Introduzcámonos en significados del «progresismo».El esencial convoca a seguir delegando la soberanía
popular en una institución sumamente potentada, jerárquica y manipuladora que es
fundamental para el capitalismo. Sobre todo, trata de suscitar la confianza
popular en diálogos con los opresores eludiendo la realidad concreta de
maximización de la violencia implícita en el sistema: constante aumento de la
explotación tanto de los trabajadores como de la naturaleza, de la desigualdad
nacional e internacional, de las migraciones hacia el exterior y las grandes
ciudades, del narcotráfico y de la trata de personas, etc.
Encuentro con el Papa Francisco en Roma:
Presentación de la Vía Campesina en
el Encuentro Mundial de Movimientos Populares
28 de octubre de 2014
Saludamos y
celebramos esta oportunidad de diálogo por la inclusión social entre los
movimientos populares, el Pontificio Consejo Justicia y Paz, el Papa Francisco y
los Obispos aquí presentes. Esperamos contribuir y cooperar en pos de hacer
realidad en todo momento y lugar los principios de dignidad de la persona
humana, del bien común y de la solidaridad.
Las y los
campesinos del mundo somos pueblos, comunidades, organizaciones y familias
altamente diversas. Representamos distintas culturas, visiones de mundo, formas
de trabajo, visiones y convicciones políticas y religiosas, pero nos unen
nuestros sueños y nuestras luchas por seguir siendo mujeres y hombres del campo
y por seguir existiendo como pueblos originarios, agricultores, criadores,
recolectores, pastores, pescadores.
Nos
enorgullecemos de ser lo que somos, no queremos migrar forzadamente a las
ciudades o al extranjero. Queremos seguir cumpliendo nuestro papel fundamental:
alimentar a la humanidad con nuestro trabajo, nuestros saberes y nuestros bienes
naturales, asegurando que el derecho a la alimentación se cumpla para todos y
todas sin excepción, y que la Madre Tierra sea cuidada mientras de ella
obtenemos el sustento.
En este
caminar y batallar, reconocemos la influencia de la Iglesia Católica y los
esfuerzos de sectores importantes de ella por acompañar a los sectores
populares.
Somos la
inmensa mayoría de quienes trabajamos y vivimos en el campo y casi la mitad de
toda la humanidad, pero accedemos a menos de un cuarto de toda la tierra, luego
de siglos de despojo creciente y violento. Con la poca tierra que aún logramos
mantener, producimos la mayor parte de los alimentos en el mundo.
Sin embargo,
la concentración de la tierra en manos de los capitales y la especulación
continúa, aumentando su violencia en la medida que resistimos.
Este despojo
y acaparamiento de la tierra y los territorios, el agua, los recursos naturales
y hasta el aire, han sido las consecuencias del avance sin freno del capital
sobre el campo y sobre los trabajadores rurales. Los Estados y Organismos
Internacionales, incluso las propias Iglesias, han ido cediendo a las presiones
y aceptando que se les despoje de sus poderes, deberes y funciones de proteger y
defender el bien común.
Estamos así
atrapados en un mundo dominado por el capital y las lógicas de mercado. La
expansión del agronegocio y los monocultivos, el uso cada vez mayor de los
agrotóxicos, la explotación del trabajo, la eliminación alarmante de fuentes de
trabajo, la concentración cada vez mayor de los mercados y el secuestro de la
ciencia y la tecnología para ponerla al servicio del capital, son procesos que
se impulsan desde las esferas del poder como una realidad incuestionable.
Las consecuencias son claras. A la contaminación y el deterioro de nuestro entorno, se suma el aumento de la desigualdad y el número de personas hambrientas, obesas y enfermas. El agronegocio no busca alimentarnos, sino aumentar sus ganancias. Las enfermedades son parte importante de su negocio: las mismas transnacionales que nos enferman nos venden luego los fármacos que no nos curan, pero nos mantienen funcionando.
Los
problemas que sufrimos en el campo tienen un impacto fuerte en la ciudad. La
migración deteriora la vida de todos, la pérdida de los valores y la cultura. El
abandono de nuestros sistemas alimentarios nos va enfermando y quitando el
sentido de comunidad. La inseguridad laboral y de fuentes de ingreso se combinan
con el endeudamiento y el consumismo, lo que va rompiendo lazos de solidaridad y
reciprocidad, despojándonos de la conciencia social. Aumenta la violencia
doméstica e institucional, vemos cómo la droga se abre paso mientras las
autoridades se niegan a ver a los verdaderos traficantes y criminalizan a la
población. El respeto a los derechos sociales y económicos se ha transformado en
asistencialismo, con políticas y programas que sólo buscan compensar algunos
impactos, pero no nos permiten avanzar en una senda liberadora.
Queremos
enfatizar que no dejamos la tierra de manera voluntaria. La mayoría de nosotros
y nosotras recurrimos a diversos trabajos y generamos múltiples estrategias de
sobrevivencia por mantenernos en la tierra. Esa tenacidad es lo que las
autoridades llaman la “multifuncionalidad” o nos señalan como trabajadoras
“polivalentes”, como si fuera un título importante o algo deseado.
Las
verdaderas causas que nos obligan a emigrar y dejar la tierra están en la falta
de adecuadas políticas agrarias y de programas acordes con las necesidades de la
agricultura campesina y de nuestras prácticas productivas para la alimentación
de los pueblos.
Todo esto
contrasta con el apoyo amplio de la mayoría de los gobiernos y los organismos
internacionales al gran capital, permitiendo el estrangulamiento económico, el
arrinconamiento físico, el abuso cada vez mayor por parte de las grandes
empresas que van despojando de los derechos laborales a las y los trabajadores y
conformando nuevos enclaves de trabajo esclavo.
A eso se
suman las trabas cada vez mayores que nos van imponiendo para comercializar
nuestra producción de manera justa, el no reconocimiento de nuestros derechos
sobre la tierra, el agua, los bosques, el desprecio de nuestros conocimientos y
culturas, en fin, el despojo de nuestra propia identidad.
Es
extremadamente grave el ataque que hoy sufren nuestras semillas. Hace ya más de
doce años que levantamos una campaña mundial por su defensa, por defender
nuestras prácticas milenarias de cuidarlas, mejorarlas, cultivarlas e
intercambiarlas. Son prácticas que con el paso de los siglos se han constituido
en derechos fundamentales y sagrados los pueblos indígenas, y para los hombres y
mujeres del campo.
Este ataque,
dirigido por las mayores transnacionales del mundo, encabezadas por Monsanto, es
apoyado o avalado por la mayoría de los gobiernos y organismos internacionales
que sucumben ante sus presiones y amenazas.
Estamos en
un momento crítico, en que necesitamos juntar fuerzas con los más amplios
sectores para que nuestra resistencia logre evitar que las leyes conviertan en
un crimen nuestras prácticas de cuidado e intercambio que hicieron posible la
creación y expansión de la agricultura.
La ciencia
al servicio del capital no solo pone en peligro nuestras semillas y cultivos,
también la vida de la Madre Tierra. La ingeniería genética en sus muchas formas
y los organismos transgénicos son un ataque a la sacralidad de la vida por parte
de empresas que juegan a ser dioses con el único fin de maximizar sus ganancias
y dominar el mundo.
Bajo falsas
promesas de mayor productividad, a pesar que las pruebas indican lo contrario,
las empresas con la ayuda de muchos gobiernos están imponiendo los organismos y
cultivos transgénicos, que contaminan nuestros suelos, nuestros cultivos,
nuestros alimentos y nuestros cuerpos.
Mientras
resistimos, conservando y cuidando nuestras propias semillas, las
transnacionales de los agronegocios presionan a los gobiernos del mundo para que
acepten las semillas Terminator, semillas desnaturalizadas que no pueden vivir
si no reciben sustancias químicas que nos venderán las mismas empresas.
También hay
complicidad entre empresas y muchos gobiernos cuando buscan imponer como
solución la mal llamada agricultura climáticamente inteligente, que profundiza
la destrucción ambiental, aumenta la concentración y control de las
transnacionales, y agrava los ataques a nuestra autonomía y todos los procesos
que nos expulsan de la tierra.
La ciencia
ha sido censurada para que no investigue seriamente y de verdad los efectos de
los transgénicos a corto y largo plazo. Así, las y los científicos honestos no
puedan dar la voz de alarma sobre lo que efectivamente está ocurriendo.
Visto de
esta manera nos atrevemos afirmar que estamos frente a un proceso de destrucción
masiva de las distintas formas de vida -incluida la nuestra- donde no se permite
que la ciencia real haga su trabajo de ir descubriendo lo que ocurre y alertando
al respecto.
Las
comunidades y las familias rurales que tienen la desgracia de quedar encerradas
en un mar de cultivos transgénicos sufren graves daños en su salud con tasas
alarmantes de cáncer, abortos espontáneos en las trabajadoras y nacimientos de
niños con deformaciones congénitas, condenados a morir.
Las
intoxicaciones masivas conllevan pérdidas de vida y no sólo de la vida humana.
También nuestros animales se afectan, las aves se enferman y mueren por los
agrotóxicos, la tierra y las fuentes de agua son agotadas o contaminadas. Lo
cierto es que, por sobre todo, los cultivos transgénicos producen hambre y
pobreza, ya que nos expulsan y su fin primordial es producir materias primas
industriales, no alimentar a las personas.
Nuestras
tierras y territorios así como nuestros bosques y nuestras aguas están siendo
arrasadas igualmente por la minería y los mega-proyectos
En muchos
países sufrimos las consecuencias de las guerras declaradas y no declaradas por
las fuerzas armadas regulares, los paramilitares o los narcotraficantes, cuyo
fin es oprimirnos, mantener la industria bélica y otros negocios de los grandes
capitales. Para esto, criminalizan nuestras luchas y cada día sufrimos la
muerte, encarcelamiento y el montaje de juicios contra las y los dirigentes
líderes y militantes.
Las
situaciones son graves, alarmantes e indignantes, como por ejemplo en
Afganistán, África Occidental, Colombia, Guatemala Honduras, Kurdistán,
Paraguay, México, Palestina, Siria, Sudán, sólo por nombrar algunos de los casos
más dramáticos y serios.
A pesar de
todo lo señalado, seguimos resistiendo aferradas y aferrados a la tierra para
mantenernos en el campo y defender su función social, que es “Alimentar a los
pueblos.”
Estamos acá,
amigos y compañeras y compañeros, porque entendemos que ésta es una lucha
difícil y de largo aliento. Somos hombres y mujeres organizados. Somos parte de
la Vía Campesina, un movimiento amplio, con presencia mundial donde defendemos
el derecho y el sueño a seguir siendo campesinos y pueblos del campo, donde
luchamos por el buen vivir de todas y todos. Somos un movimiento que ha logrado
elaborar propuestas de vida, trabajo y convivencia digna entre todos y todas.
Cuando los
gobiernos dijeron que garantizar la seguridad alimentaria se basaba en generar
la capacidad para adquirirla, tuvimos la convicción y la sabiduría de afirmar
que la alimentación no podía convertirse en un negocio por ser un derecho humano
fundamental. Entonces proclamamos la Soberanía Alimentaria, como un derecho
fundamental de los pueblos a definir, desarrollar y mantener la agricultura
campesina y sus sistemas de alimentación.
La fuerza y
justeza de nuestro planteamiento radica en que junto a un gran número de otros
movimientos y redes sociales, fuimos llenándolo de contenido hasta concluir que
la Soberanía Alimentaria es un principio de vida que se sostiene, se defiende y
no se negocia.
La Soberanía
Alimentaria comprende nuestro derecho a la tierra y los territorios, al agua, a
nuestras semillas y nuestro ganado, a los bienes naturales, a nuestras formas
culturales de producir y cuidarlos.
La soberanía
alimentaria da prioridad a las economías y a los mercados locales y nacionales
para asegurar que nuestro trabajo sea compensado de manera justa y nos permita
vivir dignamente.
La soberanía
alimentaria exige nuevas relaciones sociales libres de opresión y desigualdades,
y la libertad para ejercer nuestro trabajo, para vivir dignamente y permitir la
vida digna del resto de la humanidad.
Luchamos por
dejar detrás todos los prejuicios discriminatorios y sexistas para avanzar hacia
una nueva visión del mundo, construida sobre los principios de respeto, de
igualdad, de justicia, de solidaridad, de paz y de libertad. Asumimos que la
lucha por erradicar la violencia en el campo y en particular la violencia que
sufren las mujeres y la igualdad entre los sexos es primordial. Ya no queremos
soportar la opresión de sociedades tradicionales, ni de las sociedades modernas,
que sostienen los sistemas patriarcales.
Esperamos de
este encuentro herramientas importantes para avanzar en nuestras luchas y en la
solidaridad entre todas las luchas populares: quisiéramos que este diálogo
permita sensibilizar a los miembros de los movimientos populares y de la Iglesia
Católica frente a los problemas específicos que enfrentamos.
Buscamos
esto convencidas y convencidos que la permanencia de la agricultura campesina y
de los pueblos indígenas, junto a las otras formas populares de pesca,
recolección, crianza animal y caza son la única garantía real de acabar con el
hambre, la mala alimentación y el deterioro ambiental tanto en el campo con la
ciudad.
El año que
está terminando fue declarado por Naciones Unidas como el Año Internacional de
la Agricultura Familiar. Las organizaciones del campo abogamos por que a esta
definición había que ponerle nombre y apellido, por tanto lo declaramos el Año
Internacional de la Agricultura Familiar Campesina e Indígena.
Pero también
señalamos que frente a la situación en que se desenvuelve nuestra agricultura,
no bastaba un año, pues no sólo vivimos y nos desarrollamos de halagos,
reconocimientos vacíos o de buenas intenciones. Lo que requerimos son políticas
públicas basadas en el bien común y en el buen vivir de la gente.
Requerimos
pueblos soberanos para garantizar Soberanía Alimentaria a la humanidad. La
alimentación no puede ni debe ser un negocio; es un derecho humano que los
Estados deben garantizar y por tanto deben proteger sus agriculturas y a quienes
continuamos en esta sagrada labor de producir los alimentos para los pueblos.
Por tanto, aquí se requiere más de un año para volver las aguas a sus cauces.
Por eso
clamamos ¡Soberanía alimentaria ya!
No podemos
continuar aceptando lo mil millones de hambrientos, ni un millón, ni cien mil,
ni un hambriento más en el mundo, como si esto fuera una causa natural. Los
pueblos con hambre y que no producen su propia comida son pueblos atrapados en
la sobrevivencia, que no puede pensar y decidir libremente, no pueden ser
independientes, no pueden resistir ni proyectarse a futuro, no pueden ser libres
ni soberanos.
Nos
parecería importante un pronunciamiento de la Iglesia y los movimientos
populares que ponga la defensa de la alimentación y por ende de la agricultura
campesina e indígena, en el centro de las luchas sociales.
No podemos
subordinar el bienestar de todas y todos los trabajadores a las pretensiones de
acumulación de capital.
Queremos
explicar a todas y todos el porqué de nuestras luchas específicas:
Luchamos por
una reforma agraria integral y popular, porque sin tierra y sin territorios no
somos pueblos, no somos libres ni somos dignos y esta es no solo una lucha de
las y los campesinos.
Luchamos por
el fin del agronegocio. Creemos que la sociedad debe limitar las pretensiones de
lucro cuando eso impide la dignidad humana, el buen vivir y el cuidado de la
naturaleza, poniendo en peligro el futuro de todas y todos.
Por las
mismas razones, luchamos por el fin de los tratados de libre comercio en la
agricultura.
Luchamos por
recuperar y fortalecer nuestras formas de hacer agricultura campesina e indígena
de base agroecológica. Solo así podemos asegurar la alimentación para cada
persona mientras simultáneamente cuidamos la Madre Tierra y revertimos las
causas del calentamiento global.
Luchamos por
el fin de los cultivos transgénicos en todas sus formas, porque no aportan al
bienestar de nadie, porque desde nuestros saberes tenemos alternativas muy
superiores.
Luchamos
porque la dignidad, la justicia, la paz, la libertad, el bienestar, el respeto y
el aprecio sea para todas y todos, luchamos por la igualdad entre los sexos, que
incluye la valorización del papel de las mujeres en la agricultura y la
alimentación, su aporte económico al sostenimiento de las familias y en la
construcción cultural y espiritual
Luchamos por
poner fin a la violencia doméstica e institucional y por el derecho a la
autodeterminación.
Porque no
hay vida si no hay futuro, luchamos porque haya condiciones para que nuestros
hijos e hijas, nuestros nietos y nietas, sus nietos y nietas, tengan la
posibilidad real de permanecer en el campo y saber que tendrán una vida digna
para ellas y ellos, y para las futuras generaciones.
Ofrecemos en
reciprocidad nuestro esfuerzo y compromiso por comprender en profundidad los
problemas específicos del conjunto de los movimientos sociales, de sus
resistencias, y unirnos para impulsar nuestras luchas comunes.
Del mismo
modo, nos esforzaremos por comprender las particularidades de las preocupaciones
y los compromisos de la Iglesia Católica.
Nos
comprometemos a participar en estos días y en el futuro en la búsqueda de tareas
y esfuerzos comunes, a desplegar nuestra solidaridad de manera más cotidiana y a
juntar fuerzas en la búsqueda de la dignidad, la justicia, la paz y el buen
vivir.
¡Globalicemos la lucha! ¡Globalicemos la esperanza!
Roma, 27-29
octubre 2014
– Francisca
Rodríguez, en representación de La Vía Campesina.
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Movimientos sociales en el Vaticano
El Papa Francisco,
un "santo" pivote de contención
10 de noviembre de 2016
El sábado 5 concluyó el Tercer Encuentro Mundial de Movimientos Sociales en Roma
auspiciado por Bergoglio, quien se convirtió durante el último año en un eje
articulador para un sector del campo popular. ¿Qué perspectivas tiene este
acercamiento?
Por
Izquierda Revolucionaria
De la delegación argentina al Vaticano participaron la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), orientada por el Movimiento Evita, la agrupación Libres del Sur y la organización Patria Grande, quienes desde la asunción de Macri han ensayado una integración creciente al kirchnerismo y, ahora, al Vaticano.
De la delegación argentina al Vaticano participaron la Confederación de Trabajadores de la Economía Popular (CTEP), orientada por el Movimiento Evita, la agrupación Libres del Sur y la organización Patria Grande, quienes desde la asunción de Macri han ensayado una integración creciente al kirchnerismo y, ahora, al Vaticano.
El Encuentro tuvo como eje discutir una "verdadera democracia con participación popular" en línea con el planteo por poner en pie "una nueva mayoría" para derrotar electoralmente a la derecha que viene esgrimiendo un sector del peronismo. Sin duda, no es casualidad que este debate haya tenido lugar en el Vaticano.
El Papa Francisco, ex Guardia de Hierro en su juventud, viene interviniendo crecientemente en la vida política nacional. Son coincidentes los análisis que indican una diferenciación de Bergoglio con el programa liberal que encarna Mauricio Macri, sin embargo esas diferencias no se orientan a un cuestionamiento sino a "construir en el diálogo".
En ese marco se ubica, por ejemplo, la decisión de la CGT de "dialogar" con el macrismo y enterrar cualquier posibilidad de un paro general por un bono miserable (y ni siquiera obligatorio a pagar), ahora cambiado por una movilización conjunta con la CTEP para el 18 de noviembre. Poco después de ese anuncio, Macri se reunió por segunda vez con el Papa en Roma.
Por lo pronto, la política "dialoguista" del Movimiento Evita y la CTEP parecen rendir sus frutos. Triaca otorgó la personería a la CTEP, algo que no había logrado bajo la gestión de Tomada, además de beneficiarlos con la entrega discrecional de millonarios recursos para sus programas de cooperativas, que son recortados a la mayoría de los movimientos sociales.
Siendo estrictos, los resultados entonces del "diálogo" tan pregonado por el papa, han sido uno bono indicativo y beneficios parciales para la CTEP contra cientos de miles de despidos y un cepo a la reapertura de paritarias para todo el movimiento obrero.
Esto mientras, retomando la perspectiva del Vaticano, Vidal rechazó la reglamentación del protocolo para abortos no punibles en suelo bonaerense, lo que implica un ataque para el movimiento de mujeres y en particular para las mujeres pobres de la provincia.
Qué resistencia y unidad
Nos preguntamos, entonces: ¿es beneficiosa esta táctica de subordinar las luchas al "diálogo" y a la "unidad"? La mayoría de las organizaciones populares que se alinean detrás el discurso del Papa, desde distintos posicionamientos, sostienen que, en esta etapa de resistencia contra la derecha, es necesario articular la más amplia unidad política y que a ese objetivo debe subordinarse la movilización popular.
Sin embargo, por tomar el ejemplo más claro, la "unidad" de la CGT no sirvió para conquistar ninguna de las reivindicaciones más sentidas por las clases populares. Por otra parte, algunos de los espacios políticos con las que está alineada la conducción de la CGT como el Frente Renovador, por caso, e incluso una parte del FPV ha votado proyectos claves al macrismo como el pago a los fondos buitres. Del mismo modo, la "unidad" con el Vaticano opera como un bloque al poderoso movimiento feminista que se desarrolla en el país y que enfrenta a esa institución patriarcal, reaccionaria y machista como es la Iglesia que oprime la vida de las mujeres y los géneros disidentes.
Somos defensores acérrimos de la unidad de acción contra la derecha en las calles y respetuosos de experiencias históricas como los curas tercermundistas, pero no compartimos la orientación de quienes en esta etapa se ubican bajo el alero del Papa y su estrategia dialoguista. Por el contrario, entendemos que lo fundamental es convertir cada lucha en un bastión en la pelea contra el ajuste que debe ser derrotado con la movilización popular. Asimismo, consideramos una tarea necesaria clarificar frente a la vanguardia y el pueblo trabajador en general el papel de Francisco en la contención a las luchas y como cabeza del ataque a los derechos de las mujeres y otras identidades no hegemónicas.
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