domingo, 26 de julio de 2020

III. Alertémonos sobre el Estado antipopular destapando a qué sistema sirve.


Nos impuso el 
confinamiento obligatorio
mientras desplegó
el régimen extractivista 
hacia maximizarlo.
 
Necesitamos, abajo y a la izquierda coherente con los bienes comunes y la autonomía de comunidades confederadas sin fronteras ni muros, sembrar reflexiones colectivas respecto a situarnos como sociedad, por ejemplo, en Ecuador para descubrirnos compartiendo:
 

De la pandemia sanitaria 

al pandemonio económico

 
 
25 de julio de 2020
Por Alberto Acosta
Debate
El momento es en extremo complicado. Las medidas recesivas que el gobierno ecuatoriano impuso en especial desde 2019 con la presión del acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) ahondan la crisis. A esto cabría añadir los brutales e irresponsables recortes de inversiones en salud pública aplicados por el gobierno de Lenín Moren
Puede decirse que nuestro problema no consiste ni principalmente en que no seamos capaces de conquistar lo que nos proponemos, sino en aquello que nos proponemos; que nuestra desgracia no está tanto en la frustración de nuestros deseos, como en la forma misma de desear”.  –Estanislao Zuleta
(El elogio de la dificultad).
La crisis provocada por el coronavirus (Covid-19), que forma parte de la crisis multifacética global, es mayúscula. La pandemia, sin duda alguna, constituye una prueba mayor para la sociedad humana globalizada. Nunca antes tantos países han estado envueltos con tanta intensidad, en tan poco tiempo y con tanta brutalidad, en un reto que casi paraliza toda la economía y la misma sociedad. Una cuestión que no se puede olvidar es que muchos problemas ya estaban larvados o incluso ya habían aflorado antes de que aparezca esta pandemia: en la lista caben la recesión económica global y más aún el colapso climático.
Discutir los orígenes de tanto problema y entender lo que se avecina será una tarea compleja y ardua. No será fácil hacerlo con los viejos instrumentos epistemológicos considerando que la incertidumbre caracteriza como pocas veces antes el momento; tan es así que bien cabe recuperar la conclusión a la que llega Eduardo Gudynas en este contexto de crisis: “al final de cuentas la estimación de la crisis que hace cualquier vecino en el barrio, en su esencia puede ser tan válida como la de los analistas económicos o los catedráticos universitarios. En la geometría de la crisis se desvanece la pretendida superioridad del saber del experto y es necesario escuchar todas las voces”.
A pesar estas dudas, quizás podemos aceptar que toda crisis nos confronta con riesgos y amenazas, a la vez que con oportunidades. Los problemas son evidentes, pero es necesario describirlos en sus líneas gruesas, pensando sobre todo en un país como Ecuador. Tema que abordaremos en este breve texto tratando de esbozar sobre todo algunos elementos de la coyuntura económica, sin descuidar el escenario social y político. Y por cierto, al final esbozaremos un par de ideas fuerza de cuáles podrían ser las oportunidades.
Los entretelones de una crisis de larga data
El Ecuador, ya antes del coronavirus, enfrentaba una coyuntura llena de urgencias fiscales y con un ambiente internacional muy complejo que estrangulaba las cuentas externas. Tales urgencias expresan una crisis económica estructural, profunda y de larga duración. Una crisis en donde se combinan una producción y una demanda interna estancadas por lo menos desde el 2014; la creciente dependencia extractivista que caracteriza la matriz productiva; los elevados niveles de concentración de mercados, finanzas y riqueza; la incapacidad de generación de empleo con el consiguiente aumento del empleo inadecuado y de la pobreza (con mayor énfasis en las zonas rurales y campesinas); la existencia de problemas fiscales que han obligado a sostener la liquidez interna vía endeudamiento externo agresivo, especialmente desde el 2014; la carencia de una moneda propia que impide disponer de una herramienta dinámica como lo es la política monetaria y cambiaria; y, por supuesto la falta de una política económica coherente e integral. Y todo esto en un escenario de creciente desigualdades, exacerbadas por la crisis sanitaria y económica.
Esa crisis estructural, que se manifiesta por la enorme fragilidad del país ante shocks externos, empezó a ser más visible nuevamente desde fines del mencionado año 2014. Ahora esa crisis se vuelve cada vez más compleja. Con la abrupta caída del precio del petróleo vivida por el impacto sumado del coronavirus y la recesión internacional, prácticamente se han diluido los ingresos petroleros presupuestados para el presente año. Se han desplomado por igual las remesas que envían nuestros compatriotas desde el exterior. A esto se suma la apreciación del dólar, con el consiguiente encarecimiento de las exportaciones ecuatorianas.
Para colmo, la coyuntura internacional coincide con un momento en el que, al país, agobiado por los problemas mencionados y por la misma política económica destinada a superarlos -según el discurso oficial-, se le ha vuelto extremadamente costosa la colocación de más deuda externa, con un índice de riesgo país que se ha disparado. Si bien este indicador es más que cuestionable, en especial por su carácter especulativo, es innegable que es una muestra de cuán frágil se ha vuelto la capacidad del Ecuador de acceder a los mercados financieros para financiar su economía dolarizada.
El momento es en extremo complicado. Las medidas recesivas que el gobierno ecuatoriano impuso en especial desde 2019 con la presión del acuerdo firmado con el Fondo Monetario Internacional (FMI) ahondan la crisis. A esto cabría añadir los brutales e irresponsables recortes de inversiones en salud pública aplicados por el gobierno de Lenín Moreno; tales recortes se reflejan en la caída de los montos presupuestados para el Plan de Salud: 353 millones de dólares en 2017, 302 millones en 2018 y 186 millones en 2019; esto se agrava por la incapacidad de ejecutar el presupuesto asignado -también por presiones de la austeridad fiscal- lo que se refleja en una inversión real de 241 millones en 2017, 175 millones en 2018 y 110 millones en 2019; en este año, además, fueron despedidos más de 3.000 profesionales de la salud pública. A más de los recortes, hay otros problemas de fondo en el sector de la salud, pues es insostenible mantener la visión curativa del paradigma clínico, asistencialista y mercantilista, por más hospitales que se construyan; tales problemas se agudizaron por una silenciosa privatización de la salud en el gobierno de Rafael Correa, la cual aceleró la acumulación capitalista del complejo médico industrial. Todos estos elementos están en la base de la brutal expansión del virus en este país andino, particularmente en la ciudad de Guayaquil en donde se reproducen con especial crudeza las desigualdades sociales.
Ante una crisis estructural tan compleja y con perspectivas tan difíciles, resulta angustioso constatar que el gobierno haya mantenido inalterado el curso recesivo. Las urgencias fiscales priman por sobre otras urgencias, como las sanitarias. Y las condiciones impuestas desde la lógica fondomonetarista, tanto como diversos miedos e incluso posiciones dogmáticas, centradas por ejemplo en sostener a la dolarización como un objetivo nacional, bloquean la construcción de alternativas creativas, sobre todo sustentadas en profundos criterios de solidaridad.
En ciernes la madre de todas las crisis…
En Ecuador, la necesidad de enfrentar la crisis sanitaria, en especial, parecía que le obligaba al gobierno a morigerar algunas de sus acciones abiertamente neoliberales. Con el coronavirus a la vista el régimen desplegó algunas medidas puntuales para tratar de obtener recursos “raspando la olla”, sea metiendo mano en los depósitos del sector público, sea estableciendo retenciones de impuestos, sea ignorando el oro de la reserva monetaria (como lo hizo el gobierno anterior en el año 2014 cuando el precio del petróleo bordeaba los 100 dólares por barril). Incluso se planteó una reforma legal con algún criterio de solidaridad… sin embargo este proyecto de ley no pasó de ser una intención, como veremos más adelante.
Un punto central de la gestión gubernamental radica en la fijación existente y dominante por mantener a toda costa “buenas relaciones” con el mercado financiero internacional. En plena pandemia, cuando escaseaban los recursos para la salud, se prefirió atender el servicio de la deuda externa. No es algo nuevo. En 1999, cuando Ecuador caminaba hasta la que había sido hasta ese entonces la peor crisis de su historia republicana -que es muy probable que sea superada con la actual crisis- Ana Lucia Armijos, gerente general del Banco Central, declaró que “primero es la deuda externa, después lo social… si se sigue aplazando su pago, la deuda crecerá, estrangulando toda posibilidad de desarrollo y sin desarrollo es imposible el pago de la deuda social.”
Entonces, como ahora, Ecuador no buscó un trato preferente con los organismos multilaterales de crédito, aduciendo que no es un país pobre, sino de ingreso medio. Así, en el mes de marzo, con el país colapsado por la pandemia, cuando escaseaban recursos para las demandas sanitarias, el gobierno prefirió cancelar 320 millones de dólares por el capital de los Bonos Global 2020, postergando el pago de los intereses, mientras buscaba desesperadamente nuevos créditos. Esta cifra se opacó poco tiempo después cuando se comprobó que el pago del servicio de la deuda (amortizaciones e intereses) fue mucho más elevado: en abril, el gobierno se vio forzado a pagar 865 millones de dólares de capital y 71 millones de dólares en intereses y comisiones por concepto de deuda externa a Goldman Sachs, Credit Suisse e ICBC Standard Plc.; gran parte de estos egresos resultan de una operación especulativa realizada por el actual gobierno, que colocó bonos en el mercado internacional con una tasa de un 6% apalancándolos con una garantía de más de 2 millones de dólares de otros bonos; así, cuando cayó la cotización de dichos bonos de garantía, el gobierno tuvo que apuntalar las garantías. Así entre solo entre enero y abril de 2020 ese servicio de la deuda representó 4.008 millones de dólares. Téngase en mente que para el presente año el Ecuador tiene necesidades financieras por 13,5 mil millones de dólares, lo que manifiesta la complejidad del momento.
La caída estimada de los ingresos fiscales petroleros y tributarios en el año 2020 bordea los 8 mil millones de dólares, según anuncios oficiales del gobierno (a lo que se suma un déficit fiscal de 4 mil millones); simplemente para tener un idea de referencia, en abril, los ingresos petroleros para la caja fiscal fueron de 19 millones de dólares; mientras en el mismo mes de 2019 alcanzaron los 194 millones: una contracción de 90%; una situación que se explica tanto por el colapso de los precios del crudo en el mercado internacional, como por la rotura de los oleoductos a inicios de dicho mes (un hecho que no puede ser visto como un caso fortuito, pues se trató de una evidente negligencia de las empresas petroleras); adicionalmente hay que tener presente que el costo promedio de extracción de un barril bordea los 20 dólares; mientras en abril el precio promedio fue de 8,20 dólares.
La caída de las remesas que envían nuestros compatriotas desde el exterior es muy preocupante, teniendo en consideración que han llegado a representar ingresos mayores que las exportaciones de banano. Bajo una previsión inicial del Banco Central del Ecuador, en 2020 las remesas caerían en 570 millones de dólares. Si a esto se suma los problemas propios de la pandemia y de la recesión global se tiene que, a diferencia de la crisis de 1999, la migración no será una válvula de escape.
La caída y deterioro del empleo se registra de forma sostenida desde 2015, agudizándose cada vez más desde 2018. Al inicio del año 2020 casi el 62% de los trabajadores no tenía un empleo adecuado, es decir más de 5 millones de personas. En ese momento solo 3’150.000 personas tenían empleo adecuado. A causa de la crisis del coronavirus y la rcesión, dependiendo de diferentes escenarios, la pérdida de empleo en el país se estima que afectaría de entre 500 a 750 mil personas; una situación que golpeará de diversas formas a la economía, sea por la contracción de la demanda agregada o por los menores aportes la seguridad social, a lo que podríamos añadir los impactos sobre las condiciones de vida de amplios segmentos de la sociedad, el deterioro de la educación pública e inclusive los índices de nutrición, para mencionar unos cuantos puntos cruciales. La pobreza se estima que subiría de un 25% a un 35%, o quién sabe si más aún…
En síntesis, vivimos tiempos de una crisis multifacética mayúscula y en extremo complicada. El reto es descomunal. Solo notemos que la economía caería en -6,3% en 2020 según las previsiones económicas del Fondo Monetario Internacional (FMI): una contracción más grave que aquella vivida en la crisis financiera de 1999 (cuando la economía cayó en -4,7%). Y el asunto sería aún mucho más grave si se cristalizan las recientes previsiones del Banco Central del Ecuador que anticipa una caída de la economía que fluctuaría entre 7,3% y 9,6%; cifras que se quedan cortas frente al pronóstico del vicepresidente Otto Sonnenholzner, quien anticipó que el costo de la pandemia puede significar un 10 o 12% del PIB. Y esta situación, que podría prolongarse por un largo período, hay que incorporar la compleja recuperación de la economía mundial de cuya suerte depende tanto el Ecuador.
No solo más de lo mismo, sino más de lo peor
El gobierno de Lenín Moreno –insensible y a ratos desorientado– ha presentado de manera fragmentada varias medidas económicas, destacando aquellas aprobadas por las leyes de Apoyo Humanitario COVID-19 y de Ordenamiento de las Finanzas Públicas, así como otras disposiciones que brevemente mencionaremos.
La primera crea un régimen especial de acuerdos privados, el cual reemplaza las actuales disposiciones legales en las negociaciones entre empresas y trabajadores, arrendatarios e inquilinos, deudores y acreedores. Aquí lo medular es la flexibilidad laboral. En concreto, el Estado deja de garantizar derechos, ingresos y estabilidad laborales. Entre otros varios puntos, se destaca, por ejemplo, la reducción emergente de la jornada laboral de hasta un 50% por un año renovable por un año más; asimismo, el salario se paga en función de las horas trabajadas, pudiendo reducirse hasta llegar al 55% del monto fijado antes de la reducción de la jornada. En el sector público se plantea la reducción de 2 horas de trabajo a los servidores públicos, con la consiguiente reducción de sus remuneraciones en un 16%; la reducción de una hora de trabajo al magisterio, con la disminución de sus ingresos en un 8%; se exceptúa en la reducción a los miembros de la fuerza pública y los trabajadores de la salud. Así, por efecto del creciente desempleo y por la reducción de ingresos, tal como dejamos constancia, caerá la capacidad de compra de amplios segmentos de la población y por cierto también de los aportes a la seguridad social.
Lo grave es que el propio presidente Lenín Moreno eliminó del proyecto de “Ley Humanitaria” su propia propuesta de establecer una contribución de empresas con grandes utilidades y también de los trabajadores; tal maniobra se muestra como clara sumisión a las presiones de las cámaras de la producción (cabe recordar que los trabajadores habían aceptado hacer un aporte solidario, con ligeras modificaciones en los montos mínimos de ingreso desde los cuales realizar el aporte).
La segunda ley establece un nuevo funcionamiento del Estado en lo relativo al gasto público y a la planificación económica: es decir, a donde van los recursos del país, quién y cómo se toman las decisiones, de qué manera se obtiene dinero para financiar el gasto y la inversión del sector público. Sin embargo, estas reformas legales más parecen responder a las presiones del FMI para la firma de un nuevo acuerdo y el acceso a más deuda; asimismo, forma parte del proyecto neoliberal –criollo y transnacional– de reducir el tamaño del Estado, visto como la principal explicación de la crisis, sobre todo en términos fiscales. Esta Ley de Ordenamiento de la Finanzas Públicas determina también que la autoridad máxima que regula las políticas de sostenibilidad fiscal, es decir que decide sobre la conducción de las finanzas públicas, es el Ministerio de Economía y Finanzas, provocando una mayor pérdida de trascendencia de la planificación del Estado; tal como sucedía hace un poco más de 20 años cuando era la Junta Monetaria el eje del control económico global.
Para enfrentar las urgencias fiscales, se plantea también una serie de privatizaciones (monetizaciones) y el cierre de varias empresas públicas, como el ferrocarril; el servicio de correos; TAME, la línea aérea del Ecuador; entre otras.
Adicionalmente el gobierno ha abierto la puerta a la renegociación de la deuda externa buscando más financiamiento. Después de haber criticado duramente los créditos con China contraídos durante el correismo, el gobierno actual se apresta a renegociar la deuda con este país asiático. El ministro de Finanzas viene anunciando desde hace rato la llegada de créditos chinos, que hasta la fecha no se concretan: se habla que entre junio y octubre llegarían 2.400 millones de dólares por concepto de créditos chinos.
Luego de posponer el pago de intereses, sin caer en moratoria, la renegociación con los acreedores de bonos privados estaría empezando. Se espera que no se pagarían intereses por unos 813 millones de dólares hasta agosto, cuando, además, se firmaría otro acuerdo con el FMI. La expectativa es conseguir una reducción del valor de dichos bonos en un 35%, hasta ese mes, para entonces comenzar a servir dicha deuda. El monto de la obligaciones por este concepto supera los 17 mil millones de dólares.
A pesar de hacer tantos esfuerzos para congraciarse con los acreedores, con los organismos de crédito es poco lo que ha obtenido hasta ahora. Contrasta la diferencia de créditos -sin condicionalidades- para  enfrentar la pandemia del Covid-19 obtenidos por Ecuador de parte del FMI: 643 millones de dólares, con los 11 mil millones obtenidos por el Perú y 10.800 millones por Colombia. Saldo, este gobierno la tiene muy clara: la deuda primero, el país después…
En este contexto, en plena cuarentena, se abrió la posibilidad para poner fin a los subsidios a los combustibles. Aprovechando que el precio del petróleo está bajo, el gobierno eliminó dichos subsidios, y deja que sus precios fluctúen con un margen de variación (bandas) del 5%. Por lo pronto, mientras el precio del petróleo esté deprimido, no se notará la decisión. Pero, poco a poco, cuando los precios del petróleo vuelvan a subir, se incrementarán también los precios de las gasolinas y del diesel. Así, se ha reemplazado a la torpe alza de dichos precios en Octubre pasado, por una salida mañosa, encubierta de tecnicismos, sin ningún criterio social, ecológico o productivo. Parecería que el único fin es ahorrar dinero para poder pagar el servicio de la deuda externa.
Esta embestida de medidas por parte del gobierno de Lenín Moreno, escudadas en la angustias vitales que acosaban a la sociedad en los más profundo de la cuarentena, refleja la intención de hacer realidad un ajuste incluso más drástico al que quedó trunco por la rebelión popular de Octubre de 2019. En particular, las mencionadas flexibilizaciones laborales y ambientales -con el fin de mejorar la conpetitividad de la economía, dirán los economistas ortodoxos- auguran un futuro de mayor incertidumbre y por cierto de explotación tanto para las clases trabajadoras del país como para la Naturaleza.
Este pandemonio se agudiza por un ambiente político cada vez más enrarecido, donde mezquinos intereses políticos están empeñados en pescar a río revuelto: unos cuantos líderes, con aspiraciones presidenciales, se ahogan en sus ambiciones cerrando la puerta a acciones solidarias sustentadas en la justicia social; otros simplemente desarrollan acciones caritativas para pulir su imagen; no ha faltado un grupo de políticos que aprovechándose de la pandemia han participado en negocios ilícitos; mientras otros buscan simplemente provocar el caos para intentar desmontar los procesos judiciales iniciados a raíz de actos de corrupción cuando eran gobierno. Y en este contexto el debilitado gobierno del presidente Moreno, que parece cumplir una serie de consignas impuestas por una curiosa mezcla de pragmatismo político y teología neoliberal, lo que espera es que concluya su mandato. El escenario político, incluyendo el inminente proceso electoral, se perfila con muchos nubarrones y grandes amenazas.
El resultado de esta evolución será, sin duda alguna, frustración y desesperanza crecientes, sobre todo en sectores populares cada vez más abandonados en medio de la incertidumbre… y así, no sería de sorprender que las protestas estén a la vuelta de la esquina.
Lo cierto es que desde la lógica del poder se impone la obsesión por los indicadores económicos de inspiración neoliberal, que exacerba las desigualdades sociales y la destrucción ambiental, y el autoritarismo para asegurar la estabilidad política, que tiene en la militarización una de las principales opciones para tratar de frenar la respuesta popular; bastaría destacar el decreto ministerial que autoriza el empleo de armas letales por parte de las Fuerzas Armadas para reprimir la protesta social. A la postre, con el incremento de las desigualdades y con el sacrificio de los derechos, se deteriora aún más la democracia.
            La oportunidad se construye
Es innegable que el Ecuador requiere de un cambio de régimen económico. Esto demanda, para no reiterar viejos errores, una lectura histórica que empiece por enmarcar la actual situación de crisis.
Así ese otro régimen económico debe partir por recuperar las experiencias acumuladas. Las más severas crisis económicas de esta república tienen algunos elementos comunes. Recordemos que la crisis provocada por los problemas de algún producto de exportación, el cacao fue superada con el advenimiento de otro producto primario, como el banano. Luego el petróleo insufló nuevos vientos en la economía, cuando se produjo la crisis del banano. Y ahora, aún existiendo otros productos primarios de exportación, los ojos de las elites, a la par que declinan las reservas petroleras, apuntan más y más hacia la megaminería. Así, manteniendo nuestra calidad de país-producto, es decir país exportador de materias primas, hemos sostenido firmemente nuestra condición de economía dependiente de los vaivenes del mercado mundial, sin siquiera haber intentado una inserción más inteligente y dinámica en el mismo; ésta es, a no dudarlo, una de las profundas causas de nuestra recurrente postración económica. En consonancia con lo dicho, nos hemos cansado de constatar, que las cri­sis del capi­ta­lis­mo dependiente y periférico ecua­to­ria­no se han pro­du­ci­do li­ga­das a las cri­sis del ca­pi­ta­lis­mo metropolitano. Como telón de fondo de toda esta compleja evolución tenemos, en estrecha relación con los puntos enunciados, a “la deuda eterna”, otro eslabón en la cadena de la dependencia con la economía internacional.
Estas constataciones, de ninguna manera, pue­de lle­var a so­bre­di­men­sio­nar la influen­cia ex­ter­na en la evolución eco­nó­mi­ca nacional; casa adentro también somos responsables de muchos de los problemas acumulados.
Pero hay más. Los pro­ble­mas am­bien­ta­les han si­do compañeros in­se­pa­ra­bles de las cri­sis ecuatoria­nas: inun­da­cio­nes y se­quías ocasionadas por masivas deforestaciones, con­ta­mi­na­cio­nes propias de extractivismos desbocados o de los incontrolados procesos de urbanización, así como pla­gas derivadas de los mo­no­cul­ti­vos, a lo que se po­dría aña­dir -como un tema externo- el colapso climático; es decir estos son problemas provocados por la acción de los propios seres humanos en el marco del capitaloceno.
Pensando en clave de alternativas, teniendo presentes las lecciones de la historia, en el corto plazo las prioridades están definidas: salud, alimentación e ingreso mínimo para sobrevivir. A lo que se debe sumar una vivienda digna. De allí urge dar un paso más: recuperar y potenciar el paradigma del cuidado que va más allá de la coyuntura; es decir esas necesidades básicas deben ser asumidas como un derecho y no más como una simple mercancía. El necesario retorno del Estado -que comienza a ser aceptado incluso por algunos defensores del mercado- debe estar influenciado por lo social y ambiental, como parte de un proceso de radicalización permanente de la democracia, como antídoto para prevenir la recuperación del Estado como un “ogro filantrópico”, en tanto garante de la seguridad de los privilegios para las minorías, empresa de reparaciones del capital, compensador de beneficios sociales y represor de tendencias transformadoras.
Simultáneamente, en sintonía con la experiencia histórica, habría que establecer las bases para un ajuste con criterios de solidaridad social y ambiental, que permita transitar paulatinamente hacia otra modalidad de acumulación que no esté sustentada en la destrucción de la Naturaleza, es decir en signo postextractivista. Y en el horizonte cabría proyectar las visiones andinas y amazónicas del Buen Vivir – sumak kawsay, como elementos referenciales de una sociedad fundamentada en las armonías, los equilibrios, la reciprocidad, la solidaridad, las igualdades y las libertades de los individuos viviendo en comunidad.
Este esfuerzo, como es evidente, reclama una nueva forma de abordar la economía. Tarea compleja y que requerirá esfuerzos que superan ampliamente los estrechos márgenes de este pequeño país andino. Para lograr esa gran transformación, entonces, se precisa una visión que supere el fetiche del crecimiento económico, que propicie la desmercantilización de la Naturaleza y los bienes comunes, la descentralización y desconcentración de los aparatos productivos y de las mismas ciudades, la redistribución de la riqueza y del poder: estas son algunas bases para una estrategia de construcción colectiva de otra economía, indispensable para otra civilización en clave de pluriverso.
Es evidente que ese nuevo régimen de acumulación, base para una sociedad democrática, a ser construido democráticamente, no se conseguirá con acciones autoritarias, más neoliberalismo y más extractivismo. La construcción de responsabilidades sociales, y sobre todo comunitarias, demanda la participación democrática de las propias comunidades en tanto actoras para enfrentar estas graves crisis, para reconstruir un tejido social vigoroso que permita asumir este tipo de retos con más capacidad e inteligencia. Las redes barriales y comunitarias que se fortalecen y conforman en medio de la pandemia para garantizar alimentación y protección a la población son un buen ejemplo del potencial que tiene la organización social. Repensar el Estado desde abajo y replantearse las relaciones internacionales es también otra cuestión de suma importancia. Por último, debe quedar claro que la tarea no basta con combatir el Covid-19 y superar la recesión para volver a la vida como de costumbre, porque esa realidad ya era un desastre. El objetivo, en cambio, debería ser enfrentar todas las pandemias tan propias del capitalismo, dando respuestas frente a la recesión, y, al hacerlo, transformar la economía priorizando efectivamente al ser humano sobre el capital, pero asegurando que el ser humano viva en armonía con la Naturaleza. Este momento, entonces, sería un error regresar a la “normalidad” anterior, que es la causa de tanto problema…         
12 de junio del 2020
Alberto Acosta: Economista ecuatoriano. Ministro de Energía y Minas del Ecuador (2007). Presidente de la Asamblea Constituyente del Ecuador (2007-8). Profesor universitario, conferencista, autor de varios libros y sobre todo compañero de lucha de los movimientos sociales.
Artículo publicado originalmente en la revista Debate.


Pensemos que los desafíos planteados por la actual inflexión histórica interpela a todes les diverses de abajo a protagonizarlos y esto exige que una creciente mayoría de elles tengan confianza en poder participar como autores de los cambios radicales a realizar.

Silvia Federici: “Para realizar un cambio se debe colocar la vida en el centro”

20 de julio de 2020
Por Natalia Pravda
Colombia informa
16 jul, CI.- La pandemia de la Covid-19 ha provocado muchas reflexiones sobre las estrategias de salida a la crisis. Mientras que muchos abogan por un «retorno a la normalidad» y un regreso al crecimiento sin cuestionar los puntos ciegos del sistema económico dominante, ciertas perspectivas más radicales proponen salir del «capitalismo patriarcal».
La teórica y feminista marxista Silvia Federici compartió sus ideas sobre el actual momento en un seminario web correspondiente a un proyecto de investigación sobre sociedades de postcrecimiento, adscrito al Centro de Investigación sobre Innovaciones y Transformaciones Sociales de la Escuela de Innovación Social Elisabeth-Bruyere de la Universidad de Saint Paul, en Ottawa (Canadá). Colombia Informa publica una traducción al español editada de este seminario* que exploró formas de construir una sociedad más allá del crecimiento, del capitalismo, del colonialismo y del patriarcado.
La reproducción social, los bienes comunes, la relación con el cuerpo y el territorio fueron los diferentes temas abordados en este intercambio con una de las intelectuales críticas más relevantes de nuestro tiempo.
Silvia Federici es profesora emérita de la Universidad Hofstra en el Estado de Nueva York. Miembro fundador del Colectivo Internacional Feminista en la década de 1970. Fue una de las activistas detrás de la campaña Salario para el trabajo doméstico, que continúa alimentando las luchas contemporáneas contra la invisibilización del trabajo de las mujeres. Es autora de varios libros como Revolution at Point Zero, Tareas domésticas, reproducción y lucha feminista (2012), Calibán y la bruja (2014), Reencantar el mundo, Feminism and the Politics of the Commons (2018), Le capitalisme patriarcal (2019) y Beyond the Periphery of the Skin: Rethinking, Remaking, and Reclaiming the Body in Contemporary Capitalism (2020).
Escuela de Innovación Social: En sus últimos libros Reencantar el mundo y Más allá de la periferia de la piel ha hablado del tema del “postcapitalismo” bajo el lente de la visión de reproducción social. ¿Nos podría compartir qué significa postcapitalismo?
Silvia Federici: Creo que es importante poner en contexto la pregunta del tipo de transformación que necesitamos. Ojalá la crisis actual, esta pandemia, sea una oportunidad histórica, un momento fundamental de toma de conciencia. El sistema social actual, de manera sistemática, devalúa la vida humana y devalúa toda forma de vida en general. Nos lleva a un ciclo infinito de crisis. Esa crisis tiene una dimensión global que está afectando todas las esferas de la vida. Ojalá sea un punto de inflexión. Estamos en un punto que no permite el retorno a la normalidad en la cual estábamos. Es un momento crítico para todo las personas en este planeta. La Covid-19 ha puesto a la luz las crisis que ya estaban y eso es muy importante. Ha hecho que sea visible y que sea inevitable ver una cantidad de crisis que ya existían, incluyendo la crisis de la reproducción por ejemplo.
El hecho de que, sistemáticamente, en los últimos 30 años el sistema sanitario y de salud haya diferenciado poblaciones en distintos grados y en distintas maneras, ha tenido un impacto diferente en muchas partes del mundo. Pero en todas partes estamos ante unos sistemas totalmente desmantelados. Por ejemplo, en Estados Unidos las comunidades racializadas y negras han sido afectadas de manera desmedida por los impactos del desmantelamiento de la salud. El sistema sanitario a nivel global ha sido privatizado.
Paralelamente, hemos presenciado un ataque sistemático al sistema agrícola en los últimos 30 años con monocultivos y agroindustria que han ido en contra de la producción de la comida (la cual es esencial para la reproducción de la vida). La producción de la comida ha sido asimilada al mundo industrial con el uso de químicos y de semillas modificadas genéticamente. Todo eso tiene un impacto directo sobre nuestro sistema corporal, social, inmunitario. Incluso tiene un impacto sobre nuestra capacidad de reproducirnos como especie. Es importante porque tenemos que ver cómo esas crisis se conectan al trabajo.
Y esto nos permite entender la razón por la cual hay tanta gente desempleada que está siendo remplazada por máquinas. Mientras que otros tienen que trabajar más que nunca. Entonces, tenemos de un lado ese desempleo y del otro esa obligación de trabajar más y más. Esta tendencia afecta, especialmente, a las mujeres.
Las mujeres se quieren hoy emancipar a través del trabajo. Pero deben tener dos o tres trabajos para poder tener algún tipo de autonomía económica. Necesitan tener más de un empleo. Es una contradicción fundamental entre la reproducción de la familia y el trabajo. Por eso vemos a los niños y a las personas de la tercera edad en esta situación.
Pero, sin extenderme mucho en este punto porque pienso que muchos de los elementos de esta crisis ustedes los conocen muy bien, ustedes saben que a distintos grados hemos vivido estas consecuencias concretas. Entonces, ¿qué está pasando hoy?
Estamos tomando conciencia de que nuestras vidas están en peligro. Hay una necesidad de cambio estructural. Una necesidad de empezar un cambio social desde la reconstrucción del proceso de reproducción social, ya que la misma lógica del capitalismo está basada en devaluar la vida humana y subsumirla a la acumulación del capital.
Este sistema económico coloca la idea de crecimiento continuo como principio de la explotación de la vida humana. Para realizar un cambio se debe colocar la vida en el centro, lo cual es un lema importante para el movimiento feminista. Poner el “buen vivir” en el centro. Estamos hablando de una sociedad que permita a los individuos y a las colectividades prosperar y que no estén esclavizadas de manera perpetua, haciendo que la riqueza producida beneficie a todos y a todas.
Para eso todos los aspectos de las reproducciones se deben de transformar. Empezando, claramente, con esas actividades centrales al desarrollo de nuestras vidas: el trabajo doméstico, la crianza de los niños, el cuidado a las personas que no son autosuficientes. Pero no es suficiente, debemos de repensar la agricultura y alejarnos del modelo de agricultura actual, que es una producción de la muerte. Si lo pensamos, reproduce carencias y muerte porque se basa en el comercio y en el mercado. Solo beneficia a las personas que tienen los medios para adquirir esta comida y, al mismo tiempo, la producción de esta comida está contaminando el agua y acabando las semillas. Estos químicos están en la tierra, están en el aire y están en nuestros cuerpos.
Cuando compramos comida, no sabemos si nos estamos nutriendo o si nos estamos envenenando. Esta es la situación actual. Comprar comida hoy es un acto de ansiedad. Tenemos que proyectarnos a una transformación fundamental y cultural. Cultural en el sentido de que tenemos que tomar el camino hacia una sociedad que llegue a acabar con esta desconfianza entre nosotros. Una desconfianza que nos ha sido inculcada por todos los medios posibles. Tenemos una relación negativa con el otro. Esta relación es el centro de nuestras riquezas y de la sociedad, al igual que nuestra relación con los animales y con la naturaleza. Esto debe cambiar y tenemos que poner fin al tratamiento barbárico contra los animales.
En el Oeste de Estados Unidos, por ejemplo, son centenares de miles de animales maltratados que morirán porque no hay en este momento suficiente personal para procesar y venderlos en el mercado. A estos animales los van a matar. Es una barbaridad, como toda la industria de la alimentación. Esta industria se construye sobre el sufrimiento. En las fábricas hay hasta 5.000 puercos o pollos que se encuentran encerrados y son alimentados con medicamentos y patógenos. Es un problema bastante grave.
Existe una conexión básica de lo que pasa a nivel ecológico (como la contaminación de los mares) con la destrucción de la agricultura. Cabe resaltar que esa transformación de la agricultura tiene que ver con el desplazamiento forzado de millones de campesinos y campesinas. Olas gigantes de migración. Esta gente no abandona sus tierras o países sin ningún motivo. La gente abandona su país porque le toca, porque sus tierras han sido privatizadas y ese es el motivo fundamental de las olas de migración mundial. Son cambios gigantes y estructurales los que necesitamos plantear.
Debemos empezar a pensar en nuestro compromiso en dos niveles.
·        Un nivel es inmediato. Hay necesidades inmediatas que se deben resolver con la ayuda mutua. Necesitamos proteger a la gente que está en peligro inmediato y que se encuentra marginalizada por esta crisis.
·        En el otro nivel, debemos pensar a largo plazo porque una sociedad postcrecimiento, postcapitalista es una sociedad en la cual tenemos que empezar a construir el proceso de producción y reproducción en un sentido amplio. Desde la casa hasta la finca. Incluso hasta la relación con la naturaleza y los animales. Eso supone un esfuerzo colectivo muy fuerte.
Mi trabajo en los últimos años se ha enfocado de manera persistente en el tema de las políticas de los comunes. Entendiendo a los comunes como un principio cultural que se refiere a una sociedad en la cual colectivamente tenemos acceso a los medios de nuestra reproducción. En donde colectivamente tomamos decisiones sobre los medios de reproducción y podemos definir sobre los temas más importantes de nuestras vidas. No siendo unos recipientes pasivos que se encuentran alienados sobre decisiones que se toman arriba. Hemos visto y de hecho tenemos una historia de más de 500 años de actividad del capitalismo que nos dice que tenemos que comprometernos, no solamente como individuos sino como un colectivo que tiene como propósito la reconstrucción del proceso de reproducción social.
Debemos cambiar la relación con los recursos y con las riquezas que estamos produciendo hacia nuestro buen vivir. Poner en el centro de esta colectividad la reproducción. Tenemos que reconstruir la reproducción de una manera más cooperativa sin que nos aisle a cada uno en casa.
Sería bueno decir algo sobre el tema de crecimiento que está muy conectado al tema del consumismo. Existen muchas críticas a los individuos por ser consumistas. Incluso gente pobre que no tiene muchos recursos y que van a gastar lo poco que tienen en comprar cosas. Eso es consecuencia del empobrecimiento que hemos sufrido. El consumismo es la respuesta a ese empobrecimiento social. Las relaciones sociales son tan insatisfactorias que nos hacen sentir como perdedores todos los días. Así es que estas necesidades incumplidas se reflejan en el consumismo. Para sentir algún tipo de poder, se nos ofrece tener la capacidad de comprar cosas.
Si pensamos en una sociedad donde nuestras relaciones sociales con el conjunto de la sociedad fueran completas y nos llenaran, no tendríamos que comprar cinco pares de pantalones para poder rellenar esa falta que sentimos en nuestra relación con el mundo. La mercancía, la “commodity”, se vuelve la manera de rellenar esa falta que sentimos. Eso tiene que ver con el crecimiento, por eso es tan importante mencionarlo.
Se deben amplificar los procesos de reconstrucción de la sociedad junto con nuestra capacidad de cooperación. Obviamente, ya hay muchas personas trabajando y no es que estemos iniciando desde el punto cero. Hay movimientos muy importantes que están trabajando en este momento. Lo que debemos de hacer es conectar nuestras luchas y trabajar juntas. Eso es fundamental, porque esta unión de luchas nos puede dar la capacidad de encontrar nuevas posibilidades para hacer surgir las cosas que queremos.
No se puede afirmar que exista un solo modelo. Es importante citar a los zapatistas: “un no y muchos sí”. Tenemos que tener mucha claridad colectiva en qué es lo que no queremos ver en la sociedad que queremos construir. Una sociedad que no queremos que destruya el planeta y que no sea injusta. Tenemos que reconocer la existencia de muchas trayectorias históricas y muchas luchas.
El Buen Vivir, por ejemplo como lo dicen en América Latina, se puede actualizar de muchas maneras distintas en cada territorio. Ese es el trabajo más creativo. Ver cómo estas luchas y cómo esta reconstrucción colectiva es un trabajo creativo que incluye esa diversidad.
Si no queremos condenar a los niños a un futuro terrible, tenemos que poner atención en lo que está pasando ahora con esta pandemia. Es un signo de alarma que debemos escuchar y tenemos que transformar esta situación con una premisa importante: los que van a determinar la salida de esta pandemia no pueden ser los que nos llevaron a la destrucción de este planeta. No podemos encargarlos a ellos de encontrar las soluciones. Nosotras debemos ser participantes de estas soluciones a la salida de la crisis.
E.I.S.: ¿Cómo podemos aprovechar este contexto para dar pasos hacia una sociedad postcrecimiento sin que la salida de esta pandemia esté totalmente apropiada por la misma élite económica y política que nos llevó ahí?
S.F.: Como venía diciendo, esta pandemia visibiliza una crisis que ya habíamos anunciado. Su existencia es de conocimiento de todos. Por eso hemos visto que las áreas de la sociedad más afectada son las personas que cuidan a las personas de la tercera edad. Hace muchos años que mi trabajo se enfoca hacia el cuidado de este tipo de población. En muchas partes del mundo el tema del cuidado de las personas mayores es terrible. La gente ya se estaba muriendo. La crisis en esta área de la sociedad ya existía. El sistema capitalista se encarga de devaluar sistemáticamente la vida y lo aplica más a unas personas que a otras.
Los mayores de las clases trabajadoras ya no son productivos. Con el neoliberalismo se recortaron los presupuestos y los recursos, sobre todo a las familias trabajadoras. Son los adultos mayores las víctimas centrales de estas políticas. No es un accidente que haya un desastre con los mayores en medio esta crisis de la Covid-19.
Siempre han existido muchos errores en términos de accesos a la salud, a medicamentos. También muchos abusos de parte del personal que atiende a las personas mayores. Estos incurren en abusos. Los hospitales no estaban preparados porque se había tomado la decisión política de no tener los recursos en los hospitales. Por tal motivo faltaron las cosas más necesarias.
Es muy importante que la gente entienda ese elemento. La falta de preparación de la sociedad ante un desastre como esta pandemia tiene que ver con lo que estaba pasando antes. Esto es el resultado de decisiones que se tomaron y nos llevaron a esta situación. Decisiones como afirmar que el derecho a la salud no era tan importante. Entenderlo es lo que nos puede llevar a resolver esta pregunta.
El objetivo principal es dar un salto cualitativo a otro nivel. Si uno ve lo que ha pasado en África, en el Sur asiático, en América Latina en los últimos 30 años, podrá constatar que han existido muchas olas de epidemias. Una tras otra, como resultado de la pobreza económica, el sistema y los ajustes estructurales.
En todo el mundo colonial ha habido una reducción de la calidad de vida. La gente ha sido víctima de muchas epidemias como la meningitis, el cólera, el zika, el ébola. Pero ahora la pandemia es global. Si no entendemos esto, no vamos a estar dispuestos a crear el tipo de movimiento que necesitamos para transformar la vida cotidiana y comprometernos con ese cambio de una manera muy profunda.
¿De qué manera debemos actuar cuando este sistema se ha construido durante siglos y es un sistema que no se va a transformar de la noche a la mañana? En el activismo del presente podemos dar respuesta a las necesidades inmediatas pero es necesario incluir una perspectiva a largo plazo. Debemos incluir una perspectiva de reapropiación de las riquezas sociales, de reclamar y reapropiarse de la tierra, de retomar el control sobre la cadena de producción alimenticia. Y volver a conectar estas luchas. La lucha estudiantil se debe conectar a la lucha del sector salud y juntas se deben conectar con las luchas campesinas.
La destrucción del ecosistema es central. Hoy la lucha social no puede ignorar la destrucción del ecosistema. Cualquier lucha debe tener una dimensión ecológica, ya que es fundamental a la reproducción. Ese sería el primer punto.
El segundo punto es que desde el inicio debemos de empezar a cambiar la manera en la cual vivimos en este mundo. Personalmente, me ha impresionado y lo he escrito en Reencantar Al Mundo (mi último libro) y en otros de mis trabajos, todo lo que he aprendido de las mujeres de América Latina. Específicamente las mujeres que viven en zonas periféricas de las ciudades latinoamericanas como las favelas y todos estos territorios que quedan en los límites de las grandes ciudades. Estas personas han estado ahí desde hace mucho tiempo, enfrentándose a lo que hoy nos estamos enfrentando. Es gente que se desplazó porque les robaron la tierra y hace mucho tiempo se dieron cuenta de que el sistema no tenía nada para ofrecerles.
Claramente, su accionar podría ser entrar en desesperación. Pero no es así. Se organizan colectivamente y en unidad miran cómo seguir negándose a perder. Crean huertas comunitarias, cocinas comunitarias y medios para acceder a la comida. En ese proceso hay un nuevo tejido social que se construye. Esas nuevas relaciones afectivas y de solidaridad son una revolución. Porque ese nuevo poder de este nuevo tejido social le da habilidad a la gente de relacionarse de una nueva manera con el Estado. No como la última línea de la pirámide, sino desde una posición que obliga al Estado a soltar algún tipo de control. Hablemos de comida, de educación, de salud, de agricultura. Sobre todo esto tenemos algo que decir. Sobre lo que pasa en los hospitales tenemos algo que decir. Sobre qué tipo de sistema de salud queremos. Esos son los pasos que debemos dar. No son utopías. No son cosas extraordinarias. Son cosas que podemos hacer y que nos permitirán tener un tipo de control sobre nuestra forma de vivir cotidiana.
*Esta conferencia continúa en una segunda entrega.
CI SF/BJ y PC/16/07/2020/14:30

  

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