Hace nueve años que el kirchnerismo construye hegemonía para hacer
posible la legitimación de la ocupación y devastación de los territorios
mediante el tan elogiado crecimiento económico. No sólo induce la creencia
mayoritaria en que estamos en un presente promisorio y participamos de una
gesta patriótica. Sino también, ante las graves consecuencias del modelo
extractivo pone todo el Estado para estigmatizar, criminalizar o invisibilizar las resistencias, también para convencer del bienestar que habrá y si no lo consigue ataca intimando a pueblos e individuos desobedientes.
De ahí la importancia de
programar la unidad de voluntad emancipatoria de las organizaciones y los
pueblos que asumen las banderas (trabajo, dignidad y cambio social) por las que
lucharon Darío Santillán y Maximiliano
Kosteki. Pero ¿rumbear hacia dónde? La disyuntiva se
da entre construir otro Estado desde abajo y hacia la izquierda para asumir el
desafío planteado por el Encuentro Internacional de Seguridad Alimentaria
con Soberanía en las Américas o articular la afirmación de la autonomía de
los diversos de abajo frente al Estado en la construcción de la soberanía
alimentaria. Prefiero la última alternativa que ya está en marcha como
oposición al extractivismo y como lucha campesina e indígena. Por ejemplo:
Declaración de los pueblos fumigados de la provincia de Santa Fe
  Nuestro país 
  está inmerso en un proceso de agriculturización intensiva, industrial, 
  basada en la utilización de químicos que produce la concentración de 
  capitales y propiedades, la desaparición de la agricultura familiar y de 
  pequeños y medianos productores. Las migraciones internas, el incremento 
  de refugiados ambientales concentrados en villas miserias, como también 
  la destrucción de ecosistemas y toda la flora y fauna asociada al mismo, 
  son saldos negativos y ocultos para la mayoría de la población. 
  
  En las 
  arroceras de Corrientes, en los montes quemados de las sierras de 
  Córdoba, en el desplazamiento violento de poblaciones rurales en 
  Santiago del Estero y Formosa, en las inundaciones de Salta, en los 
  niños con malformaciones en Chaco y Misiones, en las alfombras verdes en 
  que se han convertido los mejores campos de Buenos Aires y Santa Fe, se 
  observa la huella de un modelo de agronegocios que sólo deja enfermos, 
  muertos y tierra arrasada. Los más de 350 millones de litros de 
  agrotóxicos anuales que se utilizan, solamente en la campaña de la soja, 
  revolotean sobre nuestras cabezas y además de contaminar el ambiente en 
  que vivimos, son aspirados, absorbidos o simplemente consumidos junto 
  con los alimentos.
  
  Independientemente de la aventura que significa someter la política 
  agropecuaria de un país a los vaivenes del casino financiero 
  internacional que ha tomado a las materias primas como objeto de su 
  especulación, el reciente Plan Estratégico Agroalimentario (PEA) 
  propone, entre otras cosas, el aumento de la superficie cosechada en un 
  20% cuando la mayoría de las provincias, inclusive la nuestra, se 
  encuentran al límite de uso de sus tierras productivas. En Santa Fe, 
  donde se produce el 80% del biodiesel del país, el Estado Provincial ha 
  asumido seriamente la producción de agrocombustibles proliferando las 
  plantas, principalmente, en el cordón industrial de Rosario lo que 
  significará seguir destinando cada vez más hectáreas que darán de comer 
  a los tanques de los vehículos antes que a la gente. Los gobiernos 
  provinciales, municipales y comunales pueden convertirse en vasallos y 
  rehenes del Fondo Sojero y ser parte del problema, o ponerse al lado de 
  sus poblaciones en defensa de la salud y la vida, mientras tanto, las 
  tasas de mortalidad y de morbilidad se incrementan en los pueblos 
  fumigadas.
  Por todo 
  esto, llamamos a los pueblos fumigados a ponerse en movimiento en 
  defensa del derecho a la salud y a un ambiente sano y equilibrado que 
  garantice el desarrollo humano de esta generación sin comprometer a las 
  generaciones futuras. Para cada ciudadano argentino, la Constitución 
  Nacional nos brinda este derecho pero también nos obliga a preservarlo 
  así como obliga al Estado a la protección de ese derecho, a la 
  utilización racional del patrimonio natural y cultural y de la 
  diversidad biológica. La participación activa del Estado -en todos sus 
  niveles- en políticas como las mencionadas lo ubica directamente del 
  lado de las corporaciones a las que muy poco les interesa la salud de 
  los argentinos (...)". 
  
  saludelospueblosargentina@gruposyahoo.com.ar
Fuente: Boletín de Noticias de Movida Ambiental
 
Fuente: Boletín de Noticias de Movida Ambiental
A su vez, los pueblos indígenas andinos y sus 
organizaciones señalan:"
  Estamos convencidos de que en el marco del 
sistema capitalista no es posible hallar soluciones a la crisis climática. Los Estados toman acuerdos en las 
  conferencias internacionales para luego hacer exactamente lo contrario 
  en sus países. Entre su obligación de proteger derechos y salvaguardar 
  la vida y servir a los intereses de las corporaciones multinacionales, 
  optan por lo segundo.
  
  En la Cumbre de la Tierra Río’92, 178 países 
  aprobaron la Agenda 21, un conjunto de medidas a aplicarse en todos los 
  ámbitos en los que los seres humanos afectan a la Madre Tierra. Veinte 
  años después, los Estados, antes de tomar nuevos acuerdos, deben evaluar 
  autocríticamente cuánto se ha cumplido de la Agenda 21.
  Ahora, en Río+20, retoman el tema del 
  desarrollo sostenible e introducen el de economía verde. La agenda está 
  marcada por los negocios y se orienta a la mercantilización de la Madre 
  Tierra, solo busca fortalecer el capitalismo. Pretenden imponernos un 
  pensamiento único, cuando hoy más que nunca es indispensable incorporar 
  todos los pensamientos, todas las cosmovisiones y todas las culturas al 
  debate y la construcción de propuestas.
  En las cumbres de desarrollo sostenible y las 
  conferencias de partes de la Convención Marco de Naciones Unidas los 
  países ricos eluden su responsabilidad, se niegan a modificar sus 
  patrones de consumo, a reducir sus voluminosas emisiones de gases de 
  efecto invernadero y solo acuerdan falsas soluciones basadas en los 
  mecanismos de mercado.
  Los Estados andinos carecen de políticas 
  públicas para la protección de los glaciares, los páramos, el agua y la 
  biodiversidad andina. Esto es producto de la presión de las 
  corporaciones multinacionales que imponen las políticas económicas 
  extractivistas que los gobiernos implementan. La minería se instala en 
  nuestras cabeceras de cuenca, acaparando y destruyendo nuestras fuentes 
  de agua.
  Para facilitar el saqueo de los bienes 
  naturales por las actividades extractivas, los Estados acuerdan 
  megaproyectos como los de la Iniciativa para la Integración de la 
  Infraestructura Regional Suramericana (IIRSA) y firman con los países 
  industrializados tratados de libre comercio que impactan sobre los 
  derechos de los pueblos y sobre la naturaleza. Las protestas ante estos 
  atropellos son respondidas con la criminalización y con la 
  militarización de los territorios (...)".
  Fuente: http://www.rebelion.org/noticia.php?id=151026
 
No hay comentarios:
Publicar un comentario