorías, y se muestra
ingobernable a la hora de responder a criterios de justicia y sostenibilidad.
Por lo tanto, el conflicto se acrecienta en la pugna entre las personas y los
pueblos en favor de la vida, por un lado, y quienes la ponen en riesgo (el
capital, las empresas transnacionales y sus alianzas), por el otro.
Los caminos se bifurcan y se hace más notoria la necesidad de confrontar propuestas, la urgencia por generar e implementar alternativas al statu quo. Como hemos dicho, sistema y grandes compañías son hermanas siamesas, por lo que es momento de disputar el poder, el ser y el saber a las transnacionales: disputar la soberanía y autonomía de las personas y pueblos para decidir sobre su presente y futuro; disputar la primacía de las lógicas de justicia y sostenibilidad frente a las del ánimo de lucro y el crecimiento incesante; disputar los diversos saberes populares frente al pensamiento único y corporativizado.
Alternativas a las transnacionales… ¿Hacia dónde?
Vivimos un momento de agudización del conflicto
capital-vida, por lo que es necesario y urgente que nos empeñemos no sólo en
resistir ante los embates del capital, sino también en proponer alternativas que
prefiguren y desarrollen en la práctica otras formas de organización social. En
este sentido, debemos iniciar y consolidar procesos
de transición en defensa de la vida que
nos permitan colocar diques de
contención que frenen la
actuación de las transnacionales, a la vez que nos posibiliten avanzar en la
consecución de espacios
emancipadores que escapen a sus
lógicas.
Además, es posible. Así, y a pesar del poder omnímodo que acumulan estas empresas, hoy en día ya se están formulando e impulsando alternativas que confrontan directamente el poder corporativo. No se trata entonces de una esperanza basada en vagas utopías, sino más bien en prácticas existentes y en la creencia en la capacidad de la humanidad para tomar las riendas de su futuro. El reto consiste por tanto en cómo articularlas para ir progresivamente arrebatando espacios para la democracia, la igualdad y la sostenibilidad, desde estrategias políticas confrontativas y de disputa de espacios, valores y legitimidades.
Estas iniciativas son de una naturaleza muy
diversa. En primer lugar, alcanzan diferentes intensidades dentro de la lógica
de transición, desde la resistencia (ocupación de monocultivos por parte de
campesinas brasileñas este 8 de marzo) hasta la propuesta alternativa (soberanía
alimentaria, ecofeminismo, economía solidaria), pasando por la regulación
(normas vinculantes y observatorios internacionales). En segundo lugar, son
impulsadas por diferentes actores, como los movimientos sociales
(nacionalización de sectores estratégicos, control público y/o social de los
bienes naturales, reparto del trabajo), los gobiernos (leyes de regulación de la
mercantilización de la información, normativa en defensa de derechos), las
personas (consumo responsable, boicot) e incluso las propias empresas
(democracia interna, primacía del trabajo frente al capital, tratamiento no
capitalista del capital). Por último, y en tercer lugar, se formulan en función
de los diferentes ámbitos competenciales de nuestra sociedad global, desde el
territorio (mercado social, lucha contra la minería a gran escala), pasando por
el Estado (nacionalización de la seguridad social), el nivel regional (como los
valores de reciprocidad defendidos en ALBA-TCP [3]) y el internacional
(propuesta del Tratado Internacional de los Pueblos [4]). Es por tanto
fundamental reconocer, visibilizar, articular y vincular toda esta miríada de
alternativas (las señaladas son sólo unos ejemplos) en una lógica de transición
y de disputa integral respecto a las multinacionales.
No obstante, es necesario que en
este punto nos preguntemos por el horizonte de nuestras alternativas.
¿Hacia dónde se dirigen? ¿Alternativas a qué y
para qué? No toda propuesta tiene por qué ser considerada una alternativa al
sistema actual por el hecho de no circunscribirse estrictamente a los parámetros
y principios hegemónicos. Al mismo tiempo, no toda iniciativa nace desde una
lógica procesual de transición, ni desde análisis
certeros de la compleja realidad global estructurada en torno al sistema de
dominación múltiple. Es en este momento donde se vuelve indispensable contar no
con un modelo cerrado y universal, sino más bien con una serie de principios e
ideas-fuerza que nos ayuden a definir cuáles son los horizontes de emancipación
que nos pueden servir de referencia para reconocer, priorizar y construir
alternativas.
Muchas son las perspectivas (economía
feminista, ecológica, marxista, solidaria, soberanía alimentaria, decolonialidad,
buen vivir, etc.) que aportan su granito de arena en este sentido.
Sin ánimo de ser exhaustivos, y a modo de propuesta tentativa, planteamos a continuación una serie de ideas-fuerza que consideramos sugerentes: la centralidad de la sostenibilidad de la vida, frente a la que se otorga actualmente a la reproducción ampliada del capital; el reconocimiento y articulación de la diversidad, frente a la pretendida universalidad del modelo hegemónico y a la jerarquización de seres, poderes y saberes; la demççocracia participativa, que se contrapone a la democracia de baja intensidad actual; la relevancia de lo colectivo y de la comunidad frente al individualismo; la politización de lo cotidiano dentro de dinámicas que unen lo general con lo personal; y la confrontación con el sistema y sus agentes fundamentales, entre ellos las empresas transnacionales.
Aterrizando estas ideas-fuerza al ámbito socio-económico y a la disputa con las
grandes corporaciones, proponemos una serie de claves que nos permitirían
vislumbrar hacia dónde dirigir los esfuerzos en el impulso de alternativas:
- asunción de los ciclos de energía, materiales y residuos;
- gestión democrática de la demanda en relación con un consumo menor y más responsable;
- democratización de las decisiones económicas (Estados, pueblos, comunidades, empresas, hogares);
- desmercantilización capitalista de la economía (bienes comunes, propiedad pública y/o social);
- redistribución y reparto equitativo de los trabajos;
- redistribución igualitaria de los recursos;
- democratización cultural (comunicación, conocimiento, etc.);
- reconocimiento de economías diversas;
- fomento de economías no capitalistas;
- apuesta por sistemas económicos basados en la reciprocidad y la intercooperación.
Asistimos a un momento civilizatorio muy complejo, pero reiteramos la necesidad,
la urgencia y la esperanza en visibilizar y construir nuevas sendas, nuevos
horizontes por los que transitar, disputando el poder, el ser y el saber a las
transnacionales. Es un compromiso de todas y todos, es nuestro compromiso.
Notas
[1] Tratado Transatlántico de Comercio e
Inversión entre EEUU y la UE (por sus siglas en inglés).
[2] Acuerdo Internacional de Comercio e
Inversión de Servicios (por sus siglas en inglés).
[3] Alternativa Bolivariana para las Américas –
Tratado de Comercio de los Pueblos.
[4] Hernández Zubizarreta, Juan; González,
Erika y Ramiro, Pedro (2014): Tratado
internacional de los pueblos para el control de las empresas transnacionales:
Una apuesta desde los movimientos sociales y la solidaridad internacional,
Cuadernos de Trabajo / Lan-Koadernoak, Hegoa, nº 64.
Gonzalo Fernández es coordinador de Paz con
Dignidad – Euskadi e investigador del Observatorio de Multinacionales en América
Latina (OMAL).
Fuente
original: http://www.revistapueblos.org/?p=19678
Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=202530
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